Disclaimer: todo lo que reconozcan pertenece enteramente a JK Rowling.


The Rain Song

It is the springtime of my loving - the second season I am to know
You are the sunlight in my growing - so little warmth I've felt before.
It isn't hard to feel me glowing - I watched the fire that grew so low.

It is the summer of my smiles - flee from me Keepers of the Gloom.
Speak to me only with your eyes. It is to you I give this tune.
Ain't so hard to recognize - These things are clear to all from
time to time.

Talk Talk - I've felt the coldness of my winter
I never thought it would ever go. I cursed the gloom that set upon us...
But I know that I love you so.

These are the seasons of emotion and like the winds they rise and fall
This is the wonder of devotion - I seek the torch we all must hold.
This is the mystery of the quotient - Upon us all, upon us all a little rain must fall...It's just a little rain...

Led Zeppelin-The Rain Song

Enero

Te reclinas sobre la poltrona desvencijada del rincón, tu mirada fija sobre la pareja besuqueándose en el extremo opuesto de la sala donde se está llevando a cabo una pequeña fiesta improvisada para despedir el año.

Te preguntas cuándo fue la última vez que te besaron de aquella manera, prácticamente devorándote, y la respuesta te hace apurar los vestigios finales de ponche en tu vaso. Sabes que estás ebria cuando el líquido pasa por tu esófago sin dificultad alguna a pesar de tener el Toque Especial Weasley –dícese de una medida muy abundante de Firewhisky– aunque, realmente, deberías haberlo notado desde el momento en que tu temperatura corporal comenzó a incrementar en el mismo grado que las copas vacías en tus manos. La parte más embarazosa de todo el asunto es que no se trata de cualquier clase de calor, sino más bien del tipo vinculado con ciertas necesidades fisiológicas de las que mujeres como tú reniegan en público.

Puertas adentro, temes olvidar cuan maravilloso se siente el mero roce de piel desnuda sobre la tuya. Es calor, es energía, es –

contacto humano.

Por supuesto Harry y Ginny no están ayudando. Debe ser sólo una cuestión de minutos para que queden en posición totalmente horizontal sobre el sofá púrpura de aspecto incómodo, sus cuerpos uno solo, sus extremidades en un manojo que rehúsa desenredarse.

Pero ni un poco. Aquello lo ignoran, al igual que al resto del mundo.

A veces los envidias. Eres capaz de admitirlo sólo cuando estás borracha. O muy deprimida, lo que generalmente sucede al mismo tiempo. La borrachera es el resultado de la depresión. Tal vez a la inversa. Esto, al fin y al cabo, poco importa: el orden de los factores no altera el producto. Y Merlín bien sabe que independientemente del origen que lo desencadena, en estas ocasiones el producto siempre es una resaca aniquiladora.

Cierras los ojos y te avergüenzas de lo que está por venir. Las largas horas de la noche que se harán interminables en la soledad de tu habitación, tendida sobre tu cama, inmóvil e insomne hasta que los primeros rayos de sol matutino te liberen de tu prisión auto impuesta. El esbozo de luz tenue traspasando las rendijas de la persiana reflejará su entramado sobre la pared… porque durante el alba uno está más consciente; la vida parece más real. Probablemente por eso mismo, en ese instante todos los síntomas de la borrachera regresarán con una fuerza catastrófica. Serán entonces dos viajes hasta el baño –quizá con mucha suerte uno solo– donde apoyarás tu frente sobre el borde esmaltado y frío del retrete antes de aliviar el torrente de vómito proveniente de tus entrañas.

Nadie te sujetará el cabello mientras lo hagas.

Te odiarás en el segundo que logres enderezarte con brazos débiles y el espejo refleje una versión desagradable y degradante de ti misma.

Te odias en este momento por no tener las agallas necesarias para haber dicho suficiente cuando debías; por continuar tragando como autómata copa tras copa.

Seguramente todo sería más fácil si dejases de beber, por lo menos te evitarías la humillación. Y luego llegas a la triste conclusión que en los tiempos que corren, la abstinencia no es una opción viable. La vida en general lleva un tinte de melancolía que nada logra borrar y las fiestas como esta acentúan el mismo sentimiento hasta el punto en que el dolor se torna físico.

Y es así como a medida que la máquina cruenta e incontrolable denominada Guerra continúa devorando año tras año de sus vidas y arrebatando en el camino a sus seres queridos, ustedes, los restantes de la Orden del Fénix van desarrollando conductas que en otras circunstancias se tildarían de reprochables. Los vicios se vuelven más y más oscuros. Nadie tiene la fórmula perfecta para lidiar con sus propios demonios y Grimmauld Place es el ejemplo idóneo para probarlo: Harry y Ginny actúan como dos adolescentes lujuriosos aunque hace ya mucho dejaron de serlo. Los gemelos realizan bromas cada vez más pesadas que cosechan menos risas. Ron es un fumador compulsivo. Algunos se revuelcan con cuanta mujer se les cruce, como Malfoy. Otros se entierran vivos en libros y trabajo, como tú misma.

Están aquellos que se vendieron al lado oscuro…

Vuelves a concentrarse en el presente inmediato porque lo otro duele – y es difícil de asimilar.

Ah sí, Harry y Ginny.

Sabes que tu comportamiento haría sonrojar hasta al más ilustre de los fisgones de vecindario y aún así no puedes evitar que tus ojos se desvíen automáticamente hacia ellos, observándolos con la fascinación y –por qué no– el morbo de estar presenciando algo que no deberías; algo que tú no protagonizas hace mucho tiempo.

