Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de Stephenie Meyer.

Capítulo 12: Fuera de tiempo

Día 6

Desperté absolutamente feliz y satisfecha. La tarde anterior había sido sin duda, el momento más hermoso que nunca esperé vivir con alguien alguna vez. Aún recordaba en mi cabeza las notas de la suave melodía que Edward había compuesto para mí, o el dulce vaivén de nuestros cuerpos al compás de Chopin. Jamás olvidaría cuan amada me sentí en esos momentos. Me estiré a gusto mientras los brazos de él me envolvían la cintura para acercarme y darme el beso de buenos días.

-Buenos días, preciosa. ¿O casi debería decir buenas tardes?

-¿Tardes?—me senté sobresaltada. Él se rió.

-Es mediodía, casi es hora de almorzar. No me gusta que te saltes las comidas, pero estabas tan a gusto durmiendo que no quise despertarte.

Mediodía, madre mía. Había perdido la mañana de mi último día con él durmiendo. Sentí ganas de gritarle por no haberme despertado, pero me dio un beso en el cuello y, como si se tratara de un interruptor, me relajó por completo. Mi estómago rugió y él se echó a reir.

Mientras almorzaba, él miraba mis movimientos con cierto aire ausente.

-Y a parte de tocar el piano, los videojuegos y seducir señoritas, ¿qué sueles hacer en tu tiempo libre?

Él me miró y alzó una ceja divertido.

-Y a parte de escalar cumbres borrascosas, llevar a cabo allanamiento de moradas y seducir vampiros, ¿qué sueles hacer en tu tiempo libre?

-Touché. Pero yo pregunté primero.

Él resopló.

-Primero, los videojuegos no son mi pasatiempo sino el de mis hermanos. A mí me gusta estudiar-La mueca que hice debió hacerle gracia porque estalló en carcajadas—sospecho que no sería un compañero de instituto muy popular.

Yo no quise hacer referencia a que siendo él, estudiar se sumaría a su larga lista de virtudes, no un contratiempo.

-¿Y qué estudias?

-¿Todo? No soy tiquismiquis, se hablar varios idiomas, me gusta la literatura, las tecnologías y la biología, no le hago ascos a nada.

Le señalé con el tenedor y hablé antes de terminar de masticar los macarrones que me estaba comiendo.

-Empiezo a pensar que más que vampiro eres de otro planeta. ¿Dónde quedaron los clásicos ataúdes, los baños de sangre y… te convertirías en polvo si te diera la luz diurna?—pregunté al recordar ese detalle. No quería imaginarme a Edward desintegrándose bajo los rayos de sol.

Él sonrió.

-Mitos y más mitos. Yo aprovecho el tiempo libre que tengo para conocer más sobre el mundo, los humanos esperan un momento de descanso para confabular e inventar historias. No hay nada como la mente humana ociosa motivada por lo desconocido. Y traga antes de hablar, no quiero sustos.

-No voy a…-sin querer, escupí un trozo de comida que estaba masticando y este cayó de nuevo sobre el plato. Ahora sí que la había hecho. Empezó a desternillarse de risa hasta el punto de casi caer al suelo. Sabía que no era tanto el hecho en sí, como la cara de vergüenza que se me había quedado y que no hacía más que empeorar viéndolo a él e intentando ocultar mi fechoría. ¡Que me trague la tierra por dios!

Me tapé la cara con las manos queriendo desaparecer y tragué la comida que me quedaba en la boca para evitar más momentos embarazosos. Definitivamente ya no tenía hambre. Al poco oí que remitía su risa y sus manos fuertes agarraron mis muñecas para verme, aún con una sonrisa burlona en los labios.

-Te has puesto más roja que nunca—comentó.

-Qué observador—me deshice de su agarré y me crucé de brazos mirando para otro lado. Realmente mi dignidad estaba esparramada por el suelo pero no tenía por qué darlo a entender. Del todo.

Llevó sus dedos a mi rostro y lo acarició con dulzura.

-Y muy caliente.

-Eso es porque tú estás frío.

Él rió entre dientes.

-Yo siempre estoy frío.

-Y por ende yo siempre estoy caliente, asunto zanjado.

-¿Te has enfadado?

-¿Yo? No, ¿por qué habría de enfadarme?

-Te has enfadado—afirmó.

Yo bufé.

Edward estaba de cuclillas a mi lado, mirándome desde abajo con ternura. Eso solo contribuía a dar más vida al bermellón de mis mejillas.

-¡Deja ya de mirarme!

-¿Por qué? Me gusta mirarte.

-¡Qué pares!—exclamé colocando las palmas de mis manos sobre su cara para taparla y alejarlo. Él no se movió ni pizca, por el contrario, besó las palmas de mis manos tal cual se habían posado en su faz.

-¿Qué te ocurre?—preguntó agarrándome las muñecas y dejándole vía libre para volver a verme cuanto quisiera.

-Me da vergüenza.

-Que no te dé, eres preciosa.

-¡Acabo de escupir la comida que estaba masticando delante de ti!

-Preciosa no indica que tengas los mejores modales—se burló. Yo gruñí.

Me levanté y llevé plato, cubertería y vasos de vuelta a la cocina. No sabía si era por la vergüenza que aún me estaba matando, el enfado conmigo misma por no saber comportarme o que él se burlara de mi con tanta naturalidad, pero realmente me había cabreado. Coloqué las cosas en el fregadero y me dispuse a lavarlos.

-Aún no has terminado de comer—me dijo en un punto detrás de mí. No respondí.

Él se acercó, cogió un paño y comenzó a secar los platos.

-Ya había notado que eras orgullosa, pero no creo que haya necesidad de ponerse así por algo tan nimio—comentó.

Y encima me estaba llevando un sermón. Definitivamente estaba resultando un momento redondo. Agarré los cubiertos para enjabonarlos con rabia contenida.

-Ten cuidado, si los coges así te vas a…

…Cortar.

Solté un chillido. Uno de los cuchillos me abrió la piel en el espacio entre el pulgar y el dedo índice y un reguero de sangre comenzó a brotar lentamente pero en cantidad.

Miré a Edward para pedirle un par de servilletas con las que taponar la herida. Su expresión era dura, tosca, con un ligero matiz salvaje que me puso los pelos de punta. Él ya había pasado por esto ¿no? Ya había estado en contacto con mi sangre antes, no debería haber problemas ¿verdad?

-¿Edward?

