Disclaimer: Los personajes de Kung Fu Panda no me pertenecen.

¡Hola a todos! ¿Qué tal? Bueno, aquí vuelvo con una nueva historia, más pronto de lo que me imaginaba. Mi cabecita empezó a funcionar de nuevo hace unos días, y aquí traigo el resultado del primer capítulo. En fin, antes que nada tengo que dar algún que otro aviso para los que vayan a leer el fic:

1. Esta vez NO podré actualizar tan a menudo como con el otro fic, así que os pido paciencia. Ya se han acabado las vacaciones y la universidad me exige mucho, pero intentaré ser rápida en las actualizaciones. Os prometo que buscaré tiempo donde no lo hay para escribir un rato.

2. Para que esta historia tenga sentido, tenéis que olvidaros por completo de Kung Fu Panda 2, porque este fic irá en un sentido completamente distinto a esa película. Así que imaginaros que este fanfic continúa a partir de la derrota de Tai Lung, ¿OK?

3. La historia, como veréis a continuación, comienza cuando Tigresa es pequeña, y después dedicaré unos tres capítulo aproximadamente a rememorar algunas escenas de Kung Fu Panda. A partir del capítulo 5, más o menos, será cuando empiece la verdadera trama. Así que espero que no os resulte demasiado aburrido.

Con esto dicho, doy paso a mi nuevo fic. Que disfrutéis.

Nuestra historia

Capítulo 1: El Pergamino del Dragón

La pequeña Tigresa caminaba al lado de Shifu, sonriente y llena de alegría. Por fin, después de esperar tantísimo tiempo, iba a tener un verdadero hogar. Se acabó esa celda a la que sus cuidadoras llamaban "habitación". Ese eufemismo no engañaba a Tigresa. Una habitación normal no tendría una puerta de metal, ni barrotes en la ventana. Llena de esperanzas, se imaginaba su nuevo dormitorio. Seguramente sería un lugar acogedor y bonito. Por la ventana entraría mucha luz, y podría decorarlo a su antojo. Bueno...eso siempre y cuando a Shifu no le importara.

De imaginarse su cuarto, pasó a pensar en cómo sería su nueva casa. Seguramente sería algo pequeño. Shifu no le había dicho en ningún momento que estuviera casado o que tuviera hijos. Viviría solo en una casita bien cuidadada, seguramente a las afueras de algún pueblo. No parecía demasiado hablador, y dudaba que fuera sociable. Sí, lo más probable sería eso, que su casa tuviera una salita, cocina, baño, y dos dormitorios como mucho. Tal vez hubiera un jardín para jugar.

Tigresa echó una ojeada dentro de la bolsa que llevaba en la mano derecha. En ella, se encontraban las piezas de madera con las que Shifu le había enseñado a tomar control de su fuerza. Siempre practicaba con ellas. Se había convertido en su juego favorito.

Una hora más tarde, la pequeña divisó a lo lejos un pequeño pueblo a los pies de una gran montaña.

—¿Es ahí donde vives, Shifu? —preguntó, señalando el lugar con entusiasmo.

Shifu agarró su mano y la desvió hacia arriba. Tigresa siguió la linea que marcaba su dedo y dio con la montaña.

—Nuestra casa está en la cima.

La niña exhaló un "oh" de sorpresa. La intriga recorrió su cuerpo. Quería llegar lo antes posible a ese misterioso lugar al que llamaría hogar. Necesitaba saber cómo era. Ahora que Shifu le había dicho dónde se ubicaba exactamente, no podía imaginarse cómo sería.

Pasaron por las calles de pueblo. Por donde quiera que caminaban, los habitantes se giraban hacia Shifu y le saludaban con la cabeza con gran admiración en sus rostros. Después, la miraban a ella, perplejos, preguntándose qué haría una cría de tigre con el gran Maestro Shifu.

El Maestro se detuvo un momento frente a la puerta de lo que parecía un restaurante. Tigresa comprobó que así era cuando vio un ganso repartiendo fideos a diestro y siniestro, mientras promocionaba sus, según él, buenísimos pastelitos de judías. Tigresa notó cómo el estómago empezó a rugirle del hambre. El ganso dejó el último bol de fideos encima de una mesa que estaba justo al lado de la puerta, y fue entonces cuando vio a Shifu.

—¡Maestro Shifu! ¡Qué alegría verlo! —dijo, con esa voz tan peculiar que hacía bastante gracia a Tigresa.

—Lo mismo digo, señor Ping.

El ganso se acercó con rapidez, aprovechando que todos los clientes estaban servidos. Miró a Tigresa y sonrió.

—¿Y quién es esta muchachita tan linda?

