Advertencia de Spoilers: Este fanfic está basado en el manga Lost Canvas, lee bajo tu propio riesgo.
Por cierto, el fic lo escribí antes de que terminara el LC así que no se sorprendan con las incoherencias que puede haber con respecto a ese manga.
Disclaimer: Si yo fuera dueña de Saint Seiya los dorados no habrían muerto y los de bronce NO serían los héroes bajo ninguna circunstancia.
Capítulo 1: Dolor
Sísifo de Sagitario sonrió con dulzura a la niña que llevaba de la mano, la cual tenía los ojos hinchados y rojos de tanto llorar, y sin embargo miraba todo a su alrededor con un cierto reconocimiento.
– Princesa, ¿conoce este lugar?–preguntó el imponente caballero dorado mientras se adentraban poco a poco al santuario. La niña lo miró con sus enormes ojos verdes, ojos veteados de gris.
– No, pero siento como si ya hubiera estado aquí antes y si miro hacia alguna columna caída recuerdo con claridad su ubicación original– contestó la niña con la voz algo ronca. Sísifo asintió, un poco sorprendido de que la pequeña recordara cosas como esa.
Poco a poco fueron subiendo las escaleras que pasaban por las doce casas, algunos templos estaban vacíos y en otros hombres con brillantes armaduras doradas similares a la de Sísifo hincaban una rodilla en el suelo y agachaban la cabeza al verla. La niña Sasha miraba la demostración de respeto con algo de curiosidad, la niña Athena, en cambio, era consciente de que ésa era la manera en que debía ser tratada. Sasha estaba confundida, tenía sentimientos encontrados respecto a este extraño lugar, tristeza por haber dejado su primer hogar y alegría por haber regresado al que ella sabía era su verdadero hogar.
Sentimientos encontrados también la habían embargado la primera vez que había visto a Sísifo
La pequeña Sasha entró corriendo en el orfanato buscando uno de sus juguetes, se quedó de piedra al ver al encargado conversando quedamente con un muchacho de cabello castaño y mirada profunda, cuando volteó a verla y le sonrió, Sasha supo que venía por ella y Athena supo quién era el.
– Tu eres Sagitario– dijo entonces Athena-Sasha en voz alta, interrumpiendo a los adultos. Sísifo sonrió e hincó una rodilla en el suelo, inclinando el rostro.
– Si, su alteza. He venido a llevarla a casa– contestó el con una leve sonrisa.
– ¿A casa? Ah… ya recuerdo, el santuario– dijo ella en voz baja, acercándose a el.
Igual que no le había costado esfuerzo asociar a Sísifo con una borrosa imagen mental de Sagitario, tampoco le costaba esfuerzo asociar todo lo que veía con las impresiones que recordaba de manera vaga, recuerdos de una guerra, de sufrimiento y también de alegría, y por supuesto, a cada segundo deseaba que Tenma y Aarón hubieran venido con ella, tal vez entonces… tal vez entonces no se habría sentido tan sola…
Luego de las interminables escaleras Sasha estaba agotada y recordar a Tenma y Aarón la había hecho echarse a llorar de nuevo. Sísifo había intentado consolarla sin éxito, sin embargo, ella dejó de llorar al llegar al templo principal después de todo debía mostrarse fuerte ante el líder de todos los santos… de todos SUS santos. Sísifo le había explicado muchas cosas mientras viajaban hacia aquí y uniéndolas a sus propios recuerdos que despertaban poco a poco cada día, se había convencido de que era su deber mostrarse fuerte ante los demás, debía esconder su dolor, pues alguien débil no podría proteger a toda la Tierra de lo que se avecinaba.
Entró al gran salón y observó que dentro se encontraba un caballero dorado que aún no había conocido arrodillado frente al trono, en el cual un hombre con casco y máscara estaba sentado, un hombre que parecía emanar autoridad por cada poro y que hizo que Sasha se sintiera incómoda, pero luego recordó que era una diosa y que ningún humano estaba por encima de ella, así pues, levantó el mentón y se encaminó hacia el trono, Sísifo había quedado fuera, pues tendría una audiencia privada con el patriarca más tarde…
– Princesa…– saludó el hombre, levantándose y caminando hacia ella.
Tranquila Sasha, inhala, exhala y levanta la cabeza, que te vea a los ojos… se dijo a sí misma y levantó una ceja al ver como el hombre se arrodillaba ante ella.
