En diciembre llegó el jazz

En diciembre todo el mundo quería terminar las cosas más rápido. Era como si el recordatorio del final de año se volviera una sombra fantasmagórica que amenazaba con dejar desnudos a los que no se apresuraran a vestirse antes de la media noche. No era un despropósito, por supuesto, porque acabar el año sin acabar el año sonaba como una verdadera pérdida de tiempo. Que no fuera un esfuerzo inútil, sin embargo, no aliviaba el estrés que se acumulaba desde el primer día que el calendario anunciaba el apocalipsis. Ya llega navidad, con las luces de colores, los regalos, el altruismo fugaz, la paz, la buena voluntad y los cocteles.

Helga Pataki, por poner un caso particular, estaba ocupada con acabar los exámenes finales, un nuevo libro de poemas impublicables y con una cena familiar extendida. Los primeros los acabaría el viernes de esa misma semana, luego de poco inspirador examen de aritmética. No había estudiado toda la materia porque no le veía el punto a aprenderse de memoria todo el último momento. No le iba tan mal, tampoco, como para pensar que iba a desaprobarla. Los poemas, su primera preocupación, los tendría inacabados para toda la vida, así que no importaba demasiado si los acababa o no, sólo que la inspiración no se le durmiera con tanto examen. La cena familiar sería un dolor insoportable. Esta vez ya no tendría que lidiar sólo con Miriam, Bob y Olga, ahora vendrían familiares de ambos lados y estaría perdida en una cháchara insoportable de felicitaciones vacías. Ese año, la primera obra teatral de Olga se había estrenado con gran éxito.

La única cosa que estaba (¡de verdad!) por acabar (y no era un suplicio), era el proyecto de navidad de la anterior clase de cuarto grado. Ese año, a comienzos de marzo, cada uno de los estudiantes que alguna vez fueron alumnos del señor Simmons, recibieron una llamada de su antiguo profesor. Helga no sabía cómo había logrado convencer a un grupo tan dispar, de ser parte de un proyecto tan dadivoso, si se lo preguntaban, ella tampoco estaba tan segura de las razones que la habían llevado a aceptar. Era un sacrificio semanal en el que se perdían los dos días más importantes de la vida de cualquier adolescente. El sábado y el domingo no debían tomarse a la ligera, especialmente durante el último año, que llenaba de estrés hasta a Stinky.

El trabajo se parecía un poco al que debieron realizar para levantar el campo Gerald. El proyecto, al ser más ambicioso, había recibido la subvención (mínima) de una gran compañía electrónica. De ahí que se necesitara la ayuda constante de voluntarios (que según la época, variaban drásticamente) que de alguna manera suplieran esa falta constante. Se trataba de una gran casona abandonada, a las afueras de la ciudad, que estaba siendo remodelada para convertirse en un orfanato.

Era un típico retrato de cualquier película de terror, pero como trabajaban sólo de día, más que miedo, daba un montón de trabajo. Se había tenido que derrumbar la mayor parte de la estructura, dejándose sólo el salón principal y un invernadero en el fondo del jardín. La perspectiva había sido bastante desalentadora y muchas veces se preguntaron si no era mejor dejar que Rhonda pagara por todo. Pero, había algo en toda esa camaradería semanal que hacía lo que no hacen las palabras. Se quejaban mucho, en voz alta, cada vez que podían y cada sábado a las siete de la mañana iban llegando en pequeños grupos.

Los fines de semana, sin embargo, se trataban como un secreto impronunciable. El resto de los días y una vez que tenían la oportunidad de verse por los pasillos, apenas si saludaban en un gesto incómodo y se pasaban de largo. En la escuela se trataban como lo mandaban las reglas y los grupos. Vivían una doble vida que era animada por esa tendencia juvenil a apoyar cualquier situación moralmente discutible. No tenían principios en lo absoluto, se limitaban a no ser mientras eran.

Helga no se lo iba a admitir, pero se divertía. Diez meses, sin embargo, eran diez largos meses. Estaba lista para dejar partir la caridad y concentrarse en ese egoísmo que había proclamado desde su más tierna infancia. Quería dejar que se hundiera como un recuerdo, como una anécdota que se cuentan los conocidos que están a punto de volverse amigos. Es pocas palabras, estaba recuperando su paz interna.

En diciembre siempre hace frío, es como si las nubes empezaran a descascararse en copos de nieve pesados y húmedos que se colocan como adorno sobre la humanidad. Cualquier sábado de diciembre, por eso, siempre es mejor desde la cómoda calidez de la cama. Es casi un sacrilegio que existan situaciones destinadas a socavar esa armonía cotidiana. Helga refunfuña, qué le queda, mientras se abre camino desde la última parada del autobús hasta la loma donde está la casona. Ese día lleva más carga que nunca porque ha amanecido más helado de lo usual y ha tenido que llenarse los bolsillos de toda clase de golosinas malas para los dientes. Está ligeramente malhumorada con todo ese espesor blanco.

