¡Hola! Ya, no pude resistirme xD. Sé que debo terminar con mis otros dos proyectos, pero no pude evitar subir la historia antes de tiempo, aparte ni sé cuándo terminaré Felicem Facit (es difícil hacer drabbles con una temática en sí, eh). Pero vale, ea, aquí estoy. ¡Historia cien por ciento Mimato! (Amo esta pareja, mierda). Puede que la historia, la trama, la temática sea cliché (es más, yo lo creo (: ) pero me gustó, sinceramente. Hay clichés y clichés, y espero que éste sea uno de los buenos xD.

Aclaraciones: Nadie de los niños elegidos se conocen. La historia es un AU (Universo Alterno), que sepan que se desarrolla en un lugar totalmente diferente al de la serie. Ni Tai, ni Sora, ni Takeru, ni Matt, ni Mimi, y bueno, ninguno de los niños elegidos se conocen, y tampoco tienen Digimons (tinini, amo a Patamon y a Gatomon xD). Las edades no coinciden con las del Anime, así que no se extrañen si Takeru es tan sólo un poco menor que Matt.

Disclaimer: Digimon NO me pertenece. Si así fuese, Takeru sería mi esclavo sexual, Mimi terminaría ligándose a Matt en un bar, borrachos; y Sora se quedaría con el amor de su vida, Taichi. Historia sin ánimo lucrativo, es decir, nunca tendré dinero.

Notas: Sobre Juegos de Seducción: no sé cómo seguir la historia, bueno, sí sé cómo, pero hay cosas que aún no encajo bien. Sobre Si te felicem facit: hace poquito subí su actualización, el capítulos tres (Pureza), y seguiré actualizando hasta que termine la Tabla correspondiente. Y sobre éste, Fruto Prohibido: algo totalmente nuevo para mí. Así que espero que simplemente lo disfruten, críticas serán bienvenidas siempre y cuando sean constructivas.


Fruto Prohibido.

"Dicen que lo prohibido seduce, atrae y enamora". Mimi cerró el libro bruscamente. Levantó la vista lentamente, arqueó una ceja, y lo miró. Su corazón palpitó fuertemente: quería comer el fruto prohibido.

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~o~

Capítulo 1: Él es. Ella es.

—¡No quiero! —gritó. Cruzó sus brazos a nivel del pecho y torció los labios.

Mimi Tachikawa estaba enfadada. Muy enfadada. Frente a sus ojos se encontraban el núcleo de su actual problema: sus padres. Diablos. Ella amaba a su familia, los adoraba, tenía plena confianza en ellos y ellos en ella. Pero… ¿por qué tenían que hacerle eso? ¿Por qué? ¿Por qué tenían que hacer cosas sin preguntarle a ella? Sabía perfectamente que eran pareja, pero ella ahora era parte de los dos, era parte de la pareja. ¡Era su hija, joder! Que no les costaba nada preguntarle siquiera si estaba un pelín de acuerdo… o en desacuerdo, como lo estaba hasta ese entonces.

—Mimi, hija, por favor… serán sólo cuatro meses, querida —suplicó su madre, tomando las manos de su esposo y haciendo un claro puchero. Mimi simplemente resopló. Ver a su madre tan nostálgica y acongojada no le gustaba para nada, pero no desistiría. ¡No!

Su padre, agachó la cabeza y comenzó a susurrar algunas palabras: "Por dios, qué le diremos ahora a la Tía Margaret, qué le diremos… somos una mala familia".

"Somos una mala familia"

"Somos una mala familia"

Repercutió en Mimi.

Vaya. La castaña suspiró, dejó su postura, que hasta ese momento se encontraba persistente y dura como una roca, para arquear su espalda hacia atrás, apoyarse en el sofá y terminar por decir: me rindo.

Y entonces, sabía que venía el terremoto y, tras éste, el tsunami.

~o~

—Dos horas —pronunció con voz baja. Estiró sus brazos, cerró sus ojos y los dejó caer tras su cabeza. Estaba bastante cómodo. Después de todo su hermano tenía razón, viajar en avión no era tan malo, sin duda, era mucho mejor que viajar en cualquier otro transporte: era más rápido, cómodo, y no sentías el viaje. Perfecto.

Tan sólo dos horas y llegaría a su incierto destino. Jamás había compartido con "su familia", bueno, para él, no eran familias. Tan sólo compartían "sangre", mas nunca habían hecho contacto. ¿Quiénes eran ellos? Sólo sus tíos y una prima que ni en sueños pensó que tenía. ¿Cuándo se supone que se armó todo ese lío familiar? Nadie sabía, de hecho, su madre recién a sus dieciocho años de edad le había contado de la "familia perdida" que tenían en Estados Unidos. Y, si no es porque él estaba totalmente desesperado por buscar hospedaje en aquella ciudad, jamás se hubiese enterado de los Tachikawa y sus lazos familiares.

