LA SALA DEL AMOR

Harry dejó la humeante taza de té en la mesa, dibujando un nuevo círculo húmedo sobre la madera. Se le habían empañado un poco las gafas, así que las limpió descuidadamente con el extremo de su camiseta. Después volvió a concentrarse totalmente en el objeto que flotaba ante él. Los del Departamento de Aplicación de la Ley Mágica solían enviarle cosas bastantes curiosas de vez en cuando. Especialmente de la Oficina de Detección y Confiscación de Objetos que Contengan Hechizos Defensivos y Protectores. En ocasiones, también recibía crípticos mensajes del Departamento de Misterios. Nunca venían firmados. Ni jamás había visto a ninguno de los inefables que se suponía allí trabajaban. Aunque, en principio, aparte de ellos solo los aurores y el Ministro de Magia estaban autorizados a entrar en ese departamento, Harry había recibido un permiso especial cuando habían empezado sus "colaboraciones especiales".

El Departamento de Misterios se encontraba en la novena planta del Ministerio. No tenía decoración, ni ventanas. Solo una sencilla puerta negra al final de un corredor que Harry conocía demasiado bien, debido a circunstancias de las que no guardaba los mejores recuerdos. La particular sala circular cuya pared, puertas incluidas, se movía alrededor del centro de ésta, siempre lograba provocar en Harry un extraño desasosiego. Debía permanecer en el centro de la misma y decir su destino mentalmente, que siempre era "sala de invitados". Entonces la pared giraba hasta mostrar la puerta que llevaba a la habitación correcta justo frente a él.

La "sala de invitados" no podía ser más aséptica. Era una habitación blanca, perfectamente cuadrada. La luz provenía del techo, aunque no había fluorescentes, lámparas o una simple bombilla. El único mobiliario consistía en una mesa cuadrada en el centro de la sala acompañada de una silla. Encima de la mesa siempre le dejaban uno o varios pergaminos con la explicación del asunto que querían tratar con él. No siempre había un objeto que estuviera relacionado con ese asunto en cuestión. A veces solo eran simples reflexiones sobre un tema abstracto del que se esperaba su opinión. Harry sabía que siempre eran meros circunloquios hasta acabar en la cuestión que les interesaba: las Reliquias.

Harry no sabía cómo la leyenda de los Tres Hermanos había dejado de ser un cuento popular que se contaba a los niños, para acabar interesando a los inefables del Ministerio. Sospechaba que el loco de Xenophilius Lovegood se había ido de la lengua en algún momento. La primera vez que había recibido una carta convocándole en el Departamento de Misterios se había preocupado un poco. Él no era un erudito. Ni un sabio. Ni siquiera había leído demasiado, comparado con personas como Hermione, por ejemplo. Sin embargo, había sido capaz de aprender Aritmancia, (y Hermione, como no, había tenido mucho que ver en ello) a pesar de no haber cursado esa asignatura en Hogwarts, para poder desarrollar un trabajo que en la escuela nunca había considerado. Ron, la simplicidad personificada, le había dicho que no se inquietara. Que seguramente, que le llamaran del Departamento de Misterios venía incorporado con la posición de héroe. Lo que Harry no esperaba era que le interrogaran sobre las Reliquias. Desde ese día, tenía su capa de invisibilidad guardada y protegida bajo mil hechizos. Y cada cierto tiempo, se aseguraba de que la Varita de Saúco permaneciera en la tumba de Dumbledore; aunque en varias ocasiones se había planteado moverla de allí y guardarla en algún otro lugar. Después de todo, Voldemort había abierto la tumba y se la había llevado. ¿Quién le aseguraba que otro loco no pudiera hacer lo mismo? El problema era que todavía no había encontrado ese lugar absolutamente seguro donde ocultarla. En cuanto a la Piedra de la Resurrección, era con diferencia lo que más les obsesionaba. Gracias a Merlín, era el único objeto que no preocupaba. Había perdido el anillo en el que la piedra estaba engastada entre los árboles del Bosque Prohibido aquella noche. Jamás regresó a buscarla, deseando que desapareciera para siempre. Con el trajín que hubo aquella noche en el Bosque, esperaba que hubiera sido aplastada y quedado bien enterrada.

El sonido de algo golpeando contra el cristal de la ventana distrajo la atención de Harry de nuevo. Era una lechuza. Una muy insistente. Resignado, el mago dejó su cómodo asiento y se dirigió hacia la ventana para abrirla. Mudarse a las afueras de Londres, a una zona apartada de la que solo sus íntimos tenía la dirección, no había evitado que las lechuzas siguieran encontrándole. Quizás debiera volver a plantearse lo de hacer su casa inmarcable… Desató el sobre que el ave llevaba en su pata y, tras ofrecerle una de las golosinas que guardaba en la repisa de la ventana para estas ocasiones, la lechuza emprendió su vuelo de regreso a donde fuera, satisfecha.

