Disclaimer: Saint Seiya y sus personajes pertenecen a Masami Kurumada.

Summary: Veinte años atrás, se habían divertido a costa de Saga y Aioros; pero ahora una nueva generación pondrá a prueba sus habilidades para cuidar de un trío de pequeños.

GOLDEN YEARS: LA REVANCHA

Capítulo 1

De cómo convertirse en una brillante niñera dorada

-1-

Sus ojos esmeraldas se centraron en la mirada cerúlea de Milo. El escorpión sonrió, pero Saga no compró un segundo de esa sonrisa despreocupada y angelical.

A unos pasos de él, sentado sobre el descansa brazos del viejo sillón, Aioros cruzó sus brazos sobre el pecho e imitó al gemelo, clavando la vista en su propio hermano. Aioria desvió la mirada, deseando secretamente que el arquero comprendiera la indirecta y desistiera de aquel plan descabellado.

— No creo que sea una buena idea. — expresó el gemelo tras un largo e incómodo silencio para los cuatro.

— Sinceramente, yo tampoco. — al escuchar a su hermano, Aioria respiró en paz.

— Piénsenlo bien. Nadie mejor que nosotros para encargarse de ellos. ¡Somos sus tíos favoritos! — Milo no encontró más respuesta que los rostros incrédulos de sus mayores. — Por favor, Saga. Haremos un buen trabajo y los cuidaremos lo mejor posible. Anda, Aioros. Digan que sí.

— Si algo les pasa…

— Nada malo pasará. Les doy mi palabra. — se apresuró a interrumpir al gemelo.

Saga, entonces, miró hacia a Aioros quien, a su vez, volteó en dirección al león dorado. Alzó las cejas preguntando sin necesidad de palabras si su compromiso era tan ferviente como el de Milo. Pocos segundos después, la mirada de Saga también recayó sobre el felino.

— Cuidaré de ellos. — admitió al sentirse acorralado. — …Y también de Milo. — agregó. El de Escorpio respondió, entrecerrando los ojos con fastidio.

— Si algo les pasa…

— Milo ya te dijo que nada pasará. — Aioria interrumpió al gemelo. — En serio, Saga. No somos tan inútiles como crees.

— Si alguien sabe de niños, somos nosotros. — Milo soltó una carcajada de triunfo que solo consiguió poner más nerviosos a los santos de Géminis y Sagitario.

— Les juro que si algo sucede… — Saga se apresuró para no ser interrumpido de nuevo. — … voy a matarles lenta y dolorosamente. — siseó. Gato y bicho tragaron saliva.

— Y, sobre todo, … — Aioros se puso de pie para pararse junto a Saga. Sus facciones se endurecieron de manera inusual. — … ustedes rendirán cuentas a sus madres.

Los santos más jóvenes intercambiaron miradas. De pronto, la confianza que el escorpión dorado exhibía unos minutos antes se había esfumado dejando nada más que un aire de preocupación en su usualmente traviesa y pícara mirada.

— Quizás Camus pueda ayudar. — dijo en un suspiro.

— Y Shaka. — agregó el león.

— Y Mu.

— Definitivamente Alde también.

— Shion supervisará. — Milo asintió mientras hablaba.

— Y Dohko. ¿Cómo olvidarnos del viejo maestro?

— Y les hablaremos cada día para informales de cómo va todo.

— Incluso pediré ayuda a Marin si es necesario. — Aioria subió los hombros.

— A Shaina, jamás. Prometo evitar que intente asesinar a los niños. — el escorpión meneó el dedo índice con desaprobación.

— Y…

— Basta. — musitó el gemelo, fastidiado del ir y venir de palabras de esos dos. Ellos sonrieron nerviosamente.

— Solo serán unos días. Nosotros regresaremos lo más rápido posible y, tal vez, sus madres lo hagan antes… — habló Aioros. — … de donde sea que Shion las ha enviado. — terminó murmurando. Saga sacudió la cabeza, apoyándolo el fastidio del arquero dorado.

