Resumen: .:Sirius/Remus:. Sirius Black ama la vida, pero por primera vez en la historia de sus conquistas; el sentimiento no parece ser recíproco. Drama, angst y romance.

Nota de autora: Estoy algo trabada con la escena que iniciará el próximo capítulo, pero espero poder aprovechar Semana Santa para ver si logro terminarla y sumergirme en el meollo del fanfic, que aunque parezca que a Sirius se le acaba el baile, no se dejen engañar, esto tiene para rato. Gracias a todos los que leyeron y dejaron comentarios, lamento mucho la demora al actualizar.

Agradecimiento especial: A Sirem, por el excelente beteo. Miles de gracias, guapa.

Dedicatoria: A Saiph.


• Con vida •


Capitulo II: Dejar el hogar sin decir adiós

Martes, 11 de junio de 1996.

4

Tan pronto como la cabeza de Snape desapareció por la chimenea, Sirius y Remus supieron que algo andaba mal, aunque Severus no lo hubiera dicho expresamente. Solo parecía que había ido a cerciorarse de que estuvieran allí.

—Algo le pasó a Harry—murmuró Sirius y, mientras Remus seguía con la vista fija en la chimenea, reaccionó como un resorte poniéndose en marcha.

Lupin sacudió la cabeza, obligándose a reaccionar a la misma velocidad que Sirius, quien —siendo el ser más impulsivo en la faz de la tierra— se dirigía a la puerta de la mansión como si llegar a Hogwarts corriendo fuera la opción más práctica y lógica de todas.

—Sirius—lo llamó, siguiéndolo—. ¡Sirius, espera! ¿a dónde vas?

Sirius se detuvo solamente por el llamado de Remus. Había enfilado ya por el pasillo que llevaba a la puerta.

—A coger a Snape de las pelotas—dijo, mirando a Remus por sobre su hombro, como si fuera un niño al que acaban de detener cuando estaba por lanzarse a la aventura—. ¿A dónde piensas que voy, Lunático? A ver qué le pasó a Harry.

Remus, después de tantos años de decirle a su pareja que debía aprender a dejar de ser tan impulsivo y pensar las cosas —a pesar de que uno de los atractivos principales de Black fuera su eterno síndrome de Peter Pan— no le costó absolutamente nada decirle a Sirius, con una simple mirada, que estaba actuando sin pensar.

—A ver… ¿Snape mencionó a Harry como para preocuparse por él?— Lupin también estaba preocupado y, lógicamente, su primer pensamiento también había sido que algo ocurría con el hijo de James y Lily, pero si él no se detenía a pensar las cosas y se dejaba llevar por Sirius, terminarían ambos en una celda en Azkaban antes del final del día.

Tiene que ser sobre Harry.

El silencio, incómodo todavía por la discusión, hizo acto de presencia entre los dos nuevamente mientras Sirius se acercaba y decía un suave: "¿Por qué otra razón nos contactaría, Lunático?" Sirius Black era capaz de perder su propio rumbo y levantar la voz en un momento y, al siguiente, susurrar como el gran manipulador frustrado que realmente era. Remus hacía mucho que había dejado de impresionarse por eso.

—No estás seguro—dijo, rogando por no estar equivocándose, porque por una parte si no se trataba sobre Harry y Sirius salía a hacer una locura, él nunca se lo perdonaría. Pero si, por el contrario, Black era quien tenía razón y estaban perdiendo el tiempo... si algo le ocurría a Harry. Suspiró, tratando de dejar su sentimentalismo de lado—. Dumbledore, de necesitarnos, nos contactará.

Sirius maldijo en voz baja, murmurando un "Ni siquiera sabemos dónde está Dumbledore. Harry está solo en Hogwarts", y se alejó de Remus con brusquedad.

—Hay veces en las que me pregunto si no te estarás volviendo un cobarde, Lupin.

Remus no dejó que la provocación de Sirius surtiera efecto. El animago, como buen Black, podía ser extremadamente hiriente cuando se lo proponía, sabía dónde atinar la mordida para que la sangre manara fresca y ni siquiera lo pensaba; era instinto, instinto canino que le permitía siempre morder sobre la yugular. Aun con el golpe certero, Remus no respondió… evitó mirar a Sirius a los ojos y se dirigió a una esquina desde donde podía mantener vigilada la chimenea: si recibían una orden directa, lo más probable, es que fuera por esa vía. Las lechuzas eran muy lentas e, igualmente, la ventana estaba abierta por si llegaba una o un patronus.

