Nota: No me pertenece ninguno de los personajes de Candy ... desafortunadamente =(

DOS SEMANAS DE NEGOCIOS

Por Scarleth

-¿Cómo que no? Candy por favor – Albert extendió los brazos sobre el respaldo del sofá – tienes que ayudarme.

Ella apenas y levantó los ojos del libro que leía sobre el marco de la ventana, mucho menos se tomó la molestia de voltear a verlo.

-No, definitivamente no. Pídeselo a alguien más.

-Pero te lo pido a tí.

-Que pena, no puedo.

-¿Por qué no? ahora mismo no tienes trabajo.

-Eso no tiene absolutamente nada que ver – replicó mirándolo ahora sí a los ojos. Ese era el problema con Albert Andrey, creía que con sólo sonreir y usar bien sus de sobra conocidos encantos podría lograr lo que quisiera de cualquier mujer – simple y sencillamente no tengo deseos de hacerlo.

-Pero ¿por qué?

-Porque serías insoportable y yo me aburriría – contestó soltando el libro y poniéndose en pie – si quisiera ser tu secretaria habría solicitado el puesto. Es más … no puedo pensar en nada peor, no se cómo mi hermano lo ha sugerido.

-Sólo intenta ayudar.

-¿Ayudar a quién? – le soltó a la cara levantando su metro sesenta como si fuera metro ochenta – Soy su hermana, debería pensar primero en mí.

¿Pensar primero en ella? Candy sabía de antemano que era una tontería. Tom ofrecería la ayuda de su hermana a un amigo aunque esto fuera en contra de los intereses de ella. Candy lo adoraba pero Tom nunca pensaba en los sacrificios que ella había hecho por él.

Ni siquiera se le había ocurrido avisarle que iría a ver la final de la Regata Henley el fin de semana y se quedaría en casa. Esa casa que habían heredado de su madre pero que ahora era su hogar. No, Tom no podía pensar en eso.

-Sólo serían dos semanas – volvió a insistir Albert – piensa en el dinero Candy, yo pago bien.

-No lo necesito.

-Pues debes ser la única estudiante en el mundo que no le hace falta dinero.

-Ya me titulé ¿recuerdas?, Soy Licenciada.

-Sin trabajo.

-Sí, y sin ganas de convertirme en tu secretaria.

-Por favor Candy, de verdad necesito tu ayuda.

Candy desvió de nuevo la mirada preguntándose si alguien en este mundo había sido capaz de negarle algo a Albert. Su madre desde luego no, para ella era el modelo del hijo perfecto.

Ella podría haberle dicho algunas cuantas cosas, lo mismo que las innumerables ex novias del niño de oro a las que dejaba en cuanto se aburría de ellas. Con su metro ochenta y cinco, músculos marcados y rostro de ensueño, Albert había recibido más dones de los que era justo y ciertamente tenía problemas de personalidad, quizá por el hecho de ser el blanco de atención de todo Londres y reservar su atención sólo a chicas de piernas kilométricas y porte de modelos. Debía estar desesperado si ahora suplicaba por la ayuda de la hermana pequeña de Tom.

-Continúa – sonrió Candy

-¿Cómo?

-Sí, continúa suplicándome.

-Si así logro convencerte…. Candy – añadió avanzando con su sonrisa y alargado la mano hacia ella.

-No seas pesado tampoco.

Sabía que era cuestión de tiempo, lograría convencerla de que lo ayudase.

-En cuanto Tom sugirió que hablase contigo supe que eras la persona indicada y antes de que te enojes, tu hermano lo dijo no porque lo viera como una oportunidad para ti, sino por protegerme a mi.

-¿Protegerte? ¿De qué? – Candy sabía que el problema de Albert era definitivamente una mujer tal y como siempre sucedía – Mira Albert, si quieres que te ayude tienes que decirme la verdad ¿En qué lío te has metido?

-Pues verás … es una información comprometida, por eso no puedo confiar en nadie más que en ti. Eres mi única salida.

-A ver sorpréndeme.

-Se trata de una mujer.

-Una mujer … ¡ah!

-No sé que quieres decir con ese ¡ah! – contestó irritado – la verdad es que nunca me había pasado algo así y se me han agotado las ideas.

-Vaya – pensó Candy – por fin una mujer que era lo suficientemente astuta para vengar a las demás. Ese era el problema de Albert, podía ser encantador, tener la sonrisa más irresistible de Londres y los ojos más maravillosos que hubiera antes visto, pero trataba a las mujeres como si fueran pañuelos desechables.

Albert pasó su mano por su hombro derecho para aliviar la tensión. Candy White, sabía usar la computadora, podía confiar en su discreción, se conocían de toda la vida y prácticamente podía considerarla de la familia pero se le había olvidado lo irritante que podía ser y que le encantaba reírse de él.

-El problema con esta mujer es que está cas…

-¿Casada? – gritó Candy – eso sí que no. Arregla tú solito el problema que no pienso mentir por ti y menos destruir un matrimonio … eso ya deberías saberlo … después de todo lo que he visto.

