Pasos para enamorarse.

By: Tommy Hiragizawa

Aclaraciones: los personajes de Prince of Tennis no me pertenecen, son de Konomi Takeshi, y no obtengo ningún tipo de remuneración o lucro a base de esta historia, además de la gratificación de leer sus comentarios.

Parejas: Ryoma/Sakuno, Kunimitsu/Shusuke, Suichirou/Kikumaru, Sadaharu/Kaoru, Takeshi/Ann, Ryoga/Personaje extra.

Advertencias: posible lenguaje ofensivo, ligero shonen-ai y lemon.

N/a: Hola a todos otra vez.

Estoy de vuelta para cerrar este fic como se merece. Al final, decidí terminar el fic como lo tenía, y no seguir con más capítulos, pero como dejé sin terminar el relato de Kevin, no podía dejar eso así, y además sin subir lo que había hecho para los otros sempais. Así pues, reedito todo el fic, para agregar un extra tras cada capítulo.

Espero que quienes lean este fic por primera vez lo encuentren de su agrado y los que vuelvan a leer encuentren las ligeras diferencias, que aunque no son significativas, por lo menos mejoran un poco la redacción. Lo más importante es que hay más desde el punto de vista de Sakuno en los primeros capítulos, que antes eran completamente desde la perspectiva de Ryoma.

Un beso para todos y que disfruten de su lectura.

Este capítulo va dedicado a la primera persona que dejó un comentario para este fic: Winry-chan21. En verdad, muchas gracias por aquellas primeras palabras de aliento que me hicieron muy feliz. Espero que si lees, te alegres como yo lo hice cuando leí tu comentario.

Atte: Tommy

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Paso número uno: Enamoramiento; Atracción física.

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Sus preciosos ojos cobrizos lo miraron con una firmeza a la que él no estaba acostumbrado y sus mejillas, cremosas y de apariencia suave, se cubrieron de un tono carmín, que, por el contrario, había visto millones de veces. No dejó de mirarlo mientras se acercaba con pasos lentos pero seguros, balanceando las caderas de un lado a otro, hipnotizándolo. Ryoma no podía creer que fuera real, que estuviera otra vez frente a él. Su cabello castaño, tan largo que casi podía jurar que si lo soltaba de esa firme coleta alta, se derramaría sobre sus hombros hasta rozar la parte baja de sus nalgas. Era un largo exagerado, y le dificultaría el movimiento cuando jurara al tenis, pero, para él, era perfecto.

La había extrañado por tanto tiempo. Él mismo se sorprendía de la intensidad de su añoranza.

- Ryoma-kun - susurró con esa vocecilla tímida que tanto le gustaba - he vuelto –

Y él… Él no pudo hacer nada aparte de mirarla. Observar con sorpresa y secreto regocijo como seguía causando el mismo efecto que años atrás en ella. Como, cuando lo veía, se le iluminaban los ojos, sus mejillas enrojecían y esa sonrisa – "la" sonrisa – que era solo suya, se instalaba en sus labios.

Su propio corazón no había olvidado el alocado latir que comenzaba cada vez pensaba en ella.

- Ryuzaki... – no tenía idea de cómo logró pronunciar el nombre de la chica, pues era conciente de que su cerebro no funcionaba correctamente.

La sorpresa fue evidente en los ojos femeninos cuando, movido por el instintivo impulso de su cuerpo, anuló el espacio que los separaba y pasó un brazo por su cintura para acercarla aún más a su pecho. Ryuzaki encajó contra su cuerpo como si estuvieran predestinados. A pesar de que ella era alta, su coronilla encajaba a la perfección bajo su barbilla.

La sintió estremecerse entre sus brazos.

Él esperó que fuera debido a la excitación.

Generalmente, Ryoma no hubiera actuado con ese descaro. Pero, era ella, Sakuno, y no podía soportar estar un segundo más sin su contacto. Habían tenido que pasar dos largos años para que él se diera cuenta de que ese era el lugar en que ella debía de estar. No lejos de él, donde quiera que la hubiera llevado su padre. No siendo indiferentes uno del otro. Su lugar era entre sus brazos, y el de él, en la mirada de ella.

"Te he añorado", quiso decirle.

Pero él no era hombre de palabras, sino de acciones.

Lentamente, como si temiera que en cualquier momento fuese a desaparecer, levantó con su mano grande y encallecida la barbilla de Sakuno. Acarició sus altos pómulos con el pulgar, cumpliendo así un deseo que llevaba escondido desde mucho tiempo atrás. Su piel era tan suave como la había imaginado, y la había imaginado. Quizá demasiado. Contempló cómo las pestañas de la chica revoloteaban sobre sus mejillas antes de que sus ojos se cerraran en espera, y, cerrando los propios, comenzó a inclinarse para...

- ¡Despierte de una vez, Echizen! – gritó con toda la fuerza de sus pulmones el profesor de Inglés al ver que Ryoma dormía sobre su pupitre sin el menor indicio de vergüenza.

La relación profesor-alumno de esos dos nunca había sido muy buena, y los años no habían logrado cambiar eso. Ryoma no sentía el más mínimo respeto por el hombre y el hombre no tenía la paciencia necesaria para aguantar los desplantes del muchacho.

La clase se dividía entre la risa y la expectación por ver cuál sería el futuro castigo del joven tenista. Todas las semanas, los alumnos hacían apuestas sobre cuántos castigos acumularía Ryoma entre lunes y viernes.

- ¡Oh! – bostezó y se desperezó como un gato remolón.

El profesor gruñó mientras, metafóricamente, echaba humo por las orejas. "¡Maldito chiquillo!", quiso gritarle, pero se contuvo. Lo último que necesitaba era que se le acusara de maltrato a los alumnos, aunque bien sabía Dios que deseaba volver a los castigos de la antigua usanza y golpearle el trasero con una vara.

Era lo mínimo que se merecía por impertinente.

Respirando como le había recomendado su terapeuta, contó hasta diez y miró a Ryoma.

