Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi.

Y agregando de una vez. La autoria original del fanfic NO me pertenece. Fue escrito por una vieja amiga llamada Carolina Armendáriz. Yo sólo me encargué de reescribirlo debido a que tenía muchos errores de redacción.

Y antes de leer, una pequeña aclaración: "folie a deux" o "trastorno psicótico compartido", es un síndrome psiquiátrico muy poco común en el que un síntoma de psicosis, como una idea paranoica o delirante, se trasmite de un individuo a otro.

Y por cierto, mi regalo de cumpleaños de mi para mi.


Y llegó el caos

Aquello empezó al salir de la universidad, en un viernes común y corriente. Aun ahora no sabía si todo eso se había tratado de un sueño muy loco, tanto, que podría hacerse pasar por pesadilla, o si había sido algo real. Su amiga de toda la vida tampoco podía responderle, porque estaba tal vez hasta más chocada que ella y, como solía dudar constantemente de su estabilidad mental –a pesar de que estudiaba psicología- ella siempre le advertía que no se confiase mucho de su juicio. De una manera u otra, si aquello se había tratado de un simple sueño, se había sentido y visto muy, pero muy y en demasía real, y en todo caso, la única explicación lógica que la chica que aspiraba a psicóloga encontraba posible y en términos que le proporcionaba su carrera, sólo podía llamar aquello como una especie de folie a deux, un delirio que había compartido con su amiga.

Volviendo al principio, todo eso empezó al salir de la universidad, y afortunadamente, fue en fin de semana. Ambas chicas, Carolina y Agatha, amigas desde la primaria y con una amistad que se había extendido a lo largo de los años a pesar de haber cursado la secundaria y la preparatoria en distintas escuelas, se mantuvo intacta y finalmente se reforzó al entrar ambas a la misma universidad, aunque Carolina estuviera estudiando comunicación, a pesar de que más hubiese deseado estudiar medicina, y Agatha, psicología, profesión que nunca pensó en llegar a cursar ya que se le daban ciertos dotes artísticos como la pintura, y para sus padres –su padre un trabajador restaurantero y guitarrista de jazz y su madre una artesana del repujado y la pintura- el hecho de que su única hija estudiara una carrera "común y corriente" resultaba casi vergonzoso.

A lo largo de sus vidas, si bien estas no habían sido ningunas tragedias, habían sido un par de chicas bastante marginadas que se complementaban con sus gustos en común, un par de parias con personalidades y un sentido del humor bastante contrastante a pesar de ser amigas; Carolina con tendencia al infantilismo y bastante risueña, mientras que Agatha se inclinaba por el humor negro y el sarcasmo. Al verlas a simple vista también lucían diferentes, como dos polos opuestos; Carolina era ligeramente regordeta y bajita, de piel clara y sin demasiado gusto por llamar la atención; nunca sabía cómo cortarse el cabello y usualmente lo tenía hecho un pequeño caos, no solía maquillarse y aunque no era vanidosa poseía un extraño carisma y una risa contagiosa de la que carecía Agatha, quien era más reservada y su delgadez y altura solía intimidar a las personas. Era de tez olivácea y con un extravagante gusto por teñirse el cabello de todos colores. Tenía rasgos exóticos, aunque incómodos para la mayoría de las personas, y siempre ocultaba una nariz aguileña y unas eternas ojeras bajo sus lentes para la miopía. Eso sí, ninguna de las dos era especialmente amable fuera de su circulo cercano de amigos, y aquel mismo aislamiento las hacia aun más unidas.

La situación entre ambas durante los más de seis años que llevaban de conocerse no había cambiado casi nada. Agatha seguía tan asocial y misantropía como siempre, incapaz de lograr crear lazos afectivos lo suficientemente profundos con las demás personas, y cuando lo lograba, eran contadas, como Carolina. Agatha padecía de una especie de fobia social. En cuanto a Carolina, si bien era mucho más sociable con los demás, solía terminar peleada con sus amistades pues tenía la mala costumbre de cotillear e inmiscuirse en chismes, incluso inventarlos, cosa que Agatha, con sus conocimientos en psicología, sospechaba desde tiempo atrás que se trataba de un claro rasgo de mitomanía, pero no se lo tomaba personal y la toleraba, aunque hubo una que otra vez que pelearon por ello.

Por mucho que hubiesen cambiado, o lo poco que hubiesen cambiado gracias al tiempo y la relativa madurez de estar dejando atrás la adolescencia, ambas mantenían una especial repulsión hacia la gente en general, cosa por la cual les costaba ser calificadas de antisociales o bien, guiándonos con el lenguaje popular de los memes de Internet, eran consideradas un par chicas "Forever Alone", sobretodo Agatha, quien no tenía casi amigos y en su vida había tenido novio, mientras que Carolina sí tenía cierto gusto por visitar de vez en cuando a sus amigos y había tenido un par de novios, pero nada serio. Sus diferencias poco les importaban, y se podría decir que incluso lo disfrutaban, pero sin duda tenían un gusto en común que las había unido desde la secundaria: el anime y el manga, afición que Carolina mostraba sin reparos, pero que Agatha mantenía con más discreción.

