Bueno pues aquí traigo una serie de 10 viñetas que estarán relacionas entre sí, de una manera o de otra, que tenía muchísimas ganas de escribir. Supongo que quién se pase por aquí es porque conoce la Saga de CAnción de Hielo y Fuego, la mejor novela río escrita hasta ahora para mi gusto. Es genial. Y el Sansa/Sandor es una de mis parejas favoritas dentro de esta saga aunque nunca hayan llegado a nada "en condiciones" por ahora -espero-.
Pues eso, que espero que os guste. Y me dejeis alguna que otra review con lo que os ha parecido.
Disclaimer: Nada de esto es mío sino de mi Papa Noel particular, GRR MArtín.
"Lo que antes había sido dolor y el sabor metálico de la sangre en su boca, ahora no era más que humillación y lágrimas de impotencia sobre su mejilla."
Cruel, fría y desoladora era la imagen que le devolvía la mirada desde el espejo. Las manos le temblaban, incapaces aún de recuperarse del miedo que la habían atenazado momentos antes, y la lastimaban mientras se tocaba el rostro deseando con todas sus fuerzas que lo que veía no fuera más que una infernal pesadilla.
-Mi señora Sansa –oyó susurrar a una de sus doncellas. –La reina le reclama.
La niña apenas dio muestras de haberla escuchado. Si fuera por ella, todo Desembarco del Rey, la corte, ese hijo del demonio que había sido proclamado rey y esa bruja rubia que tenía la desfachatez de llamarla a su presencia siempre que sus guardias acababan pegándola, podían irse directos al infierno de donde habían salido.
Había sido una estúpida y lo sabía. Desde que saliera de Invernalia tantos meses atrás, lo único que había hecho había sido construirse una férrea fortaleza de autoengaños y estúpidas fantasías de niña que no habían podido soportar el peso de la aplastante realidad.
La verdad la abrumaba y la aterraba. Estaba sola. Completamente sola.
-¿Mi… mi señora? –tartamudeó de nuevo la doncella. –La Reina dijo que no se la hiciera esperar.
La niña se volvió hacia ella con el rostro magullado y aún sanguinoliento.
-Pues en ese caso tráeme un barreño de agua en seguida. No querrás que me presente así ante la reina Cersei, ¿verdad?
La criada simplemente asintió rápidamente y abandonó la alcoba, demasiado acostumbrada a ver ya a aquella loba huérfana en aquel estado como para hacer preguntas.
Sansa volvió a mirarse en el espejo y fue entonces cuando los recuerdos comenzaron a atormentarla de nuevo. ¿Qué había sido esta vez? ¿Por qué Joffrey se había visto obligado a ordenarle a uno de sus guardias que la pegara mientras él se quedaba impasible, observando atentamente la sangre abandonar su boca y los gemidos escapar de entre sus labios?
No lo sabía, aunque para el caso… Hacía tiempo que Joffrey, no. El Rey Jeoffrey, había dejado de necesitar un motivo para disfrutar de su sufrimiento.
Sansa se miró las manos manchadas de rojo y deseó que sus dedos desaparecieran y en lugar de ellos aparecieran unas garras nuevas. Cerró los ojos para evitar que las lágrimas se desbordaran de sus ojos y se imaginó muy lejos de allí, en Invernalia, donde ser una Stark aún significaba algo y ningún hombre, mujer o niño osaría siquiera levantarle la voz.
-¿Mi señora?
La loba abrió los ojos y dejó que su voz se convirtiera en un fiero gruñido.
-Prepárame un vestido. El azul. Date prisa.
Luego todo se desvaneció. La ilusión, el valor y la determinación, dejando hueco únicamente para el miedo y la compasión. Con manos temblorosas y entumecidas cogió el paño que su doncella había dejado junto a la tina y lo remojó en el agua fría que le habían traído. Con cuidado y una lentitud pasmosa se limpió el rostro de la sangre reseca y se obligó a dejar a un lado la altivez que las vejaciones de los leones habían hecho crecer dentro de ella.
Se vistió de forma autómata con la ayuda de la única doncella que la generosa reina Cersei había dejado a su cuidado. Ésta le ató el vestido y peinó sus cabellos lo mejor que pudo, que no fue demasiado, y la instó un par de veces más a que se diera prisa y no hiciera esperar a su majestad.
Los pasillos en aquel castillo eran más fríos y austeros de lo que jamás habían sido los de su amado castillo de hielo. Sus pasos resonaban intermitentes entre aquellas paredes de piedra, burlándose de ella, condenándola a un final que temía encontrar. El vestido le quedaba grande y Sansa se obligó a no preguntarse el aspecto tan deplorable que su delgadez debía presentar dentro de aquellas telas que ni siquiera se habían molestado en arreglar a su talla. La reina no lo aprobaría, eso lo sabía, ¿pero que podía hacer ella, una muñeca de hielo magullada derritiéndose al asfixiante calor del sol?
Cuando dobló la esquina vislumbró, al fin, el par de guardas que custodiaban la sala del trono donde la reina la había citado. Su corazón se paralizó cuando reconoció el rostro de uno de ellos como uno de los tantos que habían cumplido fielmente las órdenes del rey sobre ella. Dejó de caminar y le miró directamente, con el rostro desdibujado en una mueca de pánico, incapaz de mover un solo pie para acercarse a él. Sansa estaba a punto de darse media vuelta y salir corriendo de allí cuando la puerta del trono se abrió imperiosamente y la reina salió de ella como una exhalación, seguida por tres de sus consejeros, sus doncellas y para sorpresa de Sansa, el rey.
