Declaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen.

Advertencia: Alguna palabra obscena, nada del otro mundo

Resumen:–Cuando tú te infectes con el "síndrome del amor", te recordaré este momento–le advirtió Mikoto. Kushina bufó. ¿Y quién diablos iba a querer ser novio de la Habanera Sangrienta?


Síndrome del amor

2. Segunda Parte

¡Ya podía venir Mikoto a burlarse!

Sí, bien, claro…para qué diablos dijo nada. ¿A quién se le ocurría llamar a la desgracia de esa forma tan absurda? Sólo a ella, obviamente. Kushina se revolvió su pelo pelirrojo una vez más, bufando en silencio y frustrándose cada vez más. Aún si trataba de ignorar, deliberadamente, a su dichosa amiga, no podía. Mikoto se hacía oír, siempre, de cualquier forma. No había modo de que no fuera escuchada. Nunca.

– ¿Quieres dejar de revolver ya mi casa? ¡Me estás poniendo de los nervios, de verás! –gritó Kushina.

La pelinegra se paró en seco y la miró, con esa mirada oscura intensa y determinada, ella no pensaba parar. Ni por asomo. Es más, estaba divertida con su situación, la muy maldita.

–Kushina, querida, no hay forma de que yo revuelva más el desorden de tu casa, aunque quiera. –le explicó como quién le habla a un niño impaciente de cinco años.

La pelirroja trató de respirar. Exhalar, inhalar. Cuenta hasta diez, Uzumaki.

–De todos modos, no comprendo que diablos haces aquí ¿no deberías estar con tu querido Fugaku? –respondió con sorna la chica.

–Esto es más importante que Fugaku ¡Tengo que prepararte para tu cita! –gritó con entusiasmo.

Claro, primero la ignoraba por ese amargado estreñido y ahora que tenía la oportunidad de divertirse acosta de ella, venía… ¡Tendría cara la tía! ¡Mala amiga! ¡Aprovechada! Tranquila, Uzumaki.

–Oh, Kushina, mi pequeña Kushina ¿te das cuenta que es tu primera cita? ¡La primera! Te estás haciendo tan mayor…

Ella la observó con ojos entrecerrados, mientras Mikoto ponía una pose dramática e imitaba a esas locas actrices de telenovelas basura donde exageraban terriblemente la cuestión. Porque ella, definitivamente, estaba exagerando. Y tanto.

Sí, tenía una cita. Sí, era su primera cita. Y sí, era su primera cita y además, era con Minato, él chico que le gustaba. ¡Pero vamos! ¡Que ella era Kushina Uzumaki, La Habanera Sangrienta! Ella no necesitaba que Mikoto la preparara, había salido muchas veces con Minato, podría sobrellevarlo perfectamente. ¿Seguro, Uzumaki? ¡Por supuesto, hombre ya!

–No necesito que me prepares para nada, solo vamos a salir juntos, nada más–gruñó entre dientes la Uzumaki, cruzándose de brazos y fulminando a su amiga con la mirada.

Mikoto sonrió tiernamente, tratándola nuevamente, como si ella no fuera más que una ignorante niña de parvulario, y siguió con lo suyo, sacando ropas del armario y tirándolas sobre la cama, farfullando palabras inteligibles. Esto sólo logró exasperar aún más a Kushina.

–Tú viniste a mi casa para reírte de mí y tener un chisme para cotillear. –le recriminó la pelirroja, apuntándola con un dedo.

La Uchiha se dio la vuelta y la miró reprobatoriamente. Definitivamente allí había un problema de papeles. ¿Desde cuándo Mikoto era su jodida madre? Desde el mismo día que la conociste y te regañó por chillar y apuntar a las personas con un dedo.

–Kushina Uzumaki, deja de comportarte como una cría estúpida diciendo insensateces, siéntate en la cama y espera tranquilamente a que yo, tu queridísima amiga, termine de buscarte algo decente y lo suficientemente femenino, para dejar a Minato con la boca abierta y la baba cayendo. –le ordenó en tono autoritario.

Kushina hizo lo que le dijo a regañadientes, inflando las mejillas en un gracioso puchero infantil y murmurando lo injusta que era la vida con ella.

Mikoto sonrió conforme y volvió a su tarea. Ella tenía un don. A la Uchiha no le hacía falta levantar la voz o amenazar a alguien para dar miedo, esa aura de amabilidad macabra conseguía asustar hasta al más valiente de los hombres, porque sin lugar a dudas, esa sonrisa fingida no auguraba felicidad, sino las más terribles de las torturas sino se le obedecía de inmediato. ¡Sí mi capitana!