— Se deshizo de ellas y ahora lo hace de nosotros. Todo con la intención de quedarse al cuidado de los niños. Estoy seguro. — agregó.

— ¡Y no podemos permitirlo! — Milo volvió a carcajearse y la confianza parecía haber regresado a él. — Mis sobrinos no pueden morir de aburrimiento en el templo papal.

— El que morirá serás tú, si Shion te escucha hablando así. — le reprendió el león. Aioria había tomado el lugar de su hermano en el sillón y seguía maldiciendo el seguir las ideas del escorpión. Si Camus se había negado era porque seguramente aquello terminaría mal.

— Como sea. Si algo les pasa…

— ¡Ya sabemos! — corearon Leo y Escorpio.

— Vete en paz, ¿quieres, Saga? Son unos niños. ¿Qué tan difícil puede ser cuidarlos? — Milo le palmeó el hombro, esbozando una sonrisa cargada de seguridad.

Saga suspiró. Aioros hizo lo mismo. Sería una larga semana para todos.

-2-

Era temprano aún. La mañana era incipiente y el aire que soplaba todavía estaba fresco. Los rayos del Sol apenas sobresalían por encima de la cordillera que rodeaba el Santuario, tiñendo la piedra de un cálido color naranja, mientras el silencio adormecía con su calma a los sobrevivientes de una larga noche de guardia.

En Leo, el escorpión dorado se había tendido en el sillón del salón. Sus pies sobresalían por un lado y su cabeza colgaba perezosamente por el otro extremo. Soltó un bostezo.

— Un poco más y vas a tragarme. — Aioria se quejó mientras le tendía una taza de humeante café.

— No sé porque tenemos que despertar tan temprano. — bebió un trago e hizo una mueca de desagrado. — ¡Por Athena, gato! Hay algo que se llama azúcar.

— ¡Tiene cuatro cucharadas! ¿Qué demonios bebes? ¿Almíbar? Sólo trágatelo y termina de despertar, ¿quieres?

— No me grites. Y, cómo te decía, no sé porque tenemos que levantarnos tan temprano y, mucho menos, ¿por qué tenemos que reunirnos en tu templo?

— ¿Has visto tu templo últimamente? — Aioria le observó de reojo.

— Está un poco… desordenado. Eso es todo. — confesó sin pudor — ¡Pero es un excelente lugar para jugar a las escondidillas! — rió.

— Y para perder a un niño también. — Aioria bebió un sorbo de su propio café.

— Ya no eres tan divertido como antes, gato.

— Cuando mi cuello está en juego por hacerla de niñera, suelo ponerme serio.

— No pasará nada. Somos un par de tío geniales. — ensanchó su sonrisa.

— ¿Cuántas veces los has cuidado, Milo? — el escorpión se tornó pensativo.

— Aioros nunca me presta al arquerito y a los gemelos… ¡Ah! Una vez. — confesó orgulloso tras pensarlo un poco.

— ¿Por cuánto tiempo? — musitó el león.

— Eso no importa. — carraspeó. — Los cuidé y sin problemas.

— Si estás hablando de aquella vez que Saga te los dejó mientras iba por las botellas de leche a la cocina de su propio templo, no cuenta. — sentenció. — Tardó dos minutos y Kanon estaba vigilándote a ti.

— Para que lo sepas, hice un gran trabajo durante ese par de minutos. Incluso, le dí su sonaja a Héktor y evité que la estampara en la cara de Aléxandros. — sonrió con cinismo y, después, le sacó la lengua.

Aioria decidió dar por terminada la conversación. De repente sentía que acababa de meterse en muchos problemas…más de los que podría manejar.

Permanecieron en silencio, solamente interrumpido por los bostezos prolongados y contagiosos del escorpión dorado quien, con evidente impaciencia, había pasado por todas las posiciones posibles en que una persona puede sentarse en un sillón. Aioria, en parte por ansiedad propia y en parte empujado por la conducta de su amigo, se había levantado en más de una decena de veces y acechado en el salón de batallas, esperando que Saga y Aioros aparecieran pronto.

Justo cuando estaba a punto de dar la enésima vuelta, la puerta de madera rechinó y Aioros entró a la habitación.

