Título: Celda 528
Autor: Shameblack
Resumen: Semi AU. La celda 528 es la maldita de la prisión. Nadie sabe qué hay adentro y nadie se quiere enterar.
Parejas: Sasuke/Naruto
Género: Romance/Misterio/(¿?)
N/A: Es mi primer fanfic en este fandom y pues a decir verdad iba a ser un one-shot, pero creo que salió muy largo y lo tuve que dividir. Esta es la primera parte. Espero les guste:)
Celda 528
Parte I
— ¡La 215 está vacía, señor!—escuchó a través de las paredes que lo contenían. Ya habían formado un alboroto por una explosión ocasionada a la prisión, lamentablemente, su celda estaba intacta.
— ¡Notifica al Hokage!, ¡de aquí nada sale ni entra!—exclamó el superior de forma airada y algo desesperado.
Por su lado, el Uchiha se mantenía pasivo y calmo, como si nada estuviera pasando en ese justo momento, como si la prisión no tuviera un gran hueco de cinco metros y que más de diez reos habían desaparecido. No, para Sasuke Uchiha todo seguía siendo como antes: una mierda.
Ya comenzaba a ver el lado negativo de ser un gran criminal odiado por todos. La cárcel, en pocas palabras, apestaba. Era un infierno tan majestuosamente decente que llegaba a pasársele desapercibido, pero solo pocas veces.
Él bien sabía quién había sido el causante de la explosión, inclusive de todo el "plan maestro", pero no le interesaba, y no era como si le hubieran preguntado. En esos momentos solo era un espectador lejano y mudo que se alegraba viendo la desdicha ajena; sinceramente era algo gratificante ver las caras mortificadas de los guardias que iban de aquí a allá, diciendo y repitiendo órdenes que por los nervios no se cumplían. Y un ejemplo perfecto de que las personas bajo estrés o nervios son estúpidas era el simple hecho que la puerta de la habitación que contenía su celda estaba abierta, y le permitía ver lo que ocurría por los pasillos contiguos.
Se reía en su interior, los ninjas en verdad eran descuidados, bueno, solo a veces, o quizá estaban tan exaltados que mantenían la puerta abierta para echar un vistazo de vez en cuando y cerciorarse de que estaba en su celda, con todas esas cadenas a su alrededor y sin un mísero agujero por el cual escapar. Cualquiera de las opciones le proporcionaba ganancia, estar encerrado ahí sabrá Dios cuanto tiempo sin ver ninguna persona que no sea el que le da de comer era horrible; ver a diferente gente por esos momentos le ayudaba a salir adelante, siquiera por el siguiente mes.
— ¿Uchiha Sasuke?—preguntó un ninja hacía un guardia, que al instante le contestó que seguía en su celda. El hombre, robusto y con mala pinta, se acercó a la puerta de la habitación donde se encontraba la jaula personal del moreno, y lo miró prepotente.
El ninja intentó hacerle notar al asesino que solo era una rata malcriada que moriría en cuestión de días, y que sería tan desdichada como los trabajadores de la prisión pudieran hacerlo. Y todo eso se lo dejó claro cuando de un portazo cerró la pesada puerta de plomo para dar paso a un silencio sepulcral como compañía del joven criminal, quién anotaba una cara más en su lista de venganza.
Las paredes grises, las rejas negras y con sellos que le imposibilitaban hacer cualquier jutsu, junto con el ajetreo al que era ajeno, le hacían volverse un poco loco, y ni hablar de su amada amiga la soledad. Siquiera podía disfrutar del desorden que se estaba creando en el lugar, ¡ni bien oía los ruidos!, nada, solo un pequeño murmullo que pasaba silencioso a través de las paredes de su eterno sufrir, que juraba conspiraban para volverlo un maniático.