Es un golpe seco que le da en la parte baja de la espalda, trastabilla, suelta el morral y el gorro se resbala hasta taparle la nariz. Al principio no lo entiende y se queda inmóvil, pensando qué carajo ha pasado y por qué coño no hay nadie. Se endereza lentamente, voltea a la izquierda y no pasa nada, se quita el guante derecho y pasa la palma de su mano por la parte baja de su espalda. Sobre la lana, en una sensación desagradable, siente la nieve que se ha quedado pegada y que echa combustible a su furia legendaria. Frunce el ceño, aprieta las manos y chirria los dientes.

—¡TIENEN HASTA QUE CUENTE TRES! —Grita en medio de la nada y el eco hace que su voz suene más ronca—. UNO.

Es breve y aparentemente imperceptible pero Helga la nota, se da cuenta y la siente en cada espacio de la superficie de la piel. Es una risa ahogada, una risita que se divierte y, ¡pobre ingenua!, cree que pasará impune. No necesita que se alargue, la ha localizado a la derecha, detrás de un montículo patético, la escucha retumbar en su cabeza y expandirse hasta sus puños. Sonríe sarcástica y hay un leve sadismo en el brillo intenso de sus ojos azules.

—¡DOS!

No necesita moverse, separa las piernas, se encorva y cruza los brazos sobre el pecho, en la típica pose de matoncito. Lo está disfrutando, toda esa tensión contenida, porque sabe que se va a cobrar, esa insignificante broma, en proporciones titánicas. Sólo necesita esperar y destruir cualquier vestigio de temeridad que había poseído al pobre perdedor que se atrevió a comenzar una guerra con la última de los Pataki.

Comenzó como un grito de incredulidad que devino en el grito banshee guerrero. Si la primera bola había sido una sorpresa que desarticuló su mañana, la segunda se convirtió en un meteorito destructor (que le golpeó el pecho) que incendió y devoró la poca paciencia que le quedaba. Cuando Helga se limpió la nieve que le había salpicado en la barbilla, su expresión ya no era de fría y vengativa compostura, se convirtió en ley taliónica que motivaba el salvajismo desmedido de las furias.

—Tres. —No gritó, lo dijo en un susurro que apenas contenía la desproporción de su cólera, un pequeño anuncio que congeló más que el invierno, un prólogo a esa novela que era la revancha.

Se agachó más rápido de lo que sus atacantes hubiesen parpadeado y ya tenía una bola de nieve en cada mano. Están muertos. Los amenazó en el instinto, avanzó a grandes zancadas y esquivando las piedras y los desniveles del suelo, avanzó sobre la ropa de lana pesada y la bufanda y llegó en un parpadeo que obnubiló los reflejos de los que se escondían detrás de la loma.

—Sabía que eras tú, Johanssen. —Fue el último aviso que recibió antes de que la violencia lo golpeara directamente en el rostro, con furia helada—. Cada día que dure la nevada, más vale que estés preparado porque voy a torturarte.

Gerald no podía ver su expresión, pero el tono y el contenido de la amenaza eran suficientes para imaginarse la satisfacción que debía recorrer a Helga G. Pataki. Lo asumió porque, no podía ni quería engañar a nadie, esa primera bola había sido una de las experiencias más reconfortantes de su corta vida. No debía ser demasiado, tampoco, pero sabía que su sacrificio no sería en vano, el grupo en pleno ya tenía sus municiones cargadas y sólo sería cuestión de tiempo antes de que…

—¡ESTÁS MUERTO BERMAN!

—¡Atrápame si puedes uniceja! —Gritó desde el otro lado de la explanada, acompañando la risa burlona que había perfeccionado desde la infancia—. ¡No te tengo miedo!

Siguiendo sus lecciones de supervivencia (y dado que se encontraba patéticamente desarmado), Gerald fingió su muerte por congelación. Se quedó inmóvil en el piso, todavía sintiendo la presencia de Helga muy cerca y sus ánimos beligerantes que buscaban una excusa para estallar. Tenía que tener cuidado y esperar que la jugarreta de Harold diera resultado, si tenía suerte, Helga lo perseguiría y él podría continuar con su estrategia.

