Hola a todas…. La historia que estoy a punto de presentar no es de mi auditoria, es parte de una historia que hace mucho tiempo leí, y pensé en pasarla a los personajes favoritos que tengo de Naruto.

Espero no les moleste mi elección, la historia es genial, y con el paso de la lectura se que la amaran tanto como yo la amo.

Sin más por el momento, espero que disfruten de lo que voy a presentar.

Nota: Ninguno de los personajes de Naruto me pertenece, ya que, si fuera así, Itachi Jamás hubiera muerto y Neji sería mi amante (inner: jajajaja, sigue soñando Brenda)

Capitulo uno

Essex, Inglaterra, 917 D. C.

La venganza era un deber

Sakura huyó a través de las lenguas de fuego de Ragnarok, el final de la creación, cuando los dioses y los mortales mueren. El mundo, su mundo, estaba en llamas. La muerte la perseguía y las maldiciones sajonas le resonaban en los oídos. «Danesa»

«Ramera vikinga»

«Nos vengaremos de ti».

Los gritos de venganza la helaron hasta los huesos.

El aliento le fallaba y los pies se le deslizaban sobre el oscuro sendero de grava que había entre las casas. Los pesados pasos le iban ganando terreno. ¿Acaso no había ningún lugar en el que esconderse en aquella ciudad saqueada?

Se permitió una última mirada de desesperación por encima del hombro. A continuación, hizo un gesto de estremecimiento cuando se encontró de frente con un muro de piedra. Al menos eso era lo que parecía, pero se movía. Una piel de flexible metal, tan dura como las escamas de la Serpiente del Mundo le raspó la mano y estuvo a punto de desgarrársela.

Era un hombre arreglado con una cota de malla y que levantaba una espada ensangrentada. Sakura gritó, pero la espada no la golpeó. Vibraba entre ellos, cortando el aire iluminado por el fuego como si fuera algo vivo. Sin embargo, él la contuvo.

Si iba a morir a manos de un sajón, era mejor que fuera rápido.

Sakura buscó el rostro del guerrero, que encontró, duro y severo, bajo el casco de guerra. Vio sus ojos. Eran grises, casi perlados. Ingleses. Y parecían estar llenos de magia. Al menos, éste era el único modo de explicarlo, porque la locura que hizo a continuación sólo la habría llevado a cabo presa de un hechizo.

Sus perseguidores dieron la vuelta a la esquina y se detuvieron en seco. El cuerpo de Sakura se movió. Las manos se le cerraron en torno a un fuerte brazo rodeado de anillos de hierro. Las palabras se le escaparon de los labios sin pensar, no en su lengua danesa natal sino en sajón, para que no pudiera haber ningún error.

—Marchaos —dijo—. Soy suya.

Los tres hombres, ataviados con túnicas sucias y rasgadas, dudaron. En sus ojos aún se vislumbraban la lujuria de la persecución y los vapores de la cerveza, pero no la miraban a ella, sino a la montaña de cota de malla a la que Sakura se aferraba. Se produjo un profundo silencio. Nada parecía moverse.

El corazón de Sakura latía como si estuviera a punto de ahogarla. Sentía una profunda opresión en los pulmones. ¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haber puesto en peligro su vida en un sólo instante? ¿Cómo podía haber confiado su destino por una impresión momentánea?

Porque era lo único que tenía. Una única mirada al rostro de aquel hombre en la creciente oscuridad no era suficiente razón para pensar que él era mejor que los otros. Era tan sajón como sus perseguidores. Formaba parte de un ejército que había peleado durante todo el día, que había salido victorioso y que en aquellos momentos no sabía cómo repartirse la ciudad danesa.

Sakura estaba loca. La cota de malla a la que se aferraba estaba cubierta de sangre. Su portador era un hombre y un soldado adiestrado en el uso de la fuerza bruta. Sin embargo, ella había visto algo en su rostro.

Entonces hizo lo que su esposo muerto, con todo su aterrador poder, nunca habría hecho por ella. Sintió cómo se movían los fuertes músculos bajo la mano y, antes de que pudiera darse cuenta de lo que había ocurrido, el desconocido la colocó detrás de él, protegiéndola de los otros con su cuerpo. A continuación, amenazó con la espada manchada de sangre a sus perseguidores. Una profunda voz masculina, inglesa y completamente razonable dijo:

—Si alguien da un paso al frente, lo mataré.