En menos de dos segundos, Sirius comenzó a dar vueltas por la sala. En menos de cinco zancadas podía recorrer el espacio frente a la chimenea de una punta a la otra. Remus lo observaba desde el rincón.

—Sirius—lo llamó, pero Black lo ignoró para seguir caminando como león enjaulado.

Quizás, en algún punto, sí fuera de cobardes el depender de las ordenes de otras personas: miedo a equivocarse, a errar y caer en la fatalidad o condenar a un ser querido a ella. Era una especie de falta de fe en el propio juicio, pero, al mismo tiempo, se dijo Lupin, era un gesto de humildad. Las propias decisiones, por ser propias, no eran siempre las adecuadas, y eso era algo que creía que Sirius debería haber aprendido mejor que nadie.

—Sirius—repitió el llamado, siendo ignorado nuevamente. Al parecer el enfado seguía corriendo por la sangre de Sirius como el agua por las gastadas cañerías de la mansión Black.

Un reloj en alguna parte de la casa anunció las seis de la tarde, varios murmullos de cuadros que no fueron retirados acompañaron el sonido del aparato. La casa, en eternas penumbras, parecía cerrarse sobre sí misma, en sentido figurado porque Sirius era el único que lo sentía. Aquello era una tumba, una celda, una jaula de horrorosas telarañas. La luz del sol nunca entraba, sin importar cuanto se tallaran los cristales de las ventanas, las alfombras absorbían la luminosidad como si estuvieran encantadas para hacerlo. Sirius pateó la pared cercana a la chimenea, su paciencia se estaba agotando, pero aún así, el irse sin Lupin no era una posibilidad. Su mirada gris fue hacia Remus, quien en una calma que contrastaba con su ansiedad, intentó tranquilizarlo:

—Harry está bien—dijo Remus, queriendo apaciguar la irracionalidad de Sirius y a la propia ansiedad que gruñía dentro de su pecho como un lobo preparándose para cazar.

—¿Y si no lo está?

La pregunta de Sirius quedó sin respuesta.

No habrían pasado ni tres minutos desde que Snape los contactó, cuando la ansiedad de Sirius venció sobre la artificial calma de Remus y ambos intentaban contactar con Hogwarts. Pronto agotaron los recursos más habituales.

—¿Podemos ya enviar un patronus?—preguntó Sirius después de que descartaron por completo la chimenea de Snape, porque todas las de Hogwarts parecían bloqueadas exceptuando la de Dolores Umbridge.

—¿No sería mejor si colocamos sobre Severus un cartel que diga "Estoy con Dumbledore, arréstenme"?—dijo Remus.

Sirius realmente pareció pensárselo.

—Creo que por la biblioteca de mi madre hay un libro con un conjuro similar, lo escribe con sangre en la frente del maldecido. ¿Habrá algún grasoso cabello de Snape por alguna parte que podamos usar para la maldición?

—Sirius… estoy hablando en serio.

Sirius rodó los ojos:

—Exacto: estás hablando. Deberíamos estar ayudando a Harry.

Remus debió contar hasta diez mentalmente para calmarse, porque muchas veces la ansiedad de Sirius terminaba por contagiársele como un cáncer. Lupin se preguntó si, además de Sirius y el difunto James, habría alguien más en el mundo capaz de lanzarse contra todo por un presentimiento o un aviso.

Ambos continuaron esperando, buscando diferentes formas de averiguar si Harry estaba bien antes de actuar. Mientras tanto, en Hogwarts, Harry demostraba ser un digno descendiente de los merodeadores; impaciente como su padre e imprudente como su desafortunado padrino.

5

Sirius subió las escaleras como una tropa de centauros en estampida. El cuadro de su madre gritó y él agradeció eso; cuando la adrenalina estaba al mando no soportaba el silencio. La calma de los demás lo ponía más nervioso. ¿Cómo alguien podía quedarse con la cabeza fría cuando había cosas urgentes por hacer? Jamás lo entendería. La pasión era la base de la inventiva.

Abrió la puerta de su cuarto, la cama estaba precariamente hecha porque Remus había intentado arreglarla, pero él no lo había dejado. Más bien, él lo había entretenido nuevamente contra la puerta del cuarto y finalmente habían comenzado a discutir, ya que Sirius no quería que Remus se fuera a su misión y Lupin no estaba dispuesto a dejarse convencer con sexo. No eran niños y afuera se estaba peleando una guerra, una guerra en la cual Sirius no tenía permitido participar. Tampoco ignorar.