Helga, sin embargo, era más lista que Harold. Ahora que tenía un rehén, pensaba utilizar cuanta carta saliera bajo la manga, así que se quitó la chalina y amarró las manos de Gerald (que seguía sin dar señales de movilidad). Se puso en una posición que la cubría de cualquier ataque inesperado y armada con una bola (en la mano derecha), salió a dar una declaración.

—No sé qué clase de demonio masoquista los ha poseído, pero si quieren luchar conmigo, van a tener que hacerlo de la manera correcta. —Esperó que los murmullos y quejas dejaran de hacer eco en la explanada y alzó la voz un grado—. ¡Tengo a tu novio, Heyerdahl!, además, ¡eres mi mejor amiga, demonios, ven aquí en este instante!

Phoebe, en toda su bondad, atravesó el campo con una solemnidad pasmosa. La vieron partir y algunos temieron que se cobraran las represalias, pero Rhonda los calmó a todos en el tono aburrido que utilizaba para señalar obviedades. Mejores amigas. Habían perdido a una aliada, ahora una espía, parecía tonto pero todos aseguraron las botas en la nieve y comenzaron a buscar rutas de escape. Por si las dudas.

—¡Curly, pequeño fenómeno, si vienes aquí te conseguiré las fotos que Rhonda no quería entregarte!

—¡TRAIDORA!

—¿En serio?

—Nada sospechoso, Gamelthorpe.

—¡Rhonda!, ¡tienes que hacer algo, si Curly se va con Helga estamos muertos! —Stinky y Sid intervinieron en idénticas voces de desesperación. Rhonda se debatía en la incertidumbre, pero no quería volver a la tenebrosa experiencia de la primaria. Ya había tenido bastante con esa semana del infierno.

—¡Te odio Helga!

—El sentimiento es mutuo, princesita.

Eso lo decidió, Curly avanzó con una sonrisa maquiavélica de satisfacción y le dio la mano a Helga, en gesto simbólico que cerraba el trato. Detrás de él, Alan avanzaba con una expresión que se debatía entre el desinterés y la diversión. Helga le sonrió de medio lado y lo ayudó a subir al montículo, junto a su traición se unieron iguales voces indignadas que se gastaban en sinónimos para redimensionar el gesto que había ultrajado su seguridad.

—Muy bien Redmond. —Dijo Helga en voz alta, para amedrentarlos—. Sid, Stinky, pueden seguir mojando sus pantalones detrás de los árboles o pueden venir aquí y salvarse de las horribles quemaduras que les voy a dejar en la cara. Así es, acabo de decir quemaduras.

—¡Helga!

—Ah, pero mira nada más. ¿Estabas aquí, cabeza de balón?, comprenderás mi sorpresa. —Su voz se volvió infecciosamente sarcástica, casi dolida—. Pensé que jugabas limpio, esa era la impresión que has dado todos estos años, ¿no?, pequeña rata mentirosa.

—Te aseguro que nada de esto fue mi idea. El hecho de que todos estemos semi escondidos no es más que una reacción lógica a tu furia desproporcionada. ¡Estás asustando a todo el mundo!

—¡GENIAL!, ahora dime, ¿de quién demonios fue la maravillosa idea de tenderme una emboscada? —Se volteó a ver a Gerald en el piso—. Sé que no fuiste sólo tú cara de mono. ¡¿Y bien?

—Gerald sólo estaba jugando, tú te lo tomaste muy a pecho. —Se atrevió a quejarse Rhonda desde los arbustos.

—Me lo voy a tomar tan en serio como se me dé la gana. ¿Creen que no sé dónde están?, agradezcan que hoy esté de buen humor. —Se volteó hacia los árboles—. ¿Ya decidieron?, no tengo todo el día. Ah, sí, ustedes son los primeros a los que voy a ir a atacar personalmente.

—¡Lamento dejarla sola señorita Lila! —Gritó Stinky y avanzó con nerviosismo torpe hasta donde estaba la rubia.

Helga lo tomó del cuello de la camisa y acercó el rostro tan cerca, que las motas de respiración se confundían en el aire. Cualquier movimiento errado y me encargaré de arruinarte las navidades, ¿me has entendido? A Stinky no le quedó más que asentir con desesperación y aceptar que, aunque hubiesen pasado seis años, Helga aún controlaba y gobernaba sus miedos con puño de acero.

—Bueno, ¿quién me falta? —Helga tenía los ojos entrecerrados mientras buscaba por los lugares que le parecían los escondites más obvios—. ¡Park!, ¡si no deseas someterte a la humillación pública trae tu trasero asiático hasta aquí!, ¡lo diré el lunes a primera hora de la mañana, por el altavoz, ya lo sabes!

