Disclaimer:

Los personajes, trama y detalles originales de Kuroshitsuji son propiedad de Yana Toboso, Square Enix y Gekkan GFantasy (manga), Shinohara Toshiya, A-1 Pictures y Aniplex Funimation (anime).

Advertencias:

Basado en la obra del manga (al menos hasta los eventos previos a la oficialización del gemelo, aunque en realidad esta aclaración saldría sobrada al ser Frances, un personaje que no sale en el anime, y su participación en la OVA se redujo considerablemente)

La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física, psicológica, o contenido de índole sexual en determinado momento, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.

Notas introductorias:

Había pensado en Snake como el afortunado hombre para coquetear con Frances, pero no, Sebastian se ajusta más a lo que requiere la trama.

Dedicatorias:

Para los que gustan del Sebastian/Frances… sé que somos algunos, no pueden engañarme.


El adagio del cuervo

Si puede ocurrir, ocurrirá

Leyes de Murphy: Sebastian/Frances


Poluto

Para que algo se limpie otra cosa debe ensuciarse; pero se puede ensuciar todo sin limpiar nada

Frances recordaba a su padre aplaudiendo maravillado ante cada movimiento que ejecutaba con el sable; el juego de piernas, la postura impecable y toda la bella gracia de un ángel combatiente. Alguna vez, incluso había dicho que si Vincent no conseguía mejoras en su entrenamiento, sin duda sería ella quien siguiera la tradición Phantomhive del perro de la reina y nadie reprocharía.

Pero cuán equivocado estaba el anciano hombre, la única diferencia entre Vincent y Frances recaía en la paciencia. El límite de tolerancia de él se hallaba mil veces encima del de su hermana, la misma acción que a ella la haría estallar y lanzarse con grito de batalla, él la reprobaría con un gesto elegante, acompañado de una fingida sonrisa, aguardando el momento más propicio para actuar.

Pero a Vincent, la idea de seguir la tradición familiar no le convencía como proyecto de vida, apenas parecía estar interesado en cuando menos cumplir los horarios de entrenamiento, mucho menos acompañar a su padre en alguna cacería. Si por él fuera, su vida se deslizaría en viajes y cartas desde Estados Unidos, el sueño americano le era en demasía atractivo, para horror de la familia.

Muy seguramente su padre vio en esa actitud relajada la mayor debilidad para dirigir la oculta empresa que por años había llevado la familia, y por ello mostró preferencia por su férrea hija, al menos hasta que, habiendo anunciado su retiro ante los nobles a quienes concernía el asunto del perro de la reina, la oposición de Vincent a que su hermana le sucediera fue ampliamente apoyada, todos se mostraron de acuerdo en que era cuestión de caballeros, de las que debía mantenerse al margen a cualquier dama, incluso una como Frances que no era dada a los desmayos.

Frances recordaba ese día como humillante.

"Tú nunca serás el perro de la reina, Frances, no lo mereces"

En privado, le había abofeteado, odiando con toda su alma lo que le pareció prepotencia en esa aseveración que demeritaba su fortaleza ganada con arduo entrenamiento.

La voz de Elizabeth consiguió sacarla de sus pensamientos, ella se había encaprichado con cambiar el color del lazo del traje de Ciel para que combinara con el vestido de ella, situación que él no iba a permitir, simplemente porque no le venía en gana. Levantó un poco la voz para reprenderla, su hija, sumisamente aceptó la negativa jalando por el brazo a su primo para llevarle a saber dónde.

— ¿Puedo ofrecerle algo más?

Cambió el motivo de su atención, esta vez dirigiéndose al mayordomo que, con una reverencia, se había acercado a su lado. Minuciosamente revisó que estuviera presentable y no la retara regresándose el fleco a la frente como ocurría de vez en cuando. Dando una aprobación general, le tomó la palabra pidiéndole que preparara el té de la tarde.

Sin mirar el reloj, supo que en cualquier momento Sebastian regresaría con su encargo, y sin errar la suposición, el mayordomo presentó el servicio de porcelana importada sobre la que empezó el preparativo a su gusto específico.

