Capítulo 1

UN NUEVO INICIO

Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarashi y TOEI Animation Co., 1976. Usados en este fic sin fines de lucro.

Nueva York, 1915

Un joven alto, con el rostro serio, había estado contemplando durante horas el mar jugueteando con los rompeolas depositados en la bahía. Trataba de no pensar, de escaparse de la realidad, era ya medio día y aún podían sentirse los estragos de la leve nevada de la noche anterior. El romper de las olas a la llegada de la costa era algo que lo tranquilizaba ¡Ojalá el mundo tuviese más rompeolas para los actuales problemas en los que nos estamos consumiendo!

Estaba vestido con desenfado, sin embargo, sus ropas eran de muy buen gusto y a simple vista podía notarse la firma de los mejores diseñadores de la época. Era un estilo casual el que el muchacho elegía para sentirse cómodo. Nada que ver con las costumbres de su familia, donde vestían muy formalmente para cada ocasión. Su cabello, ligeramente despeinado por el viento, daba al joven un aire de cierta melancolía. 1915 era el año en curso, tenía 18 años, la edad mínima justa para emprender la nueva empresa que se la había clavado en la cabeza

Muy temprano esa mañana había abandonado el hotel y, después de unas cuantas indagaciones Alistear Cornwell Andrew había, finalmente encontrado el lugar en el que debía de darse de alta en el ejército como voluntario.

Sin embargo, había que aceptarlo, aún se debatía en esa terrible disyuntiva. Todavía podía volver atrás y abrazar a su hermano y a sus amigas. Stear sentía sus cuerpo temblar y no precisamente por el casi gélido viento proveniente del mar. Exhaló una enorme bocanada de aire y pudo verlo debido a la diferencia de temperatura.

-¡Vaya! ¡Sí que está fría esta mañana! –Una mueca que intentó ser una sonrisa se esbozó en las finas facciones del muchacho-. Yo no he querido darles esta desagradable sorpresa, me imagino lo mal que debieron haberlo tomado, quizás debería volver a casa y ver la manera de ayudar a la causa desde aquí. En época de guerra hay muchas cosas qué hacer.

Alistear estaba a punto de volver sobre sus pasos hacia Chicago cuando una conocida melodía llamó su atención. Se detuvo en seco sin atreverse a girar hacia donde el sonido provenía. Esa era la música que había elegido para la Caja de Felicidad que había hecho con mucho amor para Candy y, todos sus sentidos se pusieron en alerta. Estaba preparado para no volver a verla pero, ¡Qué rayos! ¿Acaso no había recientemente decidido que volvería a casa?

El sollozo que escuchó a continuación lo conmovió. Era algo que le invadía con un dolor que inexplicable crecía a cada segundo. Stear ya no pudo permanecer indiferente y lentamente giró su figura hacia donde venían los sonidos que lo estaban ahogando sin razón aparente. Sus ojos se abrieron sorprendidos al reconocer a la chica que lloraba con la caja de felicidad en la mano y su vista en algún punto del mar.

Al joven se encogió de hombros. Vestía un abrigo negro bastante acogedor, una boina de lana en el mismo tono y unos guantes también negros; la única pieza de color era una delicada y maravillosa bufanda en color crema, el último regalo que le hiciera su primo Anthony durante su última navidad y que el joven guardara como una joya durante más de tres años. Nunca la había usado, pero esta vez deseaba llevar consigo sus tesoros. Con paso cuidadoso, se acercó a la joven rubia vestida de rojo, en completo contraste con el muchacho y pronunció su nombre-:

-Candy –la llamó delicadamente. Su instinto le decía que esta vez no debería de usar el cordial y despreocupado saludo que le brindó el día que la conoció. ¡Diablos! Le dolía tanto verla de tal manera. ¿Qué había pasado?

¿Por qué sus hermosos ojos estaban llorando tanto? ¿Por qué estaba sonrojada por el esfuerzo de haber llorado? ¿Y esas ojeras? ¿Acaso no había dormido nada? El muchacho sintió estrujarse su corazón. Se agachó con delicadeza hasta quedar a la altura de ella.

Candy estaba cabizbaja escondiendo sus lágrimas; al escuchar la voz de su primo no se atrevió a levantar la mirada, ¿Qué estaba haciendo Stear en Nueva York? Más aún: ¿Qué estaba haciendo precisamente en el muelle? Pero no le valió de nada no levantar la cabeza, Stear ya estaba agachado frente a ella y había descubierto el estado en el que se encontraba.