- Echizen, como es el primer día de clases, pasaré por alto su comportamiento, pero como vuelva a dormir en mi clase…- fue interrumpido por el estridente chirrido de la campana que marcaba en fin de las clases de la mañana. - Pueden irse -

El aula se revolvió en agitación y alivio, mientras que entre los chicos hubo más de un "¡Al fin!" y otros tantos "¡Buena esa Echizen!".

Ryoma no estaba prestando atención a los variados comentarios, concentrado en tratar de explicarse porqué demonios había soñado con la nieta de la entrenadora Ryusaki. ¿Desde cuando estaban en su mente esas ideas? La chica llevaba el cabello largo, pero no como en su sueño la última vez que la vio, y desde luego, no era hermosa. ¿O sí? No lo sabía. Antes de irse a Estados Unidos había prestado poca o nula atención a la muchacha.

Tal vez su subconsciente quisiera decirle que ya era hora de que buscara novia.

No habían pasado ni cinco minutos del receso del medio día cuando, como un torbellino, Osakada Tomoka entró al aula, destruyendo por completo cualquier forma de paz.

No es que "paz" y "Osakada" pudieran existir en una misma frase sin un "no" o un "nunca" de por medio.

- ¡Horio-kun! – La chica, en ese entonces novia del "señor tengo dos años de experiencia", demostró la fuerza de sus pulmones mediante uno de sus habituales chillidos - ¡No sabes lo que acabo de escuchar! –

Osakada no había cambiado mucho con le paso de los años. Seguía con el mismo peinado, la misma voz chillona y seguía viviendo a la carrera. La exaltación con la que hablaba, al punto de ponerse roja, hacía que uno se preguntara cuanto podía hablar una persona entre dos inhalaciones.

- ¿Ahora que pasa? – respondió el nombrado, frotándose los oídos.

Ryoma se compadeció de él y sus oídos, pero, después de todo, esos dos eran tal para cual. Se estremeció, al pensar en la combinación genética que heredarían sus futuros hijos.

- ¡Dios, Dios, Dios! ¡La mejor noticia del año! – gritó de éxtasis, causando que todas las miradas de los presentes recayeran en ella.

- Pero, ¿qué es? – preguntó Horio, comenzando a exasperarse.

- ¡No lo vas a poder creer cuando lo escuches! -

- ¡No lo voy a saber hasta que me lo digas, maldita sea! – gritó, perdida su paciencia.

- Sakuno – Tomoka estaba casi llorando de la emoción – Por fin regresa. Sakuno regresa a Japón la próxima semana - echó a llorar en el hombro de su novio - Mi amiga va a volver -

Horio, con un brazo sobre los hombros temblorosos de su novia, se volvió rápidamente hacia sus amigos y, aunque ya todos habían escuchado, repitió la noticia con voz exaltada.

- ¡Ryuzaki regresa! –

Los presentes vitorearon y echaron a correr para informar a los demás. Para cuando comenzaran las clases de la tarde, todo el instituto sabría que la nieta de la entrenadora del club de tenis regresaba al instituto después de dos años viviendo en el extranjero con su padre. Ryoma se levantó de su butaca entre todo el alboroto y resolló con marcado fastidio.

- ¿Con que Ryuzaki regresa? Ni que fuera la gran cosa – gruñó.

Aún así no pudo evitar preguntarse si su sueño tenía algo que ver con ello.

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Sakuno miró por la ventana del avión las siluetas de los edificios de Tokio que se recortaban en el horizonte. Apenas eran más que sombras a lo lejos, pero ella sentía que, finalmente, había vuelto al lugar donde pertenecía.

A su hogar.

Habían pasado dos años desde la última vez que se sintió así. No era que su padre no la hiciera sentirse como en casa en su "pequeña" mansión de Londres, o que Marissa no fuera una buena madrastra. La adoraba, de hecho. Pero su vida, aunque pudiera sonar exagerado teniendo ella apenas 17 años, estaba en Japón. Ahí era donde estaba su abuela, que más que eso había sido siempre una madre para ella. Ahí era donde estaban sus verdaderos amigos y las personas que más admiraba, Tezuka Kuminitsu y Fuji Shusuke.

Pero, lo que la había impulsado a irse era quien no estaba ahí.

Miró la revista de deporte que había comprado en el aeropuerto de Londres. En ella, además de los reportajes de dos y hasta cuatro páginas sobre los grandes del tenis del momento – ese número estaba dedicado a Rafa Nadal y Roger Federer – había un pequeño artículo de folio y medio acerca de Echizen Ryoma.

Sakuno quería decir que había comprado la revista porque le interesaban los reportajes de las vidas de los dos tenistas de nivel mundial más conocidos de esos tiempos, pero, la triste y patética realidad, era que había sido la fotografía de Ryoma la que la había impulsado a pagar dos libras por ella.

Lo primero que llamó su atención fueron sus profundos, desafiantes, y gatunos ojos dorados, pues era, para su sorpresa, el único rasgo de él que no había cambiado en lo más mínimo. Por lo demás, apenas lo habría reconocido. Echizen era condenadamente apuesto y maravillosamente masculino. Hombros inmensos y espaldas anchas. Su torso tenía forma de "V" gracias a su cintura estrecha. Pecho y abdomen marcados. "Comestible" había sido la primera palabra que cruzó por su cabeza. Después estaban esas extremidades largas y musculosas, terminadas en manos y pies grandes y, aunque toscos, elegantes al mismo tiempo.

Se preguntó como se sentirían esas manos sobre ella.

Sacudió la cabeza. No podía permitirse a si misma volver a caer. No después de que se hubiera ido de su hogar solo con la esperanza de olvidarse de él por completo. No cuando había creído cumplidas esas esperanzas. Se había dio de Japón siendo una niña insegura, pero, sobre todo, entristecida. Ryoma se había ido y su partida la hizo darse cuenta de cuan poco tiempo había invertido en ella misma desde que él apareció. No recordaba la última vez que había salido con sus amigos sin que el club de tenis interviniera en esas reuniones, ni cuándo había llamado a su padre solo por hacerlo.

Tuvieron que pasar dos años antes de que se diera cuenta de que su vida se había detenido cuando Ryoma se fue.

