Disclaimer: Los personajes de Harry Potter son propiedad de J.K. Rowling y Bloomsbury/Scholastic. No hay ninguna intención de lucro ni de infringir el copyright.


EL NIDO DE HEDWIG

CAPÍULO I

Cuando la guerra terminó Harry no tenia muy claro qué haría a partir de ese momento. Pero lo que sí sabía era que no se convertiría en auror, ni trabajaría en ningún departamento del Ministerio. Hasta consideró la posibilidad de abandonar Inglaterra e irse bien lejos. Escapar. Pero, ¿de qué? Voldemort estaba muerto y todas sus pesadillas de adolescencia se habían disipado. Ya no era el Indeseable Número Uno. Era el Héroe. Tenía la oportunidad de encontrar entre los suyos, la gente que amaba, la tranquilidad de una vida cotidiana y aburrida, vacía de sobresaltos y angustias. Ambicionaba el tedio de levantarse por la mañana y saber qué desayunaría, lo que haría a continuación, la monotonía que le esperaba hasta el final del día. Harry necesitaba una rutina segura que le ayudara a olvidarse de la nómada y atribulada existencia de los últimos meses. De hecho, olvidar toda su vida pasada.

La idea le asaltó de pronto una tarde, mientras mecía embobado a su ahijado. Teddy era uno de los tantos huérfanos que había dejado la guerra. A pesar de todo, el hijo de Remus y Tonks contaba con su abuela y con él, su padrino. No estaba solo como lo había estado Harry a pesar de su familia muggle. Andrómeda le había hablado con pena de esos niños que se habían quedado sin familia, abandonados a su suerte mientras el Ministerio decidía qué hacer con ellos, buscando familiares a quien endosárselos. Cosa bastante difícil en aquellos momentos. También entre los amigos y conocidos de Harry no había nadie que no conociera el caso de algún menor que había perdido a sus progenitores. Era aterrador pensar que había tantos niños en aquella situación. Niños que, como el propio Harry en su niñez, no contarían ni con el afecto ni con los recursos necesarios para gozar de una infancia feliz y protegida. Así que el héroe decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Su cámara de Gringotts estaba llena de galeones; y su vida llena de tiempo libre.

La búsqueda de un lugar apropiado se alargó mucho más de lo que esperaba. Harry quería un casa grande, con las suficientes ventanas para que la inundaran de sol durante el día, que la hiciera cálida y confortable por la noche. Debía tener un jardín inmenso, donde los niños pudieran jugar, correr y saltar. Una cocina grande, preparada para alimentar a muchos. Suficientes habitaciones para alojar a una trentena de niños, por lo menos, y un comedor donde cupieran todos. Un par de salas grandes, donde jugar los días de lluvia, pasar el rato o hasta dar clase antes de que los pequeños tuvieran la edad de ingresar en Hogwarts.

Finalmente, encontró la casa que más se acercaba a sus necesidades en Suffolk. Tenía quince habitaciones, con una capacidad para treinta personas; once baños, un comedor para treinta, una sala de estar con chimenea con capacidad para veinticuatro personas sentadas, una gran sala de juegos con televisión, un billar, una mesa de ping-pong y un equipo de música que el antiguo propietario no tuvo inconveniente en vender junto con la casa. La cocina era grandiosa, equipada con todo lo necesario, incluyendo lavaplatos, lavadora, secadora y utensilios de planchado, puesto que era una casa muggle. Por esa razón, también había calefacción central y sistema de seguridad. El inmueble y el terreno donde se ubicaba ocupaban diez mil metros cuadrados. El jardín, por tanto, era inmenso, como Harry había deseado. Además, la vivienda tenía una buena terraza, un grill con leña, una barbacoa y una extensa zona destinada a aparcamiento que seguramente no utilizaría.

El verdadero trabajo comenzó entonces. Los Weasley, tan entusiasmados como él en el proyecto, ofrecieron a Harry su ayuda para lo que necesitara. La compra de la casa le había dejado bastante desplumado, así que el joven la aceptó encantado. Todos juntos se dedicaron a tirar paredes, para convertir una de las suites con baño y el dormitorio contiguo, que tenía capacidad para dos camas, en una pequeña enfermería. Remodelaron el resto de habitaciones de manera que cupiesen más camas, reconvertidas en literas, ampliando así su capacidad. Y dejaron un par de ellas para albergar cunas y camas más pequeñas. Harry se reservó otra de las habitaciones con baño y destinó las dos que quedaban de estas características para las personas que seguramente tendría que contratar para ayudarle. En un par de días y mucha magia construyeron un rudimentario anexo detrás de la casa donde colocaron todo lo que de momento no era necesario, como la mesa de billar, la de ping-pong y algunos muebles muy voluminosos, tanto de la sala de estar como de la sala de juegos, que robaban mucho espacio.

