Sex Toy

By Oriana de la Rose

Traducción: beckyabc2

Disclaimer: Primero que nada como ya saben los personajes le son de S. Meyer, y la historia de Oriana de la Rose, yo solo me adjudico la traducción.

Summary: Edward Cullen tiene dos trabajos: Modelo de ropa interior y Juguete Sexual. Alice lo contrata para que sea el stripper en la fiesta del cumpleaños número 20 de Bella y la atracción con él es instantánea. Ella descubre que él es su nuevo juguete. Ahora Edward tiene una nueva ama que complacer...

Capítulo 13

At Edward's Mercy

EPOV

Odiaba no haber estado ahí para detener a ese mesero antes, antes de que llegara con Bella. Había pensado que estaría a salvo con los otros con ella. Pero se habían ido a jugar a billar. No los culpo. Los verdaderos responsables fueron tanto el camarero como yo. Yo debería haber estado ahí y él debería haber permanecido jodidamente lejos.

Conduje a Bella a casa en su coche. Ella sólo estaba achispada pero no quería que ella conducirá. Se quedó dormida en el coche después de sólo la primer cuadra. Mirando por encima de ella, sonreí. Ella se hizo un ovillo en el asiento, con los brazos alrededor de sus rodillas y las piernas contra su pecho. Tendrá un ligero dolor de cabeza por la mañana, pero nada demasiado terrible.

Aparqué al lado del edificio y bajé del coche. Yendo hacia el lado de Bella, la levanté con cuidado del coche, al estilo de novia, y con cautela entré en el edificio. Apoyó la cabeza en mi pecho, con una leve sonrisa en su rostro. Fue difícil abrir la puerta del apartamento, pero me las arreglé, pateando la cerré detrás de mí. Cuando la acosté en la cama, ella envolvió sus brazos alrededor de mi cuello.

—Quédate conmigo, Edward —susurró, sus ojos revoloteando abiertos por un momento—. Por Favor.

Una lanza de miedo y dolor atravesó mi corazón. ¿Sabía sobre mi decisión de dejarla después que terminaran los veinte días? Pero ella sólo cerró los ojos y se dio la vuelta sobre su lado, tirando de sus piernas contra su pecho. Su respiración se profundizó, y se quedó dormida.

Me desvestí, dejando mis boxeadores, y me metí en la cama con ella. Aunque traté de dormir, no pude evitar la sensación de que ella lo sabía. Aunque, ¿cómo iba a saber eso iba más allá de mí? Tal vez sólo me pedía que se quedara con ella mientras dormía. Como si pudiera ir a otro lugar.

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Esa mañana, tuve un leve dolor de cabeza. Mi boca se sentía como si algo peludo había dormido en ella, cubriendo mi lengua y mis ojos estaban pesados. Gemí y rodé, golpeando algo muy sólido.

Eso resopló sorprendido. Abrí los ojos para ver que había rodado justo hacia Edward, con mi brazo golpeándolo en la cara. Me reí, incapaz de detenerme. Eso hizo que doliera más la cabeza, pero no podía parar. Tenía la sensación de que eran los efectos secundarios del alcohol de la noche anterior.

—¿De qué te ríes? —gruñó juguetonamente, moviéndose para cernirse sobre mí. Todavía no podía dejar de reír. Una sonrisa se extendió sobre sus hermosos labios.

—De ti —logré decir a través de la risa burbujeante que brotaba de mi garganta.

—Entonces tal vez debería realmente darte algo para que te rías —comenzó hacerme cosquillas a mis lados y empecé a reír tan fuerte que las lágrimas se escaparon de mis ojos.

—¡Detente! —grité, con mi estómago empezando a doler por la prolongada risa—. Edward pa...pa...para.

Se detuvo, dándonos vuelta, quedando yo encima de él—. Me alegro de que te sientas tan bien esta mañana —dijo, sonriendo. Miré hacia abajo para ver que estaba desnuda excepto por mis bragas. Un rubor se extendió por mi rostro. Estaba a horcajadas sobre su cintura, con las manos descansando sobre su tonificado pecho. Sus manos frotaron mi cintura, jugando con el borde de mis bragas—. Entonces, ¿qué te gustaría hacer hoy? —me preguntó. Cuando sus manos rozaron mi núcleo cubierto, me mordí el labio, luchando por mantener los ojos cerrados—. Tal vez te gustaría hacer esto... —se interrumpió, ahuecando mis pechos desnudos en sus manos. No podía detener el pequeño gemido que se deslizo más allá de mis labios.