Park se disculpó con Arnold y cruzó el terreno con rapidez, habló algunas cosas con Helga en voz baja y luego de que esta le hiciera un gesto vago de aceptación con la mano, se reunió con el resto del grupo. Todos ellos habían hecho un círculo alrededor de Gerald y lo miraban con distintos grados de compasión.

—¡Espero que todos ustedes sepan que acaban de entrar permanentemente a mi lista de sosos! —Rhonda se enfurruñó y le lanzó una mirada de muerte a Helga, que para ese rato, se estaba riendo—. Bueno, tú no Phoebe.

—Rhonda… pensé que habíamos terminado con esa actitud. —Patty salió de su escondite y le dirigió una mirada de profunda decepción—. Eso no está bien. Helga, estoy contigo.

—Perfecto.

—¡Muy bien Rhonda, gracias por abrir tu bocota! —Harold le reprochó en nombre de todos.

—No fue mi culpa, pesado. Se me escapó, ¡¿está bien?

—Sí, sí, lo que digas Rhonda. Cualquier cosa para hacerte sentir mejor luego de la derrota. Ahora, si su alteza real me lo permite, voy a hacer un último ofrecimiento. Se rinden ahora y quizá, sólo quizá, decida perdonarlos luego del correspondiente castigo o, bueno, pueden intentar salvar sus traseros.

Helga había decidido contar mentalmente hasta diez para dejar que el pánico acabara con cualquier tipo de timidez residual. En el mejor de los casos, lograría que Sheena se rindiera a métodos más pacíficos y que Lila la siguiera. Sólo tenía que mantener el silencio y la expectativa, la súbita partida de Patty había removido los cimientos de ese grupo de maleantes. Estaba casi segura.

Cinco, seis, siet…

Una provocación descarada había caído en su bota izquierda, inmediatamente siguió la trayectoria probable del proyectil y se indignó cuando se enteró que había sido Arnold.

—Muy bien Arnoldo, quieres guerra, vas a perder.

Una vez que Helga bajó del montículo ambos grupos se reunieron en frentes únicos de batalla y comenzó el acabose. Cualquier intento de premeditada calma se fue al diablo cuando Harold salió, desoyendo las órdenes de Rhonda, de entre el desierto nevado y atacó el centro estratégico Pataki. Le dio en el hombro y fue suficiente para que Helga se olvidara de su rehén, de su plan y de cualquier intento de llevar el juego por la paz. Se desplazaron en cuestión de segundos, a la orden no verbalizada pero que exudaba autoridad. Phoebe, eso sí, fue la única que se quedó mirando que Gerald no terminara por ser enterrado entre tanto movimiento y grito desaforado.

Así que, mientras Helga se divertía torturando a Harold y a Eugene (que habían caído en cuestión de segundos, más por intervención del segundo que por estrategia de la rubia) que no tenían cómo quejarse, el resto aprovechaba para amenazarse de muerte y agilizar el proceso de victoria o derrota, según la posición en la que se encontraban.

—¡Curly, te lo suplico, déjame hablar! —Sid había crecido hasta ser varios centímetros más alto que Curly, arrodillado en el suelo helado uno casi no podría notarlo—. No hay nada que no pueda conseguir para el lunes. Tú dilo y lo tendrás.

—Ya hice suficientes tratos por hoy. Sólo deja de rogar y enfrenta tu destino con honor.

—¿Qué me dices de una cita con Rhonda, eh, amigo? —Se quitó la gorra y la dejó a un lado—. Podría suceder, me tendrías que dar una semana y la conseguirías. Lo prometo. Esto no tiene que acabar así.

—¿Una cita? —La expresión maliciosa casi abandonó su rostro, sus rasgos se suavizaron hasta dibujar una sonrisa ligeramente estúpida y se creó un gran momento de distracción. Eso, iba a aceptar.

—¡EN TUS SUEÑOS FENÓMENO!, ¡DEJA DE MENTIR SID, POR DIOS, ES TAN PATÉTICO! —Rhonda, que había seguido la conversación desde que advirtió la mención de su nombre, gritó desde el otro lado del patio. Apenas esquivó la bola que Alan Redmond le lanzó y le hizo una señal a Nadine para que atacara a Curly.

—Bueno, ahí lo tienes… —Apenas Curly terminaba de estrellar la bola de nieve en el rostro, cuando sintió el reflejo de su propio ataque en la cadera. Se volteó inmediatamente y vio como el rostro de Nadine palidecía y desaparecía entre los árboles.

La risa maniática de Curly les envió escalofríos a todos.