— Buenos días. — saludó. Oteó la habitación en busca de su amigo de Géminis pero no lo encontró. — ¿Todavía no llega?

— Eso o se arrepintió. — el león sonrió con nerviosismo.

— ¿Los gemelos no vendrán? — se oyó una voz infantil que atrajo la atención hacia el pequeño niño que iba colgado del cuello de Aioros. Su mirada somnolienta recorrió las caras de los tres mayores, finalizando en la de su padre.

— Vendrán. Sólo se han retrasado un poco. — le aseguró el arquero mayor.

— No quiero quedarme si ellos no se quedan. — se quejó. — Es aburrido cuando no están.

— Haz caso a tu padre, Odusseus. Vendrán y nos divertiremos todos juntos. — Milo revolvió los rizos castaños del pequeño arquero.

El niño guardó silencio con los ojos fijos en el santo de Escorpio. Parpadeó un par de veces y mordisqueó sus labios como quien busca las palabras adecuadas para expresarse. Después, se acercó a su papá y le murmuró algo incomprensible al oído. Aioros ahogó una risa mientras asentía.

Desde donde estaban, Milo y Aioria miraron la escena con curiosidad.

— ¿De verdad? — preguntó el chiquillo al arquero.

— Sí. De verdad.

— Vaya. Mamá dice que no debo aprender nada de él. — confesó en un susurro mientras observaba de reojo a Milo y le rehuía la mirada. Comprendiendo el sentido de las palabras de su sobrino, Aioria soltó una carcajada.

— No veo lo gracioso, gato. — se quejó el bicho.

— Tu fama te precede, amigo. — dijo, tratando de recobrar la compostura.

— Sólo serán unos días y tío Milo no va a enseñarte nada. Va a cuidarte. — Aioros respondió a su pequeño, aunque cada palabra iba dirigida exactamente al escorpión.

Milo se cruzó de brazos y volvió a sentarse en el sillón. Poco después, Odusseus descendió de los brazos de su padre y sentó al lado del escorpión. Le miró fijamente hasta que el mayor volteó en su dirección. Entonces le sonrió.

— Sus cosas. — Aioros entregó al santo de Leo un morral. — No necesito darte más instrucciones, ¿cierto?

— No es necesario. Sé que hacer. — el león sonrió.

— Bien. Quizás deba ir a ayudar a Saga. No sé que tan bien le vaya con los gemelos.

— Tampoco es necesario.

La ronca voz del gemelo atrajo las miradas hacia la puerta. Ahí, de pie bajo el marco, el santo de Géminis llegaba con dos chiquillos peliazules idénticos a él, cada cual sujeto de una de sus manos.

— Jamás voy a acostumbrarme a este tipo de escenas. — Milo bromeó, ganándose una mirada rabiosa del gemelo.

— Pensaba que te habías arrepentido de dejárselos a este par. — le habló Aioros.

— No. Solo me retrasé. ¿Tienes idea de lo difícil que es controlar a dos niños para vestirlos? Más tardas en poner una bota a uno en que el otro se la quite. — Aioros soltó una carcajada.

— Suena como que alguien prefiere iniciar una guerra a cuidar a sus propios enanos. — dijo.

— A veces pienso que eso es más sencillo que ser padre. — suspiró. — Por cierto, brillantes niñeras doradas, mis niños no han desayunado. Buena suerte con ello.

— ¡Ajá! ¡Nuestra primera asignación como tío geniales! — el escorpión se paró en un brinco. — Nos pondremos en eso a la brevedad.

— El arquerito solo se bebió un vaso de leche. Supongo que después pedirá algo de comer.

— Tendré las galletas listas. — asintió Milo.

— Algo más que galletas estaría bien, Milo. — Saga lo miró seriamente.

— Nos encargaremos. — le interrumpió Aioria. Rió nerviosamente.

Mientras los adultos hablaban, los gemelos se soltaron de la mano de su padre y corrieron en dirección al arquerito.

— ¿También vas a quedarte, Odu? — le preguntó el mayor, Aléxandros.