Sobre la mesa de noche, un pequeño y muy conocido espejo descansaba debajo de dos libros llenos de notas: el más grande era "Hechizos y contra hechizos populares en la Edad Media", también llamado "Lo que Lupin considera lectura ligera". Y el otro, más pequeño, era un libro con diferentes frases de autores y personalidades muggles, un libro que Remus había encontrado en la biblioteca de la mansión escondido bajo una sobrecubierta diferente a la que le correspondía. Sirius nunca lo comentó, pero ese libro había pertenecido a su hermano pequeño Regulus.

"Citas de otro mundo" rezaba la portada y, en la primera página, ahora arrancada, había una dedicatoria escrita por el puño y letra de Andrómeda.

Sirius dejó ambos libros sobre la mesa de noche para tomar el espejo entre sus manos. Una incontrolable ola de nostalgia lo invadió cuando con sus dedos rozó la fría superficie. Su cerebro tenía asociada instintivamente ese objeto con James, con Cornamenta y los incontables castigos vividos durante la adolescencia. Eran recuerdos de momentos felices los que traía aquel espejo, momentos de esos que se tiene la certeza que nunca volverán, los que se encuentran teñidos de sepia en la memoria y hacen que el corazón haga una pausa, un minuto de silencio porque nadie puede quitarnos lo bailado, pero tampoco hay quien lo devuelva.

Siendo entraño decir un nombre diferente al de James, Sirius conjuró a Harry, llamándolo apresurado, rogando porque contestara del otro lado del espejo.

Sin embargo, el silencio respondió desde el espejo, solo silencio y su propio desgastado reflejo. Sirius se encontró frunciendo el ceño, nunca había intentado utilizar el espejo para comunicarse con Harry… la idea de entregárselo era que Harry pudiera comunicarse con él, no al revés. El hijo de James ya no era un niño, seguro que lo único que le faltaba era tener a su padrino detrás de él todo el tiempo, preguntándole cómo estaba y comportándose como una madre preocupada que lo extraña.

Sirius realmente preferiría cortarse las venas y las pelotas antes que convertirse en una versión desnutrida de Molly Weasley. Él solamente necesitaba saber si Harry, a quien casi veía como un hijo propio, se encontraba bien.

—Vamos, responde. "Harry Potter"—repitió nuevamente, esperando que el espejo lo comunicara, pero como quien tira una moneda a una fuente y espera un milagro instantáneo, nada ocurrió. Harry no llevaba el espejo con él.

Solo oscuridad al otro lado. Era probable que Harry lo tuviera guardado, escondido… o incluso en su paquete de regalo.

Sonaba justo que así fuera. Harry no es James, siempre dispuesto para una broma, siempre queriendo charlar con Sirius de cualquier tontería, aprovechando cualquier oportunidad para romper las reglas y salir a media noche en búsqueda de la primera aventura que se cruzara frente a ellos en el mapa del Merodeador. Sirius se sentó en la cama preguntándose cuánto tendría Harry de Lily, además de los ojos, bajo ese aspecto tan parecido al de James a su edad. En su vida, Sirius había perdido ya dos hermanos, a James y a Regulus, y debía hacerse a la idea de que Harry nunca remplazaría al primero, por más que se le pareciera…

Un clavo nunca saca otro.

—James, si tú sabes que Harry está bien, sería genial que nos avisaras a los que seguimos acá abajo—dijo, observando hacia la arruinada marquesina del cuarto. El espejo quemaba totalmente frío entre sus manos, inútil como el trozo de vidrio sin la magia que tenía cuando James estaba para contestarlo—. Ya sabes, Remus se pone impaciente cuando no tiene noticias suyas.

Pero como cuando habló con el espejo: la marquesina solamente habló el lenguaje del silencio. Con el poco tiempo que Remus pasaba con él y el aún menor trato que Sirius podía mantener con otros magos o seres humanos, tanto el silencio como la soledad se estaban trasformando en los verdaderos merodeadores de su vida.

6

En ocasiones, Sirius se llegaba a sentir como un juguete al cual se le va terminando la cuerda… cansado por la vida, especialmente en los días en que terminaba comparando a Harry con James y hasta confundiéndolos. Eran esos momentos en los cuales Azkaban le pasaba la factura de doce años de locura y encierro, los momentos en los que Remus lo observaba con dolorosa ternura y Sirius se preguntaba a cuántos pasos se encontraría ya de la tumba para ser merecedor de esas miradas.

