"No me hagas llorar, me acostumbro a que ya no estas y, aunque no quiera, lo admitiré ya que es la verdad..."


CAPITULO 50

Los meses siguientes luego de las crueles palabras de Francis y el desastroso final, si bien fueron dolorosos, empezaron con el tiempo a ser mejores. Noticias nuevas llegaron a sus respectivas vidas. La señora Bonnefoy celebraba su sexto mes de embarazo mientras que la señora Kirkland su segundo mes. Entre ambas familias pese a que sus hijos ya no eran pareja, la amistad no se perdió y las dos señoras se reunían con frecuencia, ya fuese para tomar el té o para discutir los nombres que le pondrían a sus respectivos bebes.

Arthur dejó a un lado su búsqueda del amor y se olvido de la modestia de la que una vez presumió. Se transfirió a otro departamento, ya no mas casos de demandas por patentes, ahora solo se dedicaba a asesorar a la familia a través de un pequeño despacho que se encontraba en el condado vecino de Bedfordshire, a un par de horas de distancia de su casa.

Como ya no deseaba saber nada más de Cambridge, el mudarse a Bedfordshire fue la mejor decisión que pudo haber tomado. El lugar era agradable y la gente muy feliz, cosa que a su parecer era algo positivo, después de todo, necesitaba algo de felicidad en su vida para olvidar ese trago amargo del pasado. Dejó a un lado las pretensiones y actuaba como realmente era, un orgulloso Kirkland. Asistía a fiestas de la alta sociedad con gran frecuencia, se codeaba con empresarios y artistas, tratando bien al que le caía bien y despreciando a los que les cayera mal.

El cambio tan repentino de este al principio abrumo a la familia, a excepción de Ian que lucia muy feliz por su hermano, sabia que era el primer paso para olvidar a ese francés de pacotilla. De vez en cuando, el pelirrojo le iba a visitar, le gustaba intercambiar sarcasmos con su "nuevo" hermano, le encantaba irse a beber con el todos los viernes pero lo que mas apreciaba, era el hecho de que ese lazo casi roto por los años, parecía estarse restableciendo.

Pero a pesar de todo eso, cuando Kirkland se encontraba en la soledad de su apartamento, sacaba de su cartera un pequeño papelito doblado y algo gastado y lo veía con sumo afecto, se trataba de la única foto de Francis que pudo conservar. Le extrañaba, aun le amaba pero sabía que este ya no.

Bonnefoy en cambio, continuó viviendo en casa de sus padres, continuó trabajando como un obseso y pocas veces dedicaba a disfrutar de la vida. Debido al tiempo que empleaba en su restaurant, este creció de forma increíble, las críticas siempre eran positivas y las estrellas nunca bajaban de cinco. Estaba disfrutando del éxito y le gustaba compartirlo con sus padres quienes iban a cenar a dicho lugar al menos una vez a la semana.

De los pocos ratos libres que dedicaba para si, decidía pasarlos con la familia, admirando como la panza de su madre poco a poco iba creciendo, maravillándose de lo hermosa que esta y la señora Kirkland se ponían y más de una vez se preguntó como seria el futuro miembro de su familia.

Y al finalizar cada día de trabajo, en la soledad de su oficina, con una copa de vino en mano y una foto de Kirkland en la otra, se lamentaba lo cruel que había sido pero sabia que era necesario, que él se lo merecía por haberle sido infiel.

Una noche como otras, mientras la hacia de mesero debido a que el restaurant estaba totalmente lleno, Francis se topó con el culpable de que su vida amorosa estuviera arruinada. Sostenida del brazo de este, iba una hermosa mujer de ojos miel y de inmediato sintió gran ira, no era justo que ese tipo estuviera bien acompañado, no después de lo que hizo con Kirkland y él.

Se acercó a la mesa y les mostró el menú, de inmediato el sujeto le reconoció –eres la pareja de Kirkland, ¿verdad?- dijo con una sonrisa en sus labios. Francis sintió como la bilis burbujeaba desde su esófago y fingió una sonrisa.

-ya no es mi pareja, decidí ponerle fin a la relación- contestó sin apartar la mirada, intentando ver al menos una señal de interés por parte del otro.

-es una pena, lo lamento mucho por Arthur- comentó afligida la dama de ojos miel –ya que por fin había comprendido porque se sentía así- suspiró, cerrando sus ojos de paso.

Francis no parecía entender a que iban los comentarios de esos dos -¿acaso estaba enfermo?- preguntó por cortesía y porque muy en el fondo, sentía curiosidad.

-de amor- intervino el castaño –estaba enfermo de amor por ti-

-si estaba enfermo de amor por mi entonces explícame que sucedió en el auto ese día- dijo sin tacto alguno, esperando a que la acompañante de este se sobresaltara y le reclamara de la infidelidad, en cambio, la risa de ambos rompió el ambiente tan serio que se había formado.

-¿te refieres al incidente del cinturón de seguridad?- preguntó el castaño, riendo de solo recordarlo.

-¿cinturón de seguridad?- repitió extrañado el francos.

