La Quinta Columna. Capítulo 5.

29 de Marzo de 1939, Barcelona, España.

Un alboroto repentino en su habitación hizo que se despertara. El mismo nerviosismo con el que se despertaba últimamente tras las pesadillas lo recibió. La luz se encendió de golpe, dejándolo ciego. Un hombre vestido de militar se acercaba a él, y aún estaba frotándose los ojos intentando acostumbrarse al exceso de luz.

- Venga, despierta. Nos vamos -dijo el hombre.

- Le he dicho que dejen de sacarlo de la casa a altas horas de la noche. Además va a llover y no es bueno para su salud. -dijo Ana enfadada, entrando en la habitación. Al parecer el soldado la había apartado bruscamente.

- Sólo cumplo órdenes, señorita -replicó- No se lo tome como algo personal.

Antonio se incorporó pesadamente. ¿Qué querrían esta vez? ¿Estaría su jefe dispuesto a una segunda discusión? Bueno, realmente no habían discutido. Él había comunicado a su jefe que no quería participar en más operaciones con la milicia y aquello le había ganado una mirada de reproche de su jefe. No quiso retractarse, estaba cansado de aquellas salidas nocturnas que lo único que le estaba aportando era pesadillas. Siguió al hombre fuera de la casa, escuchando las apagadas quejas de Ana, y se introdujeron en un coche.

- ¿Adónde vamos? -preguntó Antonio al hombre una vez el coche arrancó.

- Cuando lleguemos lo verás -dijo el hombre sin muchas ganas.

Sus peores temores se confirmaron cuando el coche en el que iban y otro que los llevaba siguiendo un buen rato se detuvieron frente un bloque de pisos. El hombre le instó a salir del coche y acompañarlos. La situación la conocía, era lo que le habían obligado a presenciar en las últimas semanas. Llamaron a una puerta y un hombre de estatura corta les miró con pavor.

- ¿Carlos Soria? -preguntó el soldado que lo había acompañado en el coche. El hombre afirmó con temor- ¿Viene a dar un paseo con nosotros, por favor?

El proceso se repitió en dos veces en dos casas diferentes y los soldados habían reunido a tres personas en lo que empezaba a conocerse popularmente como "paseos". Los "paseos" era cuando los soldados del régimen franquista se dedicaban a reclutar gente considerada republicana o con pensamientos peligrosos para el régimen. Se les llevaban diciendo que iban a dar un paseo, los conducían a lugares apartados de toda civilización y los fusilaban. No era la primera vez que lo llevaban a una de esas "aventuras" nocturnas y éstas le provocaban pesadillas donde podía oír los fusiles y los gritos ahogados de los ejecutados.

Aferró la mano a la pequeña pistola que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Era una pistola que le solían dar cuando iban a los paseos, alegando que si alguno se ponía violento y le intentaba atacar, necesitaría algo con lo que defenderse. Sabía que lo que ahora le tocaría sería llegar, ver como los sacaban, quedarse a un lado, cerrar los ojos y escuchar los disparos. Pero algo difirió de lo habitual.

- Toma -dijo el soldado con la voz cantante endiñándole un fusil que tuvo que agarrar para que no se cayera.

- ¿Eh? ¿Q-qué significa esto...? -dijo Antonio desconcertado mirando el arma que ahora tenía entre las manos.

- Lo que crees. Tú eres el encargado de ejecutarlos hoy -dijo el soldado.

- N-no puedo hacer eso -dijo nerviosamente Antonio aún con la vista fija en el arma.

- Pues vas a tener que hacerlo. El generalísimo así lo ha ordenado -dijo el soldado- Si no lo haces, tendremos que matarlos nosotros y tenemos órdenes de hacerlo de la manera más dolorosa posible. Hasta que no ejecutes personalmente a algunos, tenemos órdenes de seguir trayéndote. Cuanto más te resistas, más gente lo pagará por ti.