La niña no se movió, simplemente observó a aquella mujer acercarse a ella seguida de toda su tropa. Sin duda, Cersei estaba de muy mal humor y Sansa solo lamentaba que luego tuviera que vérselas con ella.
-Has tardado una maldita eternidad –se limitó a sentenciar la mujer cuando llegó hasta Sansa. Su voz no solo era fría como el hielo, sino también lacerante y cortante como el más afilado de los aceros.
-Lo lamento mucho, mi señora –fue lo único que se le ocurrió replicar. –Tenía que asearme un poco antes de acudir a vuestra ilustre presencia.
La niña dirigió obediente y temblorosa su mirada al suelo, esperando recibir de un momento a otro el merecido castigo que vendría por su osadía y su tardanza. La reina se giró a sus acompañantes y repartió varias órdenes imperantes que no admitían lugar a réplica ni vacilación.
-Tú espérame ahí dentro –dijo señalando a la sala que acababa de abandonar. –Tengo que ocuparme de un par de asuntos de máxima importancia.
Sin dar ninguna explicación más, Cersei dobló la esquina por la que Sansa acababa de llegar y tanto ella como su corte desaparecieron. La loba ni siquiera se planteó desobedecer una orden tan directa, así que se armó de valor, no levantó el rostro del suelo y pasó entre los dos guardas para entrar en la sala del trono. En cuanto lo hizo, las puertas se cerraron con un ruido sordo tras ella.
Sansa suspiró.
-Vaya, vaya… mira lo que ha traído la corriente.
La muchacha se giró rápidamente, alarmada, hacia el lugar de dónde provenía la voz.
-¿Quién… quién anda ahí? –susurró, alejándose lentamente de los pasos que se acercaban a ella desde las sombras.
-¿Desde cuando el lobo le teme al perro? –respondió la voz con una risa gutural que estremeció cada centímetro de la niña.
El hombre salió de entre las sombras y todos los temores de Sansa se hicieron realidad. Sandor Clegane se irguió altivamente ante ella. La muchacha se quedó petrificada tanto por el miedo como por la fascinación. Cada vez que se topaba con aquel infeliz no podía evitar sentir cierta atracción morbosa por aquel recordatorio horrible que adornaba su cara. Los ojos verdes de Sansa no podían apartarse de la quemadura, por mucho que lo intentara, y él lo notaba.
-¿Qué miras? –demandó con su tono amenazador.
Ella apartó la vista rápidamente.
-Na… nada –tartamudeó.
-Los pajaritos buenos no deben mentir.
En un par de zancadas rápidas, Sandor se colocó delante de la niña aterrorizada que lo acompañaba. Colocó su mano callosa bajo el mentón de ella y la obligó a alzar el rostro para que lo mirara.
El Perro se sorprendió cuando la luz de las antorchas le reveló aquel hermoso rostro lleno de arañazos y moratones. Sus labios estaban más hinchados que de costumbre y aunque ella había tratado de disimularlo con aquel polvo que usaban las mujeres pudo ver sin ningún tipo de duda el círculo morado alrededor de su ojo.
-Te han vuelto a pegar –afirmó. Ella volvió a desviar su mirada aterrada. -¿Quién ha sido?
Silencio.
-¡Te he hecho una pregunta! –la presión bajo la barbilla de Sansa aumentó y no pudo evitar soltar un gemido de dolor.
Sandor la soltó al cabo de un momento, renuente a cortar el contacto.
-No sé su nombre –respondió ella en apenas un susurro.
-¿Cómo era?
-Es uno de los guardias que están ahí fuera. El de la derecha.
Ella le observó durante un momento y si hubo algún cambio en su rostro, ella no lo apreció. Al contrario, él seguía mirándola sin disimulo alguno como ningún hombre debería mirar a una dama. Burlón, pedante y con un brillo en los ojos al que la niña era incapaz de darle un significado.
-¿Qué hiciste esta vez? –preguntó alargando de nuevo la mano hacia ella y retirándola a mitad de camino.
-Nad… No lo sé.
Aquel hombre volvió a aventurar su mano hacia el rostro de ella y esta vez no cejó en su intento. Volvió a tomarla de la barbilla y la obligó de nuevo a mirarle directamente a los ojos.
Sansa soltó un gemido lastimero.
-¿Por qué no dejas de hacerle enfadar? –la niña se agarró desesperadamente de los brazos del Perro, a sabiendas de que no podría soportar esa mezcla de temor y dolor por mucho más tiempo. –Los pajarillos como tú deberían limitarse solo a cantar y no a sacar las garras delante del temible león.
-Me haces daño –rogó aquella niña huérfana.
Cuando ella se agarró a la mano por la que la tenía sujeta, él la soltó, haciendo que la niña cayera al suelo de rodillas. Sansa se llevó las manos al rostro y comenzó a sollozar sonoramente. Sandor se agachó junto a ella y pronunció la única frase capaz de silenciarla.
-¿El de la derecha viniendo por el pasillo?
Sansa lo miró fijamente y asintió.
La puerta se abrió en ese momento y entró la reina, esta vez sola. Cuando Sansa volvió a mirar al frente en busca de aquel hombre, El Perro volvía a ser devorado por las sombras.
¿Os ha gustado? ¿No? ¿Sí? ¿Como yo queréis un Sandor quemaíto para hacer y que os haga cosas malas? Pues dadle al Go y dejad alguna review
Un besitooooooooooooo