Disclaimer: creo que la misma palabra lo define todo: fanfiction.
(Nada de Naruto y sus personajes me pertenece salvo las candentes escenas producto de mi imaginaci
ón como efecto de la cafeína)

Advertencias: Sexo explícito.
Si no te gusta, no leas.
Si est
ás de acuerdo: ¡Qué tengas buena lectura!

¡IMPORTANTE!: La presente historia es la continuación del one-shot titulado "Lluvia" por lo que es recomendable leer el mencionado antes de comenzar la lectura de ésta.


Después de la Lluvia
(Ino's POV)

Capítulo 1


Había pasado casi una semana desde que aquella tormenta asolara la aldea, junto con todos los sucesos ocurridos entretanto.

El sol me levantó aquella mañana, haciéndome sentir algo muy cercano al malestar. Los ojos me ardían y la cabeza me punzaba como si hubiese tomado litros y litros de sake antes de caer noqueada sobre el piso del baño. Claro, metafóricamente hablando.

Después de vestirme y cepillar mi cabello, me dispuse a ayudarles a mis padres con todo el trabajo matinal en la florería antes de pasar el resto del día en casa, como descanso de mi trabajo en el hospital de la aldea. Mi vida se había dividido en esos tres lugares: cuando no estaba en el hospital, me quedaba en la florería, cuando ninguno de los dos lugares me requería, pasaba todo el día en casa.

Al salir de la florería, después de que mi padre me asegurara que mantendría a salvo los tulipanes rojos que tanto trabajo me había costado cultivar, fui con mi madre a hacer las compras. No le había hecho ninguna gracia que la alacena y el refrigerador se hubiesen vaciado en sus días de ausencia y que yo no hubiera hecho el menor intento por evitarlo.

No pude decirle que yo no había tocado nada y que Naruto se había encargado de devorarlo todo en una sola mañana.

Recorrer las calles buscando frutas, verduras, carne y pescado no era algo que me entusiasmara, pero hacía tiempo había aceptado que muchas veces no podemos hacer lo que queremos sino lo que estamos obligados a hacer. Además, me resultaba más cómodo apegarme a eso que tener que pensar en cambiarlo.

Los comerciantes nos recibían con grandes sonrisas y amables frases tan pronto como nos veían acercar. Me resultaba un poco gracioso que mi madre fuera tan conocida y apreciada. Era una mujer plenamente dedicada a su hogar que había abandonado la vida de kunoichi tan pronto como se había enterado que estaba embarazada, y aún así parecía ser feliz y contagiaba esa felicidad a todos los que se encontraban a su alrededor.

Ella había encontrado un nuevo camino que la había llevado a la felicidad, yo sencillamente había dejado de buscarlo. Sin quererlo me había convertido en una conformista, aunque para el resto del mundo seguía siendo quien había sido siempre: la rubia kunoichi frívola y superficial que resultaba ser buena en un par de cosas a veces.

Mientras se dedicaba a conversar con el señor que vendía la carne, me adelanté para comprar las frutas que había anotado en la lista que tenía en la mano. Mi madre era sumamente meticulosa, así que había escrito hasta las cantidades exactas de lo que necesitaba con el objetivo de que yo no fuese olvidar nada.

La joven que atendía en aquel lugar me sonrió cortésmente antes de que comenzara a pedirle lo que mi madre había encargado.

—Hola, Ino —escuché que susurraron cerca de mí. Una mano se posó en mi cintura.

Di un respingo y me giré sobre los talones. Naruto estaba parado justo detrás.

Olvidé lo que estaba haciendo y lo tomé de la mano para sacarlo de la tienda y llevarlo al callejón que había a un lado tan rápido como me era posible sin levantar sospechas. Me sorprendió que él no pusiera resistencia, pero estaba más nerviosa porque alguien lo hubiera visto.

—¿Qué crees que estás haciendo? —pregunté contrariada cuando estuvimos solos.

—Saludarte —me respondió intentando contener una sonrisa que jugueteaba en sus labios. Labios que yo había besado noches atrás hasta el cansancio.