Molly Weasley y Andrómeda se hicieron las dueñas y señoras de la cocina y alrededores. Y Hermione, quieras que no, se entestó en hacer una pequeña biblioteca para los niños. Ella misma contribuyó con un montón de libros infantiles que trajo de su propia casa, convenientemente encantados para que no sufrieran ningún daño y después, sin vergüenza alguna, se plantó en Florish & Blotts para pedirles que hicieran una generosa contribución. Por su parte, George y Ron Weasley visitaron todos y cada uno de los negocios del Callejón Diagon para conseguir galeones con los que comprar juguetes, columpios, toboganes, y una de esas casitas infantiles tan monas que los muggles tenían en sus jardines para sus hijos. Arthur Weasely hizo una recolecta entre sus colegas del Ministerio y Minerva McGonagall, la actual Directora de Hogwarts, donó un montón de plumas, tinteros, pergaminos, lápices de colores y unos cuantos pupitres viejos que Bill Weasley se comprometió a restaurar. Xenófilo Lovegood publicó gratuitamente en El Quisquilloso un anuncio donde se pedían cunas, armarios, baúles o ropa infantil que sus propietarios ya no usaran, y cualquier otro tipo de aportación que la gente buenamente pudiera hacer al nuevo orfanato. Para no ser menos, El Profeta publicó dos anuncios en primera página, los dos domingos siguientes.

Cuatro meses después se inauguraba oficialmente el Nido de Hedwig, bautizado con ese nombre en honor a la querida lechuza blanca de Harry, fallecida durante la guerra.

o.o.o.O.o.o.o

Han pasado tres años y la vida de Harry no podría ser menos tranquila y sosegada de lo que él había pensado, seguramente, en algún momento de enajenación mental. ¡Él disfrutando de paz y tranquilidad, por el amor de Dios! Ahora el Nido de Hedwig tiene cerca de medio centenar de niños. Le han llegado pequeños desde Escocia y desde Irlanda. Y además de Molly, que vuelve cada noche a La Madriguera después de cenar, de Andrómeda que se ha trasladado allí con Teddy, de Susan Bones y él mismo, que viven permanentemente en el orfanato, hace un año que se les han unido dos personas más: Dennis Creevery, hermano del desaparecido Colin Creevery y Tracy Davies, una ex Slyterin mestiza, del curso de Harry y Susan, de la cual le habían dado tan buenas referencias que Harry no la había podido rechazar.

En estos momentos se encuentran a finales de noviembre y se enfrentan a una virulenta epidemia de gripe que tiene al orfanato lleno de mocos, estornudos, dolores de garganta, vómitos, fiebre y muchas llantinas.

—¡Divino Merlín! —Susan se deja caer en la silla, exhausta— Peter ha dejado de vomitar pero ahora han empezado Freddie y Beth.

Harry la mira con el ceño fruncido. Está desesperado. Arrodillado delante de la chimenea, lleva casi dos horas intentando que le envíen un sanador desde San Mungo. Tiene a la pequeña Amy aferrada a su cuello, desde que la niña se ha despertado, refregándole los mocos por el jersey. ¡Todo esto pasa ya de castaño oscuro!, piensa. Hasta Molly se ha quedado a pasar la noche con ellos para echarles una mano. Un conocido chisporroteo hace que Harry vuelva la cabeza bruscamente, provocando que Amy se tambalee y se agarra a su cuello todavía con más fuerza.

—¿Señor Potter?

—¡Estoy aquí! —se apresura a responder.

El rostro verdoso y estresado de una mujer de mediana edad flota entre las llamas.

—Lo siento, señor Potter —se disculpa la bruja—. Todavía no le puedo enviar a nadie.

—¡Eso ya me lo ha dicho hace dos horas!

—Aquí también estamos saturados, ¿sabe? —trata de justificarse ella— Nuestros sanadores hacen lo que pueden, pero hay tantos pacientes que atender…

Harry acaba por perder los nervios.

—¡Y yo tengo a cuarenta y seis niños que tosen, vomitan y lloran! —como si pretendiera poner énfasis a sus palabras, Amy empieza a sollozar— ¿Lo ve? ¡Tiene fiebre! ¡Y no le baja! —Harry coge aire, intentando controlarse— ¡De verdad, señora! ¡Si no tengo un sanador en el orfanato dentro de cinco minutos, yo mismo voy a buscarlo!

La mujer le dirige una mirada temerosa.

—Un… un momento, por favor…

Harry deja escapar un grito de impotencia. Amy solloza, todavía más asustada.

—Shhh, preciosa, no llores —murmura Harry, acariciándole el pelo—. Ya verás como pronto vas a ponerte buena…

La chimenea chisporrotea de nuevo.

—Señor Potter, si le parece bien, puedo enviarle a alguien…

—¿Y a qué espera? —se impacienta él.

La mujer titubea.

—Bien, es que no es un sanador exactamente —dice finalmente—. Bueno, sí que lo es. Me refiero a que todavía no ha acabado la carrera, pero está a punto de hacerlo. Es un estudiante en prácticas de último año. También tenemos a unos cuantos aquí… ayudando…

Harry está a punto de soltar una barbaridad, pero se refrena por la niña.

—¡Muy bien! —acepta— Si puede ir adelantando trabajo mientras alguno de los sanadores queda libre, bienvenido sea.

La mujer parece aliviada. Casi sonríe antes de desaparecer y decir:

—¡Ahora mismo se lo envío!

Harry se levanta. Tiene las piernas un poco dormidas y el cuello rígido.

—Amy, tesoro, ¿por qué no vas con Susan? Yo vendré dentro de un ratito, ¿de acuerdo?

La niña dice que sí con la cabeza y se deja coger por la chica.

—A ver quien nos envían… —suspira Harry.

Susan sonríe.