La pequeña sonrió ante la amabilidad del señor, pero dejó que Shifu respondiera por ella. Era la primera vez que le dedicaban ese tipo de palabras. Linda...Era una palabra con la que solían nombrar a las conejitas, a las patitas o a las cerditas del orfanato, pero nunca a ella.

—Es Tigresa...

—¿Una nueva alumna? —se adelantó el señor Ping antes de que el Maestro terminara.

—Más que eso. Acabo de adoptarla.

El ganso se disponía a decir algo, pero en ese momento, una manita negra asomó por detrás de él. Shifu contempló a la cría de oso panda que caminaba a cuatro patas hasta su padre para, después ponerse de pie. El pequeño era casi tan grande como el señor Ping, a pesar que sólo tendría unos cinco años.

¡Un panda!, pensó Tigresa, emocionada. Nunca había visto uno, a pesar de que había oído hablar alguna que otra vez de ellos.

—Veo que usted también ha...—empezó a decir Shifu, pero el señor Ping se puso nervioso y comenzó a agitar las alas, a la vez que decía cosas incomprensibles.

—¡No sé de qué está hablando! ¡Yo no sé nada!

El Maestro Shifu lo comprendió enseguida. El pequeño seguramente no sabría que era adoptado, y el señor Ping intentaba mantener el secreto el mayor tiempo posible. El panda rojo suspiró. Le parecía una tontería retrasar lo inevitable. Tarde o temprano ese panda sabría que no estaba con su verdadero padre, pero era una decisión en la que él no debía meterse.

En fin, pensó, sólo es un niño.

—Entiendo, señor Ping.

—Sí...em...Pues, lo que le iba diciendo. Este es mi hijo: Po.

—¿Po? Qué nombre tan gracioso —comentó la pequeña Tigresa con una suave risita.

Po se sonrojó y retrocedió un par de pasos, ocultándose detrás de su padre cuando Tigresa avanzó hacia él para presentarse. La niña frunció el ceño. ¿Acaso él también pensaba que era un monstruo? ¡Pero si era más grande que ella! ¿Cómo podía temerla?

—Oh, perdónale, pequeña. Es muy tímido. Apenas puedo sacarlo de la casa cuando hay clientes —le excusó el señor Ping —. Vamos, Po, no pasa nada —le dijo a su hijo —. Se llama Tigresa, y es la hija del Maestro Shifu. ¿Recuerdas que te he hablado mucho de él?

Tigresa sintió una sensación de alivio y bienestar. Pensó en cómo la había llamado el ganso. Hija. Había dicho que era la hija de Shifu. Nunca había pensado que escuchar esa palabra le sentaría tan bien. Le gustaba mucho cómo sonaba.

—¿El gran Maestro del Palacio de Jade? —murmuró el niño, sacando un poco la cabeza para observar al panda rojo con curiosidad. Había escuchado muchas historias sobre él, al igual que del Maestro Oogway, quien había enseñado a Shifu todo lo que sabía.

—Sí, el mismo, Po. ¿No quieres saludarlo? —insistió Ping.

El osito, sin embargo, no pudo superar su timidez y prefirió seguir escondido detrás de un cuerpo que apenas le cubría. A pesar de lo tierno que era, Tigresa se vio afectada por su negativa a salir. Había tenido la vana esperanza de que, al ser dos razas grandes y extrañas en ese lugar de conejos, patos y cerdos, podrían haber llegado a ser buenos amigos, pero al parecer Po no tenía intención de entablar relación alguna con ella.

La molestia se reflejó en su cara. Una vez más se sentía rechazada, exactamente igual a como se había sentido en el orfanato una y mil veces. Tal vez había sido una ilusa al pensar que las cosas cambiarían de un día para otro, aunque fueran en un lugar distinto.

El Maestro Shifu supo que era el momento de marcharse en cuanto vio la expresión seria de la niña.

—Creo que es hora de irnos. Acabamos de llegar de un largo viaje y Tigresa estará cansada —explicó Shifu con un tono cordial —. Vamos, Tigresa.

Ambos empezaron a andar rumbo a la montaña. Mientras se alejaban, el señor Ping suspiró con tristeza, compadeciéndose de Shifu.

—Pobrecillo...—se dijo a sí mismo —Aún no ha superado lo de Tai lung...

Era obvio que no lo había hecho. Shifu siempre había llamado hijo a Tai Lung a pesar que este también era adoptado, pero a esa pequeña la había nombrado siempre por su nombre.

Qué lástima, pensó. Esa niña va a sufrir si Shifu no olvida pronto el pasado.

