Se cree que el cielo y el infierno pueden encontrarse en la Tierra misma, pero que mientras los corazones humanos sean capaces de albergar tanto maldad como bondad será imposible edificar el tan anhelado concepto que la humanidad espera del nombrado paraíso.

Sin embargo, el mundo ahora gira sobre una era en la que nunca estuvieron tan cerca de lograrlo.

Hace cuatro estaciones, los dioses de la muerte devastaron el mundo con su poder. Los guerreros de la Tierra se enfrentaron a sus huestes malignas, librando encarnizadas luchas, alcanzando la victoria tras un camino tortuoso y lleno de sacrificios.

La más conocida fue aquella en la que Hades, antiguo dios del Inframundo, fue vencido por la lanza dorada empuñada por Atena, en compañía de sus santos. Siendo la más ignorada la que decidió el fin del mundo como se conocía, una batalla que está destinada a no ser recordada salvo por escasos individuos que cargarán con el peso de todas las pérdidas sufridas, siendo esa su penitencia al haber sido los causantes de tal desenlace.

Penoso fue que, pese a todo ese esfuerzo y la aniquilación de las entidades oscuras, la victoria no reparó el daño que desequilibró el planeta, mas el milagro suscitado después de la catástrofe compensó en gran medida todo el sufrimiento… Aunque el costo siempre será debatible.

-* El legado de Atena*-

Por Ulti_SG

PRÓLOGO.

"Herederos"

Aún en la muerte, nuestras almas estarán al servicio de Atena.

A la velocidad del sonido un joven corría por una planicie desolada y árida. El atardecer comenzaba a caer sobre el escenario montañoso que divisaba en el horizonte, por lo que los rayos del astro rey se reflejaron en su armadura sagrada una vez que decidiera detenerse, buscando tal vez orientación. Tenía claro su destino, aunque no el camino que debía tomar para llegar a él lo más pronto posible.

Durante esa pausa que empleó para inspeccionar los alrededores, el joven se encorvó bruscamente al sentir una inquietante punzada en el pecho, a la altura del corazón, justo el lugar donde recordaba haber sido herido por la siniestra espada de Hades.

Seiya de Pegaso dio algunas respiraciones que le causaron dolor, no obstante, como en ocasiones anteriores, la agonía desapareció a los pocos segundos, sin más complicaciones.

Decidió sentarse un momento para recuperar el aliento. Allí, mientras contemplaba el paisaje, volvió a cuestionarse sobre los extraños cambios sufridos en el planeta.

Aunque sus memorias del enfrentamiento contra Hades continuaban siendo confusas, lo único claro es que él y sus hermanos fueron capaces de regresar al mundo de los vivos.

Lograron salir del Elysium gracias al cosmos divino de su diosa, despertando en la Tierra, ilesos, sin que Atena se encontrara entre ellos. Mas esa no fue la única preocupación, pues no tardaron en darse cuenta de la renovación ocurrida en el Tierra, por el aire limpio que se respiraba en ella, el modo en que el agua corría arrastrando una nueva fuerza y por como las plantas florecían en suelos antes infértiles.

En un primer momento lo atribuyeron a la derrota de Hades y a las oraciones de Atena, pero estaban lejos de acertar.

Tras su retorno al Santuario, esperando encontrar respuestas a la desaparición de la diosa, Seiya, Shiryu, Hyoga, Ikki y Shun se percataron de la ausencia de ciudades enteras, aquellos lugares donde alguna vez se alzaron grandes metrópolis habían desaparecido, como si la tierra misma las hubiera engullido, y no sólo a los edificios, sino también a un sinnúmero de sus habitantes.

"¿Podrían haber sido víctimas de la guerra santa?" Pensaron en un inicio, descartando tal deducción al reencontrarse con Shaina, Marin, Kiki, Jabu y el resto de los santos de bronce, quienes no entendían de lo que hablaban. Ellos no recordaban los escenarios modernos que describieron con detalle; para Shaina y los demás, las cosas en el mundo siempre habían sido así…

El desconcierto fue demasiado para Seiya que, pese a haberse reencontrado con su hermana Seika, no pudo quedarse de brazos; un sentimiento que compartió con sus hermanos, quienes se esforzaron por hacerles recordar a los demás ese mundo avanzado en el que todos crecieron, sin éxito.

Decidieron entonces separarse para buscar respuestas por donde fuera posible.

Seiya viajó junto a Seika hacia Japón, donde volvieron a ver a Miho y a los niños del orfanato. Shiryu regresó a Rozan, donde Shunrei lo recibió con gran alegría. Hyoga se dirigió a Asgard, esperando que Hilda de Polaris, la representante del dios Odín, pudiera saber algo. Shun volvió a lo que alguna vez fue la Isla Andrómeda, donde June y otros sobrevivientes todavía vivían. Ikki desapareció sin dar cuentas de su dirección, ni de sus planes.

Y pese a tales esfuerzos, la situación continuaba siendo la misma. Absolutamente nadie recordaba la última versión del mundo que los jóvenes santos de bronce tenían impresos en sus recuerdos. ¿Algún acto de los dioses? Tal vez, ¿pero con qué fin?

Omitiendo ese inexplicable y aterrador hecho, todo en el mundo parecía funcionar a la perfección, respirándose una paz que bien podría ser eterna.

Entonces — ¿por qué no me siento satisfecho? — se torturaba Seiya constantemente. ¿No es lo que siempre buscaron? ¿No era ese el sueño de Atena? ¿Un mundo donde la paz y la bondad reinaran sobre las personas…? ¿Una Tierra donde ellos pudieran vivir como jóvenes normales, lejos de los conflictos?

Seiya en verdad se esforzaba por aceptar la nueva realidad en la que despertó, pero le era imposible al pensar en el destino de los millones de habitantes que habían desaparecido de la faz de la Tierra.

El santo entendió que jamás podrá vivir tranquilo, ni en paz, en un mundo donde Saori no esté. Debe encontrar la respuesta, así como el paradero de Atena, convencido de que tal vez ella también fue víctima del extraño fenómeno.

El joven salió de sus remembranzas al ser alcanzado por el sonido de un fuerte palpitar, uno que lo estremecía cada que golpeaba sus sentidos; tal sensación lo asaltó por primera vez en Japón, despertándole la ansiedad de volver al Santuario. Creyendo que podría ser un llamado de Atena es por lo que de inmediato emprendió el camino hacia Grecia, después de casi un año de ausencia.

Todavía abrumado por lo que aquello le hizo sentir, de repente se supo asechado, girando con los puños en alto dispuesto a enfrentar cualquier amenaza, mas se contuvo al encontrar allí los rostros de sus buenos amigos.

— Tenías razón Shiryu, se trataba de Seiya— sonrió Shun, acompañado por otros dos santos.

— ¡Shun, Hyoga, Shiryu, qué gusto verlos, amigos!— Seiya se alegró—. Pero esto no puede ser una coincidencia, no me digan que ustedes también…

Hyoga asintió, adelantándose— También escuchamos el llamado, Seiya. Nos dirigimos al Santuario para averiguar qué lo provoca.

