Disclaimer: Bleach y sus personajes son propiedad de Tite Kubo

Hola a todos, gracias por entrar a leer este IchiRuki! Este fic consiste en una serie de capítulos independientes, la única conexión entre ellos será la evolución en la relación entre nuestros protagonistas favoritos. Ojalá que quede lindo y que les guste la propuesta :D

BUENA LECTURA!


Primer paso: Reñir con la susodicha por una tontería (Se recomienda haber vencido a un hollow previamente)

¡Oh, un beso, largo como un exilio, dulce como mi venganza!

W. Shakespeare.

Ejemplo:


-¡Rukia, detrás de ti!

El grito vino de lejos, pero alcanzó a despabilarla. En el momento en que se giró sobre sí misma, un imponente hollow surgió de la nada, emitiendo un espeluznante alarido. Su aspecto era por demás aterrador, pero la shinigami no se amilanó.

-¡Maravilloso! –rugió la bestia, carcajeándose siniestramente-. ¡Al fin podré deleitarme con el sabor de una shinigami hembra!

-Deja de decir tonterías –murmuró Rukia, mientras desenvainaba su zanpakutou-. Some no mai, ¡Tsukishiro! –exclamó, y un blanco y luminoso círculo se dibujó en torno a la criatura, círculo donde en apenas unos instantes sucumbió congelada. Momentos después, lo único que quedaba de ella eran grandes trozos de hielo que se desprendían metódicamente y se pulverizaban contra el suelo. La morena exhaló, aliviada.

Ichigo llegó corriendo.

-Rukia, ¿estás bien?

-Demasiado tarde, torpe –dijo ella sin mirarlo, con su katana descansando sobre uno de sus hombros.

-Oye, ¡fuiste tú la que salió disparada cuando sonó la alarma, sin siquiera dignarte a esperar que encontrara a Kon!

-No eres para nada profesional, Ichigo –lo acusó, con el mismo tono de voz que se utiliza al reprender a un niño distraído-. Un shinigami, por más sustituto que fuese, debe estar siempre preparado. ¿Y el sello que te dio el capitán Ukitake?

-Pues ahora que lo dices, hace tiempo que no lo veo por ningún lado –admitió, pasándose una mano por la nuca.

Rukia se cruzó de brazos, ofuscada. Sus temblorosas cejas delataban su creciente agitación. ¿Cómo podía ser tan despistado?

-¡Ichigo, idiota! ¡¿Cómo puedes no saber dónde dejaste algo de tanto valor? –exclamó, haciéndolo tambalear de la impresión-. ¡Arriesgas tu vida y juegas con la seguridad de tus compañeros al ser tan descuidado, cabeza hueca!

-¡¿Qué dices? –la increpó él, con el ceño fruncido. La cosa se estaba caldeando, y no sólo por el culposo rubor que asomó en el rostro del chico-. Maldita sea, ¡si no fuera por mí ni siquiera te hubieras dado cuenta de que el hollow estaba detrás de ti!

-¡No olvides con quién hablas, insolente! –le espetó Rukia, mirándolo con aires de superioridad.

A Ichigo esa mirada lo sacó de quicio. ¿Quién se había creído que es?

-¿A quién le dices insolente, enana engreída? ¡Acabo de salvarte la vida! –El rostro se le desfiguraba de la indignación-. ¡Y con esta ya perdí la cuenta de las veces que lo he tenido que hacer!

-¡Pues esta vez no tuviste que molestarte mucho, presumido! –repuso ella, tan irritada como él. No se dejó atemorizar por el ceñudo rostro de su compañero, todo lo contrario, había cierta adrenalina en esos habituales combates verbales que la incitaba a discutirle hasta ganar-. ¿Acaso crees que no soy capaz de defenderme por mí misma? ¿Crees que necesito de un guardaespaldas? Pues para tu información, ¡jamás me buscaría uno que tuviese los cabellos naranjas! –concluyó, satisfecha de sí misma. Luego, cruzándose de brazos, mirando hacia un costado y bajando la voz, agregó:- Creo que tener el pelo así… da que pensar.

Una palpitante vena se dibujó en la sien del muchacho.

-¿Qué? ¿Qué estás insinuando? –inquirió. Ichigo luchaba por dominarse. Sabía que siempre corría con desventaja cuando se trataba de discutir con ella, y sabía muy bien que era peor cuando perdía el control. Ese era su punto débil, y Rukia estaba al corriente de ello.

-No tiene caso que entremos en detalles –dijo la shinigami, envainando su zanpakutou y comenzando a caminar, dejándolo con la palabra en la boca.

