¡Hola!

Esta historia la terminé de corregir hace poco. Está un poco fuera de temporada, pero no tanto.

Espero que les guste a pesar de todo y que aún les quede un poco de espíritu navideño como para amarla como yo lo hago.

Gracias por leerla.

Declaración: Las PPG no me pertenecen (Si fuera así la historia cambiaría en muchos aspectos, incluso podrían llegar a ser personas completamente distintas a las que conocemos.), le pertenecen a Cartoon Network y a Craig McCracken. Las utilizo sin fines de lucro, mero entretenimiento.

Advertencias: Universo Alterno, Out of Character, Brick x Buttercup.


Nochebuenas

Desde la colina en la que estaba sentado podía ver las típicas luces de colores adornando las casas en la ciudad a pesar de la lejanía, reflejando pequeños círculos brillantes en sus ojos escarlata. Estaba consciente de las fiestas en las que todos convivían felizmente en este momento. Incluso allí, alejado de las personas que se jactaban de su armonía, él podía sentir el creciente disgusto aumentando en su pecho.

Su cabello rojizo se arremolinó con ímpetu ante una fría corriente de viento, mientras los copos de nieve paraban de caer lentamente, dejando atrás una capa blanca cerniéndose sobre los tejados de las viviendas y el bosque que estaba a sus espaldas.

En su posición, aún podía escuchar sordos coros navideños con sus típicos villancicos. Veía pequeñas personas entrando y saliendo de sus casas. Y la envidia oprimió con más fuerza su pecho. Un sentimiento insano que lo obligaba a aceptarlo: él no podía ser feliz, ni siquiera en Navidad.

Estaba solo en una ciudad que nunca sintió como propia, en una casa demasiado grande para una persona, con más dinero del que necesita cualquiera para vivir plenamente. Sus hermanos lo habían dejado para seguir sus propios sueños y su padre lo había atado a la empresa que ahora sentía como prisión desde antes incluso de nacer. Él al ser el heredero del corporativo Him no podía ni siquiera a hacerse a la idea de alejarse del imperio en el que tanto había trabajado su progenitor. Se veía forzado a disfrutar de la vida llena de lujos insanos que él le había inculcado.

Cualquier chico de 26 años querría todo lo que él poseía, sí. Pero cualquier chico de 26 años no tiene ni idea de las obligaciones y restricciones que eso conlleva. Y ahora, luego de haber aceptado todo, se arrepentía.

Cuando accedió tomar el puesto de su padre frente a la firma estaba seguro de que lo disfrutaría. No obstante desconocía que con el contrato exigía más responsabilidades implícitas; como la de olvidarse por completo de tener una vida social, o la de dejar que fuera la empresa y no él quién decidiera el curso de su existencia.

Y todo eso le pesaba más durante esas fechas, en las que sus hermanos le enviaban simples postales de los lugares en los que vivían en ese momento. Ellos sí tuvieron la oportunidad de decidir a lo que se dedicarían y a él nunca tuvo algo semejante.

Esos pensamientos lo habían llevado allí. Lejos de la ciudad, de su mansión, de sus autos, de sus sofocantes servidores, de todo lo que le recordaba su frívola situación.

Esperaba que con eso la tristeza no le pegara tan fuerte, que aquello le arrebatara el asfixiante sentimiento de soledad que lo cobijaba; pero falló increíblemente.

Se levantó del suelo sacudiendo la nieve de su abrigo. Su frustración estaba ganando y aunque fuera tonto, decidió dar media vuelta y sumirse en el bosque sin seguir el camino que lo llevaría a su auto. Había ido allí con la intención de distraerse, pero ahora su plan había cambiado: Se internaría entre los altos pinos por la siguiente semana, así no tendría un constante recordatorio de su pena cada vez que viera por la ventana. Así no tendría que pasar Navidad y Año Nuevo solo.

Caminó lentamente con las manos resguardadas dentro de su abrigo marrón y ocultando el rostro entre los pliegues de su bufanda roja. A pesar de que había llegado temprano, estaba obscuro ahora. Una desventaja más de diciembre era que el sol se ocultaba más pronto de lo usual.

Tan decidido estaba a perderse que cerró los ojos sin detenerse, asegurándose de dar vueltas de vez en cuando hacia distintos lugares. No quería saber el camino a seguir para regresar. Pasó los siguientes minutos serpenteando aleatoriamente por el bosque hasta que una raíz se atascó con uno de sus zapatos y lo catapultó hacia la nieve. Abrió los ojos en el acto, pero sus manos se atoraron en los bolsillos, así que cayó de bruces contra el suelo helado.

Sintió dolor en la quijada y supo entonces que le saldría un cardenal en el rostro. Su ama de llaves se vería obligada a maquillarlo, seguro. Se levantó cuidadosamente, sin ánimos de resbalar por el suelo congelado y al observar alrededor se percató del persistente color rojo que lo rodeaba.

Sin darse cuenta había llegado a un claro del bosque, que estaba abarrotado con grandes flores escarlata. Al ponerse en pie se golpeteó la ropa para desprender la nieve y luego se volvió a inclinar para ver mejor los pétalos voluptuosos.

Se permitió percibir el profundo aroma que desprendían las plantas. El olor inundó su organismo y por un momento se sintió vivo otra vez. Soltó una gran bocanada de aire dejando que la fragancia se impregnara en su sistema, que lo transportara al lugar cálido en el que le gustaría estar, pero no lo alcanzó.