Su vida normal transcurría con monótona rutina, aburrida y corriente como la de cualquiera, y aunque tenían salud y toda la vida por delante, aun no deseaban pensar en metas muy inalcanzables, sólo querían disfrutar en lo posible sus años de universidad y graduarse. Eran casi vecinas, y regresaban en lo posible juntas de la universidad, quejándose en su camino sobre la ropa, que inevitablemente resultaba incomoda bajo el abrasador sol desértico de la ciudad de Mexicali, buscando sombra entre los árboles, y mataban el tiempo que les costaba llegar a sus casas criticando o bien burlándose de los tarados que tenían por compañeros, o bien valido, también de uno que otro maestro, o discutiendo de cualquier otra cosa que hiciera más ameno el camino a casa.

Y como es bien sabido, Mexicali es una ciudad que se encuentra en medio de varias fallas, y una de las más famosas es la Falla de San Andrés, y es cosa bastante común la presencia esporádica de los sismos de considerable intensidad, a veces lo suficiente como para ser calificados de terremotos. No fue cosa de extrañarse que, en su camino a casa, ambas fueran sorprendidas por un temblor bastante intenso que las obligó a agarrarse de los portones y rejas de las casas, al tiempo que Carolina dejaba de proferir groserías a los cuatro vientos. Agatha, a pesar de no ser nativa de Mexicali, se había acostumbrado rápidamente a aquellos eventos naturales e incluso llegaba a disfrutar la descarga de adrenalina instantánea que se apoderaba de su cuerpo cuando sucedía un temblor. Por otro lado, Carolina, quien sí había nacido en Mexicali, nunca terminó de acostumbrarse a los temblores, y solía ponerse nerviosa cuando pasaba por uno, además, en su mente aun se encontraba muy presente el 4 de abril de dos años atrás, cuando un terremoto sacudió la ciudad y causó daños considerables que dejaron al lugar sin luz ni agua por un fin de semana entero, que también cuarteó el pavimento de las calles, derrumbó varios edificios y muchas casas.

Se encontraban a un par de cuadras de distancia de la casa de Agatha, la más cerca de las dos, así que ambas chicas se apresuraron a llegar, sobretodo Agatha, quien más que nada estaba preocupada por los estragos que pudo haber sufrido su hogar, que era una casa que, a juzgar por el feo mosaico escondido debajo de la alfombra, se trataba de una casa muy vieja construida en los años 50's, sin contar que le daba terror que alguna de sus muñecas de porcelana, parte de su colección, se hubiesen dañado… o peor aun, su computadora; no crean que realmente se preocupaba mucho por el ataque de asma que estaba apunto de sufrir su amiga, pues ya se había acostumbrado a sus teatrales crisis nerviosas.

—¿Y tus padres?— preguntó Carolina al encontrar la casa vacía, carente de la amable bienvenida que solía dar la madre de Agatha al ver llegar visitas.

—Fueron a San Diego, a ver a los primos de mí papá— contestó Agatha, hurgando en el refrigerador.

—¿Y no te llevaron?—

—Ay no, qué flojera. Me gusta San Diego pero la familia de mi papá es muy aburrida y pretenciosa. No te creas, a mi mamá no le daban muchas ganas de ir, pero vale la pena pasear por San Diego— dijo, cerrando de golpe la nevera —De todas formas me hubiera gustado ir, pero tengo clases—

—Y yo tengo hambre— exclamó Carolina, mientras escuchaba y sentía como unos muy indiscretos gruñidos le carcomían el estomago.

—Mala suerte, porque no hay nada de nada. Me ha dado flojera ir de compras— contestó Agatha con expresión aburrida.

Aquello tenía una solución, y no precisamente se trataba de ir al supermercado a comprar lo necesario, porque el hambre apremiaba y no se les antojaba tampoco una comida consistente y sana, por lo tanto terminaron yendo a la tienda de la esquina a comprar comida; más específicamente, papas fritas, panes dulces, té Arizona de sandía y kiwi y unas infaltables paletas de limón para disipar el calor veraniego –más unos cigarros para la chimenea que Agatha tenía por garganta-. Fue en ese rápido viaje en busca de alimentos atiborrados de calorías por lo cual empezó aquel acontecimiento que hasta ahora ninguna de las dos sabe cómo explicar de una manera más o menos lógica. Al menos Carolina hubiese deseado nunca haber ido a la tienda en busca de comida chatarra, porque Agatha se lo pasó en grande.

Al llegar a la tienda y encontrarse con el empleado de turno con mala cara, que no daba ni las buenas tardes (aunque esta vez parecía tener plantado en el rostro una cara de sorpresa, sin razón aparente), las chicas no perdieron tiempo en buscar lo deseado, cuando de pronto y sin decir "agua va", un vaso de sopa Maruchan, el ramen instantáneo más consumido en México, voló por los aires, golpeando a Carolina directamente en un ojo y derramando su espeso contenido en el suelo.