—Estúpidos humanos— se estaba quedando tan desquiciado, que designaba a las personas como humanos y a los criminales como algo perfectamente rechazado como para formar parte de la raza humana. Por su puesto él era "el dios encerrado de la jaula gris", pero ya se estaba haciendo una idea que de dios, no tenía nada. Por otra parte, tal vez esos insanos pensamientos le nacían por el hecho de estar un poco drogado con tanta pastilla que le hacían tomar todos los días, como parte de su "tortura". Su castigo ya había evolucionado a la fase "te queremos enfermar psicológica o físicamente, por lo cual haremos cosas que ni tú entenderás, pero ¡claro que sirven!, solo que eres demasiado estúpido para comprenderlo" y por eso lo intentaban castigar de diferentes maneras. La primera fue hacerlo extrañar la compañía de personas. Si bien eso no había funcionado como se esperaba, le afectó solo un poco, porque durante un tiempo ni el sonido de pasos se escuchó por su entorno, pero como era de esperarse, un Uchiha siempre sabía esconder sus deseos y reflejar otros, por lo cual el primer castigo fue clasificado como inútil. La segunda manera fue brindarle buena comida y luego de un tiempo reemplazarla por un asco de materia aparentemente muerta, que juraba en ocasiones se movía. Era lógico que añoraría la buena alimentación y no esa mierda que le servían, pero como todo buen asesino de una clasificación tan alta que ni se podía nombrar, lo podía sobrellevar, llevando su mente y sus sentidos a otro lado, reprimiendo los deseos de pedir algo decentemente tragable. La tercera manera de castigarlo era ésa: darle narcóticos para que se hiciera un adicto y luego retirárselos descaradamente, para que pidiera, no, rogara por más. Por supuesto no había funcionado aún, pero sabía que en algún momento caería en una dosis tan grande como placentera, que marcaría el fin de su camino fuera de las drogas y lo sumergiría en un mundo rosa con conejos verdes que le ofrecieran pastillas con ojitos y boca. Pero aún no llegaba ahí y mientras lo hacía se limitaba a intentar escuchar algo de lo que se parloteaba a unos cuantos metros de su celda, solo por entretenimiento.
—Encontramos dos prisioneros muertos a la entrada de la aldea, señor—escuchó a duras penas el misterioso homicida, que mantenía su cara serena y sus manos bien agarradas de la cama donde descansaba.
—Nombres—pidió otra voz, que al parecer era la misma que había preguntado momentos antes por él.
—No lo sabemos señor. Los cadáveres quedaron irreconocibles, les destrozaron la cara…—explicó con tono bajo el primer ninja.
Le hubiera gustado ver como habían terminado los cuerpos de esos malolientes bichos de laboratorio, pero por obvias razones no podría cumplir su deseo. Los pasos alejándose de su puerta le sacaron de sus cavilaciones y le obligaron a regresar a la realidad, su celda.
La celda en la cual estaba metido era algo así como la antisocial de toda la prisión. Sabía que se habían creado rumores respecto a ella: que habitaba un fantasma, que el reo que estaba ahí era un maniático come ojos, que se aparecían sombras, que se escuchaban cosas, que si entrabas sin tocar llegaba un monstruo y te violaba (en verdad, había escuchado esa de unos guardias del turno de la noche) y un sin fin de rumores más, y todo eso se debía a que nadie sabía, a excepción de unos cuantos ninjas, que el dueño de esa maloliente y macabra celda era el último de los Uchihas, peligroso criminal y asesino, maestro de la noche y el responsable del asesinato de muchas personas. Era por ello que prácticamente nadie se pasaba por ahí, rondaran personas cerca o no. Les daba miedo, y sabía que esa había sido una táctica del castigo numero uno: soledad. Pero para su molestia, aquella "costumbre" se había quedado, y ya hasta juraban que la celda 528 estaba maldita.
Pero con aquello venía su pregunta: si todos en la aldea sabían que él estaba encerrado, ¿cómo no se les ocurría que él era el que estaba en la mazmorra 528? Es decir, quedaba acorde a lo que todos querían para él, algo maloliente, oscuro, frío y solitario, ¡¿cómo no se les podía pasar por la cabeza? Pero en fin, el seguiría con la teoría de que los humanos eran idiotas por naturaleza, y si no lo eran, serían eliminados en poco. El universo demandaba solemnemente que las personas fueran imbéciles, para que así no amenazaran mortalmente el suelo que pisaban, pero de una u otra forma, ése fenómeno aún se daba, y todo a causa de la estupidez masiva.
— ¿Qué qué?—preguntó por enésima vez el crío que seguía sin dar cabida a lo que había escuchado.
—Lo que te dije, no te acerques a la 528 porque esta maldita—repitió tranquilo el guardia, que se mordía los labios para no carcajearse.
—Y no por cualquier espectro, no. Está maldita por un espíritu chocarrero—secundó el otro guardia que miraba con los ojos bien abiertos al joven rubio.
— ¡Escuché que esos son de los peores!—le dijo el primer guardia a su compañero, siguiéndole el juego—. ¿Tú los conoces, verdad Naruto?
—O ¿eres un ignorante?—le acompaño el otro adulto, que se acercaba lentamente el menor.
—Y-yo… ¡Por supuesto que sé que es un espíritu chorrenero…
—Chocarrero
— ¡Eso es lo que dije!—terció molesto el joven que adquiría una pose seria.
—Entonces si sabes lo que es, no te acerques—finalizó el guardia de pelo oscuro, sonriendo de forma siniestra, provocando en el de orbes celestes uno que otro escalofrío.
Naruto, observo cómo se alejaban los ninjas, que despreocupados dejaban su puesto en la entrada que daba al pasillo más misterioso de la cárcel: el pasillo de las mazmorras 500A, el cual se decía terminaba con la puerta que conducía a la celda 528, o la maldita.
