¡Hola a todos!

Bueno, como verán este es un nuevo fic que me he atrevido a escribir y subir. Tal vez la historia pueda sonar un poco trillada, pero no va a ser así. Hace varios meses que tengo en mente escribir este fic, específicamente después de haber leído una Saga de libros que resultó encantarme. Es por eso que decidí hacer esto basándome en ella. n.n

Espero que les guste y desde ya muchas gracias. :)


Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen, ellos son de Masashi Kishimoto. La historia es una adaptación de la Saga "La Hermandad de la Daga Negra" perteneciente a J.R Ward, las ideas mías, sólo he sacado algunos aspectos de ella.

Pareja: SasuHinaKiba

.

.

•·.· º ·.·• •·.· º ·.·•

.

.

Amante Nocturno.

Prólogo

En la ciudad de Tokio no solo habitan humanos. Los mismos conviven con cosas de las cuales no están enterados.

Por el día, una persona puede realizar su típica rutina: levantarse, darse un baño, desayunar, salir a trabajar… Por la noche, volverá a su hogar para descansar, tal vez salir a cenar, o quien dice también, salir a bailar a algún club. Pero… ¿sabrá esta persona que al entrar a aquel club puede llegar a cruzarse con alguna raza nocturna?

No lo hará… esta raza permanece en las penumbras al no ser capaces de salir a luz del sol. No llevan una vida normal como aquella persona que se levantó esa mañana para salir a trabajar.

Tampoco es que no sean del todo normal, en su mundo lo son. Son civiles que llevan su propia vida sin dar a conocer su verdadera identidad a aquellos que llaman humanos.

Porque no son humanos, son vampiros. Y como la raza humana necesita ser protegida, la de ellos también, por eso existe la Hermandad: hermanos no de sangre. Vampiros. Hombres encargados de terminar con la guerra que tantos siglos se ha estado llevando a cabo entre su raza y la de "los no-muertos".

Hoy será una noche más, y la Hermandad saldrá a trabajar, esperando exterminar unos cuantos enemigos, para así su raza pueda empezar a vivir en paz.

¿Cuántos "no-muertos" caerán esta noche? Pues, los Hermanos los contarán…

.

.

•·.· º ·.·• •·.· º ·.·•

.

.

Capítulo 1

.

Libre albedrío.

El maldito idiota había interferido nuevamente en el libre albedrío. ¿En qué demonios estaba pensando?

El Hermano de cabellos azabaches se encontraba caminando por su habitación desde que había recibido el llamado de uno de sus Hermanos.

Nada más perfecto para antes de irse a dormir luego de una noche de trabajo. La noticia, que se le había sido comunicada poco después de las cinco de la madrugada, no había hecho más que empeorar el humor con el que había regresado de su cacería de enemigos: aquellos caza-vampiros sin alma ni corazón, pero que todavía andaban por la tierra en busca del exterminio de los vampiros. En conclusión, malditos bastardos al mando de un jefe con repugnante odio a la raza nocturna. Para llamarlos adecuadamente, estúpidos "no-muertos".

El Hermano dejó de caminar y miró el reloj de mediados del siglo XVIII que se encontraba en el gran salón de la mansión que habitaba la Hermandad. Las agujas visiblemente delicadas apuntaban hacia los números, mostrando la hora actual: las cinco y cuarenta.

Faltaban escasos minutos para el amanecer y sus Hermanos aún no llegaban. ¿Acaso aquel idiota que había estado insultado hace cuarenta minutos atrás les había pegado su idiotez y por eso querían morir calcinados cuando apareciera el sol?

No llegaban… debían apurarse…

-Señor – la conocida voz del mayordomo sonó a sus espaldas. Se dio la vuelta para enfrentarlo. Era un hombre de cabello canoso que aparentaba unos sesenta años, cuando en realidad tenía unos cien. Su raza era así, una especie clase de sirvientes de vampiros que vivían aproximadamente unos trescientos años pero que, a diferencia de los vampiros, envejecían más rápido y no se alimentaban como ellos, sino que como humanos, además de ser capaces de salir a la luz del día.

-Si, Fritz – respondió aplacando la expresión de preocupación y "ganas de asesinar a aquel Hermano".

-El Hermano Itachi ha llamado, avisando que arribarán en unos pocos minutos. – eso lo tranquilizó más de lo que necesitaba. – Y que por el momento, vaya subiendo al despacho para una reunión.

-Gracias, Fritz – contestó antes de que el mayordomo hiciera reverencia y se retirara.