El ganso volvió adentro para seguir cocinando y atendiendo a los clientes. El pequeño panda, sin embargo, permaneció en la entrada, mirando fijamente cómo se alejaban el Maestro Shifu y su nueva hija, a la vez que se preguntaba quién era ese tal Tai Lung que había mencionado su padre.


Tigresa contempló, admirada, el gran Palacio de Jade. Era como en los cuentos. No se podía creer que fuera a vivir en ese sitio tan grande y tan bonito. Con la boca abierta, paseó la mirada de un extremo a otro del Palacio. ¡Era enorme!

—Bienvenida al Palacio de Jade, Tigresa, y, de ahora en adelante, tu nuevo hogar —dijo Shifu.

El Maestro acompañó a la pequeña hasta un largo pasillo donde se encontraban las habitaciones. Shifu levantó la mano, dándole permiso a entrar.

—Elige la que quieras. Te esperaré en la cocina. Sólo tienes que dar la vuelta al jardín y la encontrarás.

El Maestro Shifu estaba dispuesto a irse cuando Tigresa le detuvo con una pregunta.

—¿De quiénes son las demás habitaciones?

Shifu se dio la vuelta una vez más para responderle.

—De nadie, todavía. Están esperando a ser ocupadas por otros alumnos.

Tigresa se ilusionó ante la expectativa de no estar sola en ese lugar tan grande.

—Y ¿cuándo llegarán?

El Maestro se encogió de hombros.

—Llegarán cuando tengan que llegar —contestó con simpleza, y se retiró de la estancia.

La pequeña miró a su alrededor, pensando en qué habitación quedarse. Las contó. Había seis en total. Sin poder contenerse, soltó una tierna risita. Había pasado de estar en una jaula a tener seis habitaciones entre las que elegir la suya. Caminó hasta el final del pasillo y se detuvo delante de las dos últimas habitaciones. Su cuarto siempre había sido el del fondo, el más apartado, y aunque era un poco triste, ya se había acostumbrado a caminar hasta el final, por lo que decidió quedarse con una de ellas. Fue señalándolas varias veces a la vez que cantaba "pito pito gorgorito". Finalmente, se decidió por la de la derecha y fue hasta la puerta. Cerró los ojos para que la sorpresa fuera mayor, y abrió de un tirón las puertas. Al abrirlos, quedó prendada de lo que vio. Era un cuarto espacioso, pero sencillo. Una cama y una mesita era lo único que había en ella, y sin embargo, Tigresa no pudo haberla imaginado mejor.

Entró en la estancia y cerró las puertas con cuidado. Su antiguo cuarto había sido destrozado por su increíble fuerza, y nadie había hecho nada por cambiar sus muebles. Ahora que tenía un dormitorio de verdad y que sabía controlarse, cuidaría sus cosas como nunca.

Se acercó a la cama y se tumbó sobre ella un rato. Era cómoda y suave. Le encantaba su nueva cama. En realidad, le encantaba su nueva casa.


Pasaron las semanas. Tigresa practicaba su autocontrol cada día sin descanso, y con el tiempo, se dio cuenta de que detrás de su obsesión por ser cada día más dueña de sí misma había algo más. Sus movimientos eran cada vez más precisos y perfectos, y Shifu pudo ver en ella el talento para el Kung Fu que había visto tiempo atrás en Tai Lung. Por ello, empezó a instruirla en las artes marciales. A pesar de que Tigresa hacía rápidos progresos, Shifu no podía dejar de ser más exigente con ella de lo que había sido con Tai Lung, y a menudo lo demostraba corrigiéndola muchas más veces de lo que lo habría hecho hacía unos años. A parte de eso, estaba bastante reticente con respecto al cariño que le estaba cogiendo a la pequeña felina.

Es solo una alumna, se repetía una y otra vez, sabiendo que no debía cometer el mismo error que había cometido anteriormente. Tenía miedo de que las cosas volvieran a salir mal. Pero esta vez estaba preparado, y si Tigresa se dirigía por el camino equivocado, él no tendría reparos en detenerla.

Esa tarde, la pequeña Tigresa salió triste y desilusionada del gimnasio. Una vez más, Shifu había corregido amargamente uno de sus movimientos, a pesar de que ella pensaba que lo había hecho mucho mejor que los días anteriores. Tigresa quería ser mejor cada día, superarse. Necesitaba que su padre estuviera orgulloso de ella, pero parecía imposible llamar la atención del Maestro, y mucho menos llegar a su maltratado corazón.

Caminó por el jardín hasta llegar a una puerta que nunca antes había visto. Era grande, más que ninguna otra en el Palacio. Agarró el picaporte y empujó con toda su fuerza hasta que sonó un chirrido. Entró y dejó la puerta abierta. El lugar era precioso. Parecía una especie de templo. Era una galería alargada sujetada por columnas de color verde. En el fondo del lugar, una especie de estanque se hallaba rodeado por montones de velas. Justo delante de él, un cayado sujetaba lo que parecía un caparazón de tortuga.

