¡He vuelto! No tengo perdón de Dios, lo sé... pero no he podido actualizar antes, y eso que lo he intentado =( He estado sin ordenador una larga temporada y luego he estado de exámenes, así que ya veis, me ha sido imposible escribir algo hasta ahora. Pero en fin, espero que la mala racha haya pasado y que me tengáis de nuevo por aquí, porque no os merecéis esperar tantísimo.

El cap que os traigo no es de mis preferidos... me gusta una de las escenas, las otras, vaya, son un poco raras :S pero no quería alargaros más la espera, y como tampoco se me ocurría nada mejor, os lo dejo así. Pero os prometo que la cosa mejorará en los siguientes ;) (o eso intentaré :P)

Y nada más, que espero que sigáis interesados en la historia, aunque lo lógico sería que la tuvieseis ya olvidada... ¡Perdón otra vez por el retraso!

Mil besos!

Capítulo 6:

Camas compartidas, habitaciones nuevas y gnomos de jardín.


Dumbledore había hecho que habilitasen una zona cercana a la torre de Gryffindor en la que poder hospedarse. Por el momento, el anciano director no conocía la solución a su viaje temporal, por lo que lo más sensato había sido que ambos, tanto él como Hermione, se instalasen en el castillo.

La muchacha estaba que se subía por las paredes. Y Remus la comprendía. Él también odiaba esa sensación de tener las manos atadas.

—¡Esto puede ser catastrófico, Remus! —gritó la joven bruja— ¡CA-TAS-TRÓ-FI-CO!

—Hermione, cálmate —le pidió—. No vas a conseguir nada poniéndote así.

—¿No te ha dicho Dumbledore cuánto tiempo tendremos que estar aquí?

—No lo sabe. Pero, mientras tanto, tendremos que actuar con normalidad ante los demás.

—¿Y eso que quiere decir?

—Quiere decir que tú deberás instalarte en la torre de Gryffindor y que deberás asistir a clase como una alumna más, y que yo…

—¡Pero esa es una pésima idea! —le interrumpió ella, con los ojos abiertos con horror— No sé si voy a poder aguantar la compañía de ciertos individuos.

Remus supo al instante que hablaba de su yo pasado y del resto de merodeadores. Sonrió con ternura.

—No somos tan terribles, Hermione.

—¡Qué no! —dijo con incredulidad— ¿No me has escuchado cuando te he contado lo del pasillo teñido de rojo?

—Fue una broma sin importancia.

Una broma sin importancia, sí, claro. Hermione no se molestó ni en contestar. Se sentó sobre el reposabrazos de un sillón y frunció el ceño con descontento. Desearía que Dumbledore hubiera dejado que el sombrero la seleccionase de nuevo, pero, según el anciano, la decisión iba a ser la misma que la de la primera vez. Después de todos los años en esa casa, el sombrero reconocería al instante a la Gryffindor que había en ella. Aunque Hermione no estaba del todo segura. En su proceso de selección estuvo a punto de terminar en Ravenclaw, ¿cómo estaba Dumbledore tan seguro de que eso no pasaría ahora? Ella podría persuadir a la vieja prenda para que la mandase allí. Sería mucho más prudente para todos que se mantuviera alejada de los merodeadores. Esos chicos eran tan intensos y persistentes que podrían incluso averiguar su secreto.

—¿Y tú que vas a hacer? —le preguntó al licántropo.

—Me quedaré aquí.

—Ya, pero, ¿con qué excusa? No es normal que los padres vivan en Hogwarts.

—Pero no todos los padres trabajan en Hogwarts.

Ella sonrió por primera vez en lo que llevaban de charla, y lo hizo con verdadero entusiasmo.

—¿Trabajarás aquí? ¿Cómo profesor? ¡Eso será est…!

—No, como profesor no —la interrumpió él—. Dumbledore me ofreció el puesto, pero yo lo rechacé.

Hermione le miró como si se hubiese vuelto loco.

—¿Por qué? ¡Eres el mejor profesor que he tenido nunca, Remus! Además, a ti te encanta enseñar.

—Gracias por el cumplido, Hermione —le dijo, acompañando la expresión con una leve inclinación de cabeza—. Me hubiera encantado volver a enseñar, pero he tenido que rechazar la oferta para evitar sospechas.

