Regalo de navidad para Ryoma-Sakuno.

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Pareja: Sakuno y Tezuka.

Avisos: AU y mucho OOC u.ú

La magia de un libro

Dejó caer con suavidad la tira que procuraría que la hoja no se le perdiera. Aquel libro verdaderamente lo había hipnotizado. Lo había comprado por pura casualidad, llamado por el apellido de la escritora, pues le resultaba extrañamente familiar. Cuando había abierto las páginas y comenzado a leer, ya no pudo dejarlo. Aquella mujer que lo había escrito debería de tener unas manos preciosas para crear tal maravilla.

La muerte del corazón robado desde luego, iba a ser un gran boom aquellas navidades. Había escuchado hablar de él hasta en la radio, aunque no gustaba demasiado que la autora no aceptara citas o concertara entrevistas para hablar sobre su obra maestra. Al parecer, era una de aquellas personas que lo hacían todo a través de internet. Por algún extraño motivo, le vino el capricho de querer conocerla.

NO solía ser un gran asiduo al internet, así que cuando se sentó ante su ordenador no sabía exactamente dónde tendría que ir para encontrar los datos que aquella persona pudiera tener en aquellas grandes instalaciones que abarcaban tanto. Por suerte, encontró la famosa página del buscador y tecleó el nombre de la susodicha. Error. Ningún dato, tan solo sobre su libro. Nada de ella. No es que ansiara tener su dirección, pero sí al menos conocer el rostro de aquel personaje.

Le resultó caprichosamente parecida al personaje de su historia. Un joven embajador de dieciocho años que había salido a alta mar en busca de una joya perlada llamada corazón, cuyo elixir sería capaz de salvar de la muerte a su futura esposa, mientras fingía ser el hijo de un panadero. Para poder lograrlo, el joven debería de mezclarse con los más bribones del mar: Piratas y a la vez, descubrir que no siempre el dinero es capaz de comprar las cosas más valiosas y como la vida da de vueltas, haciendo que te enamores de otra mujer, pero prosigas con tu aventura con deseos de cumplir tu promesa, como hombre que eres.

Orgullo. Fidelidad. Amor. Pasión. Firmeza. Dolor. Angustia. Aventuras y muchas otras cualidades se le podría otorgar al libro que leía. No le había parecido demasiado llamativo, pero una vez lo tuvo en sus brazos, comenzó a pensar que realmente podría ser interesante no juzgar un libro por su portada y sí por sus letras.

Defraudado por su búsqueda, fue capaz de percibir los ruidos provenientes del salón principal, donde su padre y madre parecían tener la típica pelea de navidad. Se cruzó de brazos y recordó el porqué de su severidad. Si hubiera demostrado algún que otro día que podría ser feliz, sus padres se habían peleado por eso mismo.

Suspirando, clavó su mirada en el exterior. La noche ya había comenzado y dentro de pocas horas, comenzarían a llegar los invitados para aquellas fiestas. El veinticuatro de diciembre se celebraba demasiado, para su gusto. Humedeció sus labios y quedó pensativo por un instante. Por una vez que cometiera una locura, nadie podría recriminárselo. También quería ver qué había fuera. ¿Cómo celebraría la navidad cualquier otro que no fuera rico?

Los Tezuka, su familia, no era tan grandes multimillonarios, pero eran lo suficientemente importantes como para gozar de una gran casa con un enorme jardín y tener lujos a mares. Con algo así, ¿quién podía esperar que unos padres fueran atentos con su hijo? Cuando era pequeño se prometió convertirse en alguien lo suficientemente inteligente y serio como para poder soportar su estancia en aquella casa. Y ahora, solo le quedaba unos pocos meses para poder marcharse.

Quizás, si usara un poco los cables influyentes de su familia podría encontrar a la joven escritora, pero ¿sería entonces divertido? No. No lo sería para nada.

Se colocó el pesado abrigo que colgaba del perchero de su dormitorio y saltó por la ventana. Sintiéndose como un ladrón, abandonó las grandes murallas de la fortaleza de su casa, hasta que el frio aire contaminado le golpeó con fuerza la cara. Estaba helado. Pero no importó. Eran pocas las veces que podía caminar sin escolta o un chofer. Desde que había dejado el instituto no había vuelto a sentir la libertad de ser uno solo.