-si, no recordaba que mi hija lo había roto y Arthur quedó atrapado, tuvimos que forcejear mucho para poderlo destrabar- comentó – pero ¿Cómo lo sabes?- preguntó, creyendo intuir lo que vendría.

El oji azul comprendió entonces que todo había sido un malentendido que él no tuvo la molestia de esclarecer, solo se dejó llevar por el momento sin dejar al oji esmeralda defenderse. De pronto, se sintió como un patán –mal interprete la situación- admitió.

Las sonrisas de la pareja se transformaron en una mueca llena de compasión. La oji miel se levantó de su asiento y tomo al rubio de los hombros, haciéndolo mirarla a los ojos –pídele disculpas al menos- le pidió.

-temo que eso no podrá ser posible- dijo abatido –hice que me odiara-

Ella negó con la cabeza –si te ama tanto como creo que realmente te ama, te perdonara- asumió.

Necesitando tiempo para pensar bien las cosas, Francis abandonó a la pareja, agradeciéndoles por escucharlo y diciéndoles que la casa invitaba.

Mientras tanto, esa misma noche en el apartamento de Kirkland, este y su hermano disfrutaban de una velada de hombres, es decir, ver el futbol y beber cerveza. Los dos disfrutaban pelear por quién era el mejor goleador o el mejor defensa. Brindaban chocando sus latas de cerveza, comían puños y puños de papas fritas sin fijarse en los modales e insultaban a diestra y siniestra si el árbitro intentaba hacer de las suyas.

Durante los comerciales, Ian aprovechó a abrir una nueva lata de cerveza y dejo caer su peso en el respaldo del sillón -¿aun sientes algo por Bonnefoy?- preguntó desinteresadamente, como si se tratase de algo trivial y sin importancia.

El oji esmeralda se sobresaltó por la pregunta y despegó la vista del televisor -¿para qué quieres saber?- se puso a la defensiva, claro que sentía algo por el francés y no solo "algo" sino que MUCHO.

-curiosidad- contestó, dando un sorbo a la cerveza –y si un día llegara pidiéndote perdón de rodillas, ¿lo perdonarías?- volvió a preguntar.

Por un instante, las manos le temblaron y el corazón se sobresaltó. Cerró sus ojos y empezó a recordar todo lo que había pasado entre los dos, en especial lo ultimo y se dio cuenta que realmente no sabia que contestar, por un momento había pensado que "si" pero después de recapitular recuerdos, sentía que posiblemente seria un "no" –no lo se- respondió sinceramente.

No creyendo del todo, el pelirrojo poso su mano derecha en el hombro izquierdo de su hermano, dándole ligeras palmaditas –cuando llegue el momento, obedece al corazón, si te pide que lo perdones, hazlo- le aconsejó, era lo mejor que podía hacer como hermano. Luego de eso, el tema no volvió a ser tocado y el resto de la noche transcurrió sin problema alguno.

Días después de su encuentro con la pareja, Francis continuaba pensando en todo lo que habían dicho y en todo lo que había hecho. Pedir o no pedir perdón, siempre se preguntaba lo mismo. Tal ves había sido muy duro con el inglés, tal ves el también tenia toda la culpa en lo que paso, tal ves no supo comprenderlo a como debía, habían muchos tal veces que rondaban por su cabeza que no le dejaban en paz.

Si tan solo le hubiera preguntado al ingles que le pasaba, si hubiera puesto mas atención a las señales, si le hubiera dado el beneficio de la duda, si no le hubiera dicho esas cosas tan terribles, si no se hubiese cegado por los celos y la ira… pero el hubiera no existía y lo sabia muy bien.

Confundido y con la cabeza hecha un lio, decidió por tomarse unos días libres, sabía que necesitaba pensar mejor la situación y sobre todo, recurrir a las personas más sabias que conocía: sus padres.

Bajo por las escaleras y se metió al despacho de su padre, importándole poco si este estuviera ocupado o no y se sentó en la silla que daba de frente a él –necesito ayuda- dijo monótonamente.

El señor Bonnefoy quien leía unos contratos relacionados a una compra-venta que planeaba hacer, dejo a un lado su lectura y miro a su hijo a los ojos -¿en qué?- demandó saber. Francis abrió su boca dispuesto a articular su respuesta cuando fue interrumpido por su madre quien acababa de entrar al despacho con una taza de café para su esposo y esta al notar su presencia, le interrogó la razón del porque estaba en casa y no en el trabajo.

-es sobre Arthur- dijo, ignorando las preguntas de su madre –le hice algo terrible- admitió incomodo.

Sus padres se espantaron ante las palabras de su hijo puesto que "terrible" era algo que este casi nunca utilizaba -¿tiene que ver con el rompimiento de su relación?- quiso saber la señora y el otro asintió, explicando todo desde el principio, no conteniéndose en guardar nada, diciendo con lujo de detalle lo que sintió, pensó y vio durante todo ese tiempo. Al finalizar, centró su mirada en sus padres y estos lucían decepcionados de él.

