Prefacio.

Bella observó al muchacho con los ojos llenos de lágrimas y suspiró para sus adentros. Ella no quería que él la viera en ese estado. Parecía saber todo de ella, mientras él tan solo la observaba en la distancia. Se levantó de su silla y se acercó despacio. Una mano fue alzada en el aire dejándose caer hasta sonar en el silencio de la clase. La cara de Edward se giró de golpe y este se quedó en aquella posición.

Tyler y Seth los observaban mientras soltaban un jadeo. El resto, sin embargo solo hacía caso a los apuntes. Bella se giró de nuevo y caminó despacio hasta la mesa. Mientras, en su cabeza maldecía el día que llegó a Forks. Su cuerpo entero temblaba por la ira y sabía que debía contenerse. Al fin y al cabo era ocho años mayor que él. Recogió despacio su maletín y metió dentro los papeles que llevaba para las clases de castigo de ese día.

Sin tan siquiera mirar de nuevo el fondo de la clase, abrió la puerta y salió de allí. No podía permitir que la humillaran en medio de su aula. Su orgullo iba por delante y en ese instante se había rebajado a un estúpido. Ahora entendía muchas de las cosas que le habían contado. Sacó su móvil y marcó el número que tantas veces marcaba desde que llegó allí.

-Tanya, soy yo. Necesito hablar.- Le dijo.

-Bella, ahora mismo no puedo atenderte. Te llamo en dos minutos. – La voz de su mejor amiga sonó tras el auricular.

Tanya había viajado con ella hasta Forks simplemente por que deseaba cambiar un poco de vida. Bella siempre se lo agradecería, ya que ella sola no hubiese soportado todo aquello que la tenía en tal estado de nervios. Abrió la puerta de su coche y se sentó en el volante a esperar la llamada de su mejor amiga. Alzó su mirada cuando vio a aquellos dos extraños besándose en un banco. Un ruido la sacó de sus pensamientos y contestó el teléfono.

Edward seguía mirando por la ventana sin mirar a sus otros dos compañeros. La mejilla le ardía como un demonio y no entendía por que ella se había puesto de esa manera. Él tan solo había dicho cuatro verdades. Odiaba que ella intentara enseñarle lecciones de la vida.

Cerró sus manos en puños y dio un golpe contra la mesa. Sus labios se estiraron haciendo una mueca de disconformidad y acto seguido se levantó de la silla recogiendo sus cosas. Giró su cabeza y miró al pequeño Seth. Le tendió su mano y lo ayudó con sus cosas. Los dos caminaron por el pasillo vacio y en silencio. Al llegar a la calle, se percató de que llovía y trató de tapar al pequeño.

Seth, tan solo tenía doce años. Cuando un accidente de coche segó las vidas de sus padres, fue a parar a casa de los Black junto a su hermana Leah. Ella tenía veinte años y lo recogía a su salida de la universidad, pero esta vez ellos habían terminado después las clases, así que Edward tendría que acompañarlo andando a casa. Pateó una piedra que estaba en su camino y está llegó bastante lejos chocando contra algo. A él no le importó, ya que no percibió ni un solo ruido. Tan solo el silencio que siempre lo embargaba.

Miró al pequeño mientras caminaban por el camino de piedras que los llevaría hasta La Push. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios y trató de aparentar que no había pasado nada hoy en clase. Aún así, se sentía bien. No estaba arrepentido de lo ocurrido. Apretó un poco la mano del muchachito y siguió caminando hasta que una visión, de lo que ocurría unos metros más adelante, le hizo parar y odiar a aquellos que sus ojos alcanzaban a ver.

Rosalie y Emmett estaban hablando con Bella y los tres reían. Aquello no podía ser verdad. Sus primos no podían estar con Bella. Ella era una mujer odiosa y odiaba su sola presencia. Sintió de nuevo como la rabia lo consumía y caminó más deprisa hasta perderse entre los arboles. Cuando se alejó lo suficiente, dio otro apretón a la mano de Seth y una lágrima descendió por su mejilla.