-¿Quieres escucharme? – la interrumpió – yo tampoco tengo intención de romper un matrimonio y las mujeres casadas jamás me han interesado.

Candy tenía sus dudas. Albert era apuesto y muchas mujeres corrían a entregarse a sus brazos.

-Y aunque quisiera nunca le correspondería a esta.

Candy lo miraba perpleja.

-Pero Eliza Leagan no acepta que no estoy interesado.

-¿Eliza …Leagan? – exclamó la joven rubia abriendo desmesuradamente los ojos.

-Sí, la esposa de George …

Albert no podía pensar en algo peor. George era más que su jefe, más que su mentor. Desde que había muerto su padre cuando él tenía 12 años, George Johnsson, amigo de la infancia de su madre se había hecho cargo de él y ocupado el lugar que había dejado vacío el difunto.

-¿Ahora entiendes por qué tienes que ayudarme?

La joven recordaba perfectamente a Eliza Leagan, una pelirroja exuberante con un busto capaz de sacarle un ojo a alguien. Recordaba el día de la boda de su padrino y el vestido tan extravagante que había usado la ahora Sra Johnsson. Era una mujer que no necesitaba que la animaran a nada a juzgar por la manera en que había bailado con Tom ese día. La mujer por la que cualquier hombre se volvería loco … el tipo de mujer por la que se perdería la cabeza.

-¿Eliza Leagan? ¿La mujer de mi padrino? – repitió Candy sin poderlo creer aún – Albert, ¿cómo te has atrevido? ¿Cómo has caído tan bajo? – reprochó la rubia todavía en shock.

Seguía pasmada por la información, le costaba creer que una mujer como Eliza arriesgara tanto. George era multimillonario y para nadie era un secreto que ella lo había desposado por su dinero ¿Qué otra razón habría para casarse con un hombre 27 años mayor?

-Candy yo jamás le haría algo así … aunque quisiera jamás lo haría.

-¿No quieres?

-Claro que no. Es la mujer de George – contestó él- Creo que ha sido un idiota por casarse con una mujer como ella y estoy seguro que Eliza encontrará a alguien que acepte su oferta pero no seré yo. Debes de tener una muy mala opinión de mi al pensar que yo haría algo así- añadió enfadado.

-En cuestión de mujeres no puede ser peor. Pensé que los obvios encantos de Eliza te habrían fascinado.

-¿Ah sí?

-Te gustan las mujeres de piernas largas. Pues ella las tiene larguísimas, además ¿no has pensado en decirle simplemente que no estás interesado?

-Eliza cree que estoy siendo noble.

-Pues entonces no te conoce.

-Candy, esto no tiene ninguna gracia. Está convencida que no quiero nada con ella porque me siento culpable, que lo que me detiene es el miedo a lo que la gente pueda pensar.

-Pues dile que no sales con mujeres casadas y menos con la mujer de tu jefe.

-Como si fuera tan fácil –pensó. Había tenido miles de conversaciones con Eliza, pero ninguna había funcionado.

-No es tan fácil. Si hablo con ella cree que tengo interés … no importa lo que haga, ella no desiste.

-¿Te acosa?

-No se qué entiendas tú por acosar pero me esta haciendo la vida miserable.

-¿Y hace cuanto tiempo que comenzó esto?

-Unos cuatro meses y ha sido un infierno. Eliza es la esposa del Presidente de la compañía. ¿Qué razón lógica puedo tener ante los demás para rechazarla? … además es muy rencorosa y vengativa.

Ese era otro gran problema, Eliza no se daría por vencida tan fácilmente si Albert que era un play boy no se mostraba interesado en ella.

-Eso sería muy peligroso.

-Es por eso que te necesito Candy. Si no lo haces por mí considera hacer esto por George. Yo no quiero malos entendidos ni problemas por ella. Hasta el momento he podido contenerla, pero ciertamente necesito a alguien que me progeja y me sirva de barrera.

-¿Así que me quieres de perro guardián?

Albert tuvo que sonreír, mirando esa nariz llena de pecas y los mechones de cabello rubio que escapaba de su coleta.

-Bueno tienes potencial como cachorro guardián – la sonrisa con la que dijo esto pudo haber derretido el hielo del antártico – y eres de toda mi confianza. Candy, las cosas han ido subiendo de tono y la verdad sin Bárbara en estas dos semanas no se qué hacer.

Ya estaba dudando…

-Al final voy a tener que ser muy claro con ella y si estamos a solas creo que quiera hacer creer otra cosa para hacerme daño … quizá decir que soy yo quien la persigue como tú lo has creído.

-Yo no he dicho eso.

-Sí lo has dicho … bueno, el caso es que no quiero correr ningún riesgo ni hacerle daño a George pero tampoco quiero que ensucien mi reputación.

-Veo que necesitas a alguien, pero no creo ser la persona adecuada … nunca he trabajado como secretaria.

-Sólo serán dos semanas.