– Son hermosas. – Habló, pensando en voz alta.

– Si, lo mismo pienso. – Le contestó una suave voz a su espalda. Él se giró rápidamente por reflejo, reprimiendo un grito en la garganta que solo salió como un exhalo de sorpresa. Fue entonces cuando los vio: Dos enormes luceros verdes que lo miraban fijamente. – Ah… lo siento. No quería asustarte.

A él le tomó un segundo reponerse de su vergüenza antes de negar suavemente, tomando la actitud de siempre cuando se encontraba frente a una chica linda. Y vaya que lo era, con ese corto cabello azabache, nívea piel y brillantes ojos jade. Notó que sus manos se aferraban con fuerza a una canastilla, cubiertas por gruesos guantes negros, igual que su abrigo y botas. Su bufanda verde era lo único que hacía resaltar sus enormes orbes.

– No hay problema. – Repuso, con la voz más ronca de lo que habría querido. Se aclaró ligeramente la garganta carraspeando y continuó, dirigiendo su mirada a las flores para abordar un nuevo tema. – ¿Cómo se llaman? – Preguntó.

– Nochebuenas. – Respondió, viendo también las flores que la rodeaban en el claro. – Son la flor representativa de este día.

– Ah… ya veo. – La miseria regresó a su pecho. El cruel destino lo había llevado de nuevo a un lugar que lo hacía sufrir amargamente. Pero podría ser peor. Se recordó. Podría estar rodeado de indigentes o huérfanos que no pueden disfrutar de estas fechas porque no tienen un lugar donde hacerlo.

– Esta es la única parte en la ciudad en la florecen naturalmente. – Comentó, poniéndose de cuclillas y dejando de lado la canasta de mimbre. Dejó de verlo, para tranquilamente sacarse los guantes y tomar unas tijeras de jardín de la canastilla, luego, zanjando la conversación, comenzó a cortar una a una varias de las flores dejando los tallos largos.

– ¿Qué harás con ellas? – Se aventuró él, viendo con curiosidad los cuidadosos movimientos de la muchacha, caminando hacia ella por los espacios que había entre las flores para no pisarlas.

– Las regalaré.

– ¿A quién? – Preguntó. Ella levantó la mirada por un momento y esbozó una pequeña sonrisa que no se reflectaba completamente a sus ojos.

– A mis hijos. – Respondió, apenas audible. Un nudo se apretó momentáneamente en la garganta de él. Supo, por el tono de ella, que no se trataba de una broma, pero no pudo evitar pensar que era sumamente extraño que una mujer tan joven hablara de esa manera. Pensaba que ella era varios años menor que él y la idea de que tuviera varios hijos era extraña.

Decidió dejarlo pasar. Él no era nadie para juzgar a las otras personas. Mucho menos cuando él mismo estaba intentando que nadie viera su vida de cerca. Sabía que si lo hacían se percatarían de que no era tan perfecta como pensaban.

– ¿Necesitas ayuda? – Se ofreció, inclinándose al lado de la morena. Notó que las manos de ella estaban ya rojas por el viento helado que se paseaba por el bosque. Ella lo observó nuevamente y asintió con ligereza.

– Claro, si no estás ocupado me vendría bien un poco de ayuda.

La sonrisa que surcó los labios de ella precipitó un torrente de calor en las mejillas del joven, quien, no queriendo que se percatara de los colores de su rostro, desvió la mirada y comenzó a cortar con la punta de los dedos los tallos de las flores. No seas estúpido, Brick. Ella tiene familia. Fue ese pensamiento el que arremetió contra su pecho un torrente de sentimientos encontrados. Incluso ella, que parecía tan humilde cortando flores para sus hijos, podía ser feliz en esta fecha.

Intentó dejar de pensar en ello pero aun así se sentía molesto, incómodo. Luego de unos minutos de profundo silencio se dio cuenta de que ella había dejado ya de cortar flores y había comenzado a contarlas con los dedos. Él perdió la cuenta luego de varias. Cuando terminó, ella volvió a mirarlo, sonriéndole otra vez.

– Parece que son suficientes ya. Gracias por la ayuda. – Se levantó, tendiéndole la mano para levantarlo. Él aceptó el gesto, envolviendo sus dedos en los de ella. Aquel simple roce le dejó una suave sensación en la piel, como si un choque de electricidad lo hubiera atravesado cuando la tocó. Le gustó. Cuando se paró, ella lo soltó casi inmediatamente y el sentimiento se desinfló con un pinchazo. – ¿Qué hacías aquí antes de ayudarme? – Preguntó sonriente. Brick desvió la mirada y soltó un largo suspiro.

– Nada realmente. Estaba aquí por error. Caminaba por el bosque y me perdí buscando mi auto. – Mintió. Él no buscaba su auto, no quería encontrarlo.

– ¿De verdad? – Un brillo de preocupación se reflejó en sus orbes verdes cuando vio el asentimiento del joven. – ¿Quieres que te guie? No muy lejos de aquí está la autopista. Tal vez desde ese punto puedas encontrar tu coche.