Cuando salió de su depresión y se percató de todo ello, también pensó en qué le había dado él a cambio. Nada, aparte de bruscos comentarios sobre su forma de jugar y el largo de su cabello.

Así que llamó a su padre y le dijo que quería pasar una temporada con él. Se despidió de sus amigos pensando que volvería cuando terminara el verano, pero no fue así. Cuando llegó a Londres decidió comenzar de nuevo. Rehacerse a si misma. Fue a clases especiales de inglés para poder integrarse al curso escolar e hizo nuevos amigos. Comenzó a ir a terapia para despojarse de sus inseguridades y a tomar clases de tenis con un profesor particular.

Él había sido uno de sus mayores apoyos en su nueva vida y quien la había impulsado a retomar la que había dejado atrás con su nuevo yo.

Y, en ese momento, sintiendo como su pecho se hinchaba de emoción, lo amaba más de lo que ya lo hacía.

Volvió a mirar la imagen de la revista y negó con la cabeza.

No volvería a ser la misma tonta de antes.

La voz de una azafata anunció el inicio del descenso y pidió, primero en inglés y después en japonés, que pusieran los asientos en posición vertical, guardaran las bandejas de la comida, apagaran los aparatos electrónicos y se abrocharan los cinturones. Sakuno guardó las pocas pertenencias que llevaba consigo en la maleta de mano, excepto el libro que había estado leyendo durante el vuelo y del cual ya solo le faltaba leer dos capítulos.

Cuando bajó del avión, dejó atrás la revista. Y a Ryoma.

O eso esperaba.

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La mañana del lunes siguiente había comenzando con gran expectación. Las chicas, muchas de ellas amigas de la muchacha, prácticamente daban brincos en sus butacas y los hombres, bueno, pues no dejaban de especular sobre si estaría buena o no.

¿Alguien podía culparlos por ser chicos?

Ryoma gruñó. Que si estaba buena. Que si seguía sonrojándose por todo. Preguntas, preguntas y más preguntas. Y todos sobre ella. Comenzaba a cansarse. Además, no era como si ella fuera a salir con alguno de ellos. No. Después de todo, Ryuzaki siempre había estado enamorada de él, y aunque el no le correspondía, suponía que ese enamoramiento por lo menos le haría poner los estándares más altos en cuanto a buscar novio se refiere.

El silencio no llegó hasta que el profesor entró al aula.

- Bien chicos, como ya saben, hoy tenemos una nueva compañera. Espero que la traten bien. Puedes pasar – habló hacia la puerta, que se abrió de inmediato…

Y ella entró para cambiarlo todo.

Todos, sin excepción, quedaron sorprendidos. El silencio, aunque breve, fue unánime. Ninguno reconocía a la chica que se había ido dos años atrás en la muchacha que se presentaba ante ellos. Ryoma no sentía que fuera ella. La Ryuzaki Sakuno que se había despedido de él en el aeropuerto, tenía siempre ese aspecto de animalillo asustadizo que le enternecía y, esa mujer, porque ya no era una niña, era todo menos asustadiza. Se le veía desenvuelta, confiada, plenamente conciente de su atractivo. Era mucho más alta y su cuerpo de apenas 17 años podía ser la envidia de cualquier mujer. Sus piernas eran kilométricamente largas, su cintura diminuta y sus pechos, aunque no rebosantes, eran acordes a su cuerpo firme y atlético.

Aún así, su rostro era lo que más llamaba la atención y Ryoma, como cualquier hombre, no podía apartar la mirada de él. Sus labios llenos y sensuales formaban una sonrisa deslumbrante; sus pestañas, largas y oscuras, formaban sombras sobre sus mejillas al cerrarse; sus pómulos le daban a su rostro la forma de un diamante; y entre todo eso, sus ojos brillaban con una chispeante seguridad que antes no había estado ahí, pero que solo la volvía más atrayente de lo que ya era.

"Ella es la mejor descripción de un ángel", pensó Ryoma.

- Soy Ryuzaki Sakuno, gusto en conocerlos - se inclinó con gracia, manteniendo la barbilla contra su pecho y haciendo que su largo cabello suelto formara una cortina a sus costados.

Ryoma no supo porqué el hecho de que todos los chicos a su alrededor contuvieran el aliento lo molestó. No debería de importarle nada relacionado a Ryuzaki. Aún así, le importó y sintió como si una bestia le revolviera las entrañas al ver cómo se la comían con la mirada.

Más aún cuando a ella no pareció importarle.

Ryuzaki irguió la espalda nuevamente, y, por un momento, sus ojos cobrizos se encontraron directamente con los dorados de Ryoma. Como en su sueño, ella lo miraba con firmeza mientras caminaba hacia el único asiento vacante, que estaba a la izquierda de él, casi al final del salón. Notó como lo estudiaba minuciosamente, como si evaluara un objeto en venta. Lo recorrió de arriba a bajo varias veces, para al final, alzar una ceja y negar con una sonrisa cínica.

Al sentarse, ella dirigió una sonrisa cálida, que intentaba ser conciliadora. Le había herido en el orgullo el rechazo, sin embargo, Ryoma no tardó en darse cuenta de que algo no estaba bien, además de lo evidente. Pensó en ello largo rato, sin poder sacar de su cabeza la sonrisa y la mirada que le había dedicado. No fue hasta el final de la clase, que se dio cuenta de que el cambio de la muchacha iba más allá del físico. Le había sonreído y le había mirado con firmeza, sí, y solo a él, pero sin aquél brillo enamorado y sin el sonrojo al que él se había acostumbrado.

Ryoma sintió como si hubiera decidido que no valía la pena.

Y eso lo enfureció.

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Lo peor ya había pasado, pensó Sakuno.

El primer encuentro con los ojos de Ryoma había sacudido su mundo, pero ella había logrado que nada se derrumbara y solo se tambaleara. Le había sonreído, intentando ser amistosa por la relación vaga que los había unido en el pasado y, tras eso, apenas le había prestado atención.

Con mucho esfuerzo por su parte.

Más de una vez había querido mirarlo con más detenimiento. Desembarazarse de las aburridas clases y estudiarlo a él. Gracias a un esfuerzo sobrehumano, había logrado desentenderse de él, pero ese esfuerzo le había dejado con dolor de cabeza.