Harry observó el sobre y suspiró. Miró el calendario que tenía colgado en la pared del estudio: 15 de mayo. ¡Cómo no! Era su letra. Y si no la hubiera reconocido, hecho harto difícil a esas alturas, el sello de los Malfoy que lacraba el sobre le hubiera dado la pista. Le gustaba organizar las cosas con tiempo al muy cabrón. Harry sospechaba que hasta sus peleas eran planeadas hasta el último detalle. Rompió el sobre sin abrirlo y lo tiró a la papelera. Draco debía haberse intoxicado con algún whisky de garrafón si pensaba que iba a asistir a su fiesta de cumpleaños. Un año más.

La historia de Harry con Draco era una sucesión de encuentros y desencuentros. Después de la guerra, cada uno con sus cicatrices particulares en cuerpo y alma, habían pasado del estatus de adolescentes agresivos y estresados al de adultos, teóricamente, calmados y centrados. Lo suficientemente maduros como para dejar atrás su enemistad. Actualmente ya no eran siquiera unos jovencitos. Los treinta estaban a la vuelta de la esquina para ambos.

Sus preferencias sexuales les habían unido en cierta forma. No había tantos hombres gay en el mundo mágico como en el muggle. Después de todo, había muchos más muggles que magos en el mundo, así que la proporción estaba a favor de los primeros. Que el héroe del mundo mágico fuera gay había hecho correr verdaderos ríos de tinta a lo largo y ancho de las páginas de Corazón de Bruja, lamentando tal condición. Cuando se supo que Draco Malfoy tenía los mismos gustos, el clamor femenino inundó con igual intensidad las páginas de la revista. ¿Se podía tener más mala suerte? ¿Quién sería el siguiente? ¿Lorcan D'Eath?

La primera vez que Harry y Draco habían acabado en un tórrido encuentro había sido cinco años después de la guerra, durante una reunión de ex alumnos en Hogwarts. Mucho más ebrios que sobrios, habían terminado follando en el campo de quidditch, debajo de una de las gradas de Slytherin. Al principio solo había sido sexo. Harry se daba como excusa que tampoco era que tuviera a mano mucho donde elegir. Y no siempre le apetecía o podía ir al Soho londinense. Además, cuando le quitabas la ropa y la petulancia, Draco Malfoy resultaba ser una verdadera joya en la cama. Podía ser hasta cariñoso, cualidad que jamás demostraba con la ropa puesta.

En definitiva, y a pesar de una tímida insinuación por parte de Harry después del encuentro que siguió a su tercer desencuentro, él y Draco nunca habían vivido juntos. Draco podía pasar temporadas en casa de Harry o éste en el súper mega apartamento de Draco. Ambos tenían cepillos de dientes y algunas mudas en casa del otro. Pero las cosas nunca habían pasado de ahí. La temporada más larga que habían convivido juntos, antes de que uno de los dos mandara a la mierda al otro, había sido de seis meses. Entre cada desencuentro podían pasar largos períodos durante los cuales se ignoraban totalmente. Harry volvía al Soho y Draco, como el orgulloso snob que era, se iba a París. O a Roma. O a Sitges. En esos momentos Harry juraba y perjuraba a sus amigos que esa vez había sido la última. Que se le había acabado la paciencia y las ganas de aguantar las estupideces de Draco. Sin embargo, cuando la casualidad —o las ganas— hacía que se encontraran de nuevo, ni Voldemort resucitado habría podido evitar que acabaran follando como conejos allí donde les pillara y su relación volviera a empezar con renovado entusiasmo.

No obstante, la última pelea que habían tenido dos meses atrás, había determinado a Harry a finiquitar lo que fuera que tuvieran él y Draco por siempre jamás. Esta vez no iba a flaquear o a dar su brazo a torcer. Si el muy idiota pensaba que una simple invitación a la fiesta de su treinta cumpleaños iba a acabar arreglando las cosas entre ellos, ya podía ir pensando en desempolvar la agenda y echar mano de sus ligues franceses o italianos. Podía tirarse hasta a un centauro, si le apetecía. Porque a Harry ya no podría importarle menos.

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—Deja de mirar la hora. No va a venir.

Draco fulminó con la mirada a su amigo Blaise, quien sonrió cínicamente

—¿Qué esperabas? Potter es idiota. Pero hasta los idiotas tienen un límite.

—Cállate, si es que quieres volver a casa con tus huevos en su sitio —masculló Draco de malhumor. Su cumpleaños no estaba resultando como él esperaba.