—¿Sospechas?

—¿No crees que sería muy obvio que yo faltase a clase justo los mismos días que mi yo pasado?

—Oh…

Hermione comprendió y se vio obligada a darle la razón. La licantropía era un gran inconveniente a la hora de pasar desapercibidos.

—Y no me refiero a que vayan a pensar que somos la misma persona por esto —continuó diciendo Remus—, pero más de uno atará cabos y descubrirá que los días de nuestra ausencia coinciden siempre con la luna llena. Un hombre lobo es fácil de disimular, pero dos… eso es ya otra historia.

—¿Y en qué vas a trabajar, entonces?

—Investigación.

—¿Investigación?

La joven arrugó la nariz, desconcertada. Que ella supiese, no había en Hogwarts ningún puesto dedicado a la investigación de nada.

—Es solo una tapadera —explicó Remus, como si fuese capaz de leer las dudas de la muchacha—. Ayudaré a Dumbledore a encontrar la causa de nuestro viaje y su posible solución, y como me veré obligado a pasar mucho tiempo en la biblioteca en busca de información, Dumbledore me ha proporcionado la excusa de un puesto como investigador.

—Ya, pero, ¿qué es lo que supuestamente vas a estar investigando? —quiso saber Hermione—. A ojos de los demás, quiero decir.

—Ah, eso es secreto —el licántropo guiñó un ojo—. Asuntos que solo nos conciernen a Dumbledore y a mí.

No se quedó del todo conforme con esas respuestas, pero si Remus y el director así lo habían acordado, no iba a ser ella quien los contradijese. Se dejó caer hacia atrás, medio tumbándose en el sofá, y cerró los ojos con pesar. Desearía poder quedarse allí con Remus en vez de ocupar la torre de Gryffindor, pero aquello resultaba imposible. Si no querían levantar sospechas, tendría que actuar como una alumna más.


Cuando entró de nuevo en la habitación, se encontró con Ginny ya tumbada en uno de los extremos de la cama y con la sábana tapándole hasta la barbilla. Sin decir nada, Harry imitó su postura y se acomodó en el extremo opuesto. Había tanta distancia entre ellos que Crabbe o Goyle no tendrían problemas en caber allí.

Sonrió ante ese pensamiento y Ginny le preguntó:

—¿Qué pasa?

—Pensaba en Crabbe y Goyle.

—¿Eh? —la pelirroja frunció el ceño y lo miró como si se hubiese vuelto loco, lo cual era muy probable si se tenía en cuenta que estaba pensando en los dos Slytherin más desagradables del colegio.

—Olvídalo, es una tontería.

—Bien.

Después de eso, ninguno de los dos dijo nada durante un rato. Era agradable disfrutar del silencio. Con otra persona hubiera sido incómodo, Harry hubiera sentido la necesidad de llenar el espacio vacío con palabras, pero con Ginny no ocurría eso. Era extraño lo natural de estar a su lado.

—Por cierto, Harry… —le llamó ella en un susurró.

—¿Si?

—Feliz cumpleaños.

Se sentó y lo miró tan intensamente que el muchacho tuvo la sensación de abrir su mente a ella. No le importó. Sonrió a medias y musitó un gracias. Su cumpleaños… casi se había olvidado de ese detalle. Había sido el cumpleaños más extraño de toda su vida, superando con creces aquel en el que Hagrid se presentó tirando abajo la puerta de la cabaña en la que su tío Vernon los había escondido.

—Tengo un regalo para ti —continuó la joven Weasley.

—¿En serio? —Harry se sorprendió.

¿Cómo había hecho Ginny para traerse un regalo consigo desde el futuro? Aunque el detalle de tener un regalo le hacía feliz. Se sentó y la miró expectante.

—Tenía pensado dártelo en La Madriguera, pero Hermione me quitó la idea. Dice que no te gustará, que meteré el dedo en la llaga… pero yo creo que se equivoca. Aunque es ella la que mejor te conoce y quizás debería seguir su consejo —suspiró y se llevó las manos a la parte de atrás de su cuello—. Pero bueno, yo quiero que tú lo tengas… él me lo dio a mí, pero creo que te pertenece a ti. Estoy segura de que le hubiera gustado que lo tuvieses.