Ichigo tuvo que tragarse un par de frases cuando notó que lo ignoraba deliberadamente. ¿Acaso había sugerido que él era…? La muy descarada. Trató de componerse y echó a andar detrás de ella, mascullando maldiciones. No quería que regresaran a sus correspondientes cuerpos sin antes haber aclarado un par de cuestiones.

-No puedo creer que hayas insinuado una cosa así –dijo, con un tono de voz áspero a causa del enojo contenido-. El naranja no significa nada, sólo es un maldito color que vino por genética.

Rukia lo miró de reojo. Así que al chico le había afectado su comentario, qué tal. Debería tomar nota mental de este nuevo rasgo de susceptibilidad. Ella lo había mencionado al pasar, como una chicana más para provocarlo, y ahora encontraba una nueva brecha para divertirse con él.

-¿Acaso te he ofendido de alguna manera? –preguntó, fingiendo indiferencia-. Para mí no tendría nada de malo que te gusten los chicos, yo te quiero como eres.

Una desagradable mueca se dibujó en el rostro del shinigami sustituto. No le gustó para nada ese tonito condescendiente.

-Qué tierna –ironizó-. No es que tuviera algo de malo. Demonios, ¡a quién le puede afectar las elecciones sexuales de cada persona! Lo que intento decir…

-Por eso digo –lo interrumpió, encogiéndose de hombros-, qué importa si prefieres a los chicos en lugar de las chicas.

-¡Que no me gustan los chicos! –gritó el otro, sin poder contenerse más, con el rostro descompuesto otra vez-. ¡Lo que quiero decir es que el pelo naranja no define mi identidad sexual!

-Claro que no –afirmó tranquilamente Rukia, gozando con la cólera del joven-, las elecciones se hacen con el corazón, y nadie podrá condenarte por ello. Y si te gustan los chicos…

-¡Que no!

-¡No seas prejuicioso, Ichigo!

-¡No soy prejuicioso, maldita sea! –rugió-. ¡No tendría nada de malo que los chicos me gusten!

-Me alegra, en verdad me alegra que pienses así –dijo ella, deteniéndose y mirándolo con aprobación, casi como una madre orgullosa de su hijo-. Ya eres libre, muchacho.

-Enana endiablada –farfulló entre dientes, comprendiendo por fin. Oh sí, le había descubierto el jueguito, lo había estado envolviendo todo el tiempo, la maldita mujer disfrutaba de enredarlo y hacerlo caer. Pero él no se dejaría tan fácilmente, se vengaría.

Rukia compuso una inocente sonrisa, tratando de adivinar qué pasaría por la mente del irritado chico. Lo conocía de sobra y sabía que buscaría el modo de desquitarse, pero ella no era ninguna tonta, no señor, estaría preparada para recibir la primera estocada. Aunque lo que sucedió en ese instante la descolocó por completo.

Lejos de un nuevo estallido de agresiones, Ichigo dio un paso que lo situó muy cerca de ella, demasiado. Rukia abrió los ojos con sorpresa, sin llegar a comprender lo que el otro se proponía. No podía verle la cara con tal proximidad, por lo que tuvo que levantar la cabeza para poder leer en su gesto. Lo que vio la desconcertó.

Ichigo no hacía las cosas porque las pensase mucho, su fuerte eran sus instintos y por eso él tampoco pudo entender muy bien qué pretendía, aunque lo sospechó. Y la morena también.

-No te atrevas –le advirtió Rukia.

-¿Qué sucede? –replicó el joven-. ¿Acaso temes estar equivocada, enana?

-Sabes muy bien que sólo bromeaba.

-Demasiado tarde para eso.

Rukia intentó dar un paso hacia atrás para tomar distancia, pero Ichigo la retuvo sin esfuerzo ciñendo su cintura con un brazo, al tiempo que la atrajo bruscamente hacia sí. Ella forcejeó tratando de soltarse de ese perturbador abrazo, aunque sin éxito. De pronto su corazón se aceleró, y no precisamente por el infructuoso ejercicio. Una calidez y un repentino deseo le nacían de la nada. ¿O siempre habían estado allí? Al dudar, se paralizó. Lo que más la inquietó fue darse cuenta de que, en lugar de furiosa, estaba asustada.

-Ichigo, suéltame –intentó, tratando de mostrar una indignación que estaba muy lejos de sentir-. ¡Esto no es gracioso! ¡La gente nos verá!

-La gente no puede vernos, ¿lo olvidas? –le dijo, mirándola ceñudamente. Sus ojos brillaban con mayor intensidad que cuando estaba enojado. Un leve rubor coloreaba sus mejillas.

-Pues yo sí puedo ver lo que haces, o lo que intentas, ¡y no me gusta! –le lanzó, en un tono que el chico juzgó poco convincente-. ¡Suéltame o te arrepentirás!

-Veremos.

