Nueva adaptación:

Los personajes le pertenecen a la señora Stephenie Meyer. La historia se llama Provocación y es de la autora Emma Darcy. NADA me pertenece a mi.


Provocación

Emma Darcy

Capítulo 11

Atrapada... Esa palabra la obsesionó toda la noche. Era un castigo por el engaño. Edward nunca habría pensado en el matrimonio si no hubiera fingido el compromiso con su abuelo. Sin embargo, ¿qué podía hacer?

Su padre había medido y aceptado a Edward como yerno antes de marcharse juntos y estaba segura de que, cuando llegaran a casa de su tío Harry, ya lo habría aceptado plenamente como parte de la familia.

La llamada a su madre fue toda una serie de explicaciones por su ausencia, explicaciones que Edward le había dado a su padre y él transmitiría a su madre. No eran mentiras, pero le felicidad de su madre porque fuera a casarse y por la visita del día siguiente había sido conmovedora. Había despertado esperanzas y tenía que satisfacerlas. Estaba atrapada. Sólo podía comentarlo con Anthony, su cómplice en el delito. Era muy madrugador y podría comentar la situación con él antes de que Edward llegara a las nueve. Lo llamó a las siete. El mayordomo contestó e inmediatamente expresó preocupación.

-¿Pasa algo, señorita Swan? Anoche me pareció que el señor Edward estaba avasallándola y tomando las riendas de todo.

-Efectivamente, Harold.

-Es un joven muy apremiante -comentó Harold con compasión.

-Sí. Tengo que hablar con Anthony del asunto, Harold. ¿Puede ponerse?

-Estoy seguro de que al señor Anthony le encantará hablar con usted. Un momento, por favor.

-Gracias.

Isabella tomó aire para intentar serenarse.

-Querida Isabella. ¿Hemos conseguido meter en vereda a ese salvaje?

La voz de Anthony fue un bálsamo para ella, pero dejó escapar una risa histérica.

-Si te refieres al matrimonio, anoche Edward se metió solo y delante de mi padre.

-¿Tu padre? -le preguntó Anthony con un interés evidente.

Isabella le contó todo lo que había pasado hasta acabar siendo la novia de Edward a ojos de su familia.

-Vaya, todo un caballero andante -comentó Anthony con tono divertido-. Buen chico. Se nota que ha heredado mi caballerosidad.

-No quiero que Edward sea un caballero -se lamentó ella-. Quiero que lo haga en serio. Él, después de comprometerse con mi familia, que no a va a tomárselo como un juego, me habló del divorcio como una solución en el futuro. Ya sé que eso es muy normal en tu familia, pero no lo es en la mía. Son muy... italianos.

-Mmm...

-Hoy, por ejemplo -siguió Isabella llevada por la ansiedad-. Va a presentarse en la barbacoa familiar, y mis hermanos y hermanas casados, sus hijos, mis tíos y tías, mis abuelos, todos, lo besarán y abrazarán para darle la bienvenida y luego le harán todo tipo de preguntas sobre su vida.

-Ninguno se ha divorciado, ¿verdad?

-Ni se divorciará.

-¿Sabes? A lo mejor eso le gusta a Edward. Es una sensación de familia sólida que él nunca ha tenido. Podría atarlo bien atado.

-O espantarlo para siempre.

-No. Ganárselos le parecerá un reto.

-Un juego -aclaró ella con desesperación.

-No necesariamente. Te preocupas demasiado. Edward no habría sacado el matrimonio si no hubiera pensado en él.

-Porque tú... hiciste que lo pensara, Anthony...

-Las semillas no crecen si no se plantan en la tierra adecuada. Él y tú formáis la mejor tierra. Eso lo tengo muy claro.

Ella se acordó de que Edward le había dicho que juntos estaban de maravilla, y el corazón le dio un vuelco.

-Inténtalo -le aconsejó Anthony-. A ver qué pasa...

Era exactamente lo mismo que había dicho Edward. ¿Por qué se preocupaba tanto?