La impulsiva reacción de enojo que caracterizaba a Carolina no se hizo esperar.

—¡¿Quién chingados me aventó eso?! ¡¿Quién demonios fue?!— exclamó enérgica mientras se restregaba el ojo golpeado, haciendo el ridículo en plena tienda. Agatha, quien ya estaba acostumbraba a las rabietas de Carolina, se limitó a suspirar con resignación, esperando que el video de seguridad no llegara a Youtube, o sino, no terminarían con las bromas escolares… sin embargo, cuando ambas vieron quién había arrojado la sopa de vaso, tanto Carolina, quien detuvo su rabieta, y Agatha, se quedaron heladas, boquiabiertas y con los ojos apunto de salirse de sus cuencas por abrirlos tanto.

Ahí mismo, frente a ellas, se encontraba el mismísimo Inuyasha, y no sólo eso, también lo acompañaba Sesshoumaru junto a su pequeña acompañante, Rin, y no conforme con eso, estaban también Kagome, Sango y Miroku.

La primera en reaccionar fue Agatha, quien entre la emoción y la confusión, no pudo evitar hablar a gritos.

—¡No me jodas! ¡Qué buen cosplay! ¡Son los mejores que he visto!— exclamó conmocionada, acercándose al grupo, quienes la miraban confusos, como si les estuvieran hablando en otro idioma.

—¿Son un grupo de cosplay? Porque si es así, mis respetos. ¡Déjenme tomarme una foto con ustedes!— dijo mientras sacaba su celular, pero se quedó a medio camino —Pero… ¿No creen que están muy lejos de la convención? Además, que yo sepa no había ninguna convención próxima, sino hasta Abril. ¿Había alguna convención, Carolina?— inquirió, dirigiéndose a su amiga, quien estaba roja del coraje y parecía apunto de estallar.

—¡Carajo, no me importa si había una maldita convención!— vociferó —¡Este loco acaba de dejarme ciega!— dijo, apuntando acusadora al chico aparentemente disfrazado de Inuyasha —¡¿Se puede saber con permiso de quién me avientas esa maldita sopa?!— reclamó histéricamente. A esta altura de los acontecimientos, el empleado de la tienda ya estaba pensando seriamente en llamar a la policía y en hacerlos callar por el desastre que estaban causando en la tienda, pero los tipos aquellos eran tan raros que incluso daban miedo y prácticamente estaba paralizado por semejante situación absurda que tenía en frente. Esos malditos frikis, pensó el joven.

Por otro lado, Inuyasha se había quedado un poco paralizado por el dulce lenguaje de la chica, quien lo miraba con los ojos inyectados en sangre (literalmente, al menos en uno de ellos), aunque la miraba más como si se tratase de una pobre loca. Carolina profirió un par de palabrotas más, lo bastante fuertes como para que Kagome le tapara los oídos a la pequeña Rin, mientras Sango y Miroku intercambiaban una mirada de profundo asombro susurrándose cosas al oído, y Agatha… bueno, Agatha estaba medio babeando el piso sólo de contemplar a Sesshoumaru, indiferente a la tragedia de su amiga.

Como era de esperarse y contando que Inuyasha tampoco se quedaba atrás con aquello del temperamento fuerte, el chico no tardó en responderle.

—¡¿Qué te pasa, humana loca?!— gritó el hibrido.

—¡¿Que qué me pasa?! ¡Me pasa que tengo un ojo morado gracias a tu buena puntería, hibrido de segunda!—

—Este… disculpen…— susurró tímidamente Kagome.

—¡¿Qué quieres, sacerdotisa inútil?!— gritó Carolina groseramente.

—¡¿Cómo que sacerdotisa inútil?! ¡Inútil tú!— respondió la joven, ofendida. Si no hubiera estado tan indignada por semejante insulto, se habría dado cuenta de lo extraño que era el hecho de que una completa desconocida supiera que Inuyasha era un hibrido, y de que ella era una sacerdotisa novata.

—¡Tu abuela, loca!—

—¡La tuya!—

—¡Vete muy a la ching…!—

—Este… Caro, por Dios, tranquilízate mujer— pidió Agatha riendo nerviosamente mientras se acercaba a la chica, poniéndole una mano en el hombro. Cuando quería podía montar enormes dramas —Respira… y exhala…— agregó, haciendo unos exagerados ademanes que Carolina imitó aunque con algo de dificultad. Le costó un rato tranquilizarse, frente a la mirada atónita de Inuyasha, quien desde hacia rato se había sentido excluido de la discusión, mientras Kagome esperaba pacientemente a ver qué más sucedía con esa chica.

Finalmente Carolina se tranquilizó y pidió una disculpa de buena gana, sabiéndose en falta.

—Está bien, lo siento… cuando me enojo me pongo histérica, así que lo siento— Kagome, sonriendo, y con la gentileza que la caracterizaba, aceptó la disculpa amablemente.