—¿Él? ¿Quién…?

Pero comprendió en el momento en el que Ginny terminó de sacarse la cadena. La pelirroja extendió la palma hacia él y Harry descubrió en ella un colgante en forma de perro.

Él.

Sirius.

Se le hizo un nudo en la garganta y cerró los ojos un instante.

—¿Estás bien? —se alarmó Ginny— Hermione tenía razón.

—¡No!

Abrió de nuevo los ojos y agarró la mano de Ginny, impidiéndola cerrar los dedos en torno a la cadena. La cogió con suavidad y examinó más minuciosamente el colgante. No era un perro cualquiera. Era Canuto. Una copia exacta de la forma animal que tomaba su padrino.

—Estoy bien, no es eso —la tranquilizó—. Es que me has pillado por sorpresa, eso es todo. No me esperaba algo así —y mirando otra vez el collar—. Es… es increíble.

—Todos tenían uno. Un perro, un lobo, una rata y…

—Y un ciervo —se adelantó Harry, sonriendo—. ¿Desde cuándo lo tienes?

—Desde las navidades pasadas. Sirius me lo regaló.

—¿En serio?

Nunca había pensado en la relación que pudiese tener Sirius con nadie de su entorno. Sabía que no se llevaba demasiado bien con la señora Weasley, que sus personalidades chocaban, y que Remus era el que mejor lo conocía y comprendía, pero nunca se había preguntado por nadie más. Era sorprendente descubrir lazos entre él y Ginny.

—Nos llevábamos bien —explicó la pelirroja—. Digamos que éramos amigos forzosos. Éramos los únicos que quedábamos descolgados en Grimauld Place.

—¿Descolgados?

—Solos.

—¡No estabais solos!

Ginny sonrió con ternura. Estaba acostumbrada a que en su familia pasasen eso por alto como para molestarse con Harry por ello.

—Sí lo estábamos. La Orden andaba todo el tiempo de acá para allá con misiones y esas cosas, y Sirius no podía formar parte de ellas porque tenía que permanecer escondido. Hermione, Ron y tú formáis un grupo… un grupo inaccesible.

—¡No! ¿Por qué dices eso? Si nosotros…

Ginny sacudió la cabeza y le hizo un ademán con la mano para que callase.

—¡No lo niegues! Sois inaccesibles. Sois muy herméticos, Harry. Y no os lo reprocho… es lo normal en vosotros. Siempre habéis sido así, desde que salvasteis a Hermione de ese troll, quizás incluso antes de eso —se encogió de hombros—. Deberías veros desde afuera… formáis un trío tan perfecto que nadie se plantea hacer de él un cuarteto. No es posible.

Harry no replicó nada. ¿Realmente daban esa imagen? No es lo que a ellos les parecía… Pero pensó en todos los veranos que había pasado en La Madriguera y tuvo que retractarse. Siempre eran Ron, Hermione y él. Estas habían sido las primeras vacaciones que Ginny se había acercado a ellos, pero hasta ahora era tal y como la pelirroja decía. Eran herméticos.

¿Quién sabía acerca de la capa de invisibilidad? Ron y Hermione.

¿Quiénes supieron desde el principio de la inocencia de Sirius? Ron y Hermione.

¿A quién acudía siempre que se presentaba algún problema? A Ron y a Hermione.

Herméticos. Inaccesibles.

Ginny siguió hablando, ajena a las divagaciones del moreno.

—Y Fred y George son parecidos a vosotros. Puedes pasar un rato divertido con ellos, pero enseguida se les nota que necesitan su intimidad, su espacio. Es como si los dos fuesen en realidad uno solo.

—Así que eso te deja a ti de lado.

—Más o menos —afirmó ella—, aunque no me quejo, eh. Supongo que ser la única chica entre siete hermanos hace inevitable esta situación. Soy bastante independiente, y cuando estamos en casa esto no me molesta en absoluto. Pero en Grimauld Place era diferente… —Ginny se estremeció—. No me gustaba esa casa. Era oscura, y tétrica, y hacía que me sintiese sola. Me aburría muchísimo sin nada que hacer.

—Bueno —bromeó Harry—, teníamos que encargarnos de la limpieza de la casa.