¡Maldito vestido de mierda! ¡Maldita Mikoto-mandona-Uchiha! ¡Estúpido mundo que no la dejaba ser feliz!

Estos eran unos de los muchos insultos que rondaban por la cabeza Uzumaki, mientras fulminaba al pobre reloj de cocina. Eran las cinco menos cinco, quedaban cinco asquerosos minutos para que fueran las cinco de la tarde -de cinco en cinco iba la cosa- y a esa hora, debía de venir Minato a buscarla. Si el desgraciado llegaba tarde, moriría.

Logró echar a Mikoto media hora antes, no sin sufrir primero un chantaje en toda regla, que la pelinegra prefería llamar "intercambio equitativo de favores", lo que venía a ser una extorsión a mano a armada. Joder, la obligó a ponerse ese estúpido e incómodo vestido morado ¡sin unos pantalones cortos debajo! Es decir, si por algún casual el vestido no se quedaba quieto donde estaba y cubría lo poco que debía cubrir -lo que venía a ser casi nada, sólo la mitad de sus muslos- se le verían las bragas de zorritos tan monas que llevaba. Y no la malinterpreten, Kushina Uzumaki tenía lindas piernas, de verás que sí, pero no le hacía especial ilusión que Minato -o cualquiera que no fuera Minato- le viera la ropa interior que usaba.

Maldita sea, Mikoto sabía porque ella no solía utilizar faldas o trajes, no era porque fuera una marimacha, sino, básicamente, porque tenía vergüenza -sí, la tenía- y dignidad. Ella era una joven hiperactiva, energética y que se subía por cualquier lado, a cualquier hora. Siendo una kunoichi que lucha contra el mal y está plenamente capacitada para la pelea, lo más cómodo no es ir con una faldita corta, luciendo piernas, no al menos si pretendes dejar inconsciente a tu adversario de una patada y no por el colapso mental y nasal que sufrirá al ver tus pieles internas expuestas.

Además, ella no era elegante, se sentía fuera de lugar luciendo tan femenina. Le resultaba raro mirarse en el espejo y que su reflejo fuera una muchacha con un vestido morado, sandalias blancas, una chaquetilla del mismo color a juego y el pelo rojo cayendo en cascada por su espalda y bien peinado. Era simplemente perturbador. Sobre todo, porque se notaba que se había arreglado y entonces, su fachada de no-me-importa-si-es-una-cita se iría a la mierda. ¡Joder! ¡Iba a matar a la loca esa que se hacía llamar amiga!

Pero no tuvo tiempo de seguir insultando mentalmente a Mikoto o planear su muerte, el timbre sonó anunciado la llegada de su caballero andante y casi, por inercia o manía, sus ojos fueron directos al reloj: las cinco en punto.

Sonrió. Minato siempre era muy puntual.

– ¡Ya voy! –canturreó, se dirigió a la puerta brincando y se olvidó por completo de su dilema inicial por su vestimenta. Abrió la puerta de un tirón y la predicción de Mikoto Uchiha se hizo realidad: Minato se quedó embobado mirándola. – ¿Qué tanto me miras, Namikaze pervertido? ¡Fue idea de Mikoto! ¡Ella me vistió! ¡Es su culpa, de verás! –chilló histérica Kushina, haciendo su tono de voz más aguda de lo normal y enrojeciendo de pura vergüenza.

Minato agachó la cabeza, rascándose la nuca, sonrojándose por el reproche de la pelirroja, y el remedio, fue peor que la enfermedad, al tener un primer plano de las piernas al descubierto de la muchacha. ¡Madre mía, quién diría que Uzumaki tuviera esa piernas! Y quién diría que Minato se fijaría.

–Hola…estás muy guapa, Kushina–alagó Minato, sonriendo nerviosamente, atento a la reacción de la chica.

Kushina giró el rostro a otro lado, apartando la mirada intensa del chico–Ni te pienses que me vestí así por ti, Namikaze. Todo se debe a Mikoto ¡Nada más, de verás! –se excusó con indiferencia, fingiendo dignidad. Mierda, estaba nerviosa y jodidamente cohibida.

–Claro, nunca pensé otra cosa, fuiste tú la que rápidamente se excusó–dijo él con tono pícaro dándole a entender que ella misma se descubrió.