Él se sobresaltó y me miró un segundo. Sus ojos eran tan negros que no podías distinguir iris de pupila, con anhelo reflejado en ellos. Luego, en un abrir y cerrar de ojos desapareció. Yo, al ver que no iba a recibir ayuda de su parte, pillé un paño seco que tenía a mano y presioné sobre la herida para cortar la hemorragia. No era muy grande, no más de 3 cm de largo, pero lo suficientemente profunda para que manara bastante sangre de ella durante un rato. Probablemente dejara cicatriz. Me envolví como pude el paño alrededor de la mano mientras limpiaba un poco el desastre del lavaplatos, pues había acabado con toda la vajilla envuelta en sangre. Cuando conseguí un resultado más o menos óptimo, aflojé un poco el amarre, pero vi que aún salía bastante. Fue entonces cuando empecé a sudar y todo comenzó a dar vueltas a mí alrededor. ¡Mierda! Ahora que Edward no estaba y la tensión inicial había desaparecido, mi "memorable impresionabilidad" al ver sangre había hecho acto de presencia. Me agarré del muro y me senté en el suelo ante el peligro de caer redonda. De repente todo se puso negro y el mundo giró más rápido todavía. En ese momento, sentí sus fuertes y fríos brazos cogerme en volantas, con lo que el vértigo estaba también asociado a que me estaba trasladando de donde me encontraba. Cuando abrí los ojos me encontré en el sofá del salón, sentada sobre una toalla y Edward estaba de rodillas delante de mí trajinando con algunas herramientas que no lograba distinguir. Luego agarró mi muñeca y la acercó a él, dispuesto a retirar el nudo. Yo retiré la mano enseguida.

-No…

Él me miró sin mostrar ninguna emoción, aún con los ojos negros como el ébano.

-Dame la mano Bella, si no, no podré ayudarte.

-¿Estás… seguro? Puedo hacerlo yo.

Él negó con la cabeza.

-No a menos que tengas una tercera mano con la que puedas dar puntos.

¡¿Dar puntos?!

Fue ahí cuando vi que tenía preparado un maletín lleno de pinzas de distintos tipos y tijeras, gasas, y diversos paquetes pequeños con la imagen de una aguja curva en su cara externa. También vi que tenía una jeringuilla preparada a su izquierda sobre una gasa. Si antes el todo daba vueltas, ahora estaba en una montaña rusa.

Al ver mi confusión, aprovechó para sacarme el paño y mirar la herida. No lo pude detener, pero me tensé intentando apreciar cualquier cambio en su expresión mientras evaluaba la zajada. No lo hubo.

Limpió un poco la herida alrededor y metió las gasas manchadas en una cubeta de metal. Luego cogió la jeringa, le dio unos pequeños golpecitos y comprobó que no había aire dentro. Me miró.

-Es posible que te escueza un poco—comentó—mira para otro lado—dijo mientras se ponía manos a la obra.

Sentí un par de pinchazos leves alrededor de la herida. Quizás era por mi estado de medio estupor o que realmente concentrarme en sus perfectas facciones funcionaba de distracción, pero lo noté muy poco. Luego de terminar con la anestesia, agarró el paquete con la aguja y la tomó con unas pinzas de cremallera. Con ayuda de otras normales, agarró la piel y comenzó a coser. Yo cerré los ojos para evitar la tentación de ver el metal atravesando mi carne.

Dejé de sentir movimientos sobre mi mano muy pronto. Cuando lo miré, parecía bastante satisfecho consigo mismo. Luego eché un vistazo a mi mano y vi seis puntos perfectamente colocados y medidos uno tras de otro como las vías de un tren. Llegué a pensar que como cirujano plástico estaba perdiendo dinero. Colocó una gasa sobre la herida y la sujetó con esparadrapo y una pequeña venda alrededor. Limpió todo alrededor, los utensilios con alcohol y luego metió los restos dentro de esa cubeta a la que, con la misma, prendió fuego con una cerilla.

Yo lo miré asombrada, pero él no se dignó a mirarme. Aún el recipiente ardiendo, lo recogió y salió hacia la cocina, a asegurarse de que todo estuviera libre de sangre, pensé, aunque yo ya me había encargado por encima de la tarea.

Poco a poco comencé a sentirme con equilibrio suficiente como para levantarme por mi misma, pero unas manos me detuvieron desde atrás antes incluso de que mis músculos se pusieran en marcha.

-Mantente ahí un rato.

-L-lo siento—dije.

-¿Por qué habrías de sentirlo?—su tono era neutro, y al no poder ver su rostro porque se mantenía detrás del sofá, no podía hacerme una idea de por dónde iban sus pensamientos.

Bufé.

-Ya sabes por qué.

-Solo eres humana—murmuró lo suficientemente alto para escucharlo y noté cierto tono amargo en sus palabras. Sentí una punzada en el corazón.

Nos quedamos callados unos segundos sin movernos del sitio, ambos molestos. Al poco tiempo el suspiró y se revolvió los cabellos caminando por un lateral del sofá enfrentándose a mí, sentándose en el suelo con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en la mesita. Parecía arrebatadoramente joven en esa posición.

-Lo lamento si te asusté—soltó de pronto mirando fijamente mis pies.

Yo negué con la cabeza y el me miró.

-No es esa la disculpa que estoy buscando.

Edward frunció el ceño de forma que a mí me pareció adorable. Bueno, lo sería si no estuviera enfadada con él.

-¿Perdona por haberme reído antes?

Asentí.

-¿De dónde sacaste todo ese arsenal?—pregunté.

-Mi padre es médico—comentó como si me estuviera hablando del tiempo. Lo miré igual que si le hubieran salido tres cabezas. Él se encogió de hombros.

-Me lleva un par de siglos de edad y de inmunidad a la sangre.

Asentí aún sorprendida. ¿Un médico vampiro de siglos de antigüedad? Definitivamente sería alguien muy interesante de conocer.

-Ninguno tenéis relación directa de sangre ¿cierto?

Él negó con la cabeza. Incluso yo estaba sorprendida de la facilidad con la que asimilaba su mundo.

Se me quedó mirando unos segundos. Luego carraspeó.

-¿Qué?—pregunté.

-Tu turno. De disculparte me refiero.

Sonreí de forma un tanto macabra.

-Discúlpame por ser tan humana—no pude evitar dejar escapar cierto tono de reproche.

