Titulo: Come on and love me now.

Advertencia: NC-13. Contiene yaoi y un poco de manoseo.

Género: Romance.

Resumen: Un anónimo "terrorista" llega al Ministerio y la nueva misión del auror Potter es seguir y vigilar al director de Relaciones Internacionales, Maxime Mèdard.

Un mes y medio, de pesadilla.

El moreno está seguro que su segundo nombre será Inesperado… Harry Inesperado Potter.

Aclaraciones: HP y toda la saga y películas y figuritas lego y chapitas y etc. etc. le corresponde a JotaKá, socios Y a todos nosotros los lectores que le hemos dado consciencia colectiva y mantenemos la llama encendida. ¡Ja!

Dedicado: A Maxime-rico-Mèdard XD y a quienes le den la oportunidad a este pequeño fic.

Notas del autor: Esta es una historia sencillita, nada denso… creo que serán como tres capítulos. A pesar de todo, espero que les guste.

Por cierto Maxime Mèdard es un hombre lobo… digo, jugador francés de rugby. Ya verán que debajo de todo ese pelo hay una encantadora y pícara sonrisa XD. La mayoría de los apellidos mencionados están relacionados con jugadores de rugby, ¡sin demandas please!

¡Espero que les guste!, ¡ahora a leer!

Seguimiento a Maxime Mèdard, Director de Relaciones Internacionales.

Día 23. 07:51 horas.

Harry se había visto obligado a levantarse horrorosamente temprano durante los últimos 23 días. ¡23! Algo así como "de madrugada" y "con las gallinas". Asquerosamente tedioso. Pero le había tocado llevar un registro de actividades y dinámicas de trabajo del director de Relaciones Internacionales. Al principio le había encantado, él hombre era un tipo de carácter, reconocido por todos en el Ministerio por su eficiencia, el buen manejo de los asuntos entre las diferentes Comunidades Mágicas y rápido en la toma de decisiones. No se escatimaba en la consultoría incluso sobre situaciones que no eran de su jurisdicción. Harry realmente se había emocionado. Era un tipo de acción, netamente burocrática… pero de acción, al fin y al cabo.

En cambio a Ron le había tocado asistir al viejito de la Dirección de Aduana. Kenneth Doyle. Un pequeño hombre regordete y senil, que casi no recordaba donde quedaba su casa, pero se sabía las leyes de aduana como a las arrugas de su cara. El hombrecito era una fomedad del tamaño de Rusia… pero al menos le daba a Ron libertades que Mèdard no.

El viejito no se levantaba al alba, ni lo ignoraba como a una mosca en la cortina… de hecho el señor Doyle había invitado a Ron a comer incontables veces. Harry debía darse con una piedra en los dientes, si Mèdard le daba quince minutos para buscar algún sándwich al comedor del Ministerio o la pequeña cafetería dentro del Departamento…

Era una mierda. Y todo por un maldito pergamino de amenaza que había sido enviado al Departamento de Relaciones Internacionales. Había sido una misiva ambigua, sin receptor particular, recibido hace 25 días y sin pistas de hacerse realidad. Un "Los mataré a todos", que parecía más un descargo de furia que una amenaza propiamente tal.

Pero al Ministro Kingsley se le habían erizados los pelos de la nuca, con el simple pensamiento de que tal fechoría se llevara a cabo.

Por eso él estaba ahí, revisando la cuarta oficina del departamento, renovando encantamientos de protección y detectores de desconocidos, siguiendo a Mèdard y a su asistente a cuanta reunión o jodido almuerzo de trabajo en el cual participaran. Siendo ignorado y desestimado, como un simple funcionario que no debía ser considerado para nada. Ya lo decía él, era una mierda.

Mèdard lo había mandado lejos de él, desde el principio. Con un movimiento de manos y un gesto petulante, le había dicho que bien podía hacer su "trabajillo de auror" desde la oficina de su asistente. No le importaba mantener la puerta que conectaba ambas oficinas abierta, pero no quería tener a un desconocido parado a su sombra y respirándole sobre el hombro.

Harry se había encabronado. Esa mierda de misión era para protegerlo a él y no era un simple "trabajillo de auror". El muy… Afortunadamente, su siempre atinado asistente sacó a Harry de la oficina, antes de que le cantara las claras a ese snob arrogante.