Kushina frunció el ceño e hizo un mohín. – ¿Nos vamos o qué? –preguntó gruñendo.

Minato asintió y se hizo a un lado para dejarla pasar, muy galante él. Kushina volvió a gruñirle, dejando que él cerrara la puerta, son una sonrisa estampada en el rostro.

¡Que comience el espectáculo!


¿De verdad esto era una cita? No era la gran cosa, si era sincera, tampoco había mucha diferencia de lo que hacían normalmente juntos. Vamos, que lo único que cambiaba era la ropa, de resto…bueno, no, quizás, también, esa cierta tensión y separación que había entre ellos.

Todos los días se veían, siempre discutían por cualquier estupidez y se golpeaban cariñosamente en son de broma y ahora que, por fin, salían juntos de una forma un poco más formal, iban separados el uno del otro, mirando hacia otro lado y en completo silencio. Y ella seguía preguntándose: ¿esto era una cita? Porque prefería mil veces sus salidas normales con Minato a esto. Joder, en esas ocasiones no hubo nada romántico, no, claro que no, pero al menos se sentía más cerca de él, disfrutando de su compañía.

Esa asquerosa tensión entre ambos le estaba destruyendo los nervios, es más, se atrevía a afirmar que ni siquiera era tensión, era esa puta llamada vergüenza. Parecía mentira que el maestro del Namikaze fuera Jiraiya, de verás. Porque, coño, de ella te lo podías esperar, nunca salió con un chico, pero ¿de él? No es que fuera un mujeriego o que cada semana saliera con una chica diferente, es más, no sabía si de verdad él había salido con alguna chica de la aldea -si lo hubiera sabido la afortunada, o desafortunada, ya estaría muerta en sus manos- pero, ¡Él fue el que propuso lo de la cita, él debía de saber comportarse! Jum.

Y Kushina no lo soportó más, estaba al límite. Se paró en seco, en medio de la calle, haciendo que Minato se detuviera de inmediato.

– ¡Se acabó! ¡Esto es absurdo! –Gritó. Minato la miró sin entender. – ¿Esto se supone que es una cita, Namikaze? Porque, vamos, no es que yo sea una experta en el tema, pero al menos podrías caminar a mi lado ¡ni que tuviera la peste, de verás! –le recriminó ella. Él fue a hablar, pero lo interrumpió, añadiendo: –Si vamos a seguir así, sin hablarnos, rozarnos o, yo que sé, divertirnos, simplemente me largo. Prefiero salir contigo cuando no estamos en una cita, de verás, al menos ahí me miras.

Kushina terminó su alegato cruzándose de brazos y levantado el mentón, con el ceño fruncido. Minato, enfrente de ella, la observaba intensamente, con esa mirada azul penetrante y cautivadora. Ella supo que estaba pensando en sus palabras.

–Tienes razón, esto no parece una cita. –le concedió él con ese tono tranquilo de siempre. –Pero si lo que quieres es una cita de verdad, así se hará. Tendrás la mejor primera cita de la historia.

Kushina enrojeció – ¿Y quién te dijo que esta fuera mi primera cita?

–Sé que no has tenido citas con nadie porque todos los chicos de la aldea lo comentan. –le respondió, no sin cierto tono molesto. –También es la primera cita que tengo.

Minato compuso una sonrisa ladeada, sin maldad, pero traviesa. El sonrojo de Kushina se hizo más evidente y su corazón latió con fuerza.


Después de ese momento de explosión de Kushina la cita continuó, pero esta vez, fue a mejor. Minato caminaba a su lado, incluso se atrevió a darle la mano, aunque debía admitir, que ambos parecían dos tomates maduros andantes por este hecho. De todos modos, el sonrojo fue disminuyendo con el paso del tiempo y la amena charla en la que se enfrascaron ayudó bastante. Se reían entre ellos, gastándose bromas, como siempre hacían, peleando, o más bien, una energética Kushina era la que le gritaba a Minato con esa característica nota de reproche por cualquier bobada que él dijera.

Fueron a cenar, oh, sorpresa, ramen, para no variar la alimentación. Teuchi les sirvió los tazones con una sonrisa traviesa en el rostro y no despegó de ellos la mirada en todo el tiempo que estuvieron en su local. Y cuando, por fin, Minato insistió en pagar por ambos -aunque el pobre quedara arruinado. Kushina no supo si era muy caballeroso o muy tonto- el dueño del Ichiraku Ramen soltó una carcajada y dijo, con tono divertido: "¿Para cuándo la boba?" Los dejó sudando con eso.