Dudó unos instantes. No quería volver, no le apetecía seguir sintiéndose miserable por una vida que era incapaz de cambiar, pero de cierto modo presentía que ella no se iba a ir sin él. Mucho menos después de la declaración de estar perdido. Notó la mirada expectante de ella y casi sin pensarlo aceptó con un corto «Bien».

– Excelente, vamos. Es por aquí. – Dijo, girándose para seguir el sendero por el que había llegado. Estaba en sus talones mientras caminaba, pero se sorprendió de lo rápido que la chica se movía por entre los árboles y pinos. Seguro si él tuviera esa habilidad para caminar en el terreno no habría caído tan estrepitosamente en el suelo. Claro que también habría ayudado el ver el camino, tonto. Se reprendió.

Anduvieron callados por largos minutos y de alguna manera eso resultaba cómodo. No necesitaba hablar con ella para sentirse a gusto, con su simple presencia bastaba. Solo el sonido de los animales salvajes, el viento al mecer las hojas y el eco de sus pasos cortaban el relajante silencio. Aprovechó que ella iba delante para mirarla con más detenimiento. No entendía el por qué toda su ropa era negra, aunque podría ser porque ese color era más cálido en esa temporada. Algo en su forma de andar le resultaba extraño; demasiado erguida para una madre, muy segura a pesar de la vacilante nieve bajo los pies. Caminando ella parecía aún más alta y el orgullo acompañaba cada uno de sus pasos.

– ¿Falta mucho? – Preguntó, no queriendo incomodarla, pero se conocía a sí mismo, sabía que de no haber hablado habría seguido observando a la joven como un espécimen de estudio, buscando en ella todos los detalles que le gustaría conocer.

– No, aproximadamente dos o tres minutos por lo mucho. – Sentenció ella, mirándolo de reojo.

– ¿Irás con tus hijos cuando salgamos de aquí, o tienes otras cosas que hacer? – Cuestionó, interesado.

– Sí. Solo espero llegar para antes de que comiencen la cena. – Repuso, mirándolo profusamente. – ¿Qué harás tú?

– Nada. Hoy estoy solo. – Dijo, sin pensarlo. Luego se arrepintió. Se sentía fácil hablar con ella, pero sabía que no por eso tendría que molestarla en esta noche de felicidad solo porque él no lo tenía nada semejante.

– ¿No celebran la Navidad en tu familia?

– No. Bueno, al menos no este año. Mis hermanos están fuera de la ciudad, así que no puedo festejar con ellos. – Habló nuevamente sin miramientos. Ella le dedicó una sonrisa nostálgica para luego mirar de nuevo a su camino. Saltó un tronco caído y se giró a él, con una expresión renovada, ilusionada.

– Bueno, sino tienes nada que hacer, podrías venir conmigo. – Invitó, extendiendo su mano para ayudarlo a pasar el tronco. Él aceptó, esta vez solo por el gusto de tener contacto con ella. Y aquel toquecillo de energía se repitió.

– Oh, no. No te preocupes. No quisiera incomodar a tu familia. Estaré bien solo. – Susurró en respuesta, pero seguía mintiendo. Claro que quería acompañarla, buscando más de esa electricidad que ella desprendía; y era obvio que no estaría bien solo en una mansión tan grande como para darle cabida a un ejército dentro de ella.

– Hey, vamos. Mis niños estarán encantados de tenerte allí. No incomodarás a nadie. – Insistió, penetrándolo con sus profundos orbes verdes, tan brillantes que podía imaginándoselos compitiendo con la luz de las estrellas.

– ¿Estás segura de eso? – Preguntó, sosteniéndole la mirada pero sintiéndose muy lejos de allí, transportado a un lugar lejano por el color de sus ojos.

– ¡Claro!

– Bien, entonces iré contigo.

– Excelente. Mira, llegamos a la autopista. – Señaló, desde detrás de unos arbustos, el concreto nevado.

– Vaya. Desafortunadamente no sé dónde está mi auto.

– No lo necesitas. Puedes buscarlo mañana cuando la nieve se haya descongelado un poco. Por ahora te mostraré el camino para llegar a mi humilde hogar. ¿Te parece? – Preguntó, enfundándose de nuevo los guantes con una sonrisa pícara.


Después de varios minutos de caminata colina abajo habían llegado a ver pequeños vestigios de población. Pequeñas cabañas y senderos que llevaban a las haciendas de la ciudad. Entre ellos, lo que más le llamó la atención fue una enorme estructura de concreto pintada con centelleantes colores chillantes, como verde, amarillo, rojo y rosa. Tenía un gran cartel con el nombre de Colors of the Heart. Cuando la había visto a lo lejos no se imaginó de qué se trataba el edificio, pero en el momento en el que ella se detuvo delante del edificio comenzó a comprenderlo. La muchacha aspiró profundamente y exhaló una gran cantidad de vaho antes de volverse a él.

– Aquí es. Mi hogar. – Musitó por lo bajo, señalando las ventanas que estaba iluminadas por suaves retazos de luz que se escapaban de las cortinas. Él tardó un momento en comprenderlo y sin decir nada se quedó mirando las siluetas pequeñas que se dibujaban en las sombras de los cristales. – Sé que tal vez no es lo que esperabas, pero te aseguro que te encantará. – Continúo, acercándose a la baranda que rodeaba el terreno para abrirla con manos expertas y encaminarse a la entrada principal.