Desde el inicio Maxime Mèdard había llamado poderosamente su atención… antes de conocerlo en persona, claro. Había escuchado maravillas del hombre, grandes hazañas en las relaciones con las diversas comunidades mágicas del continente, beneficiosos aportes en la diplomacia Británica, convenios, gestiones para el desarrollo económico, educativo, todos importantes y festejados logros. Cuando lo vio por primera vez en persona, la visión que tenía de él concordó plenamente con ese hombre grande, alto, de espalda ancha y postura regia. Era un hombre que denotaba su personalidad reservada, altiva y soberana, era un líder por excelencia y su presencia se evidenciaba apenas entraba en algún lugar. Era imposible no verlo, no notarlo, no sentir la mirada atrapada en él, vistiendo trajes muggles debajo de sus esplendidas túnicas de mago. Su voz era ronca, gruesa y deliciosamente aterciopelada, así como sus palabras eran bastas y su oratoria particularmente elocuente. Además era un hombre increíblemente guapo. A sus 42 años, su rostro era la manifestación de la plena madurez, del conocimiento y la templanza. Las delgadas e incipientes arrugas, eran casi insignificantes detalles en la virilidad de su rostro. La mandíbula fuerte, la nariz recta, labios grandes y fuertes, duros. Su pelo era una frondosa cabellera negra, como el ala de un cuervo, abundante, sedosa y brillante. De la misma forma como sus ojos eran dos penetrantes obsidianas, astutas e implacables.

Había apreciado su atractivo masculino, hasta que en un ataque de desconcierto, se dio cuenta que Mèdard se parecía a su reivindicado –pero no por eso menos odiado-, ex profesor de pociones. Severus Snape. Descubrir semejante "detalle" lo habían hecho desistir de su admiración. ¡Gh! Snape y belleza, eran dos palabras antagónicas por antonomasia. Más aún, cuando Mèdard hablaba… era el hijo de puta más arrogante que había conocido en la vida y eso, era decir mucho.

En cambio su asistente era todo lo opuesto… y que alguien le aplicara un Enervate, si estaba en alguna pesadilla, alucinando o en un maldito mundo paralelo.

Al principio, luego de conocer al respetado asistente de Medard, Harry había pensado seriamente en simplemente irse y que les metieran una bombarda por el culo a todos. Un ente divino, definitivamente diabólico lo había hecho reunirse –en una dramática revelación, había que decir-, con su antiguo némesis de Hogwarts… no eran necesarias más reseñas.

Después de la primera semana de tal desapasionado reencuentro, Harry pensaba que no era tan malo, al menos el hombre rubio no lo ignoraba y hacía su jornada de seguimiento más amena. ¡Sí!, ¡hasta él se había sorprendido! ¡Nada podría considerarse "ameno", teniendo a ese pazguato cerca! Y aunque no era un remanso de alegrías, por lo menos le quitaba las ganas de darle un muy efectivo puntapié a su jefe. Lo más sorprendente de todo: sin comentarios mal intencionados, ni engreimiento, ni burlas o pretensiones de ningún tipo.

Harry supuso que haber declarado a su favor y haberle salvado de congelarse el culo en Azkaban, tenía mucho que ver.

El problema de Malfoy, era que llegaba al trabajo aún más temprano que su jefe. Harry debía esperarlo en el Atrio del Ministerio a las 7:45, para subir ambos por el elevador. Luego, el auror debía hacer las revisiones y establecer las protecciones pertinentes, antes de dejarlo pasar a su oficina, para que inicie su jornada laboral.

A las jodidas 7:45, el muy…

Bueno, pero el hecho de que Malfoy se haya acostumbrado a llevarle un café cargado, a eso de las 9 - 9:30, mientras él cabecea sin disimulo… le ha ganado algo de simpatía de su parte.

El hecho de que le copie la agenda semanal de Mèdard para que esté a su completa disposición… ¡gh!, le ha hecho sentir mayor respeto por el rubio, que por el soberbio de su jefe.

El hecho de que disponga para él, un lugar apropiado para que Harry espere durante las reuniones y cenas –muchas veces con comodidades que al moreno le parecen casi innecesarias-… le han tocado una fibra sensible.

Se supone que Malfoy no es de los tipos conscientes de la gente a su alrededor, ni era una persona amable o considerada. Debería mirarle por encima del hombro y con una risa maliciosa, no hacerle el trabajo más fácil y llevadero. ¡Debería ser un grandísimo hijo de puta!

Pero el asunto es que ya no lo era.