-Tú lo has buscado, Isabella -le recordó él-. No te habrías prestado al juego si no hubieras querido meter a Edward en el redil. El ha entrado porque ha querido entrar. Deja que tu familia lo abrace. Sigue la corriente y sé feliz. A un hombre le gusta que su mujer sea feliz.

Era difícil ser feliz cuando estaba tan nerviosa, pero Anthony tenía razón. Ella había querido que pasara eso, salvo que había pasado demasiado deprisa. Ella no podía terminar de creérselo, sobre todo, cuando él había hablado de divorcio casi en la misma frase que de matrimonio.

-De acuerdo, hoy me dejaré llevar por la corriente y veré qué pasa.

-¡Así me gusta! Si no arriesgas, no ganas. Sigue el juego.

Isabella pensó que el abuelo y el nieto se parecían mucho. Era un disparate pedir consejo a Anthony. Por otro lado, él le había hecho ver que las personas que habían vivido en hogares rotos no creían en las promesas duraderas. Eso no significaba que no quisieran que los compromisos fuesen sólidos. Quizá, sólo quizá, pudiera conseguir que la partida con Edward no terminara nunca.

-Gracias, Anthony, me has dado ánimo para el próximo asalto.

-¡Bravo! Mucha suerte, querida.

-Cuidaré de tu anillo hasta que vuelva a verte -le prometió ella.

-Lleva el de Edward con orgullo, a él le gustará.

-Lo haré. Adiós por el momento.

-Que lo pases muy bien.

Ella colgó con una sonrisa en los labios. Que lo pasara muy bien... seguramente sería un paraíso ficticio, pero ¿por qué no iba a disfrutar de lo que Edward podría ofrecerle? Su cuerpo todavía se estremecía al acordarse del placer sexual de la noche anterior. Era un amante magnífico, y ella se había sentido amada, maravillosamente amada. Si él quería que su relación durara, ella tendría que darle esa posibilidad.

Fue hacia su dormitorio con paso alegre. Se vestiría elegantemente para ir a la joyería con Edward. Eligió una de sus últimas adquisiciones; un traje rojo con un estampado negro y blanco y un escote amplio y cuadrado. Era sencillo pero bastante impresionante, sobre todo con unas sandalias blancas de tacón alto y un bolso de mano también blanco. Había llegado a comprender que la atención a los detalles podía ser la clave de la elegancia, y siguiendo ese principio se pintó de rojo las uñas de los pies y de las manos, se maquilló con mucho cuidado y se puso unos pendientes de oro de hacía algunos años. Para ella, entonaban perfectamente con el reloj de oro que le había regalado su abuela cuando cumplió veintiún años y que era el único aderezo que llevaba, ya que el anillo de Anthony lo había escondido en una bolsa de guisantes abierta que tenía en la nevera.

Llamaron a la puerta a las nueve menos cinco. Le agradeció no tener que esperarlo nerviosamente. Abrió y lo encontró impresionantemente vestido con un traje gris oscuro, camisa blanca y corbata dorada de seda. Estaba más atractivo que nunca, sobre todo cuando sonrió y los ojos le brillaron complacidos por el aspecto de ella.

-¡Caray! Cuando te propones impresionarme lo consigues, Isabella. Está claro que el rojo es el color que mejor te sienta.

Ella se acordó del biquini de rosas rojas. El descaro le ayudó mucho entonces y decidió adelantar una cadera con las manos bien puestas en la cintura.

-He pensado que sería lo más apropiado ya que vas a salvar de la perdición a una mujer de rojo.

Él se rió, volvió a meterla dentro del vestíbulo, cerró la puerta y la abrazó con fuerza.

-De modo que la verdadera Isabella surge en un ataque frontal -Edward le sonrió de oreja a oreja-. ¿Soy suficiente hombre para ella?

Ella arqueó una ceja.

-Depende de si anoche saliste ileso del encuentro con mi padre.

-Lo superé con creces. Dame un reto y lo superaré.

-Mmm...