—Yo también lo siento, y descuida, Inuyasha también se pone histérico muy seguido—

—¡¿De qué hablas?!— exclamó enojado el aludido. Su reclamo vino acompañado de un gesto de fastidio contenido por parte de su compañera y las palabras mágicas: ¡Abajo!. Inuyasha cayó, como siempre, de boca contra el suelo, en una pose por demás ridícula y a la vez graciosa.

—Gracias— dijo Carolina con una amplia sonrisa, mientras Kagome le devolvía el agradecimiento educadamente, aunque ambas chicas, Carolina y Agatha, a pesar de estarles siguiendo el juego, comenzaron a pensar que estos cosplayers se tomaban su papel muy enserio. Demasiado, tal vez; eran muy buenos actores. El "Abajo" salió increíblemente natural, incluso Agatha habría jurado ver por un segundo como el collar jalaba por si solo el cuello de Inuyasha hasta dejarlo en el piso; pero claro, eso era imposible.

—Pero… bueno, tenía que preguntar…— tartamudeó Carolina, esperando no resultar muy indiscreta, sobretodo después de la escenita que había armado —¿Ustedes no son cosplayers, verdad?— le susurró la joven a Kagome, quien a pesar de conocer el término, muy usado en su natal Japón, no entendió a qué venía semejante suposición. Según ella, dentro de lo que cabía y quitando el hecho de que era capaz de viajar 500 años al pasado, era una chica de secundaria completamente normal.

—No, ¿por?— preguntó la joven confundida. Carolina se quedó paralizada y con la boca abierta, al igual que Agatha, quien había escuchado la pequeña charla. Si ellos no eran cosplayers (y se veían demasiado reales como para serlo), entonces tenían que ser…

—A ver… entonces…— murmuró Agatha masajeándose la frente, tratando de entender el asunto, por absurdo que pudiera sonar —Entonces, ¿ustedes son realmente Inuyasha, Kagome, Sango y Miroku; Sesshoumaru y Rin? ¿De verdad? ¿Los de verdad? ¡Ustedes sí que se toman su papel muy enserio!—

—Sí, claro, nosotros somos… nosotros, ¿Quiénes más podríamos ser? Pero… por cierto, ¿qué país es este? ¿Dónde estamos? Llevamos un buen rato perdidos y no identifico qué país es— contestó Kagome frente a la mirada de confusión de las dos jóvenes, para después fruncir el ceño con suspicacia —¡Un momento! ¿Cómo saben ustedes nuestros nombres?—

En ese momento Agatha y Carolina se dieron cuenta de que habían cometido una estupidez y una de las grandes. Si no se trataba de un grupo de cosplayers con la convención perdida… entonces de verdad tenían que ser… ¡no podía ser! Pensaron ambas chicas, que, aunque solían aislarse en su propio mundo, sabían muy bien separar la realidad de la fantasía, y aquello que estaban pensando y suponiendo era totalmente absurdo, sin contar que desafiaba toda ley física existente y carecía completamente de lógica, a menos que fuesen reales esas teoría que hablaban de posibles mundos paralelos, y aun así, era imposible que la ficción se mezclase de manera física con la realidad, ¿verdad? Si realmente eran quienes pensaban que eran… ¿Cómo les explicarían qué era un anime? Peor aun, ¿cómo les explicarían que ellos, de hecho, eran los personajes de una serie de anime, que eran parte de la imaginación de una dibujante japonesa, y que sólo eran ficción? Y además, si eran ellos, los de verdad, ¿cómo demonios habían llegado ahí, y por qué? ¡Aquello era demasiado loco! Carolina y Agatha aun se preguntaban si estos tipos sólo les estaban tomando el pelo o si realmente eran los chicos de Inuyasha. Al menos, a simple vista, parecían muy perdidos. Por alguna razón, las dos sintieron a los chicos muy sinceros.

Carolina, desesperada y pidiendo ayuda, volteó a ver a Agatha, pero su vista se desvió hacia algo detrás de ella. En un estante colgaba un pequeño adorno, propio de la cultura china para atraer la buena suerte, a un lado de una figura en miniatura de Buda, cosa bastante común por aquellas tierras, ya que había una enorme población de chinos asentados en Baja California… y como una especie de señal divina que indicaba una salvación milagrosa, a Carolina se le prendió el foco.

—Porque… porque— tartamudeó la joven —Porque… ¡somos psíquicas!— Agatha de inmediato volteó a verla con una cara que, sin palabras, lo decía todo: ¿De qué demonios hablas? Carolina abrió los ojos de manera descomunal para que su compañera captara la idea, ya que si no le seguía el juego, terminarían viéndose forzadas a explicarles que eran un anime, explicarles y decirles los pormenores y además, tendrían que soportar un sin fin de preguntas estúpidas… sin contar, claro, que tarde o temprano estos desafortunados chicos terminarían descubriendo cosas comprometedoras sobre ellos mismos, tales como los fanarts o los fanfics… y si se enteraban de la cantidad de yaoi que se escribía acerca de Sesshoumaru e Inuyasha, o Sesshoumaru y Naraku, entre otras variantes… aquí ardería Troya y rodarían cabezas, muchas cabezas… incluidas las de las dos, porque ellas también escribían fanfics, y aunque no eran aficionadas a géneros como el yaoi o el lemmon, por lo menos la cabeza de Agatha corría un gravísimo riesgo de ser cortada de cuajo gracias a sus fanfics sobre Naraku y Kagura, mientras que Carolina corría el riesgo con sus historias que envolvían románticamente a Sesshoumaru y Kagome. Además de todo, aquello era una especie de prueba. Si realmente se creían el cuento, entonces lo más lógico (aunque la situación en si no lo fuera) tenían que ser los verdaderos personajes de Inuyasha.