De los diversos sentimientos que lo embargaban, Antonio respiraba entrecortadamente. Notaba las manos temblorosas, sudorosas, agarrando el fusil como bien podía. Las palabras de ese hombre resonaban por su cabeza. Levantó la vista horrorizada hasta los condenados, que a su vez lo miraban con el miedo en los ojos. Puso el arma en posición, vio cómo cerraban los ojos y algunos se echaban a llorar. A diferencia de otras veces, ninguno suplicó después de haber escuchado lo que el soldado había dicho. Habían visto que no eran los únicos que estaban pagando por el bando al que habían pertenecido durante la guerra. Retuvo el aire y disparó una primera vez. Respiró, volvió a retener el aire y disparó una segunda vez. La cara del tercer reo le recordaba lo que estaba haciendo y empezaba a sentir una horrible sensación por todo el cuerpo. Incluso las gotas de lluvia que empezaron a caer, en vez de tranquilizarlo, lo pusieron aún más nervioso. Disparó un último tiro y el último cayó al suelo. Bajó las manos mientras observaba la escena y el fusil se le cayó al suelo. Los soldados empezaron a recogerse en los coches y Antonio se acercó a los cuerpos inertes, sin preocuparse por la lluvia que le estaba calando. Se agachó al lado de uno, viendo como había fallado un punto vital y aún estaba vivo, agonizando de dolor. El reo lo miró a los ojos, suplicante, pidiéndole en silencio que terminara con su agonía. Sacó la pistola pequeña que guardaba en el bolsillo y apuntó a un punto vital. El golpe seco del disparo terminó con la agonía del hombre y sumió el lugar en un silencio que era interrumpido por la lluvia. Se quedó mirando sus manos ensangrentadas y aún sin decir nada y sin atisbo alguno de emoción en su rostro, lo obligaron a entrar en el coche.

En el lugar donde residía Antonio, el teléfono había sonado por segunda vez en toda la noche. Ana había decidido cogerlo para atender así al señor italiano que parecía muy enfadado porque el español no lo había llamado aún.

- Aún no ha vuelto y... Ah, espere -dijo Ana escuchando que la puerta se abría. Dejó el teléfono encima de la mesita y se fue para recibir a Antonio, que venía chorreando- ¡Señor! Está empapado. Voy a por algo para secarlo.

- No hace falta -dijo en un tono tan bajo que a Ana le costó escucharlo.

- Tiene una llamada. Un chico que es la segunda vez que intenta hablar con usted. Le digo que llame otro día, mejor... Señor, ¿está bien? -dijo Ana viendo el rostro pálido y sin expresión de Antonio.

- Estoy bien. Responderé a la llamada -dijo caminando hasta la habitación donde estaba el teléfono.

Antes de coger el teléfono se miró las manos manchadas de sangre, finalmente recordó que tenía que contestar el aparato. Agarró el auricular con la mano izquierda.

- ¿Diga? -preguntó Antonio

- ¿Spain? ¿Eres tú? -preguntó Lovino al otro lado del teléfono, extrañado porque el tono de voz se parecía un poco, pero estaba demasiado apagado.

- ¿R-Romano...? -justo en ese momento había reparado en que el único que podía estarlo llamando y que encajara con la descripción era el italiano. Notaba un nudo de sentimientos en el pecho.

- ¿Qué te ha pasado en la voz? ¿Cómo van las cosas? -en otra ocasión no hubiera preguntado directamente. ¿Darle señales de que se preocupaba? ¡Ni loco! Pero en la situación actual sabía que: o preguntaba, o Antonio no se lo contaría por su propio pie. Era así de tonto.

- L-las cosas... V-van... de alguna manera... Las cosas... -empezó Antonio, sintiéndose cada vez peor. Recordaba lo que había pasado hacía escasos minutos, las miradas de aquellas personas y el haber apretado el gatillo. Las lágrimas asomaron por sus ojos.

- Lo que estás diciendo no tiene sentido, ¿qué está pasando? -dijo Lovino nervioso oyendo como el tono del español se hacía cada vez más inaudible. De repente le pareció escuchar un sollozo- ¿Spain?

- Ah... L-lo siento... No... No quería que me oyeras pero... Pero. -las lágrimas empezaron a salir sin parar y no pudo esconder más el tono lloroso. Se sentía más que triste. Se sentía extremamente desdichado, solo, enfermo, criminal, un despojo. La idea de haber matado a esa gente con sus propias manos le mortificaba. El recuerdo de todo lo que su gente había pasado, de lo dividida que estaba. El sentimiento de estar perdido se había acentuado hasta tal punto que le daban ganas de gritar de dolor.- Yo no quería matarlos, Romano... Yo no quería... Y mis manos están aún manchadas de su sangre. Yo no quería esto. No puedo más. No lo soporto. No puedo seguir adelante...