Tres pares de ojos se entornaron al escuchar tal afirmación. Incluso los ojos de Sakura se levantaron para observar al hombre que la protegía en aquellos momentos.

Era alto y bien formado. Al contrario de los perseguidores de Sakura, portaba armadura y el puño de la ensangrentada espada era de oro. No se apreciaba en él señal alguna de debilidad ni que tuviera la menor duda sobre su victoria. Había pronunciado aquellas palabras totalmente en serio, con una fría finalidad que hizo que Sakura comprendiera lo mucho que se había precipitado.

Si cualquiera de los brutos, borrachos de cerveza, aceptaba el desafío, ella echaría a correr. Él tendría que soltarla. Nadie podía enfrentarse a tres personas con una sola mano y una cautiva agarrada al brazo izquierdo.

Sin embargo, los perseguidores de Sakura habían visto lo mismo que ella. Se desvanecieron rápidamente, mezclándose con las sombras de la noche como espíritus malignos. Sin duda habría despojos mucho más fáciles de conseguir en otra parte.

Sakura tendría menos de un instante. Se giró y trató de soltarse del guerrero antes de que se diera cuenta, antes de que tuviera tiempo de acordarse de ella. Sin embargo, no pudo conseguirlo. La mano la agarró con más fuerza.

—Espera —dijo. Una sola palabra. Una orden.

No había nadie más a la vista. A Sakura le resultaba imposible soltarse. Sintió que el guerrero tiraba de ella hasta colocarla frente a él. Se preguntó qué habría visto en su rostro.

Era bastante agraciado, al menos por lo que se podía vislumbrar bajo el casco y el polvo, pero aquellos ojos… Sus profundidades perladas parecían ser de hielo.

—Soltadme —replicó ella, con tanta firmeza como pudo reunir.

—¿Adónde vas a ir?

Sakura parpadeó. En realidad, no había sido una pregunta, dado que el guerrero no se detuvo a esperar respuesta. La voz cortante y razonable siguió hablando.

—El ejército está completamente fuera de control. Al mando, si se puede llamar así, está el mayor necio del reino de Wessex. Él no va a hacer nada para impedir lo que está ocurriendo y, aunque lo intentara, ya es demasiado tarde.

Al menos, eso fue lo que Sakura creyó que el guerrero había dicho. Su inglés era bueno, pero él tenía un acento que resultaba casi incomprensible. Además, aquello era lo último que esperaba que dijera un sajón.

Tiró de ella una vez más, ciñendo su brazo al de Sakura para que ella pudiera sentir su fuerza.

—¿No tienes a nadie que te proteja? —le preguntó.

A excepción de frialdad, no se reflejaba nada en su mirada. Sakura se obligó a mirar aquellos ojos.

—Lo tenía —respondió—. Tenía un esposo, pero está muerto.

Se llevó la mano instintivamente al cuello, de donde le colgaba el amuleto de plata, prendido de una fina correa de cuero. Ya no adornaba el cuello grueso, fuerte e invencible de su esposo.

Le tembló la mano. El amuleto estaba oculto por el raído lino de la camisa que llevaba puesta, pero sentía la silueta de metal unida al anillo. Había armas: dos espadas, tres bastones y la lanza de Odín. Sakura los conocía de memoria. Nunca habían dejado de estar en contacto con la piel de su esposo mientras él vivía. Eran parte de él.

En aquellos momentos, eran ya de Sakura. Nadie más los reclamaría, porque tenían miedo. Ella también. Las delgadas barras de metal pesaban como el plomo contra su carne.

La mente se le llenó de las terribles visiones de rostros alegres y triunfantes que le llevaban las noticias de la muerte. Personas que Sakura conocía, personas de la ciudad, peleándose entre ellos para ser los primeros en decírselo. Sasuke había muerto. Hasta el hombre más fuerte y valiente de todos los hombres podía caer presa de la lluvia mortal de las flechas.

Así era como había ocurrido. A distancia, dado que nadie se atrevería a enfrentarse a la ira de Sasuke desde cerca. Parecía que todos los hombres lo habían visto caer cerca del bosque. Muerto.

Habían encontrado el amuleto entre las hojas ajadas del otoño. Sin embargo, nadie había llegado hasta su cadáver. Sasuke yacía en algún lugar, sin enterrar, bajo las oscuras sombras de los árboles. Se había convertido en el alimento de los cuervos y de los lobos, sus compañeros de espíritu.

