Prólogo

Maldiciones eran las únicas palabras que salían de su boca.

Ya no lo aguantaba mas, sólo quería llegar a su hogar y estar junto con su hermosa esposa.

Si, señoras y señores, aunque no lo crean, Edward Cullen de 27 años, aquel espectacular y hermoso hombre, millonario pero inmaduro que además de ocuparse de su gran y exitosa empresa vivía la "vida loca", saliendo con sus amigos, llevándose a la cama todos los días a una mujer diferente, esas que con sólo oír la palabra "dinero" corrían en su búsqueda… se casó.

Cualquiera diría que se enredó con alguna de sus engatusadoras y huecas amantes, pero la realidad era otra.

Edward se casó con la única mujer que lo hizo sentar cabeza, una le mostró un mundo completamente diferente al que estaba acostumbrado y que logró hacerlo andar todo el día con una estúpida sonrisa en el rostro -de esas de las que él antes siempre se burlaba y juraba que ninguna mujer lo haría tener una así-. Se casó con la única que estaba, está y estará en sus pensamientos; una mujer que no lo amaba por su fortuna o belleza, sino por la persona que era a pesar de todas las estupideces que cometió. Ella… la que lo hacía sentir millones de emociones con una mirada y que lo estremecía con sus caricias.

Bueno, para ésta parte de la historia todos se estarán preguntando quién era la afortunada mujer que lo tenía así, de esa manera. La respuesta es muy fácil: Isabella Swan, una hermosa y famosa médica de 25 años que trabajaba en un reconocido hospital de New York.

No se conocieron como cualquiera pensaría: en algún bar, por medio de amigos en común o accidentalmente. Aunque quizás, la ultima palabra está bastante cerca. Ya que ambos se conocieron por un accidente que Edward tuvo con su auto después de salir borracho de un restaurante. No había sido nada grave, pero igualmente lo llevaron al hospital y fue allí donde se encontraron por primera vez. Por decirlo de alguna manera, ella era su doctora particular.

Éste romance no empezó como un amor a primera vista. Todo lo contrario, se podría decir que hasta se odiaban mutuamente.

¿Por qué?

Simplemente porque no se soportaban, sus personalidades eran demasiado diferentes.

A pesar de que ella admitía que era apuesto (tampoco iba a rebajarse y decir que era el ser mas hermoso que vio en su vida; tenía un orgullo que no se lo permitía), para ella él era un completo inmaduro, alguien al que sólo le interesaba su dinero y acostarse con cualquier mujer que caminara frente suyo. En simples palabras, un mujeriego.

Y él tenía que admitir que ella era hermosa, pero eso no le quitaba que era una completa aburrida y molesta, era como aquellas mujeres que todo le parecía inapropiado e inmaduro. Una mujer que no disfrutaba la vida al máximo como él lo hacía. Sin embargo, para él esa frase significaba: salir con sus amigos todas las noches y acostarse con mujeres que cumplieran con sus requisitos, o sea: ser hermosas pero que al otro día desaparecieran de su cama, de su vista y, si era posible, de su vida.

Entonces, como al tener diferentes ideas sobre lo que estaba bien o mal sus personalidades chocaban y esto hacía que se odiaran con sólo sentir la presencia del otro en un mismo lugar.

Pero, según dicen… los opuestos se atraen. Yo debo decir que ésta frase no es completamente errónea, ya que a estos dos les sucedió exactamente eso. Comenzaron a sentir una incomodidad al estar juntos, pero no era algo que les molestara, al contrario, era algo que los hacía sentir millones de sentimientos que los confundían cada vez más pero que los incitaban a probar lo prohibido, en éste caso… lo opuesto. Aquello que les llamaba la atención del otro.

Así fue como comenzaron a conocerse mejor, como empezaron a verse con otros ojos y a sentirse muy cómodos juntos hasta sentir un horrible sentimiento de necesidad, uno que les impedía estar separados por mucho tiempo.

Edward comenzó a cambiar y a necesitar la sola presencia de Bella para sentirse completo; dejó de ir a esos lugares de mala muerte a los que frecuentaba y de acostarse con cualquier mujer, simplemente porque desde que Bella había llegado a su vida sólo necesitaba de ella y de nadie más. Pero, sin darse cuenta, un nuevo sentimiento, uno que ellos creían inexistente, empezó a nacer y a crecer de lo más profundo de sus almas. Un sentimiento que tal vez los uniría hasta el final de sus días.

Para resumir un poco ésta extraña historia, podemos decir que a los cinco meses de conocerse ya eran novios y vivían juntos, pero la necesidad que tenía Edward de que Bella sea completamente suya era tanta que a los seis meses le pidió que se casara con el, prometiéndole que cumpliría todos sus deseos y caprichos, que nunca la dejaría sola o la haría llora, que la protegería y que, por sobre todas las cosas, la amaría de la misma manera que lo hacía hasta el día de hoy.

Por supuesto que entre lágrimas y sollozos Bella dijo que si, haciendo que a Edward lo embargara una ola de diferentes emociones, desde ingenuidad, por darse cuenta de que la mujer que amaba había aceptado, hasta felicidad… una felicidad que no cabía en él por saber que pasaría el resto de su vida con ella, esa mujer divertida, hermosa, inteligente, dulce y un sin fin de diferentes adjetivos que ni siquiera alcanzaban para describirla.

Por eso, un año después de su casamiento, se sentía impotente y nervioso por no poder llegar al lado de su amada.

Había salido temprano de su oficina para pasar más tiempo con su esposa, quien desde algunos días se comportaba de una manera extraña, pero ahora se encontraba atrapado en un maldito embotellamiento, con miles de autos a su alrededor, con miles de personas furiosas o estresadas después de un largo día de trabajo y que lo único que sabían hacer era tocar esa estúpida bocina que lo hacía sentirse mas impaciente de lo que ya estaba.

Maldición. ¿Tanto lo odiaba Dios para hacerle eso? Lo que más le molestaba era que no iba a poder disfrutar todo el tiempo que hubiera querido con su preciosa mujer.

Sólo quería ir, abrazarla, decirle cuánto la amaba, besarla hasta que el aire peleara por entrar en sus pulmones y perderse en ella. Sólo necesitaba escuchar su melodiosa voz gritar y decir su nombre mientras él se encargaba de que tocara el cielo con las puntas de sus dedos. Sólo exigía sentir sus delicadas y finas manos por todo su cuerpo, acariciándolo… haciéndole saber que lo necesitaba. Sólo pedía besar su dulce boca y lamer sus suaves labios, que eran como una droga del la que él era adicto, porque era adicto a ella, a su cuerpo. Ella era una droga de la que necesitaba cada segundo y minuto para sobrevivir.

Bajó de la esponjosa nube en la que se encontraba fantaseando con su esposa al escuchar el molesto sonido de bocinas y de los gritos de algunos de los conductores que se encontraban detrás de él, gritándole que se apurara y otras no tan lindas palabras para que se moviera, ya que comenzaban a salir del terrible embotellamiento.

En ese momento ni siquiera prestó atención a las maldiciones que le mandaban con tanto amor, sólo aceleró lo más rápido que pudo y se dirigió hacia su casa, sin imaginarse que una gran noticia esperaba por él.

OOO

Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a Stephenie Meyer, yo sólo juego con ellos.

Estoy editando la historia, al menos los primeros capítulos que realmente me causan vergüenza. En fin…

Nos leemos.