La última noche.
Capítulo Uno.
El reloj comenzó a sonar estruendosamente, retumbando con su sonido las paredes llenas de pinturas antigüas, velas y adornos, representantes dignos y extravagantes de la familia. Acababan de dar las ocho en punto y este anuncio equivalía a decir que todo estaba listo, preparado para un gran acontecimiento. En el salón principal un sinfín de invitados cuyos nombres y rostros representaban a lo más grande de la sociedad, charlaban con animosidad, con la misma euforia que siente una persona ante acontecimientos solemnes, entre fingida y real. Era el cumpleaños número diecisiete de la hija de la familia y la fiesta se celebraba en su honor, porque era la edad en la cual le era permitido entrar a la sociedad, la devoradora sociedad, lista para atacarla si se equivocaba.
Todos esperaban para verla, la segunda y única hija de la familia. La que podía traer vergüenza o gloria por su nombre. Aunque nadie lo dijera abiertamente, todos esperaban lo primero y muchos de ellos habían asistido al lugar sólo para presenciar si la siempre correcta Asuka se equivocaría por primera vez. Pero ella aún no bajaba y era su hermano el que entretenía a todos los invitados, junto con sus padres.
Era un muchacho castaño, cuyos ojos del mismo color transmitían cierta chispa de su infancia y cuyas convicciones, casi siempre se basaban más en sus sentimientos que en pensamientos, en lógica o fórmulas, lo cual le granjeaba el cariño de muchos hombres y mujeres reconocidos, particularmente del barón de Corglioni, dueño del banco nacional y cuya hija menor, Layla, aspiraba a casarse algún día con él. Sin embargo, Juudai no pensaba abiertamente en esas cuestiones, ni mucho menos en nada que no fuera pasar sus días entre pequeñas fiestas y trabajo de escritorio, ayudando a su padre con sus negocios en el extranjero, para él, un matrimonio estaba tan alejado como Francia lo está de Inglaterra, o aún más, como el Sol lo está de la tierra, así que siempre que le tomaban el pelo con el asunto replicaba que primero vería casarse a su hermana (cosa muy improbable por su temperamento tan independiente) y que luego lo intentaría él. Casi parecía ser cierta dicha afirmación, porque a pesar de tener ya veinte años y una edad casadera muy de moda entre los jóvenes de su edad, el muchacho seguía tan soltero y despreocupado como siempre, mientras que su hermana estaba por entrar a los círculos más nobles, con la sola intención de conseguirle un esposo que ayudara con las finanzas del suegro.
Por supuesto, a Asuka no le hacía mucha gracia que sus padres tuvieran ese tipo de planes para su futuro. Siempre se había imaginado haciendo otro tipo de cosas, si bien el tema de las mujeres independientes era casi taboo en toda Inglaterra, no podía visualizarse contrayendo matrimonio ni mucho menos criando hijos que, aunque querría con toda su alma, no había deseado en primer lugar. Por eso, mientras la arreglaban frente a su tocador, cuyo espejo era tan grande como para no perder de vista ninguno de los rincones de la habitación, no podía evitar fruncir el entrecejo ligeramente, casi imperceptiblemente, al oír el sonido de las copas de champagne y las risas de los invitados, alentadas por su hermano, seguramente. Ese era el destino al cual estaba atada. El destino que sería tortura y bendición al mismo tiempo, porque todo estaba preparado para ello. Las familias más influyentes de Londres habían ido hasta ahí, las familias con hijos en edad casadera, los excéntricos cuyas fortunas crecían apoyando economías extranjeras... Sería exhibida como un monstruo de feria, cubierta por un vestido de color plateado, lleno de joyas y los hombros descubiertos. Sería exhibida, sería fotografiada y nadie lo impediría.
—Señorita, ¿está lista para bajar? —una tímida sirvienta asomó su cabeza por la puerta de su dormitorio, de color melocotón. Parecía nerviosa, como si alguien le hubiera obligado a ir a preguntarle, seguramente su madre.
—Así es, ¿dónde está mi hermano? —se levantó con temple, resignada a su destino y avanzó como lo hace un condenado a muerte, hasta llegar a las escaleras que llevaban al salón principal, con la mujer a un lado.
—Oh, el joven está divirtiéndose. Ha venido su hermano y han entablado conversación —comentó con jovialidad, en tono normal y cantarino, pero al instante se corrigió, no por la mirada asustada que le dirigió Asuka, cuyos ojos dorados se abrieron de par en par ante tal palabrería, sino más bien porque si alguien la oía, su empleo podía correr riesgo. Después de todo, hablar de medios-hermanos no reconocidos no granjeaba trabajo ni confianza en los empleados—. Lo siento mucho, señorita —se excusó la mujer, cuyas canas casi parecían ponerse en punta del miedo a una regañina.