-Candy –esta vez Stear movió sus brazos para alcanzar la caja de felicidad de Candy. La extrajo de sus manos que la sostenían con fuerza, como aferrándose a ella y la metió en uno de los bolsillos de su abrigo-. Dime Candy, ¿Qué ha sucedido? ¿Por qué estás así? –la única respuesta fue un temblor en el cuerpo de la joven como consecuencia de su esfuerzo por controlarse delante de Stear. Aún no se atrevía a hablarle. Eso a Stear le estaba preocupando demasiado. Su prima no solía hacer esas escenas algo grave debía haberle sucedido.

Stear se sentó en la banca en que la chica descansaba, justo al lado de ella, tanto como las reglas de la sociedad se lo permitían. El deseo por protegerla fue muy grande y extendió su brazo para abrazarla. Nunca lo había hecho, pero no podía detenerse: Quería reconfortarla a como diera lugar. El gris de la tarde, aunado al dolor del corazón de Candy y a la incertidumbre en el alma de Stear dio un toque de mucha melancolía a la pareja de amigos. Ni siquiera el rojo atuendo de Candy alegraba la tarde.

-¡Pero qué barbaridad Candy! ¡Mira! ¡Estás temblando! –Stear de inmediato se quitó su abrigo, abajo estaba usando un suéter ligero. Cubrió con la mayor delicadeza el cuerpo tembloroso de Candy y la atrajo con cariño hacia su pecho para protegerla del frío: Del frío de su alma y del frío de la tarde.

Stear esperó pacientemente a que alguna palabra fuese pronunciada por la joven, sin embargo, pasaron varios minutos y ella no lograba decir nada, estaba más tranquila, pero aún no superaba el terrible dolor de la pérdida de Terry. Apenas la noche anterior lo había abandonado en las escaleras del hospital San José y todavía podía pensar en el calor que le producía ese recuerdo, pero después, irremediablemente sentía un terrible frío al evocar la forma en que Terry la había liberado permitiéndole caminar sola bajo la nieve. Ambos habían sido un par de testarudos por eso. Y ahora estaba ahí: En los brazos de uno de sus paladines llorando su pérdida sin que él tuviera idea de nada.

-Candy: ¿Qué haces aquí? –Preguntó el guapísimo inventor –si no quieres decirme lo que te pasa, por lo menos dime qué es lo que estás haciendo aquí. ¿Dónde está Terry? –Stear sintió como el cuerpo de la joven se sacudió con solo escuchar el nombre de su novio, según él.

-Stear –por primera vez se escuchó la débil voz de Candy –no quiero hablar de Terry-. Dijo con dolor-. Pero te diré lo que hago aquí. ¿Puedes ver esa fila que jóvenes que está ahí? –Candy señaló hacia una fila de muchachos, todos con cierto miedo en los ojos. Stear tembló con la sola idea. Aún su prima no se atrevía a mirarlo. Quizás por ocultar el enorme vacío del que era víctima.

-Sí. La veo. ¿Qué hay con esa fila? –En realidad el muchacho no quería preguntar porque no deseaba escuchar la respuesta. Atrajo sin darse cuenta con más fuerza el cuerpo de la rubia.

-Stear: Iré a la guerra –las palabras de la joven se incrustaron en el inventor como si fueran navajas agudas directo a su corazón.

-No sabes lo que dices Candy. Eres muy joven. No te dejarán ir –. Stear, comprendiendo el peligro en el que se encontraban, se levantó de súbito y le extendió la mano a la muchacha.

-Levántate Candy, te llevaré a casa –le dijo mientras la tomaba de la mano y al mismo tiempo tomaba la valija de la joven. Pero la joven no se movió, continuó sentada mirando hacia donde estaba la fila de voluntarios de guerra.

-No Stear. –Por, primera vez su voz sonó casi con naturalidad-. Iré a la guerra –repitió con decisión con sus ojos clavados en los de la fila que estaba a unos cuantos metros de ellos.

-Escúchame Candy, no dejaré que hagas semejante locura. Iremos a casa en este instante –prácticamente el ordenó el joven primogénito.

-¿Y tú qué haces aquí? –Candy creyó tener ahora el derecho de interrogar al inteligente muchacho frente a ella.

-Bueno yo –el nerviosismo de Alistear lo delató. Su prima se llevo las manos a la boca y lo miró con reproche.

-¡Tú vas a hacerlo! ¡Irás a la guerra! –le aseguró –Solamente me llevarás a casa y después volverás aquí para unirte a ese grupo de jóvenes –concluyó bien, te tengo noticias Alistear: No lo permitiré. No me llevarás a casa. Iré contigo a ese infierno.