Observó con detenimiento las luces de los diferentes restaurantes, adornados con cual adorno más llamativo. El gran árbol de navidad que esperaba con cientos de parejas enamoradas bajo sus ramas para besarse cuando las doce campanas hubieran indicado la entrada de la navidad. Un rito bastante curioso que nunca había tenido la suerte de practicar. Pese a que había sido muy popular no encontró la mujer perfecta para aquello. Desde luego, la culpa la tenía su obsesión con las manos de las mujeres. Estas: Tenían que crear algo que le hiciera estremecerse.

Guardó sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta y se quedó clavado ante el lugar, en espera. Las parejas aumentaban a medida que los minutos pasaban. Algunas parecían venir preparadas con algo de comida caliente casera y daba aspecto de que estuvieran en un picnic en lugar de en navidad. ¿No se suponía que todos deberían de estar cenando con su familia?

-Ah, llegué a tiempo.

Giró su cabeza hacia su izquierda, teniendo que bajar el mentón para poder ver a la pequeña mujer. Largos cabellos castaños. Ojos de igual color y tez pajosa. Unas pequeñas manos intentaban ocultarse con torpeza en unos gruesos guantes rojos hechos a mano. La envidió, cuando sintió la punta de sus dedos doloridos por el frio.

-Esto… disculpe… ¿Tendría hora?

Sus mejillas rojizas, sus labios hinchados y temblorosos por el frio. Afirmó y buscó el reloj de pulsera.

-Las doce menos cinco- contestó secamente. Ella sonrió ampliamente.

-¡Gracias! Siento haberte molestado. Igual estas buscando a tu novia y… yo me entrometí. Perdona.

Negó con la cabeza y entrecerró los ojos. Nuevamente, una sonrisa tímida se mostró en aquel rostro mientras el vaho escapaba de sus labios.

-¿Es la primera vez que vienes?- Preguntó dudosa- yo también- confesó con timidez- mi mejor amiga me lo contó… me dijo que nunca sabría lo que era si no lo experimentaba. Pero nunca he tenido pareja, así que… no sé que es. La curiosidad me pudo. Me siento como un explorador que está observando alguno nuevo.

Frunció las cejas al escuchar la frase y arqueó una ceja.

-La muerte del corazón robado.

Ella parpadeó y sonrió con torpeza.

-S-sí. La dice Marc Slogn justo cuando entran dentro de la cueva de los piratas y conoce a Canela Stwits. Fue amor a primera vista entre ellos.

-Hum, no lo sé.

-¡Oh, cielos! Disculpa. Creí que como sabías la frase habrías llegado a ese momento.

Negó con la cabeza, sacando el libro de entre sus ropas para mostrarle el punto. Ella lo observó con curiosidad fingida y sonrió.

-Esta en la siguiente página, la de atrás. Perdóname- rogó.

Se encogió de hombros, no dándole demasiada importancia. Era un romance a primera vista que sucede casi al final del libro, demasiado rápido pero bien desenvuelto. El silencio cayó sobre ellos ante la cercanía de los minutos. Se preguntó, por qué razón una joven como ella sentiría curiosidad por algo así, aunque, ¿no estaba en el sueño de todas las mujeres vivir un momento romántico?

Giró la cabeza para verla, recibiendo como respuesta otra tímida sorpresa. Parecía que fuera la primera vez que estaba con un hombre o es que tenía demasiado frio como para poder sonreír con naturalidad. Alzó su mirada, frunciendo los ojos con astucia. Los guardaespaldas de la familia Tezuka. Chasqueó la lengua.

-Ah, ya es la hora. Doce campa…

Bueno era encontrar momentos con los que logra escapar de aquellos pesados que terminaban por atormentarle y llevarle hasta sus padres, que seguramente estarían furiosos por su comportamiento y estarían inventando las más curiosas de las excusas ante sus invitados.

Sin darse cuenta había actuado. Y la joven de la que ni siquiera sabía su nombre había sido su salvación. Robó un beso de aquellos helados labios, esperando a que los inoportunos guardaespaldas se marcharan. La chica tembló contra su cuerpo, aferrándose de su chaqueta. Cuando el peligro hubo pasado y se separó de ella, la rojez que se dibujó en su rostro fue albo más tierno que la misma navidad. Se alejó, rozándose los labios a la par.

-Yo…- tartamudeó- creo que usted… se ha equivocado y…

-Disculpa- zanjó rápidamente. Podría ser frio y callado, pero no maleducado.

-¡Ey! Creo que lo he visto. Al lado del árbol de navidad, con una mujer.