Volvió a mirar nuevamente el imponente reloj: las cinco y cuarenta y dos. Dejó que la vista paseara por el gran vestíbulo de la mansión victoriana, la cual contenía todos los lujos que cualquier vampiro –o humano – podía desear.

Emprendió su camino con paso firme hacia las escaleras de mármol, recubiertas por una alfombra de color borgoña la cual, en noches de mucha prisa, impedía que alguno de sus Hermanos cayese a causa de cualquier despiste… por no decir que esos Hermanos llevaban el nombre de Naruto y Kiba.

Tras llegar al último peldaño giró hacia la izquierda, internándose en el oscuro pasillo en donde estaban colgados aquellos cuadros de la época del Renacimiento. Sus pasos sobre la alfombra –que también recubría ese piso – se escuchaban apaciguados y sin prisa a la vez que seguía caminando sin observar las paredes adornadas. Giró nuevamente a la izquierda, viendo a poca distancia de él la luz que salía de las puertas del despacho.

Se detuvo a tres pasos de la entrada y observó su costoso reloj que mantenía en su muñeca izquierda: las cuatro y cuarenta seis. Bajó la mano y entró en la habitación para situarse en su acostumbrado lugar, al lado del sillón de tres cuerpos ubicado cerca de la ventana de la derecha. Paró la marcha y se cruzó de brazos para mirar sin emoción alguna el rostro de sus Hermanos, quienes se encontraban como si no hubiera sucedido nada.

-Vaya – dijo secamente – se han teletransportado justo antes del amanecer. ¿Han tenido una buena noche? – más sarcasmo en su voz, imposible.

-Ya calla, Sasuke – oyó la voz de Kakashi, el superior de los Hermanos, por no decir jefe. – Ya hemos regresado.

-Esta es la que… ¿cuarta vez? – preguntó sin prestar atención al Hermano de cabellos plateados y observando al idiota que había hecho otra vez de las suyas.

Su visión estaba solamente dirigida al vampiro de cabello castaño y dos tatuajes iguales de color rojo en ambas mejillas: Inuzuka Kiba.

El moreno formaba parte de la hermandad hace apenas unos cincuenta y dos años. Había llegado una noche lluviosa, junto a un pequeño perro al que había llamado Akamaru, anunciando la muerte de su padre. Al formar su progenitor parte de la Hermandad, y siendo él su único hijo varón, había sido puesta su fuerza y predisposición para proteger a los de su raza a prueba. Había dado excelentes resultados y demostró ser digno a ser llamado hijo de su padre y a formar parte de la Hermandad.

Pero todavía les aguardaban sorpresas. Cuando el pequeño animal con el que Kiba había llegado aquella noche murió, tras ser aceptado como mascota por parte de algunos mayordomos y sirvientas de la mansión durante unos diez años, el vampiro había confesado haber visto aquella pérdida en un sueño, veintidós años antes de conocer al animal.

Tras la revelación de su habilidad para ver el futuro, aunque fuera incierto, se lo empezó a ver extraño sin saber porque, hasta que Kakashi tuvo una reunión con él en donde la duda sobre su comportamiento fue aclarada: Kiba había soñado con las muertes de todos sus Hermanos pero no había dicho cuando ni donde serían; y mucho menos cómo. Él decía que no sabía el tiempo de cuando se llevarían a cabo, pero le creían ya que nunca mentía.

Pero el ser sincero no tenía nada que ver en que hiciera estupideces.

Ya tres veces había interferido en el futuro a causa de sus visiones, por lo que se le seguía advirtiendo que no lo hiciera más. Tenía que cumplir la regla del "Libre albedrío" aún si fuera capaz de evitar una catástrofe.

Y otra vez lo había vuelto a hacer. Esa noche había evitado una muerte.

-¿Acaso tienes aire en la cabeza, Kiba? – le preguntó incitándolo a contestar – Eres más idiota que Naruto.

-¡Oye! – replicó el aludido. Un vampiro rubio de ojos azules que formaba parte de la asociación desde hace sesenta años, la misma cantidad de tiempo que Sasuke y su hermano, Itachi. El rubio que se encontraba sentado en el sillón a un lado de Sasuke le miró molesto por su nombramiento en el tema. – No me metas a mí en esto, Sasuke.

-Cállate, Naruto. Nadie está hablando contigo. – le contestó volviendo la vista al moreno, quien no se había movido de al lado de la ventana. –Así que, Kiba, ¿cuándo terminará esto?

-Métete en tus asuntos, Uchiha – le espetó casi en un susurro.