– Es un orfanato, ¿no? – Preguntó él, muy bajo, siguiéndola de cerca pero sin despegar su mirada de las ventanas.

– Prefiero llamarlo refugio. – Respondió, muy seria sin mirarlo. Luego de caminar por el suelo nevado comenzó a subir la escalinata previa al pórtico. Él se mantuvo junto a ella todo el tiempo.

– Claro, lo entiendo. Disculpa, es solo que no estoy acostumbrado. – Se excusó, recibiendo una mirada verde llena de sentimientos encontrados. Ella le asintió con la cabeza.

– Pocos lo están.

Abrió la puerta y cambiando rápidamente de actitud; extendió los brazos ampliamente y gritó un estridente: « ¡Feliz navidad! ».

Muchos niños se abalanzaron sobre ella. Todos de diferentes edades, abrazándola efusivamente. El pelirrojo se quedó pasmado por el cariño que todos le mostraban y entre más tiempo pasaba más pequeños se sumaban a la entrega de felicitaciones. Contrario a lo que había esperado, todos se veían saludables, rechonchos y sobre todo felices.

– ¡Butter! ¡¿Qué nos traerá hoy Santa?! – Preguntó una pequeña niña rubia con coletas a cada lado de la cabeza. Se dio cuenta de la ilusión en sus ojos cielo y no pudo evitar sentir lástima por ella, pues lo único que sabía que la morena les iba a regalar eran flores.

La susodicha, sin embargo, dejó en el suelo la canasta de mimbre y se encargó de embaucar a los niños con un extenso y bien elaborado cuento. Santa Claus había ido a verla más temprano, les dijo, y le había pedido que les entregara su regalo. Eran unas flores mágicas que concedían deseos solo para los niños que habían sido buenos, pero había condiciones. Tenían que escribir una nota con lo que quisieran como regalo esa navidad, luego lo atarían al tallo de la flor firmado con su nombre y decorarían el pino navideño de la sala con ella. Después tendrían esperar un tiempo para que sus deseos se cumplieran, pero llegarían.

Ninguno dudó de la veracidad del relato y todos tomaron su respectiva nochebuena y se dirigieron a la habitación donde estaban antes, sentándose en pequeñas mesas para escribir sus respectivas notas.

Él se quedó allí, asombrado, a la entrada de la casa mientras la última niña – una pequeña pelirroja – alzaba una flor de la canastilla y salía despedida a su tarea de decidir lo que deseaba para navidad.

Finalmente la morena se puso en pie y se giró hacia él con una sonrisa a medias.

– Estamos en quiebra. – Explicó, mirándolo. – Mis padres murieron hace unos meses y desde entonces la hipoteca y las demás deudas nos están carcomiendo vivos. Pero no puedo decírselos a ellos. Este es el único hogar que conocen. Siempre les regalamos algo, pero ahora me fue imposible encontrar la manera de hacerlo sin endeudarme más. Lamento que hayas visto esto. – Se disculpó, con verdadera pena en su voz. – Sé que tal vez no te gusten los niños, pero si pudieras quedarte y jugar con algunos de ellos te estaría eternamente agradecida. Somos pocos los que seguimos trabajando aquí y ellos se sienten solos. – Había un tono de ruego en su voz y no hizo falta nada más para convencerlo.

– No tienes que disculparte, haré todo lo que pueda… ¿Butter? – Preguntó, sin estar seguro de cómo debería referirse a ella. Por su parte, la chica soltó una suave risotada y negó con la cabeza.

– Lo siento. Con tantas cosas en la cabeza ni siquiera me presenté. Soy Buttercup Utonium, un placer conocerte. – Dijo, tendiéndole la mano para estrecharla. Él aceptó el gesto y le sonrió con ánimos.

– Yo soy Brick. – Correspondió. Luego de soltar la mano de ella se encaminó a la habitación donde ahora todos los niños estaban escribiendo sus respectivas notas, excepto un pequeño de rubios cabellos que iba de uno en uno preguntándoles diferentes cosas. – Son encantadores todos ellos.

– Lo sé. – Susurró ella, postrándose a su lado. – Ninguno merece pasar la navidad aquí, mucho menos vivir lo que ellos.

– ¡Butter! – El pequeño rubio se acercó a ellos. Por su estatura y complexión calculó que no tendría más de cuatro años. Él sostenía su trozo de papel entre los dedos y en la otra mano llevaba un crayón azul, como sus ojos.

– ¡Hay Boom! Había olvidado que aún no sabes cómo escribir. En un momento te ayudaré, ¿bien? – Dijo ella, adelantándose a lo que el niño le diría. El pelirrojo reaccionó de inmediato, inclinándose para tomar los objetos que el pequeño sostenía y le sonrió con ánimos.

– ¿Qué tal si te ayudo yo? – Preguntó, sonriéndole como pocas veces lo hacía. El pequeño pareció retroceder un poco, tímido y él actúo en consecuencia. – Vamos, amiguito. Yo soy Brick, uno de los duendes de Santa, y vine para ayudarlos a todos.

– ¡Woa! – Dijo él, ilusionado y con un brillo esperanzado en el rostro. – ¿De verdad eres un duende de Santa? No pareces uno. Eres muy alto y no tienes tu traje.

– Lo que pasa es que utilicé la magia navideña para poder disfrazarme y que nadie sospechara de mí. – Dijo a manera de susurro, muy cerca de él para ocultar el secreto.