Afortunadamente Agatha captó la idea justo a tiempo.

—¡Sí! ¡Somos psíquicas! Y tuvimos visiones de ustedes…— dijo, agregando intencionalmente un tono de misterio y enigma a sus palabras, para que se tragaran el cuento… y al parecer funcionó, porque no mostraron ningún gesto de ofensa o duda, como si realmente estuvieran acostumbrados a ver personas con poderes.

—¡Ja, por favor!— dijo alguien que hasta ese momento se había mantenido en completo silencio, contemplando a aquel par de locas —Estas dos humanas inmundas se hacen llamar psíquicas. No me lo creo— agregó Sesshoumaru con tono arrogante.

—¡Pues sí que lo somos!— afirmó Carolina.

—Claro… si es así, demuéstralo, humana. Cualquiera de la dos, si son tan poderosas como presumen serlo… díganme entonces, ¿cuál es mi debilidad? Si es que tengo alguna, claro esta— ambas se chicas se miraron, preguntándose si debían reírse con el nivel de simplicidad de la pregunta, porque la respuesta era más que obvia, al menos, para ellas dos, que eran acérrimas fanáticas de Inuyasha. De todas formas, si aquello era un juego, estaba resultando ser muy entretenido. Siempre es bueno salirse un poco de la rutina.

Carolina, con una sonrisa de superioridad que incluso competía con la de Sesshoumaru, contestó.

—¿Pues qué más iba a ser?— dijo —Obviamente, es Rin— sobra decir que Sesshoumaru casi se va de espaldas cuando escuchó aquello, porque, a pesar de que desde hacia tiempo había aceptado –al menos consigo mismo- de que apreciaba a la niña, no esperaba ni por asomo que aquellas dos humanas lo supieran, y que encima de todo lo afirmaran con esa seguridad.

—¡Ja! ¡Y me llamas débil!— exclamó Inuyasha con tono burlón, sin fijarse, como era usual, en la viga en su ojo, porque de hecho él viajaba con un grupo conformado casi por completo de humanos. Por otro lado, Carolina no pudo evitar contenerse. Si algo detestaba, era que se burlaran de la gente en un momento vergonzoso. También tenía su corazoncito.

—Pues tu debilidad es Kagome, Kikyou y la palabra "Abajo"— exclamó Carolina, provocando que el hibrido dejara de burlarse y la mirase con un autentico odio, mientras Sesshoumaru se preparaba para atacar de lleno a su hermano después de atreverse a llamarlo débil, pero ocurrió algo que dejó a todo el mundo atónito, y que además, estaba por terminar de colmar la paciencia de Carolina, aunque Agatha estaba embelezada.

Y es que en ese instante, alguien entró a la tienda; nada más y nada menos que la mismísima Kanna.

—¡Por el amor de Dios! ¡Estoy soñando!— gritó Agatha, viéndose apoderada de un ferviente deseo de adoptar a la niña y hacerla pasar por su hermana menor. Si eso era un juego, ahora parecía estarse tornando en una especie de conspiración.

—¡¿Qué haces aquí?!— atinó a decir Kagome, sorprendida. Kanna se volvió hacia ella con la misma mirada impasible de siempre.

—Naraku me envió por cigarros— contestó la pequeña albina.

—"Genial, no sólo están en este mundo esta bola de idiotas, si son ellos realmente, sino que también Naraku esta aquí, y encima de todo, se envició con los cigarros."— pensó Carolina sintiendo como su mermada paciencia comenzaba a desaparecer rápidamente.

Agatha estaba con una cara que decía que aquello era lo más bello que le pudo pasar en la vida. Carolina supo que Agatha, si no se controlaba, no sería de mucha ayuda. Su amor por Naraku y su manada la volvía loca.

—Genial…— murmuró frustrada, observando la cara de orgasmo de su amiga.

—¡Vamos, Inuyasha! Tal vez podamos quitarle la Perla de Shikon a Naraku y volver al Sengoku— exclamó Kagome entusiasmada.

—¡Sí! Vamos, y vámonos antes de que esta humana loca se vuelva a poner histérica— dijo el hibrido a modo de burla.

—¡Loca tu abuela!— respondió la aludida.

—¡La tuya!— Agatha y Kagome intercambiaron una mirada y suspiraron con resignación al ver que se aproximaba una nueva e infantil discusión, pero entonces el empleado de la tienda las distrajo, olvidándose por completo de la rara historia que se presentaba frente a él.