—No te preocupes, Emma, sólo no vuelvas a mencionarlo enfrente de nadie, mucho menos de mi madre, ¿quieres? —respiró hondo y envidiando a la mujer que se retiraba murmurando agradecimientos a seguir con sus labores, comenzó a descender la escalera, lenta, ceremoniosamente, justo como le habían enseñado. Su padre o su hermano podrían haberla acompañado, pero para motivos prácticos —los de su exhibición—, era inútil.
—Oh, pero si es mi hermanita —un muchacho cuyo cabello castaño era un poco más oscuro que el de Juudai, señaló con el dedo índice hacia el nacimiento de las escaleras, donde una agobiada mujer acababa de tocar el suelo y era rodeada, tanto por aplausos como por gente—. No está muy feliz, ¿verdad? —Fubuki le sonrió tímidamente a Juudai, dándose cuenta del error que había cometido al mencionar su parentesco, por suerte, todos estaban demasiado ocupados felicitando a la cumpleañera, que nadie se dio cuenta.
—Bueno, ya sabes, éste tipo de cosas no son su estilo —Juudai guiñó un ojo, dándole a entender así que era demasiado conocido entre ellos y muchos otros, la naturaleza guerrera de su hermana—. No temo por ella, temo por él. Mis padres la obligarán a casarse tarde o temprano, pero es él quien me preocupa, iluso desconocido que pretende domar a una fiera.
Fubuki rió como respuesta, recordando muy bien el carácter de la media-hermana que había conocido cuando tenía ocho años de edad y ella cuatro, corriendo entre los rosales del jardín, con un hermoso vestido lleno de hilo de oro, sin perder la femineidad de una niña y a la vez, con el mismo temple de un varón que busca aventuras. En eso Juudai tenía razón. Si le había costado aceptarlo, no sólo por ser un extraño, sino también por ser hijo de otra mujer, un desconocido que tratara de irrumpir en su vida para pasar el resto de ella juntos, tendría que soportar un verdadero martirio. Aunque claro, nunca está de más no especular. Nunca hay nada certero. ¿Quién sabe? Asuka podría terminar enamorándose de dicho desconocido, o no.
—¿Y qué hay de ti, Juudai? ¿Algún prospecto? —simuló empezar a tomar notas y fotografías en blanco y negro, al tiempo que si interlocutor se encogía de hombros.
—No pienso dar una exclusiva al jefe de reporteros, así que sin comentarios, por favor —dirigió una ceremoniosa reverencia al tiempo que soltaba una carcajada, arruinando un poco el efecto.
Otro que no cambia. El pensamiento en la mente de Fubuki fue fugaz y no pudo evitar pensar que a su padre le darían más dolores de cabeza, muchos más de los que le dieron a causa suya. Con dos hijos así, ¿qué podría esperar? Pero es eso lo que más le despertó su curiosidad innata de reportero, porque nada es más interesante que seguir la vida de alguien, no con morbo ni burla, sino con la curiosidad propia de alguien que quiere aprender, que quiere ver a sus hermanos, medios-hermanos, superarse. No comparten todos la misma sangre y aunque lo hicieran, nada sería diferente. Rió entre dientes al imaginarse dentro de la mansión, amueblada al puro estilo europeo, jugando con Juudai a hacer desastres, ayudando a su hermana a saltarse las clases de piano... Las cosas suceden por algún motivo, que no haya nacido en esa familia les evitó problemas y a él, la mirada autoritaria de la mujer que aún no puede perdonarlo por ser un hijo ilegítimo y que en esos momentos, abrazaba a su hija con ademán altanero.
—Escuchen todos, desde el día de hoy en adelante, me honra presentarles, digna sociedad de Londres, a mi hija, Asuka —un hombre cuya poblada barba castaña escondía su sonrisa, alzó una copa llena de burbujeante líquido dorado, simulaba mucho a su hijo mayor e ilegítimo, pero aunque muchos sospechaban un parentesco y un pasado plagado de escándalo, todo siempre quedaba en rumores.
—Por Asuka —acotó Juudai, medio en broma, alzando su propia copa al aire, al tiempo que le dirigía una sonrisa a su hermana, quien mantenía un porte calmado, pero cuya aburrición se transmitía por sus ojos.
—Por Asuka —corearon el resto de las personas, comenzando a romper aquél momento solemnte en pequeñas charlas de negocios o trivialidades, dependiendo del grupo que las sostuviera. Sin embargo, aquello no duró más que un parpadeo o un latido del corazón y pronto el tumulto volvió a sembrarse, como si algo extraordinario y fuera de lo común estuviera pasando, algo que Juudai, desde su posición en el rincón más alejado del salón, no podía precisar.