Él me miró sorprendido, como percatándose por primera vez de que realmente esos comentarios de su parte no eran de mi agrado.

-No… yo no…me encanta que seas humana—fruncí el ceño—no lo estoy arreglando ¿cierto?—Se acercó a mí y puso sus manos en mis rodillas—me encanta tu olor, como te sonrojas cuando estoy lo suficientemente cerca o cuando intimamos. Adoro tu calor e incluso tus lágrimas, amo y al mismo tiempo me dan ganas de callarte a besos cuando sueltas alguno de tus sarcasmos, incluso que te avergüences porque se te cae un trozo de comida. Incluso tus prontos y tus cabreos son tremendamente adorables. Lo único es que…

-¿Soy humana?

-Eres frágil—suelta un tanto cabreado-Como todo ser humano eres frágil y me asombra la facilidad con la que te pones en peligro tontamente, por cabezonerías, por enfados que, aunque me parecen adorables, no son más que nimiedades. Hemos llegado tan lejos en tan poco tiempo, me he acostumbrado tanto a ti que a veces olvido con qué facilidad podría llegar a herirte y me asusta. El hambre que siento cuando sangras no puede ni compararse al miedo de saberte herida, aunque sea algo pequeño. Me recuerda que este no es tu mundo, que debo dejarte marchar aunque me esté retorciendo por dentro.

Mi enfado había sido sustituido en poco tiempo por tristeza. Que me recordara que era humana no me afectaba tanto por el hecho de verme inferior a él sino en la diferencia entre ambos y que pertenecíamos a mundos distintos. Sentí el pecho aprisionado y los ojos se me llenaron de lágrimas. Quería gritarle que no quería marcharme, que me había sentido más viva con él aquí en unos pocos días que nunca en mi vida. Bien podía ser un tonto enamoramiento adolescente o un amor de los que duran para toda la vida. En cualquier caso, mi deseo era quedarme con él y averiguarlo, aunque había demasiado en juego y ambos lo sabíamos.

Agarré su cara con mis manos para que me mirara.

-¿Qué hemos hecho?—le pregunté.

Ladeó la cara para adaptarla a mi palma sin apartar la mirada de mis ojos. Con el pulgar recogió una lágrima traicionera. Los suyos estaban brillantes, aunque no podía ver atisbo de humedad en ellos.

-Creo que la pregunta es, ¿qué me has hecho?

-Ah… ¿y tú no me has hecho nada a mí?

-No lo puedes comparar.

Rodé mis ojos.

-Bella, volvemos a lo mismo, eres humana. Te marcharas, me olvidaras y te volverás a enamorar. Yo sin embargo nunca olvido, permaneceré siempre, solo, y mi único consuelo será recordarte. Lo mires por donde lo mires yo tengo las de perder.

-Das por hecho que te voy a olvidar. ¿Por qué infravaloras mis sentimientos?

-Porque eres joven y hermosa. Porque tienes una vida por delante, todavía tienes que brillar y para eso solo tienes que caminar sin mirar atrás. No es que infravalore tus sentimientos, simplemente irán mermando y al final serán solo un vago recuerdo.

-He brillado contigo como nunca antes—le aseguré mirándole con toda la convicción que tenía y, antes de darme cuenta, fueron mis sentimientos y no mi mente los que hablaron por mí—Déjame brillar a tu lado. Déjame ser como tú.

Sus ojos se abrieron como platos y retrocedió, alejándose de mi toque. Su cara endureció de forma casi instantánea.

-¡NO!

Su rotunda y ronca negativa me dejó estupefacta. En el fondo sabía cuál era la respuesta, sin embargo esperaba, como mínimo, algo de vacilación.

Duele.

-Ya…

-Tú no lo entiendes Bella…

Desvié la mirada, no quería que me viera desmoronarme.

-Claro que lo entiendo. Lo entiendo perfectamente—me levanté y caminé hacia la escalera—perdona por haber hecho esa pregunta. Definitivamente soy una estúpida humana.

Noté que se levantaba detrás de mí, como si fuera a seguirme, pero nunca se desplazó.

Estúpida, más que estúpida. Estaba claro que no iba a conseguir nada con eso, lo supe desde un principio y yo tampoco tenía muy claro que era lo que quería. Sin embargo, ahora tras esa discusión, me acababa de dar cuenta de que en el fondo aguardaba la esperanza… no sabía realmente de qué. Había algo entre nosotros, algo potente. Pero eso no iba a ser suficiente en nuestra situación. Yo no estaba segura de renunciar a todo por la vida que él tenía ¿O tal vez sí? Pero él ya había dado su rotunda opinión al respecto. ¿Qué nos quedaba? ¿Permanecer juntos mientras yo envejecía y él se mantenía con sus arrebatadores y eternos 17? Eso era a todo lo que podía aspirar en el caso de que el deseara algo más que una aventura esporádica. Incluso aunque me transformara, no pude evitar sentirme insegura al respecto, supuse que para él, la eternidad era demasiado tiempo como para pasarla en compañía de una sola persona.

Caminé escaleras abajo sin prisa ninguna, asegurándome de colocar adecuadamente los pies sobre los escalones sabiendo que estaba temblando como un flan. No quería acabar en la habitación de Edward, necesitaba alejarlo de mis pensamientos en ese momento, así que entré en el primer dormitorio que encontré. El de los padres de Edward.

Cerré la puerta detrás de mí con pestillo y me dejé caer hasta el suelo mientras me abrazaba las piernas.

Permanecí en esa postura más horas de las que hubiera deseado. Mi cabeza estaba hecha un lío y dolía, mi espalda llevaba demasiado tiempo en esa posición y también. Sin embargo, todo eso se veía aplacado con la agonía de mi pecho que por momentos se hacía cada vez más insoportable.

No había escuchado ruido alguno desde entonces y el silencio en vez de tranquilizarme me ponía cada vez más nerviosa. Desesperada ya de estar quieta, me sequé las lágrimas, me levanté y me puse a caminar por la habitación. A pesar de que ya la había visto cuando Edward me dijo que eligiera donde dormir, no había reparado bien en la belleza de ese cuarto que había sido mi segunda opción. La decoración había sido llevada a cabo por alguien con muy buen gusto. Junto a la cama, había una estantería repleta de portarretratos familiares, unos en color, otros en blanco y negro o en sepia que, si no supiera la verdad, habría pensado que el fotógrafo encargado tenía un don para realizar fotografías de época.

