Advertencia: Esta historia habla sobre la vida después de la muerte y como es mi percepción (personal) de ella. Abstenerse de leer si creen que podrán sentirse ofendidos. Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.
THE DOOR NUMBER TWO
capítulo único
Cualquier ángel diría que tendría que estar feliz, pero me encontraba lejos de estarlo. No solo Dios me había pedido —amablemente, por cierto, como si alguien fuese capaz de negarle algo a él— que fuese en busca del alma de un medio demonio en mi primera misión, sabiendo lo difícil que era de por si guiar un alma humana... sino que éste muchacho se negaba a ir al paraíso. No es que mi posición de arcángel me impidiera tener malos pensamientos, pero me impedía realizarlos.
Estaba a un limbo de renunciar a mis alas y morderle el trasero al medio demonio.
—InuYasha —canturrié por quinta vez, pero siguió ignorándome con ambas manos detrás de su cabeza—. Vamos ¿podemos proseguir, por favor? —intenté nuevamente, pero nada.
Habían pasado exactamente dos días desde su muerte. Fue un niño malcriado haciendo enfadar a unos muy gruñones ogros que no se contuvieron en darle su merecido. Sin medir fuerzas, claro. Había estado esperando por él durante cuarenta días, y cuando el alma por fin abandonó su cuerpo, yo fui lo primero que vio (e insultó). Intenté explicarle el procedimiento. Subiríamos unas largas escaleras, le haría unas preguntas, Dios le perdonaría sus pecados y las puertas del cielo se abrirían para que su alma viviese eternamente en el paraíso.
Era horrorosamente fácil, ¿por qué demonios él se negaba?
—El paraíso es hermoso —comenté, rodeando el lugar.
Al pasar un día, unos aldeanos encontraron su cuerpo y se apiadaron lo necesario como para cavar un agujero lo suficientemente grande para darle sepultura.
—Piérdete —gruñó.
—No sabes cuanto me encantaría hacerlo —rodé los ojos. Había dado mis votos. No iba a abandonar tan fácilmente. Era mi primera gran prueba y no quería ser el hazme reír del paraíso por los próximos quinientos años.
Seguí rodando alrededor del lugar, entre los árboles y alisando mi túnica. Él seguía fastidiado conmigo. Bien, entendía que estuviera enfadado por haber muerto de esa manera, pareciendo tan débil. Intentaba entender su dolor y su orgullo herido, pero ¡hey! Nunca había muerto para comenzar, así que no podía saber bien el grado de sentimientos que él estaba teniendo en este momento. Sin embargo, había intentado convencerle de que la muerte no lo era todo, y que si quería seguir fastidiando a las personas, en el paraíso estaban aceptados los pleitos juguetones. No es que fuera una correccional.
—Kagome —me nombró.
Su voz fue tan normal, sin irritación, que casi caigo y nazco en la tierra.
En un aleteo estuve junto a él, enfocándome en sus orbes doradas. No era propio de un discípulo de Dios decirlo, pero los demonios eran mucho más guapos que los humanos.
—Soy un demonio —dijo. Evité meter el "medio" y corregirle, me mordí la lengua y esperé que siguiera— ¿Por qué me pides ir al paraíso?
Dios, ¿esto era lo que yo creía que era? Un mínimo indicio de una mínima posibilidad de que él aceptara ir conmigo.
Sonreí de pura felicidad y enrosqué mis brazos a través de uno suyo ¿qué podía decir?, yo era puro amor, pero por la mirada que me dio, mi amor le rebotaba.
—Eres un hijo de Dios —arg, mierda. No fue el mejor ejemplo para darle. Ahora me miraba con todos esos años de su triste y trágica infancia taladrándome la cabeza. Elevé los ojos al cielo. Hacer entender a los humanos era fácil, decían, los medio demonios eran otra cosa—. Escucha, la historia es así. Todos somos hijos de Dios, inclusive tú. Los demonios son hijos de Lucifer, pero no tienen por qué ser todos malos. Mi misión aquí es enseñarte el camino hacía el paraíso para evitarte una existencia eterna y aburrida en este pedazo de tierra.
— ¿Qué hay del infierno?
Me reí con ganas.
—Si tú fueses al infierno, se reirían de ti y te expulsarían. Eres un hijo de Dios, aunque no lo quieras aceptar, hermano —hice el signo de la paz y una pose hippie. Me miró como si tuviese dos cabezas. No podía culparlo, aún no llegábamos a ese siglo.
—No quiero ir al paraíso —murmuró.
Por primera vez, en dos largos días, comenzó a caminar lejos de su sepultura.
— ¿Por qué no? Dios cuenta unos chistes de muerte —sonreí. Sí, entupida broma, mátenme.
—El paraíso es aburrido —gruñó— todos bailando y cantando canciones de amor al prójimo. No soy así.
—Pero si es divertido. Las fiestas duran días completos, tenemos bandas excelentes, mujeres sexys, luchas, etc. Necesitas conocer a Cupido, un poco de vino y su pañal vuela directo al estanque.
—Entonces vete, no me apetece.
Bien, era lo más amable que alguien como yo podía ser.
—Escucha bien, InuYasha, iras conmigo, conocerás a Dios, él te contará un chiste que hará que mojes tus pantalones y serás feliz eternamente o me veré en la obligación de patearte el trasero hasta que hagas todas las cosas que dije hace un momento ¿capichi?
Jadeó teatralmente perturbado.
— ¿No eres alguien de bien? ¿Por qué rayos estás amenazando con patearme el trasero?
No pude evitarlo. Le di una nalgada.
— ¡Oye!
—Eres horrorosamente insoportable —gemí.
Entonces, pasó la cosa más asombrosa de mi existencia: InuYasha comenzó a reír. Era endemoniadamente guapo. Le di otra nalgada. Placer propio.
— ¡Oye!
—Lo siguiente que toque tu trasero no será mi mano, sino mis zapatos nuevos —amenacé, pero fue inútil, tenía una boba sonrisa en el rostro—. ¿Me acompañas, por favor? Tengo más almas que fastidiar.
Extendí mi mano hacía él.
No contestó, sin embargo, se acercó y tomó mi mano. Sus dedos eran largos y gruesos. Comenzamos a caminar tranquilamente. Se suponía que yo tendría que hacerle algunas preguntas, pero estaba dispuesta a dejar pasar eso y recibir un regaño luego. No podía dejar que InuYasha dudase. Me había costado una eternidad convencerle.
—Llegamos —murmuré y solté su mano—. Pasé por la puerta numero dos, por favor.
— ¿Por qué la dos?
—La primera es para ancianos y niños —rodé los ojos—. Es parte del protocolo.
Asintió.
— ¿Kagome?
— ¿Si?
— ¿Te veré de nuevo?
Oh.
—Me veras durante toda la eternidad y mucho más, InuYasha.
FIN
