Nota: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

DE LA CALLE.

Summary: Cuando la Selva de Cemento es tu único hogar, hay reglas que debes de seguir para sobrevivir. Y otras que romper, para poder amar. EdxBe, AlxJas, RosxEm. Todos Humanos.

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Prólogo.

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Isabella Swan.

La vida del ser humano es una perfecta y patética metodología. Todo se debe de hacer acorde a reglas, instrucciones y parámetros que se ajustan de acuerdo a cada grupo y necesidad y llevan al mismo objetivo: Sobrevivir.

Para algunos es más fácil, para otros es una tarea realmente complicada y, para los que son como yo, es una incesante lucha en la que no podemos darnos por vencidos.

No todo es tan malo cuando vives en la calle. Si ignoras el frío, puedes apreciar el amplio cielo y sus estrellas antes de dormir. Si encuentras amigos, ten por seguro que éstos te serán fieles y eternos. Si encuentras el amor... comprobarás que toda la fe y los sueños abandonados en periódicos y cartón, regresarán a ti.

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Capítulo 1.

—¡No se acerque más o le parto la cara! – advirtió ferozmente, empuñando sus manos, lista para atacar, obedeciendo estrictamente la primera regla que regía su vida: nunca hay que demostrar miedo ante nada.

El hombre sonrió con burla, menospreciando su fuerza, y sus ojos viajaron lentamente por todo su cuerpo, examinándola lascivamente. La furia y el asco le invadieron. Sus dientes rechinaron de puro coraje.

—¡Déjeme ir! – exigió.

—No puedo hacer eso – contestó su agresor, con voz amable – Tú tomaste algo y debes de pagar por ello

—Fue solo un pedazo de pan – recordó ella – Le lavé todo las charolas de su negocio, ¡Está pagado!

—No, no, no – discutió rápidamente el hombre, acercándose hasta tomar su barbilla. La castaña intentó alejarse, pero le fue imposible. Tenía su espalda pegada a la pared. No le quedó más que fruncir el rostro por el terrible desagrado – Yo ya te había pagado. Tienes que responder por tus actos, pequeña ladronzuela.

—Me pagó como si hubiera trabajado tres minutos en lugar de tres horas – siseó.

El hornero rió. Luego, la tomó por el cuello y, con un despiadado movimiento, la arrojó hacia el suelo, acomodándose rápidamente encima de ella y desabrochándose el pantalón.

—Te puedo dar más que un pedazo de pan, si cooperas – ofreció, mientras una de sus manos comenzaba a rasgarle sus viejas ropas.

Tranquila – pensó la muchacha, mientras forcejeaba con los musculosos brazos que doblegaban fácilmente a los suyos – no pierdas la calma. Recuerda lo que te ha dicho Emmett que hagas en estos casos.

Tomó un poco de aire, ignorando el hediondo olor que expulsaba la sudorosa masa que se aplastaba contra ella, y, con voz suave, se forzó a decir:

—De acuerdo. Pero me tendrá que pagar por ello treinta dólares.

El depravado hombre detuvo sus manos por un segundo.

—Es demasiado dinero – dijo, tras pensarlo un breve instante – no lo mereces.

—Entonces, que sea la mitad

La mirada del hornero brilló con lujuria.

—Ya sabía que todas las callejeras como tú son igual de putas – se carcajeó, mientras lamía su cuello.

Se tragó toda la repulsión que le recorrió cada poro de su piel y se obligó a quedarse quieta, esperando a que esa bestia, que se hacía llamar hombre, se descuidara para poder extraer la pequeña navaja que guardaba en el bolsillo de su pantalón.

No pasó mucho tiempo para que clavara el filoso objeto en una de sus extremidades. El asqueroso tipo se alejó, aullando de dolor, y ella aprovechó para escabullirse.

—¡¿A dónde crees que vas?! – un par de ensangrentadas manos le detuvieron bruscamente. Sintió cómo un lacerante aguijonazo cortar la piel de su espalda. Gimió, pero no dejó de forcejear. Esa era la segunda regla: Nunca hay que darse por vencido, luchar por tu vida y la de tu familia hasta morir.

Tomó impulso e impactó su rodilla en la panza de su agresor. Esto le dio oportunidad para correr hacia la salida, aunque claramente podía escuchar cómo esa bestia corría muy cerca detrás de ella.

Se internó en un callejón. Afuera, era ya muy noche. Por un momento tuvo el deseo de gritar, pero sabía que era inútil. Nadie le auxiliaría, aún así fuera medio día. Nadie ayudaba a la gente como ella.

Se limitó a seguir corriendo, buscando llegar hacia donde estaba su familia, pero la herida ardía y le hacía ir cada vez más lento.