Vi una pareja hermosa, vestida como en los años 30 abrazados y sonriendo a la cámara. Él era rubio y muy apuesto mientras que ella era morena, de expresión dulce y hogareña, ambos con una sonrisa que probablemente habría dejado cao al que realizara la fotografía. Siempre y cuando este fuera humano. En la que estaba al lado, se repetía la misma estampa y el mismo atuendo, pero esta vez era el hombre de la foto anterior que posaba una mano en la espalda de… Edward. Ya había supuesto que ellos eran los padres, pero solo lo confirme cuando aprecié el cariño con el que este hombre trataba al joven con el que había estado a solas encerrada en este lugar. No pude evitar fijarme en sus rasgos, tan perfectos, tan increíbles, tan iguales a los de ahora… tan tristes. No había sonrisa ni en sus ojos ni en sus labios, tampoco en las fotografías adyacentes que habían sido realizadas a lo largo del siglo XX. No había ni rastro del travieso y risueño Edward con el que me había topado esta semana.

¿Estaría mal pensar… que yo hubiera tenido algo que ver en eso? Pero entonces, ¿realmente no había nada que hacer?

Oh, Edward…

Lo quería. Lo amaba. Con locura.

Esa era la conclusión a la que había llegado después de todo. Me resistía a entender cómo era posible, iba en contra de todo lo que me habían enseñado, de todo lo que yo consideraba ser una persona sensata. Conocer a alguien, acostarse con él a la primera de cambio,… llegar a la conclusión de que estaba terriblemente enamorada de él en apenas un par de días. No era tan ingenua como para soñar con el típico romance literario del que tan aficionada era. Y sin embargo ahí estaba la evidencia, el temblor de mis dedos cada vez que se acercaba, la sensación de pertenencia, el infinito agujero en el estómago con solo percibir su aroma, mi cara de idiota cada vez que me miraba. La sensación de que la felicidad se me escapaba de las manos en estos momentos de discusión.

Genial Bella Swan, te has enamorado por primera vez del hombre probablemente más inalcanzable del mundo. ¿Qué vas a hacer al respecto?

Bueno. Una cosa estaba clara. Si nuestra separación iba a ser inevitable y por ello iba a acabar en un infierno en vida, prefería irme sabiendo que disfruté al máximo mi último día en el paraíso.

Salí corriendo de la habitación sin molestarme siquiera en cerrar la puerta y corrí hacia su habitación. Abrí la puerta sin llamar, pero él no estaba ahí. Giré sobre mis pies y me dirigí hacia el piso de arriba subiendo los escalones de dos en dos sin importarme los tropiezos. Busqué en la sala, en el comedor, en la cocina. No estaba. Me paré luego al lado del sillón.

-¡Edward!—grité.

No hubo respuesta.

-¡EDWARD!—llamé con más fuerza.

Al ver que nadie contestaba, decidí probar suerte de nuevo en las demás salas del piso de abajo, aunque sabía que si él no quería ser encontrado, jamás lo localizaría a pesar de estar en la misma casa.

Corrí escaleras abajo, pero no tuve la misma suerte dos veces seguidas. Me resbalé cuando solo quedaban tres escalones por descender y me precipité hacia adelante. Cerré y coloqué instintivamente las manos delante de mí. Afortunadamente, amortigüe la caída con éxito, aunque sentí un pinchazo allí donde tenía los puntos. No me importó. Me levanté dispuesta a seguir buscándole, pero me detuve cuando lo vi, parado en mitad del pasillo, vestido tan oscuro como la primera vez que nos vimos, imponente, con la mandíbula y los puños firmemente apretados.

Temblé. Era quizás la primera vez que realmente sentí algo de temor al ver su expresión fiera. Sus ojos eran tan oscuros que no se podía distinguir iris de pupila, pero brillaban como nunca en medio del oscuro pasillo. Escuché un sonido profundo salir de su garganta, casi como un gruñido. Ese sonido me sorprendió en sobremanera, porque no alimentó mi miedo, sino que dejó un leve cosquilleo en un lugar mucho más profundo, más abajo.

Supe de qué humor estaba, porque era exactamente el mismo humor que yo tenía.

Salí corriendo hacia él y al llegar salté y rodeé su cintura con mis piernas. Él respondió con otro gruñido y envolvió mis muslos con sus manos. Luego me estampó contra la pared con un gesto nada amable y me miró feroz bajo sus largas pestañas. Supe que encontró la aceptación que buscaba porque en nada ya me estaba devorando los labios. Era un beso hambriento, duro, un beso necesitado y también con sabor a despedida. Su lengua invadió mi boca como un ladrón que allana una casa, sin tocar, sin preguntar, así como yo irrumpí en su vida. Su pierna se colocó debajo de mi trasero y de mi sexo sirviéndome como soporte mientras sus manos se movían por mis muslos y mi trasero, firmes, con pasión. Rasgó mi -su- camiseta, dejando mis pechos al aire. Sus manos ávidas envolvieron mis cumbres con un gesto entre devoción y lujuria, pellizcando mis pezones fuertemente con sus dedos. Mi boca estaba aprisionada por las suyas y mis manos estaban obligadas en su espalda para poder mantenerme donde estaba, aunque intentaba tirar de su camisa como podía desde ahí.

Su rodilla se restregó contra mi entrepierna y yo siseé de puro gozo. Esto era lo que necesitábamos. No había palabras, no había nada que decir porque nada había por hacer. Lo único factible ahora mismo era la necesidad que nuestros cuerpos tenían del otro, lo único a lo que podíamos agarrarnos.

Su boca estaba ahora descendiendo por mi barbilla y escondiéndose en mi garganta. Me estremecí cuando sentí ligeramente sus dientes mordisqueando la zona. Una caricia peligrosa, que significaba tanto para nosotros. Si tan solo sus dientes se clavaran algo más fuerte…

Antes de lo que hubiera deseado, llegó a mis hombros y los besó con devoción, con ardor. No tardó su lengua en llegar hasta mis senos y acogerlos totalmente con su boca.

Gemí. La sensación combinada con la fricción de su rodilla era más que intensa. La tensión entre nosotros la hacía aún más dolorosa, pero también placentera. Sentía a mi cuerpo pedirme a gritos esa liberación, con una necesidad mil veces mayor de la que había sentido nunca. Me sentí morir.