De repente recordé que no me había cepillado el cabello o los dientes por la mañana. Era probablemente un desastre. Me mordí el labio con fuerza—. Um, Edward —dije a regañadientes— ¿Puedo tener un momento, por favor?

Sonrió—. Por supuesto.

Corrí fuera de la habitación, con ganas de volver a él tan pronto como fuera posible. Me lavé los dientes rápidamente, pero a fondo y pasé mi cepillo por mi cabello, consiguiendo quitar la mayoría de los enredos. Mis mejillas brillaban por el color y tenía los ojos desorbitados. Me veía casi loca, pero al menos mi dolor de cabeza se había ido. Fui hacer del baño rápidamente antes de salir corriendo del cuarto de baño. Cuando volví a la habitación, Edward se había ido. Me quedé inmóvil, mirando alrededor de la habitación. Pero él no estaba ahí.

Lentamente, fui a la sala de estar. Tampoco estaba ahí. Lo encontré en la cocina, se inclinó para poder sacar algo de la nevera. Todavía estaba en calzoncillos y me detuve, observándolo simplemente. Era glorioso, el epítome del cuerpo masculino perfecto. Musculoso, pero no en exceso. El cabello de Edward estaba despeinado más de lo habitual y lo vi pasar sus manos a través de él cuando se incorporó, poniendo la botella del zumo de naranja en el mostrador. Por un momento, él simplemente la miró. Había algo en su mente.

Me decidí dar los buenos días correctamente. Pequeñas mariposas comenzaron rebotando dentro de mi estómago mientras en silencio entraba a la cocina. Él no me había visto, sin dejar de mirar a la caja botella de jugo de naranja con una expresión oscura. Cuando llegué a él, envolví mis brazos alrededor de su cintura y lo abrace por la espalda.

Brinco despacio con sorpresa, mirando por encima del hombro hacia mí—. Buenos días, Edward —murmuré presionando mis labios en su hombro desnudo. Cubrió mis manos que yacían en su abdomen con las suyas.

—Buenos días, Bella. Estaba consiguiendo algo de beber —se dio la vuelta en mis brazos, dejando que sus ojos vaguen sobre mí. Me sonrojé de nuevo, incapaz de mantener una sonrisa en mis labios—. Pero ahora creo que tengo hambre —sus ojos brillaban diabólicamente mientras sus manos corren por mi cuerpo, deteniéndose en mi trasero. Entonces él me agarró por las caderas y me puso en el mostrador de la cocina.

—¿Qué estás haciendo? —Le susurré—. Este mostrador va a tener que ser lavado ahora.

Él sonrió y separo mis piernas—. Me importa un comino este mostrador, Bella —dijo en voz baja, permitiendo que sus dedos se deslicen lentamente por mis muslos hacia mi centro—. Estoy muy hambriento y tengo que comer algo.

Me mordí el labio y luché por no gemir. Sus manos estaban en mi ropa interior ahora, jugando con el dobladillo. Metió dos dedos, acariciando sobre el pequeño parche de pelo entre mis piernas.

—No quieres que me muera de hambre, ¿verdad? —preguntó, torciendo los dedos en el borde de mis bragas y tirando de ellas por mis piernas así que estaba totalmente desnuda en mi mostrador. Mis bragas cayeron al suelo y les propinó una patada para que pudiera estar delante de mí sin obstáculos. Me llevó al borde de la encimera para ponerse entre mis piernas, empujándolos más separados.

Su boca descendió sobre la mía, su lengua deslizándose en mi boca. Succioné una respiración profunda por la nariz, anudando mis dedos en su cabello. Aspirando mi lengua, mordiendo y pellizcando mientras sus manos ahuecan y aprietan mis senos. Pasé mis manos hacia sus boxers, tratando de tirar hacia abajo por sus caderas. Lo necesitaba tanto ahora.

Edward se alejó, sonriendo—. Tú pequeña traviesa, chica traviesa. ¿Te he dicho eso? —su voz era firme y severa, como si fuera un padre regaña a su hijo—. Ahora voy a tener que castigarte.