Shiryu y Shun asintieron también.

— Al principio creí que podría tratarse del cosmos de Atena intentando comunicarse con nosotros, pero… algo no está bien, este cosmos que percibo es totalmente diferente al de Saori, posee otro espacio— explicó Shiryu, quien tras regresar del Inframundo volvió a carecer del sentido de la vista.

— Tuve la misma sospecha— concordó Seiya—, pero ahora que lo mencionas, es verdad, no parece ser ella… Lo que significa que alguien logró entrar al Santuario, ¡tal vez esto sea una trampa!

— No lo descubriremos si rechazamos la invitación que cortésmente nos ha enviado— puntualizó Hyoga.

— Si santos como Shaina y Marin continúan vigilando el recinto de Atena, podrían estar en problemas. No tenemos otra opción— Andrómeda añadió, angustiado.

— Tienen razón. Entonces en marcha, no demoremos más— Seiya señaló la dirección hacia donde se encontraba el Santuario.

Las cuatro saetas de bronce recorrieron distancias a gran velocidad. Aún cuando sus ropajes sagrados perdieron la divinidad que ganaron en el Elysium, la resistencia de estos era indiscutible. Confiaban poder enfrentar a cualquier nuevo enemigo ellos solos, no por nada bajaron al Inframundo antes y regresaron victoriosos.

La noche los recibió cuando llegaron al Santuario. Por su última visita recordaban el lugar parcialmente en ruinas, huella irrefutable de las intensas batallas libradas entre espectros y santos; sin olvidar el choque de dos Exclamaciones de Atena que estuvo a poco de destruirlo todo.

Esa es la imagen que esperaban encontrar a su regreso, pero lo que estaba delante de ellos los dejó perplejos. Los templos y las instalaciones se alzaban intactos con la arquitectura de la época antigua, con nuevos detalles que le cedían a cada estructura una imponencia jamás antes vista.

El sonido de agua fluyendo le indicó a Shiryu la existencia de algún manantial o fuente, así como el aroma del fresco rocío evidenció la creación de jardines.

— Esto es… ¿Qué es lo que pasó aquí?— Shun se acercó a una de las fuentes, observando su reflejo tan claro como si se tratara de un espejo.

Por mucho que hubiera sido el esfuerzo de cualquier antiguo santo para reconstruir el Santuario, no habría logrado tal resultado en tan poco tiempo. Además, es sabido que la fortaleza tiene la capacidad de restaurarse, pero sólo cuando un cosmos divino decidiera levantarlo.

Sin duda alguna, alguien le había dado nueva vida al recinto sagrado, pero no se trataba de la diosa de la sabiduría, de eso se convencían cada vez más.

— Ahí está de nuevo— Shun se sujetó la cabeza, víctima del misterioso llamado—, es mucho más fuerte que antes, nos estamos acercando.

— La cámara del Sumo Sacerdote, allá debe ser— intuyó Shiryu, dejándose guiar por sus sentidos.

— Atentos, amigos. Cualquier cosa podría esperarnos adelante, no bajen la guardia— aconsejó Seiya, siendo el primero en marchar a toda velocidad.

Ascendieron por las doce casas, el camino obligado para quienes desean llegar al Templo de Atena.

Esperaban ser atacados en cualquier momento, no obstante, traspasaron los doce templos sin ningún impedimento.

A poco de llegar al Templo del Pontífice, Seiya frenó al divisar un cuerpo inmóvil en el suelo.

— ¡Shaina!— gritó, reconociendo a la mujer tendida en las escalinatas.

Corrió hacia ella, seguido de cerca por sus compañeros, levantándola por la espalda y buscando una reacción de su parte. A simple vista no se encontraba herida.

La máscara de la amazona cayó de su rostro por su propio peso, por lo que Seiya pudo comprobar que estaba en perfecto estado.

Al respetar la ley de las máscaras, los otros tres santos mantuvieron distancia, limitándose a vigilar el entorno.

La cara de Shaina no reflejaba angustia, ni dolor, mas bien estaba inmersa en una absoluta paz, como si sólo estuviera durmiendo plácidamente.

— Shaina, por favor, reacciona— Seiya la sacudió un poco. Respiraba, eso era evidente por el movimiento continuo de su pecho, mas no llegaba a comprender la razón de su estado—. Despierta— se atrevió a tocarle el rostro con delicadeza, siendo el simple tacto por lo que ella comenzó a reaccionar. Sus cejas se arquearon débilmente antes de que sus ojos se abrieran por completo.

Ella contempló en silencio a Seiya, quien emitió un sonido de alegría ante su despertar.

— Sei... ya...—Shaina musitó débilmente.

— Tranquila, todo está bien— le aseguró, manteniéndola en sus brazos.

Sólo por un momento, Shaina se permitió el papel de una débil mujer. Por reencontrarse con el hombre que amaba después de un año, se permitió dicho capricho.

— ¿Estás bien, Shaina? ¿Qué es lo que pasó? ¿Quién te hizo esto?— el santo preguntó con repentina urgencia.

La santa de Ofiuco fue la única miembro del antiguo Santuario que permaneció custodiándolo. El resto de hombres y mujeres que allí servían se marcharon en la búsqueda de familia o amigos, pues el inicio de la era de paz y la ausencia de la diosa, junto a la falta de un nuevo Patriarca, despertó en muchos la necesidad de buscar un camino diferente. Shaina no les guardaba rencor, ni mucho menos los consideraba traidores, pues bien sabía que el deseo de Atena era una vida próspera para todos sus fieles.

Tal vez fue una orden silenciosa que dejó latente en el corazón de todos sus santos.

Mas Shaina de Ofiuco decidió que el Santuario nunca debía quedar desprotegido, ni carente de vigilia, por lo que se autoproclamó la guardiana del recinto sagrado hasta que alguna señal le indicara un nuevo deber.

Al ver de nuevo a Seiya le despertó cierto resentimiento pues, siendo el único al que le permitiría romper la cadena que la mantenía en el Santuario, el santo egoístamente partió hacia Oriente y nunca miró atrás. Dejando inconclusa la historia existente entre ellos.

— Un hombre— todavía somnolienta, ella logró pronunciar, olvidándose de cualquier reclamo para el santo de Pegaso — … está en el Santuario. Intenté detenerlo, pero insistió en subir y… — el momento en que atacó al intruso vino a su mente.

Cuando su técnica mortal fue eludida, el intruso sólo tuvo que tocarle la frente con la punta del dedo índice para que todo se volviera oscuro— … Es muy hábil, yo… Estoy bien, no me lastimó pero… Seiya, debes ir tras él— recogió su máscara para colocarla de nuevo en su rostro, apartando sin sutilezas los brazos del santo.

— Iremos juntos— dijo él, a lo que Shaina negó.

— Sólo los retrasaría, Seiya, vete ya— ordenó, apoyándose contra un muro, demostrando así que aún estaba débil por el maleficio impuesto en ella—. No pienso repetirlo, anda— exigió al verlo titubear, como siempre lo hacía.