Su mano se movió entre nuestros cuerpos y se coló dentro de los calzoncillos que llevaba puestos, que al quedarme grandes no ofrecían ninguna resistencia elástica a su intromisión. Su dedo índice se coló entre mis pliegues y su otra mano agarró de mi cabello, tirando de él hacia atrás para poder mordisquearme el cuello otra vez. Luego el índice fue sustituido por el pulgar y metió del remplón dos dedos dentro de mi vagina. Ahogué un grito. Se movió con firmeza, acariciando fuertemente la pared anterior de mi vagina, causándome cierto dolor pero que no hacía más que aumentar la tensión de mi vientre. Lo quería, más fuerte, más duro. Su boca subió y me mordió el labio inferior, tirando de él casi hasta hacerme daño y luego volvió hacia mis pechos, donde mordisqueó mi pezón derecho.

Ya no podía contener los gemidos que se escapaban de mi garganta. Tampoco quería contenerlos. Si esta iba a ser la última vez que disfrutara de esta impresionante sensación, no reprimiría nada.

Sacó rápidamente sus dedos de mí a pesar de mis quejas y me dejó caer sobre mis pies al suelo. Con un rápido movimiento, rompió mi ropa interior, dejándome completamente a merced de él. Luego se deshizo en un abrir y cerrar de ojos de toda su ropa, quedando gloriosamente desnudo. Sin previo aviso, se arrodilló delante de mí y tiró de mis caderas, mientras que por inercia mi espalda se pegaba a la pared. En un pestañeo, enterró su lengua en mi sexo.

Grité. Con fuerza. Su lengua se movía magistral haciendo círculos fuertes sobre mi clítoris. Metió un dedo dentro de mi, luego dos y por último tres, en fila, haciendo presión sobre ese punto en mi entrada que me hacía perder la cabeza, así como su húmeda lengua por el otro lado. La sensación era tremendamente intensa, tanto que las piernas no me respondían y poco a poco fui deslizándome por la pared hacia el suelo, quedando al final la zona de mis escápulas contra la pared, y el resto en el piso, en una posición forzada y encogida que de algún modo no hacía más que aumentar mi placer. Sus ojos me miraron, ávidos, mientras su lengua y sus dedos aumentaban la velocidad. Debería haberme dado vergüenza haberme quedado en esa pose tan expuesta en frente suya, pero ya no había lugar aquí para eso.

La descarga llegó, poco a poco y con mucha fuerza. Apoyé mis manos en el suelo y arqueé la espalda, quedando mi vientre casi a nivel de su cabeza y grité. Grité con todas mis fuerzas en una gran oleada de descarga que me recorrió hasta la punta de los dedos de los pies. Fue sin duda la liberación más larga que había tenido hasta el momento, la más intensa… sin embargo, el no paró. Tenía los labios llenos de mis fluidos, al igual que sus dedos, pero a pesar de que acababa de correrme como nunca en mi vida, no me dejó relajarme, sino que siguió con sus movimientos, ahora más intensos que antes.

-Oh Dios…-gemí con fuerza cuando volví a sentir esa necesidad dentro de mí. Su otra mano se movía por el interior de mis muslos, estimulando mis nervios por esa zona tan erógena y mis dedos se enrollaron en sus rizos cobrizos mientras volvía a sentir la intensidad de otro orgasmo acercarse, y por lo que estaba sintiendo, probablemente más potente que el anterior. De repente, alejó su boca de mi sexo y acercó su boca a la mía, metiendo su lengua hasta lo más profundo de mi cavidad. Y entonces me penetró en toda su longitud. Lo sentí duro, grande y con una frescura que alivió un poco el dolor de la fricción previa, pero que aumentó en sobremanera mis ansias. Se elevó quedando de rodillas y agarró mis caderas, elevándolas con las suyas, para penetrarme en esa posición.

-¡Ah!—grité de nuevo.

Seguía en la misma posición que en un principio, pero al levantarme las caderas mi cuerpo estaba incluso más flexionado, lo que apretaba más mis músculos y la tensión de los mismos. Así como mi pelvis estaba flexionada, también mi vagina adquiría otro ángulo, que acentuaba más la fricción con su sexo.

Edward me miró desde su posición, hambriento, decidido. Me penetró con fuerza, una, dos, tres… era imposible llevar una cuenta. Sus manos ya no eran frías, como tampoco ninguna parte de su cuerpo en contacto con la mía. Había absorbido mi calor. Éramos solo dos cuerpos desesperados por alcanzar la gloria en el otro, no éramos más que organismos envueltos de deseo, no había pensamientos de por medio. O eso pensaba cuando sentí que mis orejas se mojaban con la humedad de mis lágrimas.

La expresión de él había cambiado ligeramente a una de tormento, sin embargo sus embestidas no se detuvieron, sino que aumentaron el ritmo. Yo alargué mi mano y le acaricié el rostro endurecido, queriendo borrar esa expresión de su rostro. No quería que mis últimos recuerdos de él fueran tristes e incómodos. Quería recordar su cara de dios griego sonriéndome, o con una expresión de pura satisfacción sexual. Incluso su cara cuando parecía querer cometer alguna travesura.

Edward gruñó contra mi mano y aumentó el ritmo, cambiando el ángulo y haciéndome girar la cabeza hacia atrás de puro gozo. Incluso a pesar del momento que estábamos viviendo, sentí que nunca habíamos estado más conectados que en ese momento.

Él orgasmo llegó demoledor, arrancándome todas las fuerzas de cuajo mientras me apretaba a su alrededor. Lo sentí gritar y venirse conmigo, alargando nuestro placer. Tras ese momento liberador, de dejó caer sobre sus manos a ambos lados de mí, mientras yo intentaba recuperar la respiración. Me miró, y lo sentí devastado. Quizás tanto como yo. No soportaba esa expresión, ya tenía bastante conmigo misma.

Envolví su cuello con mis brazos y besé su boca.

-Edward yo…

Él negó con la cabeza. Era mejor así. De repente vi que inspiraba hondo y giraba la cabeza mientras agarraba mi mano con la suya. Entonces vi una mancha roja alrededor del vendaje.

Su expresión se endureció. Yo me encogí en mi posición, había sido una descuidada, de ahí que me hubiera hecho daño al caer por las escaleras. Supe que el estruendo del golpe es el que lo había hecho aparecer ante mí y en cierto modo me alegré de ello, pero su mayor preocupación era que yo me hiciera daño, y no dejaba de darle razones para pensar que esto no era buena idea. Había sido una tonta.