– ¡Genial! Yo soy Boomer. – Musitó el pequeño, hablando en confidencialidad también. Brick soltó una suave carcajada y asintió levemente.

– Que bien, Boomer. Entonces… – Dijo, mirando el papel y el lápiz de color. – ¿Quieres que te ayude?

Luego de eso, pasó la Noche Buena más amena de su vida.

Después de escribir el deseo del pequeño Boomer –un automóvil a control remoto– se embarcó en la laboriosa tarea de ayudar a cada niño a hacer un nudo con su papel en el tallo de cada flor. Decoró las partes más altas del pino con las nochebuenas y jugó con todos los infantes, aprendiéndose sus nombres y contándoles el mismo cuento de ser un duende de santa.

Sin darse cuenta había olvidado por completo a la morena y no se percató de eso hasta que ella entró de nuevo a la sala anunciando que la cena estaba servida. Y como si estuvieran entrenados, todos los pequeños se abalanzaron en manada al comedor en menos de dos segundos. Él entró al final y la joven lo esperaba en la puerta con una sonrisa tan amplia que podría haber desafiado a la de Cheshire si se lo hubiese propuesto.

En ese momento cayó en cuenta de que él tenía una sonrisa parecida en su rostro. Ella se sentó a la cabeza de larga mesa y los niños ocuparon casi todos los lugares, pero la pelirroja que había recogido de última su flor le cedió su lugar al lado de la dueña del recinto.

Ella dedicó una corta oración de agradecimiento por las bendiciones y todos los niños esperaron a que terminara para comenzar a comer, sirviéndose trozos de pavo, puré de patatas, ensaladas y demás.

Fascinado por la sincronía que tenían todos para esperar su turno para tomar una porción de cada platillo se perdió por completo, hasta que Buttercup le dio un plato lleno de comida, sonriendo. Él comió lentamente sin dejar de observar a los pequeños.

Parecían tener una rutina tan hermosa que se halló preguntándose cómo alguien podría haberse permitido abandonar a estos niños. Tanta armonía y convivencia lo hacían sentir cálido. Nunca había celebrado una Navidad así. Y le encantaba.

Para las 10:30 de la noche, la morena ordenó a todos ir a dormirse, prometiéndoles nuevamente que pronto, no sabía cuándo, llegarían sus regalos. Ellos ilusionados fueron al corredor directo a las escaleras sin protestar.

Brick siguió a los más jóvenes que se dirigieron de inmediato a una recamara que tenía varias camas pequeñas repartidas equitativamente a cada lado. Notó que todos estaban cómodos durmiendo así. Supo que ellos eran familia.

Se acercó al pequeño rubio y lo ayudó a enfundarse su pijama. Lo metió a su cama y lo arropó bien para que no pasara frio. Él le agradeció y se sumió en su profundo sueño casi al instante. Después continuó de cama en cama asegurándose de que todos estaban bien. Para cuando terminó ya pasaba de media noche. Se irguió, luego de contemplar el rostro del pequeño infante moreno al que acaba de cobijar y se dio la vuelta, solo para encontrarse de nuevo con los profundos ojos jade de la chica que lo había llevado allí.

Ella le hizo señas para que la siguiera al corredor y él obedeció sin oponerse, sin darse cuenta de que aún seguía sonriendo ampliamente. Cuando cerró la puerta ella estaba con los brazos cruzados y una mirada crítica, contrario a lo que había esperado.

– Te gustan mucho los niños, ¿no? – Preguntó, esbozando una suave sonrisa apenas perceptible.

– En realidad nunca había pensado demasiado en eso hasta que los conocí a ellos. – Respondió, colocándose delante de ella y viéndola directo a los ojos. Se sentían familiares, a pesar de que estaba consciente de que jamás la había visto antes de ese día.

– Bueno, es que ellos son muy diferentes a los demás. Han sufrido más que un hombre de 60 años en muy poco tiempo. Creo que eso los ha hecho especiales. Se han vuelto más felices. – Susurró, sin dejar de mirarlo en ningún momento. Sintió el peso de sus palabras más que antes y sabía que era cierto. Ninguno de ellos estaba triste ni hacía rabietas, eran simplemente adorables.

– Ellos no se merecen esto. – Dijo, sin pensarlo. Entonces la morena retiró la mirada de él y la clavó directamente en el suelo.

– Lo sé. Aquí les damos todo lo que está en nuestras manos, pero es imposible. Ellos necesitan a sus padres y por desgracia muchos de ellos los perdieron poco después de nacer. Algunos fueron dejados aquí por otras razones, pero finalmente es lo mismo. Están solos y no cuentan con nadie salvo nosotros. – Su expresión era seria, llena de sufrimiento igual que sus palabras. – Me da mucho gusto, Brick, que hayas decidido quedarte a jugar con ellos. Estoy segura de que lo disfrutaron mucho.

– Yo también lo disfruté. – Repuso, sonriéndole y haciendo que ella lo volviera a ver. – Buttercup, ¿hay alguna posibilidad de que me permitas ayudarte? – Preguntó, no con sus palabras, sino con sus ojos. Supo, por su expresión, que no lo esperaba y tal vez que estaba un poco reacia a recibir algo de un desconocido. – Sé que no sabes mucho de mí, pero te aseguro que puedo ayudarte. Ayudarlos a ellos. Si solo pudieras confiar un poco en mí no te decepcionaré.

