Sip. Creo que ha quedado claro que los personajes no me pertenecen, pero por última vez en esta historia lo diré nuevamente; Stephanie Meyer es la mente pensante en toda la Saga Crepúsculo, quien nos brindó de tan maravillosos personajes. Yo sólo soy una fan más, que juega con sus personalidades, llevándolos a protagonizar esta alocada historia.


EPÍLOGO

Seis años después…

Bella POV:

—Me encantaría seguir hablando contigo, Rose, pero en serio me estoy retrasando.

Atravesé la habitación y me agaché, mirando debajo de la cama.

¿Dónde había dejado los benditos zapatos?

—Por supuesto, Doctora Swan —dijo, con exagerada voz solemne—. No me gustaría atrasarla para el día más importante de su vida.

—Creo que puedo tener mejores —murmuré burlona, a la par que abría mi armario y seguía buscando.

—Como sea, Bella. No te gradúas todos los días, ¿No es así? Así que me darás la razón que no es cualquier día viernes, como el de la semana pasada o el de la anterior a esa. Admítelo, estás que te comes las uñas hasta las muñecas.

Solté una carcajada natural y negué con la cabeza. Rose era increíblemente testaruda. Siempre quería tener la razón en todo.

—Sí, Rose —acepté, rodando los ojos.

—No me ruedes los ojos, señorita. Casi puedo verte hacerlo a través de la línea, así que no te atrevas a negarlo.

—No lo iba a hacer —reí, mientras sacaba una caja y veía aparecer las sandalias negras con tiritas que estaba buscando.

Hice un pequeño baile de victoria por aquel triunfo.

—¿Nos vemos esta noche, entonces?

—Claro. Seré la graduada avergonzada.

—Y yo la de la panzota en el público —Rose suspiró y luego gruñó—. Creo que a Junior no le gusta que me refiera a él como una enorme panza. Siempre me golpea cuando lo digo.

No pude evitar la sonrisa que se formó en mis labios.

—Ya te lo he dicho, Rose; tengo el presentimiento que es niña. Sólo una chica se puede molestar que le digan que está más "ancha" de lo normal.

—Yo también lo creo —susurró al auricular—, pero prefiero referirme como Junior mientras Emmet está presente. Él ya está planeando su beca deportiva de futbol americano para que entre a una buena universidad. No tengo el valor en decirle que su estrella deportiva tendrá ovarios. Prefiero que él se dé cuenta de ello cuando nazca.

Dejé salir unas risitas y Rose me las secundó.

—¿De qué se ríen? —escuché por el otro lado. La voz de Emmet era inconfundible.

—De nada, amor. Cosas de chicas —dijo Rose entre risas.

—¿Es Bella? Déjame saludarla, hace siglos que no la veo.

Pude oír movimientos propios del cambio de mano sobre el celular.

—Hola, sexy —ronroneó.

—Hola, guapo. Lamento que no tenga tiempo de hablar contigo ahora mismo, pero debo hacer de adulta responsable por ahora —reí.

—Claro. Para mi mujer tienes todo el tiempo del mundo para cuchichear cosas que no puedo escuchar, pero para mí, tu amor platónico, no tienes ni cinco minutos —masculló, exageradamente ofendido.

Reí y negué con la cabeza, a pesar que sabía que no podía verme.

—Prometo recompensarte —dije solemne—. Cualquier cosa para ti, Em.

—Así me gusta.

—¡No lo malcríes, Bella! —el grito de Rose se escuchó a lo lejos.

Dejé el celular en el borde del lavamanos y le activé el altavoz. Con una rapidez que había adquirido últimamente, comencé a peinarme y maquillarme a la velocidad de la luz.

—Dile a Connor que me debe la revancha —dijo Emmet, mientras me pintaba los labios.

Connor…

Dejé que naciera la sonrisa más boba que existiría en la historia de la humanidad, y la pude ver a la perfección desde el otro lado de mi reflejo.

—Em, debes aprender a perder —me burlé.

—¡No perdí! Sólo… no gané esta vez. A la próxima no le será tan fácil.

—Se lo diré. Apuesto que le encantará jugar contigo otra vez —terminé de aplicarme la máscara de pestañas y me guiñé juguetonamente el ojo—. Tengo que despedirme, debo correr ahora. Hablamos más tarde.

—Claro, Bells. Nos vemos allá.