-L-Lo siento.

Edward se levantó adusto y sin previo aviso me levantó en volantas sin preocuparse porque ambos estábamos completamente desnudos. Sentir su piel helada contra la mía una vez que mi cuerpo se había enfriado me produjo un escalofrío.

Me llevó de nuevo al salón del piso de arriba y desapareció, para volver con los mismos utensilios que había usado horas antes. Se colocó frente a mí como Dios lo trajo al mundo y me retiró el vendaje. Se habían aflojado dos de los puntos que me había colocado.

Repitió el proceso, retirando los puntos inservibles y colocándome anestesia para los nuevos. Me dolió, pero no me quejé. Me importaba más ver la dura expresión con la que estaba llevando a cabo aquella tarea, y esta vez estaba cien por cien segura de que el problema no era con mi sangre. Cuando terminó, colocó las cosas en la bandeja y se dispuso a levantarse, pero yo me adelanté. Me puse en pie y rodeé su cuello con mis brazos, pegando mi cuerpo desnudo al suyo. Él se quedó quieto, impasible, evaluando mi expresión sin modificar un ápice la suya.

Agarré su cara con mis manos y lo miré a los ojos, quería indagar en ellos, ver que era lo que le pasaba por la mente en esos momentos. Quería buscar lo que había detrás de su semblante serio. Hice acopio de todo mi valor para hablar.

-No te vayas.

Edward frunció el ceño, evaluando mis palabras, que bien podía significar que no fuera a deshacerse de la bandeja, como permanecer el resto de la eternidad a mi lado.

-Bella…-lo corté rápidamente colocando mis dedos sobre sus suaves y duros labios. Su voz sonaba increíblemente profunda.

-Si va a ser… nuestro último día juntos, qui-quiero que merezca la pena recordarlo por el resto de mi vida. ¿Me lo concederás?

La mueca que hizo fue triste.

-¿Qué es lo que quieres?

-A ti—me puse de puntillas y lo besé como si de una pluma se tratase—tanto y de la forma en que pueda tenerte durante las próximas horas. Hasta que el amanecer nos separe.

-Hasta que el amanecer nos separe…-repitió en un susurro. Pegó su frente a la mía y cerró los ojos—suena tan… siniestro.

No quería volver ahí, no quería volver a pensar en ello, lo único que esperaba oír de sus labios era un sí. Él asintió al fin. Pegó aún más su cuerpo al mío.

-Sea pues.

Me alzó de las caderas y yo rodeé su cintura con mis muslos, dejando la bandeja sobre la mesa y guiándonos hacia su habitación.

Estábamos sentados en el centro de su cama, yo a horcadas de sus caderas y sus brazos pegándome a su cuerpo como si no quisiera dejar pasar el aire entre nosotros. Me besaba ahora con dulzura, deteniéndose en saborear cada resquicio de mi boca y yo de la suya. Su sabor, su aliento, su suavidad, su frescor. Eran todas sensaciones que estaba ocupándome de grabar en mi memoria, en un lugar donde permanecieran por siempre y que me encargaría de evocar a menudo para que nunca se borraran. Saboreé su mejilla, el óvulo de su oreja, su mandíbula e hice el recorrido hacia su mentón. Abrí mi boca todo lo que pude para abarcar su nuez con mis dientes y el gimió con fuerza. Sus manos se apretaron alrededor de mis nalgas mientras yo bajaba por su cuello para repetir la misma acción con el prominente hueso de su clavícula. Lo sentí receptivo, ansioso de ser tocado como nunca y yo ansiosa de tocarlo a él.

-Espera—dije. Él me miró con una mezcla entre curiosidad y deseo que se me hizo graciosa.

Me levanté y me dirigí a uno de los cajones de la mesilla, pero no había nada que pudiera usar. Luego fui hasta el armario y lo abrí, encontrándome con un par de trajes y un colgador de corbatas con una buena variedad colgando de él. Cogí dos de color negro y volví a la cama. Edward seguía esperando paciente e interrogante.

Volví a mi antigua posición y le tendí la corbata.

-Póntela—le dije. Él no entendía nada, pero se enredó el cuello con ella—No, no, en los ojos.

-¿Para qué?—preguntó. Su tono de voz era cauteloso pero amable. Había adquirido ese tono al llegar a su habitación, como si quisiera complacerme pero al mismo tiempo temiera lo que podía pasar. Por eso quería hacer esto.

-Tú hazlo.

Me miró unos segundos pero decidió confiar. Cuando me hube asegurado de que lo tenía bien colocado, me enredé la segunda corbata alrededor de los míos. Luego tanteé hasta encontrar su mano y la llevé hasta mi cara.

-¿Ves? Yo también la llevo puesta.

Supe que iba a preguntarme la razón, pero alcancé su cara con mis manos y repetí la acción sobre su nuez. Él gimió incluso más fuerte que antes. Toda pregunta fue resuelta.

Seguí tanteando con mi lengua y mi boca el perfecto delineado de sus músculos hasta dar con el hueco encima de la unión entre sus clavículas. Besé ahí y arrastré mis dientes por toda la superficie de una de ellas, deteniéndome en su hombro y mordiendo con fuerza. No importaba cuanta fuerza infligiera, nunca le dolería. Hice el recorrido inverso y volví al centro de su pecho, haciendo con mi lengua el camino de su esternón. No había bello en él, pero supe que si lo hubiera habido me habría entretenido mucho enredando mis dedos en ellos.

Moví mi boca hacia su pectoral derecho y lamí su pezón. Él brincó ante la sensación y luego lo mordí, tirando de él. Con fuerza. Sus manos subieron y se clavaron en mis caderas con suavidad, empujándome más hacia él para sentir su erección clavarse en mi bajo vientre, que ardió espontáneamente. Seguí el camino de la felicidad hasta encontrarme con su miembro, quien me impedía el camino hacia el sur de su cuerpo. Lo tomé con mis manos y lo aparté un poco mientras seguía descendiendo, acariciándolo mientras me recolocaba para alcanzar sus testículos. Soltó un resoplido cuando tomé uno con mi boca. Lo sentí estremecerse contra mis labios. No había lugar para el pudor y la vergüenza, no había tiempo ni lugar para pequeñeces. Quería sentirlo por completo, recordarlo de todas las formas y los sentidos posibles. Subí por su miembro, sintiendo la sobreelevada dureza de las venas por las que una vez corrió sangre. Masajeé el interior de sus muslos y alcancé su glande, abarcándolo con un lametón y después sorbiendo ligeramente. Edward soltó una maldición e intentó apartarme de él.