Pero, Kushina, debía admitir, que se lo había pasado muy bien, bastante bien. Y comprobó, una vez más, que Minato cumplía siempre sus promesas: fue la mejor primera cita de la historia. Uzumaki, te vuelves cursi por momentos.

Bueno, vale, también hubieron momentos vergonzosos, como cuando casi, casi, se le ven las bragas porque una jodida brisa se empeñó en volarle el vestido para arriba. Menos mal que fue lo suficiente rápida para hacerlo bajar y detrás de ella no venía nadie y Minato cerró los ojos -o se los arranca-. Eso sí, juró que una personita llamada Mikoto Uchiha iba a morir el día de mañana a las…cuando la viera, eso sí, no pasaba de mañana ¡de verás!

– ¿Te lo has pasado bien? – le preguntó Minato, sacándola de sus calibraciones.

– Debo reconocer que te has esforzado, Namikaze, pero podría haber sido mejor.–le dijo en tono serio, conteniendo la risa, bromeando.

El rubio alzó las cejas y ella estalló en risas al ver su cara.

–Está bien –ella se calló y lo miró sin entender–Para la próxima me esforzaré más.

– ¿Me estás pidiendo otra cita?

–Posiblemente, sí.

Kushina sonrió ampliamente y Minato le devolvió la sonrisa. Se quedaron en silencio, mirándose mutuamente a los ojos, perdiéndose en los orbes del otro. Morado y azul. Azul y morado. Sin importar el color, ambas pupilas brillaban como dos luceros en medio de la noche, y es que, todo a su alrededor se había desmoronado y sólo existían el uno para el otro.

Poco a poco, fueron acercándose el uno al otro, sin percibirlo o actuar de manera premeditada, simplemente quería observarse más de cerca, o sus instintos los hacían moverse, no estaban seguros, sólo fueron conscientes de esto, cuando sus alientos cálidos rozaron las mejillas del otro, entremezclándose entre sí.

– ¿En las primeras citas está bien besarse? –susurró Minato de manera distraída, como si de verdad se lo preguntara a sí mismo y no a ella.

Kushina se encogió de hombros. –No lo sé.

–Recuerdo que el maestro me dijo algo sobre las cosas que se pueden hacer y las que no en las primeras citas, pero ahora no estoy seguro si el beso estaba permitido o era en la tercera cita cuando ya podías besar a la chica–explicó.

–Minato

– ¿Mmm?

–La chica si quiere.

– ¿Qué? –preguntó sin entender.

Kushina bufó. –Que te calles y me beses, joder.

Minato sonrió por la forma tan poco femenina y ortodoxa de pedirle un beso de Kushina, pero sabía que justamente eso era lo que le gustaba de ella: que fuera diferente. A él le gustaba la pelirroja, no porque tuviera un buen cuerpo o fuera linda, no, claro que no. A él le gustaba Kushina por cómo era ella, le gustaba tal cual, con sus defectos y virtudes. No necesitaba que ella se arreglara, hablara sin decir palabrotas o fuera una romántica. Kushina era ella, una chica natural, una marimacha hiperactiva, que decía siempre lo que pensaba -a veces, sin darse cuenta- y, sobre todo, que tenía un buen corazón.

Minato se inclinó hacia delante, tomándole el rostro con las manos, acariciándole las mejillas con los pulgares, y la besó. No fue algo pasional, brusco o profundo. Fue un beso suave, inexperto y lindo, uno que duró unos pocos minutos, pero que logró acelerar el corazón de ambos, haciéndolos jadear. Uno de esos besos que recuerdas siempre por las sensaciones que te causó y no por cómo fue. Uno beso que hace que las malditas mariposas hagan su aparición en tu estómago, te crean sensación de vértigo y que creas que tus rodillas no podrán soportarte. Un beso, que más tarde llamaras, primer beso, y con el que Kushina supo que no sólo ella estaba infectada con el maldito síndrome del amor, sino que, Minato también lo estaba. Y eso, fue lo más que le gustó.


Sigo viva xD

Bueno, como algunas me pidieron la segunda parte con la cita, no me pude resistir, sé que tardé un poco-mucho- en traerlo, pero si bien lo tenía empezado hace un tiempo, estuve enfrascada en otros fics que tengo y en proyectos que tengo iniciados y aún no publicados (como un NaruHina xD)

En fin, eso es todo xD

Nos leemos! ^^