Blaise dejó escapar una carcajada. Ese año Draco había agradecido la presencia de sus invitados regalándoles el último móvil que las empresas Malfoy habían comercializado. Después de la guerra, las empresas de la familia habían re-amasado su fortuna dedicándose a reconvertir aparatos de tecnología muggle, como los móviles, para que pudieran ser utilizados por magos en ambientes llenos de magia. Draco había jugueteado con su móvil toda la noche. Blaise sabía que era para que fuera menos evidente que estaba consultando la hora que si lo hacía en su reloj de pulsera.

—Eres patético, ¿sabes? El mundo no se acaba en Potter —Blaise dio un elegante sorbo a su copa de champagne—. Puedes tener a quien quieras, Draco. Olvídale.

Draco no dijo nada. Pero apretó con tanta fuerza su propia copa que Blaise temió que la hiciera estallar en la mano. Suspiró con cierto fastidio.

—Pues vete a buscarle —concedió—. Y evítame tener que aguantar tus paranoias cada vez que peleáis.

—Jamás —aseguró Draco con las mandíbulas apretadas—. Tú lo has dicho, no es más que un idiota.

Blaise puso los ojos en blanco y terminó el contenido de su copa. Eran las dos de la mañana. La fiesta estaba decayendo y algunos de los invitados habían empezado a despedirse. Reconoció que él también había esperado que Potter terminara apareciendo en un momento u otro. Siempre lo hacía. Siempre acababa perdonando a Draco. O rogando que Draco le perdonara a él. A su parecer, Potter no era el único idiota. Había momentos en que Draco le superaba con creces. Claro que eso no era algo que Blaise pudiera decirle a su amigo sin correr el riesgo de acabar dolorosamente hechizado. El mago maldijo a Potter en silencio porque su ausencia le auguraba a él una buena temporada aguantando el malhumor y los altibajos de su mejor amigo.

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A finales de Junio, Harry se sentía orgulloso de sí mismo por no haber cedido a la tentación. Después de la primera lechuza, le habían seguido dos más. Seguramente Draco había considerado que tres era un número suficiente de veces para ser rechazado y no había insistido. Además, Harry estaba sumamente agradeciendo que su trabajo como rompedor de maldiciones por cuenta propia le hubiera mantenido lo suficientemente ocupado. El cinco de junio, a pesar de ser sábado, se encontraba en Edimburgo trabajando en la casa de una vieja bruja que tenía problemas con las maldiciones que un familiar había puesto en su sótano. Según ella para que la palmara más rápido y poder heredar. Le costó un par de días desmantelar todos los hechizos que pululaban por el lugar. Durante la semana siguiente estuvo en Hogwarts, dando charlas sobre maldiciones a los alumnos de sexto y séptimo. Colaboraba de vez en cuando, siempre que la actual Directora, Minerva McGonagall, se lo pedía. Y le encantaba hacerlo. Después se tomó una semana libre y se quedó en el castillo para ayudar a Hagrid con algunos problemillas en el Bosque Prohibido. Por supuesto, lo hizo gratis. Y de nuevo en casa, había recibido una lechuza a primera hora del lunes, citándole en el Departamento de Misterios. Sentía curiosidad por saber con qué le saldría esta vez el inefable de turno.

En esta ocasión sobre la pulida mesa de metal de la "sala de invitados" había un tintero, una pluma y un pergamino. Harry se sentó y tomó el pergamino para leerlo. El texto no era muy extenso y estaba escrito en tinta roja.

Excusará que no me presente. Como inefable, trabajo en la Sala del Amor desde hace aproximadamente un año. Reconozco que mi traslado a dicha Sala no fue por decisión propia y que mi ocupación anterior me parecía mucha más interesante. Sin embargo, también reconozco que durante el tiempo que llevo estudiando el Amor, la curiosidad que me suscita ha ido creciendo. He repasado cuidadosamente las notas de mi más inmediato antecesor, y como él y todos los que le precedieron, no he podido llegar todavía a una conclusión aceptable.

Tengo una pregunta para usted: ¿cree que el Amor es un arma poderosa?

Por favor, deje su respuesta escrita en este mismo pergamino.

Muchas gracias por su tiempo.

Dpto. de Misterios, 21 de junio de 2010

Harry releyó el pergamino dos veces. ¿Que si creía que el amor era un arma poderosa? No podía negar que esta vez la pregunta sí le había sorprendido. Se pasó la mano por el pelo, meditando su respuesta. Después, escribió:

Albus Dumbledore siempre decía que el amor era el arma más poderosa. Era un hombre inteligente que poseía la sabiduría adquirida por la experiencia de muchos años. Supongo que puede considerarse una fuente fiable.