-Candy, solo tienes 17 años, no te aceptarán. La edad mínima es de 18 años –le dijo Stear con seguridad como si tuviese la sartén por el mango.

-Siento informarte Alistear Cornwell que, siendo enfermera no cumplo con esa regla: Flammy Hamilton viajó a la guerra casi desde que estalló, y somos de la misma edad; ella era estudiante todavía igual que yo, pero ahora soy una enfermera titulada, recuerda que hice mi examen antes de venir a Nueva york y… –la joven estaba a la defensiva, quién sabe de dónde había sacado el valor que ahora demostraba cuando unos minutos atrás estaba totalmente derrotada -¿Adivina qué Stear? Traje mis papeles conmigo –ahora su voz se apagó ligeramente –pensé que me quedaría con Terry y con podía contar con ustedes para ayudar a Albert así que incluso traigo todas mis identificaciones, incluyendo esas que me convierten en miembro de la ilustre familia Andrew- iré a ese maldito infierno quieras o no.

En los ojos de la muchacha había determinación. Stear había visto ese brillo un sinfín de veces y lo reconocería en donde fuese. Sabía que su prima no daría marcha atrás.

-Muy bien señorita pero lo haremos a mi manera –por primera vez Stear se atrevió a darle una orden a Candy.

Cuando notó la voz de su primo de pronto la chica sintió un terrible frío que por poco ocasiona un desmayo. Los ojos negros de Alistear estaban encendidos como nunca. Stear acercó peligrosamente su rostro al pecoso rostro femenino y miró fijamente las esmeraldas que lo mantenían enamorado. Había escondido ese amor por el bien de ella y suyo, después por el bien de Patty pero ¡Cielos, era tan difícil verla ahí, asustada, tratando de permanecer tan erguida como las pirámides egipcias!

-Stear –la voz de Candy de pronto tembló.

-¿Qué pasa Candy? ¿Volvemos a casa? –Una pequeña esperanza nació en el interior de Alistear Cornwell.

-No Stear – le respondió –es solo que nunca me habías hablado así.

-Es mi última carta Candy, ¿Necesito zarandearte acaso? –El muchacho deseaba que la jovencita reaccionara.

-No Stear. Vuelve tú por favor –le rogó-.

-¡JaJaJa! –La risa de Stear sonó cristalina, tanto que llenó los sentidos de la joven -. Debes estar bromeando si crees que te miraré partir en ese barco y luego volveré a Chicago para decirles que te miré partir desde el muelle hacia una posible muerte. ¿Tienes idea de la paliza que me darán Albert y Archie? ¿Crees acaso que yo mismo tendré la cobardía de mirar como sacrificas tu vida mientras yo permanezco seguro aquí en América? – Stear estaba sonrojado por la risa-. No Candy, lo siento-. Alistear rompió distancia con Candy y la tomó de los hombros; su mirada profunda atrajo como imán los ojos de ella-. Si tú subes a ese barco será conmigo.

-Stear –esta nueva cara de su primo era algo que la hacía sentir reconfortada. Extrañamente, durante ese momento con Stear había olvidado su pena un poco. Alistear tenía la facilidad de hacerla reír.

-Escúchame Candy. Pon mucha atención a lo que voy a decirte-. Los ojos de Stear trataron de no hacer notar a la chica el terror que tenía de llevarla a ese lugar-. Sé que si te llevo de regreso a Chicago tarde o temprano te vas a escabullir para irte a esa maldita guerra. Prefiero que nos vayamos juntos porque si te vas sola no podré encontrarte con facilidad para cuidarte si yo me voy atrás de ti –entonces los ojos del heredero no ocultaron el amor que sentía por la señorita pecas –no me perdonaría si algo te sucediese –le dijo tomando sus pequeñas manos entre las suyas –te buscaría hasta en el campo enemigo hasta encontrarte y no estoy exagerando –la voz de Alistear entonces sonó emocionada y su corazón se aceleró-. Irás a ese infierno como mi esposa, de ese modo nos mantendremos juntos tanto como sea posible.

-¡Alistear Cornwell Andrew! –Candy nunca pensó en que casarse con Stear.

-Candy –al parecer el muchacho adivinó los pensamientos de la chica –no pensé que te molestara pensar en mí como un esposo –bromeó con ella como si estuviese ofendido.

-No, no es eso –Candy lo abrazó al instante – ¿Cuántas veces hemos estado así Stear? –le preguntó refiriéndose al abrazo.