Metiendo el espejo en el bolsillo de su túnica, salió del cuarto y bajó las escaleras. En todo el tiempo que pasó arriba, Remus no se movió de junto a la chimenea y no era necesario que lo pusiera en palabras para que Sirius supiera que el lobo estaba más preocupado que él mismo.

Pasaron treinta minutos desde que Snape contactó, media hora y ninguna señal del narigón. ¿Treinta minutos nada más? Pensó Sirius al ver la hora al bajar la escalera. Parecieron una vida.

—Harry no tiene el otro espejo consigo ¿Tú contactaste a los demás?—preguntó Sirius.

—Envié un patronus a Tonks, pidiéndole que alerte a Kingsley y Ojo Loco— Sirius asintió ante las palabras de Remus. Era horrible quedarse esperando, era horrible quedarse esperando encerrado en esa horrible, horrible casa, la ansiedad lo consumía como un cáncer y la metástasis estaba por cubrir su cuerpo completo —. Les dije solamente que estuvieran atentos, aún no tenemos información para hacerlos venir.

Sirius, que antes había estado paseándose por el salón, terminó recargándose en la pared, junto a la chimenea, en la esquina opuesta a Remus, con la vista fija en las cenizas apagadas.

En ocasiones, Sirius deseaba que el tiempo trascurriera como en algunos libros. Esos libros para niños donde faltan las escenas de transición, porque parece que no pasa nada de nada, pero se está a la espera de la tormenta. Le gustaría pasarse las páginas de esas escenas interminables donde sólo se puede esperar para ver cuál será el próximo movimiento de ajedrez del oponente. Son momentos interminablemente aburridos, la adrenalina ya inunda la sangre, pero no es de ninguna utilidad. La mente se siente clara, pero el corazón confuso, y pareciera que los segundos se alargan como una goma de mascar pegada al zapato de la cual uno quiere deshacerse a toda costa. Lástima que la vida no fuera como los libros para niños o como las revistas porno, lástima que la vida se pareciera más a las novelas de tragedia, esas que terminaban con un pañuelo en la mano y una espina más en el corazón.

—Lunático…

Cuando Remus correspondió su llamado con una mirada que no ocultaba la preocupación, una mirada castaña, casi dorada, el lobo latiendo bajo la cubierta y los años pesándole sobre los hombros, Sirius no pudo más que pensar que no ganaba nada con discutirle las cosas. Remus no estaba hecho de ninguna clase de acero, tampoco de roca, estaba hecho de lobo, de lobo y de esos libros, que Sirius sabía, guardaban un mar de dolor dentro, de caricias con los dedos callosos y de miedos. Remus era resistente, pero distaba mucho de ser indestructible.

Sirius suspiró, preguntándose cómo había sobrevivido los silencios de Azkaban —esos que nacían cuando los dementores se alejaban y el llanto de Harry se apagaba, dándole lugar a su propio lamento— sin la compañía del silencio de Remus. Se preguntó si debería decírselo, pero se dijo que no era el momento.

—Olvídalo. No era nada—dijo, regresando la mirada a la chimenea, y se prometió arreglar la discusión en cuanto regresaran.

Ahora, cuando sabía que para poder ir tras Harry debía volver a discutir con Remus —y posiblemente con cualquiera que quisiera obedecer las órdenes de Dumbledore sin pensarlas—, no le veía el menor sentido a gastar saliva en lo innecesario.

Harry era la prioridad por sobre todo. No podía fallarle… no de nuevo.

La chimenea chisporroteó y Remus se alejó un poco, dándole lugar a Snape para aparecerse. Sirius por el contrario dio un paso adelante en ofensiva actitud. Severus, los observó y habló apenas salió de la chimenea:

—Potter no está en Hogwarts—dijo. Su oscura figura parecía hecha para combinar con el eternamente sombrío ambiente de Grimmauld Place.

—¿Qué? ¿No se supone que debías vigilarlo, Quejicus?—dijo Sirius y ni siquiera se preocupó por continuar con su acusación, porque ya avanzaba hacia Severus para romperle la nariz.

—¡Sirius, tranquilo!—Remus intervino, colocándose entre su amante y Severus. Una de las palmas de sus manos sobre el pecho de Sirius para detenerlo al hablarle en un susurro—. No seas estúpido…

—No creo que pueda evitarlo—dijo Severus sin retroceder un ápice.

