Epilogo

« Lo lamento. No puedo con esto. Creí que podría, pero ahora veo que no. Hace años que no me siento tranquila, ni siquiera él amor que tuve por ti pudo hacerme acostumbrar a este lugar. Lo lamento. No me busques. Vuelvo a casa »

Era tan refrescante.

Cerré los ojos por inercia cuando él viento sopló sobre mí. Una extraña corriente eléctrica me recorrió de pies a cabeza, haciéndome temblar. Por alguna extraña razón me sentía libre, refrescada y satisfecha. No… no era por una razón desconocida, sabía exactamente lo que había pasado para que me sintiera de esta manera.

Me giré de medio cuerpo, observando mi casa. Era como volver a tener diecisiete. Incluso me dieron ganas de ir a la escuela. Extrañaba a mucha gente, obviamente, incluso a Bankotsu y a su estúpido y lapa hermano.

— ¡Kagome!

Volví a girarme para encarar a Sango. Sus brazos y piernas se abrieron entorno a mí y me apretaron como un koala a un árbol. Comencé a reír al tiempo que intentaba sostenerla —a duras penas— sobre mí. Los años no pasaban en vano, y ya no tenía la fuerza de una colegiala.

—Estás más gorda.

—Oye, que te pasa. Sigo siendo una mujer hermosa y delgada.

—Claro, ballena. Ahora bájate de mí.

Sango soltó una risita y se desenvolvió de mí. Miré las bolsas que traía en mano.

— ¿Trajiste todo?

—Obviamente —sonrió —. Miroku trae lo demás —miró su reloj—, sí, ya salió del trabajo. Estoy segura que ya estará aquí.

—Genial. Ve a dentro y ayuda a mi madre.

Miroku había logrado lo que él —y la antigua y nueva Sango (luego de que por fin le creyera y se enamorara de él.)— había querido. Era humano. Le había costado un poco, intentando soltar su forma tan pasiva de hablar y de vestir, pero Sango le había ayudado en todo lo que pudo. Ahora trabajaba en una pequeña oficina, tenía una agradable secretaría de nombre Rin y muchas personas alocadas a las cuales atender y entender. Y es que ser consejero era algo más difícil que solo pensarlo. Pero siempre supe que él tenía algo de cuero para eso. No por nada me ayudó en incontables momentos de crisis. Sango y él tenían pensado casarse en la próxima primavera. Obviamente, yo iba a ser la madrina.

Apoyé mis manos contra la corteza del árbol y suspiré. Otra oleada mágica de placer me invadió y pude contactarme con aquella otra parte.

Faltaba tan poco.

—Miroku —sonreí, y enrollé mis brazos através de su cuello.

—Cuanto tiempo —me contestó.

—Pues mírate nada más. ¡Que fachada! —le dí unos golpecitos en el hombro—. Te felicito. Todo un humano.

—Gracias —sonrió y su mirada bajó a mi cuerpo —. Sin embargo, tú sigues igual que siempre.

Le di un pequeño golpe en el brazo y nos largamos a reír.

Había costado un infierno que Miroku dejara de tratarme de usted. Por eso ahora se veía más juvenil, y autentico. Los jeans habían hecho lo suyo con él, dado que eran "demasiado cómodos" según sus propias palabras.

—Vamos, vamos, queda poco tiempo.

Me enganché a su brazo y lo guié dentro de la casa, donde todo estaba más que preparado. Mi madre me sonrió, mostrando sus nuevas y muy tratadas arrugas. Casi me había ido de espaldas al entrar al baño y ver los millones de frascos de crema antiarrugas.

Miré por sobre mi hombro el reloj.

— ¿Dónde está Rin?

—Debe de estar por llegar —susurró Sango, hasta que sentimos el timbre.

Abrí la puerta para ver a una muy compuesta Rin. Las primeras veces, siempre llegaba en un estado deplorable y susurrando algo como «Unas escaleras muy largas». La pobre ya se había acostumbrado.

—Justo a tiempo —susurré —. Gracias Rin.

—Para nada, gracias a ustedes —hizo el signo de paz —. Ahora tengo unos muslos extra duros.

—Eso es genial —mi mirada bajó hasta el pequeño niño de siete años —. Chiaki, despídete.

— ¡Adiós, Rin! —Chiaki agitó su mano fuertemente.

Él decía que era grande para tener una niñera, que podía perfectamente quedarse tranquilo en casa cuando los adultos intentaban organizar algo, pero el hecho de romper algunos platos y dispararle al glúteo derecho de la abuela con su pistola de juguete no significaba precisamente quieto.

Sin embargo, después de mucho tiempo intentando convencerlo, todo salió de lo más fácil cuando le mostré a Rin. Al pequeño bribón le gustaban mayores.