Ella notó la erección contra el vientre y la idea de habérsela provocado sólo con su presencia hizo que quisiera enardecerlo más todavía.

-También te superas en otras cosas -le provocó ella mientras se contoneaba contra él.

Él sonrió con picardía.

-La única duda es si tú estarás a la altura. ¡Ahora mismo!

Él la empujó de espaldas con los muslos contra los de ella hasta llevarla a la mesa del comedor que había junto a la ventana.

-¿Adónde me llevas? -preguntó ella sorprendida por la reacción.

Casi no podía hablar, tenía el pulso acelerado y la excitación se apoderaba de ella.

-Te llevaría a cualquier sitio, Isabella Swan -contestó él con los ojos inyectados de deseo mientras la apoyaba contra el borde de la mesa y empezaba a subirle la falda.

-Esta noche no podrás en casa de mis padres. Nos darán dormitorios separados y tendrás que respetarlo, Edward.

-De acuerdo. ¿Y ahora?

Él ya tenía los pulgares agarrados a la cinturilla de las bragas. Estaba dispuesto a bajárselas y sabía que ella estaba deseándolo, pero se detuvo para que ella se lo pidiera claramente.

-¿Tenemos tiempo? -le preguntó ella seductoramente.

-Podemos encontrar un hueco para esto.

-A mí me parece bien.

Ella se moría de ganas por volver a tenerlo dentro, y se sentía feliz de que él también lo quisiera. Él le bajó las bragas y ella sacó los pies. La sentó sobre la mesa con la falda levantada hasta las caderas y se colocó entre las piernas. Sería algo rápido y bastaba con quitarse lo esencial.

-Quizá debieras decirme cuál es nuestro plan para hoy.

Ella lo miró mientras se bajaba la cremallera. Quería ver lo que había sentido, y sus músculos más íntimos palpitaban ante la idea de que los acariciaran y por el anhelo de comprimirlo, de notar que la llenaban tan plenamente que no podría pensar ni preocuparse por nada.

-Para empezar, tú.

Edward sacó un preservativo de la cartera y empezó a colocárselo. Isabella pensó que cuando se casaran no lo necesitarían, pero eso hizo que también pensara si Edward querría tener hijos.

-Luego, iremos a comprar un anillo -siguió él con una sonrisa-. Para una mujer de rojo. Creo que deberíamos elegir un rubí. Puede estar rodeado de diamantes, pero tiene que tener un rubí en el centro.

Ella se rió. Edward era un auténtico playboy, pero ella lo amaba.

-No se parecerá al otro -puntualizó ella.

-Que espero que te hayas quitado -Edward le tomó la mano para comprobarlo-. Bien -comentó él con satisfacción.

-Lo he guardado en un sitio seguro.

-Éste es mío.

Edward se metió el dedo anular en la boca con un brillo ardiente en los ojos.

-Mi padre notará la diferencia -consiguió decir ella cuando recuperó el aliento.

Él le soltó el dedo.

-Tú padre cree que te sorprendí con el otro. Digamos que a ti no te gustó mucho y hoy hemos elegido otro. ¿Qué te parece?

Él se había abierto paso entre sus muslos y se había colocado en posición para entrar.

-¡Muy bien!

A ella le parecía muy erótico mantener una conversación mientras toda ella ardía de ganas por conectarse sexualmente con él.

-¿Qué más? -le preguntó ella con un tono descaradamente provocador.

-En estos momentos, quiero sentir tu carne alrededor de la mía.

La tumbó sobre la mesa y le puso las piernas alrededor de sus caderas para satisfacer la necesidad que ella tenía de él.

-Mi mujer de rojo...

Edward le acarició los pechos cubiertos por el vestido. Ella sonrió por el tono dominante de su voz y se deleitó por el deseo que ya no podía reprimir. El arremetió con fuerza y ella se arqueó para recibirlo con voracidad. Los ojos de Edward lanzaban destellos desenfrenados y se inclinó para besarla en la boca, para confirmar su posesión con la lengua, para arrastrarla a la pasión física, para, juntos, alcanzar la misma liberación extasiante, la misma explosión frenética que hizo que la abrazara con fuerza.