Disimuladamente, la mano de tu amiga comienza un viaje tentativo en dirección sur con destino a cierta zona clave de la anatomía de su pareja. .. él abre los ojos, sorprendido pero claramente excitado. No intenta disuadirla: está de suerte, ninguno de los hermanos Weasley que habita la casa se encuentra en el momento.

Pretendes no haber visto nada de aquello pero estás consciente de que la erupción abrasadora originada en tu bajo abdomen y apoderándose de tu rostro es una evidencia irrefutable de que, de hecho, has visto todo. Eso es, por supuesto, si alguien estuviese observándote. Cosa poco probable. Confías en que sí la pareja afectuosa logra pasar desapercibida, no tienes de qué preocuparte. El rincón es apartado y oscuro y tú… y tú también. Últimamente algunos te creen un fantasma más de Grimmauld Place. Tú lo has sabido desde el principio.

Si en este preciso instante desaparecieses por completo, ¿notarían tu ausencia? ¿Acaso les importaría?

Barres la habitación con la mirada en busca de la respuesta.

No.

No.

No.

N–

Qué demonios.

Es el destello blanquecino de su cabello la primera razón por la que detienes tus ojos sobre él, mas cuando bajas la mirada y adviertes la intensidad en su semblante pálido, serio, sabes con una certeza apabullante que Draco Malfoy ha estado observándote todo el tiempo.

De pronto te falta el aire, como si hubieses recibido un golpe seco en el pecho. Te sientes incapaz de quebrar el contacto visual establecido.

¿Lo sabrá?

Su figura es alta, implacable, e impone presencia desde el umbral de la puerta. Apoyado sobre el marco, su posición exuda confianza y algo más que no logras determinar.

Decir que estas sorprendida es poco. En tu imaginario Malfoy siempre ha sido una figura solitaria, pudiendo corroborarlo las numerosas veces que fueron emparejados para alguna misión. Se dirige al resto sólo cuando necesario, si bien el criterio varía ya que los comentarios sarcásticos no suelen disminuir. No tiene amigos o simpatizantes dentro de la Orden: una parte lo considera peligroso; la otra, el perpetuo pendejo.

Tiene que saberlo.

Adviertes en sus ojos un matiz turbio, de fácil identificación pues sabes que aquella mirada es un reflejo fiel de la tuya propia. Un brillo característico, sofocante.

Tragas en seco.

Lo sabe.

Sabe que estás caliente, Hermione.

Y te abochorna más esta perspectiva que cualquier otra. Más que el patetismo de acostarte sola en tu cama fría todas las noches. Más que la bajeza de abrazar el retrete cuando vomitas como si tu vida dependiese de ello.

Se trata de Malfoy, por Dios.

Te asalta la necesidad imperiosa de mojar tus labios resecos pero tu copa está vacía (¡mierda!) al igual que el bowl de ponche sobre la mesa (¡mierdamierda!).

No encuentras momento más idóneo para huir.

Abandonas la poltrona con semejante ahínco que cualquiera te hubiese creído impulsada por resortes invisibles y, obviando el mareo no tan sutil que te invade, atraviesas la habitación a un paso que intenta ser ligero, cabizbaja, evitando sus ojos y aquel brillo que nada bueno anticipa. Cuando pasas a su lado sientes su mirada pesada en ti, taladrándote la nuca, así que decides poner en jaque tu equilibrio corporal y apuras el paso (ya estás prácticamente corriendo, lo sabes) hasta adentrarte por la primer puerta que encuentras, sobre la que apoyas tu espalda para dejarte caer lentamente hacia el suelo y por fin respiras, respiras, respiras, maldiciendo tus reacciones estúpidas y exageradas de borracha, porque sí que lo estás: la habitación en penumbras gira a tu alrededor y tus pensamientos se arraigan en Draco Malfoy y sus ojos ennegrecidos por el deseo.

Y sí antes no creías en la Ley de Atracción y semejantes burradas – "Tú lo has pensado, tú lo has creado, Hermione" dice la voz calma de tu madre–, ahora comienzas a plantearte seriamente la ínfima posibilidad de que algo así exista porque no logras dar dos pasos fuera de la habitación cuando chocas con un muro extraño. Levantas la mirada y allí está, es él contemplándote desde las alturas.

- Qué.– desafías con mucha más seguridad de la que sientes.

Malfoy no emite palabra, simplemente se te abalanza con una fuerza que colisiona en un principio pero a la que luego te precipitas con tanto fervor que sorprendes a ambos. La vehemencia con la que te besa te despoja de razonamiento, y pronto experimentas la dicha absoluta en abandonarte ante el torrente vertiginoso sin que te importe. Vas a la deriva y por primera vez en tu vida no te importa.

A partir de allí todo es un suceso rápido de hechos que ya no controlas.

Sin despegarse deshacen torpemente el camino andado, cerrando la puerta tras ustedes, aunque sólo te percatas de ello cuando tus piernas chocan con algo que resulta ser una cama. Es muy difícil de controlar, Malfoy está en todas partes; la urgencia te aqueja y parece lo más natural del mundo dejarte caer sobre el colchón destartalado, arrastrándolo contigo porque bien sabes que no podrías desprenderte de él aún queriendo. Crees escuchar entre respiraciones agitadas un murmullo ronco que primero no comprendes y pronto deja de importarte porque sus dedos largos y cálidos encuentran el elástico de tus bragas: percibes el gemido profundo que escapa tus labios como ajeno.

Tienes ganas de decirle, sé que te sientes solo. Sé que esto no significa nada. Y lo único que logras balbucear es sí, sí cuando él muerde un punto en tu cuello especialmente sensible.

Y entonces te aferras a lo poco que te ofrece porque, para qué mentirte, tú estás tan sola como él.