En algún momento durante los primeros días del seguimiento, especialmente cuando debía registrar y reinstalar los encantamientos de seguridad en ambas oficinas, Harry había pensado que tendría la mirada del rubio puesta sobre él. Incordiándolo y haciendo referencias sobre su desempeño como auror. Otra vez: nada más lejos de la realidad. Malfoy lo había dejado trabajar con libertad, permitiéndole entrar primero y dándole acceso a todas las instalaciones aledañas a la oficina del director, mostrándole los encantamientos de oficina que estaban operativos y aquellos utilizados con más frecuencia. Incluso le había entregado una lista con los funcionarios que acudían con mayor asiduidad.

No podía negar que el rubio había pensado en todo y le hacía el trabajo infinitamente más fácil… lo único que al principio lo había martirizado, era –irónicamente- la falta de una conversación, aunque fuese trivial y desinteresada.

Trabajaba con él –a.k.a lo miraba- casi quince horas diarias y lo único que recibía como comunicación humana eran las palabras corteses del rubio y la completa desidia del director. No había ser con sentimientos que lo aguantara.

Entre ambos se había instalado una muy reducida lista de "Buenos días", "Buenas tardes", "Buenas noches", algunos "Adiós" y "Hola", los "Aquí tienes" acompañados con el café de mitad de mañana, los "Ve a almorzar algo, Potter" que significaban quince minutos para ir y volver de la cafetería más cercana y los recientes "Que tengas buen fin de semana" de los viernes.

Sí, al principio había sido una agonía… bueno, no es que Harry sea una persona especialmente sociable, pero a veces le picaba la lengua por conversar algo. ¡Cualquier cosa! No podía estar como una jodida estatua todo el día, solo mirando al "cuna de oro" de Mèdard redactar documentos, firmar pergaminos y dar órdenes a diestra y siniestra. O ver al rubio pulular por todo el Departamento de Relaciones Internacionales, con carpetas bajo el brazo y gestionando solicitudes como el mejor relacionador público.

¿Quién se lo habría dicho?

Entonces un día se había decidido a quebrar esa casi implícita y no convenida Ley del Hielo. Ley del Hielo/Rey de Hielo… ahí había algo. No era que lo necesitara, no pensaba terminar de amigas con Malfoy, pero pensó que le haría las cosas –aún- más fáciles y llevaderas.

-¿Y qué se hace por aquí?- preguntó, cuando llevaba dos semanas de seguimiento… dos semanas… sí, Malfoy lo miró con una ceja alzada y Harry se sintió un tonto. Dos semanas y no sabía qué se hacía en el Departamento de Relaciones Internacionales. –Sé qué son las Relaciones Internacionales, Malfoy, no me mires con esa cara… solo estoy preguntando por todo ese movimiento reciente, ¿a qué se debe?- para su sorpresa no hubieron ironías o sarcasmos, solo una sonrisa de medio lado. Malfoy regresó al pergamino que estaba revisando y el moreno pensó que lo iba a ignorar.

-El director está gestionando una serie de convenios con el Ministerio francés, desde comercio en el sector secundario, extender la ruta mágica Tran-Europa para Londres y Liverpool, hasta programas de intercambio profesional en el sector de Políticas Públicas.-

-¿Pero la ruta Trans-Europa no le corresponde al Departamento de Transporte Mágico?- Harry conocía bastante bien sobre el tema, sería una red de conexiones flu y trasladores rápidos que unían toda Europa continental, de forma sencilla y barata. Para variar, Gran Bretaña no había sido contemplada.

-Ni lo menciones.- bufó. –El año pasado Duvall el relacionador de Transporte, habló con el Ministro y le quitó la gestión al director Mèdard… solo por cuestiones políticas. La planificación ya estaba casi acordada y solo faltaba llamar a concurso a las dos agencias de construcción mágica, sería un trabajo conjunto con Francia y… bueno, había todo un convenio que llevaba casi un año gestándose.- agitó la mano restándole importancia. –El asunto fue que a Duvall no le gustaron algunos puntos del convenio. Le había prometido al Ministro que las ganancias del contrato serías mejores que las propuestas por el director… pero al momento de exigirlas, los franceses dijeron que no y todo lo que hicimos quedó en nada.-

-¿En serio?- Harry había levantado las cejas. Si recordaba bien, Duvall de Transporte no le parecía un mal hombre, era agradable de conversar y era buen amigo de Kingsley… mmh. Quizás ahí estaba el problema.

-Si, fue un fiasco.- musitó, rayó una línea y comenzó a escribir sobre él. –Pero como no se había hecho público, no mucha gente se enteró.-

-¿Qué hizo Mèdard?- el rubio sonrió satisfactoriamente, antes de hacer un pase de varita y comenzar a copias el pergamino que había estado escribiendo.