—¿Castigarme? —gemí con frustración cuando se alejo. Me moví para poder seguirlo, pero él me detuvo.

—Si te mueves un centímetro, Bella, entonces vas a obtener el castigo doble de malo —dijo con firmeza.

Me quedó donde estaba. ¿Qué en el mundo estaba haciendo?

Vi como entraba en la sala de estar, y luego en el dormitorio. Esperé unos momentos después que desapareciera por la esquina. Una ligera brisa soplaba sobre mis expuestas partes privadas y me estremecí. Me pregunté de dónde venía aquel proyecto. Escalofríos corrieron por mis brazos y estómago. Cuando regresó, él estaba sosteniendo dos largos y gruesos pedazos de tela,. Mis cejas se fruncieron en confusión.

—No puedo creer que estés tratando de desobedecerme de nuevo —explicó, de pie junto a mí.

—¿Desobedecerte? Nunca me dijiste que n...

Me interrumpió, poniendo una mano sobre mi boca. Sus ojos estaban muy serios. Finalmente, entendí y me di cuenta que estábamos en una especie de juego de roles. Pero no estaba segura de cómo se suponía que debía actuar. Edward comenzó entonces atar la tela alrededor de mi muñeca derecha, anudadola a un lado. Luego tiró de mi brazo derecho hacia fuera y anudó el otro extremo de la tela alrededor de una manija del gabinete de metal. Mis ojos se abrieron.

—¿Vas atarme? —Mi voz salió en un susurro.

—La próxima vez que me desobedezcas, va a empeorar —dijo, con voz dura. Pero cuando se encontró con mis ojos, sus ojos verdes estaban suaves, haciéndome saber que él no me haría daño—. Dame tu mano izquierda.

Hice lo que me ordenó y ató mi muñeca izquierda a la otra puerta del armario. Me preguntaba si podría abrir las puertas del armario si empujaba mis manos hacia adelante. Experimenté, tirando de las puertas. Pero se abrieron de manera opuesta de modo que era imposible moverlas aunque hubiera querido.

—No lo intentes —advirtió—. No vas a liberarte. Eres mía para castigarte, Bella, y planeo ser muy, muy cuidadoso contigo —Él distraídamente pasó los dedos por mi brazo derecho, desde mi muñeca hasta el hombro, luego a mi seno, moviendo mi pezón con la uña.

Grité, arqueandome. Él sonrió con satisfacción—. Edward, por favor —resoplé. Ya estaba mojado por él y me di cuenta de que no lo había tenido dentro de mí durante dos días.

—No quiero escuchar que hagas otro sonido —ordenó—. Si escucho tanto un sonido como gritar, voy a parar y te dejaré aquí, desnuda y atada a los gabinetes de la cocina para que cualquiera pueda encontrarte. ¿Entendido?

Asentí con la cabeza, con mis ojos muy abiertos.

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Joder, ella era perfecta. Di un paso atrás, examinando mi trabajo. Sus brazos estaban dispersas en una gran T, las muñecas atadas a la puerta del armario. Su pecho subía y bajaba y su cabello caía sobre sus hombros y espalda. El trasero de Bella estaba en el borde de la encimera, las piernas abiertas para que pudiera ver la fiesta que tendría. Sabía que iba a tener una erección muy evidente en mis boxeadores si seguía mirándola, pero no me importaba. Quería esta imagen impresa en mi mente para siempre.

Di un paso para que estuviera de pie entre sus piernas abiertas. Ahuequé su seno, acariciando en mi mano para que el pezón estuviera apuntando hacia arriba, erguido y firme. Ella jadeó suavemente. Le sonreí, luego me incliné para capturar su pezón con los dientes, chupando en mi boca. Me di cuenta de que se estaba concentrando fuertemente en no hacer ningún ruido. Pero no lo iba a hacer más fácil para ella.

Chupe y mordí su pezón hasta que estaba de color rojo brillante. Entonces lamí el pliegue debajo de sus senos, pasando mi lengua desde un montículo glorioso al siguiente. Su pecho subía y bajaba rápidamente con su respiración pesada. Llevé una mano lentamente por su muslo a su coño ya húmedo.