Él sintió que por fin estaba ganando. Sin embargo, más que divertirse a costa de la irritación de la shinigami, crecía en él la certeza de una emoción que parecía rogar por un poco de luz, desde donde sea que estuviese guardada. Ya no recordaba muy bien cómo habían llegado hasta este extremo, todo lo que necesitaba ahora era saber.

Despacio, fue inclinando su cabeza hasta la de ella, mirándola a los ojos, registrando sus reacciones. Rukia estaba cada vez más colorada, y era increíble lo bello que lucía ese contrastante tono sobre su blanca piel. ¿Rukia era bella…? Sí, una mujer de belleza amenazante, por eso se había resguardado de ella. Él era Kurosaki Ichigo, su orgullo pendía de un hilo con una joven tan cautivante merodeando alrededor.

Rukia lo veía cada vez más cerca, sin poder reaccionar. Sólo sentía el acelerado latir de su propio corazón obnubilándole la mente, entregándola a su destino. ¿Por qué lo había provocado? ¿Por qué tenían que pelear siempre? Ahora lo sabía: para evitar este desenlace, todo el tiempo que les fuera posible. Habían cruzado la línea.

Acorralados, ambos aprenderían a aceptar lo irremediable. Ichigo encontró su boca sorprendentemente suave, estimulante. Rukia lo sintió impositivo, varonil. Se rozaron los labios con lentitud y cierta torpeza, permitiéndose descubrir ese nuevo sabor, aceptándolo luego, retribuyéndolo al final. El beso ganó en intensidad, obligándolos a abrazarse más estrechamente, haciendo que Ichigo la rodease con el otro brazo para apretarla más contra sí, levantándola para tenerla a su altura, a lo cual Rukia correspondió rodeándole el cuello. La agitación de sus respiraciones se incrementó, al igual que la pasión en el contacto.

El beso se profundizó y gimieron, sin poderlo evitar, mientras sus manos acariciaban la superficie que se les ofrecía: una esbelta cintura femenina, un terso y rebelde cabello. El mundo se convirtió para ellos en una vorágine de sensaciones inesperadas y abrumadoras que nacía y moría allí, en ese íntimo cruce de sus caminos. Más que buscarse, se habían encontrado. Y así como el vehemente remolino se inició, así se extinguió, porque era necesario detenerse para respirar y poder procesar esa ineludible inclinación de la suerte.

Se desprendieron suavemente de los labios del otro, sin soltarse. Ichigo quería retenerla entre sus brazos, no podía pensar en separarse cuando apenas había vislumbrado la razón de tantas cosas.

-Ichigo… –susurró Rukia mientras recuperaba el oxígeno, apoyando la frente sobre la suya-, Ichigo…

Su nombre sonó repentinamente diferente en sus labios, con una calidez que él nunca le había conocido. Ahora quería saber absolutamente todo de esa mujer, porque ahora entendía que se había privado de lo mejor.

-Rukia, yo… -No era bueno con las palabras, no estaba hecho para los sentimentalismos. Rukia lo miraba a los ojos, levemente sonrojada aún-, no quisiera que malinterpretes esto...

-¿Y cómo debe interpretarse un beso? –indagó ella, pendiente de sus palabras. En sus historietas un beso siempre era algo bueno, pero no podía imaginar qué significaría en la vida real.

Ichigo tragó saliva, sin saber muy bien lo que tendría que decir. Quizás el silencio era una buena alternativa, pero de alguna manera tenía que darle a entender lo que sentía.

-En verdad, no lo sé –admitió. Luego, haciendo acopio de valor y con mayor seguridad, agregó-. En todo caso… es un inicio.

Rukia pestañeó.

-Un inicio –repitió, tratando de entender bien el mensaje. Eso no figuraba en ninguna de sus historietas, pero por algún motivo, le gustó. Sonrió-. Como tú digas, Kurosaki –repuso, con su habitual tono impositivo-, pero ahora me gustaría que me soltaras. Me aprietas tanto que no me dejas respirar.

El aludido la obedeció al instante, depositándola en el suelo con suavidad. Ese imperioso tono de voz lo reconfortó, siempre era bueno transitar por territorio conocido. Aunque la perspectiva de algo nuevo en el futuro también le agradaba.

Emprendieron el regreso a casa con una reposada alegría en las almas y una nueva ilusión en sus jóvenes corazones. Sin embargo, no demoraron mucho en retomar la postergada discusión.

-Ni bien lleguemos te pones a buscar el sello inmediatamente, tonto –ordenó Rukia.

-Oye, enana, ni que lo hubiese perdido a propósito.

-¡Eres un irresponsable!

-¡Y tú eres una molestia!

-¡Pues entonces actúa con mayor madurez, niño malcriado!

-¡¿Qué dices?

Sus amorosas palabras se perdían en la distancia.


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