-¿Por qué lo hiciste Francis?- demandó saber su madre con un tono lleno de dolor -¿Dónde quedo en ese momento todo el amor que le jurabas?- añadió, sintiéndose mal por el que fue su yerno.

-¡estaba molesto!- intentó defenderse –no pensé ni vi con claridad-

El señor Bonnefoy quien se había mantenido al margen de la discusión, decidió intervenir al ver como se estaban caldeando los ánimos de ese par de impulsivos –tranquilízate mon amour, piensa en él bebé y tu también Francis, tranquilízate y piensa con esa cabeza que tienes sobre tus hombros- advirtió, pensando en como abordar lo que diría a continuación –si realmente estas consiente de que todo fue tu culpa, al menos deberías irle a pedir disculpas-

-¡¿y de qué me sirve pedírselas?!- ladró aun exaltado por la previa discusión con su madre –si al final lo que una vez tuvimos ya no regresará-

-y me parece perfecto que no regrese, no tendría cara para dirigirle la palabra a Kirkland padre si volvieras a herir a su hijo de la forma que lo hiciste- dijo sin consideración alguna a su descendiente –al menos piensa que si se las pides, con el tiempo volverás a tener a un amigo- explicó, intentando mostrarle el lado bueno de todo.

Mas molesto consigo mismo y sin ninguna idea de qué hacer, abandonó el despacho y salió de su hogar, por el momento era mejor mantenerse alejado de ahí. Tomo su cartera y las llaves de la casa y salió a la acera, caminando sin dirección alguna, solo buscando un lugar donde irse a desahogar. Al final, como si de una maldición se tratase, terminó yendo al lugar donde todo había iniciado: el bar.

Dentro de este, se sentó en el mismo banquillo donde se sentó la primera vez que conoció a Kirkland y miró hacia su izquierda, cerciorándose que Arthur no estuviese ahí –si buscas al chico, temo que no lo encontraras- advirtió el barman, ese sujeto regordete que había sido testigo de toda la hermosa historia que se había desarrollado entre ambos. Francis se sobresaltó por la obviedad de su intención y de inmediato dirigió su mirada hacia el señor y este le hizo un gesto de asentimiento, un saludo mudo -¿Qué le trae por aquí?- preguntó curioso, el oji verde le había puesto al corriente la ultima vez que había estado ahí pero quería saber la versión del oji azul.

-busco aclarar mi cabeza- argumentó, señalándole una botella de vino rosa que se encontraba en los estantes de en medio, ese tan amargo y fuerte que le gustaba beber en dichas ocasiones.

El barman rio ante la aseveración –si me permite, no creo que el alcohol sea el mejor remedio para ello- advirtió, sirviéndole de todos modos un poco del liquido en un vaso de cristal –y si no es mucha indiscreción, el problema que le aqueja ¿tiene qué ver con cierto rubio de ojos verdes?-

-¿tan obvio soy?- preguntó el de cabellos semi largos antes de darle el primer sorbo al vaso de vino y el barman solo negó con la cabeza y sonrió –pero si, lo admito, todo esto tiene que ver con ese ingles oji verde-

-¿le parece bien si me cuenta su problema?- se ofreció de inmediato, sirviéndole de paso la segunda ronda de vino rosa –eso si no hay inconveniente alguno-

Francis no se molestó en ello y empezó a contarle el incidente del auto, lo del apartamento y la conversación en el restaurant. El barman escuchó atento, solo asintiendo cuando era necesario, frunciendo los labios cuando algo parecía molestarle y rellenando el vaso cuando este se vaciaba -¿y sus padres qué dicen al respecto?- preguntó finalmente, como dando por finalizada la conversación.

-que me disculpe- respondió el oji azul –pero creo que eso no solucionara nada- agregó.

Los labios del tendero se fruncieron ante lo pesimista que resultaba ser el chico –eso quiere decir que realmente no estas arrepentido de todo lo que hiciste- sentenció, sintiéndose indeciso de confesar la versión que Kirkland le había confiado aunque sabia que tenía que hacerlo –le rompiste el corazón al pobre chico, le pisoteaste todos esos nobles sentimientos que tenía, lo lastimaste profundamente y él aun así, hasta el último minuto te quiso como no te imaginas. Vino a este lugar noche tras noche y se quedaba hasta la hora del cierre, llorando por ti, incluso la ultima vez todavía lo hizo-

Al parecer el francés no se esperaba dicha aclaración, no le pasaba por la cabeza lo que el otro había sufrido, después de todo, solo se había enfocado al dolor propio, ignorando el de los demás y si lo veía desde el punto de vista del barman, si, le debía una enorme disculpa al otro a pesar de que seguramente le daría un puñetazo en su hermoso rostro y preparándose mentalmente para eso, surgió una pregunta nueva: ¿Por qué Arthur no se defendió de las acusaciones infundadas?

No teniendo en claro la respuesta de aquella pregunta, miro al señor regordete y este solo se limitó a servirle otra ronda de vino –tu no le diste la oportunidad- dijo al aire, como sabiendo lo que pasaba por su cabeza.