—Ya estás tan mojada, Bella —la reprendí, alejándome de sus senos—. Eres una chica mala. Creo que necesito enseñarte un poco de paciencia —metí un dedo momentáneamente en su interior antes de sacarlo rápidamente. Ella se quedó sin aliento, arqueando de modo que sus muñecas tiraron de los gabinetes en vano—. No sirve de nada. No conseguirás irte lejos de mí ahora. Puedo hacerte lo que quiera y tú sólo tendrás que tomarlo —mii voz era baja mientras hablaba.

Le froté el centro lentamente, mis movimientos sin interrupciones de los jugos que fugaban de su centro. Ella estaba goteando literalmente sobre el mostrador que estaba tan mojado. Puse mi dedo en mi boca, disfrutando de la forma en que su dulce coño sabía. Ella exhaló con casi un gemido.

—¿Qué te dije, Bella? —Dije con desaprobación—. Un sonido de ti y voy a parar y ver la televisión en su lugar, dejándote aquí.

Se mordió el labio, con los ojos vidriosos de placer. Asintió con la cabeza, sus ojos color chocolate abiertos ampliamente mientra me veía. Casi me perdí con el sonido de sus gemidos. Pero fue sólo cuestión de tiempo antes de que ella se deslizará. Iba a probarla, traerla al abismo una y otra vez y no dejaría que llegara hasta que se lo permitiera. No tenía ni idea de dónde venía este lado dominante de mí, pero no sería silenciado.

Entonces aparté sus muslos, moviendo mis manos hacia su trasero, y puse mi boca directamente sobre su coño empapado. Ella abrió la boca en silencio, pero se quedó en silencio mientras pasaba la lengua por sus pliegues. Maldita sea, quería oír su grito. Quería oír su maldición cuando el placer se estrellara contra ella. Decidido a hacerla gritar, o al menos gemir, sostuve su trasero en mis manos, inclinandola y succionando profundamente su coño. Su cuerpo se tensó y sentí sus paredes apretar fuertemente cuando hundí mi lengua profundamente dentro de ella. Ella todavía estaba en silencio. Mierda.

Gruñí y comencé hacerla mía con la lengua el coño de una manera que era nada menos que viciosa. Mordí sus pliegues, succioné cada uno en mi boca mientras apretaba su trasero. Acaricié con mis dientes su clítoris e introduje mi lengua dentro y fuera.

Ella jadeó y se arqueó su cuerpo por el refuerzo mientras gritaba—. ¡Oh mierda, Edward! —gritó, su cuerpo sacudiéndose suavemente. Me di cuenta por la forma en que estaba actuando de que no había llegado absolutamente a un orgasmo. Pero estaba cerca, muy cerca. Tenía los ojos muy cerrados y sabía que ella se tambaleaba en el borde del abismo que la llevaría al éxtasis puro.

Sí. Eso era lo que quería oír. Por mucho que quería seguir, mantuve mi promesa y me alejé de ella.

—Me has desobedecido de nuevo, Bella —dijo. Abrió los ojos lentamente y se ampliaron al darse cuenta de lo que había hecho—. Te dije que debías estar en silencio, y ni siquiera pudise hacer eso —entré en la sala y me senté en la única silla que daba a la cocina. Ella jadeaba, su respiración era trabajosa, y sus ojos me miraban. Pude ver desde aquí que su clítoris estaba hinchado y rosa oscuro, sufriendo por mí.

—¡Oh Dios, por favor Edward! —se quedó sin aliento—. Te prometo que estaré tranquila... sólo... por favor.

—Mírate —le dije, mis ojos nunca dejaron a su atractivo cuerpo desnudo—. Desnuda y goteando en ese mostrador. Eres una zorra, Bella, rogándome que te joda —hice una pausa para ver cómo la afectarían esas palabras. Algunas mujeres las palabras despectivas, les hacen tener mayor placer. Me di cuenta por la reacción de Bella que ella pensaba así. Cerró los ojos y se mordió el labio. Animado por esta respuesta, continué, aún sentado en la silla—. Me pregunto qué pensarían Alice o Rosalie de que estés atada así, o tal vez Angela. Sólo ha pasado una semana y ya eres una puta.

Regresé a la cocina, apoyándome en el refrigerador que estaba a unos metros frente a ella. Ella me miró. Me crucé de brazos mientras miraba hacia ella—. Dime cuánto me quieres, Bella —dije—. Dime lo que quieres que te haga.