Cerré la puerta y me acuclillé para darle un sonoro beso en la mejilla.

Generalmente, no tenía permitido hacer eso frente a nadie, y mucho menos frente a Rin.

—Mamá —se quejó, y sus enormes ojos negros me reprocharon con vergüenza.

—Lo lamento, pero te extrañé horrores —hice un puchero — ¿No me extrañaste tú a mí?

—Sabes que si —susurró, avergonzado, y pasó distraídamente una mano por sus cabellos negros, que al contraste con la luz de las ventanas, se vio de un brillo plateado.

Pequeño mocoso irresistible.

Me lancé nuevamente sobre él.

— ¡Maaa!

—Ya, ya terminé, no te sulfures.

Lo tomé de la mano, ya que era una de las pocas cosas que no le daba vergüenza que le hiciera en público, y lo guié a la sala.

Miroku lo saludó amistosamente, como siempre, mientras que Sango se le lanzaba encima —al igual que yo hace unos momentos— y comenzaba a besarlo. Obviamente, que una mujer mayor —que no fuera yo— hiciera eso precisamente, no le molestaba. Era demasiado injusto.

—Entrégame a mi hijo —bromeé y tomé en mis brazos al niño. Sango soltó un bufido —. Consíguete el tuyo, éste me costó nueve meses y un día entero de contracciones.

—Tengo veinticinco, y me caso en unos meses. No tengo prisas ¿Sabes? No soy como tú que a la primera te embarazas.

—No fue a la primera —gruñí y bajé a chiaki al suelo, tapando sus oídos —. Fue a la tercera.

Sango soltó una sonora carcajada seguida por mí mientras Chiaki se encogía de hombros.

—Seguramente ya está por llegar —dijo Miroku, posándose junto a Sango.

Asentí y llamé a mi madre, quien estaba con Sôta en brazos. Él era mi nuevo hermanito de cinco, había nacido luego de que mi madre se emborrachara en una fiesta de empleados y terminara en el baño con uno de sus compañeros. Obviamente, sin mí, mi madre tenía tiempo de sobra para ella y para volver a ser joven.

Volví a tomar a Chiaki de la mano y lo guié hasta a la parte trasera del sofá. Sango y Miroku se escabulleron a la cocina y mi madre y Sôta se quedaron escondidos en el pasillo.

Chiaki apretó los labios, expectante, y quise comérmelo.

Pasaron como cinco minutos en los cuales creí que realmente no vendría, que mi carta había sido demasiado convincente y lo había arruinado todo, cuando apareció en la sala en un soplido. Sabíamos que no se iba a molestar en correr la distancia del pozo hasta la casa cuando podía llegar y aparecer simplemente.

En el pequeño lapsus de un segundo, vi su deteriorado aspecto y el horror y el dolor cruzando cada facción de su rostro. Me sentí mal, pero no tuve tiempo de hacer nada cuando todos salieron de su escondite gritando sorpresa. Inclusive Chiaki, que fue el más entusiasta, me jaló hacía arriba al haberme visto perdida en mis pensamientos.

No grité, porque ya todos lo habían hecho, pero si levanté las manos y aplaudí.

Su rostro era de total confusión.

— ¿Qué…?

Chiaki corrió hacía él, tarándole de la camisa.

—Feliz cumple, papá.

InuYasha bajó la vista, sorprendido, y su vista pasó por cada persona hasta llegar a mí. Uhg. Sí, ésta era la parte que no había planeado de mi perfecto plan.

—Feliz cumpleaños, cariño —susurré, mostrando mi mejor sonrisa. Obviamente, eso no era la respuesta que él quería.

Cada persona se fue acercando a él para darle las bendiciones por su cumpleaños, mientras yo me escurría de ahí y me quedaba con Chiaki en la cocina. Si él iba a hacerme algo, no lo haría con Chiaki de por medio.

—Ya sabes, si tu padre entra con cara de tu-mamá-está-frita, tienes que defenderme ¿De acuerdo?

—Claro mamá.

Alguien aclaró su garganta a mi espalda, y pegué un brinco hasta situarme junto a mi hijo. InuYasha estaba parado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Su cabello estaba largo y completamente plateado, dándole un aire tan sobrenatural que dio miedo. Eso no ayudaba.

—Chiaki, ve a la sala —ordenó.

Él no sabía que mi hijo era un hombre leal que protegía a las mujeres y que no me iba a dejar.

—Claro papá.

Un chillido salió de mi boca.

— ¡Traidor!

—Pero mamá —se giró justo antes de desaparecer por el pasillo —. Es el cumpleaños de papá, se supone que todo lo que él pida hoy, se tiene que cumplir.

InuYasha sonrió con suficiencia. Maldito orgullo paternal.