Luego de aquella ultima ronda, pagó la cuenta y se dirigió a la puerta, no sin antes recapacitar sobre lo último que dijo el barman -¿Por qué dijo que lloró incluso la ultima vez que estuvo aquí ¿acaso ya no ha vuelto a regresar?- preguntó.

El sujeto quien estaba levantando la botella de la barra, le miro extrañado – ¿no te enteraste?- dijo escéptico –hace unos meses que se mudo- agregó. Francis de inmediato palideció, no se esperaba escuchar eso.

Mientras tanto, en la hermosa Bedfordshire, Kirkland se encontraba trabajando en una asesoría legal de suma importancia, al parecer su padre y hermano erraron en el registro de una patente y una empresa rival aprovechó aquello para registrar como propia y ahora se encontraba en un tremendo caso del cual no tenia ni idea de como resolver.

Leyó y releyó los papeles, entendiendo enseguida que no podría hacerlo solo y que necesitaría la ayuda del otro abogado de patentes que se encontraba en Cambridge. Sabiendo aquello, tiró los documentos sobre el escritorio y suspiró, no deseaba regresar a su hogar, a ese lugar que le traía recuerdos amargos.

Se dejó caer sobre el sillón y sacó una cajetilla de cigarros de uno de sus cajones, encendiendo uno en el proceso; recientemente había adquirido el habito de fumar cuando se estresaba demasiado y aunque no era frecuente, sabía que empezaba a convertirse en un mal habito que debería eliminar de inmediato pero así como el otro mal habito que tenia (ver la foto de Bonnefoy antes de irse a dormir), lo dejaba continuar.

Con el cigarro en su boca y el humo de la nicotina pasando por sus pulmones e impregnando la pequeña oficina, cerró sus ojos y dejó que sus pensamientos vagaran libremente. Para su mala suerte, una imagen del francés apareció en estos como si se tratarse de una maldición de rostro bonito, sonrisa seductora y voz aterciopelada. Sabía que debía abrir los ojos, obedecer a su cerebro y maldecir a su corazón por tener aun fuertes sentimientos hacia ese sujeto pero no hizo caso a ninguno de ellos y continúo viendo aquella ilusión que negaba a abandonarlo.

El cigarro terminó de consumirse en su boca y las cenizas se esparcieron por toda su ropa, como grises marcas que deja un amante. Al darse cuenta de ello, maldijo a sus divagaciones y se maldijo a si mismo por haber caído en ellas.

Sabiendo que no tenía mas razones para continuar en la oficina, se levantó del sillón, sacudió las cenizas de su ropa y recogió todos los documentos, guardándolos en su maletín. Abandonó el lugar y se dirigió a su hogar, tenía que preparar el equipaje que llevaría a casa de sus padres y de paso, avisarles que iría.

La mañana siguiente, a primer hora, abandonó Bedfordshire y se dirigió a Cambridge. Durante el camino, el tren donde iba hizo una escala técnica, estaría atrapado en un pequeño pueblo rural el resto de la mañana. Al parecer ese no era su día pero eso no lo desmotivaba así que con solo equipado con su abrigo y su cartera, salió a recorrer las calles del pintoresco lugar, buscando primero un lugar donde desayunar.

No tardó mucho en encontrar uno, parecía una casa como la de las pinturas de la casa de su abuela, esas llenas de hierba, enredaderas y flores vistosas y con humo emanando de una pequeña y modesta chimenea. En cuanto cruzó por el umbral, un joven muy parecido a Bonnefoy le dio la bienvenida y de inmediato su corazón se detuvo, no estaba preparado para un encuentro con alguien ligera y aterradoramente parecido a su ex-novio. Intentó huir con el rabo entre las patas de aquel sitio pero el atento joven lo tomo del brazo y lo guío a una pequeña mesa de dos sillas.

-es nuestro primer cliente del día, la casa invita- argumentó el joven y se retiró a toda prisa a la cocina.

Arthur suspiró resignado ante la mala suerte que lo aquejaba y admiró al joven que lo acababa de atender. Si bien físicamente era idéntico a Francis, ese mentón lampiño y cabello castaño claro denotaba una tremenda diferencia además había que incluir el hecho de que el aura a su alrededor no era tan "francesa" como la de su ex.

No pasaron siquiera diez minutos cuando el mismo joven regresó, al parecer ese sitio estaba necesitado de empleados –nuestra especialidad- advirtió, guiñando un ojo. Kirkland no pudo más que reírse engreídamente, casi como un bufido, al darse cuenta que ese sujeto estaba intentando ligarlo.

-te recomendaría dejes de tirar piedras al aire- comentó el oji verde mientras se acomodaba la servilleta bajo su cuello.

