Los personajes de Kung Fu Panda no me pertenecen.

Epílogo: El sonido del gong

Un par de conejitas se abrazaban entre lágrimas; otra más pequeña hipaba sin parar mientras su hermano mayor y un cerdito mantenían la boca abierta; un gansito aguantaba la respiración, esperando a lo que vendría a continuación. Un cerdito del grupo se decidió a hablar después de unos segundos de tenso silencio.

—Y… ¿qué pasó entonces?

Po despertó del trance en el que se había sumergido y pasó la mirada por el grupo de niños que aguardaba, expectante, por el final de la historia.

—¿Enterraron a Jian en el Palacio Jade? —preguntó una de las llorosas conejitas.

—Sí —respondió Po con una sonrisita. Alzó la mirada hacia el final de las escaleras en las que se encontraba sentado y sus ojos dieron con el Palacio que él y Tigresa habían abandonado durante tanto tiempo—. La propia maestra Tigresa cavó la tumba con sus propias manos bajo el Melocotonero sagrado de la sabiduría celestial.

El grupo de niños ahogaron un grito, asombrados. Uno de los conejitos se levantó del suelo de un salto.

—¿Ella sola? ¿Con sus propias garras? ¿Sin ayuda de nada ni de nadie? —inquirió, entusiasmado.

Po recordaba con exactitud cómo había sido el regreso al Palacio. Nada más desembarcar, Tigresa caminó a paso rápido y totalmente sola hasta su antiguo hogar; entró directamente a los jardines y se dirigió al Melocotonero sagrado. Era entrada la noche y hacía frío. Todos estaban cansados del viaje, pero Tigresa se negó a descansar. Clavó sus garras en el suelo de tierra y cavó durante toda la noche, sin necesidad de un pico o una pala. Tampoco aceptó la ayuda de ninguno de sus amigos.

Es algo que debo hacer sola —dijo.

Al amanecer, el foso estaba listo y sus garras sangraban. Enterraron a Jian a mediodía con los mismos honores y procedimientos que se realizaban en el funeral de un guerrero Kung Fu. Jian era un héroe, y así debía despedírsele.

—Sí —confirmó Po—, con sus propias garras.

—¡Guau! —exclamó un cerdito—. ¡Tigresa es genial!

Los demás niños corroboraron su forma de pensar dando saltos y gritos de emoción. El mismo conejito que había preguntado por Tigresa, tiró del pelo del brazo de Po para llamar su atención.

—¿Y qué pasó con Xiong? —preguntó.

Po cogió en brazos al conejito y lo sentó sobre una de sus piernas.

—Xiong fue encerrado en la prisión de Shorh-Gom.

Otra conejita corrió hacia él y se subió con dificultad a la otra pierna del panda. Posicionó sus manitas en el pecho de Po y pegó saltitos, apremiada.

—¿Entonces Tigresa no volverá a ver a su papá?

Po vio entonces al señor Ping aparecer por la calle que daba a las escaleras del Palacio de Jade. Se acercaba lentamente con una sonrisa y a paso prudente. Po sonrió, agarró a cada conejito con una mano y los devolvió al suelo a la vez que se ponía de pie.

—Un padre no es el que engendra —les dijo antes de irse—, sino el que cría.

El señor Ping no tardó en acercarse y echarle las alas a la barriga.

—Hola, hijo. ¿Estás listo?

Po volvió a mirar las escaleras que ascendían hasta el Palacio Jade.

—Nunca estaré preparado para subir esas escaleras —respondió.

Ping rio.

—Sabes que no me refiero a eso.

—Ya lo sé, papá… ¿Subimos?


Po se dirigía rápidamente a la Sagrada galería de los guerreros. Se había retrasado más de lo que debía. A esa hora ya debía estar todo listo. Podía imaginarse al maestro Shifu furioso y pegándole gritos por llegar tarde un día tan importante.

El estómago le gruñó. Los nervios le daban hambre, y en ese momento estaba más nervioso que en toda su vida.

Aceleró el paso y cuando ya casi llegaba a su destino, el viento le trajo una voz que conocía de maravilla. Miró hacia el Melocotonero sagrado, y allí la vio, con su kimono blanco, sentada junto a la tumba de Jian con los ojos cerrados. Parecía que rezaba.

Po se acercó despacio y se escondió donde pudiera verla sin ser descubierto. Tigresa terminó su oración y abrió los ojos. Acarició la tumba de Jian, pero no sonrió. Exhaló un suspiro y apartó la mano de la piedra tallada.

—Me gustaría que estuvieras aquí —dijo, sin saber que estaba siendo escuchada—. No hay día que no te recuerde.

Po tragó saliva y mantuvo la respiración.

—Las cosas deberían haber sido diferentes —continuó Tigresa—, pero nunca salen como uno quiere o espera. —Y por primera vez sonrió, mirando su kimono blanco de detalles dorados—. ¿Alguna vez me imaginaste vestida así? Yo nunca lo hubiera pensado. Realmente es una locura, ¿no?

Po apretó los labios y suspiró. Prefería dejar de escuchar, no fuera a ser que oyera algo que le hiciera sentir peor. Despacio, salió de su escondite y caminó hasta un lugar donde estuviera a salvo de ser descubierto. Víbora salió a su encuentro desde la galería.