—Pues yo voy a ver cómo va la vomitona…

Harry consulta su reloj de pulsera y después se refriega los ojos. Desde el día anterior por la tarde, cuando empezó todo aquel jaleo, que no ha descansado. Ni él ni los demás. Ya habían tenido a niños con gripe los dos años anteriores. Pero no había sido tan agresiva como ésta. Ni había habido tantos niños enfermos a la vez. Vuelve a consultar su reloj, refunfuñando por la tardanza de ese aprendiz de medicucho. Mira que si finalmente tiene que ir a San Mungo, la va a armar gorda… Como si le hubieran leído el pensamiento, la chimenea chisporrotea. Harry se vuelve a tiempo de ver salir de ella un hombre alto, rubio, que viste la bata verde lima con el escudo del hospital, un hueso y una varita entrecruzados.

—¡Lo que me faltaba! —exclama sin poder contenerse.

—Yo también me alegro de verte, Potter.

Aturdido, Harry se queda mirando a Draco Malfoy como si fuera una aparición. Lleva un maletín negro en la mano y un estetoscopio colgando del cuello. ¡Como si fuera un sanador de verdad! Harry se pregunta si él también debe tener fiebre y ha comenzado a delirar.

—Bien, tú dirás. ¿Dónde están los enfermos?

¿A Malfoy? ¿Le han enviado al jodido Malfoy? ¿Desde cuando estudia para sanador ese imbécil? Harry respira profundamente, se da la vuelta y empieza a caminar.

—¡Sígueme!

Tampoco a Draco le ha hecho la menor gracia cuando le han dicho dónde tenía que ir. Pero, para ser sincero consigo mismo, en San Mungo ya se estaba aburriendo de ir de un lado a otro sosteniendo palanganas y tomando la temperatura como si fuera una enfermera. Sigue a Potter con una especie de alegre resignación. Al menos la chiquillería no le mirará como si solamente tocándolos pudiera contaminarlos.

—¿Cuántos niños tienes aquí, Potter? —pregunta, un poco para romper el hielo.

—Cuarenta y seis.

La respuesta es un poco seca, pero Draco no se desanima. Han salido de la sala donde estaba la chimenea a un recibidor y caminan hacia las escaleras que les llevarán al primer piso.

—¿Y enfermos?

Harry suspira.

—Treinta y ocho. A unos les ha dado más fuerte que a otros pero, en general, esto está siendo una verdadera pesadilla.

—La gripe es muy virulenta este invierno —confirma Draco—. El virus de la gripe muta cada año. Parece ser que esta vez se ha mezclado una cepa que viene de Rusia.

Al llegar al descansillo Harry se detiene un momento y mira a Malfoy de arriba abajo. ¡A ver si al final resultará que entiende de esto! A pesar de todo, le pregunta:

—¿Cuándo vendrá el sanador?

Draco hace una mueca. Se esperaba la pregunta desde que le ha visto al otro la cara de sorpresa y después de desconfianza, justo salir de la chimenea.

—¿No te fías de mí, Potter?

Harry se encoge de hombros.

—Según me han dicho, sólo eres un estudiante…

—Sanador en prácticas, si no te importa —le rectifica Draco con una pincelada de orgullo.

Harry agita la mano, como queriendo restarle importancia.

—Vale, lo que sea…

Se oyen gritos y lloros. Voces adultas que intentan calmar la desazón de los niños. Draco se pregunta cómo es que Potter se ha metido en semejante berenjenal. Aunque también al ex Gryffindor le ha sorprendido que él sea sanador. Draco habría esperado encontrarse a Potter como auror, apoltronado en algún departamento del Ministerio o incluso jugando al quidditch profesionalmente. Pero, ¿en un orfanato? Parece ser que ninguno de los dos ha hecho lo que el otro esperaba.

Harry conduce a Malfoy hasta la habitación de los más pequeños, de donde vienen los llantos. No las tiene todas consigo. Pero tal vez Malfoy puede hacer algo mientras llega el sanador de verdad. Como bajarles la fiebre a los niños. Para alguien que se supone está a punto de terminar la carrera, no puede ser tan difícil.

Molly Weasley pasea arriba y abajo de la habitación con Danny en los brazos. El niño, con fiebre alta, llora. Dennis, sentado en la cama de Justin, le pone compresas de agua fría en la frente. Andrew duerme un sueño intranquilo, pero de momento es el que menos guerra da. Eddie, que con cinco años es el mayor del grupo, tose sin parar con un vaso de leche en la mano que amenaza con verterse sobre la colcha. Al oír a Harry y a su acompañante entrar en la habitación, los dos adultos se vuelven hacia ellos y, como Harry antes, se quedan con la boca abierta al ver a Malfoy. Harry carraspea un poco antes de decir:

—Es el sanador que nos envían de San Mungo.

Y le concede el título tan sólo para no alarmar a Molly, que después de haber parido a siete, todavía tiene ánimos para considerar a los cuarenta y seis niños del orfanato como si fueran suyos.

—¡Por el amor de Dios! —exclama la bruja inconscientemente, abrazando más fuerte a Danny.

Draco aprieta los labios y decide no tenérselo en cuenta. Tiene el maldito don de provocar esta reacción en los pacientes y familiares. Haciendo de tripas corazón decide empezar precisamente por el pequeño llorón que acuna la Weasley. No debe tener más de tres años.

—¿Por qué no se siente y se lo pone en el regazo? —le pide amablemente a la bruja— Seguramente se sentirá más seguro si lo hacemos así.

Un poco sorprendida por lo cordial del tono, Molly se sienta en la cama y acuesta a Danny sobre su regazo. Draco coge su maletín y saca una especie de libreta que lleva impreso el escudo de San Mungo.