—Está muerto —repitió. Las palabras resultaban tan pesadas como el metal que le rodeaba la garganta.

Pensó que cuando el sajón la viera temblar, se produciría alguna reacción en aquellos ojos de hielo. No fue así.

—Entiendo.

—En ese caso, estáis mejor que yo.

Volvió a agarrarla con fuerza por el brazo. Sakura vio que la obligaba a bajar la colina con él. Los pies casi no le tocaban el suelo.

Estaba atrapada por sus propios actos. Jamás podría escaparse de un hombre como aquél y, si lo conseguía, su destino volvería a ser exactamente el mismo del que él la había apartado.

Trató de escaparse por última vez, retorciéndose y pataleando sin previo aviso. Notó que él la inmovilizaba con un débil suspiro de exasperación. No le había costado esfuerzo alguno. No habló.

Sakura lo miró completamente aterrorizada. Ella había utilizado toda la fuerza de la que disponía y él casi no se había dado cuenta. No volvió intentarlo.

Atravesaron las ruinas de las casas en llamas. La gente corría despavorida, gritando. Era el final del mundo. Sin embargo, después de Ragnarok, cuando el mundo fue destruido, nació un nuevo comienzo. Desgraciadamente, Sakura no creía que lo hubiera después de lo ocurrido.

Ninguno de los que huía se acercó a ellos. Era como si estuvieran atravesando aquella destrucción sin formar parte de ella. Sakura comenzó a sentirse completamente irreal. Su vida entera había desaparecido y todo se estaba desintegrando ante sus ojos sin que pareciera que nada la tocara. Lo único que lo hacía era el hombre que caminaba a su lado.

Siguió andando, aunque comenzó a sentirse presa de una creciente sensación de mareo. La silueta de las construcciones de la ciudad y del reflejo de las llamas perdió todo significado, como si no tuvieran nada que ver con ella. Lo único que siguió siendo real en aquella creciente oscuridad era el sajón y la fuerza con la que le agarraba el brazo.

Se tropezó con algo. No miró porque no quería saber lo que era. Notó que él la ayudaba a incorporarse, pero aquella vez a Sakura le resultó imposible moverse. No podía colocar un pie delante del otro.

El guerrero se detuvo. Tal vez la soltaría. Tal vez decidiría que ella no valía la pena y la dejaría allí para que muriera. Sakura notó que la cota de malla se le deslizaba alrededor de la cintura y que la ponía en contacto con el sólido cuerpo. Contuvo el aliento y notó que la cabeza le descansaba sobre el hombro de él. El cabello de Sakura quedó extendiendo, derramándose en ingobernables ondas sobre el pecho y los hombros del guerrero. Pensó que todo había terminado. Sin embargo, la profunda voz de él resonó muy cerca del cabello de la joven y dijo.

—No está lejos. Al lado de las murallas hay un granero y unos cobertizos de almacenamiento. Allí es donde vamos.

Comenzó a andar. Sakura movió los pies. El guerrero aún no la había atacado. Esperaría hasta que llegaran a su destino. Dos palabras resonaron una y otra vez en su pensamiento. «Las murallas». Si el lugar al que el guerrero quería llevarla estaba al lado de la muralla de la ciudad, Sakura podría encontrar oportunidad de escaparse de él. Si era capaz de llegar hasta el bosque, lo conseguiría. La libertad.

Una pequeña esperanza se iluminó dentro de ella. Sobreviviría, costara lo que le costara. Siguió andando. Le resultaba más fácil porque él soportaba la mayor parte de su peso. Sin embargo, la sensación de mareo y de irrealidad que ella estaba experimentando pareció sólo incrementarse. Era como avanzar en un sueño. La luz se iba haciendo más tenue. No había llamas y todo estaba mucho más silencioso. También había menos personas. Sólo el guerrero y ella. Nada más en el mundo. Empezó a perder el sentido.

—Ya estamos.

Siguió andando. Era imposible que se hubiera desmayado, dado que no podía estar inconsciente y caminar al mismo tiempo. No obstante, descubrió que tenía la cabeza apoyada contra el hombro de él y que una mano se le había apoyado sobre la hebilla del cinturón del que le colgaba la espada.

El pánico se apoderó ella y le hizo recuperar el sentido. Se apartó de él todo lo que pudo. El guerrero la agarraba con fuerza por la cintura y la sujetaba con una facilidad que resultaba aterradora.

Sakura trató de averiguar cuánto faltaba para llegar a la puerta de la muralla.