El castaño al verse descubierto se mostró decepcionado –en algún momento a algo pegará- contestó, terminando de acomodar los platos alrededor de la mesa, sentándose frente al rubio una vez termino aquello -¿Qué le trae por aquí?-

-escala técnica- respondió antes de darle el primer bocado al desayuno –…y trabajo-

-entonces… ¿nada de amor?-

-ni una pizca-

-y… ¿no le gustaría tener una aventura fugaz?-

Ante la pregunta hecha, Arthur dejo de cortar el tocino y sin bajar sus cubiertos, miro fijamente al sujeto frente a él –no y menos con alguien con el aspecto de cierta persona que repudio-

El joven en ves de mostrarse ofendido, lo miro inquisitivamente, como si leyera algún significado entre líneas -¿acaso te recuerdo a un viejo amor?- preguntó curioso y Kirkland se limitó a ignorarlo lo mejor que podía -¿o quizás a uno muy reciente?-

-no, me recuerdas a un error- respondió algo irritado, el desayuno empezaba a saberle mal.

-te… hizo mucho daño ¿verdad?- bajo la voz el castaño claro, sabía que ya había cruzado una línea que no debía de haber cruzado y empezaba sentirse incomodo.

El oji verde se metió una doble porción de papa a la boca en un intento de no decir algo cruel al curioso sujeto y ante la evasiva, el otro lo tomo como una afirmación. Los ojos azules de su anfitrión se vidriaron y sus facciones se endurecieron en una mueca llena de culpa. Las manos que se habían mantenido bajo su mentón se extendieron hacia las suyas, arrebatándoles los cubiertos, dejándolos a un lado, tomando sus manos entre las del él, mirándolo a los ojos. Arthur tragó en seco y sostuvo la respiración.

-perdón- pronunció lleno de culpa –ese sujeto te hizo daño y yo me parezco a él así que es como si yo te hubiese hecho daño- se justificó, mirando a los ojos al rubio, mostrando su mejor rostro de arrepentimiento – y sé que si yo me siento mal por ello, él también… muy en el fondo él también- intuyó.

Kirkland sintió quebrarse en ese instante, era como ver a Francis arrepentido por todo lo que hizo y su barrera, la autodefensa contra franceses se fragilizó. Las palabras de ese joven le llegaron al corazón y aunque no lo admitiera, esperaba que el verdadero oji azul le dijera las mismas palabras. Por inercia, una lágrima rodo por su mejilla, regresándolo a la realidad.

Sintiéndose tonto por llorar ante las palabras de un desconocido, el oji verde se limpió con rapidez las lágrimas y se levantó de su asiento –t-tu estas p-perdonado- dijo con su voz algo quebrada –pero el otro sigue siendo un wanker idiota- admitió con amargura. El joven rio ante la aclaración y dejo al rubio partir, ya le había robado mucho de su tiempo.

Cuando regresó a la estación, se quitó el abrigo, aventándolo sobre una banca, empezaba a sentir calor, esa situación le hizo sentir calor a pesar de las bajas temperaturas que empezaban a hacer presencia ese año. Sacó de su bolsillo un cigarro y lo prendió con rapidez, inhalando profundo el humo, impresionándose a él mismo lo rápido que había adquirido practica en ello. Luego de ello, esperó con paciencia a que regresara su tren, retomando el viaje un par de horas después.

En cuanto puso un pie en el andén, su madre lo abrazó, sorprendiéndolo de paso, no se esperaba tan efusivo recibimiento, sin embargo, lo correspondió con el mismo afecto. Detrás de ella, Ian y su padre le esperaban con documentos en mano, al parecer no descansaría hasta que el caso fuera resuelto.

Mientras su madre se llevaba la maleta a la casa, él, su hermano y su padre se dirigieron a las oficinas donde se encontraba el otro abogado encargado de patentes. En el camino volvió a darle una leída a los documentos, remarcando ciertas líneas y haciendo apuntes pertinentes; de paso, aprovechando la presencia delos "culpables" en cuestión, les interrogó lo suficiente para conseguir pistas que lo ayudaran a desarrollar una contrademanda.

Una vez estando en la oficina, fue llevado con el otro abogado de patentes con quien de inmediato se puso al tanto, compartiendo información que tenían. Con cierta cortesía en su tono de voz, pidió a sus familiares que se retirasen y que no les molestasen a menos que ellos lo desearan a así, posteriormente les cerró prácticamente la puerta en las narices y continuó trabajando puesto que lo que mas deseaba era solucionar rápido el caso y regresarse a la hermosa y tranquila Bedfordshire.

Horas mas tarde, con cientos de documentos regados por doquier y habiendo llegado el final del horario de trabajo, Arthur tuvo que dejar ir al otro abogado de patentes, saliendo con él y dirigiéndose solo hacia la cafetería para comprar algo de beber y comer antes de regresar a lo que estaba. Iba hacia allá cuando en el camino se encontró con Patrick quien lo saludo de forma picara.

-¿de regreso?- preguntó esperanzado.

Arthur negó –arreglo la metida de pata de mi padre e Ian- corrigió –pero cuéntame ¿Cómo esta la familia?- preguntó interesado, le debía mucho a él y a su esposa por haberle ayudado en su momento de confusión (aunque claro, dicho momento acabo mal).