—¡Eh! ¡Niña! No me has pagado— dijo el muchacho al ver que la albina estaba por salir de la tienda con los cigarros. Curioso que estuviera más preocupado por el pago que por el hecho de que acababa de venderle cigarros a una menor de edad, sin contar que la tienda estaba llena de aparentes frikis fanáticos, pero bueno, los personajes de Inuyasha tuvieron la mala suerte de caer en México. Por otro lado, si quieren llamarlo así, el Karma golpeó al corrupto chico, porque Kanna simplemente se volvió hacia él y levantando su espejo, le arrancó el alma sin más.

El chico dio un último suspiro de vida cuando una especie de materia volátil y diáfana se desprendió de su cuerpo, al tiempo que sus ojos se volvían blancos para después caer pesadamente sobre el suelo, detrás del mostrador. Aquel humo medio blanco y brillante voló hasta entrar dentro de la superficie del demoniaco espejo.

—¡No puedes hacer eso! ¡Es ilegal! ¡Eso es asesinato!... creo— reclamó Carolina contrariada al darse cuenta de que quitarle el alma a una persona, al menos en su mundo, era una forma muy novedosa de matar, pero nadie le hizo caso, y se calló, y claramente atónita, porque al ver la acción de Kanna, tanto ella como su amiga se dieron cuenta de que eso no era un juego, ni personas haciendo cosplay; acababan de presenciar el ataque real y a todo color de un autentico espíritu. Realmente eran los personajes de Inuyasha, en carne y hueso, en el mundo real. Kanna lo había comprobado.

Sin decir nada más y con el encargo y el trabajo terminado, Kanna desapareció. Sesshoumaru no perdió tiempo y fue a perseguirla, seguro de que si la seguía daría con Naraku, pero antes de eso se acercó a Carolina y con su tono de voz más terrorífico y autoritario le ordeno:

—Cuida a Rin—

—¡Ah, chinga! ¿Y por qué?— espetó Carolina frunciendo el ceño, aunque ligeramente nerviosa.

—Porque pareces conocer mucho sobre nosotros, y si eres una psíquica, significa que tienes el suficiente poder para cuidarla sin que le pase nada— contestó tajante.

—Ah, pues fíjate que no lo haré…— Carolina se cruzó de brazos —No hasta que me digas "por favor"— Sesshoumaru estaba con una cara de que la iba a matar en ese instante. ¿Cómo se atrevía una simple humana a exigirle un "por favor"? ¡Qué igualada!

—No voy a decir semejante cosa—

—¿Ah, sí? Pues a ver quién la cuida, porque Inuyasha y compañía ya se fueron detrás de Naraku, y esta chica a mi lado es pésima cuidando niños— dijo apuntando a Agatha, quien le dio la razón, y es que la chica detestaba a los niños. Sesshoumaru volteó hacia todos lados y se dio cuenta de que no había nadie más. El poderoso demonio miró a Carolina con los ojos inyectados en sangre, apretando los dientes y con un odio descomunal masculló.

—Maldita humana del demonio…— espetó hecho una furia —Cuidarías a Rin… por…— Sesshoumaru tuvo que hacer una mueca de asco y gruñir antes de atreverse a decir semejante cosa. Tenía prisa, y aquello sólo le estaba complicando las cosas —¿Por favor?— dijo finalmente, aun así difícil de entender, ya que su mandíbula estaba fuertemente apretada y las palabras salieron silbantes y filosas entre sus dientes.

—¿Ya ves? No es tan difícil— dijo Carolina sonriendo gentilmente y encogiéndose de hombros. Sesshoumaru no quiso ver más la horrenda cara de la humana que lo había obligado a decir por favor (afortunadamente no había nadie más ahí que lo hubiese visto hacerlo), y después de echarle una ultima mirada inquisitiva, se fue detrás de Naraku.

Rin, con una tierna sonrisa, se acercó a las dos jóvenes.

—Señoritas, ¿cómo se llaman?— inquirió la niña con una vocecilla infantil y terriblemente adorable que derritió el corazón de la joven.

—Bueno, yo me llamo Carolina Armendáriz, y ella se llama Agatha Romaniev— contestó la joven inclinándose para quedar a la altura de la pequeña.

—Carolina, Agatha; ¿podrían llevar a Rin a algún lugar a jugar?— preguntó ampliando su sonrisa, cosa que conmovió a Carolina, quien adoraba hasta al hartazgo al personaje. Le era imposible decirle no.

—Vamos al parque de la Calle I— sugirió Agatha, segura de que el lugar sería la delicia para la niña; un parque con columpios, un pequeño kiosko de madera, alberca, espacio amplios y canchas. Era el lugar ideal para entretenerla.