—¿Estará Connor? —gritó Rose.

—Nos vemos, Em. Dile a Rose que Connor estará allá. De hecho, él no puede faltar.

Me despedí de mis amigos y guardé el celular en mi bolso. Revisé las cosas que tenía que llevar, asegurándome que no se me quedara nada. Podría jurar que chequeé las llaves de la casa más de diez veces antes de cerrar el botón de mi cartera.

Justo cuando salí de mi habitación me percaté de algo distinto; había una pequeña nota doblada y pegada en la superficie de la puerta con un pedazo de papel adhesivo.

La abrí y mi corazón latió de felicidad al reconocer su letra característica.

Te amo.

Connor.

No podía creer todo el amor que se le podía dar a una persona. Nunca creí poder amar a alguien de la forma que amaba a Connor. Era mi completo universo. El día comenzaba y terminaba en él y cada pensamiento que tenía, aunque fuese pequeño e insignificante, me llevaba hacia él. Si sólo con rememorar su sonrisa me hacía la vida más feliz.

—Yo también te amo, cariño —sonreí y guardé la nota. La necesitaría para acopiarme del valor necesario para toda la noche.

Además, quería verlo. No aguantaba estar alejada de él y ya sentía que había sido demasiado tiempo sin verlo, y eso que fue desde la mañana, cuando me despedí de él antes de salir.

Bajé los escalones de la casa y corrí lo mejor que pude en mis tacones el camino de entrada hasta mi auto. Metí las llaves e hice que encendiese. Una suave música comenzó a sonar a mí alrededor, que me ayudó a calmar mis nervios al tararearla.

Luego la tierna y musical canción cambió a otra más inquieta, más popular.

—"California girls, we're unforgettable. Daisy Dukes, bikinis on top" —tamborileé mis dedos en el volante y moví mi cabeza al ritmo retumbante de la melodía—. "Sun kissed skin so hot, we'll melt your popsicle".

Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que canté esa canción en un auto. Por supuesto que la recuerdo perfectamente. Eran tiempos simples y relajados, por completo distintos a la actualidad.

Yo era distinta y Edward… él también era distinto.

Pero no cambiaría nada de lo que viví, incluso los malos ratos. Eran los que me llevaron a lo que soy ahora, porque son los momentos los que definen a la persona, no la gente. Si cambiara algo de mi trayectoria cabe la posibilidad que Connor no hubiese llegado a mi vida, y eso sí que no estoy dispuesta a transar por nada en el mundo.

Estacioné el auto en el estacionamiento del edificio y me encaminé a la puerta trasera. Pasé por entre la gente que corría de un lado a otro, obviamente afinando los últimos detalles de la ceremonia. Llegué al fin al salón, donde me esperaban. No tuve que esperar demasiado. Las puertas que nos dirigían al escenario se abrieron y algunos de mis compañeros salieron. Acomodé mi cabello con mis manos por enésima vez y me dispuse a caminar tras ellos.

Las luces que estaban en el borde del escenario me cegaron momentáneamente, obligándome a entrecerrar los ojos por unos segundos. No podía ver a las personas que estaban mirándome, sin embargo ese hecho me tranquilizó. No podía temer de algo que no veía.

Recé a todos los santos y dioses que hay en el mundo para que no me pasara algo potencialmente ridículo, como tropezar con la alfombra y caerme de bruces frente a todos o vomitar de forma explosiva sobre mi profesor.

Hey, puede pasar.

Me obligué a mí misma a verme formal, seria y completamente graduada. La ceremonia fue corta y precisa. Ángela, una de mis compañeras, dio un discurso sobrio y apropiado para la ocasión y uno de los doctores del hospital nos felicitó por nuestro logro y nos animó a trabajar por las personas y no las enfermedades. Fue bastante agradable, casi olvidé que estaba en un escenario y cientos de personas me veían y gran parte de mi familia también.

Vi a lo lejos que Reneé y Phil pudieron llegar después de media hora que había comenzado la ceremonia. Sonreí y asentí en su dirección cuando hicimos contacto visual. Sabía cómo era mamá y el hecho de que hubiese llegado ya era un gran logro. Muy distinto a papá; no me cabía la menor duda que él debe haber llegado fácil una hora antes que todo comenzara. Desde hace una semana que estaba llamándome varias veces al día para preguntarme nimiedades sobre la graduación. Creo que él estaba más nervioso que yo, y eso ya era decir mucho. Lo bueno era que Sue lo calmaba… la mayoría de las veces.