Ciertamente que ya había dejado de creer en fantasmas y todas esas cosas, pero aquel sitio le daba una muy mala espina, le hacía temblar a temperaturas de treinta grados, y tener escalofríos sin una pizca de frío. Lo hacía querer salir corriendo, pero sin poder lograrlo porque sus pies no reaccionaban. Ése era el pasillo 500A, el más terrorífico de toda la prisión de Konoha, y vaya que él conocía muchos, pero ninguno comparado con aquel.
Su padre trabajaba para el Hokage, era algo así como la mano derecha del gobernante, y una persona muy importante según su madre; y sabía -ya que era un secreto a voces por toda la aldea, como algo completamente certero- que su progenitor sería el siguiente gobernante de la Aldea Oculta de la Hoja. Por lo cual el pequeño vástago de Minato tenía algo así como la pequeña libertad de pasearse por la cárcel, porque al niño le gustaba. Era algo extraño, pero le agradaba pasar sus tardes en la prisión, hablando con los reos, o calmando conmociones, le tranquilizaba. Además no le molestaba en absoluto platicar con unos cuantos criminales, hasta había algunos que eran agradables. Y de una forma u otra había llegado a ganarse su propia fama entre los encarcelados y guardias, al igual que había asignado una breve definición para cada pasillo privado que se encontraba en la prisión, ya que por todo el rato que se la pasaba ahí conocía de una manera muy adecuada el lugar.
Y por el momento el pasillo 500A tenía la descripción de "Prohibido por estar maldito", aunque solo fuera una celda, ésta afectaba a todo el corredor. El 400B era el pasillo de los Kamikaze, que habían tenido la suerte de sobrevivir a su misión suicida por "mejorar el mundo". El corredor 300A era uno de los más peligrosos al cual no le gustaba acercarse: el de las mujeres. Increíblemente había pocas mujeres asesinas, o criminales, pero desafortunadamente las que existían eran peligrosas en potencia. Recordaba cómo una vez terminó en una fatídica situación de él forcejeando por su libertad contra una mujer que no pasaba los 30 kilos y solo porque había tratado de ser amable. Luego, cuando fue a dejarle la comida a una muchacha de diecisiete años -encarcelada por asesinato múltiple- ésta casi le mataba, y de paso le cortaba una oreja. Gracias a los cielos había doctores cerca y le atendieron de inmediato, y fue ahí que decidió no volver a ese pasillo, además de que las uñas si pueden cortar. Luego escuchó el rumor de que habían llevado a la prisionera de la 311A por cuarta vez a la silla eléctrica, y confirmó el hecho de que no pisaría de nuevo ese lugar.
El corredor 600H era el de los locos. Ése en especial le agradaba, era divertido mantener conversaciones con los reos que ahí yacían, porque podías llevarte muchas sorpresas. Llevaba comida a todo ese pasillo, de alguna manera se había hecho "amigo" de los locos de la prisión. El pasaje 700B era el segundo más peligroso, ya que en éste se mantenían los menores de dieciséis años – a excepción de unas cuantas adolescentes que cambiaron hacía el pasillo 300A- y nunca le agradó visitarlo. La primera vez que lo hizo casi le sacan un ojo con un palillo, la segunda vez realizó una nada sana plática con un niño de doce años que asesinó a sangre fría a toda su familia con un palo de escoba, y nadie sabía el porqué. Por esas y unas razones menores, ya no se acercaba a las mazmorras de los niños.
Pero la que nunca había visitado era la celda 528, y honestamente le atraía sobremanera, situación no inusual en el, pero que aún así existía. Se imaginaba a una niña fantasmal, con una bata de hospital blanca y sus manos cortadas, o quizá un hombre sin cabeza gritando "¡Largo de aquí! ¡Fuera!" e inclusive se imagino un perro de siete cabezas, todas con sangre en su hocico. Sin embargo, no se atrevía, porque bien sabía que pocos eran los que vigilaban esa zona, por lo cual el miedo de que nadie lo escuchara si lo lastimaban era mayor.
—Pero que estoy pensando, ¡soy un ninja y no le temo a nada!—dijo entusiasta el joven rubio que mantenía un puño en el aire, tratando de darse el valor de abrir la puerta y pasar. Mas, al notar su soledad en el túnel decidió marchar despistadamente, o correr, daba igual, hacía la salida más cercana, pidiendo interiormente por compañía humana. Ya después cumpliría la meta de descubrir la verdad de la celda 528, pero por ahora huiría cual cobarde de clóset.
Ahí estaba de nuevo, el asco de comida que lo obligaban a ingerir al igual que sus medicamentos personales –para el fin de hacerlo un adicto- pero bien ya ni le importaba.