21 de Junio de 2010

Como siempre, no firmó. Dejó la pluma en el tintero y sopló un poco sobre el texto que había escrito para secar la tinta. A continuación se levantó y abandonó la sala, considerando que había perdido la mañana.

Dos días después recibió una nueva lechuza, convocándole en el Departamento de Misterios. Respondió que le era imposible acudir ese día, que tenía un trabajo entre manos que no podía dejar. El inefable le envió otra lechuza diciéndole que le esperaba el 25 de junio, si su trabajo había terminado. Aunque "esperar" era un eufemismo, ya que lo único que esperaría a Harry sería un pergamino.

Conocí a Albus Dumbledore —decía el escrito esta vez— aunque me reservaré mi opinión sobre él dado que no es el tema que nos ocupa. De todas formas, estaba solicitando su opinión, no la del antiguo Director de Hogwarts. Si me permite, reformularé la pregunta: ¿el amor es tan poderoso que puede llegar a ser un arma?

Como siempre, deje su respuesta escrita en este mismo pergamino.

En nombre del Ministerio, le agradezco el tiempo que tan amablemente nos dedica.

Dpto. de Misterios, 25 de junio de 2010

Harry tuvo la impresión de que no había topado con un fan de Dumbledore precisamente. Dedicó unos minutos a meditar su respuesta.

El amor de mi madre impidió que Voldemort me matara cuando era un bebé. Ella murió por mí, otorgándome una protección que no hubiera obtenido de otra forma. Ello me lleva a pensar que debe haber pocas cosas tan poderosas como el amor de una madre por su hijo. Denominarlo "un arma" puede que sea solo una cuestión semántica. Yo jamás podría ver a mi madre como un arma.

25 de Junio de 2010

Harry releyó su respuesta y finalmente dejó la pluma en el tintero, satisfecho de sí mismo.

El lunes siguiente, recibía una nueva lechuza. Un poco harto ya, Harry acudió a la cita en el Departamento de Misterios.

Obviemos la palabra "arma" si es que le molesta. Pero creo que hemos concluido en que el Amor es poderoso como bien lo demuestra el acto realizado por su madre.

Tengo una nueva pregunta: ¿dónde cree que reside el amor de una persona?

Dpto. Misterios, 28 de junio de 2010

Harry escribió su respuesta sin apenas pensárselo, feliz de poder abandonar el Departamento de Misterios con tanta rapidez. Y más le valía al inefable quedarse contento con la contestación, porque él ya estaba empezando a cansarse de tanto viaje al Ministerio. Hasta la fecha, ninguno de los inefables con los que había tratado —vía pergamino, por supuesto— había sido tan pesado. Ni siquiera con las dichosas Reliquias.

Ese día había quedado para comer con Ron y George en el Callejón Diagon, cerca de Sortilegios Weasley, la tienda que ambos hermanos regentaban.

—¿Adivina quien ha estado esta mañana en la tienda? —canturreó George mientras se sentaba a la mesa donde Harry ya les esperaba.

Harry solo tuvo que ver como el ceño de Ron se fruncía furiosamente para saber de quién se trataba.

—¿Y qué quería? —preguntó con desgana.

George sonrió y sacó algo de su bolsillo, que después depositó sobre la mesa.

—Dice que es de última generación. Y que como no fuiste a su fiesta de cumpleaños, (desprecio que no piensa perdonarte, que lo sepas), no pudo dártelo.

Harry miró el pequeño móvil con aprensión.

—Tíralo —pidió.

—¡Oye! ¡Esto cuesta una buena pasta en la tienda! —exclamó George. Después preguntó—: ¿Puedo quedármelo?

Harry se encogió de hombros y Ron miró a su hermano como si estuviera cometiendo la mayor de las traiciones. George se guardó el móvil en el bolsillo, muy contento.

—Malfoy será un cabrón, pero hay que reconocer la calidad de lo que fabrica —Ron le dio un enojado puñetazo—. ¿Qué? Es cierto. Por más que nos reviente.

—No tenemos nada que envidarle —masculló Ron.

—¡Claro que no! Pero reza para que nunca se le ocurra entrar en nuestro negocio… —ironizó su hermano.

En silencio, Harry había estado escuchando la conversación entre los dos hermanos, mientras estudiaba la carta. Los dos pelirrojos le imitaron, dando por cerrado el asunto de Malfoy.

—Así que… hay alguien que pronto entrará en la treintena… —dijo Ron en un tono más festivo, después de que el camarero hubiera tomado nota de su pedido.

Harry suspiró. Draco era un asunto que seguía haciéndole sentir muy incómodo, así que agradeció el cambio de tema de su amigo.

—Supongo que a Molly no le molestará que lo celebramos en La Madriguera, como siempre —asumió.