— Sí.

Los gemelos intercambiaron miradas y sus rostros infantiles se iluminaron con un par de sonrisas pícaras.

— ¡Será divertido! — se carcajeó Héktor, posando sus manos sobre la cintura.

— ¡Apuesto que sí! — le imitó el otro peliazul.

De repente, como si sus cabecillas estuvieran conectadas, ambos se respingaron y corrieron de regreso hacia Saga.

— ¡Papi! — exclamaron al mismo tiempo, trepando por el cuerpo del geminiano para que les abrazase.

— ¿Nos traerás algo? — cuestionó Héktor.

— ¡Algo genial! — celebró Aléxandros.

— ¿Verdad que si?

— ¡Una mascota!

— ¡Eso! — gritó emocionado Héktor.

— No, una mascota no.

— ¡Pero, papi…! — se quejaron.

— Son pequeños para cuidar de una mascota y yo no tengo tiempo de atenderla por ustedes.

— Pero todos los niños tienen una mascota. — Aléxandros frunció el ceño.

— Y nosotros queremos una. — el otro lo igualó.

— El arquerito no tiene una mascota. — refutó su padre.

— Tengo un pez, tío Saga. — presumió el chiquillo, orgulloso.

— ¡¿Ves? — los gemelos contraatacaron.

Saga miró hacia el arquero mayor, pidiéndole apoyo moral en esos momentos. Éste solo atinó a reír y tomar a su propio hijo en brazos.

— Eso es porque tío Aioros tiene mucho tiempo libre. — miró de reojo al arquero, amenazándole para que no abriera la boca.

— Tío Kanon nunca hace nada. Tal vez el pueda cuidar a la nuestra. — refutó el mayor de los niños. Saga exhaló.

— Tío Kanon sale del Santuario muy seguido. No podría.

— ¡Papi!

— Les traeré algo, ¿entendido? No será una mascota, pero será algo genial. ¿Qué les parece? — por fin, cedió. Todo lo que fuera necesario por un poco de silencio.

Aunque renuentes, los pequeños acataron las palabras del santo de Géminis. El mohín de sus rostros dejaba en evidencia su desacuerdo, pero a la vez dejaba en claro su resignación. Con cuidado, Saga los dejó en el suelo y, tras acariciar sus cabecitas peliazules, se agachó a su lado para mirarlos directamente a los ojos.

— ¿Recuerdan lo que les enseñé? — los niños asintieron. — Sin importar la hora, si algo les pasa, llámenme. — Milo y Aioria brincaron ante sus palabras.

— ¿Llamarte? — intervino el león.

— Vía cosmos. — el gemelo sonrió al verlos palidecer.

— ¿Saben hacer eso? — tartamudeó Milo.

— Tenemos cinco años, tío Milo. ¡Claro que sabemos! — respondió un ofendido Héktor.

— Les estaré vigilando. — Saga miró de reojo a los santos de Leo y Escorpio. Aioros sonrió.

— ¿Algo más que debamos saber? — preguntó casi con miedo Aioria.

— Lo aprenderán con la marcha. Vámonos, Aioros.

El arquero bajó a Odusseus.

— Volveremos pronto. Pórtate bien, ¿vale?

— Lo haré.

El chiquito miró en dirección a los gemelos. Ellos, una vez más, sonrieron con marcada travesura. Un segundo después, cuando la mirada de su padre se posó en ellos, sus caritas se tornaron en pura inocencia. El arquerito sonrió.

Aioros y Saga se despidieron para después perderse en el negro sinfín de la Otra Dimensión. La misión asignada por Shion debía comenzar y mientras más pronto lo hiciese, más pronto estarían de vuelta.

— Se fueron. — Milo suspiró.

— Vamos por algo de comer, enanos. — les dijo el león, encaminándose hacia la cocina y esperando que le siguieran.

Detrás de él, Milo caminó los primeros pasos con su compañero, más de pronto se detuvo. Volteó en un santiamén hacia los tres pequeños que quedaban bajo su cuidado, los miró y ellos hicieron lo mismo con él. Sonrió casi con la misma travesura que ellos.