Romano temblaba al teléfono escuchando a Antonio llorar desesperadamente. No entendía qué había pasado, sólo entendía que el español se estaba desmoronando y él no estaba allí para intentar pararlo de alguna forma. La distancia que había entre ellos le hizo sentir impotente. Y mientras, Antonio lloraba cada vez con más fuerza y desesperación, llevándose las manos a la cara, encogido sobre una silla. Ése era el gobierno que se había establecido, un gobierno que reinaba con el terror, que desmoralizaba a sus habitantes. No querían gentes, querían súbditos que los siguieran fielmente, por muchas locuras que dijeran. Aunque los mataban en la sombra, todo el mundo sabía lo que pasaba si desobedecías el régimen. Todo el mundo tenía miedo. Antonio también lo tenía, más por su gente que por él.

La puerta de la habitación se abrió y entró Ana, alarmada por el llanto del español. Alguna criada más entró tras ella. Lovino las escuchaba hablar entre el llanto desesperado de Antonio.

- ¿Qué ocurre? ¡Señor! Tiene las manos llenas de sangre, ¿qué ha ocurrido? -dijo una de las criadas. Ana se había acercado a él e intentaba adivinar cómo podría calmarlo.

- Tiene mucha fiebre. Lo mejor será que lo llevemos a su habitación -dijo Ana lográndole quitar el auricular de la mano. Antonio se había llevado las dos manos a la cara, respirando entrecortadamente entre lágrimas.

Ana colgó el teléfono sin siquiera despedir al interlocutor y, ayudada por las otras criadas, levantaron a Antonio y lo condujeron a la habitación, dejándolo sentado sobre su cama, ahora llorando con la mirada perdida, el rostro manchado levemente de sangre y claramente desmoronado. Con cuidado le limpiaron las manos y la cara, quitándole los restos de sangre, le pusieron ropa seca y le secaron el pelo. Antonio parecía un zombi, no se enteraba de nada, miraba al infinito como buscando algo que le devolviera la vida que le faltaba. Lo obligaron a tumbarse en la cama y le pusieron un paño húmedo en la frente, para que le bajara la fiebre. El español tenía los ojos cerrados y nuevamente dos lágrimas le surcaron el rostro.

- Mi casa... se ha roto... Ya no veo mi casa más. ¿Por... por qué? -dijo en un amargo susurro.

Roma, Italia.

Se secó la última lágrima del rostro, logrando calmarse. No había escuchado al español de ese modo nunca, ni tras la pérdida de las colonias. Su voz no era igual, su manera de ser le parecía que tampoco. ¿Ésta era la ayuda que le habían dado a España? Sabía que el panorama internacional estaba cada vez más tenso pero, tras lo de aquella noche, sentía que debía arriesgarse y hacerlo. Tenía que ir a España a ver a ese cretino bastardo.

2 de Abril de 1939, Madrid, España.

Después de dificultades varias y de casi perderse, había logrado llegar a casa de Antonio. Se sacudió un poco el pelo, quitándose algunas hojas que le habían caído cuando había pasado por un bosque (en una de las veces que casi se pierde). Llamó a la puerta y una chica de pelo largo castaño y recogido en una coleta le abrió la puerta.

- Tú… Tú no eres Marta -dijo Romano desconcertado ante la aparición de aquella desconocida.

- No, no lo soy. -dijo Ana tranquilamente.

- ¿Quién eres? -dijo frunciendo un poco el ceño.

- Eso mismo le podría preguntar yo -dijo Ana sonriendo amablemente, pero imponiéndose- Si no me dice quién es, tendré que cerrar la puerta.

- Ah, perdón. Soy la parte sur de Italia. Me conocen como Romano. Puedes llamarme Lovino si quieres -dijo el italiano con una sonrisa cortés, la que solía usar con las damas.

- Encantada, yo soy Ana. Supongo que querrá pasar después del viaje, señor Romano -dijo Ana haciéndose a un lado y dejando que el italiano pasara- Ahora mismo llamo al señor.