— Shaina, ¿conoces la identidad de ese hombre?— intervino Shiryu, sabiendo que debían reanudar la marcha.

Shaina negó con la cabeza— Es la primera vez que lo veo… No me dijo su nombre, pero… había algo en su cosmos que me resultó familiar…

— Espera aquí entonces, regresaremos por ti— Seiya prometió antes de seguir a los demás que ya se adelantaban.

Las escaleras que conducían hacia el templo de Pontífice nunca le parecieron tan interminables, salvo por la vez en que las cruzó para salvar la vida de Atena, superando la alfombra de rosas diabólicas con la que el caballero de Piscis protegió al camino hacia el Sumo Sacerdote.

Aunque ninguno de ellos tenía la intención de parar hasta hallar al intruso, Seiya, Shun y Hyoga lo hicieron de repente al notar algo nuevo, justo antes de llegar al umbral del gran templo.

Paso a paso redujeron la velocidad, intrigados por las fascinantes esculturas que se hallaban empotradas en un muro. Shiryu fue el último en detenerse, sin comprender el motivo por el que sus compañeros lo hicieron en primer lugar.

Allí, emergiendo de entre las paredes de sólida piedra, las figuras de varios hombres formaban parte de una obra de arte. La maestría del artista debió ser tremenda para lograr los exquisitos detalles que convertían relieves y volúmenes en un retrato exacto de individuos que reconocían perfectamente.

El mural parecía tener vida propia, pues las facciones de cada uno de esos hombres poseían una naturalidad imposible de tallar en piedra. La obra representaba claramente la gloria y poderío de los santos dorados, doce de ellos formados armónicamente bajo la magnanimidad del emblema de Niké que simulaba un sol radiante.

— ¿Seiya, qué ocurre?— el santo de Dragón se preocupó.

— N-no me lo creerías si te lo dijera Shiryu… Esto es… cielos, siento como si en cualquier momento fueran a moverse— intentó responder, azorado por las esculturas.

Cada línea de determinada armadura estaba ahí, eran sin duda los santos que sacrificaron sus vidas ante el Muro de los Lamentos.

Hyoga reconoció al santo de Acuario como su maestro Camus, y a Escorpio como el veloz Milo.

Shun miró detenidamente las figuras que pertenecían a Afrodita de Piscis, Shaka de Virgo y Saga de Géminis.

Seiya no se contuvo y con extremo cuidado palpó la escultura del santo que reconocía como Aiorios de Sagitario, junto al que estaba Aioria de Leo y el valeroso Aldebarán de Tauro.

Shiryu habría compartido el mismo asombro de poder contemplar las imágenes pertenecientes a Mu de Aries, Máscara Mortal de Cáncer, su maestro Dohko de Libra y Shura de Capricornio.

Fue sobre la misma estatua en la que todos fijaron la vista al final, la que se posicionaba más próxima al radiante símbolo de la diosa de la victoria, Shion de Aries, con su atuendo de sumo Pontífice.

Los sacudió una terrible nostalgia al reencontrarse, aunque fuera de esa forma, con los heroicos santos dorados. Ninguno podía imaginar la razón por la que ese mural fue elaborado pero, algunos se sintieron agradecidos porque honraran a los caídos justicieros que lo sacrificaron todo en defensa de Atena y la humanidad.

Una vez que Seiya recordara la razón por la que estaban allí, creyó que se trataba de un engaño por el que descuidadamente terminó bajando la defensa. Lo consideró todo un vil truco, por lo que fue el primero en volver a andar, todavía más enfurecido que antes.

Sus pisadas resonaron cuando entraron al templo, encontrándose con una gran compuerta blanca, el obstáculo final para descubrir la identidad del invasor.

Seiya empujó con rudeza las puertas del Gran Salón, abriéndolas de par en par. En dicho instante escucharon una voz que les dio la bienvenida— Qué forma tan inapropiada para arribar a este honorable recinto. Cuando menos pudieron tocar para anunciar su llegada, ¿no lo creen? Sí que son maleducados.

Los santos de bronce rápidamente divisaron una silueta subiendo el último escalón que conducía hacia el trono del Pontífice, quedándose a un sólo paso de distancia del mismo.

— ¡Detente ahí!— Seiya exigió, adelantándose a la formación.

— ¿Cuál es el significado de esto?— cuestionó Shiryu, secundándolo— ¿Quién eres, qué es lo que buscas aquí?

Los santos tenían ante ellos a un joven bastante delgado, vestido con una larga túnica de viajero deshilachada color marrón. Este palpó la cabecera del trono con nostalgia, para después volverse hacia el grupo, dedicándoles una sonrisa amigable y pasiva.

— Seiya, Hyoga, Shiryu, Shun, los esperaba—nombró a cada uno.

Los cuatro santos se miraron entre ellos, confundidos. El sujeto era un completo desconocido, pero él parecía saber mucho sobre ellos...

Ante el misterioso joven, Shun buscó alguna señal de sus cadenas, pero permanecieron quietas al no percibir peligro.

— Tardaron más de lo esperado, hasta llegué a temer que ahora que la paz reina en nuestro mundo se olvidarían por completo de este sacro lugar— prosiguió el joven de cabello café y ojos negros que delataban su ascendencia oriental—. Pues si ustedes son el futuro del Santuario, ¿qué será de nosotros?

— Hablas por hablar, si no tienes un motivo justificable para estar aquí y armar este alboroto, ahora mismo voy a sacarte por la fuerza—Seiya amenazó.

— Aguarda, Seiya—el santo del Cisne lo retuvo—. Identifícate ahora y nos ahorraremos más malentendidos— insistió al invasor.

La incertidumbre impedía que los santos decidieran avanzar más, sin mencionar que la presencia de aquel individuo les resultaba inquietante... Como si su cosmoenergía fuera capaz de someterlos de algún modo.

— Vaya. ¿Así es como tratan al pobre y cansado viajero después de largos días de peregrinaje? — comentó sarcástico el forastero.

— Lo dice quien ha entrado a este Santuario sagrado sin permiso, pasando por encima de uno de sus santos protectores —espetó Shiryu—. No tienes autoridad para estar aquí, por lo que esperamos una explicación que explique tal allanamiento, o mejor aún, que te marches.

— Por supuesto que tengo derecho de estar aquí—aseguró el sonriente extraño antes de sentarse en el trono dorado.

— ¡Esto es inaudito!— bramó el santo de Pegaso —. ¡¿Quién te crees?!

— ¿Intentas provocarnos para iniciar una batalla?— secundó Hyoga, igual de ofendido.

— Por favor, únicamente revivo viejas costumbres— pese a la indignación de todos los presentes, el hombre se relajó en el asiento—. Hace años, solía sentarme aquí todo el día, tomando decisiones importantes sobre el Santuario y sus habitantes.

— ¡Mentira!— exclamó Seiya—. Sólo grandes hombres se han sentado en ese lugar, incluyendo a la misma diosa Atena. No eres más que un hablador que ha profanado el Santuario para confundirnos con cuentos absurdos.