Chasqueó la lengua. Eran demasiado persistentes. Miró hacia su costado y sacó las manos de los bolsillos para intentar huir. Pero antes de que pensara en un lugar para huir, ella lo atrapó, estirando de él. Las calles se mostraron ante sus ojos y únicamente sus pasos a la par se escuchaban entre el silencio bochornoso. Cuando finalmente se detuvieron, entró dentro de un pequeño apartamento, comparado con las grandes paredes que había estado viendo. Por lo menos, las suyas podrían ocupar diez tatamis y aquellas eran demasiado pequeñas.

Entre los jadeos, la joven sonrió, excitada.

-¡Wa! Es lo más emocionante que me ha pasado nunca. Huir así. ¿Quiénes eran?- Cuestionó asustada- ¿Hice algo malo?

-Guardaespaldas- respondió encogiéndose de hombros.

-¿Te buscan…? Eso quiere decir que… ah… ¿cuál es su nombre?

-Kunimitsu Tezuka.

Ella afirmó, apretando sus labios ligeramente y afirmando con la cabeza. NO mostró en ningún momento una mueca de asombro. Bien sabía que sus apellidos eran mundialmente conocidos. Espero pacientemente a que ella se presentara mientras encendía las luces y la observaba en espera de ser invitado formalmente.

-Ah, disculpa- enrojeció- no te he dicho mi nombre. Me llamo… me llamo Tomoka Osakada.

Afirmó con la cabeza como indicación de que la había oído y saludo.

-Pase. Seguramente necesitará un lugar donde poder pasar la noche. Yo… yo vivo con una amiga, pero esta noche seguramente la pasará con su novio, así que… No es un hotel de lujo, pero espero que le sirva.

Menos es nada.

-Gracias.

Tomoka sonrió con vergüenza y se adentró en una suficientemente estrecha como para poder soportar dos cuerpos lo suficientemente separados para poder trabajar con libertad, pero demasiado pequeña para una gran familia. Encendió la hornilla y colocó una tetera con agua. Quitándose el abrigo y demandándole el suyo para colgarlos en un torcido y limpio perchero. A continuación, le presentó el pequeño lugar, excepto una habitación que comprendió que sería un altar privado.

-No tengo ropa de hombre… pero igual a To… mi amiga, tiene algo de su novio. Espere aquí, por favor.

Afirmó, sentándose ante un kotatsu con el brasero encendido y agradeciendo el calor, observó con más detenimiento la sala. Grandes estanterías se cernían pegadas a las pequeñas paredes, cargadas con suculentos libros que esperaban que alguien ansioso los leyera y viajara con ellos mar adentro de sus páginas. Curioso, se acercó en busca de ojear algunas de aquellas exquisiteces.

Libros diversos fue lo que encontró en las baldas de la primera estantería, la mayoría, sobre barcos. Estructuras, jerga, historia de los barcos más famosos, encontrados o simplemente aquellos que pertenecieron a impresentables piratas que terminaron por hacer historia en sus nacionalidades. Otro, muy curioso, hablaba sobre los nombres y sus significados. Tiempo atrás había leído en el artículo de un moderno periódico una entrevista a un autor bastante famoso, que decía que era bueno tener algún que otro lugar donde poder conseguir nombres para nuestros personajes, pues era regla general quedarse en blanco en alguno de aquellos momentos, cuando tenían que bautizarles.

Abandonó aquella estantería y giró hacia la que estaba cerca de la cocina. Libros de cocina y enciclopedias eran las únicas novedades. La tercera, no llamó gran cosa su interés, pues estaba decorada con viejas revistas femeninas y recortes de periódicos en el que un joven jugador de tenis era el que mostraba su rostro en todos y cada uno de ellos. Algún que otro trofeo infantil y un libro sobre sexualidad femenina que le hizo retroceder y fingir que no lo había visto.

-He encontrado estas ropas- anunció la voz femenina antes de encontrarse- tenga. Espero que les venga.

-¿Quién es el hombre de los recortes?- Preguntó tomando las ropas entre sus manos. Generalmente no era curioso, pero al menos quería derrotar su curiosidad.

-Ah, es Kaidoh Kaoru- anunció como si no fuera una gran noticia- Mi compañera de piso amiga… Digamos que es su fan. Puede pasar a esta habitación si lo desea.