Pero no hizo falta, ya que Antonio venía por el pasillo y se quedó como una estatua cuando vio al italiano. Romano lo miró fijamente, intentando no alterar su gesto a pesar que se sentía en cierto modo atónito viendo al español. Se lo veía sorprendido, pero no iba acompañado de ningún sentimiento más. Además su aspecto era diferente y no podía acabar de decir el porqué.

- ¿Qué haces tú aquí? -dijo Antonio aún sorprendido.

- He venido a verte, bastardo. Deberías agradecérmelo -dijo Romano señalándolo acusadoramente- Si lo prefieres, me voy.

- Ah. No, no hace falta. -dijo Antonio. Romano arqueó una ceja levemente. ¿Que no hacía falta? ¿Qué tipo de respuesta era ésa?- Me alegro que estés aquí.

- "Cualquiera lo diría…" -pensó Romano mirando el rostro prácticamente inexpresivo de Antonio. No lo había visto sonreír ni una sola vez en todo el rato que llevaban allí. Ni se le había intentado pegar como una lapa. Aunque no le gustaba que lo hiciera, se le hacía raro. Rompió aquel silencio incómodo que se había formado- Vamos a dar una vuelta.

Si la situación en la casa había sido rara, fuera no mejoró demasiado. Se sintió estúpido teniendo que sacar tema y lo máximo que logró ver fue un intento patético de sonrisa. Fue tan malo que hasta por un momento pensó si estaba haciéndole alguna burla con la cara. Después de horas paseando, Antonio empezó a quedarse rezagado. Se paró para mirarlo y observó como estaba sudando. No hacía tanto calor. Se acercó a él.

- ¿Qué haces quedándote rezagado, idiota? -dijo Romano mirándolo.

- Aún estoy un poco tocado por lo de la guerra -dijo Antonio sonriendo débilmente, tanto que Romano ni lo pudo calificar como sonrisa.

- Mejor volvamos -dijo Romano retomando el camino hacia la casa.

El camino transcurrió en otro incómodo silencio que era roto por apuntes de interés nulo tales como el tiempo o las diferentes calles que se habían visto afectadas de algún modo durante la guerra. Cuando llegaron, Antonio se excusó diciendo que necesitaba ir al baño a refrescarse un poco y Romano se quedó solo en la entrada a la casa. Pegó un suspiro y empezó a dar vueltas por la casa hasta que finalmente encontró a la criada que lo recibió en la puerta.

- Ah, perdona... -dijo Romano llamando su atención- ¿Puedo hablar contigo? Sobre el idiota de Spain.

- Lo siento, no puedo proporcionar información sobre mi nación a otra nación. -dijo la Ana.

- No quiero información. No quiero hablar como nación, quiero hablar como persona. Una conversación entre Lovino y Ana. Sólo quiero saber si está así desde hace mucho o si es mi presencia la que hace que esté así.

Romano bajó la cabeza algo apesumbrado. Si era cierto que Antonio estaba así por su presencia, significaría que le guardaba rencor por algo, y ese algo sería, sin dudarlo, la participación que había tenido Italia en la Guerra Civil. Ana suspiró un poco y se sentó en una silla, con una expresión un tanto acongojada.

- No es por ti, Lovino. Desde que yo lo conocí en persona, después de caer en manos nacionales, que el señor ya está así -dijo Ana- La guerra ha sido muy dura, ha muerto mucha gente y perdimos apoyo de los que creímos que nos ayudarían. Una guerra, de por sí, ya no es bonita. Una guerra entre hermanos es horrorosa. Creo que lo comprenderás mejor que nadie.

La guerra de unificación para Italia fue dura y dolorosa. Él supo llevarlo mejor porque no estuvo solo y contó con apoyo de otros países. Así que se preguntaba cómo debía haber sido para Antonio, el cual se había quedado solo. Escuchó de boca de Ana, con horror al imaginarlo, como hacía unos días (cuando habló con él) había tenido que ejecutar a gente con sus propias manos y comprendió el principal motivo que había desmoronado al español. La puerta se abrió y una criada irrumpió en la sala, acabando así con la conversación.

- Ana, el señor Antonio está de nuevo con fiebre alta -dijo la mujer- Le estamos diciendo que debería darse un baño de agua fría, pero se niega a ello.

- Esperadme, ahora mismo voy -dijo Ana levantándose de la silla- Lo siento Lovino, pero...

