Los personajes de Candy Candy pertenecer a Kioko Mizuki. La historia es mía.

Capítulo II

La noche recibió gustosa a la luna que, orgullosa, resplandecía en lo alto del estrellado firmamento. Los pájaros que antes cantaban, ahora descansan a la espera de un nuevo día, permitiendo a los grillos ambientar el bosque con su canto. Una lechuza vuela entre los árboles, observando con sus sagaces ojos la oscura noche; perezosa continua su aletear hasta la rama de un abeto en el que, alerta, otea el bullicioso bosque. Una verde mirada se posó en la recién llegada ave.

—¿Quién será? —susurró, mirando sin mirar a la lechuza.

«es el hombre más guapo que he visto en mi vida», pensó, aunque, en este punto no está muy calificada para opinar que digamos. Una chica que ha vivido toda su vida en medio del bosque, ¿cuántos hombres habrá conocido? ah pero de que es guapo ¡lo es! Eso no está a discusión.

Cabello castaño un poco largo, alto y de anchos hombros. Brazos fuertes y bien moldeados. Si hasta yo fantasearía con ser abrazada y estrujada por ellos. Cualquier mujer, con "dos dedos de frente", querría recostar la cabeza en su amplio y duro pecho, rodear su espalda, poder tocar su cincelado vientre, enredar las piernas en los largos y firmes pilares que son las suyas para, finalmente, levantar la vista y ser merecedora de aquella sonrisa torcida, provocadora de todos sus delirios.

Perderse en el océano azul de su hipnótica mirada, ser besada por esa deseable y carnosa boca... con una sacudida de cabeza detuvo su fantasía.

—¡No sé porque sigo pensando en ese engreído! —Se recriminó.

Lo cierto es que él es la primera persona, fuera de su familia, con la que tiene contacto. Desde que tiene memoria ha vivido en ese bosque, que es su hogar, con la compañía de su fiel amigo clin —un pequeño coatí que su hermano le había regalado—. Era feliz con la vida sencilla, tranquila y libre de la que disfrutaba, pero había momentos, como estos, en los que le gustaba soñar.

—En mi ventana veo brillar... las estrellas muy cerca de mi... cierro los ojos... quiero soñar... con un dulce porvenir... —comenzó a cantar en susurros, mirando las estrellas.

Anhelaba conocer otro mundo, otra gente, pero sobre todo: anhelaba encontrar a su príncipe de brillante armadura. Verlo cabalgar hacia ella en su blanco corcel.

Inevitablemente, la imagen de Terrence montado en su caballo, que para variar era blanco, vino a su mente. Su corazón latió presuroso tan solo recordar su sonrisa, esa sonrisa torcida e irónica.

—Terrence —suspiró su nombre al viento que, como buen emisario, viajo entre los abetos dispuesto a entregar el mensaje, sorteando piedras y árboles en el camino hasta que llegó al pabellón de caza donde tres hombres jugaban a los dados.

—Definitivamente hoy no es mi día —dijo el mayor al perder por tercera ocasión.

—Ni el mío —respondió el castaño levantándose del tronco donde se encontraba, dejando a Charlie intentando, por cuarta ocasión, ganarle al suertudo cookie.

—Esta sí es la mía —Lo oyó decir muy seguro mientras lanzaba los dados.

Recargado de un árbol miraba unos puntos luminosos. Estos se movían aleatoriamente entre los árboles y abetos. Sin previo aviso, el verde resplandor de los cocuyos le hizo recordar otro verde igual de intenso y brillante.

«¿quién eres?», pensaba ansioso por conocer la respuesta.

—Es increíble que una desconocida me tenga así —Se burló al darse cuenta que había pensado en ella más de lo que habría pensado en cualquier mujer que ha conocido anteriormente—. ¿Vivirás sola? —seguía su monologo de preguntas.

«Ese Anthony... ¿será tú esposo?», pensó al tiempo que sentía un calor recorrer sus venas, un calor desconocido y desconcertante.

—¡Deja de fantasear como una jovencita! —Se reprendió, molesto de sentirse inexplicablemente celoso ante el recuerdo de ese nombre que, además, había sido pronunciado por una mujer de quien solo conocía el color de sus ojos—. Y su tentador cuerpo —Me corrigió el muy cínico, dibujando esa sonrisa de medio lado que hace fantasear a cualquiera... incluida esta narradora, ¿pero que puedo hacer si es un portento de hombre a sus bien vividos veinticuatro años?—. Ya no soy un adolescente para dejarme deslumbrar por la belleza de una mujer —coincidió, sonriendo con pesar porque era exactamente lo que le estaba ocurriendo, al menos hasta el momento—. Todo esta maraña de pensamientos terminara en cuanto la conozca —Se dijo muy seguro—, así que a dormir que mañana será un largo día —suspiró al pensar en las obligaciones que le tenía preparado el amanecer.

Con paso firme regresó a la cabaña y extendió las pieles que le servirían de amortiguador entre su espalda y el duro suelo de madera, se acostó cual largo era y colocó el brazo derecho sobre su frente con la palma hacia arriba para luego cerrar los ojos.

Fue una larga noche para la rubia de ojos verdes, el encuentro con el extraño llamado Terrence le había tambaleado su perfecto modo de vida. Nunca sintió soledad a pesar de vivir sola. Se conformaba con las esporádicas visitas que sus hermanos le hacen, aunque estos casi nunca coinciden, de hecho solo hay siete ocasiones en su memoria en la que estuvieron los tres juntos, disfrutando como familia, desde que llegó a ese bosque a sus doce años.