—Mayordomo —dijo sin despegar la vista de sus hábiles manos para supervisar la correcta ejecución de tan tradicional momento.

—¿Sí?

—Quiero que me contestes con la verdad, sé que Ciel jamás me lo dirá, pero es necesario que yo esté enterada.

—Si no compromete los deseos del joven amo…

—¡No me interrumpas!

Sebastian entrecerró los ojos inclinando la cabeza y sintiendo la frustración de su completa incapacidad para hacer algo en contra de la Marquesa. La dama igualmente bajo la vista alcanzando la taza para sorber un poco de su contenido, perfecto para un día frío como aquél que anunciaba la llegada del invierno.

— ¿Acaso la reina ya le ha pedido al Conde que…?

Por primera vez en muchos años las palabras le faltaron, se sintió ligeramente cobarde, sin girar la mirada sabía que el mayordomo la observaba con profundo detenimiento, como si adivinara lo que quería saber pero esperaba que pudiera terminarlo por su cuenta, sentía que aquél disfrutaba con esa inseguridad que la había golpeado de repente.

—¿Le ha pedido que considere dejar descendencia?

El mayordomo guardó silencio, pero con ello afirmaba a la suposición hecha por la mujer.

—El joven amo se encuentra de mal humor desde la recepción en que fue solicitado por Su Majestad, algo así mencionó, aunque no ahondó en detalles.

Frances nuevamente pensó en su hermano.

—Suponía que se lo pediría antes que a él, pero no creí que tan pronto. Escúchame bien, mayordomo.

Por vez primera en largo rato, se dignó a mirarle. Sebastian, de pie, enfatizando aún más su notable estatura y estilizada complexión, podía percibir lo profundo de su mirada, la Marquesa era consciente de aquella agudeza mental que poseía el sirviente de Phantomhive, de la destreza con la que ejecutaba sus tareas domésticas y de manera superficial, adivinaba lo eficiente que debía ser en las tareas del perro de la Reina.

—Ciel no merece ser el perro —confesó nuevamente con la imagen de Vincent en sus pensamientos—. Elizabeth tampoco —agregó sin dejar de mirarle, soportando la creciente angustia que le empezaba a provocar la seriedad del personaje a su lado, la mirada oscura que poco a poco parecía querer despedir las llamas de un instinto tan admirable como temible.

Perdió el duelo de miradas. Sus ojos regresaron a la taza de té donde el reflejo de su hermano la atormentaba como muchas otras veces.

Vincent odiaba el trabajo, odiaba las reuniones, los llamados, las salidas nocturnas, los secretos, las mentiras, odiaba a los nobles oscuros, la organización, los informantes, todo lo que conformaba su vida y, sin embargo, se quedó hasta el final.

"No mereces ser el perro, no mereces dejar de ser tú misma para convertirte en una sombra penitente que carga con las cadenas de una Inglaterra decadente"

Sebastian se inclinó, acercando el rostro para murmurar un secreto, aunque la acción no era necesaria, pues no había nadie más en el pequeño salón que pudiera escucharle.

—Mientras yo sirva al joven amo, yo puedo ser el perro, yo cargaré con todo lo que a otros estorba. Pero no me pida que recupere lo que él ya perdió, ni me pida conservar lo que lady Elizabeth no quiere tener.

Frances entreabrió los labios, aquél lúgubre murmullo se había vuelto una costumbre en el mayordomo desde el encuentro en el Campania donde muchos secretos se revelaron. Quizás en ese momento, de alguna manera, el peso de los secretos de Ciel se aligeró, aunque ello no significaba que la presencia de Elizabeth fuera más aceptable para el amo, que permanecía aislado.

—Vincent creyó que tomando el cargo yo me salvaría, pensó que podía terminar con el asunto para que Ciel no lo heredara. Era bastante iluso… por querer evitarlo todo terminó…

—Las circunstancias de la muerte de los condes no se ha aclarado.

Frances se encogió de hombros.