La joven volteó los ojos: —Eso no nos gustaba a ninguno de nosotros.

Harry rió levemente. La limpieza de la mansión fue una de las cosas más desagradables que había tenido que hacer.

—La cosa es que Sirius se sentía más o menos igual —continuó la muchacha—. Odiaba esa casa con todas sus fuerzas y aún odiaba más no poder ayudar con nada. Y también se aburría, así que…

—Así que terminasteis por aburriros juntos —concluyó Harry por ella.

Ginny sonrió.

—Teníamos bastantes cosas en común, en realidad.

—¿Cómo cuáles?

—Él era el único adulto sin ese sentido sobreprotector que tienen conmigo todos en mi familia y yo era la única que le dejaba ser libre de vez en cuando.

—¿A qué te refieres con ser libre de vez en cuando? —preguntó Harry con algo de miedo. No le gustaba el sonido de esa frase.

Ginny volvió a tumbarse, esta vez más cerca de él, y miró hacia el techo antes de reanudar su charla. Sonreía con nostalgia.

—Una vez nos escapamos.

—¿CÓMO QUE OS ESCAPÁSTEIS?

—¡Chtss! —le advirtió Ginny mirando hacia él— ¡No grites que te pueden oír!

—Lo siento —se disculpó. Estaba alucinando—. ¿Os escapasteis?

—Salimos a volar un rato con Buckbeak. El pobre animal necesitaba estirar las alas de vez en cuando… Y no me mires así porque no fue tan peligroso —le advirtió cuando notó la expresión en la cara de Harry—. Era de noche y nadie nos iba a ver, y Sirius necesitaba salir de esa casa o se hubiera vuelto loco.

Harry suspiró y se recostó junto a Ginny. Examinó el colgante entre sus dedos con un sentimiento culpable. La pelirroja había comprendido a su padrino mucho mejor de lo que él lo había hecho. Siempre supo que Sirius se sentía solo en Grimauld Place, ¿pero acaso había hecho algo para compensarle? Debería haberse preocupado más por eso. Harry sentía que había desperdiciado momentos que ya jamás podría recuperar.

—¿Pasa algo? —le peguntó Ginny, que se había ladeado y estaba ahora tumbada de costado con una mano bajo su cabeza.

—Solo pensaba en Sirius.

—¿Lo echas de menos, verdad?

Harry se permitió un suspiro.

—Sí.

—Yo también.

Era agradable hablar de Sirius con alguien que entendía su pérdida. Ginny no lo compadecía, ni tampoco lo miraba como si de un momento a otro se fuese a echar a llorar.

Tomó aire y miró por última vez el collar. Aquel colgante en forma de perro no le pertenecía a él. Era de Ginny. Y no sería justo arrebatárselo, por mucho que ella desease regalárselo.

—Toma —le dijo, devolviéndoselo.

—¿No lo quieres? —la pelirroja parecía sorprendida.

—Sirius quería que tú lo tuvieses.

—Pero estoy segura que si…

Negó con la cabeza y puso su mano sobre los labios de la joven, sellándolos. Se dio cuenta de que eran suaves al tacto.

—Yo también quiero que tú lo tengas. Es a ti a quien Sirius se lo regaló.

Ginny terminó por acceder y recuperó el colgante de las manos de Harry. Se sentó y se apartó el pelo de la nuca, pasando su larga melena pelirroja por encima del hombro izquierdo.

—¿Me ayudas? —le pidió.

Harry asintió y, cuando se irguió junto a la joven, el perfume floral de Ginny se le impregnó por la nariz. Hasta este día, nunca había percibido ese olor. Le gustaba. Era un aroma familiar que le hacía sentir bien. Extrañamente bien. Era como si el perfume le estuviese dando la bienvenida. No lo entendía muy bien, pero le gustaba esa sensación.

Con manos torpes, Harry atinó a abrocharle la cadena. La piel pálida de la nuca hacía un contraste perfecto con el color fuego del pelo. Ambas cosas (el pelo y la piel) tenían un aspecto tan suave que Harry se vio obligado a cerrar las manos en dos puños. De pronto había sentido la necesidad de acariciar aquella zona. ¿Pero qué le pasaba? El corazón se le aceleró, aunque intentó no dar muestras de ello. Se recostó de nuevo sobre el colchón y cerró los ojos.