Aceptó la oferta, aunque casi sintió deseos de meterse dentro del kotatsu cuando el frio de la habitación le golpeo en cada lugar de sus carnes. La joven acababa de poner un calentador, pero éste no ejercía el rápido calor que hubiera deseado. Las ropas consistían en un grueso jersey rojizo y un pantalón de invierno beige y unos calentitos calcetines de su tamaño, casualmente.

Regresó hasta el saloncito donde una taza caliente de té y galletas de arroz le esperaban. Tras agradecerlo, comenzó a servirse. Osakada le acompañó. Ya había recuperado calor en su rostro y el jersey verdoso que llevaba no la engordaba demasiado. Sus delgadas manos parecían ansiar el calor de la taza y tembló ligeramente de placer cuando el líquido caliente atravesó los caminos de su cuerpo interiormente.

Todavía sentía el suave tacto de sus labios al encontrarse y la gran necesidad de despegarse cuando se percató de que acababa de entregar su primer beso a una extraña de timidez alarmante y que había sido capaz de llevar a un extraño a su casa en plena noche de navidad. Al menos, estaba seguro de que él no le haría nada malo.

-Disculpe la pregunta, pero, ¿Cuántos años tiene?- Preguntó con voz tímida Tomoka.

-veintiuno.

-Todavía es menor de edad, eso explicaría por qué huye de sus guardaespaldas. Ah, yo…- murmuró para sí misma. Enarcó una ceja, haciéndola enrojecer- Tengo veinticuatro años.

Bueno, al menos ya sabía algo más. Era más mayor que él de edad pero no de altura. Era pequeña de estatura y de cuerpo. No le llegaba casi al hombro y tenía facilidad para ser tímida y confiaba demasiado en él. Hablaba tras pensarse bien lo que decir y tenía aspecto de inteligente, aunque despistada y algo torpe, por lo que pudo comprobar cuando le mostró la que sería su habitación por esa noche.

-Si necesita algo más, no dude en decírmelo, por favor- imploró con elegancia- estaré en esa habitación.

Y señaló la única que había sido censurada a su visión. Afirmó con la cabeza y esperó a que ella cerrara la puerta antes de marcharse. Los leves pasos mostraron que no era tan descarada como para quedarse mirando por una de las rendijas, aunque no vería nada ya, bien podría haberlo hecho cuando se cambiaba, aunque no se molestó en comprobar dónde se encontraba ella por aquel momento.

Cansado, se dejó caer sobre el futón. Rebuscó a su alrededor y comprendió que había olvidado el libro en la entrada. Tenía la gran costumbre de leer cinco páginas antes de irse a dormir. Le ayudaba a dormir y lo relajaba mentalmente. Encogiéndose de hombros, decidió salir, con la esperanza de no encontrarse a la joven desnuda. Pero no había ni rastro de ella y el ruido de algo caerse que percibió desde la habitación clausurada, le indicó de que no le había mentido.

Aun sintiendo curiosidad, rodó sobre sus talones y regresó obedientemente hasta su habitación.

Por la mañana, el sonido chirriante de la cafetera lo despertó. Dándose cuenta de que nunca había dormido tan profundamente, comenzó a sospechar de si no se estaría convirtiendo en alguien demasiado confiado. Nunca había dejado que nadie tomara tantas confianzas y le estaba resultando imposible creer que estaba durmiendo en otro techo que no fuera el de su casa de ricachón.

-Buenos días- saludó una cantarina voz- tengo café y tostadas, ¿quiere?

-Sí- respondió buscando con la mirada la figura femenina.

-Sé que es estrecha, pero si no le incomoda, ¿por qué no desayuna conmigo en mi cocina de playmóvil?

Esbozó una sonrisa interiormente, sin permitir que su rostro demostrara sentimiento alguno y accedió a la petición, agradeciendo que al menos el techo fuera lo suficientemente alto como para no romperse la cabeza. Anoche no le parecía tan pequeño aquel lugar.

-Ah, cierto- recordó la sonriente mujer mientras le servía una taza de café- feliz navidad. Es veinticinco de Diciembre. Lamento no tener el típico desayuno de navidad.

-No importa. Igualmente- deseó. Una sonrisa de satisfacción se esbozó en el rostro que le pareció demasiado juvenil.

-Ahm… Tezuka- tartamudeó, sentándose ante él en la mesa- ¿quiere vivir un veinticinco de Diciembre como el resto del mundo? Le aseguro que aunque tengo poca orientación, conozco sitios que son realmente emocionantes para estos días.