Y tampoco es que a él le importara. Claro que no. Sólo quería una habitación, comida, un baño y nada más. No le interesaba si ellos eran buenos con él o no eran buenos. No le interesaba si ellos tenían problemas, él iba con un solo objetivo: estudiar y sacar su carrera de Medicina. Y, si la situación lo ameritaba, compartir con la familia no le hacia un problema mayor, mas sólo eso. Fin.

Las dos horas fueron como cinco minutos para Yamato Ishida, mejor conocido como Matt frente a sus círculos de amistad. Tomó la maleta con fuerza y caminó hacia los ventanales del aeropuerto de California, Los Angeles. Buscó entre la gente, y los miles de carteles que asomaban a la salida del vuelo; uno que tuviese impreso su nombre.

Nada.

Resopló. ¿Qué a caso era normal llegar atrasado a ese tipo de encuentros? ¿Qué tal si se perdía, o si una banda de malotes lo raptaban? ¡Pero qué familia tenía en la ciudad! No conocía Los Angeles, sólo el nombre, y por lógica, cualquiera que supiese su situación no lo dejaría solo en una ciudad completamente desconocida.

Se quedó parado allí. No avanzaría ni un milímetro más, puesto que, los que tenían que ir a buscarlo tenían que llegar sí o sí.

Luego de cortos, pero para el rubio, eternos cinco minutos; divisó a una pareja que discutía. Algo en ellos le llamó la atención: traían consigo un cartel, con el nombre de "Yamamoto Ishida".

Yamamoto…

Yamamoto…

Matt arqueó una ceja. Se acercó sigilosamente a la pareja y escuchó su discusión.

—¿Pero cómo no has preguntado bien el nombre, cariño? —preguntó nervioso el hombre a la mujer.

—Que sí lo he hecho… ¡Pero no contaba con que se me iba a olvidar, amor! Lo siento —respondió angustiada la mujer, mirando el cartel y tratando de buscar el verdadero nombre.

—¿Ni siquiera Margaret te ha dicho cómo es, físicamente?

—Mm… dijo que era rubio. Sólo eso. —llevó una mano a su cabeza.

Bien. Él era rubio. Su nombre era Yamato Ishida, no Yamamoto, pero viendo la escena de los dos, estaba completamente seguro que hablaban de él. Y no podía creer lo que le había tocado. Reconoció el nombre de "Margaret", quien fue la tía que contacto a su madre con aquellas personas.

—Mucho gusto, soy Yamato Ishida, al que buscan —anunció. La pareja miró perpleja al chico. La mujer pestañeaba muchas veces y el hombre no cerraba su boca. Le iba a entrar un bicho, pensó Matt.

—¡Mira, es rubio! —apuntó la pelirroja hacia él, con una gran sonrisa. Sus mejillas se tornaron de un color rojizo y sus ojos brillaron, llenos de felicidad. El chico le restó importancia a la reacción tan espontánea de la mujer, y sólo se concentró en su "gran" deducción: es rubio. —¡Bienvenido a California, Los Angeles, Yamamoto! Es un gusto tenerte con nosotros. Al fin conocemos a nuestro sobrino lejano.

—Yamato y el gusto es mío —y aún así él pensase que a ellos dos, les faltaban tablas para el puente; no podía perder la educación que su madre le dio.

—Discúlpanos hijo, no sabíamos bien tu nombre y la demora no lo arregla para nada—estiró su mano para apretar la de Matt. Éste la acogió sin ningún problema, diciendo algo como: no hay problema, no esperé demasiado.

Mentira. Para él habían sido largos cinco minutos aburridos.

—¡Bien! —gritó la mujer aún con más fuerzas. —Es hora de ir a casa para que conozcas a nuestra hermosa hija, Mimi. De seguro ustedes se llevarán de maravilla.

—Sí… de seguro —susurró el hombre, algo inseguro. No tenía la certeza si su hija iba a recibir tan bien a su primo. Pero como bien decía él: las esperanzas es lo último que se pierde.

~o~

Mimi lanzó una toalla al suelo con enojo. ¡Agh! Pero qué rabia sentía en esos momentos. ¡Nadie tenía el derecho de venir a su casa y quedarse como quien quiera cuatro meses! ¡Nadie! Nadie podía quitarle su privacidad. ¿Compartir baño? ¿Arreglar su habitación? ¿Hacer los quehaceres, porque ahora habría que mantener con mayor razón la limpieza en el hogar?

¡¿Por qué ella tenía que ser esclava y él no?