Recibí mi diploma a manos de uno de mis profesores y sonreí agradecida. No podía creer que finalmente terminé y ahora comenzaba otra etapa. Debía valerme por mí misma y estaría a cargo de decisiones que otras veces las consultaba con mis superiores. Era un gran e importante cambio, pero a pesar de todo, sentía que estaba preparada. Es lo que siempre quise y ahora más que nunca sentía una gran fuerza y valor para salir adelante a lo que quisiera proponerme.

Saludé y felicité a algunos de mis compañeros, especialmente a Ángela, por su gran discurso y su nuevo compromiso con su novio Ben.

Bajé las escaleras con cuidado de no caer y miré a mi alrededor, buscando a alguien que ya estaba extrañando. Un mar de personas se movían de acá para allá saludando a conocidos y recibiendo a los graduados y apenas podía distinguir bien quien estaba cerca de mí. Mis pies ya estaban comenzando a doler por los zapatos altos y mis ojos picaban por la falta de sueño de estos últimos días. Parpadeé con rapidez y enfoqué mi vista a lo lejos. Mi cuerpo y todo mi ser gritaron de pronto que Connor estaba cerca, no importaba si no lo veía aun. Simplemente lo sabía. Sonreí con anticipación y mi sonrisa casi no cabía en mi cara cuando finalmente vi sus grandes ojos verdes.

—¡Connor! —grité, emocionada, y abrí mis brazos.

Él sonrió primero con los ojos y luego las comisuras de su boca se fueron elevando hasta sonreír con ganas.

Claramente olvidó con quien estaba y corrió en mi dirección. Estaba igual que él, quería un abrazo después de estar separados todo el día.

—Te extrañé, cariño —le susurré en su oído, apretándolo con fuerza.

—Yo también, mami. Papá dijo que necesitabas hacer cosas y por eso debíamos dejarte. Yo no quería hacerlo —dijo, con su ceño muy fruncido, como si la idea de hacerlo fuera completamente absurda.

Mi pequeño niño precioso.

—Connor, ¿Cuántas veces te he dicho que no corras así? Le vas a producir un ataque cardiaco a papá un día de estos.

Edward estaba frente a mí, hablándole a Connor con falso reproche y sonriendo de forma ladeada. Su cabello estaba ligeramente más ordenado y sus ojos verdes, al igual que los de Connor, refulgían más que los focos del local.

—Quería ver a mami —mordió su labio y sonrió picarón, sabiendo de antes que se saldría con la suya. Nunca había visto un niño más mimado que él.

Ambos suspiramos, sabiéndolo de antemano.

No podía negarlo; apenas lo vi, aquella cabecita sin cabello y esos ojos grandes y expresivos, caí completamente prendada de él. Connor tendría mi corazón para siempre.

Edward me miró con entendimiento, cruzándose de brazos y levantando una ceja. Me encogí de hombros y le saqué la lengua. Como si él pudiese resistirse al encanto de nuestro hijo.

—¿Viste la nota que dejó Connor? —dijo Edward, usando su voz de papá.

—Si lo vi. Muchas gracias, cielo. Yo también te amo, muchísimo —le dije a Connor y le dejé un beso en su cabecita llena de risos.

—Papá ayudó. Dijo que debía poner las palabras más importantes de mamá. ¿Te gustó?

—Claro que sí —sonreí y miré a Edward. Él sonreía de la misma forma que yo, como si me dijera con la mirada las mismas palabras que puso Connor en papel.

Qué increíble las vueltas que da la vida. En un punto realmente creí que dejaría a Edward para siempre y en otro me lo encontré cada día en la puerta de mi departamento con un café humeante y una frase de ligue. La mayoría de las veces lo mandé a volar y mascullaba incoherencias, pero cada vez aceptaba el café que tenía para mí. Era mi propia y particular forma de decir que estaba cediendo. Creo que él también lo entendía, porque nunca dejó de hacer lo mismo.

Claro, no fue fácil superar todo lo que debíamos superar. Ambos teníamos esqueletos en nuestros armarios y fantasmas que debíamos dejar ir para poder continuar con una relación. No fue fácil, incluso estuve a pasos de rendirme, pero Edward y su infinita y desesperante persistencia, lograron convencerme al fin. Quizás fue cansancio, o al menos eso me empeñaba en decirle cada vez que preguntaba por qué le di una segunda oportunidad.