Aun así ella era feliz, a pesar del antifaz disfrutaba jugando con clin, trepando los árboles, nadando en la cascada. Y ahora, sin explicación alguna, creía que eso no era todo. Sentía que podía aspirar a más, conocer otras personas, otros lugares. A tener una familia. Una verdadera. Una propia. Hoy, a sus casi diecinueve años, tenía una recién descubierta necesidad que nunca antes experimentó y que llegó prendada de la irónica sonrisa del castaño engreído.

Como todos los días, se levantó a media mañana —para que negarlo es una dormilona y la mala noche que pasó tampoco ayudó—. Se preparó para limpiar la modesta y pequeña cabaña, la cual tiene dos habitaciones, una la ocupa ella y la otra cualquiera de sus hermanos que llegue sin avisar. Cada día la limpia y la tiene preparada a la espera de la anhelada visita. Después de asear las habitaciones se dirige a la cocina a preparar el desayuno, que esta vez consiste en unos huevos de codorniz con unas verduras del huerto que con ayuda de su gemelo empezó a cultivar.

Apenas terminó de comer salió a verificar el estado de sus hortalizas. Con clin de espectador procedió a cortar la mala hierba que crece alrededor, remover la tierra en los surcos; la tarea más difícil es jalar el agua del pozo, hecho por su hermano mayor, para regar las verduras y legumbres. Por fin, terminó de sus tareas con el huerto, exhausta regreso a la casa. Era ya la hora de la comida y el trabajo anterior le hizo digerir rápidamente el desayuno. Enseguida preparó un poco de carne seca de jabalí así como unas legumbres junto con algunos guisantes. En cuanto se sentó devoró lo que se sirvió, se dispuso limpiar la cocina y el pequeño espacio que servía de sala.

¡Y al fin llegó la mejor hora del día!

Tomó el antifaz, lo colocó sobre su rostro, salió de la cabaña y se dirigió a la cascada con clin detrás.

Un león enjaulado era el modelo de la calma y la serenidad comparado con Terrence. Estaba fastidiado, aburrido, chocado pero, sobre todo, estaba desesperado. Tenía más de dos horas sentado en lo alto de una rama. Llegó decidido a hablar con la "ninfa de ojos verdes", como él le decía, pero al no verla decidió subir a un árbol y esperarla; desde ahí la vería llegar, pero de la ninfa ¡ni sus luces! Su mirada viajaba de la cascada al bosque y del bosque a la cascada, siguió el correr de las ardillas, contó las piedras a la orilla del río, los abetos y ahora contaba las piñas del abeto más cercano.

—...veinticinco, veintiséis, veintisiete, ¡maldición! —blasfemó con marcado fastidio—, ¡estoy harto! ¡me largo! —Dispuesto a bajar se incorporó un poco, no sin antes dar una última mirada a la cascada—. ¡Pero que diantres! —estaba realmente confundido—. ¿A qué maldita hora llegó? —Se preguntó sorprendido al verla hacer "el muertito" en la poza— mientras contabas piñas —se respondió poniendo los ojos en blanco—. Bien... es ahora o nunca —dijo para sí—, esperaré un poco, no quiero que piense que la estoy espiando —razonó.

Claro como si no fuera eso lo que está haciendo.

—Una cosa es que lo haga y otra que ella lo sepa —volvió a corregirme el insolente, pero querido lector, ya le había dicho antes que a este hombre le perdono todo.

Así que, como él mismo ha manifestado, decidió esperar un poco antes de bajar para acercarse a la poza y hablar con la rubia. Después de un rato, apenas vio sus intenciones de salir del agua, se apresuró a bajar y esta vez se dio la vuelta para no verla. Pasados unos segundos se giró un poco y abrió un ojo...

—Ya se vistió —dijo con más pesar que alivio, avanzó unos pasos pero otra voz lo detuvo...

—¡Sabía que te encontraría aquí! —fue el saludo del recién llegado.

—¡Anthony!

Escuchó gritar a la joven que se daba la vuelta y corría al encuentro del rubio. Inevitablemente las palabras del día anterior llegaron a él: "si fueras rubio y te llamaras Anthony, sin duda lo escucharías". Se quedó observando como el guapo rubio la recibía en sus brazos para luego cargarla y girar con ella.

—¿Guapo? Sí, claro —protestó irónico. Claro que es guapo y nadie puede discutirlo—. ¡Pero si es un debilucho! —protestó—, apenas y puede con ella —continuó su, no muy objetiva, evaluación—. Claro que soy objetivo, además... —ya conocen su carácter, mejor dejémoslo hablando solo.

En la poza, luego del afectuoso y entusiasta saludo, Anthony notó o más bien no notó algo...

—¿El antifaz?

—¡Oh! —exclamó la joven y corrió a buscarlo a la roca donde siempre lo ponía. En ese momento su rostro quedó expuesto pudiendo ser observado a perfección por el castaño que, escondido detrás de un árbol, miraba todo.

—Sabes que nadie puede verte —La reprendió suavemente mientras le ayudaba a ponérselo.

—Lo siento —se disculpó ella y bajó la mirada.

—¡Candy! —escuchó el llamado de alguien más a lo lejos.

—¡No lo puedo creer! —chilló la joven antes de emprender la carrera al encuentro de quien gritara su nombre. Sin perder tiempo Anthony la siguió.

—Candy —repitió Terrence.

«al menos ya sé tu nombre ninfa pecosa», pensó con una hermosa sonrisa. Sonrisa que se borró al ver la espalda de Anthony perderse en el bosque.

continuará...

Editado.

¡Gracias por leer!

Jari.