- ¿Estás lista, Sakuno? –

Ella asintió y se adentró en las canchas de tenis detrás de su abuela. Cuando las presentaciones fueron hechas, sintió como si toda su confianza volviera a ella de golpe. Miró a la capitana, y la evaluó en apenas unos segundos. Si no se equivocaba, y no creía hacerlo, tenía manías visibles con la raqueta y utilizaba más la pierna izquierda que la derecha, creando un pequeño desequilibrio en su cuerpo antes de comenzar a correr. Le sonrió con simpatía antes de hablar.

- Quisiera retar a la capitana a un duelo –

- ¿Cómo? – Contestó ella, parpadeando de sorpresa.

Sakuno se limitó a sonreír más ampliamente.

Eso sería divertido.

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- ¡Echizen! – lo llamó Horio, mientras corría hacia él desde el otro lado de las canchas de tenis - ¿Qué te pareció Ryuzaki? Está muy cambiada, aunque, claro, tu no la has visto desde hace 4 años cuando te fuiste a América otra vez – recordó – tu regresaste el año pasado, y Ryuzaki ya tenía un año fuera –

- Hmh – respondió sin ganas y con su raqueta al hombro se encaminó al centro de las canchas para comenzar con el entrenamiento de la tarde.

- ¡Formen filas! – gritó a sus compañeros.

Con la eficacia de un pequeño pelotón militar, los miembros del club se organizaron en ordenadas filas que obedecían a su rango. Frente a él y antes que todos los demás, se encontraban los titulares. Ocho jóvenes que, en su opinión, tenían potencial, pero que nunca llegarían a estar a la altura de aquél primer grupo del que había formado parte. Inmediatamente después estaban los alumnos de tercer y segundo grado, y por último, los novatos.

- ¡Echizen! – la voz de la entrenadora interrumpió cualquier posibilidad de comenzar a dar las instrucciones para el entrenamiento del día - Este año el equipo femenino tiene una nueva capitana, quiero que los primeros días entrenen juntos para que vea como hay que liderar al grupo –lo miró a la cara – ¿Algún problema con ello? – alzó una ceja en señal de amenaza.

Conociendo a esa mujer como la conocía, era muy capaz de cumplir cualquier cosa que estuviera pensando. La última vez que le negó algo, había llamado a Inui a la universidad y lo había prestado voluntario para hacer de conejillo de indias en sus experimentos.

- Ninguno – su rostro no mostró rastro de sus emociones, a pesar de la frustración que sentía de tener que hacer de niñero para la nueva capitana. Viendo que la entrenadora no se iba, alzó una ceja en señal de pregunta.

- Siempre me he preguntado algo. ¿Respondes a todo con monosílabos? –

- No –

- Me lo imaginaba – rió ella – Eres tan diferente y al mismo tiempo tan parecido a tu padre – suspiró - La capitana del equipo femenino no debe de tardar. Nos vemos –

La noticia causo revuelo entre los chicos, lo cual fastidió más a Ryoma. Entrenamientos mixtos era el sueño de cualquier chico adolescente y deportista que se apreciara como buen hombre., después de todo, las chicas usaban esas faldas tal sumamente cortas… Los Junior estaban impacientes por ver a sus nuevas compañeras temporales con los atuendos ajustados y reveladores que solían utilizar en sus entrenamientos y que ellos nunca podían apreciar porque los tenían a las mismas horas.

Ryoma Echizen frunció el ceño ante las palabras excitadas de sus compañeros. Nunca le había interesado particularmente el ver a chicas semidesnudas y por ello su padre le decía anormal. Pero es que nunca ninguna chica le pareció lo suficientemente... "buena" como para prestarle atención. No podía evitar que sus pensamientos, en lugar de concentrarse en pensamientos lujuriosos, fueran dedicados a si sostenían mal la raqueta, si debería mejorar un saque o, simplemente, abandonar por completo el deporte.

Horio se le acercó, consternado por la noticia. La capitana anterior era muy buena, y como había repetido año, no habían pensado que abandonara el puesto. Podía ganarle a cualquiera de los miembros del club masculino, menos, claro, a capitán y subcapitán.

- ¿Quién crees que sea? Debe ser muy buena para quitarle el puesto a Nanami-chan –

Escucharon los silbidos de los miembros del club, lo cual indicaba que había llegado la fatídica hora. De a poco, las chicas fueron entrando a las canchas con sus minifaldas y sus blusas deportivas. Ryoma estuvo seguro de que sus entrenamientos se podían ir a la basura, pues sus jugadores estarían más concentrados en verles las piernas a sus compañeras que en mejorar sus remates. No entendía, sin embargo, el motivo de tanta exaltación. Todos estaban medio alucinados, pero Ryoma no veía a ninguna que mereciera la pe…na.

Se tuvo que callar a él mismo cuando se dio cuenta de cómo iba vestida "esa" chica.

- Buenas tardes, chicos. Soy la nueva capitana y será un gusto trabajar con ustedes –

Nadie podía haber previsto que precisamente Ryuzaki Sakuno fuese la nueva capitana.

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Los que habían conocido a Sakuno como una chica patosa y desequilibrada, no podían creer lo que estaban viendo en esos momentos. Y no era para menos. Ryoma estaba verdaderamente sorprendido por la manera en que jugaba. Horio les había propuesto a la entrenadora y a ella que se hiciera un mini torneo entre los hombres y las mujeres. A decir verdad, esperaban arrasar con todas y sorprenderlas con sus grandes técnicas – pensamientos de los chicos en general - especialmente los superiores a la capitana novata. Pero había sido justamente al revés. Ahora ellos estaban en los banquillos a los costados de la cancha mirando con ojos desorbitados como esa chica machacaba su subcapitán.