-¡No!—le dije en un tono quizás más elevado del que correspondía. No podíamos vernos, pero yo sabía que él me estaba frunciendo el ceño. Antes de que pudiera hacer algo más lo abarqué por completo con mi boca. Él siseó y lo noté como se echaba para atrás apoyando los codos sobre la cama.

Sentí que me daba completo poder sobre él y sobre su cuerpo y me gustó. No era la primera vez que me dejaba darle placer, pero esto era diferente, había otro tipo de abandono, uno mucho más profundo. Él estaba cediendo completamente a lo que yo deseaba. No tardé mucho en sentir su estremecimiento y lo saqué de mi boca antes de que se viniera dentro. Edward soltó otra maldición y se dejó caer hacia atrás jadeante. Me incorporé sobre mis rodillas y posé sus manos sobre sus muslos, descendiendo por sus piernas y llegando hasta sus pies. Agarré cada uno de sus dedos y los acaricié con veneración, así como la planta y el talón. Subí de nuevo, poco a poco, masajeando cada porción de piel fría que mis manos tocaban, memorizando cada hueso, cada músculo, cada muesca. Subí de nuevo por sus muslos, pasando mis pulgares por sus genitales en el proceso a sus caderas, notando que poco a poco volvía a despertar. Memoricé la oquedad de sus ingles y la forma de triángulo invertido que tenía su vientre en relación a las palas ilíacas. Mi boca se reencontró con su piel y ascendió de nuevo hasta su pecho. Agarré su mano izquierda y me la llevé a la boca para besar sus nudillos, sus dedos, su palma. Subí por el antebrazo mientras hacía el mismo proceso con mi mano en su lado contrario. Besé la parte interna del codo y me grabé a fuego cada línea de sus fuertes brazos hasta volver al hombro, delinear el trapecio y subir por la yugular de vuelta a su boca. Sus labios me recibieron hambrientos como nunca, dispuestos a robarme hasta el último rastro de aire de mis pulmones.

En un rápido movimiento, nos sentó tal como estábamos en un principio.

-Ahora me toca a mí—notaba su sonrisa en su voz.

Su lengua volvió a recorrer mi boca, a delinear la hilera de mis dientes en un vaivén relajante que me hizo suspirar. Sus labios subieron, besándome los párpados, bajando por mis mejillas y mordiéndome el lóbulo de la oreja. Pensé que iba a hacer el mismo trayecto que yo realicé, pero para mi sorpresa, me giró sobre mi misma, colocándome boca abajo sobre mi pecho y él sobre mi espalda.

Cogió mi pelo y lo enrolló, soltándolo por encima de mi cabeza para que no se interpusiera en su camino. Con sus labios aún en mi oreja visible, tocó con su dedo índice mi nuca, de un lado para otro, y luego descendió por la línea media de mi espalda hasta el nacimiento de mis nalgas, haciéndome sentir una mezcla entre placer y cosquillas. Luego delineo mis caderas y ascendió de nuevo para hacer la línea de mi clavícula y mis hombros. Su boca descendió por mi cuello e hizo el mismo recorrido que sus dedos, mientras estos se dirigían a mis glúteos. Pellizcó uno, haciéndome saltar y jadear. Luego, aún con su boca elaborando el recorrido previo, acarició toda la superficie de mis cumbres con la yema del dedo índice y corazón, provocándome un cosquilleo en cierto modo incómodo pero muy íntimo, especialmente cuando se acercaba a la parte inferior. Cuando sus labios terminaron el recorrido por mi espalda descendió hasta donde su mano y mordió mi nalga.

-Ah…-gemí.

Al tener los ojos tapados, la sensación de sus manos y su boca sobre mi piel se multiplicaban por diez, estaba siendo una experiencia de lo más reveladora.

Sus manos se abrieron paso entre mis nalgas, haciendo el recorrido en sentido anterior, pasando por toda la hendidura hasta llegar a mi clítoris. Lo pellizcó. Gemí con fuerza. Yo no había sido tan mala con él.

Con su otra mano abrió mis piernas todo lo que pudo, dejando mi intimidad expuesta. Su lengua descendió por uno de mis glúteos hasta la parte donde se unía con el muslo, donde recorrió toda la línea hasta hundirse dentro de mí.

Arqueé mi espalda ante la tremenda sensación. Mi primer instinto había sido elevar mis caderas apoyándome en las rodillas, pero él me sujetó firme donde estaba, con las piernas abiertas.

-No—dijo igual que yo había hecho previamente con él, aunque con un tono mucho más controlado. Con su lengua abarcó desde mi clítoris hacia atrás, donde estaba la apertura de mi vagina. Repitió el proceso par de veces, cada vez apretando más fuerte, y yo pensando que era imposible que estuviera más excitada. Intenté cerrar las piernas, pero el volvió a detenerme. Sentí que me pellizcaba fuertemente el clítoris en represalia y gemí fuertemente. Lo sentí haciendo movimientos raros detrás de mí, pero no había manera de saber que estaba maquinando con los ojos tapados. Noté entonces que sus manos elevaban mis caderas ligeramente, no lo suficiente como para poder colocar las rodillas y poder sostenerme por mi misma. Eran sus manos las que estaban cogiendo todo mi peso. Luego sentí su cabello en mi intimidad y me hizo unas cosquillas tan íntimas que no sabía si reír o llorar. Después noté su nariz ascendiendo por mi clítoris y por último su lengua. ¡¿Había elevado mis caderas lo justo para meter debajo su cabeza?!

Intenté incorporarme un poco para darle mejor acceso y el me detuvo, dejándome colocada de tal manera que desde que me soltara los muslos caería sobre su cara de forma muy vergonzosa. Mi vientre estaba estirado hacia arriba y hacia atrás, creando mayor tensión en mis músculos abdominales. Entonces se hundió en mí.