-No es que no quiera ayudarte Albert … es que …

No pudo terminar la frase, no sabía cómo explicarlo, pero toda la vida Albert lo había tenido todo, como si un Dios todopoderoso le diera todo en charola de plata. Siempre encontraba la manera de solucionar sus problemas y ahora era el turno de Candy, la buena de Candy. Pero a ella no le hacía gracia que se fijara ahora en ella sólo porque necesitaba ayuda. Particularmente ese día, el día de "su cumpleaños".

-Sólo dos semanas, además te vendrá bien el dinero.

-¿Cómo lo sabes?

Tom ... claro … Tom.

-¿Si le harás ese favor verdad? – interrumpió su hermano entrando a la habitación con una bandeja de tazas de té – la tuya es la de flores pecas.

-¡Sexista! – le dijo tomando su taza.

-!Hey! No me culpes a mi. Mamá fue quien compró las tazas, además tú eres la única que lo toma con azucar … ¿Cómo iba a hacerle para reconocerlas? … ¿Ya te contó Albert lo del paquete?

-¿Qué paquete?

-Bueno, pues me envió …

El timbre del teléfono interrumpió la conversación.

-Caramba, justo cuando esto se ponía bueno – dijo Tom saliendo para contestar.

-Envió un paquete de condondes con la dirección de un hotel.

Candy se atragantó con su bebida al escucharlo.

-¡No me lo creo! … pero eso es tan … vulgar.

-Albert, te llama Annie – interrumpió Tom entrando de nuevo.

Se levantó del asiento y tomó la llamada en el pasillo.

-¿Te dijo lo del paquete?

-Es … increíble ¿Por qué una mujer con la posición de Eliza se arriesgaría tanto?

-No lo sé, pero me imagino la cara de su secretaria al ver el contenido – dijo completamente divertido y sentándose cómodamente en el sofá – deberías conocer a Bárbara, es la viva imagen de la solterona. Yo creo que nunca en su vida había visto un condón.

-Me cuesta mucho creerlo.

-A mi también. Mira que es sorprendente ... a Eliza nada le da miedo, ni siquiera Annie, y te aseguro que Annie da miedo.

Annie Brigton, una trigueña despampanante de largas piernas que fácilmente pudo haber protagonizado una revista de modelaje. La típica mujer que volvía loco a Albert. La mujer con la que lo había visto la navidad pasada en casa de su madre y con la que estaba ahora al teléfono.

-¿La diseñadora de joyas?

-Eso dice … otros hacen el trabajo y ella sólo pone su nombre. Todo un caso para mi pobre amigo. –comento finalmente riendo y recargándose en el sofá.

-No le veo la gracia Tom.

-Bueno, supongo que ahora comprenderás por qué eres ideal para ayudar a Albert.

-No empieces otra vez.

-Tú sabes que si mamá estuviera viva ella habría sido la primera en pedirte que lo hicieras.

En eso tenía razón, su madre le habría pedido sin chistar que ayudara al mejor amigo de su hermano.

-No es justo que uses a mamá para lograr que haga lo que ustedes quieren.

-Sabes que es verdad Candy. Además puedes aprovecharte de Albert y pedirle lo que quieras … es un hombre desesperado – comentó riendo – Tú sabes que una secretaria temporal jamás guardaría esos secretos … por eso pensamos en tí.

Candy suspiró pensando en su padrino. Ella sabía perfectamente lo dolorosa que podía ser una separación. Recordaba todavía el dolor de su madre al ser abandonada por su padre. Esos días de llanto y desesperación que la fueron apagando lentamente hasta el día de su muerte. Ella no quería lo mismo para George, si trabajar dos semanas para Albert evitaba que le rompieran el corazón a su padrino … lo haría.

-Me da lástima George … ¿va a venir a la regatta con Eliza?

-No lo creo, la angina de pecho está dándole problemas nuevamente.

-¿Y que opina Annie sobre lo de Eliza?

-Puedes preguntarle tú misma, a menos que haya llamado para decir que no vendrá. Inicialmente se iba a París, pero finalmente decidió que la regatta era una gran oportunidad para saludar gente y por supuesto … evitar que Albert conozca a alguien más.

-No te agrada ¿verdad?

-No es mi tipo, pero no se lo que piensa de Eliza, tendrás que preguntarle a Albert.

-¿Preguntarme qué? – sonrió entrando de nuevo al salón.

-Lo que opina Annie sobre Eliza. Por cierto ¿Cómo sabía que estabas aquí?

-Está en casa con mi madre – respondió girando la vista hacia la rubia - Candy ... Annie no sabe muy bien de mi relación con George, por lo que ella cree que debería decirle lo que está pasando y ponga punto final a esto.

La joven se sintió mal. George estaba enfermo del corazón, había elegido mal a su esposa pero no merecía una humillación pública.

-Pecas ¿vas a ser su secretaria o no? – preguntó por enésima vez Tom.

Se mordió los labios.

Continuará ...


Bueno chicas ... esta es una nueva y laaaaaaarga aventura de mi pareja favorita basada en una novela llamada "un acuerdo de negocios" que me encanta ... espero que les guste tanto como me fascino a mi!!!

Un beso a todas y muchas gracias por leer!!!

Scarleth Andrey!!!

p.d. Nos vemos en el sig. capitulo!!!