-Bueno, no muchas –contestó el inventor, que casi no podía creer la suerte de tener a la chica entre sus brazos, no sabía dónde poner sus manos –siempre caías en los brazos de Anthony, pero no recuerdo que me hayas permitido abrazarte muchas veces –respondió.

-Stear –Candy lo miró sorprendida. ¿Acaso esa era un reproche? La colonia discreta en su primo le agradaba –lo siento, yo, no me di cuenta de que casi no te he abrazado. ¡Pero se siente muy bien! –agregó con inocencia.

-Sí. Muy bien –respondió a media voz acariciando los rizos de Candy. El joven hizo un enorme esfuerzo por controlar su impulso de abrazarla con más fuerza e intimidad. Después de un tiempo, Stear decidió que era el momento de darle las últimas indicaciones a Candy -: Déjame hablar a mí Candy. ¿Dices que traes todos tus papeles? Bueno, pues entonces desde ahora serás mi esposa ante todos. Es un secreto que debemos guardar perfectamente; nadie, ni siquiera nuestra familia debe enterarse; estamos mintiendo al ejército y podemos pagarlo caro así que debes tener mucho cuidado de nunca jamás hablar sobre esta comedia. Aún cuando estemos solos, debemos evitar el tema al máximo, recuerda que las paredes oyen ¿De acuerdo?

-De acuerdo. ¿Pero cómo demostraremos que somos esposos? –Trató de averiguar la chica que empezaba a sentirse un poco mejor. La calidez del abrigo de Alistear le venía como anillo al dedo.

-¡Vamos Candy! Nunca desprecies el poder de los Andrew. Te aseguro que bastará con que demostremos nuestro origen para que sea suficiente con nuestra palabra-. Le dijo con seguridad-. Si yo demuestro que soy un Cornwell-Andrew ni siquiera creo que nos pidan papeles para asegurarse de que somos marido y mujer. Solo no dudes en comportarte como mi esposa. ¿Sabes Candy? No solo los Andrew son poderosos, la familia de mi padre tiene una enorme tradición militar y Cornwell es un apellido que brilla por sí mismo. Mi abuelo fue general del ejército inglés y si te mostrara mi genealogía, encontrarías que desciendo de uno de los consejeros del mismísimo Rey. Las raíces genealógicas de los Cornwell se extienden por más de 500 años y yo soy parte de una de las líneas directas, es decir, no hay ninguna mujer entre yo y mi ancestro más antiguo, solo padres e hijos.

Los ojos del primogénito brillaron con cierto orgullo. Candy nunca lo había visto así. Sonreía jovialmente, como siempre, pero ahora estaba convertido no solo en su paladín, hoy era su caballero errante dispuesto a proteger a la damisela. Alistear Cornwell Andrew: Alto, guapo, esbelto, con figura atlética, de mirada profunda y sincera, desenfadado, simpático, seguro de sí mismo, emprendedor, uno de los mejores partidos de América, estaba dispuesto a meterse al infierno si Candy iba al infierno.

Y así fue.

Cuatro horas después de su encuentro en el muelle, Candice White "Cornwell" y Alistear contemplaban desde la cubierta del barco como su tierra se iba alejando lentamente. La Estatua de la Libertad. Ella estaba muy triste y compungida, por su reciente separación de Terry, finalmente, después del ajetreo de esa tarde, ahora tenía un tiempo para reflexionar y volver a pensar en su amado rebelde.

Stear la miró y respetó el silencio de su amiga. Las lágrimas nuevamente traicionaron a la pecosa enfermera y Alistear la tomó entre sus brazos. No quiso preguntar nada, cuando ella estuviese lista seguramente le diría por sí misma. El simple confort de los fuertes brazos de su amigo le ayudó a sentirse mejor, una y otra vez las lágrimas corrieron desvergonzadas en franca despedida del que hasta el momento había sido su esperanza de una vida plena. Se repetía las mismas palabras de la noche anterior durante su caminata en la nieve: "Es lo mejor, es lo mejor, es lo mejor…"

El perfume de la joven llenó los sentidos de Alistear que no estaba seguro todavía de haber hecho lo correcto, ¿Pero qué debió hacer? ¿Tomarla y echarla sobre sus hombros para llevarla a Chicago y luego encerrarla en la Torre de la mansión? No, esa era una mala idea, ella además, ya había demostrado que incluso de ahí podía salir avante.

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De mi escritorio: Bueno pues aquí estamos en una nueva aventura. Sé que es difícil aceptar una pareja diferente para Candy, pero siempre es bueno variar un poquito. ¿No lo cree? ¡Gracias por leer!