-Mi mujer impresionante... eres increíble... eras tan hermosa... eres magnífica... -susurró él.

Ella le pasó los dedos por el pelo y adoró el contacto.

-Tú también... -susurró ella.

Él separó la cabeza y le rozó los labios con los de él.

-¿Qué voy a hacer contigo?

Él lo preguntó como si ella fuera un rompecabezas que no sabía resolver.

-Dijiste que ibas a casarte conmigo -le recordó ella.

Él se rió con un brillo en los ojos.

-Eso es un principio...

Isabella se preguntó si habría un final, pero apartó de la cabeza esos pensamientos negativos. Edward quería casarse con ella. Podría salir muy bien. Era impensable no intentarlo.

-Vamos a comprar el anillo -siguió él-. Luego, como me siento la persona más feliz del mundo, lo celebraremos con una comida en Level 21 y, después, tomaremos el avión a Griffith...

-¿Lo has reservado?

-Mmm... -él esbozó su sonrisa más pícara-. Como tendremos dormitorios separados en la casa de tus padres, antes de acostarnos podrías llevarme a dar un paseo por los viñedos de los que me habló tu padre...

La excitación que sintió Isabella le confirmó que el sexo con Edward era muy adictivo y que ya no podía negárselo a ella misma. Pasara lo que pasase en el futuro, nunca se arrepentiría de haber conocido lo mejor de Edward Cullen.

-Edward, con mi familia cerca no existe la intimidad -le aviso ella sombríamente-. Esta tarde te abrumarán.

-Te tengo de salvavidas.

-No te respetarán si te agarras a mí. Tienes que nadar solo.

-Soy un superviviente por naturaleza -afirmó él rebosante de confianza.

Sin embargo, Isabella pensó que era un juego distinto y que él no conocía las reglas.

-Tómatelo cono calma -le aconsejó ella-. No te empeñes demasiado.

Ella quería que su familia lo aceptara en su seno. Él le acarició las arrugas de preocupación de la frente.

-Tengo a tu padre de mi lado -le recordó él-. Te prometo que no será un problema, Isabella. No te preocupes.

Ella no podía evitarlo. A Edward le gustaba ganar, pero poner unos cimientos sólidos con su familia exigía reacciones sinceras que tocaran las teclas adecuadas. Si eso no ocurría... ella podría seguir sola con él. Aunque planteárselo le producía una sensación de pérdida muy dolorosa. Ella había elegido vivir lejos de su familia, pero quería poder contar con ella, como había hecho siempre.

-¿Has preparado la bolsa? -le preguntó él.

-Sí, está en el dormitorio.

-Perfecto. La mía está en el coche -ella seguía sentada en la mesa, y Edward le dio un beso-. Será mejor que nos arreglemos un poco para ir a la ciudad.

-Supongo que será lo mejor... -concedió ella con un suspiro.

-¿No vas a discutir esta mañana? -le preguntó él con una sonrisa.

Ella ladeó la cabeza como si quisiera decirle que estaba jugando con fuego.

-No, hasta que hagas algo que no me guste.

Él se rió, la bajó de la mesa y la abrazó.

-Te prometo que me portaré bien delante de tu familia, ¿de acuerdo?

-Espero que sepas mantener la promesa -replicó ella con tono irónico.

-Mírame.

Edward se apartó sin temor a que no lo consideraran el marido adecuado. Isabella, mientras iban a «arreglarse», pensó que su relación podría salir adelante si ella conseguía seguir presentándole retos. Sin embargo, quedaba la candente cuestión de la paternidad. ¿Cómo reaccionaría él al hijo de Jacob y Leah? Tendría que fijarse en Edward. Los gestos decían más que las palabras.


Hoy actualicé... les dejo el pilón ;)
No abandono ya saben eso, lento pero seguro.

Nos leemos.
Besos...