—Está bien, voy a morir, al menos déjame ver a Harold, por favor. —Gerald estaba acalambrado, todavía echado en el suelo, sonriéndole a Phoebe y tratando de parecer encantador—. Ni siquiera te he pedido que me desates, ruédame a la derecha, nada más.

—Como si fuera a liberarte…

—¡Phoebe! —Se quejó escandalizado—. Por favor dime que Pataki no te ha lavado el cerebro y todavía eres mi maravillosa, inteligente y bondadosa novia.

—Ah, pero soy todas esas cosas y más… por ejemplo, soy la mejor amiga de Helga. —Se rió bajito, casi entrecerrando los ojos y cubriéndose la boca con la mano—. Quizá me guste tenerte atado, pareces más manejable.

—¿Manejable, eh? —Gerald le guiñó el ojo—. Qué no haría yo por ti, nena.

—Ya veremos, pero desde ya debes saber que no pienso defenderte.

—Que no me hayas soltado los brazos me dio una idea.

—¿Es eso resentimiento, Johanssen?

—¡Por supuesto!, tu mejor amiga me las va a pagar.

—Pero yo estoy de su lado.

—¡Jamás!, apenas me libere te secuestraré y no dejaré que esta horrible Pataki te vuelva a llevar.

—Qué tonto eres.

—Por ti.


—Así que, dime niño rosa, qué te hizo creer que ibas a ganarme. —Helga estaba sentada sobre su espalda, dejando que Harold aplastara su mejilla contra la nieve. Eugene estaba a su lado, con una enorme pila de nieve en ambos, pies y manos. No que fuese necesario, porque aún estaba algo confundido por la rapidez de los acontecimientos y sin poder formular ningún escape coherente. Helga lo miró con algo de pena.

—¡Levántate de una vez uniceja!

—¿Muy pesada?, bueno, debiste pensarlo mejor antes de lanzarme esa bola de nieve. Estúpido. Casi me das en la cara.

—Adivina a donde estaba apuntando.

—No te pongas presumido conmigo, idiota. —Helga le agarró la nuca y la presionó hasta que vio que las cejas de Harold estaban completamente blancas—. Te dejaré libre… o algo así, si me dices de quién fue la maravillosa idea.

—¿Qué idea?

—Esta idea que te ha hecho terminar a mi merced. Vamos, por qué todos decidieron que hoy era un buen día para ponerme de mal humor. —Helga le quitó el sombrero y se lo puso en la nariz—. Sabes que nunca me aburriré de torturarte, puedes empezar a contestar de una vez.

—¡No fue un plan!

—¿Ah no?

—¡No!, demonios, quítame el gorro. —Harold suspiró cuando Helga se lo volvió a poner en la cabeza—. Íbamos a jugar entre nosotros, el señor Simmons dijo que hoy empezaríamos a medio día porque todavía no habían llegado los materiales que necesitábamos.

—¿Y recién se enteraron hoy?

—¡Sí!, algunos de nosotros llegamos temprano… —Harold intentó ponerse sarcástico y Helga le dio un coscorrón—. ¡SIEMPRE TIENES QUE SER TAN TOSCA!

—Ah, qué tierno, lo gritas como si recién lo supieras.

—En fin, era una guerra entre nosotros, pero tú apareciste de repente y Gerald decidió atacarte y no es que lo culpe por…

—¡Sí, sí, ya cállate!

—Bueno, ¿me vas a dejar en paz?

—Ni lo sueñes, te voy a amarrar con Eugene, niño listo.


—Lila, de verdad, no quiero lastimarte. Si sales de ahí te daré sólo en la pierna y se habrá acabado.

—Me temo, querida Patty, que no podría jamás hacer eso. Mis compañeros me necesitan y yo los necesito tanto. No podría darme por vencida, espero que lo entiendas.

—Se supone que en este momento debería amenazarte. Pero, ¿no es esto algo inmaduro?

—Me parece que es, ciertamente, un tanto inmaduro.

—Hey, Sheena. —Patty la llamó y la susodicha dio un respingo que hizo caer la bola que estaba a punto de lanzarle a la espalda—. Está bien, sé que estás ahí, puedes salir. Tú también Lila.

—¿De verdad? —Pregunto Sheena, algo confundida.

—Sí, de verdad, creo que ya fue suficiente. —Dio un vistazo alrededor—. No creo que esto dure más tiempo tampoco. Qué les parece si vamos a acompañar al señor Simmons, debe estar aburrido de esperar.

—Err… —Lila miró su reloj—. Sí, estoy totalmente de acuerdo. Sólo tenemos media hora para seguir jugando de todas formas.

—Bueno, si ustedes se van…

—No creo que noten que nos hemos ido. —Patty sonrió—. Helga todavía está divirtiéndose mucho con el tonto de Harold.


