Prólogo:

La primera vez que Victoria me tocó fue el día en que cumplí 15 años.

Hacía una eternidad desde que mi madre se había marchado de mi vida, y apenas 4 años desde que mi padre había decidido seguirla.

La muerte de mi madre ocurrió de pronto. Yo tenía apenas 5 años entonces, y el recuerdo que más ha perdurado en mi mente es el olor de su cuarto. Era un aroma que presagiaba la tragedia, que se filtraba por las fosas nasales y te oprimía el corazón. Era el aroma de la muerte rondando su lecho, sobrevolando su cuerpo frágil y delgado casi inexistente entre las demasiadas almohadas sobre las que yacía.

La enfermedad la poseyó de pronto y la devoró todavía más rápido. En un abrir y cerrar de mis ojos, su risa alegre se ahogó entre las paredes de su habitación y sus pupilas verdes brillantes se opacaron. Su vida se extinguió en un soplido, dejando a mi padre solo y perdido con un niño de 5 años a quién no sabía cómo criar.

Durante los años que siguieron a la muerte de mi madre Elizabeth, Anthony Masen hizo incontables vanos esfuerzos por tratar de ser el padre que yo necesitaba. Pero simplemente no tenía la madera para serlo. Era un hombre rústico y sencillo, más acostumbrado al trabajo duro que al afecto, de buen corazón pero sin capacidad para el cariño.

Al final, mi padre terminó por desistir. Su amor, que nunca dudé que existía, se tradujo en bienes materiales que su abultada fortuna estaba en más que condiciones de producir. Me colmó de todo lo que nunca le pedí y más aún. Su forma de cuidarme se redujo en asegurarse de que nunca me faltara nada. Pero falló en darme lo único que yo necesitaba y requería: su afecto.

Hasta que cumplí 10 años me cuidaron las criadas. Eran mujeres mayores que me profesaban un cariño tierno, pero restringido. El amor no puede pagarse con un sueldo, pero mi padre no podía comprenderlo y, en ese momento, yo tampoco. Sin embargo, me aferré a ellas porque eran lo único estable en mi vida. Mi padre se había vuelto una figura ausente, que casi nunca estaba en casa y, cuando lo estaba, no recordaba mi presencia.

Mis problemas en la escuela comenzaron alrededor de esa edad. Ya entonces era un niño tranquilo, solitario y aislado. No tenía amigos ni los buscaba. No comprendía la relación ni el afecto entre pares. Estaba acostumbrado a estar solo y a buscar entretenimiento por mí mismo. La mayor parte de mi tiempo se me iba con la cabeza dentro de un libro. Y pronto comencé a ser el eje de las burlas de todos los que me rodeaban.

Los profesores no sabían qué hacer conmigo. Aunque reconocían mi capacidad y mi inteligencia, no encontraban la forma de integrarme al grupo ni de conseguir que participara en las clases.

El día que las burlas se tornaron en agresiones físicas y la maestra se vio forzada a llamar a mi padre de emergencia, fue el día en que todo comenzó a cambiar.

Cuando mi padre llegó a la escuela, mi nariz sangraba y tenía un ojo hinchado por los golpes. Sin miramientos, me retiró del establecimiento. Aún recuerdo el rostro de mi maestra, uno de los pocos referentes de calidez femenina que puedo recordar, y los ojos tristes con los que me miró mientras mi padre me arrastraba hacia el auto.

Nunca más volví a ver a la maestra. Y nunca más volví a la escuela.

Preocupado por mi integridad física, mi padre tomó la decisión que le pareció más acertada entonces, pero que terminaría por sellar mi destino y mi reclusión: me sacó de la escuela y contrató un tutor para mi educación.

James era un hombre joven y educado, pero recto y firme, que no daba margen para juegos ni distracciones. Con él, todo era estudiar. No había nada cálido en su trato. No supe jamás dilucidar si yo siquiera le agradaba. Era como mirar al rostro y los ojos de una estatua, sin vida y sin corazón.

No mucho después de obligarme a dejar la escuela, mi padre tomó otra decisión apresurada e impensada.