Miraba, como quien no está, el lugar que lo encerraba, que lo contenía y lo volvía cada día un poco más zafado de lo que ya podía estar. Pero cuando comenzaba a atar cabos, era poco para lo que se merecía. Sí, sería todo un loco, un maldito y un asesino, pero bien sabía que es lo que le tocaba, y sinceramente lo que tenía era casi como una suite de un hotel de cinco diamantes acorde a lo que debía de poseer.
—Espero que te agrade la comida, Uchiha— aquel exasperante hombre de hebras castañas era el único desgraciado que se atrevía a hablarle de esa forma. Y por encima escupirle en la comida, puesto que con todo y los sellos y cadenas que lo aprisionaban, los pocos guardias que sabían de su estadía en aquella celda le respetaban lo suficiente como para guardarse sus malditos insultos inútiles y sentenciadores de unas cuantas noches en vela. Bien que había sellos que le impedían utilizar jutsus poderosos, pero él era un prodigio, y podía romper uno que otro, para causar siquiera una pésima semana. Y prueba de ello era el joven guardia de orbes oscuros que por tentar a su suerte había caído en un estado catatónico a causa, sin evidencias, del moreno criminal.
Sin embargo, el orgulloso asesino de cuerpo de ensueño se mantuvo calmo y siquiera le dirigió la mirada al otro. Esa era un táctica un poco extraña para su ser, pero que le funcionaba, pues sabía que al no caer a las tentaciones de los guardias, éstos terminaban más molestos que el mismo azabache.
Cuando el hombre se hubo ido, la pronta soledad asaltó como un ladrón sin descaro en una virgen noche de invierno al desdichado asesino, que con cara de pocos amigos miraba entre sí o no acercarse a la bandeja mal parada que se mostraba ante él. La primera idea era rechazar el intento de comida que le brindaban, pero necesitaba comer si no quería morir lentamente, pues sabía que era posible que esa situación sucediera en un futuro, por lo que la prefería evitar.
Cuando pudo a duras penas alcanzar con su mano derecha la fría bandeja de comida, su estómago se revolvió, incitándole a pensar mejor en otras cosas y no en una deliciosa carne que solo habitaba en su memoria, lejana y profunda al igual que una cómoda cama. Se había prometido no torturarse con recuerdos que su malvada mente sacaba a relucir en momentos de fortaleza como aquellos, para hacer la osadía que era su vida un poco más llevadera. Pronto ya descansaría, pues si bien era de las personas que no creían en otra vida, o en un cielo, como por igual creía una mentira que debajo de él existiera la pesadilla de cualquier alma pecadora frente a la guillotina, también conocida como infierno. El solo pensaba que después de morir llegabas a un limbo donde todo se olvidaba y ya, no había ni un adelante ni un atrás, ni derecha o izquierda, o blanco y negro, solo un limbo solitario que todos conocen pero nadie puede definir. Era esa la razón por la que no temblaba o suplicaba por su vida, ya no tenía nada por qué luchar, y el temor de encontrarse en la otra vida con una tortura era inexistente, casi al igual que su apellido, pero eso solo duraría unos días más.
Al voltear su rostro a la puerta de la celda y luego vislumbrar atrás de la misma la entrada a la habitación notó qué tan sólo se podía estar y cuánto sufrir. Ni el viento se pasaba por ahí, quizá porque también era un miedoso, o porque le menospreciaba con cada caricia que no le propiciaba y era la forma de hacérselo saber; cualquiera que fuera el caso, el único perjudicado era él y su pobre mente que ya comenzaba a desfallecer.
Debía de armarse de valor si se proponía a ejecutar el plan tan perfectamente marcado en su cabeza que hacía días que maquilo con completa convicción, sin embargo, hacerlo era más difícil que pensarlo.
La puerta que conducía al pasillo 500A era tan fría y pesada como se la imagino. Al mover el pesado plomo escuchó un chirrido estridente que solo acentuaba el temor naciente en el pobre niñato que se mordía los labios para no gritar y salir corriendo. Pensó que el ver a los demás convictos del pasillo le haría sentir más valentía para abrir con la llave, que llevaba celosamente guardada en su pantalón, la tétrica celda 528; sin embargo su meta se vio frustrada al no encontrar una sola presencia humana a parte de la suya. Ni un solo reo en ninguno de los mugrosos calabozos que oscuros se encontraban en el corredor. Pudo ver una rata corriendo, pero eso solo le causó pensar que hasta los bichos y alimañas estaban tan asustadas que huían del encuentro con la maldita mazmorra que era la que se mostraba al final del pasillo, siendo alumbrada únicamente por un pobre foco que tintineaba cada dos por tres.
