Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.


Forest

Corría tanto como sus piernas le permitían. Sabía que era inútil, que él la alcanzaría con facilidad, pero soñar era tan fácil...

Su respiración había pasado a ser entrecortados jadeos. Miraba aquí y allí, presa de la ansiedad.

Incluso así, corría.

Había sombras por todas partes, todo se difuminaba en tonos verdes. Raíces en todas partes, tantas que no la vio venir. Y cayó.

Aún así, le quedaban fuerzas para levantarse y seguir corriendo.

Pero ya era tarde.

Él estaba frente a ella, mirándola fijamente.

Desafiándose con las miradas.

Miel y chocolate.

La tensión era tan grande que podía jurar que él, con un toque de sus garras, podría cortarlo.

Maldito fuera el bosque, maldito él, maldita ella y sus sentimientos.

La ira fluía de forma violenta entre sus venas, así como el deseo empezaba a hacerse presente.

Y ambos lo sabían.

Era inevitable.

Sus labios chocaron brutalmente, con rabia, desesperación y hambre.

Las garras de él se posaron en su cintura. Mientras, ella daba pequeños tirones del pelo platinado.

A pesar del beso, continuaba enojada.

Pero era tan débil ante él...

Los besos de él descendían lentamente por su cuello, dejando por su piel pequeños besos junto con juguetones mordiscos. Las garras vagaban por su cuerpo, sentía como una de ellas se colaba lentamente bajo su falda y la otra acariciaba lo que encontraba a su paso.

Con la respiración agitada, lo hizo separarse de su piel de forma poco delicada, buscando su mirada una vez más.

Estas se encontraron, diciéndose así todo aquello que no habían sido capaces de decirse con palabras. Y, al mismo tiempo, desafiando al otro a contradecir lo que verdaderamente sienten.

Porque ese momento es tan sólo de ellos. En él no cabe nadie más.

El aliento de él chocaba con sus labios, haciéndolos hormiguear, y pidiendo por robarle un beso más.

Dirigió sus ojos a los labios de él, viendo como se los humedecía lentamente. Provocándola.

Y eso fue el detonante.

Lo atrajo de forma brusca y poco elegante. Lo besó con desesperación y pidiendo por más.

La sonrisa arrogante no se hizo esperar.

La ropa empezaba a estorbar, y por ello a quedar esparcida sobre la húmeda hierba.

Las caricias se hacían más osadas, los besos más fogosos, y los gruñidos y gemidos se dejaban oír por la espesura del bosque.

Una vez más, él le demostraría que era su hembra, que no había ninguna más que ella.