-muy bien, el otro día lleve a Janice a un restaurant que se encuentra en la zona restaurantera y… ¡a que no adivinas quien nos atendió!- dijo emocionado y casi exaltado.

El oji verde no tenia ni idea así que solo negó y pidió educadamente que le revelaran la identidad de la persona en cuestión.

-¡A tu ex!- explicó con el mismo tono entusiasta, ignorando como las cejas se le torcían al otro –le preguntamos que como estabas pero dijo que habían cortado- expresó, empezando a sonar menos entusiasmado – es una lastima, eso fue lo que le dije pero se veía molesto- agregó, remembrando los hechos de esa noche –al parecer pensaba que ¡tu estabas siéndole infiel conmigo!-

Una sonrisa irónica se asomó por los labios de Kirkland, era de esperarse que Bonnefoy le echara la culpa a otros de sus propios errores -¿y qué mas?- preguntó aunque no estaba interesado en saber.

-Janice y yo aclaramos el malentendido- dijo sin importancia alguna, deteniéndose a pensar bien en como diría lo siguiente –pero creo que saber lo que pasó en realidad lo afectó, de pronto se mostró pálido y su rostro reflejaba culpa, una demasiado enorme-

-¿él?- dijo escéptico, no creyendo en lo que su compañero le decía –si la sintiera, ya hubiera venido de rodillas a suplicarme perdón- agregó algo molesto.

-puede que lo haya intentado pero con eso que abandonaste la ciudad en cuanto pudiste…- cortó el otro, palmeando su hombro –si aparece frente a ti, acepta sus disculpas- dijo, intercediendo por el ofensor.

Sin más que decir, Patrick abandonó el lugar, deseándole éxito y buena suerte a su compañero y Arthur le deseó lo mismo. Cada quien retomo su camino y el resto de la tarde pasó sin problema alguno para el inglés.

Los días siguientes, Arthur y el otro abogado de patente pasaba las jornadas laborales encerrados en el cubículo, logrando encontrar una esperanza para una contra demanda al quinto día. Con papeles en mano, corrió a la oficina de su padre y le explicó como se llevaría a cabo todo, de que forma podrían proceder y como el otro abogado podría hacerse cargo de todo. El señor Kirkland por supuesto que se mostró contento, no esperaba que su hijo resolviera rápido el caso, es mas, estaba esperanzado tenerlo al menos un mes en la ciudad y sobre todo, con ellos.

Esa noche, para celebrar lo que sería un contundente triunfo, la familia decidió cenar junta. Platicaron, rieron, contaron anécdotas del pasado y evitaron hablar de la familia Bonnefoy y sobre todo de Francis en presencia del oji verde, lo que mas deseaban es que este pasara una velada feliz en lo que seria seguramente la última noche en familia puesto que estaban seguros que en cuanto amaneciera, él abandonaría la ciudad.

Del comedor pasaron a la sala para disfrutar del último té del día. Conversaban sobre el caso, sobre lo hermoso que es Bedfordshire, el clima tan frio que asoló todo el año, lo que harían para navidad y año nuevo, entre otras cosas. Los cuatro Kirkland parecían felices, disfrutaban de la ocasión y podían asegurar que este evento no se repetiría en mucho tiempo pero no todo fue felicidad en esa escena, la alta figura de un rubio irrumpió la escena.

-¡Francis!- exclamó sorprendida la señora Kirkland al verlo parado sobre el umbral de la puerta, no esperaban visita de él.

Ian frunció los labios a la sola mención de ese nombre y volteó a ver a su hermano quien de pronto había palidecido. Por su parte, Arthur cerró sus ojos y deseó que todo fuera un sueño, uno muy malo; sus manos temblaban, las sentía débiles al igual que todo su cuerpo. Giró su cabeza, temeroso de ver la figura de la persona a la que una vez amó.

Mal vestido, con la combinación mas mediocre de colores, con la ropa arrugada, sin corbata sobre su cuello, unas ojeras tremendas, la barba mas crecida de lo normal y con el cabello despeinado y sin lustre era la apariencia de Bonnefoy, alguien que más de una vez exclamó estar orgulloso de su arreglo personal y porte.

La familia Kirkland no sabía cómo es que Bonnefoy se había enterado que Arthur estaba en la ciudad, de hecho, ni el mismo Francis lo sabia, solo fue una enorme casualidad llegar en al lugar indicado a la hora indicada. Una boba sonrisa se asomó por los labios del francés y atribuyó la imagen de Arthur a una alucinación creada por su mente ante la necesidad de verlo y arreglar las cosas.

-Buenas noches- saludó de forma educada, sintiéndose incomodo ante la atmosfera que se había formado -¿p-puedo hablar c-con Ar-Arthur?- preguntó, temiendo por la respuesta de cualquiera de esos cuatro.