—No es hora de temblar—se dijo, vagamente por contener sus nervios y obligar a sus pies a dar pasos hacía enfrente y no de reversa—. Es sólo una puerta, nada más—quiso exteriorizar el rubio, que con cada sonido provocado por una fuente ajena a él abría los ojos y subía la guardia. Se repitió mentalmente que los fantasmas no existían, pero ya comenzaba a dudarle.
Con su cuchillo bien afirmado bajo su mano, y la perfecta sintonía de sus cinco sentidos se aventuró a recorrer más de dos metros, estando a un cuarto de la mitad del recorrido. Mira que los pasillos fueran tan grandes no era su culpa, y que dieran miedo y horror tampoco.
El pusilánime muchacho se mantenía esquivo hacia el ambiente que se comenzaba a cernir sobre su audaz cuerpo lleno de suspiros ahogados por su boca fuertemente cerrada.
Las manos le temblaban y eso solo lo podía poner más molesto, claro que sin llegar a sobrepasar el miedo que sentía en cada poro de su piel. Junto ambas manos, con cuidado ya que en una de ellas tenía bien afianzado el cuchillo, y se dijo que las obligara a parar. Se ordenó que no moviera un solo músculo más hasta que sus bailarinas manos se detuvieran.
Luego de exactamente veintisiete segundos, sus –ahora- pálidas manos respondieron a su orden mental, y pudo darse el derecho de caminar cinco centímetros más antes de parar abruptamente y mirar a todos lados.
—Pero si aquí no hay nada—rió por lo bajo para intentar darse ánimos, pero como que no funcionaba—. Es solo un tonto pasillo, nada va a pasar.
Antes de dar otro paso se escuchó un terrible chirrido, a causa de una tubería que corría por encima del pasillo.
Luego de saber la causa de aquel temible sonido, Naruto se permitió suspirar aliviado y dar unos pasos más confiado que antes.
Llegó a la mitad del pasillo y se felicitó por su gran esfuerzo; empero al voltear sus ojos en dirección de la puerta que contenía la leyenda "528" su cuerpo se paralizó. Sus manos, antes calmadas, se volvieron indomables hasta el punto de tirar el cuchillo que asía con fuerza, provocando que el ruido del metal chocar contra el suelo lo asustara aún más, pero a causa del poderoso miedo que lo estaba carcomiendo no moviera ni un solo músculo.
Una sombra, algo deforme, se encontraba tranquilamente sobre la puerta de la última y única habitación del pasillo 500A. Naruto juró que lo estaba viendo, y estaba pensando en cómo lo comería para la cena. Luego la pregunta, temblorosa y estúpida, de que si los espectros cenaban se apoderó de su mente y logró prevenir aquel temblor corporal.
No gritó, tampoco se movió, pero logro mirar en todas direcciones para cerciorarse que aquella cosa que se mantenía en la entrada de la celda 528 no era producto de nada más. No fue hasta que el sonido de una rata chillar y correr, junto con el propio movimiento de la sombra, que suspiró aliviado.
Volteó su cabeza hacia atrás, y ahí, en un rincón notó un espejo quebrado, que con la poca pero existente luz de los focos que había en el corredor llegaba a proyectar iluminación y a causa del cuerpo de la rata se viera una sombra en la puerta.
—Pero qué tonto—se dijo el rubio, luego de golpear débilmente la palma de su mano en su frente—. ¡Solo era una estúpida rata!—sí, lo era, pero a causa del terror y su aún inmadura mente de trece años todo lo vio como la horrible escena de su muerte a manos de una sombra del infierno.
Levantó su cuchillo del suelo y lo vio con el ceño fruncido. "Más miedo hay que tenerle a los vivos que a los muertos" recordó la frase de su abuelo Jiraiya, viejo que ahora deseaba recordar para darse coraje. El hombre no era más que un ninja "retirado" –como le gustaba referirse el viejo asimismo-, pero que de retirado no tenía nada. Se la pasaba de arriba para abajo, le gustaba seguir yendo a pequeñas misiones y gozaba de sacar a relucir sus encantos con las mujeres (si por encantos se podía referir a fetiches mal escatimados y vergonzosas escenas provocadas por su insistente mente necesitada de gozo). Sin embargo, con toda su perversión e inútiles intentos de seducción, el viejo era lo que se llamaba "hombre chapado a la antigua", algo que el mismo señor solía definir como "hombre bien hombre, nada de mariconerías". Por lo tanto, en el código de honor de su abuelo, el miedo estaba muy lejos, algo inexistente. Él siendo el hijo de la mano derecha del Hokage (y probablemente futuro gobernante) y nieto del pervertido viejo Jiraiya, no se podía dar el lujo de ser cobarde…bueno, solo en privado, como ahora.
