Capítulo 12


La pregunta persiguió a Bella durante el resto de aquella noche. Edward no vino a su cama. Por primera vez en seis noches, no estuvo a su lado, tentándola, excitándola con su cuerpo y su lujuria. Permaneció en medio de la gran cama, observando silenciosamente el abovedado techo, sintiendo cómo la soledad de la habitación la sofocaba. Que Dios la ayudara, ¿Si no podía pasar una sola noche sin él, como podría hacerlo durante el resto de su vida?

¿Qué había hecho? Su deseo de experimentar con él lo mismo que sus otras mujeres ¿Había provocado su caída? ¿Sus celos y su lujuria habían arruinado la única posibilidad que tuvo de hacer que la amara? Tragó intentando aliviar el nudo de miedo que se le formó en la garganta. Siendo realista, sabía que las posibilidades de capturar su corazón eran minúsculas. Simplemente no había esperado que terminara así en tan poco tiempo.

Al comprender que no podría dormir, Bella se levantó, poniéndose la bata de seda color bronce colocada a los pies de la cama y anudándosela fuertemente. Metió los pies en unas suaves zapatillas que hacían juego y abandonó la habitación. Prefería sentarse en la cocina ahogando las penas en el helado de menta y chocolate que su padre siempre tenía a mano, que revolcarse en ellas.

Cuando entró en el pasillo, observó la brillante luz que se derramaba desde la cocina. Se paró sorprendida en la puerta. Vestida con una gruesa bata, con su rubia cabellera atractivamente desordenada y su sorprendentemente preciosa cara sin maquillaje, estaba sentada Tanya, comiendo de un tazón, helado de menta condimentado con chocolate, y la tentadora caja delante de ella.

— ¿Las grandes mentes piensan lo mismo? —Tanny le dirigió una sonrisa al alzar la vista, agitando la cuchara que tenía en la mano, le señaló el armario. —Cógete un tazón.

Bella se acercó al armario e hizo justamente eso, sentándose después al otro lado de la ovalada mesa y tomando una gran porción.

—Nada relaja los nervios como la Menta con Chocolate —suspiró Tanny. —Y adivino que hoy las tasas son definitivamente altas.

—Lo siento —se disculpó Bella, sinceramente arrepentida de haberle podido causar algún dolor a su madrastra. —No esperaba que apareciera mi madre.

Tanya se detuvo, con la cuchara suspendida por encima del tazón dirigiéndole a Bella una ceñuda mirada.

—Bella, no estoy molesta por mí —dijo sinceramente. —Estoy molesta por Edward y por ti. Vuestras elecciones privadas no deberían ser aireadas de esa manera. Edward estaba furioso, desde luego. Pero yo estaba enfadada por lo que te afectaba a ti.

— ¿Por qué? —Bella frunció el ceño. —Nunca hemos tenido una relación muy íntima. Apenas nos llevamos bien.

Una sonrisa conocedora se dibujó en los pálidos labios de Tanny.

—Bella, luchas con alguien cuando te sientes amenazada, y cuando te preocupas por alguien sin tener una red de seguridad que te proteja, un
seguro que indique que eres igualmente querida. Lo sé. Solía hacer lo mismo, hasta que encontré a Charly.

Bella dejó caer los hombros. La observación de Tanny estaba demasiado cerca de la verdad.

—Así es como supe que estabas enamorada de Edward —. Tanny dejó caer su siguiente obús. —Al principio fueron tiros encubiertos, pero cuando te provocó, coqueteó y te presionó, te colocaste totalmente a su lado en la lucha. Entonces fue cuando supe que tu corazón estaba involucrado.

Bella casi se ahogó con la cucharada de helado que intentaba tragar. ¿Cómo podía Tanny, sobretodo, la tonta de Tanny, que después de todo no era tan tonta, conocerla mejor de lo que se conocía ella misma?

— ¿Lo he perdido? —. Bella no pudo ocultar su anhelo y el miedo que reflejó su voz cuando miró a la otra mujer.

— ¿Perder a Edward? —Tanny se rió con sorprendente diversión. —Bella, Edward ha estado luchando por tu atención durante más de dos años. No sé lo que pasará en el futuro. Pero sinceramente, dudo que tengas que preocuparte de nada por ahora.

Esto hizo poco por aliviar su preocupación.

—No ha venido —. Se encogió, bajando la mirada a su tazón. —A lo mejor lo he disgustado. ¿Tal vez, se supone que debía rechazar a Jasper cuando entró?

Cuando Tanny no contestó, Bella arriesgó una rápida mirada.

La otra mujer la miraba con comprensión, afectuosamente.