Ryoma, por su parte, parecía no darse cuenta de que su mejor jugador, después de él, claro está, estaba siendo vencido por la chica que antes no podía darle a una pelota. Y contrario a lo que sus compañeros pensaban, no era porque estuviese evaluando la forma en que golpeaba la pelota. Solo era capaz de ver como su jodidamente corta falda se movía de un lado a otro, dejando ver con cada balanceo el mini Short que llevaba debajo y que más bien parecía unas malditas bragas. Oía como sus compañeros gritaban a Syaoran para que no se rindiera ni se dejara ganar por una chica. Él, mientras tanto, solo lograba escuchar la respiración de Sakuno, acompasada y tranquila, a pesar de estar a varios metros de distancia.

Otra vez sintió un calambrazo en la boca del estómago al darse cuenta de que no solo él estaba viendo como sus pechos se balanceaban con cada golpe, o como el sudor le caía desde el cuello hasta el delicioso canalillo que estos marcaban.

Intentó desviar sus pensamientos hacia lo bien estructurada que estaba su técnica o lo adecuado que era emplear el paso rápido en ese momento, pero al final, terminó delineando sus largas, torneadas y musculosas piernas con la mirada, acariciándola desde la distancia.

No tenía idea de qué demonios le pasaba.

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Estaba furiosa, o más bien, lo siguiente a ello.

Después del tiempo que había tratado a Ryoma antes de que él se fuera a Estados Unidos, se había creído preparada para soportar con paciencia cualquier trato que este le diera, que normalmente iba desde el fastidio - pues en muchas ocasiones la había considerado un estorbo, y lo sabía por mucho que le doliera – hasta la simple y cruel indiferencia. Aún así, no había estado preparada para lo que se le vino encima.

Ryoma la odiaba.

La odiaba y ella no tenía ni puñetera idea del porqué. La miraba como si fuera una intrusa, o hubiese roto todas las normas de moral de la historia. Y, tal vez, así fuera en el pequeño y limitado mundo de Ryoma Echizen, formado única y exclusivamente de tenis. Posiblemente no le cupiera en la cabeza que ella, la patosa y tartamudeante Sakuno, hubiera podido dejar de comportarse como una estúpida enamorada delante de él y mejorado al punto de que pudiera ganar a cualquiera de los miembros de ambos clubes.

Además, aunque no había jugado aún contra él, estaba segura de que le daría una buena pelea cuando lo hicieran.

Pero, además de estar furiosa a causa de la actitud de Ryoma, lo que más la exasperaba era la suya propia. Se sentía traicionada por si misma al descubrir que sus sentimientos, que creía haber reducido a nada más que cenizas, estaban tan vivos como una llama ardiente. El desprecio de Ryoma le dolía de tal manera que solo podía explicarse por que ella lo seguía queriendo.

Maldito fuera Ryoma, pero lo seguía amando, incluso tal vez más que antes.

Aquellos sentimientos que nacieron dos cinco años atrás, habían sido los de una niña, más admiración e idealización que amor. Ahora, sabía cuales eran los defectos del chico y también conocía sus virtudes. Las últimas casi estaban limitadas al mundo del deporte y las primeras abarcaban todos los demás campos de su vida.

Era huraño, antisocial, parco con las palabras y maleducado. Aún así, había sido leal a los pocos amigos que había logrado hacer y eso era motivo de alabanza en un muchacho de su carácter. Los que lo conocían y habían cruzado la coraza que lo rodeaba, se tomaban a burla todos esos defectos, pero, desde luego, ellos no tenían que lidiar con él tantas horas como ella, que lo veía en clase, en los entrenamientos, y de vez en cuando en casa de su abuela. Las competiciones aún no habían comenzado, pero cuando llegaran, tendría que pasar aún más tiempo con él.

No sabía si podría soportarlo de seguir así.

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Un dolor de cabeza, eso es en lo que se había convertido Sakuno para Ryoma, lo cual, se fue haciendo evidente en el mal humor del capitán tras los entrenamientos.

A decir verdad, no tenía motivos para quejarse de su desempeño como capitana. Su mejora la ponía muy por encima de sus compañeras a nivel técnico y su nueva confianza en sí misma, la convertía en una gran guía para ellas. Les hablaba a todas con la misma paciente firmeza, y enseñaba con empeño a sus compañeras, corrigiendo sin apuros sus fallos, compartiendo sus propias experiencias. Era una líder comprensiva en la que se podía confiar y por ello, con facilidad se había ganado el cariño de todos.

No, Ryoma no podía quejarse en ese aspecto, pues superaba cualquier expectativa.

Se quejaba porque ella había cambiado demasiado, dejando atrás a la niña que él conocía y sus nervios podían manejar. Siempre se había jactado de poder interpretar la personalidad de una persona con solo una mirada, y por ello, había creído que la conocía y que sabía casi todo de ella. No era así. Ella ya no era la Sakuno tartamudeante y tímida que le dio mal la dirección de aquél torneo tras haberla salvado en el metro. Ya no era una mala jugadora que requería que le diera lecciones todos los domingos para que tan siquiera pudiera golpear la pelota con moderada decencia.

Y por ello y muchas otras cosas era un maldito dolor de cabeza. Se la pasaba correteando en sus pensamientos día y noche. Ya fuera dentro o fuera de los entrenamientos. Lo distraía en ellos, hasta el punto de que tenía días sin poner a prueba a los titulares contra él mismo. Sus piernas atraían su atención, como si fuera un anuncio de neon que dijera "tócame" para sus alteradas hormonas adolescentes y acababa acalorado con solo verla jugar. Normalmente, Sakuno terminaba sudorosa y la ropa se le pegaba más al cuerpo de lo que era decente y aunque muchos pudieran decir que aquella no era la imagen más sensual que una mujer podía ofrecer, a él le bastaba para sentirse un completo pervertido.

Una tarde, tras dejar a los miembros de ambos clubes marchar, Sakuno tomó a Ryoma por la manga de su chaqueta de titular y lo arrastró hasta el cuarto de las taquillas. Él la siguió sin decir nada, pero con más de una pregunta rondando por su cabeza.

Ryuzaki empujó al chico contra una de las taquillas, casi tumbándolo por la fuerza del golpe y lo miró furiosa, arremetiendo contra sus ojos sorprendidos.

- ¿Qué demonios te pasa, Echizen? – gruñó, roja de indignación.

