Mi primer Sevmione.

Durante la batalla final el odiado profesor de pociones y la insufrible sabelotodo son arrojados a una isla desierta. Sin comida, sin libros, sin comodidades, sin refugio, y lo peor sin magia. ¿Podrán sobrevivir? ¿Serán capaces de soportarse? O acabaran estrangulándose el uno al otro…

Los personajes pertenecen a JKR. Las ideas solo a mi mente enfermiza.

Espero que les guste.

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¿Qué diablos es esto?

Comenzó a abrir los ojos con dificultad, la explosión aun le tenía aturdido. La luz.

Una luz abrasadora que le quemaba los ojos. Tantos años recluido en la penumbra de su mazmorra, ya casi se había convertido en un murciélago, toleraba mal el exceso de claridad. Pero esa luz… ¿acaso estaría muerto? ….Solo recordaba a Potter y al señor Tenebroso lanzándose sendos ataques con sus varitas, una gran cantidad de magia desatada, la explosión verde que lo envolvía…aquel grito… ¿Granger? Recordaba vagamente que la maldita sabelotodo llegaba a la carrera con su amiguito la zanahoria con patas.

Si, ya estaba…había muerto, todos estaban muertos, por fin podría descansar de su maldita vida de miserias.

Pero no, no tendría esa suerte. Le dolía demasiado todo el cuerpo para estar muerto, era como si le hubiera pasado por encima una estampida de elefantes. Trató en vano de moverse pero solo consiguió que su maltrecha espalda le diera otro crujido…demasiado viejo para estos trotes. Aspiró profundamente, el aire era diferente…no olía como aquella oscura mansión, era fresco, olía como…a mar, a flores. - "Alucinas Severus, demasiados cruciatus. "

Algo tocó su cara…o más bien algo correteaba sobre ella. Abrió los ojos de golpe dando un alarido, su mano se estrello contra su rostro, sostuvo la pequeña criatura entre los dedos, y la observó ceñudo. - "¿Un cangrejo?" ¿Un jodido cangrejo?" - El bichejo movía sus patitas con ansiedad, chasqueaba las pinzas amenazadoramente. Miró hacia arriba, un cielo azul despejado lo cubría, jadeó nervioso y se incorporó de golpe haciendo caso omiso de sus dolores.

Miró a su alrededor, y su mandíbula cayó de golpe. -" ¿Dónde mierda…?" - Una hermosa playa de arena blanca se extendía ante él. El agua era cristalina y limpia, las olas rompían a pocos metros contra la arena con una lenta cadencia, en el horizonte el mar se extendía en tonalidades azules y esmeraldas. Un sol de justicia brillaba sobre su cabeza, se volvió al otro lado sin salir de su estado de alucine. Unos altos cocoteros repartían su sombra poco antes de que la playa desapareciera para convertirse en una especie de selva tropical. Sacudió la cabeza. Esto no podía ser real, debía de ser presa de un confundus o algo similar.

Abrió la mano y dejo escapar a la pequeña criatura que se apresuró a correr hacia el agua como alma que lleva el demonio. Lenta y pesadamente te puso de pie, provocando que todos sus músculos protestasen. Con una mueca de hastío observó sus ropas, su capa negra estaba algo chamuscada en los bordes, y lo que más le asqueaba…la maldita arena del diablo, ya la sentía dentro de sus botas, esa asquerosa sensación entre los dedos, ese odioso picor en su cuerpo.

Bueno, en unos instantes todo acabaría, y podría estar de regreso. Busco su varita en su bolsillo y realizó un grácil movimiento para desaparecerse. … Nada…nada ocurrió. Dio y fuerte gruñido y repitió el movimiento, de nuevo nada ocurrió. Pensó que tal vez una restricción anti apariciones. Intentó un simple hechizo de limpieza con su ropa, y la varita se comportaba como un trozo inútil de madera. Con un grito de rabia la lanzó contra el suelo clavándose en la blanca arena. Algo le impedía usar magia en aquel lugar. Tal vez el lugar, o ese último impacto de la energía de los dos hechizos juntos. Rió de desesperación. Parecía una última venganza un último castigo, enviarle a aquel asqueroso lugar con las cosas que odiaba, el mar, el sol, la arena, y…

Un gemido se oyó por encima del murmullo de las olas, abrió los ojos y escudriño a su alrededor. Acaso no había sido lanzado solo a ese maldito lugar. Pero no vio a nadie, estaba solo en aquella playa. Se frotó su maltrecha nuca y dio un gruñido de dolor. Dio un salto, otra vez ese sonido.

Recogió su varita y decidido avanzó por la playa, había un grupo de cocoteros y matorrales que llegaban casi hasta la misma orilla, saltó por encima de los troncos que se amontonaban en el suelo, restos de alguna tormenta pasada, su capa se engancho de una rama y dio un tirón de ella con muy malos modos. Produciéndole otro pequeño desgarro.-Maldita sea. – Gruño de nuevo.

Avanzó unos metros más sintiendo como la arena se hundía bajo sus pies, y una sonora maldición surgió de sus labios al verla incorporándose sobre la arena.

-¡Maldita sea! ¿Granger? – Graznó entre perplejo e iracundo. La chica se giró y le observó con la confusión reflejada en sus ojos color miel.

-P…prof…esor. – Atinó a balbucear, aun sentada en la arena.

-¿Qué he hecho yo… para merecer esto? – Bufó apartándose el pelo de la cara con resignación, mientras la chica que aun parecía en trance miraba a su alrededor alucinada.