Epílogo:

Era un día nublado en Nueva York. Todo lo que se veía a través de la ventana del PentHouse del último piso parecía seco y sin vida… justo como la mirada de Bella. Sus ojos se perdían en los reflejos pálidos de los edificios que contemplaba con expresión ausente. Permanecía de pie, con los brazos cruzados fuertemente sobre su pecho. Por su postura, cualquiera pudo haber pensado que tenía frío, pero claro que eso era imposible.

Ese día se cumplía exactamente un año desde el incidente, había verificado la fecha en el calendario miles de veces, a pesar de que no era necesario que nada se lo recordara.

Podía recordarlo a la perfección. Cerró los ojos y lo vio. De pie usando solo sus pantalones. "Esperaba que hicieras eso" escuchó en una voz fuerte y clara. Y entonces vio el frío y duro metal hundiéndose en su cuello, dejando escapar un grotesco sonido y haciendo que su voz se perdiera. Por un momento se dejó llevar por la sensación de pánico que se alzaba en su memoria.

"¡No!" había gritado, cortando el aire a sus pulmones de inmediato, pero ya era demasiado tarde, los ojos de Edward se encontraron con los suyos justo antes de que su mirada se perdiera, probablemente confusa por el dolor o la pérdida repentina de sangre.

Ahora observaba a los transeúntes en las calles. Los veía a la perfección a pesar de la distancia. Solo unos cuantos abrigos negros y cabellos despeinados por el viento. Se preguntó cómo podía haber sido tan estúpida, cómo pudo haber caído en una trampa como esa, pero quizás la respuesta era obvia. Sus instintos habían sido egoístas en lugar de acertados. Era peligroso a la vez que fascinante la forma en que la mente trabajaba, lucubrando para dejar al descubierto los deseos más profundos de manera inconsciente. Quizás, creía ahora, ella no había querido ver lo que el haría, lo que provocaría, quizás… solo quizás, ella había querido que él lo intentara.

Se estremeció cuando una imagen cruzó por su mente. Podía verlo, pálido y sin expresión, sus ojos desorbitados y la sangre brotándole a borbotones por la herida, cayendo de rodillas, como si toda la fuerza hubiera abandonado su cuerpo.

"¡NO!" gritó de nuevo, corriendo hacia él para sujetarlo. Pero la sangre era demasiada y sus sentidos eran inevitables. Cuando el líquido escarlata tocó su piel, tibia y deliciosa, la sed se desató con más fuerza de la que ya poseía, consumiéndolo todo a su paso. Sintió sus dientes clavándose con facilidad en la herida abierta, sin miramientos de lo que podría causarle dolor o no. Aunque eso ya no era importante ahora.

Bajó la cabeza y cerró los ojos con fuerza preguntándose por qué sentía ese inútil nudo en su garganta. Jamás podría explicarle a Edward cuánto lo sentía. Cuanto deseaba poder haberle dado una vida normal, darle una familia y envejecer junto a él. Casi podía sentir su corazón estrujándose con la certeza de que eso jamás sucedería.

Una pequeña sonrisa afligida se asomó por su rostro cuando sintió las familiares manos deslizándose por sus brazos. Suspiró llenando sus pulmones cuando los fuertes brazos la rodearon desde atrás, presionándola contra un pecho de sensación confortable e increíble aroma.

- ¿En qué piensas? –preguntó Edward con un tenue susurro en su oído, justo después de plantar un tierno beso en su cuello. La sonrisa de la vampiresa se amplió, y estrechó esos blancos brazos contra su cuerpo, aferrándose a su calidez. Sabía que no era así, sabía que su cuerpo no podía estar tibio, pero así lo parecía al contacto con su piel, como si toda la electricidad que había entre ellos se materializara en lo que sentía cada vez que la tocaba.

Él aún parecía estar aguardando por una respuesta, así que simplemente se encogió de hombros, sintiéndose tonta por cavilar en cosas que ya no tenían vuelta a atrás.

- En tu cumpleaños –respondió ella con cierta pena en la voz. Él soltó una carcajada muda y volvió a besarla.

- Fue un lindo festejo –replicó con un poco de satisfacción y orgullo filtrándose en su voz, pensando en cómo habían pasado la noche entera entre las sábanas. Ella rió, pero negó con la cabeza.

- No me refería a eso –murmuró con tono ausente.

- ¿Qué querías decir? –el ceño de ambos se frunció, el de Edward por no comprender, el de Bella, por temor a la respuesta que podría recibir a la pregunta que planeaba hacer. Mirándolo a los ojos, y luego de un suspiro, finalmente habló.