— Después del desayuno haremos algo genial. — les dijo.

— ¿Podemos ir a Rodorio? — preguntó uno de los gemelos.

— Sí.

— ¡Bien! — exclamaron los tres.

— Tío Gato y yo prepararemos el desayuno tal y como sus padres nos dijeron. — comentó sintiéndose orgulloso de su nueva función y de la confianza depositados en él por los que consideraba sus hermanos mayores.

El trío de niños sonrió.

Un segundo después, Milo se perdió en el templo de Leo, siguiendo a su guardián. Entró a la cocineta, encontrándose con que el santo del quinto templo estaba ocupado revisando hasta el último rincón de su refrigerador en busca de algo decente de comer para los niños. En silencio le observó mientras tomaba asiento en la rústica mesa de madera que estaba en el centro de la habitación. Se apoyó sobre su codos y esperó. Tras un par de minutos sin respuesta, bostezó.

— ¿Crees que tardarás mucho tiempo más?

— No hay nada aquí para ellos. — aceptó, resignado.

-—¿Qué tal un poco de tu cereal de chocolate y malvaviscos con forma de estrellitas? — preguntó, burlón, apuntando hacia una caja guardada detrás de varios jarros encima de la alacena.

Aioria alzó la vista hasta donde apuntaba el escorpión. Su rostro se desencajó al saberse sorprendido.

— Odu lo dejó la última vez que se quedó aquí. — dijo con la voz en un hilo.

— Sí, sí, claro. Odu. No tiene nada que ver con el premio de la caja, ¿cierto? Ya sabes, ¿el leoncito que le aprietas la pancita y ruge? — le miró con la mirada llena de sarcasmo.

— ¡Argh! ¡Cállate! No soy el único que colecciona esas cosas o come ese cereal.

— ¡Eres un desastre, gato! — se carcajeó. — Con tus aires se seriedad y madurez, pero comiendo cereal para nenes.

— ¡Cierra la bocota, bicho de porquería! ¡Ve por los niños!

Aún entre carcajadas, Milo se levantó y, siguiendo las instrucciones del león, desapareció por la puerta en un par de segundos.

Mientras tanto, Aioria preparó todo para el trío. Puso las tazones sobre la mesa, los llenó de leche y, con el dolor de su corazón, bajó la caja de cereal que mantenía escondida sólo para él. Comprarla y meterla, sin que nadie lo notase, a las doce casas había sido todo un reto y, ahora, no solo tendría que volver a pasar por esa odisea, sino que su secreto peligraba gracias a la lengua de Milo.

Pero su dilema acerca de las hojuelas bañadas de chocolate y los malvaviscos de colores terminó abruptamente cuando la puerta de la cocina se abrió de golpe y un Milo de rostro ceniciento entró a toda carrera a la habitación.

— No están. — musitó.

— ¿Qué?

— Los niños. No están. — volvió a decir.

— ¡¿Cómo que no están? — el castaño lo tomó por los hombros, sacudiéndole ligeramente.

— No están. Desaparecieron.

— ¿Los buscaste?

— En todos lados, incluso en las escalinatas hacia Virgo y Cáncer. — la voz de Milo se llenó de preocupación. — ¡Se escaparon!

— ¡Sus cosmos!

— No puedo sentirlos. Saben manejarlos y los han escondido.

— ¡¿Sabes todo lo que puede pasarles? — exclamó Aioria.

— ¡Lo sé!

— Van a matarnos…

— Lenta y dolorosamente. — el peliazul tragó saliva.

— ¡Lanza la alarma a las doce casas!

— ¡No! Si alguien se entera, Saga y Aioros se enterarán también. Entonces, terminaremos como alfiletero de las flechas de tu hermano y vagando sin rumbo en otra dimensión.

— ¿Y qué hacemos?

— Ir por ellos.

— Bien. Yo hacia los templos de arriba. Tú hacia los de abajo. — dividió la tarea el de Leo. Trataba de mantener la calma, pero simplemente le resultaba demasiado difícil.