Phoebe los miraba con desaprobación, hubiese querido intervenir, pero ya había visto a Helga avanzar a grandes e intimidantes zancadas. Interrumpir lo que estaba punto de ocurrir hubiese sido muy tonto ya que se estaría perdiendo de momentos llenos de graciosa (¡graciosísima!) incomodidad. Así que se sentó un poco alejada del tumulto y cruzó las manos sobre las piernas.

—Te tardaste bastante, eh. Cualquiera diría que me había quedado sin mejor amigo.

—¿En serio Gerald?, estoy desatándote, algo que no cualquiera haría. —Lanzó una mirada fugaz en dirección a Phoebe—. Te quejas demasiado.

—Hace quince minutos que no siento los dedos.

—No diré que te lo mereces pero… espera, te lo mereces.

—¿El sadismo de Helga? —Bufó—. Lo dudo mucho.

—La atacaste de la nada.

—Me estaba cobrando lo del viernes.

—¿Qué pasó el viernes? —Intervino Phoebe, de pronto interesada.

—¡Me hizo una zancadilla!, por poco y aplasto a la enfermera. Sheena me hubiese matado, siempre anda repitiendo que su tía está mal de la cadera.

—Estoy segura de que no lo hizo al propósito. —Phoebe le sonrió.

—Sí claro, ponte de su lado. Al menos Arnold me dará la razón… a todo esto, ¡¿qué demonios le pasa a la bufanda, por qué sigo atado?

—Sigues atado porque es un nudo a prueba de bobos y… mira quién te está desatando. —Helga ya no parecía tan molesta como al principio, sólo un poco resentida mientras chocaba las manos con Phoebe y los miraba con aparente desinterés.

—Eso fue innecesario Helga.

—Muévete cabeza de balón, voy a liberar a tu patético amigo por consideración a Phoebe. —Helga empujó a Arnold y procedió a desanudar su bufanda—. Por cierto, espero que esto te sirva de lección, nunca vas a poder ganarme.

—Sólo desátame.

—Ah, pero no estamos siendo un poco atrevidos, ¿quieres que te vuelva a atar? —Helga se regocijó en el silencio tenso que siguió sus palabras y liberó la bufanda que terminó por ponerse al cuello—. Sí, eso pensé.

—Vamos Helga, no seas tan dura con él. —Phoebe la miró con seriedad y se acercó a masajear las muñecas entumecidas de su novio.

—Lo que sea. —Rodó los ojos y recogió su morral—. Nos vemos en el invernadero.

—Eh… sí, creo que yo también me adelantaré. —Dijo Arnold cuando se dio cuenta de que Phoebe y Gerald deseaban un momento a solas.


Avanzar en la nieve era de por sí una tarea difícil, avanzar en la nieve con Arnold siguiéndote, si eres Helga Pataki, era una tarea titánica. Por suerte, Helga había tenido años y años de práctica en fingir lo que se supone que (no) está sintiendo. Algo parecido, al menos, así que avanza zigzagueando y con la secreta esperanza de que Arnold se aburra de acompañarla y decida irse por su cuenta. Tendría que pasar en algún momento, estaban pasando a todos sus compañeros de escuela, seguramente alguno lo llamaría en voz alta y entonces…

—¡Helga, espera!

Diablos.

—¿Qué quieres Arnoldo? —Helga suspira y decide ir más lento, se acomoda el morral y no es hasta que Arnold está a su lado y puede verla que decide sonreír en una mueca sarcástica.

—¿Vamos a dejar a todos aquí?

—Tú puedes quedarte si quieres. Yo me voy. Ellos ya deberían saber que tenemos trabajo que hacer.

—¿Y qué hay de Harold?

—¿Harold? —La sonrisa se le ensancha—. Ya podrá liberarse en el minuto en el que se aburra de gritar y utilice el cerebro.

—Helga… está amarrado.

—¿Y tu punto es?

—Helga.

—Eres tan aburrido, en serio. —Helga se encogió de hombros—. Mira, está amarrado junto a Eugene, sólo tiene que decirle que jale de un lado y serán libres. Si no lo descubren, ese no es mi problema.

—Entonces, ¿ya no estás molesta con nadie?

—Oh, estoy molesta con todos, pero digamos que no siento ganas de meterme con nadie más. Por ahora.

—Los cielos deben haber oído las súplicas, el día finalmente ha llegado. Luego dicen que no existen milagros en navidad. —Arnold está, obviamente, bromeando. Helga, obviamente, no puede dejarlo pasar.

—O quizá debería atormentarte, tú sabes, para que el universo no explote o algo así.