Primero me mato antes de que ese cerdo me ponga las manos otra vez encima – se juró.

Maldijo interiormente al encontrarse con una barda. Giró el rostro, a pocos metros, el hornero se acercaba con un cuchillo en mano. Comenzó a escalar la pared de piedra, pero tenía poco había llovido y se resbalaba con facilidad.

Lo intentó una vez más, teniendo el mismo resultado.

Sus dedos apretaron con fuerza la navaja —O muere él, o muero yo – pensó.

Temblaba y el corazón le latía ferozmente. Estaba a punto de convertirse en una asesina y eso no le emocionaba en absoluto. Pero la regla general decía: "Haz todo por sobrevivir"

El hombre estaba frente a ella, con su rostro desfigurado, enloquecido.

—¡Maldita zorra! – bramó.

Ella escupió en su dirección y después ensanchó una sonrisa grosera.

—¿Creías que me iba a acostar con un cerdo como tú? ¡Primero me muero de hambre, idiota!

La mirada del hornero relampagueó con la más infinita de las iras y después, se lanzó hacia ella, como un rabioso toro. Esquivó el primer ataque, y el segundo y el tercero; pero el cuchillo rasgó la piel de su pierna derecha en el cuarto movimiento y ella cayó de rodillas. Su pequeña navaja se había vuelto insignificante ante la filosa hoja contra la que luchaba.

Alzó la mirada y sus ojos se centraron en el cruel hombre que la tenía aprisionada contra el húmedo suelo. Aún sabiendo que la deshonra y la muerte se aproximaban, en su rostro no dejaba fluir ni una sola emoción.

—Lo vas a disfrutar – prometió el vil ser, mientras le abría las piernas y se bajaba el pantalón.

La castaña gimió de dolor al sentir la fuerte presión queriendo penetrarla. Sus manos no habían dejado de reñir todo ese tiempo, pero estaba resultando inútil. Aguantó la respiración y ahogó las lágrimas. No iba a permitir que ese demonio la viera llorar. Por el contrario, siguió luchando, enterrando sus uñas y mordiendo lo que podía alcanzar.

Un enérgico puñetazo dado directamente sobre su mejilla le aturdió. Las fuerzas comenzaron a abandonarle. Qué triste, pensó, acabar de esta manera...

Fue de un momento a otro que el peso que la apretaba contra el suelo desapareció. Escuchó golpes, jadeos y vulgaridades. Después, quedó sólo el silencio roto por el sonido de unas pisadas acercarse. Su instinto de supervivencia le hizo arrastrarse hacia la esquina más cercana, pero un par de brazos la alcanzaron con facilidad, levantándola del suelo.

—Tranquila. Estás a salvo– susurró una suave voz.

Poco a poco, dejó de forcejear. Por algún motivo, ya no sentía que había peligro cerca, si no todo lo contrario. Se sentía segura, protegida por la calidez de ese desconocido que la sostenía como a un bebé.

No lo pudo soportar más, tenía la garganta cerrada por todo el llanto contenido y el cual exigía salir. Finalmente, dejó de pelear con el orgullo y una pequeña lágrima corrió por su hinchada mejilla.

El delicado contacto de unos dedos delineó el húmedo sendero que había quedado. Intentó ver quién era el que la había salvado, pero apenas y podía sostener sus parpados, así que no pudo crear una imagen clara.

—¿Quién eres? – Le preguntó la voz masculina – ¿Tienes familia por aquí cerca?

Ella asintió

—Dime dónde están. Necesitas descansar.

Él también era de la calle. Otra persona, para empezar, ni si quiera le hubiera ayudado y, además, le hubiera preguntado por una casa y no por una familia.

—Bájame – pidió, aunque no estaba segura de poder caminar – te llevaré...

Una risita le interrumpió. No era la de él, estaba segura. Se trataba de una mujer.

—Vamos, chica, no te hagas la fuerte. Mírate cómo estás. No podrías dar ni un solo paso tu sola. Danos la dirección.

La desconocida muchacha no había sido grosera, si no, más bien, realista. Regla número 11: Admite cuando necesites ayuda de alguien más. Suspiró y cerró los ojos, el cansancio le estaba venciendo.

—Avenida Barcelona – susurró, esforzándose por hablar claramente – Abajo del puente.

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Aquí me tienen con otra idea. Lo siento, seguramente han de estar pensando ¿Y después que nos va a traer? ¿Una historia de changos? T_T Ya saben que no puedo contener. Pero bueno, ¿Qué les pareció?

Para las que leen mis otras historias, no se preocupen; ya saben que no las abandonaré.

En fin, me voy. Cuídense y nos leemos en el siguiente capítulo.

Atte

AnjuDark