—¡Juudai! —una voz lo llamaba desde el montoncito de gente apiñado en la entrada del salón, cuya araña de luces lucía esplendorosas gemas, motivo de interés antes y que ahora parecía totalmente olvidada—. ¡Juudai! —un joven mucho más bajo de él en estatura y cuyo alborotado cabello color celeste llamaba mucho la atención, se abría paso entre las personas, sin importarles qué posición ni nombre tenían. Era uno de sus mejores amigos, último hijo de los Andersen.
—Ah, Sho —el muchacho le dirigió una sonrisa expectante, ignorando la aparente premura del primero y su agitación al buscarlo—. ¿Qué sucede?
—Llegaron —dijo sin aliento, pero sin precisar quién, aumentando así el interés de los dos hermanos, que esperaban ver a la reina de Inglaterra en la entrada, por lo menos—. Mi hermano y sus amigos —todavía tomándose las rodillas, seguramente con dolor en el flato, recitó de un tirón dichas palabras, como si así le dolieran menos—. Buenas noches, Fubuki —añadió después, recordando el porte que debía conservar.
—¿Tu hermano? ¿Te refieres a Ryo? —se puso de puntillas para observar mejor la entrada, donde parecía haber algo que llamaba mucho más la atención que su hermana, algo que hacía ruidos extraños y un tanto salvajes, aparte de varias risas simpáticas. El mayor de los Andersen era un joven compuesto, calmado y racional, bastante acertado en cuanto a decisiones financieras y quien sostenía a los Andersen desde que su padre se había retirado, si bien no era lo que se dice un amargado, una risa así no era propia de él. Lo cual dejaba al hermano de en medio, aquél que había salido a estudiar al extranjero y que al parecer, volvía al nido después de varios años de preparación como Doctor—. ¿Jo... han?
Los ojos grises del muchacho se entrecerraron sólo un poco al oír el nombre de su hermano, aquél que, por ser el segundo en nacer, había sido relevado de los negocios familiares y contra quien siempre competía al ser el menor y el que ya poco podía lograr a comparación de los mayores. Johan se había marchado a la edad de diez años a estudiar a Harvard, del otro lado del mundo, una de las escuelas más reconocidas y a la vez, más galardonadas en esa época. No tenía mucho qué envidiarle a las suyas, pero no había sido por decisión propia, sino por mandato de su padre, que se había ido. Juudai casi se había olvidado de su existencia, de los efímeros días de su infancia, cuando jugaban juntos al tiempo que sus madres tomaban el té en la terraza, pero oír su nombre le trajo demasiados recuerdos y eso, por supuesto, no era del agrado de Sho, que se sabía prontamente reemplazado.
—¿Johan? —sin siquiera pararse a pensar en lo descortés que era dejando a sus invitados solos, pese a que eran conocidos e íntimos amigos suyos, Juudai emprendió la misma carrera que Sho al buscarlo, sorteando gente con toda la delicadeza posible, llamando a un amigo del cual le dolió mucho despedirse antes.
Pronto lo encontró rodeado de sus padres, el resto de la gente y dos personas que no conocía, una de las cuales traía un cocodrilo en la espalda, el cual emitía los extraños sonidos que habían llegado hasta el otro lado del salón. Johan no había cambiado mucho, al menos ya no era el niño con mejillas infladas y cabello despeinado que recordaba, pero sí conservaba muchos de sus rasgos y presentía que también, de su vieja personalidad. Tenía más o menos su misma altura y era completamente contrario a él, pues Juudai tenía colores cálidos entre su guardarropa y personalidad, mientras que el otro lucía tonos acuosos y un poco más templados, similares al mar que rodeaba Inglaterra, como un escudo y guerrero a la vez.
—... lo sentimos por haber llegado de imprevisto, es una descortesía llegar sin invitación, pero en cuanto me enteré por mi hermano que la señorita Asuka, amiga de mi infancia, había cumplido diecisiete años, quise venir a ofrecer mis respetos —habló con compostura, al tiempo que hacía una reverencia a la mujer, que correspondió con un inclinamiento de la cabeza—. No era nuestra intención captar tanta atención.
—Oh, no te preocupes, Johan, nos alegra que estés aquí —respondió el hombre, acercándose para estrecharle la mano y al mismo tiempo también a los otros dos hombres—. ¿Quiénes son estos caballeros, que me honran con su presencia, y por supuesto, a mi hija también?