— Haces mal en hablarme de esa manera, Pegaso— le advirtió el joven, sin intenciones de abandonar el trono del Pontífice.

— ¡Eres un canalla al que no toleraré más!— el santo de bronce se lanzó en dirección a él sin que ninguno de sus compañeros pudiera detenerlo.

— ¡Seiya, detente!— espetó Shiryu.

— ¡Espera Seiya, no hay necesidad, el hombre frente a nosotros no es una amenaza, mi cadena no lo considera peligroso!— Andrómeda gritó también, en vano.

— ¡Pegasus Ryu Sei Ken! (¡Meteoros de Pegaso!) —clamó, desplegando su cosmos iracundo.

Sin siquiera molestarse en ponerse de pie, el invasor lo único que hizo fue mover ligeramente los brazos hacia los lados. Para sorpresa de los presentes, y del mismo Seiya, los meteoros no alcanzaron su objetivo, fueron devorados por un muro de energía que se materializó a través del cosmos que proyectó el joven misterioso.

— ¡Imposible!— exclamó el santo de Cisne— ¡Qué cosmos tan sorprendente!

— Esa técnica... ¡No puede ser otra más que la Crystal Wall (Muro de Cristal)! — dedujo Shun.

— ¿Qué dices? — Seiya detuvo su ataque—. ¡Eso no puede ser!

El intruso rápidamente bajó los brazos, desvaneciendo la barrera que lo protegió. Decidió ponerse de pie antes de hablar— Pegaso, veo que sigues siendo tan impertinente como siempre— comenzó a bajar escalón por escalón—. Creí que la última guerra te haría madurar. El poder de tu cosmos es indiscutible, pero deberás crecer en otros aspectos si en verdad servirás a los planes de Atena.

— ¿Planes de Atena?— Shiryu repitió, intrigado.

— Explícate—pidió Hyoga, todavía a la defensiva.

— La reconstrucción del Santuario, claro está —accedió a hacerlo—. Esos son sus deseos, y el que se los transmita a ustedes, sus santos más fieles, la razón por la que regresé a este mundo.

— ¡Eres un...! —Seiya se negó a creer que un extraño fuera el vocero de la diosa desaparecida, pero antes de que se lanzara de nuevo a la ofensiva, Shiryu se interpuso en el camino.

— Todo este tiempo nos ha hablado con demasiada familiaridad, sin embargo, su identidad nos resulta todo un enigma —aclaró Shiryu, respetuoso—. No le ha hecho daño a nadie ni aunque han alzado sus puños contra usted, lo que significa que en verdad viene en son de paz. Dice tener un mensaje de Atena para nosotros, ¿pero por qué creer tal cosa? ¿Quién es usted para que ella deposite tal confianza?

El joven misterioso guardó silencio los segundos restantes que le tomó bajar la escalinata, volviendo a sonreír al sentirse bastante complacido— Sin duda alguna, de los cinco, tú eres el más sensato, Dragón, no por nada fuiste discípulo de Dohko.

Sin que nadie se lo impidiera, el hombre se encaminó hacia el alto espejo que cubría una de las paredes laterales del salón, donde observó con detenimiento su reflejo, así como las caras llenas de interrogantes de los santos.

Shiryu era el más intrigado ahora, pues mencionó a su maestro con camaradería y melancolía.

El forastero cerró los ojos un momento, antes de proseguir —Estos meses en los que ha reinado la paz puede que los haya estropeado un poco, mas no los culpo, cualquiera se dejaría llevar por su influencia. Han olvidado que no sólo necesitan de sus ojos para reconocer a un amigo —dio un leve suspiro—. Este rostro, este cuerpo, esta voz, no son míos — confesó—, pero debo admitir que ha sido divertido confundirlos.

— Genial, ahora se mofa de nosotros— comentó Seiya, cada vez más impaciente.

— ¿Por qué no terminar con las intrigas de una vez? —preguntó Hyoga, comenzando a sentir lo mismo.

— Jóvenes—el hombre volvió a suspirar, resignado—… No permiten que un viejo como yo se divierta —se giró hacia ellos, extendiendo su cosmos dorado por todo el salón.

Seiya, Shiryu, Hyoga y Shun se inquietaron por el incremento de poder. Ante los incrédulos santos, el panorama cambió de repente, dejaron atrás el interior del Templo del Pontífice para encontrarse rodeados por el espacio exterior. El cosmos que cubría al misterioso hombre formó la silueta de una persona diferente, una que reconocieron con asombro.

En cuestión de segundos se materializó un hombre de despeinada cabellera esmeralda coronada por un casco dorado; vestía una larga toga blanca que se sostenía de sus hombros para cubrir todo su cuerpo. Éste les dedicó una leve sonrisa, esperando la única reacción posible.

— ¡Shion de Aries!—los santos exclamaron al unísono, por lo que el nombrado asintió.

— No puede ser...— susurró Shiryu, expresando el pensamiento de los demás.

Es un gusto volver a estar frente a ustedes, santos de Atena —habló con su auténtica voz—. Estoy aquí, como antiguo Patriarca del Santuario, con el propósito de dictar las últimas ordenes de nuestra diosa.

—... Gran Maestro... ¿cómo es que usted puede estar aquí?— sólo hasta entonces Seiya logró hablar con algo de respeto— Creí que...

Son muchas las dudas que leo en sus ojos, mas mi tiempo es corto, por lo que les suplico que me escuchen con atención— pidió, a lo que sus oyentes aceptaron—. Desde tiempos remotos han existido numerosas órdenes encargadas de proteger la santidad, la libertad y la existencia de nuestro mundo. Nosotros, como santos de Atena, formamos parte de la línea de defensa más importante, pero no la única—explicó—. La Tierra ha contado con centenares de hombres y mujeres valientes que como nosotros la han protegido con sus vidas.

— ¿Quiere decir que se han librado batallas donde otros guerreros pudieron haber necesitado de nuestra ayuda? ¿Por qué no se nos informó? —cuestionó Shun.

¿Acaso alguien más se ha involucrado en nuestros conflictos? —preguntó el antiguo Patriarca—. Andrómeda, los Santos de Atena, así como los Dioses Guerreros de Odín, los Marine Shoguns de Poseidón e incluso los Espectros de Hades, tenemos responsabilidades establecidas que debemos llevar a cabo, justo como lo hacen los demás defensores, llámense sacerdotes, hechiceros, videntes, shamanes e incluso los humanos ordinarios. Todos llevan a cabo una función en este planeta, siendo así como se mantiene un equilibrio. Además, si involucrábamos a seres como ellos en las guerras santas, es posible que ninguno hubiera sobrevivido. Son comunidades poderosas, es cierto, pero el derramamiento de sangre habría sido innecesario, Atena lo sabía muy bien, por lo que en su infinita bondad jamás pidió nada a las demás órdenes. Así ha sido desde la era del Mito, pero— realizó una ligera pausa— ella desea que eso cambie.