Victoria vino de visita por primera vez en Navidad y mi padre me anunció que iban a casarse. Quería darme una madre y creía que Victoria podría serlo.

Yo no quería una nueva madre. Yo solo lo quería a él. Pero mi padre nunca pareció entenderlo.

Victoria era joven. Mucho más joven que mi padre. Era bella y alta, delgada y fina, con cabello rojizo como una llamarada y ojos casi negros. Cuando estaban juntos, Victoria siempre estaba tocando a mi padre. Pero nunca percibí en ese contacto ni una pizca del amor que recordaba haber percibido entre mi madre y él. No había afecto real en ninguno de los gestos de Victoria. Y, lamentablemente, tampoco en los de mi padre. Era un matrimonio basado en algún tipo de conveniencia mutua que no quise ni empezar a comprender.

Mi padre murió un año después.

Al final, la tristeza pudo más que todos sus esfuerzos por seguir adelante. Ni siquiera yo, su propio hijo, fui suficiente para darle un motivo para luchar. Cuando la enfermedad lo tocó a él también, simplemente la dejó ganar. Se encerró en sí mismo a esperar la muerte. Y, cuando ésta llegó, no se preocupó por otra cosa que por seguirla.

Tenía 11 años cuando me quedé solo en el mundo.

Legalmente, Victoria se convirtió en mi tutora. Por ende, se hizo cargo de la empresa y los millones de mi padre, hasta que yo estuviera en edad de heredar.

Victoria nunca fue más que una presencia efímera en la casa, aún cuando mi padre vivía. A pesar de sus esperanzas, ella no estaba hecha de material maternal. Para Victoria era como si yo no existiera.

En los años que siguieron a la muerte de mi padre no me faltó nada. James siguió siendo mi tutor y las criadas se encargaban de mis necesidades.

Casi nunca abandonaba la finca en la que vivíamos, alejados de la ciudad. Pero tampoco me importaba. Las personas a las que conocía nunca se habían interesado genuinamente por mí, por lo que yo tampoco tenía interés en relacionarme con ellas. Me retraje en mis libros y en las actividades que podía desarrollar dentro de los límites de nuestra propiedad.

Y los años se sucedieron tranquilos y sin sobresaltos, mientras todos a mi alrededor seguían ignorando mi existencia.

Pero entonces llegó el día de mi cumpleaños número 15.

Como siempre, nadie lo había recordado. Pero hacía mucho tiempo que eso había dejado de molestarme.

Volvía de cabalgar por el parque y acababa de ingresar a la casa cuando escuché las risas provenientes del living. Eran dos mujeres. Una, pude adivinar, era Victoria.

Pasé junto a la arcada del living y ambas detuvieron su conversación para mirarme. Noté un brillo extraño en los ojos de la otra mujer.

"Buenas tardes" saludé educadamente con una inclinación de cabeza, antes de dar media vuelta y continuar mi camino.

Había hecho un par de pasos por el pasillo, fuera de su vista, cuando escuché la voz de la mujer exclamar:

"¡Oh Dios! ¿Es ese tu hijastro?"

Me detuve en seco y pegué la espalda a la pared, intrigado. Era la primera vez en años que alguien me prestaba algún tipo de atención. Sentí que el corazón me latía desbocado en el pecho.

"Si" respondió Victoria. "Es Edward"

"Hacía años que no lo veía" exclamó la mujer "Ha crecido muchísimo"

"Es cierto" dijo Victoria, su voz dubitativa e incierta.

"Está tan alto" murmuró la otra a continuación. "Y tan bello"

"¿Bello?" Victoria sonaba sorprendida.

"¿En dónde has estado ocultándolo Vicky?" preguntó la desconocida. "¿Estás tratando de acapararlo solo para ti?".

Hubo un momento de silencio. La respuesta de Victoria me llegó como un siseo.

"Tal vez…"

Corrí escaleras arriba sin hacer ruido. El corazón me martilleaba en el pecho. Tenía la mente embotada. No podía pensar. Pero aunque no llegaba a entender cómo, de alguna manera sabía que algo acababa de pasar que iba a alterar mi vida.