- ¿Qué? –

- Tú y tus estúpidos monosílabos – espetó – Dime de una vez qué es lo que te he hecho para que me mires como si fuera una plaga peor que la peste negra. Según tengo entendido, nadie se ha quejado de mi rendimiento hasta ahora y le he ganados a todos tus malditos titulares. Así que, ¿qué demonios tienes contra mí? –

¡Mierda, mierda, mierda!, gritaba una voz en la cabeza de Ryoma mientras sus ojos bebían de la imagen de sus labios moviéndose rápidamente, y su lengua ondulando con furia. ¡Mierda!, repitió, lo que daría él por apretarla contra una de esas taquillas, desnudarla rápidamente, enterrarse en ella y callar sus gemidos con su boca.

- ¿Me estás escuchando, Echizen? – Sakuno frunció el ceño, y Ryoma quiso borrar su mal humor con un beso en la frente - ¿Qué es? -

- No lo sé – fue lo único que pudo responderle antes de huir.

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- ¡Echizen! ¡Ponga atención a la clase! –

El profesor de filosofía no pudo más que suspirar. Ese muchacho llevaba casi una semana en estado de semiinconsciencia. No entendía a los jóvenes, pero sabía cuál era el mal que estaba aquejando al chico. Solo esperaba qué él se diera cuenta pronto y volviera a la normalidad.

- Como iba diciendo – hizo una pausa para asegurarse de que Ryoma estuviera escuchándole. El tema en cuestión tal vez le ayudara un poco – según algunos filósofos el amor es un proceso por etapas. Comienza por el enamoramiento, y ese enamoramiento se divide en otras tres. La primera etapa del enamoramiento es la atracción Física – tomó aire – la atracción física es simplemente eso, ¿Cómo decirlo?, atracción por el cuerpo contrario, el deseo de sentirlo una parte de nosotros – el hombre estaba completamente sonrojado.

- En otras palabras, que quieras tarártela – bromeo uno de los alumnos causando la risa general de sus compañeros.

- Bueno, pues sí - el hombre suspiró de alivio cuando la campana sonó - Mañana seguimos con el tema –

Pero aunque el profesor se fue, Echizen, que solo había estado escuchando esa última parte de la clase, continuó pensando en sus palabras. "Atracción Física", recordó. ¿Deseaba de sentirlo a Ryuzaki una parte de él?

Se volvió para ver como se agachaba para recoger unas hojas que se le habían caído de una carpeta y otra vez sus ojos no pudieron evitar deslizarse por sus largas, largas piernas. Y, para qué negarlo, también por su redondo trasero respingón. "Que quieras tarártela". ¡Dios! ¡Claro que tenía ganas! Quería inclinarla sobre una de las butacas, separarle las piernas y alzarle esa falda ridículamente corta para ver qué era lo que escondía debajo. ¿Bragas o tanga? Sin importar lo que fuese, solo estaría sobre su cuerpo el tiempo suficiente para que él gravara su imagen en la memoria y después, se arrodillaría detrás de ella y la tomaría en su boca. Pensarlo hizo que su polla se sacudiera dentro de sus pantalones.

Ante sus propios - e impropios - pensamientos no pudo más que sonrojarse.

Odiaba darse cuenta de cuánto se parecía a su padre en algunas ocasiones.

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"No lo sé", había dicho él.

La había mirado a los ojos, con los suyos tan llenos de confusión que Sakuno había sentido que le temblaban las piernas. Su furia, hasta ese momento rugiente, había sido apagada por un cubetazo de agua fría que la caló hasta los huesos.

Por un momento, había creído que Ryoma la besaría.

Lo había visto en sus ojos junto con la confusión. Ahí, muy dentro de los dorados irises, estaba un deseo chispeante que solo se podía comparar con el que seguramente brillaba en los de ella. Había creído ver tantas cosas… Confusión, pasión, tormento. Como si ella le despertara sentimientos completamente contradictorios y él no supiera que hacer con ellos. ¿Cómo era posible que él pudiera sentir todo eso hacia ella? Más aún, ¿cómo podía ser que ella pudiera leer todo eso en él?

Estaba viendo lo que deseaba ver. Lo que ella misma sentía.

Pero estaba segura de que Ryoma iba a besarla, hasta que pareció recobrar el dominio de si mismo y rompió el firme nudo con que habían quedado atadas sus miradas. Fue frustrante verlo marcharse, sin volverse a mirarla en ningún momento. Frustrante y humillante, pues ella había estado dispuesta a aceptar sus besos. Estaba preparada para sentir sus labios acariciar los de ella y dar paso a su lengua al interior de su boca. Se había imaginado que él la apretaría contra su cuerpo o la pegaría a una de las taquillas antes de separarle las piernas con las rodillas. Casi había podido sentir el tacto de su pelo bajo los dedos.

Solo de recordarlo, se le henchían los pechos y los pezones se de endurecían.

Necesitaba deshacerse de toda esa energía – mezcla de furia y frustración sexual – así que, a pesar de que su abuela le había dicho que no habría entrenamientos esa tarde, se cambió a su ropa de deporte, tomó su raqueta y tres pelotas, y se dirigió a la pared de padel.

Corrió de un lado a otro, golpeando la pelota con fuerza y precisión para que ésta impactara siempre en el mismo punto de la pared. El ejercicio la calmaría, se dijo, recordando todas las veces que había hecho lo mismo bajo la supervisión de su entrenador.

Dios, como echaba de menos al chiflado ese.

Sonrió, también acordándose de las veces que había descubierto a Ryoma haciendo lo mismo en el pasado para calentar antes de un partido o para seguir entrenando después de los entrenamientos. En ese momento, sintió una presencia a su espalda, pero no se detuvo. Le era familiar, tanto, que sintió como si volviera al campo del club deportivo donde su entrenador la instruía.

Cuando se volviera, quería sonreír a Ryoma sin rastro de su frustración.

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Cuando llegó a las canchas esa tarde se encontró con una papeleta pegada en la reja que informaba de la suspensión de entrenamientos. Se enfadó alrededor de cinco segundos, antes de resignarse a su mala suerte y tomar sus cosas para ir a las canchas callejeras. Que no hubiera entrenamiento no significaba que él pudiera darse el día libre. Estaba por irse cuando escuchó lo que parecía el sonido del bote de una pelota.

