#Emmett

-¡ESTO DUELE!- Rose gritó mientras colocaba una mano de la manera más brutalmente posible sobre mi brazo y apretaba con fuerza.

-Mi amor cálmate, ya vamos a llegar. –Al terminar de decirle eso comencé a hacer las respiraciones que le habían enseñado para los dolores. Ella simplemente me miró una sola vez con aquella expresión que me hizo concentrar mi vista al frente y no volver a recomendárselo.

Afortunadamente eran cerca de las once de la noche y el tráfico era casi nulo, por ser día de semana. No hubiera imaginado si a Rose se le hubiera ocurrido parir a las cinco de la tarde cuando todos quieren volver a sus casas. No, no. Apenas aguantaba sus gritos. Quería ayudarla pero ¿cómo? Acelerando nada más.

-Primera…-Rose dijo entre jadeos de dolor- Y última vez.- Terminó la frase y arrugó todo su hermoso rostro en una mueca de dolor.

Evité volver a mirarla hasta llegar al hospital en donde me subí prácticamente a la acera y toqué la bocina unas cuatro veces.

-¡Las llaves, Emmett!- Rose me gritó cuando me estaba bajando así que volví a meterme en el auto para sacarlas y me pegué un cabezazo con el techo.

-¡Mierda! ¡Me pegué!- Sobé mi cabeza y me quejé un momento en el asiento.

-¿Te duele? ¡Pues intenta sacar una sandia por un agujero de diez centímetros! –Rosalie parecía perder el control y yo también. Me moví nervioso, olvidando mi golpe por completo y di la vuelta para abrirle la puerta. Detrás de mi llegó una enfermera con una silla de ruedas.

-Ella…bebé…parto. ¡Ahora! –Logré articular casi en tartamudeos a la chica que parecía tan relajada como si fuese un procedimiento de rutina.

Ambos logramos levantar a mi alterada mujer y colocarla en la silla. Rosalie no paraba de gritar por la famosa epidural o algo así, que se yo, solo quería que tuviera luego a la niña antes de que comenzara a sentirme culpable por embarazarla. Sí, eso podía ser posible.

-Emmett, ¿dónde estás? – La voz de mi ángel reclamaba mi nombre con un tono de dulzura y súplica. Yo estaba por detrás de ella y me adelanté, caminando a su lado mientras la enfermera la llevaba. –No me dejes sola. Entra conmigo. –Mi Rose extendió su mano para tomar la mía. Y de nuevo sentí su fuerza brutal. Menos mal que era un tipo fuerte o el atendido habría sido yo, pero por una fractura.

Una vez instalados en la sala de partos, luego de pasar una hora intentando hacer caminar a Rose de un lado a otro y después de unas tantas palabrotas nuevas que aprendí gracias a las contracciones, nuestra niña estaba lista para llegar al mundo.

Entre trajes esterilizados e instrucciones de parte de enfermeras, logré entrar a quirófano con mi mujer, colocándome a su lado mientras tomaba su mano para darle apoyo. Y entonces Rosalie comenzó con el trabajo.

Que puja, que respira, que puja de nuevo. Era un caos, un griterío.

-¡No sé cómo lo harás pero el próximo lo traer tú! –Rose gritó volviendo a pujar y entonces cometí el error, el más grande. Aún sabiendo cómo reaccionaría me arriesgué.

#Rosalie

-Ya está volviendo en sí- Una de las enfermeras atendía a Emmett colocándole un algodón con alcohol bajo su nariz.

Se le ocurrió por un segundo asomar su cabeza a la 'zona' y fue entonces que su gran cuerpo cayó vulnerable en el suelo gracias al desmayo. En otro momento quizás, más adelante me reiría de eso, pero no hoy, no en esos momentos.

-¡Despiértelo! Lo necesito…-Supliqué y apuré a la enfermera que recomponía a un pálido Emmett. Éste comenzó a incorporarse de a poco gracias al soporte de la mujer y poco a poco llegaba a mi lado con cierta dificultad para mantenerse.

-Lo siento, es que fue todo tan…

-Si claro, imagínate cómo se siente eso que viste. –Le respondí a secas, volviendo a apretar su mano. No estaba enojada con él, si no que el dolor era realmente insoportable lo cual me hacía actuar de esa forma. Pero ya todo comenzaba a terminar; el doctor me pedía un último esfuerzo para finalizar.

Todo pasó muy rápido. Una última tajada de dolor, un alivio inmediato y su llanto.

-¡Bienvenida! Sana y salva. –El médico proclamó y al oír esas palabras me dejé caer por completo sobre la camilla, descansando al fin del, sin duda, trabajo más difícil que había hecho en mi vida.

-Ya terminó ángel. –Emmett pasó su mano por mi frente, para luego besarla y dedicarme una sonrisa. Ambos nos miramos un momento, sabiendo que era la última vez que lo haríamos pensando en nosotros. Desde ahora en adelante al vernos a los ojos, inmediatamente posaríamos nuestra vista en lo que nos uniría para siempre. Ella.

-Está en perfectas condiciones- Una enfermera se acercaba a nosotros con una manta rosada envolviendo un bulto. De éste provenían pequeños sollozos, dulces y armoniosos.

Y fue en ese momento que conocí la felicidad completa. Un pequeño ángel, frágil, diminuto, de cabellos delgados pero rubios y ojos oscuros, fue puesto en mi regazo. Me quedé inmóvil un momento, no por falta de fuerza, si no por lo perpleja. Emmett con su brazo, llevó el mío hasta arriba, rodeando a la pequeña, y así ambos la pudimos abrazar y contemplar.

-Es…-Emmett balbuceó.

-Lo sé. –Respondí sin dejar de mirar a nuestra niña, quien parecía calmada y libre de sollozos. Ella nos miró perpleja, yendo de mi rostro al de Emmett, hasta finalmente soltar una sonrisa, en donde se le marcaron dos hoyuelos. Los mismos de su progenitor. Éste se rió de felicidad y besó mi mejilla.

-Gracias. De todas las cosas que me has dado, ella es lo mejor. –Emmett me miró finalmente e hice lo mismo, quedando a poca distancia de él, perfecta para rozar mis labios con los suyos.

-Estoy de acuerdo, totalmente. -Sonreí, pero no como otras veces, no como de costumbre, fue una sonrisa de satisfacción, de plenitud. Y se sintió increíble.

FIN

***Muchas gracias por la paciencia, por las que esperaron tanto por ver éste final, y bueno, ahora a terminar las otras dos novelas que están inconclusas: La verdadera venganza de Rosalie Hale; De vuelta a clases. No las haré esperar tanto por esas. Un abrazo.

Miss Rosalie.