-Habló con Kingsley y se adjudicó todas las relaciones con Francia. Él inicia las negociaciones y es intermediario con los diferentes Departamentos, después que la gestión se firma, entrega la carpeta con el convenio.-

-¿Y el revuelo de ahora es porque…?-

-Sector secundario, se quiere trasladar la compra de insumos de madera mágica al país. O sea que la próxima vez que compres una escoba, una varita o una pluma, los materiales no vendrán de acopios franceses o crestas de madera belga.-

-Eso suena bien, ayudaría en la reducción de las tasas de desempleo, propuesto por Kingsley.-

-El problema es que se necesita de gran inversión desde el Ministerio y Hacienda no se ve muy feliz con el hecho…- otro pase de varita y los duplicados se plegaron en elegantes avioncitos color gris. Malfoy anotó rápidamente una palabra en las alas de cada uno y entonces los echó a volar.

-¿Y todo esto lo hace solo él?- miró disimuladamente hacia la otra oficina, donde esa versión "ligeramente atractiva de Snape" (arcada) parecía leer.

-Claro que no, Relaciones Internacionales son cerca de veinte magos y brujas, pero la mayoría de las buenas ideas vienen de él.- comentó, aún con esa sonrisa segura y complacida.

Malfoy se levantó de su escritorio y se encaminó hacia la oficina contigua, allí se enfrascó con el director en otra de esas conversaciones incomprensibles.

Harry los miró largamente, interactuar de forma fluida y cercana, revisando de vez en cuando Memorándums y textos con las Leyes mágicas que aún regían las Relaciones Internacionales de Inglaterra con otros países. Libros que parecían reliquias de la época de Merlín. Seguramente nadie sabía los esfuerzos que hacían no sólo ese par, sino los otros dieciocho magos y brujas, para el desarrollo de la Comunidad Mágica. La Ruta Trans-Europa significaría la inclusión de la Comunidad mágica dentro del mundo… ni qué hablar de la internalización del sector secundario y los beneficios económicos.

Con el tiempo, Harry se dio cuenta que cuando Mèdard se remangaba la camisa hasta los codos y sonreía socarronamente, era porque estaba entusiasmado. También se dio cuenta que cuando Malfoy se sentía igualmente apasionado con el trabajo, se soltaba ligeramente la corbata y el cuello de la camisa, se quitaba la túnica y el saco… y lucía su satisfacción, estampada en el rostro, en los ojos brillantes y astutos, en la boca relajada y ansiosa.

… Cada vez que ocurría algo como eso, se daba cuenta cuán cambiado estaba el rubio y cuán satisfecho estaba con su labor. A pesar de ser sólo un "asistente", parecía estar complacido por cooperar con alguien como Mèdard.

Si… bien… (suspiro).

El problema ahora era mucho peor. Es que con 23 días pululando a su alrededor… viviendo y pensando en lo que hará el rubio con su jefe durante el día, Harry ha comenzado a verlo con otros ojos. ¡Tarán! La verdad, no lo sorprendía demasiado. Incluso Hermione le había dicho que esa obsesión malsana durante el 6º curso, había sido un tanto… "rarilla". "Curiosilla". "Inauditilla". Un "poquitillo como mucho".

Ahora que le tocaba compartir la mayor parte del día con él, comer con él, planificar medios de transporte con él, comentar las visitas de Mèdard con él, esperarlo en el Atrio y hacer todo el viaje en ascensor con él, con platicas banales pero no por ello tensionadas o forzadas… habían hecho milagros en cómo Harry había cambiado su forma de pensar en Draco.

Verlo trabajar, manejar todo con una naturalidad sorprendente, con diplomacia y un tacto nunca antes visto; verlo incluso, discutir y ser partícipe de las tomas de decisión y el manejo de la burocracia, que tanto habían caracterizado a Mèdard, era admirable. Si Malfoy creía que algo no cuadraba, que algo debía ser cambiado o si alguna cifra, papeleo, ley o artículo en ejecución no era correcto, lo hacía ver. Directamente con su jefe. Sin pelos en la lengua y sin el servilismo jerárquico que Harry había visto en los asistentes de otros jefes de departamento.

Sólo había que recordar a Percy Weasley. Incluso el asistente de Gwain Robards, su jefe en el departamento de Aurores, se arrastraba sumisamente cuando recibía órdenes de él. Y nunca pensaba que su jefe estuviese equivocado, o algo mal ejecutado.