— ¡Espera! — el escorpión lo detuvo cuando casi iban de salida.

— ¡¿Qué quieres ahora? — preguntó el león, siseando, al borde de la exasperación.

— ¡Están en Rodorio!

— ¿Cómo sabes?

— Querían ir ahí después del desayuno.

— ¡¿Por qué no lo dijiste antes?

— Acabo de recordar. — Milo torció la boca.

— Entonces, apresurémonos.

Y así, ambos santos tomaron el camino que creían les llevaría hasta los pequeños niños.

-3-

Nacer con una estrella dorada brillando sobre su cabeza ciertamente no era la posición más sencilla, menos para un niño pequeño. Las responsabilidades eran grandes, las exigencias, muchas; y la comparación con los padres, inevitable. Sin embargo, existían los privilegios para los niños de la célebre Orden Dorada, privilegios especialmente tangibles en la villa de Rodorio.

Para empezar, el nombre de papá era lo más parecido a una tarjeta de crédito ilimitada. Sólo era necesario pronunciarlo para que todo les fuese entregado. ¿Un helado? ¡Hecho! ¿Lápices de colores? ¡También! ¿Una cría de cabra?…

— Lo lamento. No puedo dárselas. — expresó el campesino, negando con la cabeza.

— ¡Por favor!

— ¡La cuidaremos bien! — Héktor apoyó las súplicas de su hermano.

— Un animalito requiere cuidados, Además, necesita permanecer al lado de su madre. — como si entendiese al hombre y también comprendiese el peligro al que estaría sometida, el animal baló.

— ¿Y si la traemos después?

— No, lo siento. Si algún adulto estuviese con ustedes, quizás sería diferente. Pero dejársela sería peligroso para todos.

— Papá nos dejaría tener una cabra. — Aléxandros mintió descaradamente.

— En Géminis hay suficientes habitaciones para tener una. Sería una cabrita feliz. —agregó el otro gemelo.

— No lo dudo, niños, pero…

— El arquerito tiene un pez. ¡Tener una cabra sería mucho mejor!

— ¡Si! — festejó Héktor.

— ¡Oigan! Mi pez es un pez mucho más genial que el resto. — bufó el castaño.

— Es un pez.

— Los peces son aburridos. Solo nadan.

Las risas de varios curiosos que se habían reunido a escuchar la negociación por la cabrita no se tardaron en resonar. Ellos, sin comprender del todo la fascinación con la que eran observados, sonrieron.

— ¿Nos darás a la cabra? — siguió presionando el gemelo mayor.

— No. — respondió el aldeano con firmeza. — Si un adulto viene y la pide por ustedes, será suya. Mientras tanto, se quedará aquí.

Los gemelos torcieron la boca al saber que no habría esperanzas para que su plan funcionara. Se alejaron de ahí bufando, no sin antes despedirse de su cabra favorita. A la carrera, el pequeño arquero los siguió.

— ¿Ahora qué? — les preguntó.

— Necesitamos un plan. — señaló Héktor con naturalidad.

— ¿Un plan?

—Para conseguir a la cabrita. — complementó Aléxandros.

— Tío Saga no querrá una cabra en Géminis.

— Le demostraremos a papá que podemos cuidar de ella.

— Que no somos tan pequeños como cree. — dijo el segundo. Los dos gemelos compartieron una carcajada de complicidad.

— ¡No pueden secuestrar a una cabrita! Se meterán en líos. — Odusseus meneó la cabeza.

— No la secuestraremos. Oíste lo que el hombre dijo, arquerito. — comentó Aléxandros.

— Dijo que la cabra es nuestra. Así que sólo la llevaremos a su verdadero hogar. — rió Héktor.

— ¡Exacto!

-4-

Milo y Aioria llegaron en un santiamén a la villa. Aunque pequeña, Rodorio jamás se había visto tan extensa para el par como en aquel momento. Rápidamente y sin tiempo que perder se adentraron entre la multitud, saludando con nerviosismo a quienes se les acercaban. Algunas doncellas les miraban desde lejos con evidente coquetería en sus gestos y, a pesar de que usualmente no solían prestar atención a tales señales, las circunstancias obligaban a tomar medidas desesperadas.