—¿Cómo se llama? —pregunta a Molly, refiriéndose al niño.

—Danny —responde ella—. Tiene treinta y nueve de fiebre, que no le baja desde esta mañana —Draco ejecuta un movimiento con la varita y comprueba que así es—. Le hemos dado poción pimentónica, como a los demás, pero no parece que esté sirviendo de mucho.

Draco va asintiendo a medida que la bruja va hablando, pero no por ello dejar de ejecutar diferentes movimientos con la varita, murmurando varios encantamientos. Danny ha dejado de llorar y le mira con sus ojitos húmedos e hinchados.

—Este hace cosquillas, ¿verdad? —el niño asiente con la cabeza mientras Draco mantiene el encantamiento sobre su barriga—. ¿Ha vomitado? —pregunta a la Molly.

—No —responde ella—, éste todavía no…

Draco se levanta y hace algunas anotaciones en su libreta.

—¿Es alérgico a algo? —pregunta.

—Aquí tienes su historial.

Draco se da la vuelta y coge la carpeta que Potter le tiende.

—¿Tenéis historiales de todos los niños? —pregunta, ciertamente sorprendido.

—¡Claro! —Potter no entiende de qué se sorprende— ¿Cómo nos las arreglaríamos, si no?

Draco repasa el historial de Danny de arriba abajo antes de decir:

—Muy bien. Veamos el siguiente.

Se acerca a la cama donde yace Justin y Dennis se levanta para dejarle sitio, a pesar de todo, mirándole con un poco de recelo. Draco extiende la mano hacia Harry y éste entiende que espera que le dé el historial del niño. Después de leerlo, Draco repite los mismos encantamientos que con Danny. La fiebre es igual de alta, pero Justin parece mucho más amodorrado.

—¿Vas a hacerle cosquillas?

Tosiendo sin parar, Eddie se ha plantado al lado de Draco y observa atentamente los precisos movimientos que el sanador ejecuta con la varita.

—¿Y a mí, me harás cosquillas también?

—Eddie, no molestes —Dennis aparta un poco al niño, con un gesto que tiene más de protección que de regaño.

Tras hacer unas cuantas anotaciones más en su libreta, Draco levanta la cabeza y mira a Eddie esbozando una pequeña sonrisa.

—¿Quieres que te haga cosquillas?—pregunta.

Eddie empieza toser de nuevo, antes de poder responder.

—¡Es que tengo muchas! —puede decir, por fin—. ¡Y si me rio toseré más!

—¡Ah! Entonces tendré que hacer algo especial contigo…

Draco revuelve dentro de su maletín hasta conseguir encontrar lo que busca. Extrae una bolsita con caramelos y le da uno a Eddie. El niño lo desenvuelve rápidamente y se lo mete en la boca.

—¡De fresa! —chilla, provocándose otro acceso de tos— ¡El que más me gusta!

—Tienes que chúpalo despacio —le advierte Draco—, porque es especial para cosquillas agudas. De esta forma, mientras te examino, no las sufrirás. Anda, ve a la cama y tiéndete.

Eddie obedece dando pequeños saltitos.

—Éste no tiene fiebre, ¿verdad? —pregunta el sanador a nadie en particular.

Harry le tiende el historial con una pequeña sonrisa en los labios, ciertamente sorprendido por el desempeño de Malfoy.

—De los pocos que no tienen —responde.

Eddie no para de hablar y toser durante todo el reconocimiento y Harry se admira de la paciencia que Malfoy demuestra tener. A continuación, el sanador en prácticas examina a Andrew, quien despierta y empieza a llorar.

—Si te portas bien y no lloras, después te daré una cosa —trata de engatusarle Draco.

En un pispás, tiene a Eddie plantado de nuevo a su lado, pendiente de lo que le dará a Andrew, quien se deja hacer, pero sin dejar de sollozar. Cuando termina, Draco saca de su maletín otra bolsita. Ésta llena de piruletas. Los ojos de Eddie se abran como platos.

—A ti te he dado un caramelo para las cosquillas —le recuerda el sanador.

—¡Pero yo también lloro! —se queja el niño— ¡Qué te lo diga Harry, si no!

—Sí, Eddie sabe como rompernos a todos los tímpanos, créeme —confirma el dueño del orfanato con ironía.

Dennis y Molly no pueden evitar sonreír, mientras Draco mira al niño con los ojos entrecerrados.

—Haremos una cosa —le dice—. Como no tienes fiebre, serás mi ayudante —le da la bolsa con las piruletas y Eddie casi se queda sin aliento—. Cuando yo te lo pida, le darás una piruleta al niño que yo te diga, ¿de acuerdo? —Eddie afirma con la cabeza de forma tan violenta que le da otro ataque de tos—. Ahora ponte la bata y las zapatillas.

Emocionado, el niño corre hacia Harry, quien busca lo que Malfoy ha pedido y ayuda a Eddie a ponérselo. Mientras tanto, Draco saca de su maletín un frasco que entrega a Molly.

—Es una variación de la poción pimentónica que se ha hecho especialmente para esta gripe —le explica—. Le apuntaré la dosis para cada niño.

—Pues espera un momento… —la bruja sale de la habitación y vuelve con una hoja que ha desenganchado de la puerta—... es más práctico que me lo apuntes aquí.

Draco coge la hoja y la lee con interés.

—Los niños han puesto nombres a sus habitaciones —sonríe ella.

—Fue idea de Molly —interviene Harry—. Con tantos hijos tuvo que espabilarse cuando enfermaban.