—Quiero sentirte dentro de mí —gimió.

—Detalles, por favor.

Respiró profundamente y se retorció en el mostrador. Estaba duro como una roca. Sostuve mis manos delante de mi polla para que no supiera el efecto que tenía en mí. Al verla atada en ese mostrador hizo que mis bolas se aprieten de lujuria y mi polla se contrajera.

Cuando Bella por fin habló, sus grandes ojos oscuros miraron a los míos—. Quiero que me folles duro. Quiero chuparte la polla. Quiero sentirte estrellándote contra mí —hizo una pausa, para tomar una respiración profunda—. Oh mierda, Edward, por favor.

No podía soportar que ella me estuviera rogando. Era tan erótico y estaba seguro de que mis boxeadores iban a reventar a causa de mi palpitante polla.

Moviéndome para estar de pie frente a ella, rápidamente me saque mis boxeadores y tomé el condón que había dejado sobre el mostrador. Abrí el paquete y rápidamente sacó el condón y lo puse sobre mi palpitante erección. Empuje sus caderas más cerca al borde y la penetré, hundiendo mi polla en su núcleo apretado. Ella gritó de placer, sus muñecas tirando de las ataduras.

—¡Oh mierda, SÍ! —gritó arqueándose.

Mis ojos cerrados fuertemente. Salí completamente de ella y entré de nuevo. Sus piernas envueltas alrededor de mi espalda mientras me sumergí en ella. Mis dientes apretados muy juntos mientras experimenté cada oleada de placer. Dios, su coño era tan jodidamente apretado y caliente. El sudor apareció en nuestros cuerpos, mis manos agarrando sus caderas con fuerza. Tenía miedo de dejar moretones en su piel sin defectos, pero no pude encontrar el control para contener. Nuestro acoplamiento era casi brutal. Cada vez que me sumergía en ella; ella gritaba, echando la cabeza hacia atrás hasta que accidentalmente golpeó el armario detrás de ella. Pero no parecía sentir el dolor, sino que insistía en ello.

—Mierda —susurré cuando ella se inclinó hacia arriba, tomando mi labio inferior entre sus dientes. Sus ojos estaban enloquecidos de lujuria mientras succionaba mi labio inferior. Ataqué su boca, sin dejar de chocar contra ella. Se inclinó para manejar sus nervios, luché contra su lengua.

Ella llegó a su clímax con fuerza, apretándose alrededor de mi polla y gritando en la cocina. El sonido reverberó el entorno inocente. Sabía que nunca iba a poder entrar en esta cocina de nuevo sin pensar en ella atada en el mostrador y comenzar a follarla

Continué empujando en ella, sin detenerme a darle tiempo para recuperarse de su orgasmo.

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Oh, Dios mío, iba a explotar por las olas de placer que me ahogaban. Estaba jadeando, tratando de respirar a pesar de que cada nervio de mi cuerpo estaba cantando con éxtasis. Mis piernas se apretaron alrededor de su cuerpo, rigidez por mi orgasmo. Y él no se detuvo. Su pene se estrelló contra mí una y otra vez, y me sentí exitandome de nuevo hacia ese precipicio una vez más.

Con un gruñido feroz, él empujó dentro de mí una última vez antes de él explotara. Aspiró profundamente en mi cuello y grité cuando llego mi segundo orgasmo me golpeó. Lancé la cabeza hacia atrás, me arqueé contra él mientras me fui volando a través de las nubes.

Fue un largo tiempo después que descubrí que tenía cosas tales como un cuerpo y extremidades. Mis muñecas todavía estaban atadas a las manijas del gabinete y mis piernas parecían estar permanentemente cerradas alrededor de la cintura desnuda de Edward.

—Relájate, Bella —dijo en voz baja, llegando detrás de él para deshacer mi espera. Sacó fácilmente mis piernas de su alrededor. Luego empezó a desatar mis muñecas, liberándome de mi encierro. Mi cuerpo era agua pura. Me resultaba difícil ponerme de pie en el suelo de la cocina. El condón fue tirado en el bote de basura. El brazo de Edward era cálido y seguro alrededor de mi cintura mientras caminábamos fuera de la cocina.

Miré hacia atrás para ver la botella de jugo de naranja seguía sobre el mostrador.

Olvidado.