Ella cambió su peso a un solo pie y frunció los labios, considerándolo. La miró profundamente por largos segundos y justo cuando abrió la boca para contestar el timbre de su celular resonó haciendo eco en todo el pasillo. Disculpándose en silencio esculcó el interior de su abrigo para sacar el gran aparato rectangular y ver la pantalla. Magdalena, su ama de llaves. Sin ánimos cogió la llamada, probando bilis y girándose para no estar completamente de frente a la morena que lo veía expectante.

– ¿Magda? – Preguntó, hablando al teléfono.

– ¡Joven Brick! ¡He estado muy preocupada por usted! Todo el día lo hemos buscado y no había ninguna señal. Su celular me enviaba al buzón de inmediato. ¿Dónde está? Haré llegar a uno de los choferes para que lo recoja. – Habló ella, con su chillona y cantarina voz desde el otro lado de la línea, con un tono tan alto que temió que la joven a su lado la escuchara. Se removió incómodo.

– No es necesario, Magdalena. Estoy con una amiga cerca de las colinas. Mañana llegaré, ¿bien?

– No, joven, no puedo permitirlo. Tiene más compromisos en el corporativo y es imperativo que llegue a ellos a tiempo…

– Cancélelos, Magda, porque de ninguna manera trabajaré en Navidad. – La mujer al otro lado de la línea se tardó unos segundos en contestar.

– Bien, joven. Haré lo que me pide solo si me permite enviar al chofer a que lo recoja esta noche. – Dijo, con el tono tan autoritario que había usado desde que era pequeño para reprenderlo. Se giró a ver a la morena solo para encontrarla observando incómodamente el otro lado del corredor, ella debió sentir su mirada porque de inmediato se la regresó. Supo entonces que tal vez a ella no le gustaba mucho la idea que se quedara allí toda la noche.

– Estoy en el hogar para niños Colors of the Heart, cerca de la colina. – Dijo, sin muchos ánimos.

– ¡Joven! ¡¿Qué hace ahí?! – La escuchó, justo antes de que cortara la llamada. Se giró nuevamente hacia la morena quien tenía los labios torcidos, como si estuviera mordiendo el interior de sus mejillas y cuando vio que guardaba el celular dentro del abrigo le sonrió suavemente.

– ¿Tienes que irte? – Preguntó y él asintió con la cabeza en respuesta. – Bueno. – Habló con un tono más amargo que antes. – Gracias por haber pasado tiempo con mis niños. – Concluyó, dándose vuelta para comenzar a andar hacia las escaleras. Él extrañado la siguió inmediatamente y la tomó por el brazo para detenerla.

– Oye, no porque tenga que irme ahora significa que no volveré. Aún quiero ayudarte. – Dijo, viéndola fijamente a los ojos. Ella le regresó una mirada incrédula y soltó una carcajada fingida.

– Claro. Los ayudará luego de atender todos sus asuntos, ¿no, joven Brick? – Musitó, con hastío. Supo, entonces, que ella si había podido escuchar su conversación. La soltó, para pasarse una mano por todo el rostro y poder despejar sus pensamientos. Justo un lugar en el que lo trataban como una persona normal y su ama de llaves tuvo que venir y arruinar todo.

– Sí, lo admito. Soy una persona muy ocupada. Pero eso no significa que no me puedo dar tiempo para venir aquí con ellos, Buttercup. – Contestó, mirándola intensamente.

– Ellos no son mascotas, Brick. Ellos no pueden solo pasar un tiempo contigo, necesitan más que eso. ¿Crees que es lindo que cuando se encariñan con alguien, esas personas se vayan porque consiguen sus propias familias o porque se cansan de lidiar con niños que no son suyos? Es por eso que no me puedes ayudar. Mis niños no necesitan que los vuelvan a abandonar.

– ¿Ah no? ¿Entonces para qué me trajiste aquí? ¿Para qué, si después de que comenzara a encariñarme yo con ellos me digas que ya no puedo venir? – Preguntó, molesto.

– Tal vez te traje aquí porque pensé que eras diferente. Pero ya veo que no, si con una sola llamada de celular decides irte corriendo.

– ¡Pensé que no te gustaría que me quedara aquí por la noche!

– ¡¿Por qué, entonces, te habría dicho que no buscaras tu auto hasta mañana?! – Reclamó ella, girándose y encaminándose a las escaleras. Él la siguió, consciente de que podrían despertar a los niños allí. Intentó calmarse. No quería arruinar las cosas más de lo que ya lo había hecho. Respiró profundamente y exhaló.

– Buttercup. – La llamó cuando habían alcanzado la planta baja. Su voz calma y hasta penosa atrajo a la morena de inmediato. – Lo siento. – Musitó por lo bajo. Sin mirarla. – Entiendo que quieras proteger a los niños por encima de todo y también sé que no puedes confiar en un extraño, pero confía en mí. Yo no soy cualquier hombre. Cumpliré con lo que te estoy prometiendo, te doy mi palabra. Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudar a estos inocentes. – Rogó, levantando los ojos para encontrarlos con los de ella, y se sorprendió al ver los suaves ríos de lágrimas que se derramaban de sus cuencas.