Draco repasa la hoja. En ella consta el nombre de todos los niños de la habitación, la temperatura de cada uno, la medicina que se le suministra, la dosis, el día y la hora.

—Esto está muy bien —reconoce.

Y Molly se hincha como un pavo, mientras él apunta las dosis correspondientes en la hoja.

Draco tarda más de dos horas en pasar visita a todos los niños enfermos, habitación por habitación (los Gatitos, los Puffkeins, las Hadas Presumidas, los Dragones Llameantes, los Magos Avispados, los Cazadores Invencibles, las Lechuzas Blancas…). Los nombres le hacen gracia. Se da cuenta de que la mayoría de muebles son viejos, pero las habitaciones son acogedoras. En las de los más pequeños hay peluches, muñecas, y las puertas de los armarios y las cómodas están llenas de adhesivos con muñequitos, estrellas o globos de colores. En las de los más mayores, las paredes están forradas con posters de jugadores de quidditch o de cantantes. Pero todas están pintadas de colores alegres.

A pesar de que ahora estén enfermos por culpa de la gripe, Draco tiene la impresión de que los niños están muy bien cuidados, habitualmente sanos y felices en este lugar. Y le lleva a pensarlo la manera en que se relacionan con Potter y los demás. Los más pequeños buscan la caricia, el arrullo, la palabra afectuosa que siempre reciben. Los mayores compiten por llamar la atención a base de quejas y preguntas, de hacerse los listillos. Los adultos fingen no darse cuenta, pacientes, intercambiando miradas de entendimiento entre ellos. Draco jamás se hubiera imaginado que Potter pudiera ser tan afectuoso. Salta a la vista que los niños le quieren. La pequeña que lleva colgada del cuello, Amy, no le ha soltado desde que han entrado en su habitación. Y un chiquillo, Kevin, que no debe tener más de seis años, y es uno de los pocos que todavía no ha pescado la gripe, corretea a su alrededor sin perderle de vista. Y cada vez que Potter se detiene, se agarra al bolsillo de sus pantalones y no le suelta.

Draco se ha llevado dos buenas sorpresas, también: su tía Andrómeda y Tracy Davis. Con su tía se han saludado con frialdad. Ella y su madre hace años que no se tratan. Draco no había hablado nunca con ella, hasta hoy. Con Davis el saludo ha sido incómodo. Cuando estaban en Hogwarts, Draco y sus amigos la habían despreciado por ser sangre mezclada, y porque sus padres no tenían dinero. Sí, puede que fuera una persona un poco desagradable por aquella época…

—Disculpa, Draco...

La señora Weasley avanza con pasitos rápidos por el pasillo, resoplando un poco.

—... necesito otro frasco.

Draco esboza una sonrisa de compromiso y dice:

—No se preocupe, señora Wealsey. En cuanto tenga hecha la poción, le daré toda la que necesite.

Harry le dirige una mirada de incredulidad, sobresaltado.

—¿Qué quieres decir con "en cuanto tenga hecha la poción"?

Draco le toma del brazo y se lo lleva hacia la escalera antes de que alguien más empiece a hacer preguntas incómodas.

—Venga, Potter. Que es la poción pimentónica de toda la vida, sólo que con un poco de polvo de cuerno de búfalo siberiano.

Arrastra a Harry escaleras abajo con tanta energía que al director del orfanato no le queda otra que seguirle. A pesar de todo, Harry no se calla.

—Pero si sabías que había tantos niños enfermos, ¿cómo se te ocurre traer solamente un frasco de medicina, Malfoy? ¿Acaso no piensas? ¡Por el amor de Dios! Se te han olvidado en San Mungo, ¿verdad? ¿Es eso?

Llegan al final de la escalera y Draco se vuelve bruscamente hacia su ex compañero de escuela.

—Lo he cogido a escondidas, ¿sabes? En San Mungo justo están elaborando la poción. ¡Ni siquiera han empezado a suministrarla al público!

Harry se queda de piedra. ¿Que lo ha cogido a escondidas?

—¿Dónde está la cocina? —pregunta Draco, enfadado e impaciente— ¡Cuanto antes empiece, antes acabaré!

El ex Gryffindor se muerde la lengua y se da la vuelta para dirigirse a la cocina. Draco le sigue, malhumorado. ¿Qué se ha pensado ese estúpido? ¿Que él puede coger tranquilamente cincuenta frascos y llevárselos? Pues no, no puede. Todavía no es un sanador colegiado para tener ese privilegio. Sólo es un pobre sanador en prácticas al que todo el mundo se ve con agallas para putear. Por ejemplo, enviándole con las manos vacías a un orfanato con más de una treintena de niños con gripe, que dirige, poca broma, el gran Harry Potter en persona.

—¿Que qué necesitas, Malfoy?

Draco abandona abruptamente sus pensamientos para darse cuenta de que hace un buen rato que Potter le está hablando.

—Para empezar, agua y un caldero —dice—. Bien grande, si puede ser.

Harry se ríe.

—¿Un caldero? —le dirige una mirada condescendiente— Malfoy, ¿has visto dónde estás?

Draco echa un vistazo a su alrededor y enseguida se da cuenta de lo que Potter quiere decir. Es una cocina muggle. Espaciosa, bien iluminada por grandes ventanales, muy limpia y llena de artefactos que Draco desconoce.

—Pero tengo ollas —añade Harry con sorna—. Bastante grandes, diría yo.