Agitó la cabeza para sacar esos pensamientos de su mente. Pensó que al convocar en su cerebro a su abuelo el miedo se iría y hasta la vergüenza ajena tomaría lugar (no por nada guardaba celosamente en su mente todas las veces que al anciano lo cacharon haciendo cosas indebidas), pero incluso el miedo había sido más poderoso que el humillante recuerdo de cuando a Jiraiya lo sacó la policía de las aguas termales femeninas. "Juro que ahí decía mixtas" alegó el hombre hasta la muerte, siendo esta el llevarlo frente a su hijo a saldar cuentas.
—Pero qué vergüenza—dijo por lo bajo Naruto que ya se había calmado un poco. Al parecer el recordar las mil y un escenas nada favorables de su abuelo para tener un poco de su "preciado tesoro de virilidad" –como prefería llamarlas el viejo, ya que la palabra erótico era aún muy malinterpretada-, lo habían logrado sacar de su estado de pánico-excesivo-convulsivo-irracional. Empero como todo lo que sube tiene que bajar, y a decir verdad ahora Naruto estaba en más bajadas que subidas, otro leve y monótono ruido del pasillo le erizó el cabello y los vellos de todo su cuerpo, se frenó de golpe y apretó en su mano el cuchillo bien afilado que momentos antes había dejado caer.
Por un instante la necesidad de preguntar quién estaba ahí se apoderó de su mente, pero ante la idea de que obtuviera una respuesta parecida a El espíritu demoniaco que se chupará tu alma, las ganas se esfumaron tan rápido como vinieron. Además, ¿qué imbécil le respondería?
—…elero…—como un grito lejano, aquel sonido se hizo presente en el lugar. Naruto se quedó de piedra, tratando de convencerse que aquello solo había sido su imaginación. Sin embargo, cuando volvió a escuchar aquel eco lejano y tenebroso la idea de que sólo era su cabeza comenzó a marchar derechito a la salida, para permitir que el niñato se cagara del miedo e intentara aguantar sus inminentes ganas de llorar.
—¡No seas maricón!, los hombres bien hombres no lloran—se dijo asimismo, pero la lastimera letanía que estaba haciendo eco en el pasillo le enseñó que quizá los hombres muy hombres no lloraban, pero sí que se cagaban del susto.
—…lero…—un susurró que quizá el viento se llevaría, si sólo hubiera una mísera brisa. La voz, que se oía triste y cansada le astillo los huesos y se metió en su mente, atormentándolo.
No se movió de su lugar, al contrario, se afianzó en el mismo diciéndose que cualquiera que fuera la cosa maldita del infierno que venía por su alma, llegará hasta él, se postrara en frente y le chupara lo que le fuera a chupar –no pudo evitar pensar en su maldito abuelo Jiraiya con sus dobles sentidos a la hora de seducir-, pero que en ese caso, la succión no tenía nada de "viril" (porque el maldito ya lo había acostumbrado a no decir erótico).
El sonido cesó y el niño pidió al cielo, a los dioses, a los vagabundos y las criaturas de sexo dudoso que todo hubiera sido su infantil imaginación.
Pasaron seis segundos en los que ni las ratas se movieron o se provocó el sonido del foco al prenderse y apagarse. Todo sumido en una tétrica y maldita paz que solo lograba desquiciar al mocoso. Podía escuchar sus latidos, su respiración y hasta los malditos pensamientos de las alimañas que ahí vivían. Pero siempre estuvo en su mente la petición de no morir a manos (o garras, quién sabe) de algún espíritu maldito del averno que comería su alma con salsa de tomate y cebolla. Todo eso en unos míseros pero tortuosos seis segundos que para Naruto parecieron horas, hasta que aquel berrido infernal rompió todo lo que el rubio intentó controlar: su control, su miedo y las ganas de zurrarse.
—…celero!—fue un gritó de odio, enojo, ira, desesperación y la mismísima muerte. Naruto se vio dándose órdenes mentales de mover su cobarde trasero hasta la salida del pasillo, pero ni sus miedosos pies o sus piernas se quisieron mover. Las muy malditas pensaban que si se hacían las inmóviles quizá la criatura maldita del demonio pensaría que era solo una escultura; pero sus gallinas extremidades no se percataron que una escultura no puede defecar.
—…arcelero!— pareció un rugido, que provenía del interior de la celda 528, la celda maldita, a la que todos temen, la que estaba a unos cuantos metros del rubio.
El ambiente se había hecho tenso y le costaba respirar, pero no se movía, no gritaba y las lagrimas ya no sabía si las había derramado o no. Estaba asustado hasta la cola, y ahí mismo sentía aquel peso que denotaba su cobardía extremista. Se hubiera quejado de lo antihigiénico que eso era, y lo marica que seguramente se catalogaría ante su abuelo, pero el miedo era tan profundo que todo eso paso a un segundo plano, dándole poca importancia, llenando su cabeza de los alaridos de ira que se emitían desde el interior de la celda.