-Es asunto de todos, Inuzuka – le reprendió con furia. ¿Qué no se arrepentía de su idiotez?

-Lo único de deberías hacer es agradecerme – le dijo entre dientes, conteniendo la furia que sentía contra su Hermano en ese momento.

-¿Agradecerte? Cómo si me importara la idiotez tuya de querer exponer a nuestra raza a lo humanos.

-Me estoy cansando de esto – habló finalmente alguien desde la ubicación al lado de la chimenea. Esa voz era inconfundible, y se mostraba aburrida del espectáculo - ¿Podrías poner orden, Kakashi? Te recuerdo que es tu trabajo.

-Lo sé, Gaara – contestó el hombre de cabello plateado – Pero esperaba que Itachi lo hiciera.

-¿Por qué lo haría? – preguntó el nombrado, que estaba sentado en el mismo sillón que Naruto – Tu eres el jefe aquí, yo solo soy el hermano de sangre de uno de ellos.

-Me pregunto si algún día aprenderás a ejercer el orden como es debido – dijo Gaara con total seriedad. Sasuke lo observó, con su cabellera pelirroja y sus ojeras características observaba la situación desde el otro lado de la habitación. Sus ojos agua marina nunca perdían detalle de nada, por lo que lo hacían un guerrero con excelentes reflejos en el campo de batalla.

-De acuerdo – habló Kakashi tras los argumentos de sus Hermanos – Dejemos claro esto de una vez por todas.

-¿Será rápido? – preguntó Naruto con un bostezo exagerado, característico de él – Quiero comer algo antes de acostarme. Tengo mucha hambre.

-Todo depende de Kiba – contestó el vampiro mayor desde su asiento, tras el escritorio. En eso le dirigió la mirada de su único ojo visible, el derecho, ya que el otro lo mantenía siempre oculto con una mascarilla que también ocultaba su boca. Nadie sabía el porqué y tampoco nunca se lo habían preguntado. – Dime, Hermano, ¿Entiendes el peligro en el que nos has puesto? El lugar estaba lleno de humanos, además de que estaba cerca el alba.

-Lo sé, Hermano – contestó Kiba con voz ronca – pero debía hacerlo. Era importante.

-Sabes que Nuestra Madre te lo ha prohibido rotundamente. No puedes desobedecerla – explicó Kakashi.

Nuestra Madre era el nombre con el que se la conocía a la creadora y protectora de su raza. Su cuerpo, al igual que su cara, se encontraba siempre oculto tras un largo vestido negro y una capucha que solo dejaba ver una mínima cantidad de cabello rubio. Aún así, nadie conocía su aspecto.

La mujer habitaba en otro plano superior al que ellos estaban. Un lugar al que sólo se podía acceder tras una invitación por parte de ella, la cual era pedida con una respetuosa oración hacia su persona.

Kiba había visitado el Otro Plano ya tres veces, y nunca había suplicado por la invitación. Nadie sabía que cosas habían pasado ya que él no hablaba luego de las visitas, pero todos sabían el remordimiento de sus acciones, aquellas que la mujer le debía de recordar.

Kiba había sacado barato los errores que había cometido. Apenas volvía con vergüenza de ser regañado – y tal vez abofeteado – cosa que el odiaba más que ninguna otra cosa. Otro vampiro podría nunca regresar a su hogar, no por nada la mujer era conocida por tener poca piedad con los demás. Naruto era uno de esos casos, después de todo el vampiro rubio tenía una maldición que acarrear de por vida, otorgada por ella.

-Lo sé – contestó Kiba mirándolo fijamente – Pero no podía dejar pasar aquello, era importante.

-Sí, ya lo has dicho – le recalcó Sasuke que seguía observándolo con molestia.

-Calla, Sasuke – le advirtió su hermano.

-Tengo hambre – dijo Naruto parándose del sillón y estirándose para desperezarse - ¿Podemos terminar con la reunión?

-Por favor – pidió Gaara alejándose unos pasos de la chimenea – Ha sido una larga noche, así que concuerdo con Naruto.

-Estaremos aquí hasta que Kiba lo diga – ordenó Kakashi.

-De acuerdo – resopló el moreno – No intervendré en el libre albedrío… Y consultaré las cosas con mis Hermanos.

-Mucho mejor – Kakashi se levantó de su asiento y les hizo una seña con la mano a los demás – Ya pueden retirarse, Hermanos.

-Gracias, al fin – sonrió ampliamente el vampiro rubio, mostrando sus blancos colmillos mientras los demás se retiraban del despacho – Oye, Kiba – llamó al muchacho que había avanzado más que los demás - ¿Vienes a comer conmigo?