Finalmente se llegó a la paz por la que Atena y muchos otros han luchado. Los mismos dioses se encuentran complacidos con lo que ha ocurrido en este mundo, pero no por ello se debe bajar la guardia. Aun en época de quietud, el Santuario debe existir, deberá resurgir y volver a ser lo que fue mucho antes de que la maldad de Saga lo corrompiera, pues es la única forma en la que se podrá proteger el legado de Atena.

— ¿El legado de Atena?— meditó Hyoga, confundido.

— Debe referirse a este tiempo de paz que las luchas han traído—explicó Shiryu, comprendiendo las palabras de Shion—. Atena siempre ha luchado por la justicia y la paz, después de tantas guerras y sacrificios, lo ha conseguido.

Y como sobrevivientes de la última guerra, serán ustedes los responsables de que eso se lleve a cabo—añadió Shion, asintiendo.

— ¿Reconstruir el Santuario? ¿Cómo se supone que haremos eso?—preguntó Seiya, aceptando la misión.

Una nueva generación está floreciendo en nuestro mundo, con las aptitudes necesarias para convertirse en santos.

— ¿Cómo los encontraremos?—inquirió Seiya nuevamente.

A algunos los encontrarán en el camino y otros serán acarreados por la mano del destino hasta aquí— dijo Shion—. No teman jóvenes santos—agregó Shion al ver la consternación en sus miradas—, no estarán solos en esto. Aún hay personas del antiguo Santuario que no dudarán en apoyarlos— les aseguró con una expresión cálida—. Nuestra Orden se creó con la finalidad de proteger a Atena en cada una de sus reencarnaciones, pero aunque ella se haya ido, somos nosotros quienes debemos velar por preservar su legado, uno que, contra todo lo que ella creía, al fin se logró. Siendo ese el motivo por el cual el Santuario debe renacer.

— ¿Saori volverá?— Seiya al fin se atrevió a preguntar.

Saori Kido... Ella no volverá —respondió con sinceridad—. Al final de su enfrentamiento contra Hades, despertó completamente como Atena, por lo tanto, le fue imposible regresar. Su vida aquí, con ustedes, sólo fue parte de una constante preparación para recuperar su auténtica divinidad. Ha vuelto a donde pertenece, donde sin duda hará un mayor bien.

Seiya bajó la cabeza, oprimiendo los puños con frustración.

Pero aunque ella ya no esté aquí, se preocupa por la Tierra que tanto ama, siendo su deseo el que el Santuario perdure por eras venideras. Mas ella también anhela cambios, y entre ellos está el crear lazos de hermandad con las demás órdenes, alianzas que permitirán al Santuario un nuevo comienzo, con cimientos más fuertes e indestructibles.

— Maestro Shion, ¿usted sabe lo que pasó en la Tierra, el por qué es tan diferente ahora?— inquirió el santo de Dragón, sabiendo que no tendría otra oportunidad—. ¿Por qué es que todos han olvidado cómo era este mundo en verdad? ¿Por qué únicamente nosotros parecemos recordarlo?

Shion dudó un momento antes de responder— No está en mí decírselos, algún día obtendrán su respuesta… Mas algo les puedo asegurar: fue lo mejor, no intenten cambiarlo.

— ¡Pero…!— Seiya se exaltó.

Pegaso, confía— pidió el antiguo Patriarca, con una mirada que suplicaba respeto a su decisión.

— ¿Cómo lograremos tales alianzas?— dijo Hyoga, retomando el tema anterior. No es que no deseara obtener respuestas al enigma que los ha atormentado desde que salieron del Hades, simplemente había decidido confiar en la promesa de Shion—. Eso tomará tiempo... y ni siquiera sabemos a quiénes debemos buscar.

¿Creen que hubiese venido aquí sin un plan en mente? Después de todo, mi presencia aquí no sería posible de no ser por la ayuda de uno de los líderes de las grandes órdenes de las que he hablado.

— ¿Cómo dices?—Seiya parpadeó consternado.

Él cuerpo de quien me he valido para llegar aquí pertenece a un guerrero que forma parte de la tribu de los shamanes.

— ¿"Shamanes"?—repitió Shun.

— Llaman así a los individuos cuyos cuerpos y sentidos sirven como conductos para comunicarse con seres del más allá... Eso fue lo que escuché alguna vez de mi viejo Maestro— explicó Shiryu.

— ¿Puede ser eso posible?—recriminó Hyoga.

Así es. Estas personas tienen la habilidad de permitir que un espíritu se aloje en sus cuerpos para llevar a cabo algún asunto pendiente en el mundo de los vivos... Es gracias a este hombre por lo que pude llegar hasta aquí— explicó—. Los shamanes son una tribu tradicionalista en la que se puede confiar no sólo por sus buenas intenciones, sino por ser guerreros nobles y leales; sus artes en el combate llegan a ser de cuidado pese a no depender del uso del cosmos. Ellos, al igual que nosotros, estuvieron plenamente involucrados durante los sucesos que decidieron el comienzo de ésta nueva era. Pueden confiar en ellos ya que Atena misma lo hace.

—No parecen ser guerreros—pensó Seiya, recordando el semblante tan despistado del shaman.

No te dejes llevar por las apariencias, Seiya, el hombre a quien viste es alguien muy importante y merece tu respeto— le advirtió Shion, como si hubiera sido capaz de leer su mente. Seiya sólo realizó un gesto indiferente, reprimiendo cualquier otro comentario al respecto.

Una estrella fugaz fue visible en la habitación estrellada, lo que le indicó a Shion que su tiempo estaba por terminar— Jóvenes santos, llegó el tiempo de partir. Fue un momento breve, pero me enorgullece poder seguir sirviendo a nuestra diosa y al Santuario aunque deba ser de ésta forma.

— Maestro Shion, ¿de verdad nos cree capaces de dirigir el Santuario?— Shiryu se apresuró a preguntar.

Dudar de si mismos sólo los llevará al fracaso, Shiryu. Sé que lo harán bien, el que continúen con vida tras las numerosas batallas refleja lo capacitados que son ahora... Empezaron su travesía desde lo más bajo de nuestra Orden y con el tiempo lograron llegar a la cima, son poderosos, todos ustedes. Atena no podría confiar en nadie más para cuidar su legado —aun tras sus palabras, los santos no parecían muy convencidos—. No se preocupen, si un par de incautos como Dohko y yo logramos reconstruir el Santuario una vez, para ustedes será mucho más sencillo— sonrió, comenzando a desvanecerse entre el panorama de estrellas—. Yo estuve en su lugar, sé cómo deben sentirse... pero pese a sus miedos, dudas e inseguridad, el cosmos de Atena los guiará siempre— sonó como un padre comprensivo tratando de alentar a sus hijos—. Pero tampoco olviden el otro deseo de nuestra diosa: vivan, disfruten de esta paz que sus lágrimas y sangre han logrado, lo merecen. Son jóvenes, aún tienen mucho que descubrir de ustedes mismos, encuentren la felicidad…

— Maestro Shion— musitaron al unísono.