Eso era algo que lo había sorprendido. Harry había creído que Malfoy era asistente porque la cabeza no le daba para más. De hecho había pensado que su condición de asistente era para servirle el café y llevarle el correo. No para planificar juntas casi en un mano a mano, ni para mantener discusiones sobre la mejor forma de abordar las leyes de comercio, para el reciente convenio con Francia.

Harry no entendía nada, pero el rubio parecía comprenderlo todo. Además de poder recitar las leyes comerciales de cualquier país cercano a Inglaterra. Tú sólo dile una y el comenzaba con la letanía… era inquietante y asombroso a la vez. Igual que el viejo Doyle, que miedo.

Y bueno… Harry llevaba casi un mes de indudables sorpresas.

Pasando de la apatía y el recelo por Malfoy, a una inquietante atracción por… Draco. No era que sintiera cosas muy profundas por el rubio, era simplemente que aún estaba encandilado por lo que había descubierto de él. Su indudable inteligencia, su astucia y su carácter fuerte, aunque moderado. Sabía cuándo debía discutir y hacerse escuchar, así como sabía cuando debía mantener la calma. A diferencia de su desagradable arrogancia de antaño, Draco sabía ahora cómo tratar a la gente, ser amable, pedir las cosas "por favor" y obtener lo mejor con su cordial comportamiento. Este Malfoy era completamente diferente al idiota de antes.

Sin contar con que estaba… pues, bien bueno. Malfoy seguía siendo un chico alto y delgado, de cuerpo ágil e indiscutiblemente elegante. Vistiendo como su jefe, un ajustado traje muggle negro bajo una fina túnica de mago. A sus 27 años, el rubio mantenía un atractivo rostro de apariencia juvenil, sin marcas y sin cambios a pesar del tiempo. Labios prominentes y rosados, ya sin el molesto gesto de asco de antaño. La misma barbilla aguda y la pequeña nariz, que había conocido el puño de Hermione. Esos grandes e intimidantes ojos grises que recordaba con expectante claridad, recortadas por sus largas pestañas de camello y adornadas bajo sus angulosas cejas rubias. Sus manos, acostumbradas al trabajo de escritorio, seguían siendo pálidas, de largos dedos y uñas cuidadas. Y luciendo a pesar de todo, el antiquísimo anillo de los Malfoy.

El rubio nunca había sido feo, ni de cerca… había que admitirlo, aunque eso le signifique después lavarse la boca con jabón. Pero el tiempo había obrado maravillas en él. La fluidez con la que siempre había caminado, ahora tenía una ligera cadencia muy lejana a la inocente niñez. Suave, acompasada, mostrando con sutil encanto sus largas piernas, esas que se veían bastante… atractivas bajo el pantalón de tela.

¿Encandilado?, sí, lo estaba. Con todo el tiempo que había tenido para observarlo… ¡No era ciego!

Pero esa inesperada afinidad no le preocupaba realmente. En cuanto dé término a su misión de seguimiento, ya no necesitaría ver al rubio de nuevo. El Departamento de Aurores y el de Relaciones Internacionales estaban lo suficientemente lejos como para que ambos no se encuentren por el resto de sus vidas. Era por el mismo motivo, que no se había enterado que el rubio trabajaba en el ministerio. De hecho, Harry pensaba que el último de los Malfoy estaba pudriéndose de indignación y auto-exiliado de pura vergüenza, en algún lugar del Londres muggle.

Ya veía que no era así.

-Oye, Harry…- se escuchó de pronto, desde la puerta. Tanto el moreno, como Draco levantaron la cabeza. Ron Weasley se asomaba "disimuladamente" desde la entrada.

-¿Qué sucede?- Harry se levantó, dejando su café de la mañana y caminó hasta él.

-El formato de informe…- asomó una carpeta amarilla por el borde la puerta.

-Buenos días, Weasley.- se escuchó desde el escritorio.

-Ah… buenos… días. Malfoy.- Ron carraspeo y se decidió por entrar. –Será rápido, Doyle está aquí al lado. Solo te venía a dejar el formato, lo puedes enviar vía lechuza o a primera hora mañana.-

-¿A primera hora?, llego antes que eso.- bufó, tomando la carpeta y observando el formato. Era de rellenado, quizás lo podría enviar durante el día.

-Es solo un poco temprano…- Harry miró al rubio, solo lucía un ceño fruncido, nada como lo que habría mostrado el viejo Draco. Seguro el antiguo rubio le habría dicho algo sobre su fallecida madre. ¡Era así de voluble!