Ella imitó su postura y se recostó a su lado, pulsando antes el interruptor de la luz y dejándolos de esa forma a oscuras.

Harry sintió el brazo de la Ginny a tan poca distancia del suyo que se le erizó el bello. Ladeó ligeramente la cabeza, y ayudándose con la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas, miró el perfil de su compañera. No supo si tenía los ojos abiertos o cerrados, pero parecía bastante relajada. Ya no había distancia entre ellos, ni Crabbe ni Goyle cabrían ahora allí, pero aquello no parecía preocuparle mucho a la pelirroja.

Él, en cambio, no conseguía relajarse. Si cualquiera de los dos hacía el menor movimiento durante la noche, amanecerían enredados en un amasijo de piernas y brazos.

Aunque eso no debería importarle, ¿no?

Era Ginny, nada más que Ginny.

Y él tenía que tranquilizarse. Ese viaje en el tiempo había alterado todo su sistema nervioso.


El dormitorio femenino era prácticamente idéntico al que Hermione conocía de su tiempo. Se sintió cómoda en él. En cierto modo, era como regresar a casa. Con el añadido, además, de tener unas compañeras de cuarto con las que parecía poder encajar.

Al menos Lily se mostraba encantada.

—Te va a encantar Hogwarts, ya lo verás —le estaba diciendo justo en ese momento—. Y no te preocupes por venir con el curso empezado. Solamente llevamos un par de semanas de clase y yo te ayudaré con todo lo que necesites. Los profesores seguro que también están dispuestos a echarte una mano. Son todos estupendos, la verdad. ¿Qué asignatura se te da mejor? ¡Adoro encantamientos! ¡Y pociones! Lo que peor se me da son las transformaciones, aunque tampoco es que lo haga del todo mal, pero es que Potter es un portento en esa materia, y Black también, y claro, a ellos es imposible seguirles el ritmo.

Hermione sonrió y se sentó a los pies de la única cama que parecía libre. La suya, supuso. Lily le recordaba un poco a ella misma; charlaba sin parar cuando algo la exaltaba. Eso la tranquilizó un poco, ya que si se juntaba con alguien con una verborrea más grande que la suya, tendría menos posibilidades de meter la pata.

—¿Te estoy mareando?

—No, en absoluto —le contestó con sinceridad.

—¡Es que estoy emocionada! Me he alegrado muchísimo de que te eligiesen para Gryffindor. La verdad es que Mary y yo estábamos un poco solas aquí.*

—¿Sólo sois dos? —preguntó con cierta sorpresa.

—Tres, ahora —sonrió la pelirroja.

—Caray, pensé que habría más alumnas de sexto.

—No somos un curso muy grande, al menos en Gryffindor —le explicó Lily—. En la selección de nuestro año, fuimos la casa menos numerosa. Únicamente nosotras dos y Potter y su séquito.

Cinco chicos y dos chicas, recapituló Hermione, dos menos que los Gryffindor que habían empezado con ella en su curso. No le pareció ahora un número tan reducido. Además, conociendo a Sirius y a James, con ellos seguramente habría más que de sobra.

—Por cierto, qué raro que Mary no haya regresado de la cena todavía —comentó Lily—, normalmente es bastante puntual. Le vas a caer bien, ya lo verás.

—Eso espero.

—¿Seguro que no quieres bajar a cenar?

—Oh, no. He picado algo con… con mi padre —respondió.

Aún le costaba hablar de Remus como su padre. Era algo totalmente sin sentido.

—Qué suerte tienes, chica —susurró Lily.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Por tener a tu padre tan cerca. No te imaginas lo que yo echo de menos a los míos durante el curso.

—¿Estáis muy unidos?

La pelirroja alzó los hombros, mostrándose de pronto más desanimada.

—Lo normal, supongo. Es difícil para ellos tener a una hija bruja.

—¿No te aceptan?

Sin querer, Hermione abrió los ojos con sorpresa. No sabía nada acerca de los abuelos de Harry, pero por lo poco que sabía de su tía, no le extrañaría nada una actitud así. Pobre Lily.