Aún en la muerte, nuestras almas estarán al servicio de Atena—alcanzó a decir antes de desaparecer, siendo el instante en que el paisaje cósmico se desvaneció como neblina alejada por el viento.

Una intensa luz los obligó a cerrar los ojos, para que al abrirlos se encontraran de nuevo en el salón del Pontífice. Un sentimiento de pesadumbre mantuvo el silencio entre los santos, cada uno asimilando la experiencia de diferentes formas, siendo un inesperado quejido el que los sacara de su introspección.

— ¡Ay! ¡Auuuh!… Sí que es difícil mantener en este mundo a un santo dorado— dijo el joven misterioso, dejándose caer al suelo para sentarse, mostrando una expresión atolondrada que reflejaba cansancio. Allí empezó a sobarse la cabeza como si sufriera de una fuerte migraña.

Seiya, Hyoga y Shun lo miraron con desconcierto.

— ¿Hmmm?— al sentirse observado, él les devolvió la mirada desde su posición tan poco distinguida, dando un fuerte y alegre— ¡Hola!

— Ah... hola— el primero en acercársele fue Shiryu—. ¿Estás bien?

— Un poco cansado nada más, pero estoy bien, gracias— el shaman examinó su alrededor—. ¿Dónde estoy?—preguntó, con gran despiste.

— ¿Acaso no recuerdas nada?— a Shun le extrañó.

— Esperaba que los shamanes fueran más listos— musitó Seiya.

Después de una última ojeada al lugar es que el shaman comprendió— Entiendo—permaneciendo en el suelo desde donde analizó a quienes lo rodeaban—. Así que Shion cumplió con su misión, eso me alegra. Si es así, quiere decir que estamos en el Santuario de Atena, en Grecia—concluyó—, y ustedes deben ser Seiya de Pegaso, Shun de Andrómeda, Hyoga de Cisne y Shiryu de Dragón, ¿no es verdad?

— ¿Shion te habló de nosotros?— se interesó Hyoga.

— No precisamente, tuvimos una larga charla él y yo, es cierto, pero cuando dos almas se enlazan, muchos recuerdos quedan a la vista, no se puede evitar mirar— dijo el shaman aparentemente amable e inofensivo.

— Parece que tienes mucho que contarnos, pero antes nos gustaría saber tu nombre— dijo Shiryu, extendiéndole una mano amiga, algo que Seiya desaprobó totalmente.

El shaman sujetó la mano del santo, quien lo ayudó a levantarse— Soy Yoh Asakura*, es un placer conocer a tales celebridades como ustedes— añadió.

— ¿Cómo es qué te involucraste en todo esto en primer lugar?— quiso saber Seiya.

— Shion debió decírselos, ¿no? He accedido al pacto de su diosa— respondió, despreocupado.

— ¡¿Viste a Saori?!— Seiya se exaltó.

— Hablé con Atena— rectificó Asakura—. Es una deidad interesante, muy linda, me agrada. Ella sí que me habló mucho de ustedes, también me advirtió que no debía presentarme en el Santuario por mi cuenta, que podría haber malentendidos, por eso traje a Shion conmigo... Veo que no se equivocó.

— ¿Un shaman es capaz de estar en contacto con una divinidad como Atena?— Shun meditó en silencio.

— ¿Cómo pudiste hacer esas cosas?— Seiya indagó.

— Puedo hacer eso y mucho más, Seiya— contestó Yoh, sin la intención de presumir.

— ¿Qué estás escondiendo? —insistió el santo de Pegaso.

— Seiya, ya basta— medió Shiryu—. Si el antiguo Patriarca y la misma Atena nos han pedido confiar en él, no veo por qué no hacerlo.

— Shiryu tiene razón, no creo que lo vimos haya sido una simple ilusión. Era el cosmos de Shion de Aries y eso es indiscutible— concordó Hyoga.

— Además, dijo que él era el líder de una de las órdenes a las que debíamos contactar— le recordó Shun.

— No parece lo que dice— insistió Seiya.

— ¿Crees que porque no visto una armadura vistosa como la tuya no soy digno de mi titulo?— inquirió Yoh, sin ofenderse.

— Simplemente no aparentas serlo— repuso Seiya con aire irrespetuoso.

— Si no me crees no me importa—el shaman murmuró con tranquilidad, avanzando lentamente hacia Seiya.

El santo de Pegaso vio aquello como una provocación, estaba dispuesto a levantar los puños para pelear de ser necesario, sin embargo, sintió los brazos pesados, de hecho, todas sus extremidades parecían haberse vuelto de plomo inamovible mientras el shaman se aproximaba.

Los otros santos percibieron la gran energía que emanó de Yoh Asakura. Creyeron que le demostraría a Seiya lo equivocado de sus conjeturas, tal vez lo lastimaría, pero al igual que su compañero, ninguno pudo moverse, ni siquiera hablar.

Mas Yoh pasó de largo, subiendo de nuevo las escaleras del salón. Conforme se alejaba, Seiya y los demás recuperaban de a poco el movimiento.

— Agradezco a quienes me han dado su confianza esta noche, y sólo puedo esperar a que algún día el resto vea que mis intenciones son sinceras. Quiero ayudar a que el deseo de su diosa se cumpla, pues es algo que beneficiará a todos los habitantes de este mundo en el futuro. El que ella me pidiera aliar fuerzas con ustedes es todo un honor, les ofrezco mi ayuda a partir de este momento.

— Dinos algo —se atrevió a pedir Shiryu—, ¿tú recuerdas cómo era el mundo antes del Gran Eclipse?

Permaneciendo de espaldas, Yoh asintió— Igual o mejor que ustedes.

— Entonces sabes lo qué ocurrió. Shion no pudo explicárnoslo, ¿tú lo harás?— dijo Hyoga.

— Pocos tenemos la desdicha de recordar— aclaró, apesadumbrado—. Lo lamento, no puedo contarles, todavía no, pero lo que sí puedo decirles es que todos los seres vivos de este mundo pasaron por un proceso de selección. A quienes ven ahora caminar por la Tierra, son aquellos que fueron dignos de permanecer aquí.

— ¿Qué estás diciendo?—preguntó Shun, temeroso.

— Entiendo que cuando eso ocurrió, ustedes se encontraban en el Inframundo, el reino del dios Hades; por ello no fueron expuestos a tal proceso...

— ¿Selección? ¿Un proceso? ¿Tratas de decir que alguien decidió desaparecer ciudades enteras, a miles de personas?— preguntó Seiya, muy disgustado.

— Tendremos mucho tiempo para hablar de ese evento, pero ahora no es el momento— sin volverse, avanzó hacia el fondo del salón, parándose ante el largo telón rojo que cubría el acceso hacia el templo de Atena.

— ¡No! ¡Después de mucho buscar eres la primer persona que admite saber lo que ocurrió, no pienso dejarte ir sin que nos lo digas!— advirtió el santo de Pegaso.