Draco suspira.

—¡Veamos esas ollas, pues!

Harry enciende los fogones más grandes de las dos cocinas de gas y pone al fuego dos de las ollas de más capacidad llenas de agua. Después se dedica a observar como Malfoy saca de su maletín una gran cantidad de ingredientes y empieza a prepararlos. Lo primero que Harry se pregunta es si el maletín debe estar encantado, como su mokeskin. Lo segundo, que si además de haberse llevado el frasco de medicina a escondidas, Malfoy ha aprovechado también para asaltar el armario de ingredientes de San Mungo. Tal vez esa sea la razón de que haya tardado en llegar más de lo que la recepcionista del hospital le había dicho.

—¿Te echo una mano? —pregunta.

Draco levanta las dos cejas con un gesto irónico.

—Pretendo que la poción funcione, Potter —le responde en tono burlón.

Harry se ofende.

—No era la asignatura, sino el profesor —se defiende—. En sexto aprendí bastante de Slughorn, ¡que lo sepas!

Draco pone cara de no creérselo demasiado, pero le tiende un cuchillo y un montón de raíces de margarita.

—Dos centímetros —le recuerda.

Harry empieza a cortar sin volver a abrir la boca.

Cuando más tarde Molly y Andrómeda bajan a la cocina para hacer la comida, se los encuentran removiendo en las dos grandes ollas, en silencio, con la mirada fija en sus respectivos relojes de pulsera.

—¿Y dónde vamos a hacer el caldo, ahora? —exclama Molly.

—No te preocupes —la calma Andrómeda—. Creo que todavía tenemos algunos litros en el congelador —y, además, cuenta con que la mitad de los niños no tendrá demasiada hambre.

Ninguno de los dos jóvenes presta atención a las brujas. Draco porque está muy concentrado en lo que hace; Harry porque lo está en demostrar que sabe lo que hace. Andrómeda mira de reojo a su sobrino. Físicamente es un calco de su cuñado: alto y delgado, con ese porte arrogante que ha tratado de suavizar desde que ha llegado. Pero lo tiene. A pesar de todo, ha sido muy dulce con los niños. Lo cual la ha sorprendido debido a las referencias que tiene de él. Y, además, parece que sabe lo que hace. Es listo. Se ha metido a Molly en el bolsillo al reconocerle el mérito de las hojas donde apuntan los medicamentos y las dosis. Dennis, que le miraba con recelo desde que puso un pie en la habitación, ha cambiado de expresión cuando Beth le ha vomitado encima y Draco, lejos de demostrar asco o enojo, se ha limpiado con la varita y ha tranquilizado a la niña. Dennis es un chico muy trabajador, responsable, capacitado para este trabajo. Pero los vómitos le pueden. En cuanto a Susan, bien, Susan es una bendita. Una buena chica pero, a su parecer, un poco justa en lo que a capacidades mágicas se refiere. A pesar de todo, es uno de los puntales del orfanato. Los niños la adoran. Es una fantástica organizadora de juegos y una efectiva consoladora de disgustos y llantinas. ¡Y tiene tanta paciencia! La única que, como ella, ha mantenido una postura fría y distante ha sido Tracy. La chica no ha abierto la boca para nada, pero miraba a Draco con franca animadversión.

En ese momento a Harry se le escapa un reniego y Draco aprieta los labios antes de decir:

—Si la has cagado, Potter, estarás vomitando babosas hasta el año que viene —amenaza.

—Me he descontado —gruñe Harry, avergonzado por tener que reconocerlo.

Draco suspira y niega con la cabeza.

—Veintiocho, te faltan dos removidas.

Harry no se atreve a mirarle para no volver a descontarse y quedar como un inútil, pero pregunta:

—¿Cómo lo sabes?

Draco no se molesta en contestarle. Andrómeda se aguanta una sonrisa. Harry está nervioso, lo nota. La bruja sabe que la relación entre los dos jóvenes nunca ha sido amable. Pero por sus niños Harry es capaz de aceptar lo que le echen. A veces, esa actitud la preocupa. Para Harry, el orfanato es su vida; no hay nada más. Y eso no está bien para un hombre de veintitrés años. Tendría que salir más, divertirse, gozar de la vida como cualquier otro joven de su edad. Los demás lo hacen. Los fines de semana libran por turnos. Pero Harry en pocas ocasiones abandona el Nido de Hedwig.

—¡Esto ya está! —Draco retira la olla— ¿Cómo se apaga este jodido fuego?

Harry retira también la suya y apaga los dos fogones.

—¿Podría devolverme el frasco que le he dado antes, señora Weasley? —pregunta Draco, utilizando un tono mucho más amable que hace unos momentos.

—Ahora te lo traigo, querido —y refunfuña para sí—: No recuerdo dónde lo he dejado…

Draco hace lo posible para no poner los ojos en blanco al escuchar la palabra "querido".

—¡Ah, sí! —exclama a continuación Molly.

Mueve la varita y convoca el frasco.

—Aquí tienes, querido.

Draco lo pone sobre la mesa y lo duplica cincuenta veces.

—Ahora hay que llenarlos, Potter. Necesito un embudo y un cucharón…

Antes de que Harry pueda ni siquiera moverse, Molly les pone en las manos lo que Draco ha pedido. Los dos jóvenes empiezan a llenar frascos en silencio. Una hora después, la poción está lista para que los niños la tomen.