—Edward no se parece a los demás hombres —dijo cuando Bella la miró preocupada. —Hasta donde es diferente, es algo que tienes que descubrir. Pero le he conocido toda la vida, y sé que no le gusta jugar. Si invitó a Jasper, era porque quería hacerlo. No intentó ponerte una trampa, Bella, o hacerte daño. Tienes que tener plena confianza en esto.

—Estoy asustada —admitió Bella, volviendo los ojos hacia el helado que se derretía. —No se como manejar lo que siento y lo que quiero.

— ¿A quien no le pasa? —. La sonrisa de Tanya era de auto burla —es lo que conlleva conocer al hombre que puede darnos lo que necesitamos, el que lo sabe, porque es lo que él necesita. Lo sé, Bella, porque es lo que tu padre y yo tenemos. Una relación que satisface nuestras necesidades.

—Mi madre nunca le amó —. Bella lo sabía, lo sabía desde hacía mucho tiempo.

—Tu madre se tiene que querer primero a ella misma —. Dijo Tanya encogiéndose de hombros. —Ahora termínate el helado. Estoy segura de que Edward vendrá antes de la fiesta de mañana y entonces te demostrará cuanto te ha echado de menos. Sé que no quiso marcharse y odió hacerlo antes de poder hablar contigo, pero en este caso, me aseguró que era necesario.

¿Qué, se preguntó Bella, podría haber sido tan importante que tuvo que irse antes de verla?

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Bella esperó y esperó. Hasta el final del día siguiente, mientras se arreglaba para la fiesta, y en mitad del alborotador y bullicioso evento, ella esperó, y mantuvo la esperanza de que viniera aquella noche. Se rindió a las nueve. Dejó a un lado su copa de champaña, guardó sus esperanzas y se dirigió regiamente a través del ruidoso salón de baile, hacia los estrechos escalones que conducían a su habitación en la torre. Empacaría y se marcharía por la mañana. No estaba segura de a dónde iría, pero de lo que sí estaba segura era de que no podía arriesgarse a quedarse allí, o pedir que la perdonara por algo que no sabía si podría cambiar.

La dominación sexual durante el acto la había emocionado. El absoluto, abundante y caliente placer en la voz de Edward, únicamente la había estimulado más. No sabía si sería algo que querría repetir, pero aquella experiencia la recordaría siempre.

Mantuvo la cabeza baja al entrar en la habitación, yendo directamente hacía la maleta guardada en el vestidor de su cuarto. La puso sobre el portaequipajes, la abrió y entró de nuevo en el vestidor para recoger las pocas cosas que había llevado con ella.

Mientras doblaba la ropa, las lágrimas comenzaron a caer. Eran calientes, quemándola en el dolor, y sacudieron su cuerpo cuando intentó consolarse diciéndose que al menos lo había intentado. Durante un tiempo en su vida, un tiempo muy breve, había sido libre.

Se limpió las lagrimas, con el aliento entrecortado al girarse hacia el precioso aparador y recoger las prendas de allí, después se dirigió a la cama y recogió su traje. El último artículo que Edward le había dado. Entonces vio el joyero, una cajita negra y aterciopelada. Se detuvo, sujetando el traje de seda contra su pecho.

Era un anillo. El diamante brillaba con reflejos azules y naranjas, resaltando el grueso oro del sencillo aro. Todo su cuerpo tembló. Levantó la cabeza, dirigiendo la mirada a las sombras de la puerta abierta del cuarto de baño.

—Avergüénzate, Bella —la regañó Edward suavemente, adentrándose lentamente en la habitación. —Por pensar que no volvería. Tendré que castigarte por eso.

Su pecho estaba desnudo; sus vaqueros descansaban bajos en sus caderas y se ajustaban perfectamente sobre el bulto bajo el material.

Bella tomó aire rápida y profundamente.

—No me llamaste —susurró cuando vio la fría máscara de determinación en su cara y el calor que brillaba en sus ojos, tan en desacuerdo con su expresión. —No me dijiste adiós.

—Si hubiera ido a verte no me habría ido. Y me tenía que ir o no hubiera podido ver al joyero antes de que se marchara. Deberías haber sabido que tenía una razón.

La voz de Edward era fría, con desaprobación. Sus ojos reflejaban paciencia, amor y sus pecaminosos pensamientos. Dios, pudo sentir como su coño se calentaba hasta alcanzar la temperatura de la lava.

—Sabías que me preocuparía —estalló, no haciendo caso de la esperanza y la felicidad que se elevaban dentro de ella.

—Preocupación... no tienes mucha fe en mí —. Ahora había un fondo de dolor en su voz, como si sus lágrimas y la causa de ellas, afectaran a sus emociones. —Después de tomarte, ¿Creíste que te dejaría ir tan fácilmente?