El comentario de Snape no fue apreciado por ninguno de los dos Merodeadores. Remus retiró su mano del torso de Sirius, fijando su mirada en Severus.

—¿No puede ninguno de los dos comportarse?—preguntó Lupin, sabiendo que el tiempo no sobraba—. ¿Ni siquiera cuando hay cosas más importantes que sus absurdas peleas?

Sirius suspiró y se apartó el largo cabello negro de la cara. Harry era la prioridad, se repitió.

—A ver, comencemos de nuevo—dijo Sirius, con actuada calma—. ¿Por qué Harry no está en Hogwarts y dónde mierda está?

Severus pareció pensar en la mejor forma de contestar las cosas, pero finalmente se decidió por la más claro —y a la vez la más hiriente para Black— así que, sin más, citó textualmente al joven Potter:

—"Tiene a Canuto. Tiene a Canuto en el lugar donde la guardan" fue lo que me dijo.

Después de las palabras de Snape, el alma de Sirius cayó más abajo que el suelo, hasta el subsuelo y más allá. Acababa de caer hasta el infierno, otra vez. Algo dentro suyo se negó a creer que Snape estaba diciendo la verdad.

—¡¿Qué quieres decir con eso?!— intentó acercarse, otra vez con su actitud de "voy a patearte si no hablas más claramente", pero Remus nuevamente lo detuvo.

—…Tiene a Canuto en el lugar donde la guardan—repitió Lupin pensativo, sosteniendo a Sirius para que no hiciera algo de lo que luego se arrepentiría (o quizás no), mientras las palabras calaban profundamente también dentro de él—. ¿Dijo eso? ¿Harry dijo eso? Por eso fue que viniste a cerciorarte…

"…de que yo permanecía aquí" pensó Sirius, completando mentalmente la frase de Remus, sintiéndose sin la habilidad para decirlo en voz alta. Si lo que Severus estaba diciendo era verdad —y no había razones para pensar que se arriesgaría a ser colgado de las pelotas por intentar jugar una broma de ese estilo— eso quería decir que Harry estaba en peligro por su culpa. Pero, ¿por qué no había intentado contactarlo por el espejo de dos caras, si había sospechado que se encontraba en peligro? Diablos, realmente Harry sí había salido muy parecido a James en eso de actuar primero y pensar después.

—Pero, eso sólo puede significar que Harry sabe ¿no?—preguntó Remus. Y por la mirada que él y Severus le lanzaron, Sirius se sintió en la obligación de defenderse.

—Más bien creo que el problema es lo que no sabe y no lo que conoce.

Severus se aclaró la garganta, como si quisiera igualmente culpar a Black de soltar información inapropiada a Harry Potter, pero fue ignorado.

Harry había sido engañado, Harry necesitaba ayuda, Harry estaba en peligro… y era por culpa del cariño que sentía por su padrino. Era fácil para Sirius culparse de ese modo, pero era más fácil culpar a Snape por no cumplir con ninguno de sus labores.

—Te dije que si algo le pasaba a Harry…— comenzó nuevamente Black, siendo detenido de nuevo por la mano de Remus sobre su pecho, calmándolo, obligándolo a pensar primero y a golpear después.

—Sirius, no tenemos tiempo—dijo Remus, observándolo a los ojos. Sirius maldijo en voz baja, dejaría el patear a Severus para después.

Severus se giró nuevamente hacia la chimenea, Black odió que le diera la espalda. ¿Tan seguro estaba Snape de que Remus no permitiría que lo atacara? En otros tiempos jamás le habría dado la espalda. En otros tiempos Sirius era más que un ama de llaves encargado de cerciorarse de que la limpieza fuera al día, lo tenían degradado a Molly Weasley Junior. Quizás los gritos de su propia y encuadrada madre estaban en lo cierto, era una vergüenza para sí mismo.

—Regresaré al colegio—dijo Snape.

Y sin más, Severus Snape desapareció por la chimenea de vuelta a Hogwarts, de vuelta a hacer algo, de vuelta a donde se desarrollaba lo interesante. Sirius, que se había prometido que el día en que sintiera envidia por alguien como Severus Snape iba a suicidarse, decidió que romper una promesa no dicha en voz alta no era nada grave.

—Mandaré el aviso al grupo—dijo Remus una vez que la última chispa se disipó.