-7:45, Ron… dime si no es una locura.- el pelirrojo abrió grandes ojos, mirando a Draco con cierto escepticismo. El moreno no sabía si era por el moderado comportamiento de Draco o por la hora que llegaba por las mañanas.

-Doyle llega cerca de las 8:30, a veces 9:00… cuando le da la reuma…-

-Los magos de su edad tienen un horario condicionado. No puedes compararte con alguien de casi ciento cincuenta años…- agitó la cabeza.

-Bien, bien…- cedió, tomando un sorbo de su café. Dejar enfriar semejante brebaje de los Dioses, sería pecado. Ron miró su taza con interés. –No me mires así, es el café de la oficina… y te juro que no tiene nada que ver con el remojo de calcetín en el Departamento de Aurores.- escuchó el soplo divertido del rubio.

Ron lo miró directamente, con los ojos bien-bien-bien grandes. Con otro de sus "disimulados" gestos de cabeza, le indicó a Malfoy, quien se había enfrascado en la tediosa lectura de una muy grotesca ruma de pergaminos. Harry pensó decirle ¡Sorpresa!, pero era obvio que no podía.

Ya les había contado a sus amigos cómo le iban las cosas en esa oficina, cómo era realmente Mèdard –admirado héroe de Hermione- y cuán diferente era el rubio –desagradable moscorrón de Ron-. Obviamente ninguno le había creído –ni de Mèdard, ni de Malfoy-, pero el pelirrojo ya vería que no estaba alucinando: nada de insultos, ni malas miradas, nada de su arisca personalidad.

Como única respuesta, se alzó de hombros… Y seguramente se había hecho algún tipo de silencio extraño, porque Draco alzó la vista nuevamente, mirándolos a ambos. Entrecerró los ojos.

-¿Qué?- saltó Ron, evidentemente a la defensiva. Excelente auror, con cero disimulo.

-No luzcas tan sospechoso Weasley.- respondió.

-Solo le da corte pedirte una taza de café…- dijo el moreno: 1) para que no se note que estaban hablando de él y 2) para demostrarle a Ron que ese rubio que tenía delante, seguramente, era el gemelo "bendito" de Draco Malfoy.

-No me da corte… ¡y ni quiero café!-

-¿En serio?- sorbió de su latte, todo perfumado y adecuadamente dulce, resbalando suavemente por su garganta.

-¿…No?- dudó. –No creo que sea tanto mejor que el café de Aduana…-

-No ofendas mi paladar Weasley.- el rubio frunció encantadoramente la boca. –Déjense de simples excusas para asaltar mi cafetera. Y no creas que le voy a servir a él también.-

¡Ja!, lo sabía. El moreno se acercó sonriente a la cafetera francesa y de paso miró al pelirrojo con gesto altanero, ahí tenía la prueba definitiva: si se leía adecuadamente, era una solapada y gratuita invitación a tomar del fragante café de la oficina.

…Y no pudo evitar sentirse aún más encantado con Draco, casi podía sentir la lengua afilada escondida dentro de su boca… pero ya no era por motivos desagradables y deshonestos. Todo estaba teñido de un ligeramente torcido humor, sazonado de grises, pero nada cercano a la bífida e hiriente lengua de antes.

-Mnh… quizás sí esté bueno.- masculló Ron, sorbiendo de su taza. –Pero es injusto que aquí tengan café de calidad y nosotros tomemos orina de Doxy.-

-Gestiónenlo en Recursos de Personal.- acotó el rubio, como quien no quiere la cosa. –Hay un ítem para gastos en alimentación, si no se piden la oficina de Personal les hace el presupuesto básico. Café barato, té sin gusto y azúcar de última categoría.-

-¿Qué? ¿Y quién es el hijo de…?- Draco miró al pelirrojo y solo negó. Harry estaba seguro que internamente se estaba riendo, hasta el moreno se habría reído, si no se sintiera tan indignado. ¡Cinco años tomando café barato! Él era el Héroe y le daban ¡café barato! Había que ser muy…

-¿Y cómo sabes eso?- preguntó con la boca fruncida y ambas manos en torno a la taza caliente.

-Soy asistente, Weasley, se supone que haga esas cosas.- el moreno esperó a que chirriara la personalidad de alguno, pero nada, seguían en paz.

Ron se tomó su café de un solo trago, en cuanto Doyle se asomó en la oficina de Draco, avisándole que ya se marchaba a su despacho. Harry estaba seguro que en cuanto pudiera, Ron hablaría con Robards sobre su asqueroso café. Y luego se aparecería por Grimmauld Place a la noche, inquiriendo afanosamente alguna teoría que justificara la "marciana" amabilidad del rubio. "Abducción", le diría seguramente.