—Bien, creo que he terminado aquí… —dice Draco, recogiendo los ingredientes que todavía hay sobre la mesa— Si hubiera algún problema, supongo que enviarán a cualquiera de los sanadores del equipo de guardia —cierra el maletín y añade con ironía—: De los titulares. Ya no deben estar tan ahogados de trabajo. De todas formas, supongo que mañana vendrá alguien a ver cómo va la cosa.

Se queda mirando a Potter, que también le mira, como si no supiera qué decir.

—Bien... —murmura Draco, un poco incómodo.

Entonces Potter parece salir de su estado de ensimismamiento.

—Te acompaño... —dice.

Draco hace un gesto con la cabeza a modo de saludo, dirigido a las dos brujas, que se lo devuelven, pero sólo Molly le sonríe. Cuando llegan delante de la chimenea Potter le tiende la mano.

—Muchas gracias, Malfoy.

Un poco sorprendido, Draco le corresponde.

—Adiós, Potter.

—Adiós.

o.o.o.O.o.o.o

De nuevo en el hospital, Draco no puede dejar de pensar en Potter durante el resto del día. Y todavía piensa en él al día siguiente. Le cuesta reconocer la grandeza de lo que Potter ha hecho en el orfanato. La locura de encerrarse en aquella casa y hacerse cargo de casi medio centenar de niños y sacarlos adelante. Debe ser consecuencia de la famosa valentía Gryffindor… Ha encontrado a Potter físicamente muy cambiado. Claro que hace por lo menos cinco años que no se veían. Desde que acabó la guerra, de hecho. Puede que Potter sea un poco más alto de lo que recordaba. Pero, desde luego, todo parece mucho mejor colocado en su lugar. O tal vez sea que antes no le había prestado tanta atención. Draco salió del armario una vez terminada la guerra. Pensó que, perdidas tantas cosas, no venía de una más. Y que con el jaleo que por aquel entonces había a todos los niveles, sus gustos personales pasarían desapercibidos. Como así fue. Además, prometió a sus padres ser discreto, ya que ellos no perdían la esperanza de poder arreglarle un matrimonio, aunque fuera de conveniencia.

—¡Ey, Malfoy, Strout quiere verte!

Draco levanta indolentemente la cabeza del libro sobre plantas venenosas que está leyendo. O leía, antes de que sus pensamientos viajaran de nuevo a Potter.

—¿Y qué quiere? —pregunta.

Derwent se encoge de hombros.

—¡Y yo qué se! Pero date prisa, ya sabes cómo se las gasta…

Draco arruga la nariz, pero se levanta con más diligencia de la que le gustaría. ¡No es nadie Strout a la hora de echarte toda la caballería encima! Cuando Draco llega al despacho del jefe de sanadores, ni siquiera tiene opción a entrar. El mago le espera en la puerta y le pone entre las manos un bloc de asistencias domiciliarias, de forma algo brusca.

—Coja sus cosas, Malfoy. Se va al orfanato de Potter.

—¿Señor?

Storut parece molesto cuando le dice:

—Ha sido Potter quien ha insistido, a pesar de que le he recalcado que usted es sólo un sanador en prácticas…

Draco no se esfuerza mucho en refrenar la lengua.

—Pues ayer este hecho no parecía tener demasiada importancia… —esboza una sonrisa llena de inocencia— Es más, tengo entendido que Potter estuvo más de dos horas intentando que algún sanador visitara a los niños…

Estas palabras parecen molestar todavía más a Strout.

—Los responsables ya han sido amonestados —responde entre dientes—. Y si usted no quiere añadirse al grupo, más le vale hacer bien su trabajo.

¡Encima!, piensa Draco, pero no lo dice en voz alta. Echarle en cara al jefe de sanadores que no ha hecho bien su trabajo ya ha sido suficientemente arriesgado. Más satisfecho de sí mismo de lo que puede demostrar, va en busca de sus cosas para volver al Nido de Hedwig.

Harry espera a pie de chimenea con Amy en brazos y Kevin agarrado del bolsillo de su pantalón. Eddie practica una especie de patinaje salvaje, deslizándose en calcetines sobre el parquet, tosiendo de vez en cuando, y lanzándose al suelo como pirueta final porque la bata de franela también se desliza muy bien. Freddie, que desde que ha dejado de vomitar y se encuentra mejor tampoco para quieto, le da patadas a una pelota que pone en peligro el mobiliario. Susan y las niñas que ya no tienen fiebre están en la sala de juegos, donde han sentado a todas las muñecas y juegan a las cocinitas. Han tenido que echar a los chicos porque les desbarataban el tinglado. Dennis se los ha llevado a la sala de estar y ha empezado a leerles cuentos. A excepción de Eddie y Fredie, que van a la suya. Los que todavía están demasiado enfermos se encuentra arriba, en sus habitaciones, con Andromeda y Tracy.

Cuando la chimenea chisporrotea Harry no puede creer que se encuentre tan ansioso. Ver salir a Malfoy de ella le provoca un pequeño vuelco en el estómago.

—Hola, Malfoy —saluda, extendiendo la mano hacia él.

Draco se la estrecha con una pequeña sonrisa que a Harry, por primera vez, le parece diferente.

—¿Como va todo? —pregunta el sanador.

—Mejor. Pero Justin, Andrew y Beth todavía tienen un poco de fiebre. Tal vez sería mejor empezar por ellos, ¿te parece?

Draco asiente y sigue a Harry en su camino hacia las escaleras.