- Yo quiero ir también. -dijo Romano también poniéndose en pie.

- No creo que al señor Antonio le haga gracia que lo vea en ese estado -contestó Ana con el ceño ligeramente fruncido.

- ¿Qué obsesión tenéis con dejarme atrás en los momentos importantes? -dijo Romano con frustración- Si ese bastardo no quiere el baño de agua fría, iré y le pegaré una patada si es necesario.

Estaba encima de la cama sentado, mirando al suelo y respirando agitadamente. Tenía los ojos llorosos de la misma fiebre y a pesar que las mejillas le ardían, a veces tenía mucho frío. Escuchó el ruido de la puerta abriéndose de nuevo, pero ni se molestó en levantar la vista. Romano se quedó en el marco de la puerta, algo sorprendido por el estado en el que se encontraba. Ana se había acercado hasta Antonio e intentaba convencerlo de que tenía que meterse bajo el agua fría o aquello podía ser grave. El español se quejó diciendo que no quería y que Romano no debería estar allí. El italiano se acercó a Antonio y le miró frunciendo el ceño.

- ¿No te das cuenta de cómo estás? Deja de negarte a lo que tienes que hacer, bastardo -dijo Lovino

- N-no quie… -empezó Antonio de nuevo.

- ¡Me da igual que no quieras! ¿Prefieres morirte, idiota? -gritó Romano enfadado ante la negativa. Antonio no contestaba de ningún modo- ¡DIME QUE NO AHORA MISMO! -Antonio negó con la cabeza- Entonces vamos, idiota.

Entre Ana y Lovino agarraron a Antonio y lo llevaron al baño. Una vez allí, Romano lo aguantó mientras Ana le daba al agua. De repente la idea de meterse bajo el agua fría le pareció totalmente inviable. Intentó volverse atrás pero Romano lo aguantaba con un brazo por el torso, impidiéndole que se marchara sin mucho esfuerzo. Entonces vio claro que, o entraba con él o Antonio no entraría por voluntad propia. Al contacto con el agua, se estremeció levemente, pero el español lo hizo aún más, agarrándose a la ropa de Romano algo tembloroso. Notó como volvía a forcejear (con la poca fuerza que tenía).

- ¡Deja ya de comportarte como un imbécil! -gritó Romano agarrándolo con fuerza por la cintura- ¡Mientras esté en tu casa no voy a dejar que te autodestruyas, bastardo!

Aquella frase hizo que Antonio dejara de revolverse, notó el peso del español sobre él y acabó de rodillas en el suelo, aguantándolo mientras el agua fría les seguía cayendo encima.

- Mi casa ya no es la que yo conocía... -dijo con voz queda Antonio- No veo nada de lo que solía ver a pesar que el escenario es el mismo. Mi gente está dividida... una gran parte aterrorizada. Yo también tengo miedo. ¿Qué debería hacer? ¿Debo renunciar a lo que soy para garantizar la seguridad de mi gente? ¿Debo renunciar a la gente como ha hecho mi jefe? Todo esto es muy difícil. Ya no sé qué hacer. Me siento perdido y solo. Estoy cansado, Romano.

- E... ¿Eres idiota? -dijo Romano intentando aguantar la congoja que sentía y transformarla en ira- ¿Me estás diciendo que te vas a rendir ahora? ¿¡Intentas decirme que piensas abandonar a tu gente a su suerte?! ¿Es que la guerra te destruyó también el cerebro? El Spain que yo conozco, a pesar que le pegan muchos golpes, se levanta las veces que haga falta y sonríe como un imbécil animando a todo el mundo. Si tú eres el primero que está por los suelos, ¿cómo pretendes que tu gente esté bien? Primero vuelve a ser tú mismo y después piensa qué puedes hacer para ayudar a tu gente. Pero no abandones a la primera de turno.

A pesar que ni él mismo lo creía tan fácil como sonaba, quería que el español lo creyera, así que no titubeó. Antonio se quedó en silencio pero finalmente acabó afirmando con la cabeza dándole la razón. Ana entró con ropa seca para ambos y cortó el agua del grifo para después alcanzarles una toalla. Antonio, sentado en la tapa del váter, parecía a punto de desmayarse en cualquier momento.