El canto de la sirena para sus oídos.

Casi por instinto, se encaminó a la pared de entrenamiento. Era como si el maldito sonido lo estuviera llamando, sin darle oportunidad de escapar. Ahí, moviéndose de un lado a otro estaba su dolor de cabeza. Lo dicho, el canto y la sirena.

Estaba jugando en solitario, como solía hacer él cuando no tenía con quien enfrentarse. Su falda se movía al compás de sus piernas, de un lado a otro, al igual que su largo cabello atado en una coleta alta. Dicho balanceo hizo que no pudiera apartar la mirada y que su mente comenzara a divagar entre las muchas formas con que le gustaría hacer que se acalorara, sudara y jadeara.

Quería escuchar su nombre entre gemidos saliendo de sus labios.

Después de diez minutos - ¡gracias al cielo!, pensó Ryoma - se dejó caer al suelo agitada por el ejercicio. De haber seguido por ese camino, hubiera tenido un no muy pequeño problema entre manos. O más bien entre las piernas.

- ¿Entrenamos juntos, Echizen? – lo miró con una sonrisa pintada en los labios.

Sorprendido en su papel de mirón, se encogió de hombros aceptando su propuesta.

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- Juego y partido, ¡Echizen! – admitió ella, derrotada.

- Gané – fue todo lo que le contestó, pero aún así se notaba que estaba feliz.

Nunca se sentía más satisfecho por una victoria que cuando competía con alguien que estuviera a su nivel y Ryuzaki le había dado uno de los mejores partidos de su vida desde Tezuka. Tenía un estilo de juego muy parecido al suyo, que empezaba por lo bajo, calibrando la habilidad y la energía de su oponente, para ir mejorando poco a poco a medida que avanzaba el partido. Sentía como si estuviera compitiendo contra si mismo en versión femenina y eso, no sabía si debía asustarlo o fascinarlo.

¿Cómo había logrado mejorar tanto en tan solo dos años? Porque, tenía entendido, ella se había marchado de Japón siendo la misma patosa que recordaba.

- No te lo dejé fácil – rió.

Su carcajada limpia y vigorizante, lo sacudió.

No, desde luego que no había sido fácil. Había tenido que recurrir a toda su fuerza de voluntad para que su deseo de ganar fuera más fuerte que su libido. Ella parecía una diosa guerrera mientras jugaba, empuñando una raqueta en lugar de una espada, y con la misma fuerza que una, no se había dado por vencida hasta el final.

Sakuno se pasó la mano por el cabello y deshizo su coleta alta en el proceso.

Fue como si hubiesen puesto su vista en modo "cámara lenta". Sus cabellos castaños caían con gracia sobre sus hombros, uno por uno. Y, como si eso no fuera poco para su sobrexcitado organismo, la mano de ella se encargó de eliminar la sudadera de su cuerpo, dejándose solo el top negro de tirantes que llevaba debajo y que revelaba más de lo que él hubiera pedido ver, pero menos de lo que deseaba. La recorrió por entero no una, sino dos veces antes de convencer a su inconsciente de que de seguir mirándola así, el querido amiguito entre sus piernas no tardaría mucho en ser más notorio a través de la tela del pantalón.

- ¿Ryo…? Disculpa, ¿Echizen-san? ¿Te encuentras bien? – lo miró extrañada.

Con ello Ryoma se dijo a si mismo que tal vez si supiera algo de ella, porque al parecer seguía siendo tan despistada como siempre. Seguía siendo la chica inocente que conoció cuatro años atrás.

- Llámame Ryoma, Sakuno –

- Pero… -

- Ryoma, ¿si? – le dirigió esa sonrisa autosuficiente que le caracterizaba.

Esta bien, Ryoma-san – sonrió correspondiendo.

Esa sonrisa… Ryoma tuvo que bajar su gorra para que ella no viera su sonrojo cada vez más notorio.

El primer paso para enamorarse era la atracción física, y vaya que si sentía atracción por Sakuno. ¿Se estaría enamorando?

Continuará

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Anexo uno

Paso número uno: Enamoramiento; Atracción Física.

Inui Sadaharu/Kaidoh Kaoru

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Kaidoh Kaoru no entendía muy bien como había comenzado todo. Tal vez fue cuando se dio cuenta de que no le atraían en lo absoluto las chicas y que, por el contrario, ponía demasiada atención a los cuerpos de sus compañeros del club de tenis de la universidad cuando estaban en las duchas. Un día estaba entrenando con Inui-sempai, al que veía de vez en cuando por la cercanía de sus facultades universitarias, cuando comenzó a preguntarse cómo sería besar a un chico. A pesar de que tenía diecinueve años, solo había besado a una persona e su vida y con una solo vez, supo que los labios femeninos no eran lo suyo. Con ese pensamiento en la cabeza, se quedó mirando los labios de su sempai mientras descansaban y él le hablaba del nuevo experimento en el que estaba trabajando. Su lengua se movía y él se preguntaba cómo se sentiría una caricia suya dentro de su boca. De un instante al otro, simplemente se estaban besando.

Y había sido la experiencia más espectacular de su vida.

- ¿Qué fue eso? – preguntó cuando se separaron para tomar aire.

- Un experimento – Respondió Sadaharu sin más.

Esa parca respuesta había hecho que algo dentro de Kaidoh se rompiera. En un principio no entendió ni qué podía ser ni por qué se había roto. Él mismo estuvo de acuerdo en que no era más que eso, un experimento. Él tenía curiosidad acerca de qué sería besarlo, o más bien, qué sería besar a un chico, e Inui se había prestado a satisfacer su curiosidad.

Así, de tan extraña manera, habían comenzado una relación física basada en la experimentación.

En ese momento, sintió las manos de Inui ahuecarse sobre su trasero, acercándolo más a su pelvis. Ambas erecciones se rozaron, atrapadas en la tela de sus calzoncillos y Kaidoh no pudo evitar gemir. La cabeza le daba vueltas ante el cúmulo de estímulos sensoriales y la sangre le pesaba y ardía en las venas como si fuese acero líquido e hirviente. No era la primera vez que se tocaban o frotaban – o como quisieran llamar al acto de restregarse uno contra el otro hasta que se corrían - pero jamás habían pasado de eso, por lo que Kaoru siempre estaba nervioso de que Inui pudiera querer algo más.