-No puedo, Naruto – contestó con una sonrisa nerviosa mientras se frotaba la nuca – Debo asearme antes de que Nuestra Madre me llame. Debo explicarle el porqué de la intervención de esta noche.

-Cierto – dijo el rubio tras una expresión de sorpresa en su rostro, como si hubiera recordado algo importante – Ve a asearte entonces.

-Adiós – saludó antes de irse.

Sasuke era el último en abandonar la habitación pero el llamado de su superior lo detuvo. Al darse la vuelta vio como Kakashi se masajeaba los ojos en forma de cansancio.

-¿Qué sucede? – preguntó Sasuke cuando éste lo miró.

-Como algunos vampiros tenemos habilidades especiales, tú deberás desarrollar una muy importante en vez de ser tan impulsivo.

-¿Qué quieres decir?

-Aprende a escuchar Sasuke, y sobre todo – lo miró atentamente – a confiar.

-No entiendo lo que me dices, Kakashi.

-Eso es lo que digo. Analízalo – le contestó antes de salir y dejarlo solo en el despacho.

El vampiro de cabellos azabaches se quedó observando la puerta cerrada por donde había pasado Kakashi. Bajó la mirada tras un minuto de profundo silencio en el lugar y levantó su brazo derecho, el cual se arremangó para divisar la pálida piel llena de moretones y pinchazos de agujas.

-¿Por qué confiar? Si no tengo nada que confesar – se dijo tranquilamente – Nada malo sucede en mí.

De repente, una punzada de dolor profundo en su cabeza lo aturdió, desencadenando una terrible ola dolorosa por todo su cuerpo. Comenzó a caminar con dificultad hasta el gran espejo que se encontraba cerca de la puerta. Su imagen no era la misma, sus ojos habían dejado de ser negros para adquirir un color rojo.

Un ardor en el cuello le hizo llevar su mano allí. Cuanto más dolor sentía, más ira se iba acumulando en su persona.

De a poco empezaba a emerger aquel poder que ocultaba, podía sentir las emociones y pensamientos de todos los que se encontraban en la mansión. Su mente se conectaba a la de ellos y demasiadas voces juntas le hacían acrecentar su dolor de cabeza.

Cerró nuevamente los ojos, la brillantez escasa del despacho le molestaba.

¡Maldición! El calmante que le permitía ocultar aquella desagradable otra mitad suya se había disuelto. Debía conseguir otra dosis antes de que la que estaba en su habitación se acabase por completo.

Se teletransportó con dificultad a su habitación, no podía permitir que alguno de sus Hermanos lo viese en ese estado.

Al aparecer en la alfombra de su cuarto, se dirigió al armario donde se encontraban sus ropas, tanto de combate como las de estar en casa, y armas. Rebuscó en una esquina y encontró su salvación: la aguja y la dopamina que siempre le ayudaba a inhibir aquel lado suyo que tanto aborrecía.

Se sacó rápidamente el cinturón y lo ajustó a su antebrazo derecho para que resaltasen las venas en aquel brazo tan magullado por tantas dosis durante todos esos años. Una vez hecho, calibró la aguja con la dosis y se la inyectó. Lentamente comenzó a sentir alivio en su cuello, el lugar donde tanto dolía siempre que los efectos de la dopamina comenzaban a desaparecer de su organismo.

Fue hacia el baño de su habitación y se deshizo de la aguja y el envase del tranquilizante en el tacho al lado del lavabo. Abrió la canilla de éste y se mojó el rostro para luego secarse con una toalla blanca y mirarse al espejo. Sus ojos estaban volviendo a su color original de a poco, solo había un pequeño rastro del rojo que había surgido antes.

Comenzó a sentirse cansado, sin dudas el efecto de su dosis estaba actuando rápido. Fue por eso que apagó la luz y salió del baño para dirigirse a su cama donde se sacó como pudo la ropa, quedándose sólo en bóxers.

Se acomodó en la cama sin molestarse en apagar la luz, la dopamina estaba funcionando a gran velocidad y su cuerpo se estaba entumeciendo. Antes de quedarse profundamente dormido se recordó a sí mismo en que debía hacer una breve visita a la clínica de su especie.

Su otra mitad debía seguir en la oscuridad, nadie debía saberlo… ni siquiera sus Hermanos.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

.

Continuará…


Nota: Espero que les haya gustado esta nueva historia. Nos vemos en el próximo capítulo n.n