Hola, me cuesta creer que estoy aquí después de tantos -tantos- años. Este capítulo es para todas las personas que, sorprendentemente, siguen enviandome reviews y dando favoritos siglos, milenios, eones desde que me retiré de esta página. Un escritor no sería nadie sin sus lectores. A ustedes, gracias.


Sumisión:

nombre masculino

1. Acción de someterse, sin cuestionarlos, a la autoridad o la voluntad de otra persona o a lo que las circunstancias imponen.

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"The ocean will not shift me, and the cold will not take me"

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Sirius hace todo de la misma forma. Como si le importara una mierda.

Remus le ve fumar, recargándose contra la pared de piedra fría y pulsante de magia, y se le seca la boca. El pelo medio atado en una coleta desinteresada, el abrigo negro noche y la bufanda roja como sangre derramada. Las mejillas coloradas por el frío y los labios rotos.

Alza una ceja traviesa, perruna.

—¿Qué?

Remus le quita el cigarro y le roza los labios con los nudillos cruzados de cicatrices. La lengua de Sirius se asoma curiosa, mojada y húmeda, y le hace cosquillas en el vientre y más abajo.

—Nada —y oculta la media sonrisa tras el humo. La noche está oscura, luna nueva y el firmamento parece brea espesa, granos de azúcar esparcidos sin cuidado como esferas luminosas irradiando calor.

—Si estás esperando una disculpa —dice, ladra, reverbera contra las paredes de piedra y retumba dentro del pecho de Remus—, primero verás el día en que Quejicus se lave el pelo.

Remus sonríe sin humor, torcido, estirando la cicatriz que le bordea la boca -antigua-, deja escapar el humo en una sola exhalación que le deja el pecho vacío, frío. Y le devuelve el cigarro.

—No le pediría peras al Olmo —los ojos grises de Sirius bailan a través de nubes de humo y Remus tiembla. Los primeros susurros del viento frío del norte que trae el invierno arrullan los terrenos de Hogwarts.

Se miran en silencio, sin duda recordando los eventos de la tarde, Remus desde su resignación silenciosa y Sirius desde su torre de marfil. Su ira implacable de tsunami imposible de doblegar.

La colilla aún encendida hace una curva perfecta, un arco naranja de calor que corta la noche y arde un par de segundos antes de ser devorado por la oscuridad. Una última exhalación y saca todo el humo tóxico de los pulmones.

—No sé qué querías que hiciera —la voz de Sirius es demasiado para esta hora, este silencio, esta noche, este mundo, en opinión de Remus—, ¿quedarme callado y hacer nada?

Hacer nada. Sirius Black hacer nada. Si el mundo estuviera ardiendo Sirius intentaría apagarlo con las manos. O tendría los dedos manchados de pólvora… algunos días Remus no está seguro.

—No soy una doncella que necesita protección, Canuto.

—Y yo no soy el jodido príncipe azul de nadie, ¿no te jode?

—Eres guapo como uno.

—Y tú eres demasiado peludo para una princesa, Lunático. Qué quieres que te diga. También tienes verga y te verías ridículo en un vestido —venenoso, la lengua de Sirius busca cortar, pero más lacera el frío boreal y el cuerpo de Sirius está caliente.

Remus da dos pasos entre una palabra y la otra y su respiración hace espirales. Sirius tiene una cortada en el labio y otra en la frente, donde el pelo desordenado quiere escapar de la coleta mal amarrada.

—Estoy bastante seguro de que tu intención era montarme una bronca —burlón, el aliento le sabe a nicotina.

Remus tiene muchas intenciones. Quiere golpearle la cabeza contra el muro a ver si deja de ser tan idiota. Se lo dice.

También tiene otras intenciones.

—¿Y no son buenas? —debería golpearlo. Decide morderle las palabras, arrancárselas de los labios con los dientes.

Sirius tiene el labio partido y cuando Remus muerde se abre la herida y sabe a metal. La boca de Sirius está caliente y la lengua le sabe a nicotina. Remus le recorre los rincones, la punta de la lengua acaricia el paladar. Los labios quebrados por el frío, suaves.

Tiembla. Está duro contra su pantalón y Remus sonríe.

—¿De qué te ríes, estúpido? —Sirius le habla dentro de la boca, un murmullo contra los labios que le llena el pecho de aire y otras cosas. Remus le tira del cabello y Sirius gime sin vergüenza, como lo hace todo.

—De ti, estúpido —le lame la boca y sin dejar de sonreír se deja caer de rodillas sobre el suelo húmedo, helado y duro de piedra. Sirius le mira con los ojos entrecerrados a través de largas pestañas, parpadea lento, todo está lento y espeso como la melaza. La noche contiene el aliento y hace silencio.

O no. Remus siente el rugido de su sangre en los oídos y no escucha más nada. Sirius sonríe perezoso y lo deja ciego y sordo a todo lo demás.

Le baja el cierre y entierra la cara en los calzoncillos, está caliente y respira profundo. El olor le hace temblar, una lamida sobre la tela, agarra la cabeza con la boca, dos vueltas con la lengua y es Sirius el que tiembla.

Remus le aferra de las caderas y le baja el bóxer. Sirius vuelve a temblar y deja escapar una exclamación, la noche está fría y el viento corta pero Remus se lo mete en la boca y sigue estando caliente. Suspira. Agarra la base con la mano y con la punta de la lengua hace espirales en la cabeza.

Sirius se traga los sonidos y le tira del cabello. Remus sonríe y le deja ser. Deja que le sostenga la cabeza firmemente cómo quiere y dónde quiere y tan rápido como quiere.

Alcanzar a Sirius es cómo perseguir la sombra del viento. Lo está tocando, pero sostenerlo, tenerlo, es tan fácil como estimar la mano y cerrarla alrededor de una estrella. Nunca ha sido de nadie y nunca ni un solo día en su vida se ha dejado.

Sirius está constantemente ardiendo y Remus nunca se atrevería a apagarlo, pero siempre lo sostiene entre las manos. Al final del día, ya su cuerpo está cubierto de cicatrices, ¿qué es una más?

Lo está tocando, pero sostenerlo es tan fácil como estimar la mano y cerrarla alrededor de una estrella.