El pelirrojo vio que su hermano no movía ningún musculo, al parecer no estaba interesado en darle la oportunidad al francés pero sabía que era necesario que esos dos intercambiaran palabras por última vez. Sabiendo a lo que se atenía, respiró hondo y tomó la muñeca de su hermano, alzándola –por supuesto que puedes, es mas, vayan al cuarto de Arthur y discutan entre ustedes dos lo que tengan que discutir, aquí abajo estaremos esperándoles- dijo ante las miradas llenas de sorpresa de la familia, era la persona que menos esperaban intercediera en pro del francés –ah, eso si, dejen la puerta abierta- advirtió pícaramente.

Arthur miró estupefacto a su hermano, prácticamente lo había lanzado a la boca del lobo pero no puso objeción alguna, en cambio, pidió a Francis que lo acompañara escaleras arribas para poder hablar en privado.

Una vez ambos rubios abandonaron la habitación, Ian se dejó caer sobre el sillón, sobre exagerando aquel gesto mientras en sus adentros solo suplicaba que las cosas mejoraran. Su madre y su padre sonrieron cálidamente ante el noble gesto de hermandad que acababa de hacer no obstante, lo obligaron a levantarse del sillón, objetando que tenían que ir a escuchar lo que esos dos hablarían.

En la habitación, el oji verde miraba molesto al oji azul y este entrelazaba sus dedos de forma nerviosa, algo poco común en él. El inglés se sentó sobre la cama, siendo seguido de inmediato por el otro quien se colocó de frente a él. Se miraron a los ojos por breves segundos, Francis abrió y cerró su boca, buscando las palabras adecuadas.

-lo siento, lo lamento, fui un tonto- dijo al fin –hice muchas cosas que te lastimaron, no te di la oportunidad de aclararme que todo esto fue culpa de mis celos enfermizos y mi mal juicio -

-en efecto- dijo Kirkland, levantando una de sus cejas, mostrándose indiferente ante las palabras del otro.

El francés sabia que estaba perdiendo al inglés (o que posiblemente ya lo había perdido por completo) y se lamentaba por haber dejado pasar mucho tiempo, por no haber corrido y rebajarse ante esa persona que mas ama por sobre todas las cosas –sé que es tarde ya y que un perdón ya no bastará pero vivir sin ti es el peor de mis castigos y la vida se me va con cada segundo que pasamos separados-

-Francis, ¿no quieres entender que no ya hay posibilidad?- dijo el oji verde, viendo como el otro olvidaba el orgullo para demostrarle todo el pesar que asolaba su corazón –me hiciste perder toda la ilusión que existía en mi, me heriste, me elevaste al cielo para azotarme contra la tierra-

La conversación estaba empezando a tomar un rumbo decisivo, las cartas se estaban mostrando y todo parecía ser que terminaría de forma trágica. El oji azul bajo la mirada, cuanta razón tenía el inglés pero no podía desistir, por supuesto que no –un beso- dijo por último, sintiendo como empezaba a hundirse en la desesperación –solo un beso, el último y si no sientes nada, ni la mas mínima pizca de sentimientos en el, te dejaré en paz- pidió suplicante.

El inglés se iba a negar ante semejante petición pero su boca se le adelanto, había pronunciado la autorización. El rostro de Bonnefoy se iluminó y sus pupilas antes oscuras, tintinearon de alegría ante el permiso dado. El oji verde cerró sus ojos, no deseaba ver el rostro de la persona que una vez le hizo sentir mariposas en el estomago y esperó paciente a que todo terminara. Francis se acercó con lentitud hacia él, sabía que estaba jugándose el todo por el todo y mordiéndose los labios, se preparó mentalmente para dar el mejor beso jamás existido y revelar con ellos, todos los sentimientos que tenía hacia el otro.

Los labios de ambos se juntaron, calzaban perfectos como si hubiesen sido hechos para el otro. Un beso tierno y tímido con un sentimiento de necesidad desbordante se fue transformando en uno lleno de anhelo y amor, los labios se abrían permitiendo paso a las lenguas, dando permiso para profundizar y mostrar cuanto amor se tenían. Arthur maldijo en sus adentros, ese francés seguía siendo tan buen besador como siempre pero sabía que incluso él había mejorado y se notaba en la forma en como los labios ajenos se aferraban a los suyos.

La tormenta eterna que yacía en el corazón y mente del oji azul se disolvió y dio paso a un arcoíris, a una primavera, a un canto de aves; estaba perplejo por como un simple beso de su amado podía cambiar todo a su alrededor. Deseo mas pero sabía que era imposible.

Se separaron con lentitud, casi maldiciendo no haber avanzado a más. Guidaron silencio pero no apartaron la mirada del otro. Se miraron fijamente por un rato prolongado. Finalmente Bonnefoy se levantó de la cama, parecía que estaba dándose por vencido y en sus adentros, Arthur gritó que no se alejara de él, que se quedara a su lado, no obstante, su boca no pronuncio palabra alguna y su semblante se mostró duro, como últimamente se mostraba ante la sola mención del nombre de cierto francés.

Bonnefoy se arrodilló frente a Kirkland, viéndolo desde un ángulo inferior, tomando las manos de este entre las suyas, acariciándolas con delicadeza –antes de decirme tu veredicto, escúchame- pidió. Kirkland asintió, no queriendo apartar las manos de donde se encontraban a pesar de sentir como estas se incendiaban producto del roce de una piel ajena.