Esa noche estaba en mi habitación, recién salido de un baño, cuando Victoria hizo su aparición.

Abrió la puerta en un estrépito, sin tocar, y se detuvo en seco cuando me vio. Durante unos segundo se quedó mirándome, sus ojos moviéndose de arriba abajo por la longitud de mi cuerpo casi desnudo excepto por la toalla anudada a mi cintura.

Yo estaba paralizado. En los 5 años desde que vivíamos bajo el mismo techo, ella nunca jamás había ingresado a mi cuarto. Ni siquiera estaba seguro de que supiera cuál era.

Sin embargo, ahora estaba allí. Parada frente a mi, mirándome. Una extraña emoción tomó residencia en mi pecho. Puede que Victoria no fuera mi madre y nunca me hubiera prodigado ningún afecto, pero ella era la única figura vagamente materna que yo podía conjugar. Aunque nunca lo hubiera admitido, siempre había deseado tener su atención y, al menos, una pizca de su cariño.

Una sonrisa extraña se dibujó en su rostro. Cerró la puerta detrás de si silenciosamente y caminó hasta pararse frente a mi.

En los últimos años mi cuerpo había cambiado. Las líneas de la infancia me habían abandonado y me había desarrollado de golpe. Mi rostro infantil había dejado paso a una mandíbula definida y una nariz recta. Era ahora casi una cabeza más alto que ella y mi pecho se había ensanchado igualmente, de manera que Victoria casi parecía una niña a mi lado.

La mano de dedos largos de Victoria se posó en mi pecho, recorriendo la línea de mis pezones y descendiendo luego hacia mis abdominales. Ahogué un gemido ante la calidez de su mano deslizándose por mi piel.

Victoria levantó sus ojos negros hacia mi.

"Tan hermoso" murmuró, y su mano se movió hasta el borde de la toalla, mientras me sonreía mirándome a los ojos.

Con precisión, desanudó el material y dejó que cayera al piso a mis pies. Yo no encontraba en mi voluntad suficiente para moverme. Ni siquiera para preguntarle porqué estaba en mi cuarto.

"Respida Edward" me dijo suavemente. Solté el aire que no sabía que estaba conteniendo.

Su mano se deslizó más abajo de mi cintura.

"Ahora voy a tocarte" su voz destilaba dulzura y amor. Mi corazón casi explotaba en mi pecho. "Tranquilo. Va a gustarte"

Con igual precisión, puso sus dedos alrededor de mi y comenzó a mover la mano despacio, al principio, y luego con más fuerza. Mi cuerpo se puso tenso.

"Relájate" me indicó y me empujó hasta que caí sobre la cama.

Siguió acariciándome mientras alternaba su mirada desde mis ojos a sus propias manos.

En mi mente, supe que debía detenerla. Alejarla de mi. Supe que no estaba bien.

Pero no estaba en mi comprender. Llevaba años aislado. No conocía nada de las relaciones ni del amor. No sabía cómo era tener el afecto de un padre o una madre. Ni sabía en qué consistía la relación entre un hombre y una mujer.

Y, aunque en algún rincón de mi mente supe que algo estaba mal, mi corazón no quiso entender razones. Lo único que pude sentir fue que Victoria finalmente me daba algún tipo de atención, que de alguna manera me brindaba su afecto. Y que, tal vez, hubiera todavía una chance de que alguien me amara.

Cerré los ojos con fuerza cuando la sensación más poderosa que había sentido en mi vida se apoderó de mi cuerpo. Sentí que todos mis músculos se tensaban y contraían al mismo tiempo.

Cuando volví a abrir los ojos, Victoria se lamía los dedos con una sonrisa triunfante en el rostro.

"Te he descuidado Edward" me dijo entonces. Y antes de salir agregó:

"Te prometo que no volverá a ocurrir".

….

Estoy muy nerviosa con esta publicación porque es una historia bastante fuerte, como podrán prever por el prólogo.

De todos modos, tenía muchas ganas de contarla y compartirla.

Por favor, díganme qué les parece! Necesito saber si está bien seguir!

Gracias!