Al final el trío salió de la tienda cargando varias bolsas, y aprovechando que no había nadie atendiendo el lugar, terminaron por llevarse todo lo que pudieron y se dirigieron a la unidad deportiva, cuando de pronto un fuerte y veloz tornado se acercó, provocando que Carolina se pusiera de mal humor, porque tanto como ella y Agatha ya sabían de quién se trataba (sin contar que el tornado era inusualmente azul). Y no fueron defraudadas sus suposiciones, porque cuando el tornado se detuvo, una figura muy bien conocida apareció frente a ellas. El mismo Kouga.

El demonio lobo no reparó en ellas, pero dio un par de vueltas olfateando con insistencia y Carolina supo que buscaba a Kagome.

—¿Buscas a Kagome, verdad?— preguntó. Kouga se acercó a ella y la olfateó de cerca, notando que había un leve rastro del olor de la que consideraba su mujer en ella.

—¿Quién eres? ¿Y cómo lo sabes?— inquirió el demonio con gesto suspicaz.

—Soy la gran psíquica Carolina… y según he oído, Kagome es tu mujer— se presentó y afirmó con opulencia, esbozando una maliciosa sonrisa.

—Sí, sí, entonces, ¿dónde está mi mujer?— Carolina tuvo que recurrir a una fuerza titánica para no echarse a reír.

—Oh, bueno, ella está con Inuyasha—

—¡¿Qué?! ¡¿Otra vez?!— exclamó Kouga, iracundo.

—Oh, sí, está con él—

—¡Maldita bestia!—

Agatha miró primero a Kouga y después a su amiga, y repitió el proceso varias veces. No sabía a qué quería llegar Carolina, pero la conocía bien y sabía que no había en ese momento ninguna buena intención por parte de su amiga, sin contar que sabía muy bien que a Carolina, Kouga no le caía muy bien.

—Pero, ¿sabes? Kagome dijo que le encantaría que estuvieras con ella, y que le gustaría que le llevaras algunas flores blancas—

—¿Enserio?— quiso comprobar Kouga, aunque su cara mostraba claramente que se había tragado el cuento. Carolina asintió y sin decir más, Kouga se rodeó nuevamente en aquel tornado azul en cuanto comenzó a correr en busca de las dichosas flores, que a ver cómo las conseguía, porque en el desierto no suele haber una vegetación especialmente exuberante. Una vez que se quedaron solas, Carolina no pudo evitar carcajearse a todo pulmón.

—Ay, mujer, ve nomás la situación en la que estamos y tú, como siempre, incitando a la intriga. ¿Nunca cambiarás?— la regañó Agatha.

—No, pero dime, ¿apoco no te diviertes? Mientras llevemos a Rin al parque— dijo, al tiempo que la niña daba saltitos de alegría al ver que finalmente iban a lo que en ese momento consideraba casi como una tierra prometida.


—¿Pero qué haremos con los chicos de Inuyasha?— susurró Agatha a su amiga, para evitar que Rin las escuchara.

—No lo sé. Todo es muy extraño. Vimos a Kanna quitarle el alma a una persona. Esto va enserio— murmuró Carolina —No son cosplayers, realmente son los personajes de Inuyasha, pero… no sé, ¿deberíamos tratar de contactar a Rumiko Takahashi? Al final de cuentas ella los creó—

—¿De qué nos serviría? Te aseguro que ella no cree posible que el producto de su imaginación salte de pronto a la realidad. No comprendo cómo es que llegaron aquí. ¡Es imposible!— exclamó incrédula su amiga —Pero, como sea; tenemos que ayudarlos, ¿no crees? Estos tipos no saben dónde están. Pueden causar muchos problemas. Conociéndolos, y vaya que los conocemos, terminarán en la cárcel de un momento a otro, o matando a alguien, no sé. Por lo que vi, ellos no saben que son ficción, creen estar en el mundo de Kagome, el cual relativamente también es ficticio—

—Y lo peor de todo, es que cayeron en el peor lugar…—

—México— dijeron ambas chicas al mismo tiempo.

Pensando en cómo arreglar la situación y discutiendo mil y un teorías sobre cómo habían llegado hasta ahí, caminaron unas cinco cuadras, derecho, hasta llegar al famoso parque… el único problema es que ya no era un parque, sino el campo de batalla de Naraku. Sobra decir que Carolina vio finalmente agotadas sus reservas de paciencia, porque además de los estragos que estaban causando y de que en este mundo normal y aburrido no se solía ver con frecuencia batallas épicas entre demonios, híbridos y humanos que venían del pasado o de una historia completamente ficticia, en el parque había una alberca enorme en la cual Carolina se moría de ganas por entrar, pero ahora su agua estaba sucia, llena de arena y tierra, con mugrero y medio flotando en su superficie y despidiendo un olor nauseabundo, mezcla del cloro del agua y el penetrante olor que despedía el gas venenoso y ácido de Naraku. Era de esperarse que Carolina nuevamente entrara en una de sus rabietas de ira, y estuvo apunto de gritar histéricamente cuando la batalla se intensificó, pero nuevamente vio algo que la dejó petrificada.