—¡No es eso! No, qué va. No pienses mal —Lily sonrió con nostalgia—. Están encantados, lo que pasa es que no estaban preparados para ello. No es fácil, ¿sabes? Despertarte un día y descubrir que tu niña no es una niña como los demás. Ellos nunca habían contado con mandarme a estudiar tan lejos de casa, y mucho menos habían previsto estar temporadas tan largas sin verme. Pertenecemos a mundos diferentes y, nos guste o no, no podemos estar ahora tan unidos a como lo estábamos antes. Pero no me hagas mucho caso —le dijo entonces—. Es algo difícil de entender si tus padres no son muggles.

Pero Hermione la entendía. Vaya si la entendía… Desde que comenzó su educación mágica, la distancia que había entre ella y sus padres cada vez era mayor. Los quería con toda el alma, y ellos a ella, pero eso no bastaba. Lily había encontrado las palabras exactas: pertenecían a mundos diferentes. Las preocupaciones que Hermione pudiese tener no eran las mismas a las que tenían sus padres. Eso no quería decir que su relación fuese tensa o fría, sino que, como la pelirroja había dicho, las cosas eran, simplemente, más complicadas.

Sin ir más lejos, cada año se iba reduciendo el tiempo que pasaba en casa durante las vacaciones, y la joven era consciente de que llegaría un día en el que sus encuentros se limitasen tan solo a visitas escuetas.

—¡Fíjate! —exclamó Lily—. Al final he conseguido que las dos nos acongojemos. Venga —sonrió—, te ayudaré a ordenar todas tus cosas.

—Oh… bueno... es que no tengo nada.

—¿Que no tienes nada?

—No, no he traído nada conmigo.

—¿Nada de nada? —preguntó perpleja.

—El traslado nos ha pillado por sorpresa… —se excusó—. Ha sido muy repentino.

Lily aún la miraba como si eso no fuese posible, y Hermione no la culpó. Ahora que lo pensaba, se le iba a hacer costoso estar en Hogwarts sin sus cosas. Echaría de menos a su gato patizambo, sus libros muggles, su bufanda de la suerte, su pijama andrajoso… incluso sus fotos. Aunque bueno, una foto sí que tenía. Con disimulo, se palpó el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros y suspiró con alivio al comprobar que la imagen había sobrevivido al viaje en el tiempo. Era la primera fotografía que ella, Harry y Ron se habían sacado juntos, poco después del incidente con el Troll en primer año, y desde entonces, Hermione jamás se separaba de ella. Aunque, por supuesto, no era una foto que pudiese enseñar a nadie en el pasado. Pero ella se sentía mejor al saber que la conservaba. Quizás fuese tonto, pero sentir la foto en su bolsillo le hacía creerse más cerca de sus dos amigos. Y con ellos a su lado, las cosas parecían más normales.


La cocina de la Madriguera no había cambiado nada con el paso del tiempo. Alguna que otra silla de más y platos nuevos en la desgastada vajilla de Molly, pero, por lo demás, todo seguía tal y como en su tiempo.

Ron se paseó alrededor de la mesa de comedor y fingió curiosidad por las marcas que el tiempo había ejercido en la madera carcomida. Tenía una sensación muy extraña en el pecho. Quizás se debiese al letargo que se había adueñado de Fred después del arrebato maternal de Molly, o a que Tonks se había sumido en un estado melancólico que casi rozaba lo depresivo, o a que, aunque aquella era su casa, él no lograba sentirla como tal. O también puede que se debiese a que echaba demasiado de menos la compañía de Harry y de Hermione y a que se sentía muy solo allí sin ellos. No lo sabía, pero no terminaba de encontrarse a gusto.

Después de lo que a Ron le parecieron horas en silencio, su hermano se decidió a romperlo.

—¿Por qué has dejado de metamorfosearte?

—¡FRED! —le gritó Ron.

Incluso para él, que todos sabían que tenía menos tacto que una roca, aquella pregunta sonó indiscreta y fuera de lugar. Miró a Tonks y quiso disculparse por su hermano, pero ella no parecía enfadada ni ofendida. La bruja se encogió de hombros y le contestó al gemelo como le contestó con total naturalidad.

—A veces pasa, no sé porqué. Algo nos afecta tanto que bloquea nuestra habilidad. Es raro y nunca lo había oído antes, pero a mí me ha pasado.