—Dejémoslo en milagro, Pataki.

—Entonces cállate, Arnoldo.


Helga se alegra de que el recorrido hasta la casona no dure demasiado. Han pasado, ¡gracias!, pocos minutos y ya han alcanzado la vista de la fachada que está a medio pintar. Felizmente no han tenido que hablarse más y que eso de mantener el ritmo del otro les impide verse la cara. Si Arnold se fijara, notaría que Helga está ligeramente colorada y que no es enteramente culpa del frío.

Al llegar se encuentran con Lila, Patty, Sheena, el señor Simmons y una sorpresa que no les cabe en las expresiones del rostro. El salón principal, que ya está casi listo, está adornado con guirnaldas, cintas, escarcha y un enorme árbol de navidad que ocupa el centro del salón. Incluso Helga, que intenta mantener su ecuanimidad, abre la boca en esperado asombro y le brillan los ojos con un tipo de emoción que no es capaz de explicar. Voltea a su derecha y se da cuenta de que Arnold se ha quedado pasmado y contento, observando todo desde el marco de la entrada. Ella no puede contenerse, explora y busca y se da cuenta de que incluso han puesto una chimenea falsa, con un montón de medias rojas que tienen nombres bordados.

Patty está en lo alto de las escaleras, maravillándose con las piñas doradas que cuelgan como frutos de las barandas. Hay una gran alfombra roja que recorre cada peldaño y líneas de broca plateada que hacen reflejos con las piñas. Los adornos se esparcen en un gran desorden que llena de color los espacios más altos de las paredes, la pintura es blanca y parece premeditadamente dispuesta como un lienzo para esa explosión típicamente navideña.

Sheena sonríe suave y casi tímidamente, revisando cada uno de los adornos que están colgados en el árbol. Son únicos y rompen con la uniformidad de la cadena de luces que lo abraza en círculos expansivos. Está un ciervo cubierto de escarcha, un pequeño hombre de nieve, una estrella irregular, bolas de colores distintos que parece que imitan a los planetas. El que más le gusta, más incluso que la gran estrella dorada que brilla en la punta, es el pequeño árbol azul de papel celofán que se oculta en la base. Nadie lo notara, nadie excepto ella.

Lila está mirando los marcos de las ventanas, todavía frescos de pintura verde, que están llenos de pequeños dibujos de campanas vibrando. Son apenas manchas de pintura amarilla que serán tapadas por las cortinas y ella las mira con fascinación. Hay algo especial en la manera en la que se concentra, un encanto que se expande en la belleza de sus rasgos, en la delicadeza de su postura y la curva que redondea su rostro lleno de pecas. Se mueve con cuidado y parece que guarda un secreto que sus ojos revelan a voces. Está todavía fijándose en las ventanas cuando se da cuenta de que el marco de la puerta también está pintado con los mismos motivos.

Están todos distraídos y felices y tan absorbidos por la novedad, que el señor Simmons aprovecha y rescata un disco de vinilo que ha guardado en su mochila. El fondo es morado azulado y en la portada Louis Armstrong se ríe de la vida y parece que te invita a escucharlo con la confianza de quien sabe que va a agradar. Se apresura a buscar el viejo tocadiscos que ha traído de su casa y pone la música antes de que nadie se dé cuenta.

La trompeta es un revés bienvenido que termina por crear la ilusión de que la vida viene con soundtrack. Crea un intervalo de respetuoso silencio en el que todos o casi todos, eso qué importa, terminan por cerrar los ojos y dejarse llevar por ese balanceo estridente que llena de armonía el espacio. Helga mira por la ventana y de pronto la nieve es una masa musical que abraza la tierra, se acumula en todas partes y deja que Velma Middleton comience a cantar el Saint Louis Blues que Armstrong ha introducido con su ánimo delincuente. I hate to see the evening sun go down, canta y se queja y no puede ser el sol cuando es una historia de amor. Ya vendrá y mientras tanto, yes, I hate to see the evening sun go down. Helga no cant alas historias de amor, ella las escribe y, sin embargo, no puede evitar cantar con Velma cuando se le quiebra la voz y gonna love that man until the day I die.

Nadie lo espera y es por eso que, aunque la voz de Rhonda es generalmente agradable, hace ruido cuando llega liderando al resto del equipo vencido. Están todos cansados, sudorosos e igual de maravillados que el primer grupo que ya se ha acomodado en la música y en los adornos. Rhonda, por supuesto, se está divirtiendo como siempre cuando interviene, pero no es divertido como siempre porque ya están bastante más grandes y bastante más avispados con ese tipo de situaciones.