— Ven aquí, gato. — Milo jaló del brazo a su compañero de desgracias.

— ¿Qué piensas hacer?

— Preguntar. — puso su mejor cara de inocencia. Después, sonrió como solo él sabía hacerlo.

Aioria no podía creérselo. Había visto esa cara en Milo antes. Era la cara que usaba en las noches de solteros que organizaban de vez en vez durante sus escapadas a Atenas; la misma cara que lo había convertido en el azote de cuanta camarera se pasease por su mesa y que terminaba ahorrándoles un par de tragos. Sí, la cara tenía una gran utilidad, pero aquel definitivamente no era el momento adecuado para ello.

— Buenos días, lindas señoritas. — saludó el escorpión, robando risas nerviosas a las jóvenes doncellas. — Mi amigo y yo tenemos una pregunta para ustedes.

Aioria suspiró, deseando que la tierra le tragase. No le molestaba flirtear y tampoco tenía problemas con las chicas, pero su reputación en el Santuario y en el pueblo distaba mucho de la Milo exponía en ese instante.

— ¿En qué podemos ayudarte, Escorpio? — se acercaron a él, compartiendo ese espíritu de coquetería.

— Necesito información. — habiendo ganado la atención de las jóvenes, el tono de Milo se había tornado desenfadado. — Verán, buscamos a un trío de chiquillos, seguramente los habrán visto paseando por estos lugares.

El par de doncellas intercambiaron miradas.

— ¿Los niños de Géminis y el de Sagitario? — cuestionó la otra.

— Justamente esos. Te dije, gato, que conseguiríamos información. — giró hacia su amigo, dándole un codazo discreto.

— La última vez que los vimos intentaban disuadir al viejo Giourkas de que les regale una cabra.

— ¿Una cabra? — intervino el león dorado. — ¿Para qué quieren una cabra?

— No lo sé. — admitió una de las chicas. — Los niños son de tu especie, no de la nuestra. — alzó los hombros con una sutil sonrisa.

— No son ni de la nuestra ni de la suya. — agregó en un gruñido Leo. — Después de eso, ¿a dónde fueron?

— No lo sabemos. ¿Se supone que los niños dorados andan sin vigilancia por el pueblo? — los santos callaron mientras sus rostros dejaban al descubierto la incomodidad de esa observación. Ellas rieron al ver sus rostros.

— Aún si quisiéramos ayudarles a encontrar a los niños perdidos, no sabemos a donde fueron.

— No están perdidos. — reclamó el escorpión. Las dos jóvenes le miraron con incredulidad. — Están… de paseo.

— ¡Oh! De paseo…claro.

De pronto, un chillido se escuchó no muy lejos de ahí. El instinto les gritó que su búsqueda se acercaba lenta y dramáticamente al final. Corrieron hacia el origen del alarido, aunque al final desearon no haberlo hecho.

Llegaron a una casa situada en los límites de Rodorio. Ahí, la caótica escenas les dejó sin palabras. En el jardín de la choza, retozando entre los cultivos y las hortalizas, la cabrita huía de una vieja mujer que la perseguía con una escoba. Detrás del animalito, los gemelos y el arquerito corrían, tratando de ayudarle a escapar de la histérica anciana. Se las arreglaban para evadir los embates la escoba que iba y venía en medio de una mezcla de gritos, maldiciones y balidos.

Los santos mayores se apresuraron por ir al rescate. Brincaron la verja de la casa y corrieron en dirección a sus sobrinos. Aioria se las ingenió para atrapar con un brazo a Odusseus y, con el otro, tomó de la camisa a Héktor, atrayéndolo contra sí.

— ¡Señora! ¡Señora! ¡Tranquilícese! ¡Seño..! — para cuando Milo capturó a Aléxandros, la escoba de la mujer se encontró con su cabeza. — ¡Au! ¡Au!