—¿Y no hay manera de que te recuperes?

—Sí, claro que la hay.

—¿Y cuál es?

—Ser feliz.

Ser feliz. Ron quiso echarse a reír por la simplicidad de la respuesta. Si Hermione estuviese allí, seguro que tendría algo que decir.

—¿Creéis que mamá es feliz? —siguió diciendo el pelirrojo.

Las preguntas de su hermano cada vez eran más extrañas. Parecía que se hubiese vuelto loco. Tonks debió notar algo raro también, porque miró al pelirrojo con gesto inquieto.

—¿Estás bien, Fred? —le preguntó.

—No parecía muy feliz cuando casi me estrangula con ese abrazo —contestó, ignorando la preocupación de la bruja—. Parecía como si llevase tiempo sin verme o algo, como siempre he imaginado la bienvenida que le daría al idiota de Percy cuando se dignase en hacer las paces con la familia.

—¿Crees que no te hablas con nosotros? —inquirió Ron, atónito—. ¡Pero eso es imposible!

El gemelo se encogió de hombros: —Estamos en el futuro, cualquier cosa es posible.

—Pero eres Fred, y Fred jamás nos daría de lado —insistió, consciente de lo pobre de su respuesta—. Tú no eres Percy.

Y de eso estaba totalmente seguro. Por nada del mundo Fred se enfrentaría con los Weasley. Aunque, analizando la escena de nuevo, Ron tuvo que reconocer que había habido algo raro en el recibimiento que su madre los había dado. Incluso cuando miró a Tonks, la mujer pareció a punto de echarse a llorar. Sacudió la cabeza y se deshizo de esas conjeturas. No era bueno especular con el tiempo. Sacarían conclusiones erróneas.

Suspiró y apoyó la frente contra una de las ventanas. No había nadie en la calle, y por un momento Ron deseó escabullirse hasta afuera e investigar sobre su propio futuro. Pero, por desgracia, no había nada que ellos pudiesen hacer ahora. Su madre los había encerrado en la cocina y no les había dejado opción a que preguntasen siquiera por todos aquellos críos.

Fred gimió y masculló una palabrota. Un gnomo rezagado había aparecido de repente y había mordido con saña el dedo del pelirrojo.

—¡Maldito bicho! —se lamentó el gemelo—. ¿No tenían que deshacerse los mocosos de todos ellos?

—¡Suéltame, suéltame! —chilló el gnomo.

—¡Cállate! —Fred se levantó del rincón en el que se había apoltronado y se acercó hasta la ventana—. ¿Cuánto te apuestas a que lo lanzo hasta el manzano?

—¿Sólo hasta el manzano? Te apuesto a que yo llego hasta aquel rosal de allá.

—¡Venga ya!

—¿Sabéis que sois dos críos? —preguntó Tonks, que se había aproximado hasta ellos—. ¿A qué ninguno es capaz de llegar a la verja?

Ambos hermanos intercambiaron una mirada cómplice y Fred, sin mediar palabra, le cedió la oportunidad al más joven de los Weasley.

—A ver lo que sabes hacer, Ronnie —se burló el gemelo.

Ron frunció el ceño y comenzó a zarandear al gnomo, quien gritaba cual cosaco. Cogió impulso y, con toda la fuerza que fue capaz de sacar, arrojó al gnomo a través de la ventana. Lo perdieron de vista en cuestión de segundos. Fred soltó un silbido de admiración y Ron se dispuso a sonreír con regodeo, pero justo entonces, alguien maldijo desde el jardín.

Los dos hermanos Weasley se agacharon de inmediato.

—¿A quién le has dado? —preguntó Fred, quien sonreía con sorna.

—¡Y yo qué sé!

En eso, Tonks se llevó las manos a la boca y miró con espanto hacia el jardín. Se giró hacia los dos hermanos y abrió la boca, pero de ella nada más que salieron balbuceos. Volvió a mirar a través de la ventana y, alternativamente, a ellos, hasta que Fred se cansó del numerito y se situó junto a ella.

—¿Qué has vist…? —pero no llegó a terminar la pregunta, porque él mismo comprobó qué era lo que tenía a la metamorfomaga tan alterada—. ¡Por las barbas de Merlín!