No era justo. No era invitado, pues iba a vivir con ellos cuatro meses y eso, si le iba bien en la Universidad, iba a vivir más meses con ellos. Por lo tanto, pasaría a ser uno más de la "familia" y, como consecuencia, también tenía que cooperar con ésta. Hacer el aseo, cocinar, limpiar el baño, aportar con dinero. ¡Cualquier cosa!

Estaba completamente decidida. Estaba decidida a hacerle la guerra a ese muchacho. ¿Quién se creía él?

Porque más que nada era un aprovechado. Que recién le vino a importar "su familia de los Estados Unidos" porque necesitaba una casa, un techo, comida y agua caliente. Nada más por eso. Y eso no estaba bien. Sus padres eran ingenuos, y claramente iban a recibir al chico con los brazos abiertos, cobrándole lo mínimo. ¿Y además ella tenía que ser su empleada? ¡Claro que no! Nadie pasaba por encima de sus derechos como hija, familia y mujer.

El timbre resonó en el departamento. Miró por última vez el cuarto en el cual dormiría su nuevo enemigo. Y cerró la puerta fuertemente tras salir de él.

Tomó aire, llenó sus pulmones, apretó los puños, y abrió la puerta.

—¡Hija! Perdona la demora, el tráfico era terrible —le sonrío su dulce madre.

—No hay problema mamá, está todo preparado, tal cual me lo encargaste —le respondió de igual manera. Estaba a la defensiva, pero no con sus padres, sino que con el chico.

—¡Eres un amor, Mimi Tachikawa! —su madre se inclinó para darle un suave beso en la frente y siguió su camino. Tras ella, el padre entró al departamento con una maleta en su brazo.

—Él —miró a Mimi, señalando al chico en el marco de la puerta —es Yamato Ishida, hija.

Mimi giró lentamente su cabeza hacia él.

Mierda.

Y mucha mierda.

Hubiese deseado que el tiempo se parase allí mismo. Que su padre se hubiese quedado tal cual momia, apuntando a lo que sería su nuevo conviviente, mientras que éste, simplemente desapareciera. O se quedara ahí, inmovilizado para siempre.

Y… mierda.

—Un gusto —dijo él cortante. Estiró su mano hacia ella para apretarla.

La castaña lo miraba fijamente. No tenía cara de sorpresa, no tenía cara de rabia, no tenía cara de enojo. Estaba simplemente muda. Pensó, en un momento, que su lengua se había arrancado o como mínimo el ratón se la había comido. Puaj. Se asqueó de tan sólo pensarlo.

Y es que el chico… era guapo. Formuló ella. Rubio, ojos azules, buena pinta, buen estilo, alto, piel blanca como porcelana. Mierda. Era demasiado guapo.

—Igual —pronunció la castaña, sacando fuerzas desde lo más profundo de su ser. No es que fuese una chica que se le caía la baba cada vez que veía un chico lindo. Para nada. Es más, en los Estados Unidos los hombres estaban más buenos que una marraqueta de pan. Pero él, algo tenía. Algo…

Matt pasó al departamento sin siquiera mirarla. Dejó caer un bolso que traía a su hombro y sobó el mismo con la otra mano. Un quejido se hizo presente en el salón.

—¡Dios! ¿Te duele mucho? ¿Quieres que te de algo para el dolor? —sugirió una alarmada madre.

—No gracias, Señora, estoy muy bien. Tan sólo es un dolor muscular, de seguro debe ser porque traía peso en el bolso y se me ha adormecido. Nada más.

—¡Me ha dicho Señora, amor! ¡Estoy vieja! —cubrió su rostro con ambas manos, sollozando.

—No… lo que quise decir…

—No llames nunca a mi madre "Señora". ¿No ves que es joven? —dijo Mimi. Se paró frente a él y lo miró retadoramente. Era guapo, pero eso no quitaba que él venía a invadir su apreciado hogar. El chico tan sólo pasó de su mirada y siguió con su frase.

—No le quise decir vieja, usted es muy joven. ¿Cómo puedo llamarle? —preguntó él, tranquilamente, tratando que la mujer parase el llanto.

—¡Tía! Puedes llamarme tía, porque al fin y al cabo eso eres querido —río. Limpiando sus lágrimas con una manta pequeña de color rora que su esposo había llevado hacia ella.

—Bien… Tía —susurró apenas el rubio. Si le decía que él no quería llamarla así, la mujer podía correr y tirarse por el balcón del departamento. Mejor era evitar cualquier ataque suicida que la mujer podía hacer.

—Y a ella, nuestra querida Mimi, puedes llamarla Prima.

Mimi abrió los ojos de par en par… Era cierto, ese chico, era su primo. Primo, tal vez lejano, en segundo grado, como fuese, pero era su primo.