-este incidente me ha mostrado cuan importante eres en mi vida, no me había dado cuenta lo indispensable que te habías hecho para mi. Me hiciste crecer, me hiciste ser mejor persona, me hiciste soñar, desear un futuro mejor, me hiciste verte en dicho futuro ¡me cambiaste!- dijo con una sonrisa en sus labios y sus ojos acuosos –fui un estúpido y deje que todo se perdiera y ahora vengo a pedirte perdón pero sé que esto no ayudará en nada, lo que una vez tuvimos no regresará y es lo que mas me molesta de todo esto pero… Arthur Kirkland, solo dame una oportunidad para enmendar todo el dolor que te he causado; puede que me tarde años sino es que décadas, puede que termines odiándome mas o puede que me ames aun mas…-

Mientras la hermosa escena acontecía, afuera de la habitación se encontraban los tres integrantes Kirkland al pendiente de lo que sucedía. La señora Kirkland empezaba a lagrimear al imaginarse lo que Francis estaba por hacer mientras que Ian pedía a los cielos que su hermano tomara la decisión correcta y que él la celebraría cualquiera que fuese.

Kirkland escuchó con atención las palabras del francés, su corazón empezaba a derretírsele y las barreras anti Francis empezaban a romperse. Muchas veces se imaginó estar de frente a él, reclamarle, gritarle, insultarle, golpearle y ahora que se encontraba como se encontraba, lo único que podía hacer era llorar conmovido ante las palabras tan dulces del otro.

-cásate conmigo- pidió Bonnefoy –no te pido que retomemos algo que este roto sino que empecemos algo nuevo y mejor. No te prometo mucho, solo amor incondicional, una pequeña casa en los suburbios, un perro tal ves, unos niños si así lo deseas y mi eterna devoción así que… ¿Qué dices?- preguntó.

Frente al oji verde, se encontraba un hombre lleno de amor y arrepentido de sus acciones. Lo amaba, estaba seguro de eso, aquel beso lo había demostrado pero tenia miedo, una vez lo hirió y nada le aseguraba que no lo volvería a hacer otra vez. Confiar o no confiar, he ahí el dilema. Cerró sus ojos, recapituló desde el momento que lo conoció, las primeras palabras, los primeros encuentros, las memorias, las alegrías, los instantes más dulces y tiernos, los momentos más crudos y tristes, la unión, la separación, el primer beso, el ultimo adiós…. Su corazón mandaba pero su mente se defendía, estaba confundido pero enamorado, estaba confundidamente enamorado y ante ello, solo le bastaba con mirar el rostro con lágrimas del otro para poderse sentir conmovido.

Tomó aire y pensó con detenimiento lo que diría –Francis…. Yo….- guardó silencio para darle emoción a la respuesta que ni sabia que daría. El tiempo se detuvo y la escena se fue alejando, haciéndose opaca, oscureciéndose, dejando al aire la respuesta, solo pudiendo ser oída por los oídos franceses mas no por los ajenos.

Nadie más que Francis escuchó la respuesta de Arthur y nadie mas que ellos dos sabrían la verdad. Ni Ian, ni los señores Kirkland, ni la autora ni mucho menos las lectoras pero cada quien puede imaginar una respuesta a aquel pedido hecho por un enamorado desesperado. Todos somos libres de decidirla porque todos en algún momento de nuestras vidas hemos sido un Francis Bonnefoy o un Arthur Kirkland.

FIN


Lloro de tristeza, Francis me dio penita a pesar de lo malnacido que se comporto hasta el final. Tambien lloro de tristeza al saber que este fue mi ultimo capitulo, quien diria que despues de dos años de publicaciones esta historia llega a su fin y aprovechando esto, quiero agradecer enormemente a todas las personas que me siguieron hasta el este, el ultimo episodio, deberas que estoy mega agradecida y bueno, tambien gracias a las que empezaron a leerme y sobre todo, gracias a las personas que dejaron sus comentarios ya fuesen positivos o negavitos. Como ultimo favor, me gustaria leer la respuesta que ustedes le darian a Francis y las razones del porque, me encantaria leerlas :D.

Finalmente, asi como lo dije en el ultimo parrafo, todos en un momento de nuestras vidas somos un Arthur o un Francis, todas y todos buscamos amor, felicidad, algo en la vida y estamos tan desesperados en llegar a ello que nos olvidamos de lo que hay a nuestro alrededor. Como lo dice en mi sinopsis, la historia esta dedicada a las personas con mala suerte en el amor y aunque la historia no fue la mas motivadora del mundo, se que habran pasado un rato agradable leyendo las desventuras de este par de rubios. Espero les haya gustado el final, era el final que desde siempre tuve en mente y por favor no me linchen.

Y como publicidad, les invito a leer mi proximo proyecto que en cuanto lo tenga mas avanzado, lo publicare. Hasta entonces, gracias y sean felices.