—Las puertas están vigiladas —le dijo su captor—, y los bosques están llenos de los restos de un ejército en retirada. Dudo que el hecho de que sean tus compatriotas daneses te salve.

La parte más cuerda de su cerebro le decía que él tenía razón. Sin embargo, debía de haber algún lugar en que pudiera esconderse, donde nadie pudiera encontrarla, ya fuera danés o inglés.

No le quedaba elección.

—Dejadme marchar.

-o-

Cuando la miró, él pensó que aquella joven no parecía más sustancial que un espíritu. La muñeca que tenía aprisionada entre los dedos era tan delicada que podría haberla quebrado con dos dedos.

La mujer era danesa, una invasora de su tierra, una más de la fuerza terrible y destructora que había asolado todo lo que había encontrado a su paso. Su esposo, de cuya muerte le había informado ella misma, habría asesinado y herido a hombres a los que él conocía, con los que había luchado.

El deber de los que quedaban vivos era vengar a sus muertos. Cualquiera se lo habría dicho así, a excepción de su sacerdote y, por razones de experiencia política, el rey de Wessex. Tal vez.

Observó el pálido rostro de la mujer. Tan danesa, desde el extraño cabello rosado, el sutil maquillaje de ojos y el escandaloso vestido, una túnica recta de lana sobre una fina camisa que dejaba sus esbeltos brazos a la vista.

Aquella mujer era su enemigo. Aquella mujer estaba asustada. No se parecía en nada a su difunta esposa. Reprimió los recuerdos que no conducían sino al desastre, era un camino que no había permitido vuelta atrás desde el día en el que había pedido en matrimonio a Ten-ten. Ella que era tan hermosa, tan rebosante de incansable energía, tan lejos de su alcance hasta el fin. Ten-ten, que, como siempre, se había apresurado a encontrarse con su destino, un destino que no se merecía.

No había habido redención alguna para aquel desastre. El destino debía seguir su curso, aunque, como en aquel caso, estuviera equivocado.

Aquello era lo único en lo que él podía pensar. El destino. Aquella mujer había elegido poner el suyo en sus manos y él lo había aceptado. Había hecho huir a sus perseguidores. Había sido elección propia. Sabía que no podía comportarse como lo habrían hecho aquellos hombres, pero… pero no podía soltar la frágil muñeca de aquella muchacha.

Observó los delicados huesos envueltos por su guantelete. Debería rompérselos. Debería romperle el cuello del mismo modo en que un valiente vikingo le había roto el suyo a Ten-ten. Sin embargo, sabía que no podía hacerlo.

Lejos de allí, en la parte más alta de la ciudad, alguien gritó. Aquel sonido no transmitía nada más que desesperación e hizo que él sintiera náuseas, por el grito y por la insensatez de la batalla. Por lo que había ocurrido después. Al menos, aquello ya no lo estaban haciendo sus hombres.

Se escuchó de nuevo aquel grito y los atravesó a ambos. Sintió que ella se encogía. Dejó caer la espada, que valía más que el rescate que se pagaría por un rey y la asió a ella con ambas manos.

—Si permaneces a mi lado —le dijo—, estarás a salvo. Te doy mi palabra.

Se detuvo. Había sido una locura decirle aquellas palabras a una mujer danesa, pero no había podido impedirlo. Se sentía en las garras del destino. Alguien abrió una puerta cerca de ellos y rompió la oscuridad con la luz de una antorcha. Esta iluminó los enormes ojos verdes de la joven.

—¿Te quedarás a mi lado?

-o-

Sakura pudo ver el rostro del sajón. Bajo la inesperada luz, sintió perplejidad. Le pareció ver en él un dolor similar al que ella sentía. Observó fijamente los rasgos duros y masculinos que se ocultaban bajo el casco de batalla. Vio sus ojos. Se olvidó de la ciudad en llamas y del ejército sajón. Se olvidó de los vikingos que se escondían en los bosques. Se olvidó de todo.

Sólo existían ella misma y aquel desconocido. No había nadie más en el mundo entero.

Lo miró a los ojos y supo, de un modo que desafiaba a la razón, que la respuesta que ella le diera no sólo decidiría su propio destino, sino también el de él.

—Sí.

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¿Qué les pareció el primer capítulo de esta historia?

A mí me encanto, yo espero que a ustedes también…

Si me dejan varios comentarios yo creo que subiré el siguiente capítulo la próxima semana.

Gracias por leer