—Sé lo que mi sobrino desea, puedo verlo en sus ojos desde el día en que regresó y en los tuyos mismos…

— ¡Oh no, Marquesa! —interrumpió a riesgo consciente de recibir una reprimenda por eso —. Lo que ve en mis ojos, no es el mismo propósito que el del joven amo. En el momento en que usted entienda lo que ve… —no terminó su frase, por el contrario, solo sonrió sin ocultar el matiz sombrío de su intención.

La Marquesa volvió a sentirse incómoda, algo terriblemente vergonzoso porque la facilidad para lograr aquello la tenía un sirviente indecente, según sus propias palabras. Casi enseguida buscó algo en su bolsa de mano, sacando momentos después un relicario de oro con una imagen de la gran campana de Westminster, mismo que le entregó como si de un artefacto explosivo se tratara.

—Luego del incendio de la mansión Phantomhive, Su Majestad me requirió en una audiencia privada. Antes de ser la marquesa Middleford, yo soy la hija del conde Phantomhive, el abuelo de Ciel que juró su lealtad y la de sus descendientes a una causa que ninguno eligió, pero aceptamos. Por el tiempo que Ciel estuvo ausente yo cuidé de los asuntos de Su Majestad, y esto —dijo refiriéndose al relicario —, es el último trabajo, que ya no me pertenece. Igual que mi hermano, muchos años antes que yo, quise limpiar el reino para que ni Edward ni Elizabeth enfrentaran sus miserias, pero al final ¿En qué terminamos? Lizzy ha debido sacar su espada, Ciel ha renunciado a su infancia y yo estropee el esfuerzo de Vincent.

Sebastian volvió a bajar la cabeza.

—Eso ha sido culpa mía, fui completamente incapaz de cubrir todo en el Campania, si yo no hubiera fallado mi deber a los ojos del amo y el sentir de lady Elizabeth, la virtud que tanto guardaba con recelo seguiría intacta.

—No vale la pena lamentarse, mayordomo. Tu deber se limita a limpiar.

Frances se recargó en el asiento, dejando que a través de la ventana le diera la luz del sol en el rostro, miraba a Elizabeth obligando a Ciel a corretear en el jardín ¡Cómo le gustaría que aquello durara por siempre!

Para que algo se limpie, otra cosa debe ensuciarse — murmuró comprendiendo perfectamente, con amargura y resignación que Lizzy no estaba exenta a ello.

Hizo ademán de ponerse en pie y Sebastian ofreció su mano para ayudarle, gesto que ella aceptó. Lentamente caminó a la puerta, saldría un rato al jardín, miraría a los chicos correr, pretendería que no sabía nada al respecto, que no importaba. Sebastián la miró alejarse, su espigada figura yendo hacia la luz del sol que había al otro lado de las gruesas puertas de madera que separaban la casa del resto del mundo.

Cuánto orgullo, cuán reacia podía ser aquella mujer, cuánto podía fingir que era una dama de hierro siendo que en realidad apenas llegaba a ser nada.

En el momento en que ella entendiera lo que había en sus ojos, sería porque ya le pertenecería, en aquél juego de mentiras y secretos, ninguno de los que participaran resultarían indemnes, sin importar la naturaleza de sus intenciones, porque también se puede ensuciar todo sin limpiar nada.

Y la Marquesa le gustaba para convertirla en la reina de la desesperación, cuando la perfección a su alrededor colapsara, cuando no pudiera más con esa máscara de eterna indiferencia a sus deseos. Él estaría ahí en ese momento, extendería su mano, recibiría un nuevo nombre y la envolvería con su manto.

—Frances Middleford —susurró al aire recogiendo la vajilla usada, llevándose a los labios la taza con té no terminado, repasando el sitio donde ella hubiera dejado el pálido tono del labial.

—Nadie es perfecto Marquesa, no pretenda que lo es. No me haga sentir tentado a que puedo demostrárselo.


Comentarios y aclaraciones:

Empezamos con algo ligerísimo, casi inexistente pero bueno es para ambientarnos un poco.

¡Gracias por leer!