Grité con fuerza. Con mucha más fuerza que antes. Mil sensaciones se agolpaban dentro de mí mientras su lengua se movía magistral por toda la extensión de mi sexo, devorándome, bebiendo de mí. Yo no podía hacer fuerza con las piernas y mis manos eran inútiles en la posición en la que me encontraba. Tampoco podía arquearme más porque ya lo estaba demasiado. Me tenía indefensa, con el único consuelo de poder agarrarme o morder las sábanas. Sollocé entre gemidos de pura necesidad, de indefensión, de gloriosa intensidad. Tomó todo de mí, me llevó hasta el final y más allá. No paró cuando le pedí que lo hiciera, cuando el placer se volvía doloroso de tanta sobreestimulación. Cuando pareció quedar satisfecho, yo hacía bastante que ya no me encontraba en este mundo.

Salió de debajo de mí y yo me desmoroné totalmente desmadejada, resollando por un poco de aire. Subió por mi espalda y sentí su erección entre mis nalgas.

-Oh Dios…-mascullé casi sin resuello.

-Fue idea tuya lo de ponerse esto—comentó haciendo que el excedente del nudo de la corbata cayera sobre mi espalda y la acariciara cual pluma. Me estremecí—aunque tengo que reconocer que ha sido una genial idea.

Asentí incapaz de decir nada. Entonces, sin previo aviso, pasó un brazo por debajo de mi cintura y me elevó, introduciendo su miembro de golpe en mí.

Solté un alarido.

-Tanto y en la forma en que pueda tenerte en las próximas horas—comentó seguido de otra gran embestida.

Gemí ante sus palabras. Eso último había sido muy intenso y me había dejado agotada, pero continuaría amando y dejándome amar hasta que fuera mi cuerpo el que cayera extenuado con la bandera blanca ondeando sobre mi cabeza.

Moví mis caderas hacia atrás para encontrarlo en el camino y él gruñó.

-Sea pues—dije imitando sus anteriores palabras.

Oí que siseaba y entonces comenzó una ronda de acometidas que prometían dejar su huella en mi cuerpo… y en mi alma.

Se apartó rápidamente y me volvió a dar la vuelta, quitándome de un jalón la corbata de mis ojos, arrancándose la suya en el proceso.

Nos miramos intensamente, mientras el volvía a penetrarme, moviéndonos en un compás tan deliciosamente único y especial hecho para nosotros. No apartamos en ningún momento la mirada del otro, y juntos llegamos a la cima…

Horas más tarde, yacía intentando recuperar el aire sobre su pecho, inmensamente satisfecha de cuerpo, pero terriblemente vacía por dentro. Algo iba mal. Cuando más hacíamos el amor, más increíbles se volvían las sensaciones, pero al terminar el dolor de mi pecho se hacía más pronunciado, siendo solo aliviado con otra nueva ronda sexo. Me sentía como en una ruleta rusa, se supone que cada nueva acometida infundía a mí ser una nueva dosis de deliciosa adrenalina, pero poco a poco se acercaba la hora de la verdad. Estaba exhausta, totalmente, pero era incapaz de parar, tenía que seguir bebiendo de él, tomar todo lo que pudiera de él antes de separarnos y cada vez era más adictivo. No estaba resultando, la idea era saciarme de él antes de marcharme, no sentir cada vez mayor necesidad de sus manos sobre mi cuerpo.

Sus dedos se movían por mi cuello y mi pelo, dando pequeños besos desperdigados aquí y allá, aparentemente relajado. No quería que se relajara.

Comencé a besar allí donde tenía la cabeza apoyada, llevando mis manos a sus brazos para acariciarlo, a pesar de que mi cuerpo me estaba implorando que me detuviera.

Edward agarró mis manos y las separó de sí mismo. Yo lo miré.

-Estás agotada Bella.

Mierda, se ha dado cuenta.

-No—mentí.

Él negó con la cabeza.

-Se leer tu cuerpo casi mejor que tú. No me puedes engañar.

Me levanté sobre mis brazos callando un quejido y me acerqué a sus labios.

-Ponme a prueba—dije antes de besarlo con fuerza. Mis labios ardían adoloridos.

Él agarró mi cara y la separó. Depositó un suave y ligero beso sobre mis labios y nos giró, quedando ambos de lado y uno frente al otro.

-No…-rogué. Mi voz salió más ahogada y angustiada de lo que esperaba.

-Lo sé.

Me besó la frente y envolvió la frazada a mí alrededor, para luego envolverme en sus brazos. Hizo que colocara mi frente en el hueco de su hombro. Yo sollocé, maldiciendo una y otra vez que mi cuerpo humano no pudiera aguantar tan solo una noche completa. Quizás si descansaba un poco podría seguir.

-Duerme—me dijo—quiero verte dormir por última vez—me pidió.

Mi sollozo se hizo aún más audible.

-Creí que no te gustaba que durmiera—comenté casi sin voz.

-Nunca dije eso. Dije que dormías demasiado como para hacer otras cosas, pero adoro verte dormir. Es uno de mis pasatiempos favoritos desde que llegaste—dijo con voz dulce, como si recordarlo le diera paz.

-Hablo demasiado ¿cierto?

-Es quizás la mejor manera de ver que es lo que te pasa por la cabeza.

-Y no me dirás que es lo que digo—afirmé.

-No, eso es para mi diversión personal. Ahora duérmete por favor.

-No quiero dormir—dije mirándolo—no quiero perderme nada de esto.

Él negó con la cabeza.

-No te vas a perder nada. Aquí seguiré cuando despiertes.

Pero por poco tiempo… sentí que se me encogía el corazón.

Sin previo aviso, Edward comenzó a tararear, con voz dulce, la canción que había compuesto para mí y que tan bellamente había interpretado en el piano. Sabía lo que estaba intentando hacer.

-No…-me besó en los labios para hacerme callar y me abrazó más de cerca, siguiendo con la canción.

No quería dormir, no quería estar soñando con él cuando podría estar realmente viviendo nuestras últimas horas juntos.

No quería… dejarme llevar por su… voz…

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Hola!

Primero que nada siento la espera, se que dije que renovaría más pronto y eso pensaba, pero doña inspiración a las 5 páginas me dijo "me largo a la playa y aquí te quedas" asi que no se cuantas veces habré borrado y reescrito este capítulo. Es sin duda el más largo que he hecho nunca en uno de mis fics.

Bueno, les dejo y espero que les haya gustado, realmente no se si queda uno o dos capítulos, supongo que lo sabré desde que me ponga a escribir. Ya queda nada para terminar!

Me di cuenta que hay un fallo de capítulos en cuanto a números, en alguno se me tuvo que escapar, pero bueno, algún día me pondré a ello jajajaja...

Besitos, Sele.