—Mimi. Llámame Mimi —corrigió. El rubio sólo asintió, y con la mirada buscó nuevamente a la pareja. Ignoraba por completo a la chica, mientras ésta se daba cuenta de las ignoradas olímpicas que Matt le proporcionaba, más se enfurecía con él. Vamos, tampoco había sido tan pesada. Sólo defendía lo suyo.

El círculo en el cual se encontraban los cuatro se deshizo, la mujer corrió a la cocina a preparar comida, cantando, felizmente. Parecía una princesa de Disney, viviendo en su burbuja, llena de felicidad. Matt ya veía que de un momento a otro soltaba corazones y comenzaba a cantar el cumbayá.

—¿Dónde dormiré? —preguntó antes que el padre comenzara a caminar hacia el salón donde estaba la televisión.

—Hija indícale el camino por favor —Mimi intentó refutar, mas el padre se adelantó —Sabes Yamato, ella ha preparado tu cuarto con mucha energía.

Bien. No, eso no estaba tan bien.

—¡Papá! —acotó la castaña cerrando sus manos en unos puños y posándolos a cada lado de sus piernas. Agarró aire e infló sus cachetes, tal cual una niña pequeña. Con el seño fruncido.

—Dime el camino, dudo mucho que me pierda —le habló Matt. Por fin tenía la atención del chico, aunque sólo fuese para preguntarle aquello tan insignificante. Ahora sí que sí comenzaría su juego.

—Te llevo.

No era mucha la distancia desde donde estaban, hasta el pequeño cuarto del chico. Mimi abrió la puerta, encendió las luces y el cuarto se hizo notar. Era pequeño, según la chica, pero apenas Matt entró se sintió a gusto. Era, definitivamente, mucho más grande que su habitación en Japón. No se quejaba de tener un cuarto pequeño y compartir prácticamente todo con su hermano, las condiciones con su madre no eran las mejores y no habían espacios para quejarse. Ni tampoco es que él quisiera hacerlo.

El arreglo de la habitación era bonito. Sencillo pero lindo. Decorado con azul y blanco. Una cama pequeña, pero precisa para su cuerpo. Todo combinaba muy bien.

—Bonito —le dijo. Sinceramente. Realmente le había gustado su habitación.

—Gracias.

—Te esmeraste, ¿no? —preguntó. Matt esbozó una pequeña sonrisa. Sabía muy bien qué posición tenía la chica respecto a su llegada. Era lógico y obvio. Con tan sólo ver el rostro de la chica a su aparición, de ver cómo actuaba ante sus padres, de manera caprichosa, celosa, como niñita pequeña la cual siente que le arrebatan el cariño y la atención de sus padres.

—Sólo porque mis padres me lo han pedido —le respondió de manera suave. ¡Rayos! Estaba perdiendo la fuerza de voluntad. El chico expresaba muy poco y era casi indiferente a lo que ella hablaba. —Por mí, te dejo la pieza tal cual estaba, sucia, cama sin hacer, etc. —intentó arreglarla.

—Bien, gracias —le respondió haciendo caso omiso a lo pronunciado por la chica. Mimi enrojeció, pero no de pena, dela rabia. ¡Demonios!

—¿Siempre eres tan frío con la gente, Yamato? Es decir, ¿a quien sea que le hables lo haces de esa forma? —se apoyó contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Mirándolo seriamente, como nunca ella lo estaba.

—¿De qué manera hablas? —respondió dándole la espalda, y dejando sus maletas en la cama. Tenía que guardar su ropa, cenar, dormir, ordenar las ideas, y un montón de cosas más.

—Tan indiferente.

—No. Sólo te falta conocerme, Mimi Tachikawa —la miró fijamente. Mimi entumeció. ¿Qué era lo que hacía que ella adoptara esa posición? ¿Qué? ¡Era como si él la estuviese examinando completamente, mas sólo se concentraba en sus ojos!

—¿Es una invitación a hacer migas? —atacó. ¡Bien Mimi! Se animó mentalmente. No iba a caer en el juego raro del chico. Claro que no.

—No te ilusiones —le respondió de inmediato —Ahora, quisiera saber si puedo tener un poco de privacidad para cambiarme de ropa.

La castaña gruñó sonoramente. ¡Qué irritante era ese hombre! Que primero decía una cosa y luego otra. ¡La ponía de nervios! Pero nervios de aquellos que, le daban ganas de agarrarlo de las mechas rubias y darle unos cuantos empujones de aquí para allá.

—Que sepas que tú me has quitado la privacidad por tu llegada, Yamato Ishida —terminó por decir.

Y la guerra comenzaba.


¿Muy corto? No soy de hacer capítulos taaaan largos. Aún así, me vale demasiado su opinión, así que no se corten y opinen lo que deseen del fanfic; que con mucho gusto leeré. ¡Gracias!