—Te maldecirá si no lo haces —aseguró George con una gran sonrisa—. Ya celebraremos nosotros después… —añadió guiñándole un ojo.

Harry sonrió. Había celebrado sus cumpleaños en La Madriguera desde que cumplió los dieciséis. Y no lo cambiaría por nada del mundo. Ni siquiera Draco lo había logrado, a pesar de todos sus refunfuños. Los Weasley eran la familia de Harry, después de todo.

—No quiero sorpresas —advirtió Harry a George—. Tomaremos unas copas y nos divertiremos. Nada más.

George y Ron sonrieron de forma inocente. Harry frunció el ceño. Odiaba las fiestas sorpresa. Entre otras cosas, porque siempre acababan siendo demasiado previsibles. Especialmente si estaban en manos de Ron y George.

—Deberías invitar a Malfoy —sugirió George, solo para chinchar—. Él te invitó a ti a la suya…

—Claro, para que encima acepte y nos amargue la fiesta —saltó inmediatamente Ron.

George le dirigió a su hermano una mirada condescendiente, cargada de paciencia.

Harry recibió una nueva lechuza el miércoles, citándole para aquella misma tarde. Estuvo tentando de mandar a la lechuza de vuelta con el sobre sin abrir. Pero no se cabreaba a un inefable del Ministerio, solo porque sí. Por un momento, Harry se preguntó si aquel tipo —asumió que era un hombre— estaría vivo o sería un fantasma, ya que se rumoreaba que algunos de los inefables que trabajaban en el Departamento de Misterios estaban muertos. Harry se imaginó a una especie de Binns flotando por la Sala del Amor, lamentándose por no haberle sacado más partido a aquel asunto cuando todavía estaba vivo. Resignado, acudió a la cita.

¿En el corazón? Le aseguro, señor Potter, que he visto diseccionar un corazón, y no es más grande que un puño cerrado. Tan solo es un cono de tejido muscular que, encima, está hueco. Le decepcionaría, créame.

Le agradeceré que formule otra respuesta.

Dpto. de Misterios, 30 de junio de 2010

¿Qué formulara otra respuesta? ¡Aquel tipo era leun tocapelotas! Harry cogió furiosamente la pluma de su soporte y la sostuvo sobre el pergamino, dispuesto a escribir la primera barbaridad que se ocurriera. ¿Tenía que tocarle el jodido inefable de la Sala del Amor precisamente en aquel puto momento de su vida? Estaba a punto de cumplir treinta años y todavía no había sido capaz de mantener una relación decente durante el tiempo suficiente como para que hablar de amor le resultara cómodo. La tinta goteó sobre el pergamino, dejando dos manchitas rojas. Harry sonrió maliciosamente y escribió:

El amor es esa mierda que consume a la humanidad y que solo tiene un fin reproductivo, ya que al fin y al cabo termina en el acto sexual (aunque no todo el mundo es capaz de reproducirse). Todos aquellos que se emocionan demasiado con este tema habrán perdido miserablemente su tiempo haciendo el canelo…

30 de junio de 2010

Harry devolvió la pluma a su soporte y se levantó, abandonando la sala. Esperaba que el inefable entendiera la indirecta…

Pero no la entendió.

Realmente le agradezco que su respuesta no fuera "el amor reside en el alma", porque entonces me hubiera puesto en una seria disyuntiva. Las cuestiones del alma entran dentro del terreno de mi colega de la Sala de la Muerte. Y, sinceramente, siempre hemos tenido pequeñas diferencias que hacen que nuestra relación profesional sea algo difícil en ocasiones. A veces pienso que este tipo cree que el Velo es suyo…

Por otro lado, me parece que no le pedí que reformulara su respuesta en el mejor día para usted. Detecto cierta acritud en su texto que me hace pensar que no ha sido una persona muy afortunada en el tema que nos ocupa. Le comprendo. Yo tampoco he sido muy diestro con este misterioso asunto que me dedico a investigar.

Si le parece, no formularé pregunta alguna esta vez. Pero cualquier comentario que desee hacer al respecto será bienvenido.

Dpto. de Misterios, 2 de julio de 2010

Hacer cualquier comentario respecto a qué, se preguntó Harry. Sobre su poca fortuna en el amor, sobre la falta de destreza del inefable en el mismo asunto, o sobre que tal vez el tema estaría mejor en manos del colega de la Sala de la Muerte al que era evidente que su inefable detestaba… Harry se revolvió el pelo con un poco de desesperación. Finalmente, escribió:

No siempre es tan malo —no se atrevió a escribir la palabra mierda otra vez. Quizás se había pasado un poco en su respuesta anterior—. He estado en una relación que no siempre ha sido decepcionante. He vivido momentos intensos y maravillosos con una persona. No sé si era amor. Pero sí que deseaba que no terminara. Supongo que no he tenido suerte. O que tampoco soy demasiado diestro. Eso es todo.