—Po, ¿qué haces aquí todavía? —le preguntó—. ¡Corre, que te están esperando!

Po echó un vistazo a su espalda, hacia el Melocotonero, y se volvió a Víbora con cierta duda en la mirada.

—Tigresa está en… —dijo, señalando al árbol sagrado.

Víbora miró hacia allí y sonrió.

—No te preocupes. Yo me encargo. Tú vete.

Víbora dejó que Po siguiera su camino y reptó hacia el Melocotonero sagrado. Tigresa seguía sentada frente a la tumba de Jian, pensativa y sonriente.

—Es una locura… —murmuró—, pero creo que es la mejor decisión que he tomado nunca.

Víbora llegó hasta ella sin perder el tiempo.

—Definitivamente lo es —corroboró.

Tigresa le respondió con una sonrisa.

—¿Ya es la hora? —preguntó.

Víbora asintió y se acercó a ella.

—Levántate del suelo, anda. Vas a ensuciar tu kimono —la regañó, arreglándole el vestido con la cola.

Tigresa sacudió un poco la tela y echó una última mirada a la tumba de Jian.

—Estoy lista.

—Todavía no.

Víbora se quitó una de las flores de su cabeza y la colocó en la oreja de la felina. Después la empujó hacia la Sagrada galería de los guerreros y le pidió que esperara en la puerta. Tigresa suspiró tras ver cómo su mejor amiga desaparecía tras la puerta. Tensó y destensó los dedos de sus manos y cogió aire y lo expulsó un par de veces.

—Estoy lista… Estoy lista… —se repetía.

Víbora volvió poco después con un ramo de flores blancas y se lo entregó a la novia. Después la envolvió con su cuerpo a modo de abrazo y le deseó toda la suerte del mundo.

Las puertas se abrieron; la música sonó. Las flores llenaban la galería. A ambos lados, junto a las columnas, se habían colocado los bancos para los invitados; al final, enfrente del estanque, un pequeño altar presidido por el maestro Shifu, la persona más influyente de ese pequeño pueblo. A un lado, se encontraba él, Po, su futuro marido.

Tigresa clavó sus ojos en él. Parecía nervioso, intranquilo. Con el son de la música, caminó poco a poco hasta el altar, y mientras lo hacía, paseaba la mirada por los invitados de la boda. Sus amigos la miraban, orgullosos, pero no solo Grulla, Mantis, Mono y Víbora. También Yu, Yuga agarrada de la mano de Joon, Bao, el rey Yuan y el señor Ping.

Suspiró una vez más al llegar al altar. La respiración le temblaba. Po le sonrió con temor y alzó lentamente una mano que ella agarró sin dudar.

—Bien, ¿podemos empezar? —preguntó Shifu.

—Aún no —respondió Po, para asombro de los invitados y del propio Shifu. Se volvió hacia Tigresa y con ambas manos acarició la zarpa de la felina. Miró hacia el suelo, preguntándose cómo empezar, y seguidamente alzó la mirada—. Sé que tal vez no soy el marido que esperabas tener —dijo, algo inseguro—. Quizás esperabas alguien más alto, más atlético, menos torpe... —A su mente llegó de nuevo la imagen de Jian—. Yo siempre te he admirado, y lo que siento por ti es sincero…, pero yo no quiero obligarte a esto si realmente no estás segura. Lo que quiero decir es…

Tigresa le tapó la boca y lo amenazó con los ojos mientras que lo tranquilizaba con su sonrisa.

—Cállate, panda —le ordenó.

Le quitó la zarpa de la boca y dejó que Po asintiera con la cabeza.

—¿Acaso crees que una guerrera como yo haría esto obligada? —le espetó—. Todavía no ha nacido el macho que me obligue a hacer nada que yo no quiera. Que te quede claro, panda: estoy aquí porque es mi deseo. ¿Lo entiendes?

Po dejó escapar una sonrisilla.

—Sí.

Tigresa sonrió también.

—Entonces deja que el maestro nos case y no digas más tonterías…, Guerrero del dragón.

Y después de aquellas palabras, vinieron las de Shifu, el sí quiero de Po y el definitivo sí quiero de la maestra, que fue recibido con gritos de júbilo, felicitaciones y música. Cuando esa tarde el gong sonó en el Palacio de Jade, todo el Valle de la Paz supo que la guerrera del estilo del tigre y el legendario Guerrero del dragón habían contraído matrimonio. La fiesta en el valle duró varios días, pero no fue nada en comparación de la que se celebró unos meses más tarde, cuando el gong volvió a sonar dando la más bella de las noticias: la del próximo nacimiento de un pequeño guerrero Kung Fu.

Fin.


Buah, chicos, creía que no le terminaría nunca. Pero ya sé que no podía dejaros así.

La verdad es que me pregunto si aún quedará alguien por ahí que se acuerde de este fic. Lo sé. Hace demasiado que lo dejé tirado. Pero me propuse terminarlo y aquí está el epílogo, aunque sea cortito. Mejor esto que nada, ¿no?

Espero que os haya gustado y hayáis disfrutado de este fic tanto como yo lo he hecho escribiéndolo.

Quién sabe... Tal vez nos veamos en otro fic. Pero eso ya se verá.

Os mando a todos un saludo.

¡Sed felices!

Pétalo-VJ