Al parecer, de nuevo tenía frente a mí al Naruto que todo mundo conocía y admiraba. La eterna sonrisa y el positivismo exudado por cada poro de su piel.

"No más lluvia. No más niño perdido", me dije mentalmente.

Algo extraño ocurre cuando haces algo creyendo que lo haces por los motivos correctos, a pesar de que eso vaya contra tu sentido común: cuando el calor de la situación pasa y tienes el tiempo para reflexionar con calma, te das cuenta de que, tal vez, lo que hiciste no fue buena idea. Que tus motivos no eran los correctos, o que no habías pensado en las consecuencias que tendrías que vivir.

Éste era uno de esos momentos.

—Escucha, Naruto, sobre lo que pasó…

—Te arrepientes —concluyó él de inmediato.

—¡No! —exclamé con apremio. Luego, al notar que mi reacción había sido demasiado efusiva, respiré profundo y añadí—: No es eso, es sólo que… no lo sé.

Me froté la cara con una mano y paseé la mirada por todas las cosas que había en el callejón. Las cajas de cartón, los contenedores de basura, y todos los otros desechos resultaron algo a qué anclarme mientras meditaba con seriedad las palabras que sabía que debía decir. Las había pensado durante los días anteriores, casi no había podido dormir por ello, pero ahora me había quedado en silencio otra vez.

Odiaba que la elocuencia comenzara a abandonarme cada vez que se trataba de él.

—Mira, fue bueno, ¿sí? —Expliqué después de unos segundos—. Bastante bueno, pero nada más. No quiero que lo interpretes como un paso para… otra cosa —añadí tratando de no mirarlo a los ojos.

No era tonta, sabía que tenía que poner un límite porque conocía a Naruto. Era la clase de chico que una vez que se ponía una meta la lograba, era un luchador, y para esa clase de personas siempre debe haber un motivo y un objetivo. Nadie hace nada sólo porque se le daba la gana, siempre tenía que haber algo más.

Y estaba segura que él tarde o temprano empezaría a preguntarse el porqué y el para qué lo había llevado a mi casa y de ahí habíamos pasado a tener sexo en mi cama.

Yo lo conocía a él. Él no me conocía a mí.

No tenía idea de la clase de vida que había llevado ni en lo que me había convertido mientras él se dedicaba a salvar el mundo.

—Ino, sólo te dije 'hola' porque te encontré de camino a ver a Tsunade-sama —comentó con tranquilidad, inclinándose un poco buscando mi mirada rehuyente—. No te estaba pidiendo matrimonio ni tampoco te estaba tocando el trasero.

Él tenía un punto.

—Lo sé, pero… no quiero que la gente comience a sospechar —acepté finalmente, poniéndole voz al quid del asunto.

Lo vi sonreír claramente divertido por lo que le decía.

—¿Te estás escuchando? Nadie sospecha de nada. Ni siquiera porque yo grite: ¡Ino y yo follamos juntos, yo la desvi…!

Me apresuré a ponerle la mano en la boca para callarlo.

—¡Shh!

Él siguió hablando contra mi palma. Su aliento me provocó escalofríos. Más cuando noté su mano en la parte baja de la espalda y su cuerpo muy cerca del mío.

Lentamente bajé la mano cuando dejó de mover la boca y volví a retroceder un paso. Su sonrisa le había añadido un toque pícaro a su mirada que me hizo pensar que se estaba burlando de mi actitud paranoica.

Y eso me hizo sentir estúpida. Tal vez estaba exagerando, pero no quería arriesgarme.

—¿Ves? Nadie sospecha porque a nadie le importa —declaró con tono sobrado.

De nuevo, tal vez, él tenía razón, pero yo no iba a ceder.

—Sí, pero…

¿Por qué me costaba tanto trabajo decirle que lo que había pasado entre nosotros no significaba nada de lo que él esperaba? Ya había ido demasiado lejos yendo contra mis creencias al haber usado el sexo para hacerlo sentir mejor en vez de usarlo sólo para mí. No quería que esto se hiciera más grande.