2 de julio de 2010

Cuando Harry abandonó el Departamento de Misterios ya no estaba furioso, sino triste. Realmente había llegado a hacerse ilusiones con Draco.

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Parado en el quicio de la puerta del despacho de su amigo, Blaise observó con exasperación como Draco interrogaba a su sufrida secretaria una vez más sobre las últimas lechuzas que hubieran llegado. Si Draco no había revisado la llegada de correo cien veces ese día, no lo había hecho ninguna. Y solo estaban a 5 de julio.

—Draco —dijo tratando de conservar la paciencia—, Potter no es una persona ni organizada ni previsora. Si tuviera intención de invitarte a su fiesta de cumpleaños, cosa que dudo haga, seguramente recibirías la invitación un día antes, con suerte. El mismo día, es mucho más que probable.

El rubio solo gruñó. No iba a darle la razón a Blaise. Aunque la tuviera.

—Además, no creo que asistir fuera una buena idea para la salud —Blaise sonrió con burla—. Weasley es más alto, más fuerte y sus puños son mucho más grandes que los tuyos.

—Esa es la razón de que yo tenga clase y él no —Draco observó con satisfacción la perfecta manicura de sus manos.

—Y tiene hermanos… —añadió Blaise con una sonrisa— De todas formas, ¿para qué querrías ir? Habéis roto por… ¿vigesimoctava vez?

Draco hizo un gesto de desdén con la mano.

—Lo arreglaremos. Siempre lo hacemos —aseguró.

Blaise fijó su mirada almendrada con intensidad sobre su amigo. Después negó ligeramente con la cabeza.

—Ni siquiera te lo planteas, ¿verdad?

Draco se encogió de hombros.

—¿Qué debería plantearme? —preguntó.

—Que Potter se haya cansado por fin de esta extraña relación que tenéis.

Draco sonrió con suficiencia.

—¡Por favor! ¿Qué hará? ¿Pasarse el resto de su vida en el Soho follando con muggles sin clase ni nobleza?

Blaise puso los ojos en blanco.

—Está bien, tal vez en esta ocasión tengamos que poner un poco más de nuestra parte… —reconoció Draco a continuación. Pasó los dedos por entre su suave pelo con lo más cercano a un ligero nerviosismo que Blaise le hubiera visto en mucho tiempo— No es más que un desencuentro más.

El hombre de piel morena miró a su amigo con cierta compasión.

—Si tú lo dices…

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El martes 6 de julio Harry estaba otra vez en el Ministerio, después de haber recibido una lechuza a última hora del lunes, convocándole en el Depto. De Misterios.

Le agradezco y valoro la sinceridad de su última respuesta. Aunque me considero una persona inteligente, capaz y sumamente tenaz a la hora de alcanzar mis metas, reconozco que quizás ni siquiera los magos seamos capaces de descifrar los grandes misterios del mundo a pesar de llevar siglos investigándolos.

Tal vez intentar saber si en la relación que menciona hubo realmente Amor, sería mucho más fácil que intentar comprender ese sentimiento desde un punto de vista científico y universal.

Quizás debería hablar con esa persona y averiguarlo. Sin pretender pecar de entrometido, un servidor estaría sumamente agradecido de conocer el resultado. En aras de la ciencia, por supuesto. ¿Sería mucho pedir que tomara alguna nota al respecto durante el proceso para poder transmitirme sus impresiones?

Sumamente agradecido por su amable colaboración.

Dpto. de Misterios, 6 de julio de 2010

¿Tomar notas? Definitivamente le había tocado el inefable loco del lugar, pensó Harry.

Lamento comunicarle que no tengo intención alguna de retomar la relación que, desafortunadamente, le mencioné. Mucho menos tomar notas. Tal vez debiera hacerlo usted con alguna de las suyas…

6 de julio de 2010

¡Hasta ahí podíamos llegar! Harry abandonó el Ministerio cabreado.

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—He decidido analizar mi relación con Harry —anunció Draco risueñamente aquella mañana, entrando en el despacho de su amigo—. Exhaustivamente.

Blaise nunca pensó que aceptar el puesto de Director para la Aplicación de Tecnologías Muggles que le ofreció Draco iba a ser tan agotador. Y no en el sentido de las horas de trabajo que dedicaba a la empresa. Que eran muchas aunque gratificantes. La mayor parte del tiempo Draco estaba fuera tratando con clientes, con los avariciosos duendes de Gringotts, con los proveedores que les suministraban los materiales y componentes que necesitaban o con el Ministerio. Y Blaise trabajaba en paz. Pero cada vez que Potter y su amigo discutían, o peor, se separaban, Draco se quedaba en la oficina más tiempo del necesario, haciéndole la vida imposible con discursos y disertaciones como la que se temía estaba a punto de tener lugar en ese momento.