Un sollozo rompió en su pecho y otra lágrima cayó.

—Disfruté de ello —susurró entrecortadamente. —No debías amarme.

—Bella —dijo susurrando su nombre cariñosamente. — ¿No crees que yo también? ¿Qué yo no disfruté de tu placer también? Sólo ha sido la primera vez, cariño, y no será la última. Me gustó oírte gritar, sentir tu placer sabiéndote dominada, rindiéndote a mí, no importando lo que yo quisiera. Bella, te amo más por eso, no menos.

— ¿Cómo? —murmuró de manera entrecortada, sacudiendo la cabeza. — ¿Cómo lo puedes hacer?

— ¿Quieres estar con Jasper a solas, Bella? —le preguntó cuidadosamente. — ¿Le dejarías tocarte, poseerte, si yo no lo pidiera?

— ¡No! —exclamó, comprendiendo lo detestable que le resultaba la idea. Lo que hizo con Edward no lo hubiera podido hacer sin él.

Él se acercó, quedando de pie a pocos centímetros de ella, haciendo que apartara la vista acalorada, y algo más. Demasiado aterrorizado como para admitir lo que veía. ¿Y si se equivocaba? ¿Qué pasaba si no era amor lo que veía en sus ojos?

En vez de tomarla en sus brazos, le indicó que se sentara sobre la cama. Bella lo hizo despacio, mientras él se movía a su lado y recogía la cajita que había sobre la cama. Cuando sus ojos se encontraron, puso una rodilla delante de ella, y sosteniendo la cajita, la miró con adoración.

—Eres mía —. No lo preguntaba. —Tómalo de mí, Bella. Ahora eres mía para quererte y poseerte.

Él cogió el anillo de la caja, y tomando su mano, le deslizó el diamante firmemente en su dedo.

— ¿Es una proposición? —preguntó roncamente, con incredulidad.

—Infiernos, no. No te lo pregunto —gruñó. —Con esa boca perspicaz que tienes, me tendrías atándote, en vez de amándote del modo que quiero.

— ¿Amándome? —susurró cuando él la empujó hacia atrás en la cama, con su caliente y duro cuerpo.

—Amándote a ti, Bella —le prometió. —Con todo lo que tengo. Con todo lo que soy, te amo.

Sus labios cubrieron los suyos, su lengua empujo entre sus labios con una determinación, un calor, que no pudo negar. Sus manos le agarraron los hombros, su cuerpo se arqueó cuando ella gimió por el beso. Sus labios comieron los de ella, su lengua saqueó su boca malvadamente, mientras sus manos trabajaban en su espalda con la cremallera del vestido, quitándoselo rápidamente del cuerpo.

En ningún momento rompió el beso, o perdió el calor de su excitación mientras se bajaba los pantalones, dándoles patadas con sus musculosas piernas. No perdió el tiempo y rasgó la seda de sus bragas, apartándoselas del cuerpo.

—Mía —gruñó cuando finalmente levantó la cabeza, para de nuevo inclinarse hacia su cuello, con una ardiente caricia de su lengua deslizándose por su piel, estrechándola con sus manos cuando se lanzó hacia su pecho. Allí, sus labios cubrieron un duro y grueso pezón, succionándolo con su boca con un gemido de deseo.

Bella se arqueó, gritando entrecortadamente ante el feroz empuje de placer que contrajo su matriz y su vagina al mismo tiempo. Como por un golpe de ardiente éxtasis, su cuerpo se dobló cuando mordisqueó el pequeño pico rígido, su mano acarició su abdomen y sus dedos separaron los labios de su sexo.

—Edward. Edward, por favor —. Estaba consumida por el fuego, necesitando su toque más de lo que lo había necesitado nunca.

—Di que sí —gruñó mientras deslizaba los labios hacia la parte baja de su cuerpo, lamiéndola sensualmente, separándole los muslos y mordisqueándola con feroces y ardientes pellizcos.

—Sí —gimió, arqueándose contra él. —Sí Edward. Lo que quieras. Pero por favor no pares.

La lamió lentamente, acariciando largamente la superficie de su coño, mostrando su gratitud con un bajo y muy largo gemido. Sus dedos la separaron, sus labios cubrieron su clítoris en una ardiente succión, que hizo que sus caderas se agitaran, arqueándose hacia su boca. Sus rodillas se doblaron, apretando los muslos alrededor de su cabeza cuando él sorbió y lamió la pequeña perla de nervios que palpitaba casi dolorosamente.

—Tan bueno —gruñó, lamiéndola. —Delicioso, Bella. Pero necesito más, cariño. Córrete para mí. Córrete para mí y podré amarte de la manera que necesito.