Abrí la boca para hablar, pero en ese momento escuché a mi madre llamándome desde algún lugar en la calle. Apreté los párpados y maldije en mi fuero interno.

—Debo irme —susurré.

Él no hizo el menor intento por detenerme, y yo lo agradecí en silencio.

Al llegar a casa, subí directamente a mi habitación recibiendo un regaño por parte de mi madre al cual no le puse mucha atención. Cerré la puerta tras de mí y respiré profundo. Por alguna extraña razón, no podía quitarme la mirada de Naruto de la cabeza.

Me había sorprendido tanto habérmelo encontrado que sencillamente me había comportado como una psicótica. Nunca me había gustado mostrar fragilidad alguna sobre mí. Desde pequeña había aprendido que si me mostraba fuerte entonces la gente no pensaría lastimarme nunca, el orgullo había ayudado a evitarlo. Y después, cuando las heridas habían sido demasiado profundas como para lidiar con ellas, ese mismo orgullo me había ayudado a pretender que en realidad no existían.

Sin embargo, tuve que reconocer que Naruto me había tomado con la guardia baja. El asunto me estaba volviendo loca.

Cuando lo había encontrado en medio de la noche bajo la lluvia, sólo había tenido la intención de ayudarlo así que, ¿cómo es que habíamos terminado en la cama? ¿Por qué a pesar de que me convencí a mí misma que aquello no debía significar nada, había sentido algo muy cercano a un chispazo de alegría al verlo de nuevo?

Probablemente nunca lo sabría. Es decir, estaba más que claro que no hallaría la respuesta en mi cabeza y de ninguna manera iba a preguntárselo a él.

Después de aquella noche había pensado en Naruto todo el día luego de que él se fuera. Los recuerdos de lo que habíamos hecho habían traspasado todas mis barreras al caer la noche y me habían mantenido en vigilia, pero más que eso lo había hecho su mirada. La maldita intensidad en sus ojos azules se había vuelto un acosador silencioso. No podía descifrarla al cien por ciento, había reconocido el deseo pero aún así sabía que faltaba algo, lo más importante.

Mi mirada recayó entonces en el espejo de cuerpo entero que había cerca de mi clóset. Detallé mi rostro y mi cuerpo buscando algo, no sé, cualquier cosa. Al principio esperaba ver lo que él había visto cuando había decidido seguirme a casa, cuando no había puesto resistencia mientras lo acariciaba ni al besarlo. Eso fue fácil de hallar, era lo mismo que habían visto muchos hombres antes que él: la cara, los pechos, el trasero, el hecho de que fuera capaz de practicarles sexo oral y masturbarlos sin exigir retribución alguna. Eso era lo que había marcado mi larga cadena de encuentros desastrosos. O eso había pensado porque era más fácil hacerlo.

Por eso había llegado a la conclusión de que tal vez el celibato había sido una mejor opción. Hasta él.

En ese momento comencé a buscar en mi rostro otra cosa mientras me preguntaba por qué había tenido sexo conmigo pero no me había buscado en los días subsecuentes. ¿Había sido culpa mía? No sabía si le había dicho algo inapropiado al terminar, si había revelado algún defecto, si mi nula experiencia en ésa parte del sexo había sido evidente, si lo había decepcionado.

Mis encuentros sexuales hasta el momento nunca habían tenido nada que ver con los sentimientos. Los utilizaba para llenar un vacío interno, para apartar a un lado el nubarrón oscuro del que normalmente podía escapar gracias al trabajo y a pretender que nada malo sucedía, pero que a veces me cubría por completo cuando recordaba todo en lo que había fracasado, a las personas a quienes les había fallado. Era consciente de que había elegido el sexo para aliviar un dolor interno.

Hasta ese momento, no me había importado.

La voz de mi madre desde el piso de abajo puso fin a mis cavilaciones.

Abrí la puerta y bajé las escaleras siguiendo su voz hasta el cuarto de lavado. Ella estaba parada frente a la lavadora, mirándome con dureza mientras sostenía una chaqueta con los dedos a manera de gancho.

—Ino, ¿quieres decirme qué es esto?