– He confiado en muchos, Brick. ¿Qué te hace diferente? – Cuestionó, con un hilo de voz. Y aquello bastó para desarmarlo por completo.

Se acercó lentamente a ella casi con miedo de que reaccionara y lo alejara, pero no lo hizo. Levantó sus manos y con una delicadeza que jamás había experimentado comenzó a limpiar el camino de las lágrimas hasta secarlas por completo. Dejó las manos allí, apostadas a cada lado de su rostro y le dedicó una suave sonrisa, la más sincera que tenía.

– Lo único que me hace diferente es que comparto tu soledad. – Susurró y casi sin pensarlo acercó su rostro al de ella, rozando sus labios con los ajenos. Una chispa de electricidad magnética atravesó su cuerpo con aquel suave toque y se sintió feliz.

Al no ser rechazado se aventuró un poco más, consiguiendo que ese suave roce se convirtiera en un verdadero beso. Llevó una de sus manos a la nuca de la muchacha donde descansaba su corto cabello azabache y la haló hacia él, apoderándose por completo de su boca y regocijándose por completo cuando fue correspondido.

Ella colocó sus temblorosas manos en su pecho, apretando con la punta de sus dedos la tela de su abrigo mientras él enredaba los propios en su cabello. Se sentía completo con aquel contacto, con las manos de ella recorriendo temblorosas el camino hacia su cuello donde se aferró de él para acercarlo más. Cada uno de los movimientos de ella, sus roces, dejaban atrás una deliciosa descarga eléctrica. Una sensación que no había experimentado jamás con ninguna mujer llenó su pecho y lo inundó con un ánimo nuevo. Esa noche se sintió más vivo que nunca.

El calor comenzaba a llenar hasta lo más profundo de su cuerpo, apoderándose de él y poseyéndolo. Deslizó con cuidado su otra mano a la cintura de ella y la rodeó con delicadeza degustando el sabor de pudín de chocolate que habían comido como postre y algo más. La más pura esencia de ella sabía a verde, como el sabor del viento veraniego cuando las hojas de los árboles están maduras y la sensación del césped cuando estás sobre él, acariciándolo con los dedos húmedos a consecuencia del rocío mañanero.

Y justo cuando se era llevado a un lugar cálido y lejano, la dimensión que podía ser alcanzada solo por medio sus besos, el sitio más profundo de sus pensamientos, el paraíso… ella se separó, respirando entrecortadamente.

– Brick… no podemos hacer esto. Nos acabamos de conocer. – Exclamó en un murmullo, poniendo sus manos en el pecho de él y empujándolo con suavidad para que la soltara. Él supo, entonces, que tenía que tomarse su tiempo si quería llegar definitivamente a ese sitio perfecto en los besos de ella. Así que asintió.

– Lo entiendo. – Dijo, soltándola y retrocediendo un paso, solo lo suficiente para no tener el renovado impulso de besarla. – Pero ese es un problema que tendremos que solucionar, Buttercup, porque yo no quiero que sigamos siendo unos desconocidos.

– ¿De qué hablas? – Preguntó, escéptica.

– De que quiero seguir viéndote. A ti, a los niños. Quiero que me aceptes, aunque sea en un periodo de prueba. Déjame demostrarte que no soy igual a las demás personas que has conocido. – Rogó sintiendo la garganta cerrada a consecuencia de las palabras y el apasionado beso.

– ¿Periodo de prueba?

– Sí. Pruébame. Si no soy digno de tu confianza luego de eso me iré sin protestar.

Ella lo meditó por un momento, sopesando sus palabras. Y con un poco de duda en su mirada afirmó ligeramente con un movimiento de cabeza.

– Bien, pero tendrás que venir con ellos seguido. No puedes solo venir uno o dos días a la semana. Ellos se merecen más que eso. – Sentenció, con un tono de voz revelando su escepticismo y reticencia. Brick, como impulso, sonrió efusivamente y llevó sus manos a las de ella, envolviéndolas con anhelo y asintiendo varias veces con la cabeza.

– Sí, Buttercup. Te juro que no los decepcionaré, ni a ellos ni a ti. – Prometió, dándole la mirada más profunda que tenía. Ella no pudo contener la sonrisa que surcó sus labios y también afirmó con un movimiento.

– Eso espero, Brick. – Justo a la mitad de la oración el suave timbre de la entrada sonó. La morena se retiró como si hubiese sentido una aguja atravesando sus brazos y sin poder disimular muy buen su expresión molesta le retiró la mirada. – Creo que ya llegaron por ti. – Concluyó, incluso antes de caminar hacia la entrada.

– Sí, claro. – Coincidió él, yendo detrás de ella a la entrada principal. Para cuando la alcanzaron el timbre estaba sonando de nuevo. La chica la abrió sin muchas ceremonias pero no pudo evitar soltar un exhalo de asombro cuando se encontró con el hombre alto y fornido que esperaba en el rellano, con un impecable uniforme debajo de su abrigo negro.

– Buenas noches. He venido por el joven Him. – Y con la simple mención de su apellido ella terminó soltando un chillido de sorpresa ante el reconocimiento, girándose inmediatamente a ver al pelirrojo a sus espaldas. Brick soltó un gruñido de molestia y abrió un poco más la puerta para que el chofer pudiese verlo con claridad.