Se encogió de hombros y aceptó de buen gusto. No tenía ganas de regresar tan temprano y que sus padres le calentaran la cabeza con broncas innecesarias. Aunque encontraba cierto peligro en aquella idea: Sus pesados guardaespaldas.

Pero aquello no pareció intimidar a la chica, quien se vistió y preparó para una aventura que ansiaba mostrarle. Mientras ella se vestía, logró ver un trozo de aquella misteriosa habitación. Repleta de papeles por todas partes y unas pesadas cajas llenas de folios de impresora. Ahora comprendía qué había sido aquel ruido inesperado cuando fue a recoger su libro. Pero, ¿por qué quería tantos papeles?

-Vamos.

La siguió sin rechistar. Por alguna extraña razón sentía que aquella mujer era muy distinta a lo que esperaba. Tenía cierto enigma encima que le hacía querer descubrir aquellos secretos y la encontró la mayor fuente de fantasía posible. Le llevó por el paseo marítimo, donde los niños estrenaban sus nuevas bicicletas y accesorios de protección, deteniéndose ante una pequeña plaza de pescadores, donde un majestuoso y remodelado barco pirata esperaba las miradas de todos aquellos que admirasen su magnificencia.

-Ese barco pirata perteneció años atrás a un famoso pirata que vivió justamente en nuestra ciudad. Se le conocía como el bribón más alegre de todos los tiempos y aunque también era pirata, era bondadoso- explicó con ímpetu mientras lo admiraban- dicen que se codeó con el mismísimo rey y tuvo su perdón gracias a ello. También se dice que gracias a eso abandonó su barco y su tripulación, traicionándoles. AL parecer, sus fieles hombres siguen vagando día y noche por este lugar, en espera de que él regrese.

-Interesante- logró murmura.

-¿A que sí? La verdad es que puede dar algo de miedo, pero fantasía no falta.

-¿Quién lo dijo?- Cuestionó interesado.

-Un viejo pescador. Creo que hoy no está y es raro, porque no tiene familia. Siempre anda murmurando que el mar es su mujer, pues lo alimenta con gusto.

Rió divertida y comenzó nuevamente la caminata que los llevó hasta un gran parque. Allí, la mayoría de infantes que mostraban sus juguetes merecidos y no tan merecidos, eran jóvenes niñas que imaginaban un futuro no muy lejano, dando de comer a muñecos inertes que ni tragaban la arena húmeda. Pero Tomoka mostró gran interés en una estatua que le pareció familiar.

-La estatua del embajador- presentó la castaña- un hombre que fue fuerte contra sus enemigos y cariñoso con sus allegados. Ven, vamos a este barrio.

Entraron en un viejo y casi abandonado barrio, demasiado diferente al resto de los lugares por los que habían caminado. Los niños y adultos los miraron con interés. Algunos saludaron a la joven, que al parecer, ya les conocía. Frunció las cejas cuando vio a un joven adolescente intentando reparar una vieja bicicleta y maldecía su torpeza. Se agachó con curiosidad y declaró mentalmente que aquello necesitaba una reforma y por el precio que cobraban, era mejor comprar una nueva. ¿Por qué sus padres no se la habían comprado?

-No pueden permitirse el lujo de hacer regalos- explicó entristecida Osakada- son hijos de padres de nivel bajo. Muchos perdieron sus viejos trabajos para que otros, extranjeros, los ocupasen. Por ese mismo motivo, muchos de ellos envidian lo que anteriormente has visto. La navidad que muchos creen puede resultar un cuento de hadas que no existe.

Se detuvieron ante unas paredes que reconocía perfectamente y casi se tensó cuando vio la figura de su madre esperarle en la misma puerta de su casa. Tomoka lo miró con una sonrisa entristecida en sus labios.

-Tú puedes gozar de una buena. No la desperdicies- recomendó- Espero y deseo que cuando seas más grande, recuerdes lo que has visto hoy y vivido anoche.

Frunció las cejas a medida que se acercaban. La miró con cierta frustración en sus ojos. Todo había sido una clara trampa. Una mentira. La sonrisa de su madre demostraba agradecimiento hacia su compañera, pero sus ojos le fulminaron. Era la primera que se comportaba como un niño y como tal, fue reprendido.

-Siento haber tenido que molestarla, Ryuzaki. Una persona como usted debe de estar muy ocupada y tener que cargar con mi hijo debe de haber sido pesado, teniendo en cuenta que su carácter es demasiado severo y demandante.

-Para nada.