—Una chaqueta —respondí por reflejo. No había sido mi intención burlarme, pero eso no evitó que me ganara una mirada dura por parte de la usualmente gentil dama frente a mí.

—No te hagas la lista conmigo. Es una chaqueta para hombre y no es de tu padre, ¿de quién es y cómo llegó aquí?

Supuse que si hubiera sido en otro momento, cuando el dueño de esa prenda no hubiese estado rondando mi cabeza, habría recordado sacarla de la lavadora antes de que mi madre la viera. Sin embargo, ahora era tarde así que tuve que apelar a la honestidad.

—Es de Uzumaki Naruto. Él… me la prestó hace unos días. Al salir de la florería, estaba lloviendo y yo no llevaba suéter.

—¿Es todo?

Hasta ahí llegó mi sinceridad cuando noté que la mirada de mi madre se hacía más severa. Así que opté por mentir.

—Sí, pensé en lavarla antes de devolverla.

Hubo un largo silencio entre nosotras, tal vez mi mamá esperaba encontrar en mi rostro algún indicio de mentira. Si esta conversación hubiera ocurrido días antes, muy probablemente habría notado el mordisco en mi hombro derecho o que no pude sentarme bien durante un par de días porque estaba dolorida.

Finalmente, ella pareció abandonar su escrutinio visual, dándose por vencida. Dobló la chaqueta y se acercó a mí para entregármela y ordenarme devolverla a su dueño inmediatamente. Comencé a negarme, le dije que tal vez podría dársela después o que incluso Shikamaru podía hacerlo porque él lo veía más seguido que yo, pero nada de eso funcionó.

Pude haberle dicho que no quería verlo, pero eso habría significado explicarle la razón y eso lo hacía una mala idea.

—No quiero que tu padre llegue a casa y la encuentre —dijo poniéndole fin a mis excusas.

Mis padres habían sido siempre muy aprehensivos en cuanto a lo que se refería a mí y a los chicos, tal vez porque esperaban a que encontrara al adecuado con quien terminara casándome y teniendo una vida estable como la de ellos. Claro que no sabían que yo ya estaba realmente versada en el tema y que había preferido seguir otra senda.

De cualquier manera, antes de que pudiera resistirme, me encontré a mí misma caminando por las calles de la aldea, balanceando en mi mano una bolsa de papel donde venía la infame chaqueta. Reconocer que mi madre era capaz de obligarme a hacer cosas que no quería, tales como ver a Naruto, teniendo casi veinticuatro me molestó un poco; pero más lo hizo darme cuenta que realmente quería hacerlo. Quería ver a Naruto de nuevo.

El recuerdo de sus caricias, de haber llegado al orgasmo con él en mi interior, resultaba suficiente para que las piernas me temblaran con más fuerza conforme me acercaba al edificio donde vivía.

Cuando no quedó más camino por seguir, subí las escaleras hasta el último piso (según recordaba, Shikamaru me lo había dicho en alguna ocasión antes) y recorrí el estrecho pasillo hasta el final. El último apartamento apareció frente a mí y yo quise salir corriendo, pero me recordé que ya había llegado hasta aquí y que sería tonto regresar.

Sin mencionar que mi madre me asesinaría si volvía a casa con la chaqueta.

Me dispuse a tocar, aunque noté que la puerta estaba entreabierta.

Comencé a pensar cuál sería la mejor opción. No quería estar ahí, pero tampoco quería llegar a mi casa y ver a mi madre molesta porque la había desobedecido.

"Su casa, sus reglas", me recordé.

Así que, sin tener algo mejor en mente, empujé la puerta y entré. El lugar no era muy grande, de hecho, parecía tener el espacio justo para que una persona viviera ahí. A mi izquierda había una cama, frente a mí la cocina compacta y en el centro una mesa con cuatro sillas. Eran muebles que tenían toda la apariencia de haber pasado tiempos mejores, pero que no estaban inservibles en lo absoluto.

Habiendo conocido a Naruto desde pequeños, me sorprendió no encontrar su casa hecha una zona de posguerra, con ropa sucia por todas partes, platos sin lavar acumulándose en el fregadero o la cama deshecha. Corrección, la cama estaba sin arreglar, pero más allá de eso, el lugar parecía claramente habitable.