- ¿Estás bien? -preguntó Lovino frunciendo el ceño.

- Sólo estoy cansado... -dijo Antonio con voz ida.

Ayudó a Ana a cambiarle la ropa a Antonio y comprobó con horror el estado de su cuerpo, lleno de heridas y magulladuras. La del hombro, que dedujo que era la de Guernica, seguía luciendo un color rojizo a pesar del tiempo que hacía de ella. Entre dos criadas se llevaron a Antonio hasta la cama para dejarlo dormir. Una vez salieron, Romano se puso a sollozar en silencio, ante la atenta mirada de Ana. La mujer se fue hasta él y lo envolvió en un abrazo.

- Por eso no quería que viera esto, señor -dijo la mujer.

- E-estoy bien -dijo Romano mirando ahora con gesto serio aún con lágrimas- Además, alguna vez alguien tiene que dejarle las cosas claras. Prefiero haber sido yo.

Y su malestar no se detenía en ver el lamentable estado, tanto físico como anímico, en el que se encontraba el español. Se sentía culpable de la situación a sabiendas que aviones italianos habían ayudado a "salvar" a Antonio. Pero si entonces no lo tuvo claro, ahora aún tenía menos claro lo que había permitido que hicieran. Antonio no había sido salvado, él no lo veía mejor que antes. Se sentía engañado por su propio hermano y por su propio gobierno. Empezaba a darse cuenta de que el gobierno actual iba basándose en mentiras y engaños, a base de pisar ideales. Cada vez lo tenía menos claro. ¿Podía tolerar que un gobierno que había permitido este tipo de cosas siguiera adelante? ¿Acaso eso no podría traerles más tarde la desgracia a su gente? ¿Qué acción era la correcta?

20 de Octubre de 1940, Hendaye, Francia.

El traqueteo del tren, junto al hecho de estar de pie en el pasillo, le hacía chocar con una de las paredes de manera continua. Habían llegado un poco tarde al encuentro, pero al parecer no había despertado mucha conmoción. Hizo un saludo de rigor a los alemanes y evitó mirar mucho rato a Ludwig, que parecía que lo buscaba con la mirada.

Cuando empezó propiamente la reunión, únicamente entraron Franco, Hitler, Suñer y von Ribbentrop (además de los intérpretes). Con tal de no quedarse a solas con Ludwig, Antonio se había levantado y empezó a caminar por el tren, alegando (a los pocos que se atrevían a preguntarle) que estaba visitándolo. Finalmente se había quedado en un pasillo estrecho, mirando por un amplio ventanal, dejándose mecer por el vaivén del tren mientras arreglaba una rosa de papel que estaba haciendo. Era algo que hacía para intentar mejorar la economía, un trabajo extra para ver si se le pasaba esa maldita fiebre que no se iba ni queriendo.

- Guten tag.-dijo una voz sacándola de su ensimismamiento.

Antonio apartó la cabeza de la pared para mirar quién lo saludaba y se encontró a Ludwig, mirándolo con aquel semblante inexpresivo. Por un momento, la tensión se pudo palpar en el ambiente, Antonio recordó las ganas de decirle cuatro cosas bien dichas. Pero al instante siguiente cayó en la cuenta de lo que supondría aquello. No sería más que otro castigo por parte de su jefe, el cual lo sufriría la gente de España. Además, posiblemente pudiera generar algún conflicto mayor con Alemania, cosa que supondría su fin. Era mejor no buscarse más enemigos. Suficiente tenía con los que había en casa.

- Buenas tardes -contestó Antonio educadamente. Después de saludar miró por la ventana.

- ¿Qué crees que estarán diciendo allí dentro? -preguntó Ludwig mirando también por la ventana.

- Creo que estarán hablando sobre si debo entrar en la guerra o no -dijo Antonio después de un silencio largo.

- Sinceramente, creo que no deberías entrar en la guerra. -dijo Ludwig. El español lo miró de reojo- Después de la que has tenido en tu casa, creo que no estás en tu mejor momento.

- No, no estoy en mi mejor momento -dijo Antonio fijando la vista en la rosa, arreglándola.