- ¿Te arrepientes? –su tono apenas fue un susurro. En un primer momento, su ceño se frunció aún más, pero luego una media sonrisa se asomó por sus labios, mientras una de sus manos se podaba en la mejilla de la muchacha, acunando su rostro con delicadeza.

- Bella… mi vida no terminó el día en que mi corazón de latir. Mi vida comenzó el día en el que desperté, aquel en el que te vi realmente por primera vez. No habría cambiado esto por nada en el universo. No puedo siquiera pensar en cómo habría sido vivir toda mi vida como humano, sin saber lo que se sentía verte de esta manera, sentirte de esta forma –la presionó contra su cuerpo con el brazo que aún mantenía alrededor de su cintura-. No puedo imaginarme un futuro en el que no hubiera sido capaz de protegerte y amarte por toda la eternidad.

Hizo una pausa, en la que buscó su mirada como si nada más existiera en el mundo.

- Yo mismo escogí esto. Y jamás, jamás –remarcó- hubiera escogido algo que no fueras tú.

Una enorme sonrisa se asomó por el rostro de la vampiresa, que no dudó en subir el rostro para besarlo. Un beso tierno y a la vez apasionado, en el que demostraba todo lo que sentía por él. Sus brazos se enroscaron en su cuello para atraerlo hacia ella, y por un segundo la masculina mano se presionó en la parte baja de su espalda, pegándola a su cuerpo, pero de un momento a otro, Edward se había alejado con los ojos abiertos como platos.

- Los Volturi. Están aquí –susurró tan rápido que las palabras se mezclaron unas con otras. Bella tragó con dificultad y se asomó a la ventana para poder verlos.

- Maldición –dijo en tono áspero mientras corría a recoger las pocas pertenencias que aún conservaban con ellos. Edward guardó el libro que había estado leyendo en una mochila y se la colgó en los hombros rápidamente. Todo lo demás ya estaba guardado, no hacía falta mucho de todos modos.

Abrieron la puerta tomados de la mano y subieron a la terraza por las escaleras a toda velocidad. Saltar de un edificio a otro era extremadamente fácil, pero no realmente efectivo.

Al cabo de unos cuantos minutos ya se encontraban en el aeropuerto, aguardando a su próximo vuelo. Compraron varios pasajes, solo para despistarlos, ya habían acordado los destinos que comprarían, escogiendo los más distantes. El lugar al que viajaban siempre estaba planeado con anticipación. Era la única forma de que les perdieran el rastro, y de todas formas, Edward siempre podía ganar más dinero con las apuestas.

Se sentaron en sus asientos de primera clase. Las butacas eran amplias, aunque no de lo más lujosas. Había tres de ellas colocadas una junto a la otra, y otras tres más allá del pasillo. Edward había tomado el asiento de la ventanilla, mientras que Bella permanecía en el de en medio, con la cabeza con las manos, como si se encontrara muy cansada o como si sufriera por una jaqueca. Nadie se había sentado a su lado aún.

Una vez que el avión despegó, ambos suspiraron con más tranquilidad.

- No podemos seguir así –murmuró Bella en un hilo de voz, mirando a Edward por los espacios entre sus dedos.

- Lo sé –respondió éste con pesadez. Entrecerraba los ojos como lo hacía cuando intentaba descifrar lo que ella pensaba, pero una pequeña y casi imperceptible sonrisa se asomaba por su boca.

- Esta vez han estado demasiado cerca. Tiene que haber alguna manera de anticiparnos a sus movimientos –continuó.

- Me alegra que hayas dicho eso –dijo una voz aguda con un tono excesivamente amigable. Bella levantó la vista para ver a la pequeña muchacha de rasgos delicados que los miraba, de pie en el pasillo.

Se sentó en el asiento libre con una enorme sonrisa en el rostro, acomodada de modo que su cuerpo los encarara. Su cabello negro apuntaba en todas las direcciones, haciendo que su aspecto fuera bastante original.

- Soy Alice –anunció con la sonrisa aún dibujada en el rostro, extendiendo la mano, ofreciéndola para que Bella se la estrechara-. ¡Seremos las mejores amigas! –agregó después, mientras la mirada de Edward se posaba en los ojos del muchacho de aspecto solemne que estaba sentado al otro lado del pasillo, mirándolos fijamente.

"Esto será interesante" pensó mientras Alice estrechaba su mano.

FIN