Supuse que lo mejor era dejar la chaqueta en un lugar visible y luego hacer una salida rápida. Me apresuré hacia la mesa para poner encima la bolsa que había traído, pero me detuve al ver una fotografía del antiguo equipo 7 cuando Sasuke todavía estaba con ellos. El cristal del portarretratos estaba roto y el marco un poco desgastado justo donde mis pulgares embonaban, lo que me hizo preguntarme cuántas veces había sostenido Naruto esa fotografía entre sus manos. Con cuanto dolor o impotencia o tristeza.

—¿Siempre entras sin tocar?

Su voz me tomó por sorpresa haciéndome dar un respingo. Aparté la mirada de la fotografía y me encontré con esos ojos azules a través del reflejo que me regalaba el espejo clavado en el muro frente a mí. Naruto acababa de salir del baño y sólo tenía una toalla envuelta en las caderas.

Con torpeza dejé la fotografía sobre la mesa y le puse encima la bolsa. No quería que él pensara que era una entrometida y que había estado husmeando entre sus cosas.

—La puerta estaba abierta —respondí, desviando la mirada.

Mi cuerpo comenzó a temblar sin explicación alguna. Saber que había sido descubierta me había puesto demasiado nerviosa, y no ayudaba para nada el hecho de pensar que él estaba ahí casi desnudo. Mis manos se aferraron al respaldo de la silla frente a mí en un intento por controlar el temblor que me sacudió en ese momento.

—Y eso lo interpretaste como una invitación —escuché su voz demasiado cerca de mí. Por instinto volví a mirar al espejo y vi mi rostro y el suyo abarcando todo el reflejo.

Su mirada recorrió las líneas de mi rostro, casi podía sentirla como una caricia tangible.

—¿Para mí o para los ladrones? —pregunté en respuesta y él agachó el rostro—. Vine a devolverte tu chaqueta —expliqué cuando no dijo nada.

Él bajó la mano por mi brazo hasta colocarla en la curva de mi cintura. Lo hizo con tanta naturalidad y descaro que contuve el aliento.

—Las chicas buenas siempre tocan antes de entrar —comentó, haciéndome recordar lo que nos había llevado hasta este punto: mi maldita manía por no tocar la puerta antes de entrar—. Tú no lo eres, ¿verdad, Ino?

Cualquier otro que me hubiera incluido en la misma oración que la palabra «chica» se habría ganado un buen pisotón y quizá incluso algo más directo en la cara. Pero como se trataba de él, no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa.

—Depende de lo que entiendas por «buena» —le respondí, recibiendo a cambio una sonrisa a través del espejo. Estaba justo detrás de mí, podía sentir el calor de su piel colarse entre la mía, su respiración llegando a mi nuca provocándome escalofríos.

Su mano se abrió sobre mi abdomen y su pulgar comenzó a juguetear con el borde de mi blusa. Habría querido hacer algo al respecto, pero estaba demasiado inmersa en la conexión que habían hecho nuestras miradas a través del espejo. La tonalidad de nuestros ojos era diferente a pesar de que ambas entraban en el rango del azul, la suya me recordaba al cielo libre de nubes en primavera mientras que el mío era más cercano al aguamarina.

—¿Estás coqueteando conmigo? —Se me aceleró el corazón cuando me susurró aquellas palabras al oído. Su aliento me acariciaba la oreja y el cuello.

—¿Quieres que lo haga? —le pregunté, girando un poco el rostro aunque no alcancé a verlo bien del todo. Cuando volví al espejo, lo vi intentando ocultar entre mi cabello la sonrisa que se abría paso en sus labios.

Él había deslizado la mano libre hasta posarla sobre una de las mías, que seguían aferradas en el respaldo, y entrelazó nuestros dedos. La madera me pareció demasiado frágil cuando él apoyó su cuerpo contra el mío, manteniéndome apretada contra la silla. Su mirada reflejaba un brillo de deseo inconfundible.