Aunque ambos sabíamos que estábamos demasiado colados el uno por el otro como para dejarlo ir tan fácilmente.

Nuestros horarios no eran nuestros mejores aliados y muchas veces terminábamos viéndonos después de un certamen y con demasiado estrés sobre nuestros hombros. Bueno, en realidad yo era una bruja neurótica, Edward siempre mantenía la calma y me besaba después que le gritaba que quería silencio. Silencio pedía, silencio obtenía.

Estuvimos un año jugando al que busca y se esconde, y otro año más como novios nuevamente, pero sin decirles a nuestras familias por miedo a que se tornara serio y luego termináramos una vez más. No era justo para nadie y queríamos llevarlo con calma.

Claro que, después de celebrar que Edward terminó su carrera con honores y yo saliendo de una gripe horrorosa, no nos dimos cuenta que los anticonceptivos y los antibióticos no se mezclaban.

Connor nos obligó a confesarles a nuestros padres que estábamos saliendo nuevamente. Alice dijo que ya lo sabía y que Edward era muy obvio. Esme, que para mi gran sorpresa y alivio me aceptó con los brazos abiertos, dijo que también lo sospechaba, pero que entendía que Edward era un adulto, y como tal, él decidía qué quería contar y qué no.

—Bueno, les quiero contar que Bella está embarazada —dijo de sopetón, justo cuando Esme me estaba dando uno de sus abrazos patentados.

Decir que estaba abochornada, era poco.

Fue algo más difícil decirle a Charlie todo el asunto. De hecho, sólo cuando nació Connor, Edward pudo estar otra vez en la misma habitación que mi padre sin sentir que su nombre saldría en el obituario del día siguiente. Mi pequeño bebé fue la clave para afianzar la relación entre su padre y su abuelo materno; era la perfecta mezcla entre los ojos verdes de Edward y el cabello café con risos de Charlie. Según Reneé, quien lloró por horas cuando vio a su nieto, Connor se sonrojaba igual que yo cuando era bebé. Cuando comenzó a hablar de mi nacimiento, lloró unas cuantas horas más.

Esme estaba feliz con ser abuela, al igual que Carlisle, pero todos parecían levemente preocupados por mis estudios. Afortunadamente Edward ya había terminado y su sueldo en el Hospital General de Los Ángeles alcanzaba para arrendar un departamento pequeño y una niñera cuando nos hacía falta. Fue difícil, debo admitirlo, pero no imposible.

Y ahora, a pesar de las dificultades, me veía titulada, con el hombre que amo y mi bebé con sus tres años recién cumplidos.

Si alguien me preguntaba, mis niveles de felicidad estaban bastante altos.

—¿Cómo está la doctora más sexy de todo California?

Emmet y una muy redonda Rosalie llegaron a nuestro lado. La última le dio una mirada envenenada a su pareja, para luego cambiar repentinamente su expresión a completa alegría. Sonrió y me abrazó todo lo que su panzota pudo permitir.

—Felicitaciones, Bella. Te lo mereces.

—Gracias, Rose —murmuré emocionada y le acaricié su evidente embarazo por sobre su vestido gris—. Te ves hermosa.

—¿Yo? Vamos, soy un globo. Tú, en cambio, te ves despampanante.

—¿Papá, qué es sexy? —preguntó Connor. Edward le envió dagas con los ojos a Emmet y Rose le golpeó el hombro, mascullando algo entre dientes. Él dijo que significaba linda y lo dijo porque creía que yo lo era. Él, con toda la inocencia del mundo, dijo—: Ah, si te ves sexy, mami.

—Lo siento, Bella, en serio lo hago. Nunca sé bien si tengo un esposo o un hijo grandote.

—¡Hey!

—Asúmelo, Emmet —gruñó Rose.

Papá y mamá llegaron junto a Sue y Phil, y cada uno de ellos me dio un abrazo de aquellos que quitan la respiración. Mamá lloró a mares y Esme, quien acababa de llegar junto a Carlisle, le entregó un pañuelo para secar sus ojos.

—Felicitaciones, querida —susurró Esme a mi oído cuando logró despegarme de mamá—. Te mereces esto y mucho más.