Tigresa avanzó un par de pasos, pero volvió a retroceder en cuanto vio, sorprendida, cómo del caparazón salía su dueño como si nada: una tortuga anciana que la miró con una sonrisa amable.

—¿Qué haces en la Sagrada Galería de los Guerreros, pequeña?

Tigresa se agarró las manos por detrás de la espalda, tímidamente.

—Lo siento, no sabía que era sagrada...

La tortuga sonrió ante su inocencia.

—En el Palacio de Jade raro es lo que no es sagrado, Tigresa.

La felina se preguntó cómo sabría ese anciano su nombre, pero supuso que, viviendo en ese lugar, las noticias volarían. Seguramente el mismo Shifu se lo habría dicho. Sin embargo, ella aún no sabía con quién estaba hablando. Y eso que ya llevaba unas semanas viviendo allí.

—¿Y usted quién es?

—Me llamo Oogway —contestó él.

Tigresa se acercó con cautela.

—No le había visto antes por aquí.

—Realmente, nadie suele verme demasiado.

—¿Y eso por qué?

—Eres muy curiosa —comentó la tortuga con una sonrisa, dejando sin responder la pregunta de la niña. Tigresa bajó la cabeza, avergonzada por su descaro. —Está bien ser curioso. El que pregunta demuestra humildad para reconocer que desconoce muchas cosas. Alguien arrogante, sin embargo, se quedaría callado y preferiría dejar de aprender con tal de que no lo tomen como un ignorante, desconociendo que precisamente ese acto es lo que le hace ignorante.

La pequeña escuchaba con atención. Esa tortuga hablaba de una forma en que nunca había oído hablar a otra persona.

—Dime, pequeña, ¿qué perturba tu mente?

—¿Cómo?

—Algo te preocupa. La expresión de la cara de una persona nunca miente. Por mucho que se esfuerce en ocultar sus verdaderos sentimientos, estos salen a la luz a través de sus ojos. Ahora, cuéntame lo que te pasa.

Fue la primera vez que Tigresa se sinceró con alguien que acababa de conocer. Ese anciano le inspiraba confianza y paz. Le contó todo, desde el rechazo de Shifu hasta su dureza a la hora de entrenarla. A duras penas pudo reprimir alguna que otra lágrima traviesa.

Oogway escuchó los argumentos de la niña con atención y enseguida supo lo que pasaba por la cabeza de Shifu. Tenía miedo a que Tigresa se convirtiera en algo parecido a lo que se había convertido Tai Lung, pero esta vez la vieja tortuga estaba segura de que no pasaría lo mismo. Cuando miraba a pequeña, sólo podía ver bondad, nunca maldad. Tigresa estaba destinada a ser mucho más grande de lo que jamás había sido Tai Lung, y no porque sus habilidades fueran superiores, sino porque en su corazón no cabía la oscuridad.

Cuando Tigresa hubo terminado de relatar su historia, la tortuga empezó con la suya, o mejor dicho, con la de Shifu. Le contó cómo había encontrado a Tai Lung y cómo había dedicado parte de su vida a cuidar de él como si fuera su hijo, y a entrenarle. Le habló de su negativa a entregarle el Pergamino del Dragón, y de la ira que había desatado el leopardo ante ella.

—¿El Pergamino del Dragón?

El Maestro Oogway señaló con su bastón hacia el techo. Tigresa levantó la mirada, dando con la figura de un dragón dorado que agarraba con la boca un pergamino.

—El Pergamino del Dragón debe pertenecer únicamente al elegido, al Guerrero del Dragón. El que lo posea, el que sea digno de tal título, podrá oír el aleteo de una mariposa, encontrar luz en la cueva más oscura, y ver cómo el universo gira en torno a él. Tai Lung deseaba ser el Guerrero del Dragón, pero su ambición lo llevó demasiado lejos. Arrasó el Valle de la Paz y acabó con la vida de muchos habitantes. Shifu fue incapaz de detener a lo que había creado, y su decepción fue tan grande que ahora, pasados unos años, es incapaz de dejar correr sus sentimientos libremente, reteniéndolos en su interior.

Tigresa escuchó asombrada la historia. Ahora entendía al Maestro Shifu. Su gran amor por Tai Lung le había impedido ver la realidad. Había creído en él, y el leopardo le había fallado. Fue en ese preciso instante en el que decidió algo.

Seré yo quien consiga ese pergamino. Haré que el Maestro Shifu esté orgulloso de mí.

Continuará...