El latido de mi corazón me retumbaba en la garganta, el pecho, en el estómago y en la entrepierna. Mi sentido común me advertía que era el momento para hacer la salida rápida que había planeado en un principio. Tenía que alejarme de él antes de que algo más pasara. El problema era que… no quería hacerlo.

Él había dejado de sonreír. Era como si estuviera tomándose aquello muy en serio, como si su mundo se hubiera centrado en mí y sólo en mí. Su mirada hizo que me estremeciera.

Me sobresalté un poco cuando su mano se coló bajo mi ropa y acarició mi pecho, pero no tenía espacio para apartarme. Alcé la mirada hacia aquellos ojos brillantes en el espejo y me perdí en ellos. Cada vez que le miraba, sentía mi interior temblar y ceder ante él. Derrotaba mis defensas con su sola sonrisa.

Instintivamente apoyé la espalda contra su pecho y cerré los ojos.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sentido las caricias de las manos de un hombre, que había visto mi propio deseo reflejado en los ojos de otra persona antes de él. Me quedé sin aliento, y me humedecí los labios con la lengua. Él siguió el movimiento a través del espejo con la atención de un gato que está a la caza de un ratón.

Alzó la mano hasta mi pelo, y me instó a que echara la cabeza hacia atrás. Cuando deslizó los labios por mi cuello desnudo para mordisquearlo, solté un jadeo que no alcancé a oír. Me acercó más hacia él y me rendí a sus deseos.

Estábamos tan pegados el uno al otro que me costaba distinguir dónde terminaba mi cuerpo y empezaba el suyo, sólo podía mantenerme concentrada en la erección que rozaba insistentemente contra la parte baja de mi espalda. Parpadeé al notar que su mano tomaba mi pezón por encima de la tela y jugueteaba con él. Su reflejo en el espejo me llamó la atención de nuevo, haciéndome consciente sólo de su rostro, que quedaba ensombrecido por la luz vespertina que se alcanzaba a colar por la ventana.

En el espejo vi el brillo de sus ojos y supe el momento exacto en que notó mi reacción. Si él hubiera sonreído con petulancia o me hubiera mirado con lascivia, me habría largado de allí, pero entornó un poco los ojos y su expresión reflejó una mezcla de determinación y de admiración. Me miró como si le diera igual no volver a mirar a ninguna otra mujer en su vida.

No podía hacer nada cuando me tocaba, era incapaz de encontrar la fuerza de voluntad para escaparme.

Liberó mis dedos y deslizó la mano sobre mi abdomen para colarse bajo mi falda y presionó las yemas sobre mi clítoris por encima de las bragas. Mi cuerpo explotó de necesidad mientras me presionaba por detrás con las caderas, obligándome a restregarme contra su mano. Cada fibra de mi ser se sacudió cuando su piel entró en contacto directo con la mía y solté un gemido gutural.

Estaba perdida. Estaba perdida en sus ojos, en sus caricias, en el latido rítmico de la lujuria que nos envolvía a ambos. Llevaba mucho tiempo conteniendo mis propios deseos, y no podía seguir luchando.

Nos movimos al unísono, mis manos se aferraron en el respaldo hasta que los nudillos se me pusieron blancos y mi estómago se inundó de calor mientras me restregaba contra su ingle. Mis muslos se tensaron. Sentía su respiración igual de irregular que la mía mientras balanceaba las caderas con más fuerzas a medida que apretábamos el ritmo. De pronto introdujo un dedo dentro de mí y casi muero de placer. De no ser por el apoyo que me proporcionaba el respaldo de la silla, me habría caído.

Lo miré en el espejo y en ese momento noté que me miraba con una mezcla de determinación y de admiración, y cuando trazó con un dedo mi clítoris y vio la reacción que no pude disimular, la expresión interrogante que había en sus ojos se desvaneció. Me resultaba casi imposible pensar, pero si hubiera sido capaz de describir su expresión, habría dicho que parecía que se sentía honrado.