Un dedo grueso y largo se deslizó profundamente en su vagina, su boca cubrió su clítoris, su lengua fluctuó en un malvado baile de placer cuando su dedo la llenó, retirándose y empujando de nuevo dentro de ella. Bella se agitó contra él, apretando las piernas alrededor de su cabeza y levantando el cuerpo. El fuego golpeó sus caderas, haciendo que su clítoris se dilatara aún más y su matriz se comprimiera. La sangre se precipitó por su cuerpo, llevándola al éxtasis, enloqueciéndola, hasta que sintió que cada partícula de su ser estallaba contra su boca.

Todavía gritaba, arqueada, cuando él le separó los muslos y se colocó rápidamente entre ellos.

—Te amo, Bella —susurró cuando se inclinó hacia ella, con su polla deslizándose entre los labios de su sexo, abriéndose paso entre ellos, y después separando los tensos músculos de su vagina.

—Te amo —susurró ella cuando la cabeza de su polla la separó, deslizándose centímetro a centímetro, abriéndose paso por el sensible tejido, permitiéndole sentir cada duro centímetro, ardiente y palpitante, que él le daba. —Oh Dios, Edward, me vas a matar.

Era demasiado. Él era demasiado lento. La lenta caricia a través de sus sensibles terminaciones nerviosas, tan desesperadas por obtener alivio, le robaba el aliento. Su cabeza se agitó en la cama, sus manos se deslizaron a través de sus hombros, húmedos de sudor y después se agarraron con fuerza a la seda de su pelo.

—Te amo —gimió él. —Disfruta de esto, cariño, no va a poder volver a ser así, hasta dentro de un ratito.

Un doloroso placer atravesó su cuerpo. Pudo sentir como su vagina se ceñía sobre el miembro grueso y caliente que se movía con cuidado dentro de ella, estirándola lentamente, marcándola con ardiente posesión cuando se deslizó hasta la empuñadura, haciendo después una pausa.

—Bell's, cariño —susurró cuando la llenó, enterrando la cara en su cuello, acariciándola acaloradamente mientras gemía.

Ella apretó los músculos de su vagina alrededor de su polla, gimiendo ante el ardor y las sensaciones que la chamuscaban acercándola al orgasmo.

—Te amo —gritó de nuevo, acercándole aún más, y aferrándose fuertemente. —Te amo Edward, pero juro por Dios que si no me jodes ahora mismo, te mataré.

No necesitó que se lo dijera dos veces. Afianzando sus rodillas sobre el colchón, se retiró y entró de golpe en ella. Bella gritó al sentir elevarse el agonizante placer. Curvó la espalda, colocando las piernas alrededor de sus caderas, encerrándolo lujuriosamente mientras luchaba por hacer que se moviera mas duro, más fuerte. No tuvo que impulsarle mucho.

Con un grito áspero y masculino de victoria, comenzó a empujar apasionada y duramente dentro del calor liquido de su cuerpo. Bella tembló ante la avalancha de ardientes sensaciones. Su vagina estaba siendo estirada, colmada, repetidamente acariciada con dureza, y durante mucho tiempo empujada, lo que la condujo más alto, más cerca, cortando el aliento en su garganta, cuando la liberación comenzó a extenderse por ella.

Como un temblor orgásmico, esas sensaciones se precipitaron por su cuerpo, tensando sus músculos y arrojándola de un precipicio de atormentadora necesidad. Su grito tuvo un eco distante, asombrado, cuando Edward dio un último empujón jadeante, y gimió ante su liberación. Sintió el caliente y abundante chorro de semen lanzándose hacia su interior, llenándola hasta colapsarla y dejarla sin fuerzas entre sus brazos.

—Mía —gruñó jadeando mientras luchaba por tomar aliento. —Ahora que te he tomado, no te dejaré ir.

—Mmm —rió cansadamente. —Dame un minuto y podrás tomarme de nuevo.

Edward se rió entre dientes, saliendo de ella y arrimándola a su pecho, humedecido por el sudor.

—Duérmete primero —gruñó. —Después te dominaré un poco más.

—O yo podría dominarte a ti —sugirió ella riéndose. —Despertarte ya atado. Torturarte un poco.

Él le dirigió una mirada preocupado.

—No te preocupes, cariño —dijo, imitando su entonación lenta y sexy. —Te gustará.

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Fin =D

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Bueno aqui dejandoles el ultimo capitulo de la historia... pero este libro es de una serie de libros de Lora Leigh que como algunas cosas de aqui sigue en otro con la protagoniste rene, pero ps ya seria cuestion si quieren que lo continue o no espero respuesta =D

Y siento no aver subido antes pero enserio fue rara esta semana xD bueno espero sus comentarios y si kieren k siga la serie nos leemos

suerte!

=D