Carlisle sonrió enternecido y vi por sobre el hombro de su esposa como le guiñaba un ojo a Edward. Connor saludó a su abuelo con un gran abrazo y le habló todo el tiempo de un programa que había descubierto en la televisión.

Alice y Jasper no tardaron en llegar. Después de darme las felicitaciones pertinentes, tomaron a Connor y lo mimaron sólo como ellos podían. Casi sentía celos por mi propio hijo; cualquier persona que se acercaba a un radio menor a tres metros de nosotros, no podía evitar acercarse a Connor. Siempre bromeaba con Edward y le decía que su hijo había heredado el don de atraer a las personas de él. Edward siempre reía y terminaba por besarme, argumentando que no le interesaba atraer a las personas, sólo a mí.

—¡Bella! —Jake llegó de pronto y me atrapó con sus enormes brazos, cortándome la respiración— Hace siglos que no te veo. No sé cómo logras mantenerte en mi lista de amigos con tan poca atención hacia mí.

Edward gruñó.

Algunas cosas nunca cambiaban.

—Lo sé, Jake. Lo siento. Estas últimas semanas han sido… —suspiré— algo agobiadas.

—Oh, está bien, te perdonaré, sólo porque creo que acabo de enamorarme —se acercó a mí con aires de cuchicheo—. Mira por sobre mi hombro a la chica que está en la barra. Se llama Vanessa y es la mujer de mi vida. ¿No es hermosa?

Me mordí los labios para no reír.

—Jacob Black, ¿estás insinuando que acabas de enamorarte a primera vista?

—Lo hice —sonrió—. No hay nada en este mundo que me pueda separar de mi cometido. Hre encontrado la misión de mi vida; enamoraré a Vanessa a como dé lugar. No puede ser difícil —musitó, con arrogancia—, soy irresistible.

—Sólo tienes un pequeño problema —no pude evitar que se me escaparan unas risitas—; el amor de tu vida es la hermana menor de Emmet —Jake palideció y yo reí un poco más—. Si fuera tú, iría con cuidado en relacionarte con Vanessa.

—¿Vanessa? —Emmet llegó a nuestro lado y saludó a Jake con unas palmadas en la espalda. El último se veía algo afligido— ¿Dónde está mi pequeña monstruo? No la veo desde las vacaciones pasadas. No tienen ni idea la ilusión que me dio cuando dijo que terminaría sus estudios acá en Los Ángeles. Al fin cuidaré a mi hermanita de cerca.

—Emmet, Vanessa no es una niña —lo regañé, disfrutando demasiado de la expresión de terror de Jake.

Emmet bufó e hizo un gesto con la mano para restarle importancia. Ya quería ver cuando él se enterara que su pequeño monstruo fuera cortejada por uno de sus mejores amigos. Había dos posibilidades; o Jake terminaba hecho picadillo y arrojado al mar para ser comida de peces o… algo peor que eso. Emmet podía ser bastante protector.

Bah, estoy segura que no sucederá nada tan malo. O eso esperaba.

Ambos se excusaron, Emmet ignorando que Jake le había evitado la mirada desde que se había enterado de la genética de su nueva media naranja. No sabía por qué, pero sentía que esta vez Jake no sólo bromeaba y algo especial podría nacer con Vanessa.

Qué sé yo, sexto sentido femenino quizás. Sentía que desde que di a luz mis presentimientos estaban más desarrollados, aunque Leah siempre insinuaba que eran gases acumulados.

Bah, qué sabe ella, nunca se ha embarazado.

Recordé el día que me confesó que se iba a casar, la pobre no sabía cómo decírmelo. ¡La gran Leah Clearwhater con un anillo de compromiso!, y eso que apenas iban a cumplir un año de relación con Embry. Estaba enamorada, ¿qué más podría pasar? Nada más fuerte que el amor podría haber dejado caer las barreras autoimpuestas de Leah. Debo admitir que primero pensé que estaba embarazada, o Embry estaba muriendo, o alguna otra razón telenovelesca como esas. Pero no, sólo quería casarse, nada más. Muchos años después aun estábamos esperando unos pequeños Embrys o Leahs corriendo a nuestros pies, pero Leah insiste que quiere estar asentada económicamente y lograr algunas cosas antes de comenzar a tener hijos. Es algo lógico que hacer… lástima que nunca me llegó ese memo.