Todo estaba centrado en aquel hombre, en su mano, en sus ojos, en su erección que seguía presionando contra mi espalda. Cuando se humedeció los labios con la lengua, mi clítoris reaccionó al instante y palpitó con fuerza bajo sus dedos. En cuestión de segundos, estaba al borde del orgasmo.

Tenía los pezones endurecidos y él no dejó pasar la oportunidad de apretar uno de ellos entre sus dedos. Sentí su aliento en mi piel cuando me besó la oreja, y alcancé a oír su susurro:

—Déjate llevar.

Como si hubiese sido una orden, estallé en mil pedazos y tuve que morderme el labio para contener el grito que subió por mi garganta. Mi pulso me resonaba en los oídos y en el cuello mientras mi clítoris se contraía en pequeños espasmos una y otra vez.

Me abrazó con más fuerza y me mantuvo apretada entre su cuerpo y la silla mientras me estremecía en su mano. Me besó la mandíbula y el cuello, ejerciendo una presión suave con sus dedos para no excitar mi piel hipersensible hasta el punto de causarme dolor. Me puso un dedo bajo la barbilla para encontrar su rostro y nos besamos con intensidad, nuestras lenguas se entrelazaron mientras nos acariciábamos el uno al otro y yo me giraba para ponerme frente a él por fin. Mi mano bajó hacia la erección que tenía oculta bajo la toalla y la presioné con caricias firmes hasta que lo sentí correrse. Su gemido vibró entre mis labios mientras me besaba.

Entonces puse una mano sobre su pecho para apartarlo y él lo hizo al instante.

—Gracias —susurré lo más bajo que pude y, sin darle tiempo a nada, me dirigí hacia la puerta.

Con paso más o menos firme, ya que todavía no había logrado recuperarme al cien por ciento del orgasmo que había tenido, comencé a caminar por el estrecho corredor.

Ino.

Me detuve de golpe al llegar al inicio de las escaleras para girarme y lo vi parado fuera de su departamento. Eché a andar y él me siguió cuando ya había bajado varios escalones.

—Ino, espera.

—¿Para qué?

Me había tomado por sorpresa el hecho de que saliera a buscarme. Al verlo allí, yendo tras de mí, comencé a sentirme avergonzada por lo que habíamos hecho porque estaba claro que él no sólo esperaba una masturbada rápida sino que, además, quería que nos sentáramos a platicar.

—¿Cómo que para qué? ¿No crees que…? —su voz se desvaneció como si no supiera cómo decir lo que pensaba.

—No, no creo nada. Yo ya había terminado y obviamente tú también, así que no veo otro motivo para quedarme.

—Crees que soy de esa clase de tipos —expresó la pregunta de tal forma que parecía que se la contestaba él mismo, al igual que lo había hecho antes.

Me detuve en el primer rellano y volví a mirarlo.

—No sé qué clase de tipo eres. Sólo sé que eres alguien cuidadoso y eso debo agradecértelo.

Su expresión se tensó un poco y me agarró del brazo cuando hice el amago de seguir mi camino escaleras abajo.

—Ino…

Me liberé de su mano con firmeza. No estaba dispuesta a dejar lugar para los malos entendidos.

En esa ocasión esperó a que bajara hasta el último tramo de escaleras antes de seguirme.

—¿Crees que sólo quiero sexo, que es lo único que espero de ti?

Parecía tan indignado que no supe cómo explicarle que no sólo era lo único que yo esperaba, sino también lo único que yo quería. Llegué a la verja de hierro al inicio del edificio y salí a la calle.

—Ino… —No me gustaba cómo decía mi nombre.

—Debo irme, Naruto —le dije, siguiendo a toda prisa mi camino.

Caminó rápido y se detuvo delante de mí, así que tuve que rodearlo para seguir andando. Él se movió con fluidez, como si estuviera bailando conmigo, aunque ninguno de los dos sonreía.

—No te irás, Ino.

—¡Haber follado conmigo no te da ningún derecho a darme órdenes! —exclamé sintiéndome repentinamente frustrada.

Su insistencia comenzaba a ponerme de mal humor. Me gustaba que fuera firme cuando eso implicaba que yo llegara al orgasmo, pero en ese momento no me hacía ninguna gracia. Al ver que no tenía intención de moverse, lo fulminé con la mirada.