— Se los diré cuando los considere listos— sentenció Yoh Asakura, mostrando por primera vez un deje de disgusto —, cuando crea que en verdad son dignos de estar aquí pese a que a millones se les fue negado esa dicha— aclaró con severidad—. No me resta nada más que hacer en este lugar, salvo mostrar la sinceridad de mis palabras. Si reconstruir los edificios del Santuario no es suficiente para ustedes, espero que la alianza entre santos y shamanes quede pactada con éste obsequio que he traído conmigo— con sus manos jaló las cortinas rojas frente a él, exponiendo lo que se ocultaba tras ellas, doce objetos que pasmaron a los santos.

— ... No puede ser...— susurró Seiya, casi sin aliento.

— Creí que jamás volvería a verlas—pensó Hyoga.

— ... ¿Cómo pueden estar aquí?...— murmuró Shun.

— Las doce armaduras de doradas están de vuelta en el Santuario...— dijo Seiya, todavía incrédulo.

— Pensé que habrían desaparecido para siempre en el Hades...—habló Shun, recordando la difícil lucha contra el dios de la muerte Thanatos y la destrucción del Muro de los Lamentos.

Atraídos por las relucientes cajas, los cuatro santos terminaron enfilándose alrededor de ellas, debiendo tocarlas para sentir su poder y desechar la posibilidad de que fueran un espejismo.

— ¿Tú hiciste esto?— inquirió Shiryu a Yoh.

— No fue tan difícil. Es bastante simple tratar con los seres del más allá cuando eres un shaman— volvió a sonreírles—. Ahora podrán empezar con su nueva misión. Ya que estas armaduras han regresado a casa, sólo falta el que encuentren a los dueños apropiados para cada una de ellas. Sé que las protegerán bien hasta entonces.

En verdad estaba sucediendo, ellos se convertirán en los maestros de una futura generación de santos que algún día reclamarán los ropajes dorados. Tendrían que trabajar arduamente para cuando ese momento llegue.

El contemplar las doce cloths reunidas renovó sus esperanzas, los llenó de energía y confianza, jurándose que los próximos en usarlas serían dignos de ellas.

— Hay mucho que se debe de hacer, les deseo suerte santos de Atena, y no olviden que más que un aliado pueden considerarme un amigo— anunció el shaman.

— Aún hay muchas preguntas...— Shiryu intentó proseguir, mas Yoh Asakura había desaparecido.

— ¡¿Adónde se fue?!— exclamó Seiya.

El santo de Pegaso estuvo a punto de salir corriendo en una búsqueda inútil, no obstante, un repentino sonido frenó su ímpetu.

Los santos notaron cómo las doce cajas comenzaron a resplandecer, la fluctuación dorada y la fusión entre ellas desató una resonancia melodiosa, una que se extendió por todos los rincones del Santuario a modo de cántico, anunciando así el inicio de una nueva era.

En el exterior, las estrellas brillaban con una claridad majestuosa. El viento soplaba tranquilo, arrastrando la frescura del rocío y aromas agradables.

Yoh Asakura se paró en medio de la explanada que conducía al Templo de Atena. Desde allí admiró la estatua a escala de la diosa, esculpida en un metal precioso que simulaba al oro; en su mano derecha descansaba el báculo de Niké, y en la izquierda el escudo sagrado que es capaz de repeler cualquier mal.

Como quien guarda un secreto divertido, el shaman sonrió al ver a varias lechuzas sobrevolar el cielo, atraídas tal vez por la melodía cósmica de las cloths. Una de las aves terminó posándose sobre el hombro de la estatua dorada, manteniendo sus grandes ojos fijos en él.

— Cumplí tu deseo, espero estés contenta —habló Yoh con cierta amargura—, y a la vez rezo para que estemos haciendo lo correcto.

La lechuza no respondió de ninguna forma, cerró un par de veces los ojos, girando el cuello hacia donde acababa de divisar a alguien más aproximándose.

— Así que al final decidiste aparecer, fue desconsiderado de tu parte el mantenerte oculto todo este tiempo —el shaman previó su llegada, por lo que habló sin siquiera mirarle—. Tú debes ser Ikki, el santo de Fénix, ¿no es verdad?

No siendo otro mas que él, Ikki se detuvo a una distancia prudente.

— Tras tu sigilo ocultas tu naturaleza de protector. Si en verdad hubiera sido un enemigo, me habrías atacado tan ferozmente como lo hizo Seiya.

— Yo no habría fallado —aseguró el santo, con la misma osadía y temeridad que lo ha caracterizado desde que era un niño.

— Tal vez, mas no estoy interesado en comprobarlo ahora —Yoh se masajeó el cuello al sentirlo algo tenso—. Ha sido una noche agitada, no esperaba que me recibieran con los brazos abiertos de todos modos, pero tenía una encomienda que cumplir —dio media vuelta, encarando al santo enfundado en su armadura—. Supongo que tú tampoco confías en mí.

— Desconfío de cualquiera que intente pasarse de listo— aclaró Ikki— Tus acciones, aunque desinteresadas, me parecen demasiado repentinas… Sin mencionar que sabes fingir bien tu papel de hombre inepto.

— ¿Fingir? — rio divertido —. Muchos discreparían con eso, soy un mal mentiroso.

— ¿Por eso prefieres guardar secretos que hablar con mentiras?

— Las discusiones me agotan, por lo que intento evitar cualquier tipo de enfrentamiento —hundió los hombros con desgano—. Sólo soy un simple shaman que quiere llevar una vida tranquila y pacífica.

— Tal vez seas el primer shaman que he conocido, pero no creo que seas un simple hombre— puntualizó—. El mismo Shion lo dijo, aunque los de tu clan son fuertes, en una guerra santa no hubiesen tenido grandes oportunidades... Pero tú pareces poseer un poder capaz de intimidar a un santo.

— ¿Acaso te intimidé— inquirió Yoh, divertido.

— He camino por el mismo infierno y salido de él, nada es capaz de intimidarme.

— Touché —se limitó a responder el shaman.

Ikki intentaba encontrar maldad en el hombre frente a él, pero Yoh Asakura sonreía como un niño inocente que no teme a nada, ni del que se le puede creer capaz de realizar algún mal. Como Seiya, él también tenía sus sospechas, pero no lo consideraba un peligro, no por ahora cuando menos, de lo contrario ya lo habría golpeado con todo.

Ante el incómodo silencio, Yoh volvió a tomar la palabra— Fénix, no tengo el gusto de conocerte, pero he escuchado mucho de ti. Estoy seguro que junto a tus hermanos serán capaces de reconstruir el Santuario… Es una visión prometedora que me permitiré creer a partir de hoy —el shaman se llevó la mano al pecho, como quien hace un juramento—. Me esforzaré para que llegue el día en que puedan confiar en mí, pues les guste o no hay mucho trabajo que debemos hacer juntos.

— Suponiendo que hablas con la verdad, ¿qué es lo que harás tú? —quiso saber Ikki.

— No me interpondré en su camino si eso es lo que te preocupa, tengo uno propio que debo recorrer, y un pueblo al que debo guiar para sobrellevar esta nueva era —explicó Yoh.