Un par de golpes más siguieron al primero haciendo que las delgadas tiras de paja que conformaban la escoba se enredaran en las mechas azules del escorpión. Mientras la mujer desquitaba su ira en la cabeza de Milo, la cabrita, ni tarda ni perezosa, brincó el cerco y se perdió en el sendero, regresando a casa al lado de su madre.

— ¡¿De quién es ese maldito animal? — bramó la vieja. El silencio cayó entre los jóvenes y los niños. — Hice una pregunta, ¿de quién es?

Tras un largo silencio, inesperadamente un trío de deditos apuntaron a Milo. Con caras angelicales y sonrisas inocentes, los gemelos y el arquerito apuntaron hacia el otro peliazul.

— ¡¿Qué? — Milo se respingó ante la acusación.

— ¡Tú! — la mujer se acercó. — Pagarás los daños de tu cabra.

— Pero… la cabra…

— Lo hará, señora. No se preocupe. — Aioria intervino. La mueca de su rostro, lejos de parecer una sonrisa, era un manojo de nervios.

— Pero, gato, la cabra…

— Es tuya, Milo. Recuérdalo. — habló entre dientes y fulminándolo con la mirada. — O, ¿quizás quieres que le pidamos un préstamos a Saga y Aioros? — Milo guardó silencio.

— Es mía. — aceptó con pesadumbre después de aquel inspirador comentario del león.

— Bien. En las buenas épocas, los santos de oro solían ser hombres respetuosos y responsables de sus actos. No como ahora, que solo son un montón de chiquillos malcriados. — se quejó la anciana. — El viejo Maestro se debe estar ablandando. — ninguno de los dos santos respondió cuando les miró de soslayo, visiblemente enojada. — Esperaré ese dinero, Escorpio. — terminó mientras entraba a su casa y azotaba la puerta, soltando una maldición.

— Esas palabras no son propias de una ancianita. — Aléxandros negó con la cabeza.

— Papi dice que nadie debe nunca repetir esas palabras feas. — desde los brazos de Aioria, Héktor actuó igual.

Gato y bicho soltaron a los niños, y les tomaron la mano para que caminaran a su ritmo.

— Pequeños traidores. — se quejó Milo. — Echarme la culpa ha sido…

— ¡Un gran plan! — rieron los tres al unísono.

— Ha sido malvado.

El trío de chiquillos soltaron risas desenfadadas y divertidas.

— A todo esto, jamás vuelvan a salirse sin permiso. — Aioria torció la boca y arrugó el entrecejo. — ¿Entendido?

— No salimos sin permiso, tío Aioria. — el arquerito levantó la cabeza para mirarle.

— Tío Milo dijo que podíamos venir.

— ¡¿Yo? — exclamó, angustiado de que todo resultara ser su culpa.

— Sí, recuerda. Te preguntamos si podíamos venir a Rodorio y dijiste que sí. — le reclamó Héktor.

— Pero me refería a que vendríamos juntos, después del desayuno.

— ¡Aah! — corearon los pequeños.

— Eso nunca lo dijiste. — negó Odusseus.

— Y, si no lo dices, ¿cómo podemos saberlo? — subió los hombros el gemelo mayor.

— No somos adivinos. — agregó Héktor.

— Sí, Milo. — siseó Aioria, viéndole de reojo. — No son adivinos.

El trío asintió mientras Milo soltaba un suspiró de resignación. De repente, su idea de cuidar a los niños parecía ser menos divertida de lo esperado.

— ¿A dónde vamos ahora? — preguntó Aléxandros. El león dorado se lo pensó.

— Creo que…haremos unas visitas en el camino a casa. — les respondió.

-Continuará…-

NdA: Fic nuevo y es que necesito desesperadamente salirme de la rutina. Mi mente demanda un descanso jeje. No se preocupen, que este fic no tendrá muchos capis, sin embargo espero que les robe al menos un par de sonrisas. ¡Disfruten y de antemano se agradecen los comentarios!

P.D. ¡Ah! Los gemes y el arquerito nos pertenecen a la Dama de las Estrellas y a mí; y son el resultado de largas y divertidas horas en el msn. ¡A tu salud, mi Damis!