"Ya me chingué" fue lo que pensaba el ninja, mientras tragaba con fuerza y hacía un gran esfuerzo –gigantesco- por moverse, aunque no logró nada. Los gritos no cesaban, cada vez mas enfurecidos, y repitiendo esa misma palabra que Naruto no pudo concretar, sin embargo, aunado a los temibles alaridos se encontraban unos golpes, de algo pesado; todo proviniendo de la maldita celda 528.
El rubio comenzó a pensar en su familia y comenzó a redactar mentalmente su testamento, pero se regaño por imbécil porque no contaba con algo que heredar. Esperó a ver pasar ante sus ojos toda su vida (que la verdad no era muy larga), pero el momento no llegó. Siempre había escuchado que los mejores momentos que habías tenido a lo largo de los años se reproducían como flashes ante tus ojos, para luego partir al otro mundo, pero los malditos flashes no llegaban. Siguió esperando, con los rugidos y golpes de fondo, y sin embargo nada, todo estaba en su lugar. Veía la entrada a la celda 528, el foco tintineante que prendía y apagaba, las ratas inmóviles y comenzando a chillar, la nula ventilación, pero su patética vida no desfilaba ante sus ojos.
Se molestó, él deseaba ver su vida antes de morir, recordar sus primeros pasos y cuando llamo por vez primera a su padre. Cuando ignoró a su abuelo en uno de los viajes que hacían juntos porque la seguridad del hotel lo había detenido por andar acosando a un par de jovencitas. Cuando caminó desnudo por todo el cuarto de la amiga de su madre, mientras un perro del tamaño de un pony lo perseguía; cuando vio morir a su pequeño gatito Flaunder; cuando se despidió de su madre el primer día de la Academia; cuando vio por primera vez a Sakura y quedó embobado con tanta belleza (y aquella gran frente que parecía tener un letrero de "Mírenme"), cuando se sintió feliz en toda su corta vida. ¡Él quería verlos pasar, con sonido surround y efectos especiales! Pero los muy malditos no se presentaban.
Entonces, entre el griterío histérico y los chillidos de las ratas, Naruto comprendió (o más bien, dedujo por sí mismo) que aquel instante no era el último de su vida, que aún podía respirar y –con gran esfuerzo- moverse para vivir un poco más. Si su destino hubiera sido morir en manos de un malvado espectro maléfico del averno ya hubiera sucedido. Sin embargo, aquello no ayudo a pensar positivamente sobre "aquellito" que estaba en la parte baja de sus pantalones a la altura de su trasero. "Ay, no…" se dijo al mover una pierna y sentir aquella masa maloliente blandirse junto con sus pasos. "Ay, no, no, no…" se siguió diciendo mientras avanzaba hasta casi topar con la puerta de metal de la entrada de la celda 528. Estaba parado justamente debajo del maltrecho foco, que no se decidía si prendido o apagado y la cosa ya no se le hizo tan horrible. Los gritos ahí seguían, ¡si señor!, y también aquellos extraños golpes, pero ya no temía. Pensó que moriría cuando debiera de, y no podría evitarlo.
Metió con cuidado su mano en el bolsillo de su pantalón y sustrajo con cautela la llave oxidada que abría aquel pedazo de metal para dar paso al interior de la mazmorra.
Tragó saliva y sacudió su cabeza, intentando no sacudir otra cosa, porque por cualquier movimiento –por más insignificante que fuese- su bolita de amor se movía estrepitosamente. El olor comenzó a llegarle a la nariz y se dijo que si sería mejor irse y luego regresar. "¿Pero si no vuelvo a tener la oportunidad?" no podía desperdiciarla, ni siquiera con aquel montón de desperdicio y producto del susto en sus pantalones.
Frunció el ceño –para darse valor- y se dijo que no habría otro día. Si moriría sucio y lleno de mierda, ¡pues no le podía hacer otra cosa! Así que con decisión y firmeza introdujo de un jalón la llave en el cerrojo y la giró para abrir el objeto. Al momento un grave "crack" y el silencio se hicieron presentes. Ya no había gritos ni golpes, todo estaba sumido en la desquiciante tranquilidad. Se dio valor y empujó la puerta –que estaba más pesada de lo que imaginó- y comenzó a ver el interior del lugar.
Era gris, opaco y sucio y ahí la temperatura estaba mucho más fría de lo normal. A unos dos metros de la puerta se encontraba una reja, negra y algo oxidada. En los barrotes de la misma se encontraban pegados varios sellos, que probablemente eran complementos a complicados jutsus para prohibir la abertura y salida del inquilino del lugar.