— Eso puedo aprobarlo.

— Es un gran paso viniendo de ti, por lo que tras esta pequeña victoria lo mejor será que me marche—dijo Asakura, volviendo a mirar la estatua de Atena como signo de despedida—… a menos que quieras impedírmelo, como intentó tu amigo Seiya.

— A diferencia de él, yo razono, luego actúo— dijo Ikki, dando media vuelta para zanjar el encuentro, caminando en dirección hacia el salón del Pontífice—. Eres un sujeto extraño, Yoh Asakura, tengo serias dudas respecto a ti, pero dejaré que el tiempo me muestre la verdad. Sólo espero no estar cometiendo un error al dejarte ir esta noche— finalizó, no volviéndose a escuchar su voz en la explanada.

El shaman guardó silencio hasta saberse completamente solo — Vaya gente la del Santuario — suspiró cansado y un poco desanimado.

Disculpa su impertinencia, son muy jóvenes, todavía conservan la rebeldía de la edad— escuchó Yoh a través de sus sentidos especiales.

— Descuida, yo lo entiendo, en serio— dijo él, libre de resentimientos, pudiendo ver a su lado a un translúcido Shion de Aries.

Aun así reitero mis sinceras disculpas— el espíritu del Patriarca se inclinó en una reverencia formal—. Son tan impetuosos que ni ante el mismo Shaman King han sabido comportarse —pensó Shion, muy avergonzado.

— Shion, por favor, a la única a quien debes rendirle cuentas es a tu diosa —aclaró el shaman, avanzando por la explanada—, y como no han cometido ninguna falta contra ella no veo la necesidad de que te disculpes, todo está bien amigo mío.

Shion agradeció su comprensión.

No hay duda de que esta nueva era estará al cuidado de personas extraordinarias— pensó el Sumo Sacerdote, conmovido por la generosidad del Shaman King— Seiya, Shun, Hyoga, Shiryu, Ikki, el mayor reto de sus vidas comienza ahora. Atena ha depositado todas sus esperanzas en ustedes, no por nada les ha conseguido grandes aliados. Bajo su protección estoy seguro de que lograrán el éxito de su nueva encomienda.

El espíritu de Shion miró por última vez el Santuario, despidiéndose en el silencio. Su estadía en el mundo de los vivos se desvaneció junto a la resonancia de las armaduras de oro, que simulaba las campanadas de una catedral.

Hasta que sonó el último campaneo es que los santos de bronce parecieron recordar la existencia de Yoh Asakura. Al despabilar, Seiya quiso reanudar una absurda persecución.

— ¡Seiya, detente, no tiene caso!— Hyoga consiguió detenerlo por el brazo—. Ese hombre ya se ha ido.

— ¡No me pidas que lo deje ir así nada más! — de un brusco movimiento consiguió soltarse, mas no corrió a ninguna parte.

—Si te tranquilizas un momento te darás cuenta que su presencia se ha desvanecido, por completo — Hyoga indicó—. Estoy tan desconcertado como tú, pero ahora todo comienza a tomar más sentido gracias a que los mantos dorados están aquí.

— Olvida a ese hombre por ahora, Seiya— se acercó Shiryu.

— Pero él...

— Basta— pidió Shun—. Reconozco que debemos ser precavidos, más cuando tratamos con un individuo que esconde tremendas habilidades y secretos, pero también tenemos que aprender que no en todos los desconocidos se esconde un potencial enemigo... En lo personal, mis instintos me dicen que no es un mal hombre.

— Tal encuentro nos tomó desprevenidos, no estábamos preparados para enfrentarlo —recalcó Shiryu—. Volveremos a verlo, de eso no hay duda, ya descubriremos si en verdad será nuestro aliado o una amenaza, por lo que me limitaré a juzgarlo por sus actos, los cuales deberíamos agradecer.

Seiya no quería retractarse, mas al sentir tan poco apoyo terminó soltando un largo suspiro de resignación, dándose por vencido— Está bien, pero tengo el presentimiento de que me arrepentiré por esto —añadió, cruzándose de brazos—. Ahora, ¿qué proponen, cuál será el plan a seguir?

— Eso es sencillo— escucharon de un hombre que acababa de ingresar desde la parte trasera de salón—: construir el camino que los próximos santos deberán cruzar para llegar hasta aquí. ¿No fueron esas las palabras de Shion?

El rostro de Andrómeda se iluminó de alegría al reconocer a— ¡Ikki!

A pasos lentos, Ikki de Fénix se acercó a sus compañeros, echando una mirada discreta hacia las armaduras doradas.

— Ikki, parece que ya conoces la situación— saludó Shiryu.

— ¿Cuándo llegaste?— deseó saber Hyoga.

— Justo a tiempo para escuchar lo que debía — respondió a secas.

— ¿Y qué opinas, hermano?

— Reservaré mi juicio para otro momento — palpó uno de las columnas del templo, resultándole todavía insólito que todo el lugar se hubiera reconstruido de la nada—. Mas creeré en lo que ven mis ojos, siendo la única prueba que necesito para saber que Atena desea el renacimiento del Santuario.

— Parece que la decisión está tomada— dijo Shun.

— La pregunta es... ¿por dónde comenzamos?— Seiya murmuró pensativo, quedándose en silencio como el resto de sus hermanos, quienes intentaban extraer la respuesta adecuada de las cajas doradas.

Si años atrás les hubieran dicho que algún día ellos estarían a cargo del Santuario, no lo hubieran creído...

Eran todavía unos críos que comenzaron a portar sus mantos sagrados y a luchar en las guerras santas no hace mucho tiempo.

Sus amargas, pero victoriosas experiencias, deberán convertirse en el pilar de sus futuras enseñanzas.

En cada uno comenzó a surgir el temor por el fracaso, una inseguridad que deslucía sus honrosos logros, pero al mismo tiempo, de la incertidumbre empezó a brotar la alegría, una emoción inexplicable sobre el futuro que antes les parecía tan incierto.

El optimismo reanimó sus espíritus, teniendo la visión de un panorama prometedor. Llegar a él será difícil, pero el resultado valdrá la pena.

Recordar las palabras de Shion confortó sus inquietudes y apartó sus temores — ... pese a sus miedos, dudas e inseguridad, el cosmos de Atena los guiará siempre...

Continuará…

* Ésta historia inició como un pequeño crossover, pues el trasfondo histórico en el que toda la trama de Saint Seiya se desenvolverá (el mundo renacido tras un "limpieza global" que nadie pudo evitar) es resultado de lo acontecido en un viejo fanfic que escribí años atrás, pero les garantizo que no tienen que releer nada de eso para ser capaces de comprender esta historia donde la temática de Saint Seiya es la de mayor peso. Lo necesario será explicado conforme la trama avance, eso se los puedo asegurar.

* Yoh Asakura: Protagonista del anime/manga 'Shaman King'. Al comienzo de nuestra historia tiene aproximadamente veinte años y es el actual Shaman King del nuevo mundo.