Bueno, hoy estoy cumpliendo 20 años, y desde hace dos que tengo la costumbre de regalarme a mi misma un fanfic nuevo; la primera vez fue con uno de Hellboy y la segunda, precisamente, con uno de Inuyasha, y aquí estoy nuevamente.

Y aclarando otra vez: este fanfic NO es mío. Los escribió hace varios años una amiga mía, con la que actualmente ya no tengo amistad debido a algunos problemas personales que terminaron por romperla. Este fanfic, en cierta forma, es mi forma de rendir tributo a una amistad que duró muchos años y que, honestamente, extraño mucho. Ella también escribía en el fandom de Inuyasha (bastante sobre KagomexSesshoumaru), pero hace tiempo que borró todos sus fanfics y creo que ya no escribe.

Pero nuevamente, este fanfic lo escribió ella; la chica, como dije antes, se llama Carolina Armendáriz, y como pueden ver, viene incluida en el mismo fanfic. El archivo lo encontré en mi computadora hace algunas semanas. En aquel entonces, cuando fue escrito, tanto ella como yo éramos muy chicas (unos 13 años) y las reglas de la escritura nos las pasábamos por el arco del triunfo. El fanfic en si, personalmente, me parecía que tenía una idea novedosa y buena, pero estaba terriblemente redactado: formato script, bastante OOC (tal vez más del que creo logré quitarle), un par de cosas que no venían al caso y narración casi nula. Como me cagé de la risa con él, decidí reescribirlo con el conocimiento que tengo ahora sobre cómo escribir, pero no, no me adjudico por nada del mundo la autoria original de la historia.

Para aclarar varias cosas del fanfic: además de la autora original, Carolina, yo también vengo incluida. Originalmente el archivo venía con mi nombre real, pero soy muy maniática y jamás, en esta pagina, jamás digo mi nombre verdadero, por lo cual lo cambié por mi seudónimo que como es obvio, es Agatha Romaniev. Espero que esto no suene como un self-insert (al menos ella no nos plasmó como si fuéramos perfectas, aunque creo que YO estoy en cierto "OOC", si nos vamos a esas xD). Y también, sin duda, ella tiene mucho más protagonismo en la historia que yo, y no pienso cambiarlo, ya que es la idea original de la autora.

La cosa es que, más adelante verán por qué los personajes de Inuyasha están en el mundo real. Para quien no lo sepa, en el fanfic estos chicos han caído en la ciudad de donde es originaria Carolina y donde yo viví prácticamente toda mi adolescencia. Es en Mexicali, la capital del estado de Baja California Norte, ubicado en México, justo debajo de California EUA. El temblor sólo es un pretexto del caos provocado en el "mundo real" a la llegada de los personajes de Inuyasha a él.

En fin, espero que la primera parte, la introducción sobre Carolina y yo, no haya resultado aburrida, pero creo que teníamos que presentarnos xD por cierto, tengo entendido que Carolina está más bien estudiando medicina (aunque yo recuerdo que ella también quiso estudiar comunicación), aunque yo sí estoy estudiando psicología. Lo que sí, es que yo ya no vivo en Mexicali desde hace dos años, y no puedo comunicarme con Carolina. Si llegase a recibir quejas por parte de la autora original de borrar el fanfic, lo haré, ya que es suyo.

Y bueno, como pueden ver, es un intento de comedia y parodia, que espero esté más o menos decente. Estoy haciendo todo lo posible porque sea más o menos lógico.

Otra cosa más. Realmente no sé si añadir ciertas groserías de origen mexicano en la historia (vienen incluidas desde el archivo original) por aquello de los regionalismos. No sé ustedes; a mi parecer le quita esencia el poner groserías "universales" que resultan bastante insípidas (¿qué puedo decir? Adoro las groserías de mi país), y bueno, como estamos ubicados en México, resultaría muy raro no escuchar –o leer- un típico "chingado". Ustedes tienen la última palabra. Si quieren que las quite porque obstaculizan la lectura, lo hago. De todas formas, en caso de dejarlos, trataré de usarlos lo menos posible. Por lo pronto les dejo un pequeño glosario:

Chingado: sin duda, es uno de los términos que más variantes y aplicaciones tienen en el vocabulario de México. Su significado básicamente se refiere a que algo se ha roto o descompuesto, pero se suele usar como grosería y en todo tipo de situaciones; se puede usar tanto para decir que algo salió mal: "El plan se chingó. La televisión se chingó". Para decir que alguien es muy bueno en algo: "Este tipo es un chingón. El trabajo te quedó chingón". Para detonar asombro: "¡Ah, chinga!". Para amenazar: "Te voy a chingar. Ya te llevó la chingada". Incluso para denotar triunfo: "¡Ya chingé!". También para decir que algo está mal o es ridículo: "Este carro resultó ser una chingadera. Las nuevas reglas de la empresa son una chingadera". Entre muchas otras variantes. Cualquier duda, sólo pregúntenme.

En fin, muchas gracias por leer. Espero les haya gustado. Siéntanse con la confianza de decirme lo que quieran: sugerencias, críticas constructivas, etc.

Me despido

Agatha Romaniev