—¿Es eso muérdago? —Lo pregunta en doble sentido y con énfasis juguetón en la sílaba tónica.

Todos miran inmediatamente el arco de la puerta (en un acto reflejo de confirmación) antes de clavarle los ojos a los dos pobres desafortunados que se miran por instinto y enrojecen rápidamente. Ahora la música cobra un nuevo significado y a todos les parece, incluso a pesar del cansancio, que es una situación increíblemente romántica. Ideal para presionar y satirizar e interpretar como el destino que actúa a través de la casualidad.

Sólo Helga, al lado de la chimenea falsa, se ha tensado. Observa con indiferencia y siente ese viejo compañero que le hierve el estómago y le agria la festividad. Los celos le bajan el tono de las mejillas y la uniceja se pierde bajo los mechones de cabello que se abultan por el borden del gorro. Aprieta los puños en un gesto que ya ni siquiera necesita pensar, se esconde en su amargura y se cansa de todo. No quiere mirar y es una inclinación morbosa de esa corrupción humana que habita en su corazón la que hace que se quede inmóvil y sin parpadear. Es tan típico, tan típico y doloroso que sean Lila y Arnold quienes se queden atrapados en esa tradición, estúpida tradición, navideña.

—¿Y bien Arnold?, ¿no vas a besar a Lila? —Sid lo comenta en tono alegre, en la actitud que tendría cualquier buen tipo que quiere ayudar a otro (buen tipo) a besar a la chica que, obviamente, le gusta.

—Sí Arnold, besa a Lila para que todos podamos entrar. —Nadine y Rhonda comparten una mirada traviesa y se ríen agudo y navideño y todos se ríen con ellas.

Son Arnold y Lila y a todos les parece que hacen una bonita pareja, que se complementan físicamente y que ya es hora de que sea oficial porque es tan obvio que Arnold gusta de ella y que ella, eventualmente, gustará de Arnold que… bueno, ¡ya es tiempo que se besen!

Phoebe suelta la mano de Gerald y quiere hacer algo y cambiar todo sin que no resulte evidente que Helga está pálida e inmóvil. Se mueve entre sus amigos y su inmadurez y no puede pasar el umbral y sólo le queda ver a su mejor amiga sufrir en silencio. Es tan extraño porque si fueran más pequeños Helga podría ser infantil y desatar su rabia y excusarse con cualquier tontería y nadie lo notaría. Los años la han vuelto más sutil, más callada, más habilidosa cuando se trata de apartarse del mundo que se trastorna alrededor de Arnold.

Helga se encuentra con la mirada de Phoebe y es como si pudiera descansar de su angustia. Haz algo, parece que se dicen, haz algo de inmediato.

Continuará...

Bueno, aquí está el fanfic de navidad que prometí en la última publicación de "Entre luces". Está casi listo, así que no se preocupen porque final va a haber de todas maneras. Pensaba hacer un one-shot, pero dado que es bastante largo (sólo esta parte tiene 15 páginas), decidí divertirme cortándolo en las partes interesantes. No estoy segura si subiré uno o dos capítulos más, pero no va más allá. Esto iba a ser más o menos de mi fanfic largo, pero terminó acabándose muy pronto. De todas maneras, espero que les guste y que cualquier duda o comentario que tengan me lo hagan llegar. Por cierto, todos los personajes que menciono han aparecido en la serie. El único al que podría estar manipulando como se me da la gana (bueno, es un decir, a todos los manipulo) es a Alan. La verdad me encantó su única aparición y siempre me dejó esa sensación de que se podría haber llevado bien con Helga. Así que ahí tienen mi explicación algo forzada de por qué cambió de frente tan rápido.

¡Ah sí!, quizá sería bueno que explique un poco la dinámica. Hay ciertas parejas que me gustan mucho (ya se habrán dado cuenta), pero no voy a forzar la trama para que se quedan juntos y se amen toda la eternidad. Me gustan los desarrollos que dejan queriendo más, porque es ahí donde uno se cuelga como un perro y declara JODER, ESA ES MI FAVORITA. Así que, sólo insinuaré algunas cosas entre algunos personajes. Con Helga y Arnold no tanto porque me gasté cinco temporadas de arrebatos y besos y gritos y la verdad ya no me aguanto más, ¡LOS QUIERO VER JUNTOS!, pero con paciencia.

:) Se los deseo desde ya, ¡felices fiestas!

¿Clic al botoncito? :3 (esto tenía más sentido con el formato antiguo, pero ya que)

P.D. Para quienes leen Entre luces, el capítulo está listo (faltan algunas correcciones nada más) para su publicación, sólo estoy esperando los review. Sep, porque soy malvada like that.