—Remus—llamó Sirius, cuando Lupin estaba dirigiéndose a la ventana para mandar su patronus. Remus giró el rostro y Sirius habló con seriedad, sin dar lugar a replicas—; vete haciéndote a la idea de que será un grupo de cinco.

Remus esbozó una de sus sonrisas, esas que eran más cansada comprensión que otra cosa, comprensión basada en la resignación de saber que no había nada que pudiera hacer que dejarse llevar por la corriente, y asintió:

—Lo sé, Canuto… ya me lo veía venir.

7

El lugar donde Sirius y Remus se aparecieron estaba oscuro y, apenas llegaron, una varita se presionó contra la garganta del primero. Sirius no pudo evitar contener la respiración un segundo, aunque luego alejó la varita de su cuello con un simple movimiento de su mano.

—Moody…

—Si yo fuera un mortífago —dijo Ojo loco, apuntándolo con la varita como si se tratara del puntero de un profesor—estarías muerto, Black.

En la oscuridad se llegaba a discernir la silueta de Kingsley a menos de dos metros de distancia. El aire del interior del ministerio era ligeramente espeso en aquel lugar por la cantidad de hechizos que eran conjurados durante el día, como si todo estuviera cubierto por una etérea pero tangible lona negra que solo permitiera ver las figuras a trasluz.

—No estés tan seguro —contestó Sirius, en un intento de broma—. Que el mortífago más buscado de toda Inglaterra, soy yo.

—Exactamente —murmuró Ojo Loco, apuntándole nuevamente con la varita, clavándosela justo sobre la yugular y ejerciendo presión—. ¿Qué haces aquí? Tu orden era no salir del cuartel.

Sirius ésta vez ni siquiera alteró su respiración:

—Las órdenes cambian, Moody— no alejó la varita de Alastor de su propio cuello, sino que se acercó todavía más, en claro desafío—. ¿O temes que te robe toda la acción?

Tonks apareció en ese momento y conjuró un Lumus, cuya luz verdosa se reflejó en el cristal del ojo mágico de Moody que no parecía contento con la respuesta dada por Sirius. La chica de cabello rosa chicle, ignorando a Moody, sonrió a su primo y a Lupin susurrando un "¿estamos todos?" que fue respondido por un asentimiento colectivo y el comentario de "llegas tarde" por parte de Alastor. Su ojo mágico giró en todas las direcciones, como cerciorándose de quiénes se encontraban en los alrededores.

—¿Dónde está Harry y cómo entraremos?—preguntó Remus, hablándole a Kingsley, que era quien más conocía del interior del Departamento de Misterios.

—Las protecciones están bajas, pero no se puede saber con certeza dónde está. Tendremos que aparecernos en todos los cuartos hasta encontrarlo.

Remus se giró hacía Sirius, listo para decirle algo, cuando éste se adelantó. El mal presentimiento de Remus se hizo realidad.

—Bien, que así sea —dijo Sirius y, acto seguido, se desapareció en una brillante luz blanquecina, producto de todos los hechizos que pululaban en el ambiente del Departamento de Misterios. No esperó a nadie, ni necesitó de más información.

Harry era la prioridad.

Remus se quedó con el "detente" en la punta de la lengua, pero finalmente miró a Alastor y, aclarándose la voz, dijo apresuradamente:

—Nos adelantaremos.

Nadie hizo ningún comentario extra sobre lo dicho por Remus, quien enseguida desapareció en una luz muy similar a la de Sirius. Después de que ambos partieron, la luz blanquecina de la aparición tardó un par de segundos en disiparse, como una bruma blanca y brillante en medio de una noche sin luna.

Moody gruñó molesto algo que sonó como "malditos niños", refiriéndose irónicamente a Sirius y a Remus y no a Harry y su grupo, y su ojo mágico se fijó en un punto lejano, como viendo a través de las paredes de azulejos negros.

—Tengo a los mortifagos en el ojo.

—¿A la cuenta de tres seguimos a Alastor?—preguntó Kingsley.

Alastor se desapareció sin esperar la cuenta y Tonks lo siguió obsequiándole un encogimiento de hombros a Kingsley. Aparentemente, nadie valoraba la organización.

Kingsley desapareció también, siguiendo el rastro dejado por los demás, rogando a Merlín porque todos salieran de allí con vida. Lamentablemente, Merlín parecía estar en la ducha o algo así, porque nunca llegó a escuchar su pedido a tiempo.

Continuará...


¡Felices Pascuas a todos!