Sabía que, si tuvieran relaciones, él sería quien estaría abajo.

Porque, por extraño que pareciera, lo quería. Inui, sobre él, embistiéndolo con fuerza, era una de sus mayores fantasías, pero no así. No cuando no sabía con exactitud qué demonios era lo que Sadaharu sentía por él. Nunca había dicho "Te quiero" o "Te amo". "Te deseo", sí, pero con eso no bastaba para que Kaoru fuera feliz.

Aún así, ahí estaban, los labios de Sadaharu sobre los suyos, sus manos excitando sus pezones. La lengua del de lentes salió de su boca y recorrió su cuello, de arriba a abajo, antes de que sus dientes, blancos y regulares, embistieran contra la piel que cubría su manzana de adán. Se sentía endemoniadamente bien, y su boca no hacía más que pedirle más. Más de sus caricias, más de sus besos, pero sobre todo, más sentimiento.

Se estaba perdiendo en las sensaciones y Kaoru lo sabía. No tenía idea de si sería capaz de detener a Sadaharu de seguir así, pero sabía, con furiosa exactitud, que se odiaría a si mismo si se entregaba a él sin haber recibido primero las palabras que necesitaba escuchar. Toda su vida había visto el amor con que su padre, tan parecido a él, miraba a su madre y había deseado algo parecido para él. No podía conformarse con menos. No quería hacerlo.

Dios, cuanto te deseo, Kaoru – gimió Inui contra sus labios.

Esas palabras hicieron que todo el cuerpo de Kaidoh se envarara. "No, por favor. No digas esas palabras", pensó. Se estremeció, sin poder parar sus sentimientos.

Con un brusco movimiento, se apartó de Inui y buscó la ropa que estaba desperdigada por el salón de la casa de él. Las manos le temblaban mientras intentaba abotonarse la camisa al tiempo que hacía su mayor esfuerzo por retener las lágrimas que pugnaban por salir.

Sollozó.

Maldita sea, estaba llorando. Se abrazó a si mismo, odiándose por desear que fueran los brazos de Inui los que lo envolvieran y dejó escapar un sollozo más alto que el anterior. Así, su llanto fue en aumento y resbaló hasta el suelo. No tenía idea de cómo se las había ingeniado para salir del salón y llegar al vestíbulo, pero no podía salir de la casa de Inui con la ropa a medio poner y el pelo desarreglado.

Se miró en el espejo que había sobre una consola y casi rió. Cuan patético era, pensó mientras las lágrimas no dejaban de brotar. Todo lo que Inui sentía por él era deseo físico. Nunca le había pedido o prometido nada más, y tonto de él, le había entregado su corazón a cambio de nada. Soltó una risa baja y triste cuando vio que se había abotonado mal los botones de la camisa y comenzó a rehacer el trabajo, esta vez, concentrándose en ello.

Cuando alzó la mirada, vio a Sadaharu reflejado en el espejo.

¿Qué sucede, Kaoru? –

Nunca lo entendería porque él no lo amaba, pero la confusión que veía en él, reflejada en cada una de sus facciones, le hizo hablar.

No puedo seguir con esto – se secó las lágrimas con un rápido manotazo – debemos acabarlo de una vez –

¿Qué? –

No lo entiendes. Para ti, nuestra relación no es más que física. Un impulso natural del cuerpo. Otra de tus malditas estadísticas. Para mí es mucho más que eso y creo que me merezco ser más de lo que tú me consideras. Si quieres sexo, ve y busca a una puta. Lo que yo quiero es amor, y eso es algo que tu no estás dispuesto a darme –

Apartó la mirada y, sin más que decirle, se puso los zapatos y tomó su mochila para poder irse.

No había tocado la puerta cuando los brazos de Sadaharu lo retuvieron.

Suéltame – pidió con voz ahogada.

Si se quedaba más tiempo a su lado, sucumbiría y se conformaría con las migajas que le daba.

Por favor, déjame ir –

No – rozó sus labios contra su nuca – jamás –

Entiende que… -

Es más que física – gruñó y posó su mano en su mejilla para que volviera la mirada hacia él – Te quiero –

No… no juegues con esto… -

Te quiero – repitió, besándolo – te he querido desde que estábamos en el instituto. Te he deseado y te he amado. No tienes idea del esfuerzo que supuso para mí esperar hasta que estuvieras preparado para nosotros. Creí que tu ya sabías lo que yo sentía –

¿Desde el instituto? ¿Cuántos años habían pasado desde entonces? ¿Cuatro? Kaoru no podía imaginarse a si mismo reprimiendo ese tipo de sentimientos por tanto tiempo. Él solo llevaba un año enamorado de Inui, desde que él comenzara a visitarlo constantemente en la facultad. De repente, sintió como si el pecho le fuera a explotar de la emoción y maldijo cuando las mejillas se le sonrojaron.

Odiaba comportarse como una colegiala enamorada.

Aclarado ese punto – Sadaharu sonrió con coquetería - ¿Crees que podemos retomar las cosas donde las dejamos? –

Le clavó una impresionante erección contra las nalgas.

Kaoru supo que al día siguiente tendría un horroroso dolor en el trasero.

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Fin del anexo

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¡Hola lectoras/¿es?

Hace ya más de tres años que este fic vino a mi cabeza. Fue en mi primer año en España, cuando mi profesor de filosofía nos dio el tema del "amor". Como ya habrán visto, es precisamente ese tema el que incluyo en el fic. Ha sido una de las historias que más le ha gustado a la gente de lo que he escrito hasta ahora, y no quise cambiar muchas cosas para que quien ya haya leído no tenga que hacer el trabajo una segunda vez.

Espero que les guste como ha quedado. Los cambios no son muchos, pero, como ya he dicho, me gusta más así.

Un beso fuerte para todos y que sigan leyendo.

Atte: Tommy