Y al segundo siguiente, le invadieron unas carcajadas histéricas. Ron resopló y se decidió a mirar también a través del cristal, porque si esperaba a que sus dos compañeros le contasen algo, quizás nunca se llegase a enterar de lo que pasaba. Observó el jardín y frunció el ceño.

Había un hombre peleándose con el gnomo que él había lanzado. Ron era muy malo para calcular edades, pero imaginó que aquel personaje ya debía haber pasado los 30. Tenía la nariz alargada y era pelirrojo, al igual que todos los Weasley. Era alto y, si bien no era un musculitos, sí que parecía tener un cuerpo bien formado. Daba la sensación de ser una persona fuerte. Intentó encajar a ese individuo con la imagen que él se había formado de sus hermanos en el futuro, pero no consiguió identificarle con ninguno.

No entendía a qué venía el espanto de Tonks y la risa de Fred.

—¿Quién es ese? —preguntó después de observar en silencio durante varios minutos. Se dio cuenta de que los otros dos le observaban detenidamente, con algo parecido a la expectación o a la curiosidad en sus ojos—. ¿Qué es lo que pasa?

—¿No lo ves? —le contestó su hermano.

El hombre del jardín, quien seguía peleándose con el bicho, soltó entonces una palabrota. Y Ron se sintió de pronto realmente enfadado. Frustrado por algo que no llegaba a comprender.

—¿Que si no veo qué? —exclamó, gritando un poco más de lo necesario. Le cabreaba que su hermano se lo tomase todo a broma, y le cabreaba también que Tonks no se deshiciese de su estado depresivo.

—¡ERES TÚ! —gritó Fred.

—¿Qué..? Eso es imposible.

Volvió a mirar al extraño e intentó verse reflejado en él. Imposible. Ese no podía ser él. El hombre era más alto que Ron, y eso era decir mucho, y parecía mucho más confiado. Incluso aunque ahora estuviese peleándose con un gnomo, por sus movimientos se adivinaba la seguridad que su persona emanaba.

Imposible; volvió a repetirse Ron.

—Pues claro que eres tú, tontaina. Más alto y con más arrugas, pero…

—¡Yo no tengo arrugas! —se defendió.

—Pues claro que las tienes. No muchas, seguramente, pero alguna que otra sí. Eres más viejo, así que…

—¡NO SOY VIEJO! —volvió a interrumpirle. No lo entendía, cada vez estaba más enfadado—. ¡Y YO NO SOY ÉL!

—¡No grites, Ron! —le reprendió Tonks.

—¡Pero es que yo no soy él!

Volvió a mirar al jardín y enmudeció en el acto. El hombre había escuchado chillidos y los miraba desde el otro lado de la ventana con la boca abierta a causa de la sorpresa. Ron tragó saliva.

—No… no… no puede ser —tartamudeó, porque acababa de ver en el rostro del extraño sus mismos ojos azules—. Esto… esto es…

—¡Esto es la leche! —se rió Fred— ¡Te has atizado un gnomo a ti mismo!

Y volvió a carcajearse sin sentido, y esta vez incluso Tonks se le unió.

Mientras tanto, Ron, quien seguía mirando pasmado a su futuro yo, maldijo su mala suerte. De todos los adultos que componían a la familia Weasley del futuro, justamente fueron a toparse con él. Era absurdo. Y temblaba ante la sola idea de tener que explicarle nada, porque, ¿qué clase de conversación se debe tener con una persona que resulta que no es más que uno mismo con casi veinte años más?


* No he querido poner personajes que no conociésemos a través de las palabras de Rowling, no me preguntéis porqué... pero es que nunca me he "imaginado" a otras amigas de Lily y meter nuevos personajes me parecía forzar la historia. Y, de todas formas, en el curso de Harry y compañía tan solo hay 3 chicas en Gryffindor (o 3 que conozcamos, pero yo creo que si hubiera habido alguna compañera más lo hubiésemos sabido), así que tampoco se me hizo tan raro que fuesen solamente dos. Pensé en incluir también a Alice, la madre de Neville, pero nunca la he imaginado compañera de curso de los merodeadores y de Lily, así que Alice saldrá más adelante, sí, pero será alumna de séptimo, no de sexto.