El silencio reinó en la cocina hasta que sus pasos retumbaron en las paredes de cerámica. Se veía realmente bien, con esa aura de muerte, y si otro hubiera sido el momento, lo besaría.

Sus manos se apoyaron en la mesa, cada una a un lado de mi cadera. Su rostro estaba perfectamente cerca. Demasiado peligroso y excitante.

— ¿Me lo vas a explicar?

Giré mi cabeza.

—No sé de qué hablas —obviamente, yo sabía a que se refería.

— ¿No lo sabes? —gruñó. Me encantaba cuando gruñía, pero ese no era punto.

Una de sus manos se soltó de la mesa y fue directo a su bolsillo. Fue mi perfecta oportunidad de escapar y no lo hice.

— ¿Por qué escribiste esta carta? —preguntó, mostrando el arrugado papel en sus manos.

— ¿Qué carta? —miré en toda dirección, esquivando el papel.

Él volvió a gruñir y a apoyar su mano en la mesa.

— ¿Sabes que pensé que era verdad? —acercó su rostro más al mió, obligándome a mirarlo. Podía ver en sus ojos los rastros de aquella tristeza y desesperación aún —. Realmente pensé que me habías dejado.

Me sentí mal por él nuevamente, cuando una sola palabra rondó en mi cabeza, alejando cualquier pensamiento de remordimiento.

«Venganza»

Levanté mis brazos —hasta el momento inertes— y los envolví alrededor de su cintura.

—Bueno, InuYasha —sonreí, poniéndome de puntitas para rosar mis labios con los suyos —. Te dije que algún día me iba a vengar. Nadie hace sufrir a Kagome Higurashi y no espera nada a cambio.

Claramente, por los primeros segundos, no entendió que me refería al comienzo de nuestra historia, cuando yo era la única que sufría por amor.

Entonces sonrió, más relajado que hace unos momentos, y me besó.

— ¿Después de siete años? —preguntó contra mis labios y volvió a besarme.

Simplemente asentí y lo abrasé con más fuerza. Jamás me iba a aburrir de besarlo, ni de aquí a cien, o doscientos años más.

Yo había comido de la comida de su mundo, lo que significaba que mi vida se alargaba. A los veintitrés mi cuerpo se había comenzado a pausar, donde aún un aspecto más joven de los veintiséis que ya tenía. Mamá me odiaba por eso.

—Y tenias que hacerlo justo el día de mi cumpleaños.

—Fue una perfecta ocasión para una fiesta sorpresa ¿No?

Me sonrió y volvió a besarme.

Entonces volvimos al salón a disfrutar de la fiesta.

Chiaki se subió en la espalda de InuYasha mientras ésta habría los regalos.

La mayoría fueron prendas de vestir, libros o —en el caso de chiaki— algo hecho de macarrones.

No pude evitar pensar que tenía una hermosa familia. Mi propio cuento de hadas que aún no acababa. Y solo pensar en eso me hizo querer llorar.

De pronto, todas las miradas se clavaron en mí.

— ¿Y mi regalo? —sonrió InuYasha, con maldad en sus ojos.

Claramente sabía que había olvidado el regalo por séptimo año consecutivo. Era una terrible esposa.

—Mi mamá hizo un dibujo de ti —dijo Chiaki, y todos lo miramos como si tuviera dos cabezas.

¿Cuándo yo había…? Un momento.

Sacó un papel doblado en cuatro de su bolsillo, mostrando la misma sonrisa sátira de su padre.

Ese pequeño demonio.

—Déjame verl-

— ¡NO!

Me lancé, así, simplemente.

Choqué contra él sofá y éste se volteó. Gruñí una maldición y odié profundamente el Puff Paff. Chiaki se acuclilló a mi lado para ayudarme.

InuYasha —desde el otro lado de la habitación— desdobló el papel y observó el contenido. Sus ojos centellaron con fuego.

— ¿Lindo no? —preguntó Chiaki alias el traidor a mi lado.

Me puse de pie y corrí. Olvidé mis zapatos y seguí corriendo.

Esa dibujo había sido de hace tres semanas, cuando estaba aburrida y sola en la casona mientras InuYasha atendía a los deberes reales. Chiaki me había propuesto dibujar y yo había aceptado. Simplemente había dejado fluir mi imaginación cuando le había puesto cuernos, un bigote y una sola ceja. Eso y sumado a mi nada de lado creativo, era una abominación.

Unos brazos se cerraron en mi cintura cuando cruzaba en patio delantero, y chillé cuando me levantó.

Había sido atrapada por un fantasma.


Fin

Pues, ahora sí que sí. Todas pedían un epilogo, y yo quería esa venganza.

Es cortito, pero no importa. ¿Dejaran comentario? Espero que sí.

Besos, y hasta la próxima historia.