Pero como todas las veces en las que cuestionaba mi complicada vida, siempre llegaba a la misma conclusión; así es como debía ser. Dicen que las cosas pasan por algo. Viendo a Connor en los brazos de Charlie y éste haciéndole gestos graciosos, me convencía aún más.

—¿Qué haces, papá? —reí ante su pobre imitación de un tigre. Connor hacía lo mismo, al igual que sus otros tres abuelos.

—A ti te encantaban los sonidos de animales, Bells —musitó apenado, y sus bigotes se levantaron para revelar su sonrisa.

Sentí como Edward llegó detrás de mí y me abrazó la cintura. Posó su mentón en mi hombro derecho y dejó que su respiración cosquilleara mi piel.

—¿Bailamos?

Tomé las manos que descansaban en mi vientre y las apreté, apoyando mi espalda en su pecho.

—Connor…

—No te preocupes, cariño —dijo Esme, peinando el cabello de Connor—, te aseguro que estará bien con nosotros por unos cuantos minutos.

Asentí, enternecida, agradeciendo aquel gesto en silencio. Vale, aun no dejaba a Connor por mucho tiempo, y si lo hacía debía ser con Edward, pero estaba segura que cuando pasara este periodo sobreprotector —y esperaba que lo hiciera—, los primeros en confiar a mi hijo sería a sus propios abuelos.

Acepté, sólo porque sabía que en cualquier momento podía buscarlo con la mirada desde la pista de baile.

Edward tomó suavemente mi mano y me incitó a caminar junto a él hacia donde un par de parejas se movían al compás de la música. Él me sujetó de la cintura y yo había pasado mis brazos por sus hombros.

Edward sonrió y se inclinó para dejar un suave beso en mi cuello.

—Y dígame, doctora —dijo con voz ronca a mi oído—. Tengo una sensación en el estómago, una especie de mariposas revoloteando en él… ¿será grave?

—Mhm… —murmuré, acercándome incluso más a él—, ¿hace cuanto que le ocurre esto?

—Hace bastante tiempo ya. Aproximadamente siete largos años.

—Vaya, bastante tiempo.

—Lo sé. ¿Es grave?

Sonreí.

—¿Por qué? ¿Está preocupado?

Él infló su pecho y dejó salir el aire en un sensual suspiro que chocó con la piel sensible de mi cuello. Contuve el estremecimiento a tiempo que él jugaba con los hilos del vestido que cruzaban por mi espalda.

—Para nada. Me agrada padecer esto.

—Así que sabe lo que padece —dije, coqueta, arrastrando las palabras.

—Por supuesto, doctora. Estoy enamorado.

Contuve la sonrisa de idiota que amenazaba con plantarse en mi cara.

—Creo que es contagioso, doctor —me levanté en puntitas de pies y acaricié sus labios con los míos, sólo tentándolo, sin llegar en realidad a besarlos—, porque yo también lo estoy.

—Te amo, Bella.

—Te amo, Edward.

—Lo sé.

Le empujé juguetonamente uno de sus hombros y chasqueé la lengua. Edward sonrió de forma canalla y se rascó su labio inferior con su dedo meñique.

Oh, Señor. Si tuviera un dólar por cada suspiro que dejaba salir por este hombre…

A pesar de mi estado de letargo post-Edward, cuadré los hombros y levanté una ceja.

—Tenías que arruinar un perfecto momento romántico con tu inmenso ego, ¿no es así?

—No sería la primera vez —me guiñó un ojo— y sabes que te encanta. Me amas, Isabella Swan. Admítelo.

—Sí, bueno, tengo muy mal gusto —musité, desafiante.

Edward se agachó lo suficiente como para pasar su boca por el borde de mi mandíbula, subiendo hasta mi oído y succionar suavemente mi lóbulo. Tan suave como un murmullo, habló con voz ronca y sensual.

—¿Vas a responderme dentro de esta década?

—No otra vez —gemí.

—Cariño… amor —estaba usando su voz persuasiva, la misma que usó cuando concebimos a nuestro primogénito. Lo miré con escepticismo, a pesar de las palabras cariñosas—, llevamos muchos años juntos y tenemos un niño de tres años. Ambos estamos titulados y tenemos un trabajo estable. ¿No crees que deberíamos asentarnos de una vez y por todas y simplemente casarnos?