—He hecho una lista —Draco sonrió y Blaise tembló—. Primero las cosas positivas, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —aceptó Blaise, resignado.

Draco repasó detenidamente el pergamino que llevaba en la mano antes de iniciar su lectura.

—Harry es atractivo, eso salta a la vista. Y muy apasionado. En la cama nos compenetramos a la perfección.

—No necesito oír detalles al respecto…

Draco alzó una ceja en dirección a su amigo.

—Los caballeros no tienen memoria, Blaise.

—Cierto —asintió éste, aliviado.

Draco volvió a su lista.

—Es un mago poderoso —sonrió de medio lado—. El héroe, además.

—Muy conveniente —admitió Blaise.

—Lo es, solo en ocasiones —Draco frunció el ceño—. Por eso lo tengo también en mi lista de puntos negativos.

—Sigue…

Draco volvió la mirada hacia su lista.

—Bien… Harry es básicamente una buena persona hasta el punto que a veces parece idiota. Desde el punto de vista de un Slytherin —aclaró. Ambos amigos sonrieron con entendimiento—. Y desprendido. Lo suyo es de todos —Draco torció el gesto—. El problema es que a veces piensa que lo mío también lo es…

Blaise dejó escapar una pequeña carcajada. Sabía lo posesivo que era Draco con sus cosas.

—Leal a los suyos —siguió enumerando el rubio—. Cualidad que dificulta seriamente que pueda librarme de esas comadrejas alguna vez, pero… también me da la seguridad de que jamás traicionaría mi confianza.

—Gryffindor… —se burló Blaise, meneando un poco la cabeza.

El rostro de Draco se inundó con una amplia sonrisa.

—Sí —suspiró—, Harry es tan buenazo cuando las cosas estaban bien entre nosotros… —el rubio cerró los ojos y estiró las piernas relajadamente frente a él— Me llevaba el desayuno a la cama; se levantaba del sofá a mitad de la película para hacer más palomitas y traer más cervezas; se preocupaba de tener siempre mi marca de té favorita o de comprar esos pastelitos de crema que me vuelven loco…

Blaise meneó la cabeza en silencio. Cuando él decía que Potter no era el único idiota en esa relación…

—Vale, ¿y cuáles son los defectos de nuestro maravilloso héroe? —preguntó.

Draco abrió los ojos y se reincorporé en el sillón. El pergamino que había dejado sobre su regazo se deslizó al suelo.

—Es más terco que una mula —enumeró el rubio utilizando los dedos de su mano—, más susceptible que un centauro, se enfada con más facilidad que un hipogrifo y es más desordenado que un troll.

—Todo eso aparte de ser también un servicial elfo doméstico… ¿Potter sigue siendo humano? —ironizó Blaise.

Draco le lanzó una mirada asesina.

—Y un jodido héroe a tiempo completo —añadió.

Como cuando había aceptado echar una mano con un grupo de dementores que habían escapado al control del Ministerio. Y estuvo hecho una mierda durante una semana. O cuando la vieja tienda de Ollivander se había incendiado —y maldita la casualidad que ellos estuvieran paseando por el Callejón Diagon en ese momento— y el muy imbécil había entrado para sacar cuantas varitas había podido solo porque el viejo se lo había pedido. Y salió con tantas ampollas en las manos que estuvo casi tres semanas sin poder utilizarlas. Esas eran el tipo de cosas por las que Draco solía acabar en una violenta discusión con Harry, jurando ambos que habían terminado para siempre.

—Supongo que si te has tomado tantas molestias en analizar a Potter, se debe a que tienes intención de volver con él… —conjeturó Blaise. Una vez más, pensó.

Draco sonrió de nuevo, muy seguro de sí mismo.

Harry volverá —recalcó—. Siempre lo hace.

o.o.o.O.o.o.o

Harry se rascó la cabeza mientras releía el pergamino cuyo texto estaba escrito, como siempre, en tinta roja. Definitivamente aquel inefable era idiota.

Me temo que debo insistir. No puedo negar mi interés profesional en ello, pero aprecie los beneficios que puede obtener también usted.

Por otra parte, quiero que sepa que he considerado seriamente su recomendación.

Dpto. de Misterios, 9 de julio de 2010

Sí, claro. Iba a concertar una cita con Draco solo para averiguar si seguía siendo un imbécil sin remedio —conclusión a la que ya había llegado sin la inestimable ayuda de ningún inefable—, o solo se dedicaba a volverle loco porque era su peculiar forma de demostrarle cuánto le amaba. Su ex pareja estaría descojonándose a su costa hasta el día del juicio final.