—¡Oh, lo siento! —soltó una carcajada que rompió su fachada solemne y la recompuso en su viejo ser, mucho más despreocupado y risueño—. James Cook —señaló al hombre con el cocodrilo en la espalda, que vestía a modo vaquero, nada acorde al momento—. Estuvo de expedición por Australia, ya sabe, el nuevo continente descubierto —James correspondió quitándose el sombrero y ofreciendo una leve inclinación con la cabeza. Ese tipo de fiestas le eran más extrañas que la vida salvaje en Australia o los aún miles de kilómetros por descubrir—. Este otro caballero es Amon Garam, su familia tiene inmensas propiedades en el viejo mundo y como es tan rico, se ha dado el lujo de viajar por el globo —Amon, quien sí iba vestido de acuerdo con la ocasión, traje de gala y corbata, dirigió un levísimo asentimiento y sus ojos grises, detrás de sus gafas, obviaron el hecho de que se aburría muchísimo.
—Interesantes los extranjeros, ¿no? —de pronto Juudai se dio cuenta de que tenía a Fubuki a un lado, escrutando con interés a los recién llegados, sin duda planeando un próximo artículo para hablar de ellos. Estaba tan absorto en la conversación que no se dio cuenta de que su hermana parecía visiblemente aliviada de no ser el centro de atención y de que, mientras más hablaba su padre con Johan, más se empezaban a esparcir los invitados a sus clásicas pláticas aburridas y bailes.
—¿Por qué no me dijiste antes que Johan vendría? —inquirió el castaño, cuando Sho logró abrirse paso hacia ellos. El joven no contestó, la respuesta era obvia. Si se ponía de esa manera tan sólo de verlo, habría armado un alboroto con anticipación si lo hubiera sabido antes y ya era lo suficientemente difícil como para lidiar con más—. Supongo que ha terminado sus estudios, qué suerte tiene. Yo me he quedado aquí a recibir la educación como el próximo vizconde de la familia, pero él se ha hartado del mundo y ha regresado, ¡ah, qué envidia me da! Me muero porque me cuente sobre lo que hizo.
—¿Ah, sí? —como si hubiera sido invocado por arte de magia, Johan apareció de pronto a su lado, había estado buscando a su mejor amigo de la infancia y tras encontrarlo —además de tras superar el shock causado por la impresión—, se había dirigido a él inmediatamente—. ¿Y qué quieres preguntarme? —estrecharon manos inmediatamente y se dieron un brevísimo abrazo, logrando que Sho entornara los ojos con resentimiento. Fubuki, en cambio, no perdía detalle de la plática, si iba a ser testigo de una primicia, tendría que cubrirla completa.
Pero, ¿a cuál 'primicia' hacerle caso? Si sus ojos se desviaban sólo un poco hacia el centro del salón, vería que no eran Juudai y Johan los únicos que parecían haber hecho click, sino que también un vaquero y la señorita a la cual le celebraban la fiesta.
¿Sería acaso el inicio de algo mucho más divertido, pero peligroso?
No pudo evitar pensarlo una vez más.
Esos dos dan demasiados problemas.
Fin del Capítulo.
Notas de la Autora: Actually, no sé por qué tengo el feeling de que nadie va a leer esto x'D. Pero bueno, igual seguiré subiendo porque ya visualicé todas las escenas hasta el santo final de esta historia y no puedo dejarlo así, definitivamente~ que por cierto, creo que mi mente se hizo aún más retorcida que antes, así que yo creo que alguien va a morir durante el transcurso de esta historia en cuanto a los personajes x'DD. Oh, I am one, yet many! Ok, ignoren eso x'D. Pues nada, la presentación de lo que serán los carácteres principales, parece que le di bastante más protagonismo a Asuka, pero viendo los esquemas de los siguientes capítulos, eso se va a desvanecer un poco más, aparte inclui a Fubuki-san de nuevo (L. Quería cambiar los nombres, pero eso sería quitarles la escencia, pese a que estando en Inglaterra obvio no pueden tener nombres japoneses, ignoren eso x'D. Lo único es que volví hermanos a todos con todos y traté de juntarlos para que no hubiera tantos apellidos japoneses regados por allí x'D, digo, ya es lo suficientemente extraño.
Por ahora no presento el conflicto, yo diría que en uno o dos capítulos más van a ver de qué va todo esto, pero di unos cuantos hints, así que yo creo que en ese sentido es pretty obvious. Anyway, estoy cansada y aún no he terminado de hacer todo lo que debería, así que me marcho. Saludos, si es que hay alguien ahí x'D.
Gracias por leer y comentar (? si alguien lo hace x'D.
Ja ne!