—Muy romántico, Cullen, pero ¿cuándo hemos hecho lo que deberíamos? Créeme que relación más alocada que esta, no hay otra. Y te lo digo yo, que viví con Reneé durante dieciséis largos años.

—Aun me debes una respuesta, sea negativa o positiva —me miró con aquellos orbes verdes intensos, y casi tengo un orgasmo visual.

Carraspeé y levanté mi mentón de forma insolente.

—Me gustaría saber sus métodos de persuasión, Doctor Cullen.

—No creo que quiera saberlos, Doctora Swan… próximamente Doctora Cullen.

—Es un poco arrogante ese comentario, ¿no? Asumes que diré que sí —sonreí con picardía.

—Sé que lo harás.

—¿Ah, sí? No me provoques.

—Créeme que eso es precisamente lo que trato de hacer —sus manos fueron bajando por mi espalda desnuda y fueron a terminar a mi trasero. Apretó su agarre y me acercó a su cuerpo.

Jadeé.

—¡Edward! Estamos con gente a nuestro alrededor. Quizás qué piensen…

—Bella, tenemos un hijo de tres años. Creo que quedó bastante claro que no estamos guardando tu virtud —se mordió el labio inferior y pellizcó una de mis nalgas.

—No eres gracioso, no sé cómo hacértelo entender —suspiré, de forma teatral—. Aburrido y nada persuasivo. ¿Cómo puedo aceptar una propuesta así, si no veo nada que me llame la atención?

—Que quede claro que tú lo pediste —susurró, justo antes de inclinarse y tomar mis labios.

Ese beso tenía un objetivo claro; hacerme volar y olvidar mis preocupaciones. Maldito arrogante, sabe exactamente qué hacer para volverme loca. Sorbió mi labio inferior con delicadeza y pasó su lengua para aliviar el leve escozor. Suspiré y me elevé en puntas de pies, acercando nuestros cuerpos hasta hacer la distancia inexistente. Tironeé su pelo broncíneo, peinándolo con mis dedos, al tiempo que él ronroneaba de gusto.

Pasó su lengua por mis labios e inmediatamente los abrí. Edward fue sutil, casi juguetón con sus toques. Gruñí, frustrada, y pude sentir su sonrisa orgullosa en mi boca. Luego, tocó mi mejilla con una de sus manos e inclinó mi cara para profundizar el beso.

Después de siete años de larga y tortuosa relación, se esperaría que este tipo de sensaciones menguara a niveles tolerables para la convivencia social, tales como no encenderse y sufrir de combustión espontánea con un simple beso, pero, como todo lo que componía la esencia de Edward, nada en él era simple.

Él deslizó sus manos por mi cuello, pasando por mi espalda hasta llegar a mis glúteos, para amasarlos con posesión. En ese momento lo último en mi lista era velar por la compostura en público. Con toda la ayuda de mi mísero autocontrol, evité el gemido lastimero que quemaba mi garganta.

El beso fue menguando hasta separarnos para respirar con dificultad. Miré a Edward y su rostro se veía arrebolado por la pasión y el amor. Mejillas sonrosadas, ojos más oscuros y profundos, labios hinchados y enrojecidos. Peiné uno de los mechones de su cabello que caía sobre sus ojos y luego pasé el dorso de mis dedos por su barbilla recién afeitada.

Salté cuando nuestro momento íntimo fue opacado por una voz masculina.

—¡Eh, busquen un cuarto! —Alice y Jasper bailaban a nuestro lado, el último guiñó su ojo en nuestra dirección. Enrojecí y desvié la mirada. Vale, aun no superaba algunas cosas, entre ellas sonrojarme hasta niveles estratosféricos.

—Y ustedes búsquense un juez de paz y cásense de una vez por todas —masculló Edward, entre dientes, todavía algo jadeante.

—Lo mismo digo, hermanito —Alice sonrió de forma cómplice y arrastró a Jasper en gráciles pasos de baile hasta el centro de la pista.

Miré a Edward con suspicacia.

—¿Acaso todos saben de esto?

—¿A esto te refieres a nuestro inminente matrimonio? Creo que sí —se encogió de hombros— Hasta donde yo entiendo, no es secreto de estado. Difícilmente se podría ocultar, tienes escrito matrimonio en toda tu cara, Bella.

—No sumas puntos de esta forma, Edward Cullen.