Otro silencio tenso y largo se instaló entre ellos. Ludwig pensó que después de ayudar a Spain, Antonio le agradecería lo que había hecho y bueno, podría convertirse en un aliado potencial. Al parecer se equivocaba demasiado. Aquel silencio y el constante rehuir de la mirada del español se lo confirmaban.

- ¿Puedo decirte algo sin que transcienda más allá de este pasillo? -dijo Antonio. Ludwig afirmó- Yo no pude escoger mi jefe, mi gobierno no me parece justo y sus métodos no me gustan. Por lo tanto, no soy feliz. Tú elegiste tu jefe, se montó un gobierno totalitario... ¿Eres feliz sabiendo lo que hace tu gobierno?

Y ante aquella pregunta, Ludwig no supo qué contestar.

10 de Julio de 1965, Madrid, España.

A pesar que la crisis aún no había desaparecido por completo, lo cierto era que se habían recuperado levemente. La fiebre era tan baja que no le mermaba en ningún sentido, podría decir que se sentía bastante en forma. Las heridas habían cicatrizado y se sentía mejor moralmente. Volvía a ser más como antaño y su misma mentalidad había cambiado.

Había aprendido a ver su gobierno con otros ojos, sobre todo después de tantos años. Después que Alfred se ofreciera voluntario como apoyo para que los dejaran entrar en la ONU y de que establecieran relaciones (montando bases militares por diferentes enclaves de la península); Antonio había visto como, después de todo, aquel gobierno no estaba destruyendo a la gente por completo.

Lo cierto era que la mentalidad del propio muchacho había sido dividida. Por una parte se encontraba a sí mismo pensando en que el régimen no estaba tan mal. Pensando que les estaba permitiendo vivir de manera viable después de la penuria que reinó tras la posguerra. Era un pensamiento que le habían ido metiendo en la cabeza a base de palabrerío, una verdad que casi había preferido aceptar para hacer aquello más llevadero. Y cuando pensaba aquello, lo hacía de verdad, no por guardar las apariencias.

Por otra parte, había veces que recordaba el verdadero motivo de la mejoría. Después de haber hecho caer al país tan bajo, lo único que podría haber habido era una subida. Gracias a ellos habían tocado fondo y si mejoraron era porque no podían caer más. El odio y rencor que sentía por aquellos que lo "rescataron" a la fuerza, sin motivo alguno en realidad, volvía a surgir y por dentro se sentía asqueado por el gobierno que tenían.

19 de noviembre de 1975, Madrid, España.

Estaba sentado en un sillón acolchado, mordiéndose levemente la uña del pulgar de la mano derecha. Hacía mucho tiempo que no sentía aquella inseguridad. Tenía pánico. Su jefe estaba en las últimas y, a pesar que había dictaminado que habría una monarquía después de él (con el rey Juan Carlos), Antonio no lo tenía tan claro. Franco quería que el franquismo muriera (de algún modo) con él, ¿los militares y simpatizantes del dictador querrían lo mismo? ¿Se produciría otro golpe de estado? No podía evitar el hacerse preguntas mientras lo único que le envolvía era un silencio apabullante.

La casa se encontraba más vacía sin la presencia de Ana, la cual estaba en los últimos meses de embarazo. Antonio le había dicho que lo normal es que se marchara a estar con su familia y su marido.

Sería mentira decir que había preferido estar solo en aquel momento. O decir que no le importaba. El futuro se presentaba seguro en el ámbito teórico e inseguro el ámbito práctico. Pero lo único que podía hacer al respecto era preocuparse.

20 de Noviembre de 1975, Madrid, España.

"Españoles, Franco ha muerto"

¡Y se terminó! Aix. Este capítulo me da penita. Penita porque soy muy cruel con Antonio (con la escena de los paseos) y porque es el último capítulo. La última frase que le suelta Antonio a Ludwig me gustó escribirla (a pesar que tuve un lapsus de más de una hora entre medio y pensé que no recordaría lo que quería escribir xD)

Contesto a vuestros comentarios:

Misao Kurosaki, graciaaaas ;3; Hombre eran amigos y se quedó totalmente solo y no solamente eso, sino que se entera que Francis mismo lo propone. Pues eso debe doler mucho. Franco fue cruel así que tenía que expresarlo en el fic. Siii vamos al Valle de los Caídos a quemarle la… el… esqueleto? xD Espero que te gustara este capítulo.