Vi algo de arrepentimiento en sus ojos, pero siguió sin moverse.

—Eso lo sé, pero creo que al menos me da derecho a decirte que no soy un imbécil.

Al escucharlo desvié la mirada, intentando concentrarme en otra cosa que no fuera él vestido sólo con un par de pantalones negros. Ni siquiera parecía molestarle el hecho de que estuviera descalzo en medio de la calle.

—No creo que seas un imbécil, Naruto —concedí en un murmullo.

—¿Y qué crees que soy? —me preguntó mientras se acercaba un poco más.

—Un hombre —respondí llana. Me daba igual si mis palabras le ofendían, en ese momento lo único que quería era largarme de ahí.

Contrario a lo que pensaba, él no pareció ofendido; de hecho, sonrió abiertamente.

—Me alegra que lo hayas notado.

Quería enfadarme con él. Si lo hacía sería mucho más fácil rechazarlo, dejarlo atrás, olvidarlo. El problema era que el enojo me eludía.

—Naruto —comencé a decirle. Un par de aldeanos repararon en nosotros mientras caminaban por la calle y eso me hizo sentir un poco más incómoda— La pasamos muy bien en mi casa…

—Es verdad.

—Y lo que ha pasado después aquí…

—También fue muy bueno —me interrumpió él de nuevo, haciendo que una pequeña sonrisa apareciera en mi rostro contra de mi voluntad.

—Pero no nos engañemos, no hay que darle más importancia de la que en realidad tiene.

—¿Por qué no? —me preguntó con seriedad. Volví a mirar hacia todas partes, buscando algún camino que pudiera utilizar para alejarme sin parecer muy obvia—. ¿Por qué no? —preguntó de nuevo con voz más suave.

—Naruto… esto… —En mi mente aparecieron mil y un explicaciones posibles para darle, pero sólo una escapó de mis labios—. No estoy preparada para una relación. No la quiero, no la estoy buscando y no la necesito ¿de acuerdo?

Estaba segura de que en esa ocasión por fin iba a dejar que me fuera. Sin embargo, cuando llegué a la esquina me alcanzó de nuevo.

—Entonces, ¿qué quieres? ¿sólo sexo?

Me detuve en seco aunque no me giré para mirarlo. No me agarró del brazo para girarme, sólo se limitó a susurrar mi nombre de un modo que me obligó a hacerlo y me dejó con los pies pegados en el suelo. Alcé el rostro para mirarlo y me encontré con sus límpidos ojos azules brillando tenuemente.

Mi vida amorosa había resultado un enorme fiasco, y en gran parte había resultado culpa mía y de mis acciones que me habían hundido poco a poco en el desastre. Había sido como tropezar con una piedra y de repente ver que rodabas colina abajo sin ningún freno. Así que no me tiraba al suelo y lloraba, lamentándome. En las remotas ocasiones en las que me había preguntado por qué me pasaba eso a mí, me había abofeteado mentalmente hasta que había recuperado el control de nuevo. Era una niña grande y había aprendido a lidiar con ello.

Como lo dije antes, no me arrepiento de las cosas que he hecho, buenas o malas, me han hecho quien soy. Sin embargo, en ese momento, aunque hubiese querido alejarme del patrón que había repetido durante los últimos años, no habría podido hacerlo. Porque había caído de nuevo y hasta el fondo, por culpa de él.

—Sí —le respondí con honestidad.

Esperé su respuesta, pero durante largo rato sólo escuché el silencio.

«Continuará…»


Como lo prometido es deuda, aquí comienza oficialmente la continuación del one-shot "Lluvia". Decidí hacerlo aparte del shot porque algunos de ustedes sugirieron que se quedara así, como una historia de un solo capítulo. Este fic no va a ser largo, de hecho, tal vez sean ocho capítulos a lo mucho.

Muchas gracias por leerle, espero que haya sido de su agrado y sería genial que me hicieran saber sus impresiones a través de un review ^-^

¡Hasta la próxima!