– Sí, sí, John, aquí estoy. ¿Cuántas veces te he pedido que no me llames así? – Cuestionó, con hastío.

– Lo siento, señor, lo olvidé. – Se excusó él, inclinándose suavemente al reconocerlo. La morena aún seguía sorprendida ante aquel trato, no cabía en la sorpresa de encontrarse con un verdadero Him en su vida. Y no solo un Him, sino el dueño del corporativo más importante de la ciudad, Brick Him. Ahora todo comenzaba a encajar en sus pensamientos.

– No te disculpes. – Declaró, aún molesto. Llevó una de sus manos hacia el hombro de la morena y le sonrió, intentando con aquello disminuir la sorpresa que inundaba su expresión. – Buttercup, este es John. – Presentó. – John, ¿Podrías esperar aquí un momento? Olvidé algo. Podrían conocerse un poco mientras regreso. – Dijo, con un tono cómico. Los otros dos asintieron ligeramente con la cabeza y sin más miramientos él regresó a la sala de estar.

Dándose prisa, comenzó a hurgar en el árbol navideño de arriba abajo buscando cada uno de los trozos de papel que había atado a flores más temprano. Procuró no hacer mucho ruido, pues no quería que la morena se diera cuenta de tal acto y cuando hubo revisado por la última flor escondió todos los papeles en un pequeño bulto dentro de su abrigo. Viéndose a sí mismo en el reflejo del cristal de las ventanas acomodó su bufanda para disimular la protuberancia y se redirigió de nuevo al corredor donde los dos morenos lo esperaban.

Contrario a lo que había esperado después de aproximadamente estar cinco minutos en la estancia, ambos jóvenes estaban en una amena charla. Ella ya no parecía tan tensa como antes pero cuando el chofer levantó los ojos para encontrarse con los de él se quedó rígido. Buttercup lo miró también, dejando a la mitad la oración que estaba formulando. Su ceño se frunció con suavidad y de pronto se encontró deseando poder tomarle una fotografía de esa forma.

– ¿Por qué tardaste tanto? – Preguntó y él no pudo evitar sonreír con más amplitud que antes.

– Buscaba mi cartera. – Mintió poco convincentemente por la risa que ascendía suavemente por su garganta. Se acercó a ella intentando apartar su burbujeante carcajada y solo lo logró viendo fijamente a sus ojos verdes aún serios.

Sin poder controlarse mucho más se inclinó, quedando tan cerca de su cuello como pudo sin sentir el deseo de inundarlo con suaves besos. Y a continuación se permitió inhalar profundamente para embriagarse con su aroma. Dejando que ella sintiera su cercanía se tomó varios segundos antes de decidirse a hablar.

– Me ha encantado estar contigo ahora. Nos vemos mañana. – Musitó en un suave murmullo y antes de que ella pudiese decirle algo alzó el rostro para plantar en su frente un beso tan cálido como se sentía, dejando que sus labios percibieran todas las sensaciones necesarias para que su corazón comenzara a correr desbocadamente.

Se retiró y le sonrió con amplitud, regocijándose internamente al notar el suave rubor que invadió las mejillas de la morena. Y antes de verse impulsado a besarla nuevamente, comenzó a caminar a la salida. Iba ya a la mitad de la escalinata cuando ella lo alcanzó tomándolo por el brazo para detenerlo y le sonrió.

– Oye, estás olvidando tu regalo de Navidad. – Susurró, tendiéndole una de las nochebuenas que le había ayudado a cortar. Él la tomó, con una sonrisa, para luego levantarla, cortar ligeramente el tallo y atorarla con una habilidad que no conocía entre su cabello azabache, viendo como el rojo de sus mejillas se profundizaba.

– Bien, así algún día tendré lo que deseo. – Murmuró, viéndola profundamente a los ojos. Ella sonrió suavemente y se alisó el cabello ligeramente, desviando su atención para que no notara lo nerviosa que se había puesto. – Hasta luego, Buttercup. Feliz Navidad. – Se despidió y ella volvió a mirarlo, asintió con la cabeza y se puso de puntitas para plantarle un leve beso en la mejilla. Ahora fue él el que sintió todos los colores invadiendo su rostro.

– Feliz Navidad, Brick. – Deseó y él solo asintió con la cabeza, girándose para caminar al auto.

Cuando subió al coche y su chofer cerró la puerta por la que había entrado se permitió contemplar a la chica con más detenimiento. La flor roja que había atado a su cabello hacía resaltar con un tono más vivo sus ojos verdes y sonrió. Si el cuento era verdaderamente cierto, algún día su deseo se volvería realidad.

John le habló y se dio cuenta de que no estaba prestando atención, pero dejando de lado su comentario se volvió a él, introduciendo su mano a su abrigo y sacando todas las notas que había hurtado del árbol.

– John, tendremos que llegar de emergencia al centro comercial o alguna juguetería que habrá a esta hora. – Sentenció dejando caer sobre el asiento a su lado los papeles para desenvolverlos uno por uno. Había tenido una Navidad perfecta y haría que los niños que se la habían regalado compartieran por completo su felicidad.

¡Fin!


¡Bien!

Esta es la penúltima entrega que haré esta noche.

Si la disfrutaron, coméntenlo y síganme para que sepan cuando actualizo el resto de mis historias. Gracias.

¡Saludos!