Tardó medio segundo en darse cuenta. Giró su cuerpo entero hacia ella y abrió levemente la boca en busca de respuestas. Ella sonrió.

-Te he llevado por todos los lugares que me inspiraron para escribir La muerte del corazón robado. Quería que me reconocieras antes, pero no pudo ser- suspiró con tristeza- Soy Sakuno Ryuzaki. Tomoka Osakada es mi compañera de piso y la novia del tenista Kaidoh Kaoru. Cuando… Cuando me dijiste tu nombre, me di cuenta de quien eras. Yo… días atrás entregué mi dinero a la O.N.G que lleva tu madre y por eso sabía su teléfono.

Jadeó sin saber qué hacer. Su rostro impertérrito no demostraría nada de lo que esperaban. Mas no pudo cerrar sus ojos cuando la cálida mano que había permanecido cubierta entre aquel guante se posó en su rostro, acariciándole con ternura y dejándole una añoranza agridulce.

-Por favor… por favor- rogó a media voz- no olvides lo que has visto.

La figura femenina se volvió para saludar por última vez a su madre y perderse entre el gentío. Un carácter dulce. Una fuerza de voluntad que quedaba escondida por su vergüenza. Una gran inteligencia. Una gran pasión por los demás. Una bondad innata. Y unas manos capaces de crear algo que le estremeciera. Era imposible olvidarlo. Aunque hubiera sido engañado…

Dos años después, se encontró cerrando el libro que acababa de terminar de leer, mientras esperaba que su secretaria terminara por leer las nuevas noticias que tendría que atender. La navidad había vuelto a abrir sus alas sobre todos y la nieve cubría ya gran parte del terreno, indicando que ese año, serían unas blancas navidades.

-¿Desea que le encuentre otro libro más para leer, señor Tezuka?- Cuestionó su joven secretaria Inkai- ¿Otro de la escritora fantasma?

Negó con la cabeza, intentando hacer oídos sordos al gran apodo que habían puesto las masas a la desconocida Sakuno Ryuzaki, cuyo aumento de ventas había aumentado y nadie había logrado conocer. Solo él. Dejó el Paraíso de un encuentro sobre la mesa de su escritorio y se dirigió hasta la puerta para recoger su abrigo.

Sus pasos fueron rápidos y lentos a la vez. Cuando finalmente logró detenerse ante el enorme árbol de navidad, sonrió en su fuero interior.

-Quedan cinco minutos para los doce…

Giró su rostro y afirmó, repitiendo:

-Cinco.

-¿Es su primera vez?

-Témame que no.

-Oh, eso pertenece a paraíso de un encuentro, cuando Alice le dice a Claus que debería de olvidar lo que sucedió en aquel árbol de navidad, dos años atrás.

Suspiró, encogiéndose de hombros y clavando su mirada en la estrella que brillaba incesantemente en lo alto del inmenso árbol. Extendió su mano levemente y ésta fue interceptada por otra más pequeña.

-¿Hoy también huirás de tus guardaespaldas?- Cuestionó la voz femenina. Casi sonrió, mirándola con intensidad a los ojos.

-No.

-Entonces…- y la vergüenza inundó su rostro- no podré llevarte a casa y refugiarte en ella.

-Ah- cayó en aquella conclusión rápidamente- Creo que sí. Mira.

Señaló a lo lejos algo que ni siquiera veía, con los ojos fijos en ella. Con gran inocencia, ella cayó en la trampa y aprovechó el momento para besarla. La abrazó con fuerza entre sus brazos y dejó que escondiera su rostro entre su pecho cuando las campanadas de la noche ya habían quedado demasiado lejos como para poder escucharla.

-Ryuzaki…- Susurró contra su oído.

-Feliz navidad, Kunimitsu… Feliz navidad.

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n/a

Bueno, ya se terminaron los regalos de navidad. Aquí tiene su final. Espero de verdad que les gustara y también, que les gustara. De todo corazón, felices fiestas.

Si tengo que decir algo sobre éste one-shot, solo que me gustó mucho hacerlo. Tezuka es demasiado inocente en éste fic, pues siempre ha vivido recluso entre las paredes serias de su casa y cuando sale, ve cosas que no esperaba ver y mucho menos, sospechaba que eran lugares que inspirasen a Sakuno a escribir. Por cierto, sí. Sakuno es más mayor que Tezuka en ésta historia n-n.

Disculpen por los OOC y disfruten. Espero sus rw como regalos de navidad :3