– Princesa, bienvenida sea a su santuario. Mi nombre es Sage, y soy el patriarca de este Santuario, reciba mis saludos y mi juramento de eterna fidelidad – dijo el hombre con voz muy formal, ella sonrió y las lágrimas se formaron en sus ojos al recordar que su destino estaba muy alejado de las personas que amaba, cerró los ojos y dejó que las lágrimas cayeran por su rostro.
– Gracias… es bueno estar en casa– contestó ella y luego intentó secarse las lágrimas que se negaban a dejar de salir de sus ojos. Estaba feliz, pero sentía al mismo tiempo muchísimo dolor, todo el peso de su nueva situación había acabado por caer de golpe sobre sus jóvenes hombros…
–Irene… escolta a la princesa a sus aposentos y encárgate de que reciba todo lo que necesite– ordenó el patriarca mientras una mujer alta se acercaba y colocaba una manta sobre la frágil figura de la diosa y la conducía hasta detrás del trono, al pasar al lado del dorado Athena lo observó entre sus lágrimas, su cabello era largo y tan dorado como su armadura y las facciones de su rostro eran finas… casi aristocráticas. El hombre al notar su escrutinio inclinó más el rostro, escondiéndose tras una cortina de oro, luego Athena e Irene abandonaron el salón a través del cortinaje y por un pasillo que la llevaría a sus aposentos
– Pero… esta pequeña es realmente Athena?– preguntó entonces el dorado que había quedado en silencio todo ese tiempo.
– Llora porque ha sido separada de sus seres queridos. Fue tan dolorosa su decisión– contestó el patriarca percibiendo el desconcierto del caballero. El cual se mantuvo en silencio, aún sin comprender el por qué de la situación.
– Usualmente, los dioses están por encima de los humanos… Pero Athena elige reencarnar en una humana para comprender mejor su dolor. Eso es lo que la hace digna de regir la Tierra– dijo el Patriarca mientras observaba a la pequeña princesa perderse en el largo pasillo.
Estoy en desacuerdo excelencia, no comprendo como una diosa como ésta puede llevar a la Tierra a la verdad… pensó el caballero aunque no lo expresó en voz alta.
– Excelencia, yo, Asmita de Virgo, pido su permiso para retirarme…– agregó el muchacho. El hombre asintió.
– Puedes irte y no te olvides de la misión que te he encomendado…– contestó a su vez el patriarca. Asmita sonrió levemente.
– Por supuesto excelencia, hasta luego– se despidió y salió calmadamente del salón, en el pasillo se encontró con Sísifo y ambos se dieron un corto saludo con la cabeza, nada efusivo, apenas para dar a entender que notaron sus respectivas presencias.
Así pues, al regresar a la casa de Virgo Asmita se sumió en una profunda meditación a encargo del patriarca, buscando pistas que los ayudaran a prepararse para la futura guerra santa que se avecinaba y, sumiéndose en las profundidades del cosmos, Asmita de Virgo se concentró en su tarea olvidándose momentáneamente del mundo a su alrededor…
Sasha había vuelto a vestir con las ropas que usaba en el orfanato, más cómodas que los vestidos que le habían dado las damas que le servían, y se deslizó silenciosamente entre las sombras, era tarde en la noche y recordaba claramente como le habían dicho que no debía ir más allá del templo principal… pero Sasha había ignorado esa recomendación/orden, primero porque estaba acostumbrada a ir a donde quisiera cuando quisiera, la ventaja de ser huérfana y pobre era la absoluta libertad, la única restricción que había tenido era la de llegar a casa antes de las 8… segundo, ella era Athena y nadie le daba órdenes, rió levemente ante ese pensamiento, se le hacía gracioso que de la noche a la mañana pasara de ser Sasha la huérfana a Athena la diosa. Se calló de inmediato, quería conocer mejor su santuario pero debía ir con cuidado si no quería que la descubrieran.
Una hora después Sasha suspiró aliviada al abandonar la casa de Libra, el caballero que la custodiaba estaba despierto y a Sasha le había costado horrores entrar y salir sin que la vieran… aunque probablemente tenía que ver con el báculo que tenía en la mano… le habían dicho que éste era Niké y que proporcionaba la victoria a su portador, y que ella, Athena, era su legítima dueña. Así que, como necesitaba de toda la suerte que podría obtener para lograr escapar de las 12 casas había llevado a Niké consigo y hasta ahora le había dado buenos resultados…
Se acercó con cuidado a la casa de Virgo, notando la presencia del portador en el interior, sin embargo, la presencia estaba tan aletargada que Athena dio por sentado que el estaba dormido, así que se adentró en la casa con confianza de que podría pasar hasta Leo. Entonces notó al caballero sentado con las piernas cruzadas…
Qué posición más extraña para dormir… pensó ella mientras se escondía tras una columna y lo vigilaba… pero, recordando que su amigo Tenma podía dormir donde fuera incluyendo las ramas de los árboles, Athena recobró su confianza y caminó con paso firme hacia la salida…
– ¿Qué la trae a la casa de Virgo Athena?– Sasha dio un respingo al escuchar la voz, su corazón latía desbocado por el susto y volteó violentamente a observarlo, notando dos cosas, uno: era el mismo caballero que había visto más temprano en el salón del patriarca Sage y dos: tenía los ojos cerrados.
