Y de nuevo vengo con otro fic sobre Shizuo e Izaya, dado que mi primer fic sobre ellos tuvo una tremendamente buena acogida, y en realidad me gusta mucho esta pareja.

En esta ocasión, se trata de algo mas largo que mi anterior trabajo sobre ellos, por lo cual pido paciencia a la hora de actualizar, soy un desastre para esas cosas. Intentaré no demorarme demasiado.

Queria hacer algo ligeramente diferente de mi anterior fic de Shizaya, "Inconfesable", no se que tal quedará al final. Esta vez es Izaya quien, mediante una reflexión sobre su vida, desvela algunos secretos escabrosos de si mismo. El sucio pasado de Izaya en primicia! (jo, jo, jo~~) tambien aparecerá Shizu-chan, y el cómo se conocieron, y tendrán un final muy propio de ellos. Espero que os guste!

Durarara y todos sus personajes no me pertenecen


Caminar juntos, durante el día, cogidos de la mano, bromeando, probablemente diciendo cosas cariñosas y sonriendo, no es lo mismo que tener sexo salvaje con un desconocido, en cualquier motel de carretera, a oscuras y durante la noche.

Caminar juntos durante el día, es señal de amor. De que te quiere, y le quieres. Es señal de que no debéis esconderos, porque vuestros sentimientos son sinceros, y correspondidos. De que no importa que os vean tomados de la mano, o de la cintura, o besándoos mientras esperáis a que un semáforo os permita cruzar la calle.

Ya sabéis cómo funcionan los mecanismos de una pareja.

Tener sexo furtivamente de noche, en cualquier lugar, puede incluir que tu acompañante sea un desconocido. O que solo sepas su nombre.

De cualquier forma, el acto sexual, si no es con alguien con quien compartes más que la simple atracción física instantánea de un momento de excitación, es una acción vacía, que bien puedes usar para tus propios fines, como un medio de minar la moral de tu oponente, de forma mucho más rápida y abrasadora de lo que podría resultar la psicología o los juegos de palabras. Puedes comprar la voluntad de alguien, si sabes cómo utilizar las armas de que dispones. Y el sexo es un arma muy efectiva.

Sin embargo, también es cierto que aun cuando hayas mantenido una vida sexual muy activa, si tu corazón ha permanecido cerrado, y no has experimentado en ninguna ocasión ese sentimiento que llaman "amor", si nadie te ha amado y tú tampoco has amado a nadie, es como si tu cuerpo siguiese virgen, impoluto y sin mancha. Por esa razón, yo sigo siendo virgen. Al menos, eso creo.

Estaba en segundo año de secundaria en la academia Raira, cuando me di cuenta de esto, y de otras cosas interesantes.

Desde niño, la gente solía confundirme a menudo de sexo. Mi rostro era agradable y fino, tenía los ojos pequeños y rasgados, la nariz recta, y los labios carnosos y suaves. Incluso llevar el cabello corto me hacía parecer más dulce y aniñado. Todos los adultos y los niños, me confundían con una preciosa niña, y recibía más palabras de admiración que la mayoría de la gente de mi edad.

A mi madre le parecía algo gracioso, pero mi padre no era de la misma opinión. Creo que me gané algunas bofetadas por su parte. Era su forma de endurecerme. Según mi padre, un hombre debía ser fuerte y varonil.

Supongo que debí ser una decepción continua para él.

Con los años, la cosa solo empeoró. Ya no solo mi cara se veía hermosa y femenina, sino que el desarrollo habitual en los adolescentes, no siguió el mismo curso en mí. Cuando entré al instituto, todos mis compañeros median varias cabezas más que yo. Sus cuerpos comenzaban a tomar formas musculosas, bajo sus uniformes. Podía verlos en las duchas, después de las clases de gimnasia. Incluso podía ver su vello púbico, y aquello solía causarme irremediables ataques de timidez. Al principio.

Solo al principio.

Por alguna razón, mi cuerpo mantuvo un cierto aire infantil, y, con el tiempo, unas ligeras líneas redondeadas, que además de asemejar el cuerpo de una mujer, me dieron un aire aun más ambiguo. En lugar de desarrollarme como todo el mundo esperaba, mi cuerpo siguió siendo delgado y poco musculoso, tampoco destaqué por tener mucha carne sobre los huesos, ni por tener una fuerza excepcional. Mis piernas eran más largas de que la media masculina, delgadas, y de muslos torneados, y mis brazos también eran finos y delicados. No tenia espaldas anchas, y mis hombros siempre se veían ligeramente caídos. Cuando me miraba en el espejo, podía ver una estrecha cintura, perfectamente formada, y la sutil línea de unas caderas redondeadas. Incluso el tamaño y forma de mis nalgas se veían femeninos. Y aquello me resultaba muy, muy molesto.

Hasta que me di cuenta de que, de la misma forma en que yo me daba cuenta, todos mis compañeros también lo hacían. Cada vez que uno de ellos pasaba tras de mí, contemplándome de espaldas, y volviéndose a mirarme por segunda vez para cerciorarse de que era un chico, yo sonreía. Y me di cuenta también de que aquel extraño cuerpo era una bendición.

Soy ateo, y no creo en dios. Pero este cuerpo tan semejante al de una mujer, es un don.

Y mi mayor arma.

Cuando llevaba un trimestre completo en la academia, comencé mis experimentos. Mi primera cobaya fue Arashi Momochi. Un chico dos años mayor que yo, que estaba en el equipo de baseball. Era un muchacho muy alto, el más alto de su curso, de hecho, y sus brazos eran casi igual de gruesos que yo mismo. Era un tipo grande, de mente lenta, casi inexistente, que había repetido curso, y que tenía contactos bastante interesantes. El solía ser bastante bocazas, y no reflexionaba, pero era un juguete interesante, fácil de conseguir para alguien como yo. Porque, a pesar de ser uno de los matones de la escuela, Momochi tenía un defecto fundamental: era tímido con las mujeres. Ellas solían tenerle miedo por su mala fama, o tal vez algún miedo atroz e irreflexivo, si él había cometido algún tipo de acto violento contra algún conocido cercano a ellas. Y un muchacho adolescente, en plena efervescencia hormonal, privado de la compañía de hembras de su misma especie, puede ser bastante útil si se le ofrece un sustitutivo eficiente.

"Si lo que no puedes tomar es el cuerpo de una mujer, al menos el mío es muy similar. "

Y de esa manera, el bueno para nada de Momochi se convirtió en mi juguete experimental. No fue demasiado agradable para mí, supongo. Mantener relaciones sexuales con aquel chico era algo viscoso, maloliente y desagradable. Y no me entusiasmó especialmente la idea de perder la virginidad de mi cuerpo en un sucio almacén para material escolar. Pero después de hacerlo aquella vez, me di cuenta de que Momochi era mucho más atento conmigo. Bastaba una mala mirada mía, para que cualquier estudiante o profesor sufriese algún desgraciado accidente. Un "que molesto", por mi parte, y cualquier persona se vería obligado a abandonar la escuela. Esa sensación de poder me hacia sonreír.

Mi padre solía odiarme mucho por esto. Es algo que nunca llegué a comprender, pero el verme sonreír, lo irritaba profundamente. Sonreír de aquella forma hacia que mucha gente a mí alrededor se molestase conmigo, y eso no hacía otra cosa que obligarme a sonreír más. Porque me gustaba molestarles a todos ellos con mi presencia.