Dos horas después, con Eddie tras él arrastrado su maletín después de auto proclamarse su ayudante, a ver si caía otra piruleta, Draco se encuentra de nuevo frente a la chimenea, a punto de regresar a San Mungo.

—¿Vendrás mañana? —pregunta Harry.

—Si Strout me envía…

Harry sonríe. Y Draco sabe que mañana volverá al Nido de Hedwig.

o.o.o.O.o.o.o

Ha pasado una semana y la crisis gripal ya ha sido superada por el orfanato. Con todos los niños recuperados, Draco no tiene ninguna razón para volver allí. Reconoce que los echará un poco de menos. Las siguientes semanas el joven sanador en prácticas se sumerge en la rutina del hospital. Parece que haber recibido la confianza de Harry Potter para tratar a sus niños, aunque sea de una vulgar gripe, le ha hecho ganar algunos puntos. El objetivo de Draco es la tercera planta, Envenenamientos Provocados por Pociones y Plantas. Pero de momento trabaja en Accidentes Provocados por Artefactos. Y a pesar de todas las solicitudes que ha enviado, parece que no tienen ninguna intención de moverle de su actual puesto. Y ya está harto de explosiones de calderos, detonaciones de varitas, accidentes de escoba… Puede que ahora, gracias a Potter, le hagan más caso.

—Malfoy, tienes un paciente en la sala de urgencias.

—¿En urgencias? —se extraña Draco.

Él no es sanador de urgencias.

—Uno de los chicos del orfanato se ha caído y se ha hecho un buen boquete en la frente —le explica Derwent—. Donaldson esta que trina porque Potter ha solicitado que seas tú quien le atienda —el sanador sonríe con malicia—. Pero Strout le ha mandado callar.

Donaldson es el sanador que hasta la Gripe Rusa, como ahora se la conoce, ha atendido siempre al orfanato. Pero, desgraciadamente para él, estaba de vacaciones en España cuando se desencadenó la epidemia. A Draco le falta tiempo para llegar a la sala de urgencias.

—¿Por qué no me sorprende que seas tú?

Eddie hipea sentado sobre la camilla. Potter aprieta un trapo ensangrentado sobre su cara.

—Se ha caído del columpio —balbucea Harry, que está muy nervioso—. No comprendo qué ha podido pasar con el encantamiento contra caídas —se pasa la mano por el cabello, alborotándolo—. ¡No había pasado nunca!

—Cálmate, Potter —dice Draco mientras aparta el trapo de la cara del niño—. ¡Vaya! Esta vez si que la has hecho buena, ¿eh, Eddie?

El niño tiene un corte profundo sobre la ceja izquierda.

—Sé cerrar heridas pequeñas—se justifica Harry, que no se ha calmado en absoluto—. Pero cuando he visto esto… ¡Dios mío! ¡Se podía haber matado!

—Potter, si no te callas, te echaré.

La voz de Draco ha sonado educada, pero determinada a cumplir su amenaza. Así que Harry se muerde el labio y observa en silencio. Malfoy ha hecho tenderse a Eddie en la camilla y le habla de forma tranquilizadora. Mueve la varita pronunciando hechizos que Harry desconoce. La sangre que rodea la herida se desvanece y los sucesivos hechizos la limpian y desinfectan.

—Ahora te dolerá un poco, Eddie —le advierte Draco—. Haré subir la carne y cerraré la herida. Tardaré un poco porque lo haré muy despacio, para que no te quede ninguna fea cicatriz y tampoco te duela después, ¿vale?

El niño afirma con la cabeza, busca la mano de Harry y cierra los ojos con fuerza. Durante todo el proceso, casi sufre más Harry que el pequeño.

—¡Has sido muy valiente, Eddie! —le felicita Draco cuando termina. Y después añade—: Respira, Potter.

Harry sonríe, un poco avergonzado. El sanador le tiende un pequeño frasco.

—Le dolerá un poco durante las próximas horas —advierte Draco—. Cinco gotas en un vaso pequeño con agua o zumo de calabaza. Se las puedes dar cada cuatro horas, si es necesario.

Harry se guarda el frasco en el bolsillo y después coge a Eddie en brazos. El niño inmediatamente se le acurruca.

—Gracias, Malfoy —y reconoce—: Tienes buena mano con los niños.

—No sé qué decirte…

—Te lo digo en serio —insiste Harry—. Sé de qué hablo.

Draco se siente un poco incómodo. No está acostumbrado a los halagos. Ya no.

—Te lo agradezco... —dice, un poco abochornado.

—Quiero irme a casa… —gimotea Eddie.

Harry le acaricia el cabello y le da un beso.

—Ahora mismo nos vamos, campeón —pero mira a Draco como si el hecho de marcharse le supiera un poco mal—. Bien, entonces…

El sanador no sabe qué clase de impulso le arrastra a decir lo que dice, pero lo dice.

—Si quieres, mañana puedo ir a echarle un vistazo…

Harry parece revivir. Sin embargo, dice:

—Me sabe mal porque es domingo. No debes trabajar…

—No te preocupes. No es ninguna molestia —se apresura a responder Draco.

—Pues ya que eres tan amable, si quieres, puedes quedarte a comer con nosotros —le invita Harry. Y tampoco sabe por qué lo dice.

—Muy bien—acepta Draco—. Nos vemos mañana, entonces.

Cuando Potter y el niño desaparecen por la puerta, Draco se pregunta qué acaba de suceder.

Continuará...