Naty.S, pocas palabras me bastan ò.ó Sí, hay demasiados fics de yaoi y sobre Antonio hay muy pocos que tengan contenido histórico. Me alegra que aprendieras algo sobre la historia de España, ya cumplí parte de mi propósito ^^ Espero que te guste el capítulo y ver tu review para este capítulo también n.n

Nikie Blue, , awww pero me sabe mal que lloréis ;o; … Sí, lo está pasando el pobre. Espero que te guste el capítulo, gracias por seguirme *3*

ArisuIchihara, Seeh pobrecito… Pero no se quería a gente que pensara sino que fuera fiel y eso era un hecho. Visita de Lovino hecha ò.ó. Nah, Francia se vio atrapado por la situación. Desde el principio quiso ayudar pero Reino Unido lo tuvo acorralado y después tampoco le sirvió de mucho porque los Alemanes lo invadieron. Espero que te guste el capítulo!

Apuntes sobre el capítulo.

El ejecutado cuyo nombre se menciona no tiene ningún fondo histórico. Simplemente puse un nombre al azar.

El concepto de los paseos fue algo que duró por mucho tiempo en el régimen. Yo misma he escuchado historias que mi abuela le contaba a mi madre, sobre gente que de la noche a la mañana habían desaparecido de sus casas porque a media noche habían entrado los militares a llevárselos.

Este concepto nos lleva a la segunda parte de mi "explicación" del gobierno del miedo que se tenía en la península. La libertad de expresión en realidad no existía. Criticar al régimen o criticar a Franco era peligroso ya que alguien podría escucharte y entonces los militares venían a por ti a detenerte o aún peor. Aunque se hacía ver que no pasaba nada, la gente sabía que criticar era un riesgo muy grande y así el régimen mantenía a la gente en cintura. También era una herramienta para desmoralizar a la gente. He querido reflejar esos sentimientos también en el personaje, para así generalizarlo como nación. El personaje está asustado y sumido en un respeto infundado por el terror y como es una nación, la nación (refiriéndome a las personas que vivían en España entonces) está así.

Después quería explicar mi concepción de Lovino. Si os fijáis, en el anime, Lovino tiene una aversión impresionante a los alemanes y eso me ha hecho hacerme una idea que he usado para este fanfic. La idea es que Lovino es la parte de Italia (ya no pensando en el conjunto norte o sur, sino en el de colectivo de italianos) que no estaba totalmente segura o no apoyaba el régimen nazi. De ahí la aversión a los alemanes.

La entrada en la ONU se produjo muchos años después (ya que inicialmente ésta se negó) y el principal motivo fue el apoyo de EEUU. El apoyo de EEUU era principalmente porque necesitaba aliados para la Guerra Fría contra Rusia y establecieron muchas bases militares en la península. Aún así, se obligó a España a cambiar algunas cosas con tal de que se alejara más de un régimen totalitario para poder aceptarlo dentro de la ONU.

Finalmente dos apuntes. El primero era sobre la división de mentalidad de Antonio sobre el régimen. Quería expresar esa división que se produjo en el país pero finalmente en él. Por una parte los que apoyaron el franquismo (y los que se fueron auto-convenciendo de que "bueno, tampoco está tan mal") y por otra parte los que empezaron a tomar acciones, los que no se rendían y se revelaban de algún modo. Esa división se hizo tan patente (de hecho ya estaba patente en la guerra civil) que quería demostrarla no sólo en el ámbito de españoles sino en la misma España, como nación y por eso me serví de nuevo del nation-tan. La división en el país fue tan grande que aún a día de hoy existe. Hay esa especie de rencor y sacar el tema aún reabre viejas heridas.

El último apunte es por el miedo generalizado cuando Franco enfermó y se sabía que se iba a morir. Aún habiendo puesto como descendiente al rey, la gente se sentía insegura y temía otra insurrección. De hecho, todo iría más o menos bien pero se produciría un intento de golpe de estado el 23 de Febrero, con el general Tejero.

And that's all folks! *se dispara a sí misma por la tontería*

Espero que os haya gustado. Gracias por vuestro apoyo ;3 por haber seguido este fanfic y por los maravillosos reviews que me animaban mucho a seguirlo subiendo.

Nos vemos en el próximo fanfic de Hetalia.

Miruru.