—Oh, vamos. Apuesto que aquel beso me dio muchos de ellos.

—Idiota.

—Me amas.

—Lo hago.

Edward sonrió de forma torcida y yo no pude hacer más que suspirar.

Cielo santo, lo amaba demasiado. ¿Por qué negarlo?

—No quiero una boda grande, ¿de acuerdo? Ni quince damas de honor o una planificadora de bodas. Tampoco quiero cambiarme mi apellido hasta al menos un año que lleve trabajando en el Hospital, quiero tener mi propia reputación como doctora, no por ser la esposa de alguien. ¡Ah! Y tampoco quiero un gran regalo de bodas, Edward. Estamos comenzando nuestra vida y debemos priorizar en lo más importante, como una casa con patio para que Connor pueda jugar.

—Para, para, para. ¿Estás diciendo lo que yo creo que estás diciendo? —una sonrisa bailaba por su cara— Necesito oírlo, Bella.

Mordí mis labios y lo miré por debajo de mis pestañas.

—¿No me gustan los regalos estrafalarios?

Edward se abrazó más a mí y negó lentamente con la cabeza.

—No, eso no. Dilo. Dilo, Bella. Necesito que lo digas.

Rodé los ojos y suspiré, mas no pude evitar dejar salir una enorme sonrisa. Subí mis brazos a sus hombros y peiné el cabello de su nuca, enganchando mi mirada a la suya.

—Sí, Edward, me casaré contigo.

Edward me encerró en un fuerte abrazo y me besó con frenesí.

—Esa, Isabella Swan, es la segunda mejor noticia que he recibido en la vida.

—¿Y cuál es la primera?

Sus ojos flamearon y unas pequeñas arrugas se formaron a cada lado de ellos.

—Cuando me enteré que sería papá.

Esta vez yo lo besé. No me detuve cuando Emmet silbó en nuestra dirección, reclamando algo de compostura, ni tampoco lo hice cuando el aire estaba exigiendo su atención. Sólo me separé de él para decirle las dos palabras más significativas que había conocido gracias a Edward.

—Te amo —susurré contra sus labios.

—Te amo —secundó, complacido.

Me abracé a él y continuamos bailando de forma lenta, sin seguir un ritmo en particular. Vi a Connor junto a sus abuelos, hablando con ellos y estos devolviéndole miradas embelesadas. Mi corazón se llenó de dulzura y apreté mi agarre de Edward, de alguna forma agradeciendo todo lo que me había entregado.

Un flash de un recuerdo cruzó por mi mente. Tal y como había ocurrido hace siete años atrás, Edward y yo estábamos bailando en una pista de baile. En ese momento olvidó mencionar ciertos detalles de su estado civil, pero ahora mismo no podía hacer más que dejarlo pasar.

Después de todo, si a Edward no se le hubiera olvidado mencionar que tenía una novia, nada de lo que ocurrió a continuación habría pasado.

¿Quién hubiera pensado que para conseguir el "felices por siempre" se necesitaba de un príncipe olvidadizo y una princesa cabezota?

Tal y como yo lo veía, los cuentos de hadas no tenían nada que nosotros pudiésemos envidiar.

FIN

.

.

.


No tienen idea cómo me siento en este momento. Tengo una mezcla de emociones ahora mismo al terminar esta historia que incluso no sé muy bien qué decir.

Una cosa tengo clara; quiero decir MUCHAS GRACIAS por llegar hasta acá, siguiéndome, dándome palabras de aliento o simplemente leyendo las locuras que a veces dejaba a disposición de ustedes. Estoy segura que sin aquellos empujoncitos no habría tenido el valor de terminarla. Nunca antes había escrito algo y encontré una forma de salir de la rutina y vivir una hermosa fantasía a través de estos personajes, cosa que jamás pensé posible.

Quiero decir… ¡más de 600 favoritos! Ni en mis más locas suposiciones pensé que tantas personas leerían esta historia. Esto comenzó como un tratamiento anti-stress y mutó a ser uno de mis hobbies favoritos. También les agradezco por ello. :3

MPEC no tendrá secuela, porque creo que toda historia debe tener un final y era hora de Edward y Bella de decir adiós.

Otra vez, infinitas gracias por leer y comentar. Esto llega hasta acá. Espero nos encontremos en otra ocasión.

¡Las adoro! Y les deseo que encuentren al Edward que todas merecen. :B