-Gracias…- le dijo Harry después que Ron se hubiese marchado.

-¿Por qué?- se miraron directamente a los ojos. Draco aún detrás de su escritorio, casi tapado de pergaminos; Harry sentado en una silla junto a la puerta que conectaba a la oficina de Mèdard. No estaban especialmente lejos, pero el cuadro completo del rubio con su pulcro traje negro, el aura de concentración y su postura elegante, era ciertamente atractivo.

El moreno sólo se alzó de hombros. No le diría que le agradecía no comportarse como un "hijo de puta" con él y con Ron. No le diría que agradecía que la "sapiencia" hubiese hecho maravillas con su arrogante inmadurez. No le diría que agradecía que, fuera lo que haya sucedido con él –bueno o malo-, lo haya hecho cambiar de ese modo.

Ni tampoco le diría que agradecía ese encantador fruncir de labios… que le provocaba cosquillitas en el estómago…

Esa noche Harry se dio cuenta que dar las gracias sin ningún motivo "aparente" -porque tenía varios motivos-, ayudaba a las relaciones personales de formas inimaginables. Después supuso que el reconocimiento por el esfuerzo que le suponía a Malfoy comportarse como alguien amable y normal, había sido bien recibido… que te lo dijera Harry Potter, debía ser todo un aliciente. Seguro.

Bueno, lo que sea… Lo importante era que durante todo el resto del día, Draco se había comportado mucho más abierto y espontáneamente receptivo a él. Esas pequeñas conversaciones que habían mantenido hasta ahora, habían tomado rumbos más personales y los silencios que alguna vez los acompañaron, no fueron incómodos o tensionados.

Y había que decirlo, por primera vez Harry había tomado esa "misión" –misión, mis polainas- como algo más que sólo una observación vigilante. Uno podía descubrir muchas cosas cuando admiraba todo el paquete completo… paquete, ¡ja!

-¿Aun vives en la mansión?- le preguntó mientras bajaban/subían, a veces no sabía qué era, en ascensor desde el sexto piso del Departamento de Relaciones Internacionales, hasta el Atrio.

-No, para nada. El Ministerio la tomó, junto con las cuentas de mis padres, como modo compensatorio por los actos de Lucius durante la guerra.-

-¿Dónde vives ahora?- le había sorprendido la soltura de su comentario, como si realmente no le importara.

-¿No lo revisaste en mi expediente?- Harry se podría haber sonrojado por el desliz. La verdad es que no había revisado los expedientes de ninguno de sus vigilados… no lo había creído taaan importante. Sólo tenía que vigilarlos durante sus jornadas laborales.

-Realmente no lo recuerdo…- mintió con la suficiente seguridad, como para parecer verdad. El rubio negó con la cabeza, el sonido metálico del ascensor se dejó oír por algunos segundos.

-Londres muggle.-

-¿Londres…?-

-¿Inesperado?- preguntó con una sonrisa astuta.

-Ah…- suspiro largamente. –Muchas cosas inesperadas.- muchas, de verdad. -¿Fue tan terrible como pensaste?-

-Algo. El primer año me la pasé con gripe muggle y el hijo de una de mis vecinas, me pegó varicela.- comentó. –Fue peor que la Fiebre de Dragón.-

-Nada es peor que la Fiebre de Dragón.- rezongó, pensando que ya se estaba quejando como una niñita.

-Para un sangre pura sí, no puedo tomar medicinas muggles y en San Mungo no están preparados para que a alguien "mayor",- se indicó a sí mismo. –le diera varicela. Tenemos menos densas para enfermedades virales como esa. Y si para un muggle adulto es peligroso tener varicela, imagínate a un mago sangre pura.-

-Supongo que si.- ¿debería agradecerle a Dudley haberlo contagiado a propósito?

-Déjame adivinar, tú también vives en el mundo muggle.- Harry elevó ligeramente una de sus pobladas y oscuras cejas. ¿Adivinar? Eso lo sabía todo el mundo.

-¿…Si?- tentó. -¿Por qué?-

-Supuse que buscarías lo mejor de ambos mundos y hay que decirlo, el mundo muggle es bastante tranquilo. Lo suficientemente grande como para que cada uno se meta en sus propios asuntos.-

-¿Entonces no tienes interés de recobrar la casa de tus padres?- preguntó de pronto, súbitamente curioso.