No hay ninguna posibilidad de que vuelva con esa persona. Siento que mi decisión vaya en detrimento de su investigación. Pero seguramente encontrará a otro pardillo mago con más disponibilidad para colaborar con usted. O con mejor suerte en el terreno amoroso, de forma que pueda darle las respuestas que está buscando y yo no tengo. Además, ¿no ha considerado centrarse en otro tipo de amor? Filial, fraternal, de amistad, religioso…

9 de julio de 2010

Cuando atravesaba el atrio, Harry iba tan ofuscado que tropezó con otro mago que venía de frente, casi tirándolo al suelo.

—Lo siento —se disculpó—, iba pensando en mis cosas y no le he visto.

—¿Harry Potter?

El mago de ojos verdes miró al individuo frente a él, tratando de reconocerle.

—Soy Cormac. Cormac McLaggen. Gryffindor, curso del 97…

Oh, sí, recordó Harry, el estúpido a quien Hermione invitó a la fiesta de Navidad de Slughorn…

—Sí, Cormac, ¿qué tal?

Ambos magos se dieron la mano. Harry aprovechó para repasar disimuladamente al hombre de arriba abajo. Cormac era alto y corpulento, de cabello rubio y crespo. Pequeños ojos azules rodeados de largas pestañas. Tenía una hermosa sonrisa que dejaba al descubierto unos dientes perfectos y blanquísimos. Definitivamente atractivo.

—Una feliz casualidad —dijo Cormac—. Ha pasado mucho tiempo…

—Sí, unos cuantos años…

—¿Te apetece, no sé, tomar una copa y charlar un rato?

Harry sonrió mientras asentía. Su día acababa de mejorar considerablemente.

o.o.o.O.o.o.o

Draco salió intempestivamente de la chimenea del despacho particular del hogar de Blaise y lanzó la edición de la mañana de El Profeta encima de la mesa, desparramando los pergaminos con los que estaba trabajando el mago de piel morena.

—¿Puedes creerlo?

Blaise tomó el periódico un poco molesto. En la portada había una gran foto de Potter junto a un tipo alto y corpulento, de pelo rubio y rizado. Los dos salían del Samaín, un nuevo restaurante que habían abierto en el Callejón Diagon hacía apenas un mes.

—¿Conoces a ese tipo?

La voz de Draco sonó aserrada, asesinando cada sílaba.

—Cormac McLaggen —informó Blaise tranquilamente a su amigo—. Estaba en el Club de Slughorn —y con una buena dosis de mala leche por la forma en que había sido interrumpido, añadió—: Gryffindor, si no me equivoco.

Blaise casi pudo oír como los dientes de Draco rechinaban y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no sonreír cuando agregó:

—Creo que salió recientemente del armario...

Tras unos momentos en que Draco permaneció rígido e inmóvil frente a la mesa de su amigo, se desplomó en uno de los sillones que había frente a ella.

—Puta mierda…

—No te lo tomes a mal, Draco, pero creo que esta vez puedes esperar sentado a que Potter vuelva —dijo señalando irónicamente al sillón donde su amigo se había derrumbado.

—Puta mierda… —repitió Draco.

Y Blaise prefirió no añadir más leña al fuego.

o.o.o.O.o.o.o

El lunes 12 de julio, Harry empezó a considerar muy seriamente mandar una lechuza al Ministro de Magia informándole de cuánto lamentaba no poder continuar con sus "colaboraciones especiales", poniendo como excusa que su trabajo exigía toda su atención. Al menos por una larga, muy larga temporada.

Si tenemos en consideración las conclusiones de mis anteriores colegas de Sala, de que el Amor es un sentimiento estrechamente relacionado con el afecto y el apego, resultante y productor de emociones, experiencias y actitudes, tomaré su actitud de "no colaboración" como el resultado producto del poco afecto y apego que debió sentir por su anterior relación…

¡Sería hijo de puta! Harry arrugó el pergamino con rabia entre sus manos y lo arrojó al suelo. Tras unos momentos en que no supo si patear la mesa y largarse de allí o irse derechito a buscar la jodida Sala del Amor y patear directamente al cretino del inefable, recogió el pergamino del suelo y volvió a sentarse. Lo aplanó como pudo, tomó la pluma del tintero y escribió.

Tal vez el Amor sea todas esas cosas que tanto erudito junto ha dejado plasmado en pergaminos seguramente polvorientos y llenos de telarañas. Pero le diré una cosa. Yo era feliz cuando mi pareja lo era. Tal vez el Amor sea algo tan sencillo como encontrar en la felicidad del otro tu propia felicidad1.

Él nunca fue feliz con lo que me hacía feliz a mí.

12 de julio de 2010

Continuará