– ¿Es seguro que se aleje tanto? El gran Patriarca se preocupará…– agregó el. Athena lo miró fijamente y finalmente la curiosidad le ganó.
– ¿Cómo es que pudiste verme si cierras los ojos?– preguntó llena de curiosidad.
– No los cerré Athena, ellos siempre permanecen así– contestó el con calma y agregó– Gracias a ello, puedo echar más que un vistazo, ver inclusive el sufrimiento de este mundo.
Athena sonrió y se acercó, dejando a Niké en el suelo, se acuclilló frente al Caballero.
– Entonces eso quiere decir, que te hace sufrir terriblemente
¿Como…? Pensó Asmita desconcertado por segunda vez en el día.
– ¡Pero usted, usted es una diosa y aún así ha elegido ser capaz de sentir el sufrimiento de la humanidad!– exclamó el. Athena sonrió, acababa de comprender el dilema del portador de Virgo. Le estaba reclamando… por que el también sufría y no podía comprender como alguien, más aún un dios, podría querer sufrir de manera voluntaria. Athena se sentó imitando la pose del santo y estirando la mano, entrelazó sus dedos con los del caballero, cuya confusión aumentaba por segundos.
– Pero no me molesta sentir el dolor…– contestó ella– porque eso quiere decir que estoy viva y que no he olvidado mi promesa– Sonrió y, sin querer, encendió su cálido cosmos, envolviendo al caballero con el – Es más si pudiera, me gustaría sentir todo el dolor posible.
– No comprendo…– se sinceró el caballero.
– No te preocupes, yo tampoco lo comprendo… además creo que no necesitamos comprender este sentimiento, sino limitarnos a hacer lo que nos dicte el corazón– explicó ella o al menos lo intentó, porque el caballero seguía igual de confundido, sino más. Entonces ella miró hacia sus manos entrelazadas, la de él más grande que la de ella, y sin embargo tan parecidas eran ambas, ásperas por el trabajo duro y con pequeñas cicatrices parecidas a las que ambos soportaban en sus almas...
– Por cierto, caballero de Virgo, ¿cuál es tu nombre?– preguntó ella con una cálida sonrisa en el rostro, le gustaba mucho este caballero, y esperaba poder ser su amiga.
– ah… bien, yo soy Asmita de Virgo, Princesa Athena– contestó este mientras intentaba descifrar el extraño comportamiento de la niña frente a el, podía sentir su cosmos rodeándolo y lo cierto es que era increíblemente reconfortante, también sentía la pequeña y frágil mano aferrada a la suya más grande, y era extraño, Asmita no podía recordar cuando había sido la última vez que alguien le había tomado la mano así... apartó bruscamente esos pensamientos y se levantó, soltando la mano de Athena y rompiendo la burbuja que los había aislado a ambos del exterior durante su breve intercambio.
– Princesa, creo que debería regresar al templo principal…– dijo el mientras la ayudaba a levantarse y le pasaba el báculo de Niké. Ella lo tomó e hizo un puchero.
– Pero…
– Nada de peros princesa, regrese y no se entretenga por el camino, le prometo que no le diré a nadie que salió, pero sólo si regresa a sus aposentos.– ella suspiró y Asmita sonrió, divertido por esta faceta más infantil de la niña frente a el.
– Vale, me regreso– aceptó la diosa– pero dime, ¿puedo venir a visitarte de vuelta otro día?– preguntó ilusionada. Asmita inclinó levemente la cabeza, sopesando la pregunta.
– Si el gran patriarca le da permiso yo no tengo problema con ello– contestó el.
– ¿De verdad? ¡Gracias!– lo abrazó con fuerza y Asmita no reaccionó, estupefacto como estaba por la repentina efusividad de la diosa.– ¡Nos vemos luego!– exclamó ella alegremente y salió del templo dando saltitos.
Asmita retuvo un suspiro a tiempo y volvió a sentarse en posición de loto. Inspiró profundo y se abstrajo del mundo nuevamente para continuar su meditación…