-¿Con qué?- su voz sonó irónica. -¿Con el sueldo de un asistente?-

-Seguro Mèdard tiene los suficientes contactos dentro del Ministerio.- quería saber si sería igual de rastrero que su padre, como para manipular tales recursos.

-La Mansión Malfoy es casi un trofeo de guerra, Potter, el Wizengamot no la soltaría aunque quisiera. Es un icono y es una forma de hacerme ver humillado, es mi hogar y no puedo acercarme a ella.- negó con la cabeza. –No bajaré la cabeza, más de lo que ya lo he hecho… Y aunque él me lo ofreciera, no involucraría al director en algo como eso.- Harry lo miró y a través del sonido mecanizado del ascensor, captó el suave aroma del rubio. Algo así como hierba buena y limón, como una extraña y nostálgica primavera.

-¿Por qué?-

-Porque ya soy un adulto.- Harry lo vio alzarse de hombros, con la mirada perdida en algún punto en la malla metálica de seguridad. El moreno supuso que ya no diría nada más. -¿Ginevra Weasley no dice nada por tú horario?-

-¿Ginny?, ¿por qué?-

-Por el horario de auror, sé que es exigente…-

-Si, pero qué tiene que ver Ginny.- esta vez se inclinó al frente para mirarlo, no sabía de dónde había salido esa manía de buscar conectar sus ojos. Cuando se encontraron el moreno lo miró cuestionador.

-Porque… ella… ¿no estas casado con ella?- el rubio alzó las cejas.

-¿Qué?, ¡no!- el moreno se lo quedó mirando pasmado. Eso era de conocimiento mundial. ¡Salía hasta en el Magicpedia! -¿No has leído los periódicos… los últimos años?-

-¿El Profeta?- negó con la cabeza, restándole importancia al asunto. –Hace años que no leo un periódico mágico, salvo Magic Business o la revista de Biggest Purse.- Harry sonrió no queriendo sentirse ofendido…

¡Si claro!, ¡por supuesto!, ¿cómo no lo pensó antes?

¿Draco Malfoy no había reparado en él durante los últimos siete años? ¿En ningún momento se había preguntado qué había sido del Héroe del Mundo Mágico? ¡Ah!, como pegaba duro en el amor propio… como un palo directo entre los ojos.

-Ah, bueno… hace años que salí del armario.- el rubio se envaró, como electrocutado. Justo en ese momento sonó la campanilla del ascensor, abriéndose la reja metálica hacia el Atrio, completamente vacío a esas horas. –Y la verdad es que no estimula mucho la intimidad, cuando hacen toda una fiesta cada vez que salgo con alguien.-

Se hizo un extraño momento de vacío, mientras ambos salían del elevador.

-Wow.- escuchó y no era la respuesta que Harry esperaba, especialmente de alguien que no apreciaba la falta de elocuencia de semejantes gestos. –Vaya…- El moreno atajó su lengua antes de soltar su siguiente pregunta con demasiada ansiedad. Caminaron por el amplio vestíbulo hacia las chimeneas, mientras dejaba fluir un curioso silencio. Un curioso silencio… deliberadamente intencionado y debidamente controlado.

-¿Qué hay de ti?- preguntó por fin, como si no le importara. –¿Parkinson? ¿Greengrass?- presentía la respuesta, pero prefería cerciorarse.

-¿Qué clase de auror eres?- se rió. –Todo el mundo sabe que soy gay, Potter.-

-¿Pareja?- movió las cejas inquisitivamente.

-Ah…- suspiró, como lo hiciera Harry antes. –Ya no.- el moreno asintió, sin saber cómo tomarse eso. –Bien, me voy.- avisó, tomando los polvos Flu. El moreno habría querido tener un par de minutos más para seguir cuestionándolo. Nada más que un inocente fisgoneo. –Nos vemos mañana.-

-Claro. Buenas noches, Malfoy.-

-Buenas noches.-

¡Hola a todas/os!

Espero que les haya gustado este comienzo de historia, como verán quería algo alegre y simple, porque otra vez estoy que me arranco el pelo. Gracias a mi U por patearme mi examen de titulación hasta marzo, de paso jodiéndome la vida laboral (encabronada). Lo bueno es que hoy comenzó el Seis Naciones… no hay nada como ver hombres atractivos, frotándose mientras van tras una pelota =D

Qué les puedo decir… ¿un Potter muy desabrido?, ¿un Draco muy OoC?

¿Me merezco algún comentario? =D