Naruto tenía el corazón en vilo, esperando ver a un fantasma sin cabeza, o algún demonio con picudas garras, pero lo que vio lo dejo aún más helado.
En una de las esquinas de la habitación se encontraba un bulto, envuelto en cadenas y que estaba recargado en el rincón. Era un hombre, de cabellos oscuros –al parecer- pero le resultaba difícil decir si tenía la piel oscura o acaramelada, debido a la mugre que cubría su rostro. Sin embargo, lo que provocó aquellos escalofríos en el muchacho no fue el cabello, o la horrible hediondez del sujeto, sino sus ojos. Ojos rojos y mortíferos, que lo miraban con odio, lo desmantelaban y escrutaban cada parte de su ser. Se sintió desnudo y pequeño, indefenso y temeroso, aún más que cuando estaba en el pasillo.
No se movió, y tampoco transfiguró su cara en una de miedo real y palpable, solo abrió un poco los ojos, pero nada más. Quiso dar un paso, pero no lo hizo, en su lugar, se quedo de piedra ante la fría y malévola mirada de aquel sujeto, que lo recorría de arriba abajo, hasta que sucedió algo que Naruto creyó imposible.
—Tú no eres el carcelero.
Tenía frío –como de costumbre- pero hoy en particular tenía hambre, bastante hambre. No le habían dado ni unas míseras migajas desde hacía una semana. Su cuerpo pedía por algo que le diera las energías para seguir viviendo, y morir de hambre no era algo que deseara hacer.
Aunque la puerta de plomo que cerraba fuertemente la habitación que contenía su celda lo aislaba de los sonidos, luego de unos segundos pudo detectar la presencia de alguien más en el corredor.
"El carcelero" se dijo prontamente el Uchiha, que moría de hambre. El carcelero era el único maldito que lo veía, le traía de comer y se iba. No se intercambiaban palabras –a lo sumo, eran escuetos monosílabos o insultos- y si hablaban era solo para manifestar el odio que ambos se tenían.
Suspiró y se calmó a saber que dentro de algún momento el maldito hijo de perra aparecería con una bandeja de comida putrefacta -pero comida- que le serviría de sustento al vil criminal. Sin embargo, pasaron los minutos y nadie aparecía con su comida, o siquiera abría la puerta. Pensó que quizá fuera otra persona que viniera por alguna otra cosa pero se regañó asimismo. Nadie venía al pasillo 500A por una bonita excursión, inclusive eludían el corredor, debido a que temían de las estúpidas leyendas que corrían alrededor de su celda. "Imbéciles" se dijo el muchacho, que recargó su cabeza en la pared que tenía detrás. El hombre aún no se dignaba a llegar hasta su celda a darle de comer, al contrario, parecía regodearse en presumir de su presencia en el pasillo pero sin darle la preciada fuente de energía que Sasuke necesitaba.
—Hijo de perra—murmuró entre dientes el malhumorado muchacho, que miro desdeñoso la puerta de su celda. Podía sentirlo, casi verlo y el ingrato no se aparecía por allí. La desesperación sólo iba en aumento.
Esperó un poco más, pero su paciencia –que en realidad es casi nula- llegó a su tope, colmando de una terrible irritación al Uchiha. Comenzó a llamar al carcelero, pero al parecer, ni con eso el otro se daba por aludido.
Se enfureció aún más.
Después de que el muy imbécil se anduviera paseando frente sus narices –casi-, se hacía el desentendido y pretendía que no lo escuchó. Aquel bastardo bueno para nada tenía uno de los mejores oídos que alguna vez pudo apreciar, y solo debía de decir un susurro para que el hombre pudiera oír. Ahora que su murmullo había salido más fuerte de lo acostumbrado el maldito no venía.
—Imbécil—masculló con ira en su boca, tratando de morder las palabras que salían de entre sus labios.
Lo llamó de nuevo.
Y de nuevo.
Y otra vez.
Perdió el sentido de cuántas veces y cómo lo había llamado, hasta la agonía de gritar con todo su odio e ira.
"¡Carcelero!" gritaba con furia creciente, pero el otro no venía. Comenzó a golpear su hombro contra una de las paredes, provocando un ruido que bien sabía a su guardia no le gustaba, pero el maldito no venía. Siguió gritando mientras se golpeaba contra la pared, pero la puerta seguía tan intacta como hacía horas. Se estaba volviendo loco de hambre y de enojo y el maldito ninja no acudía a darle aquel intento de alimento con su gargajo en medio.
—¡Carcelero!—gritó enfadado, golpeando con ahínco una de las cuatro paredes de su celda, hasta que escuchó el sonido del cerrojo al hacer girar la llave.
Dejó de gritar y de golpearse contra la pared. ¡Al fin! Podía sentir la presencia de aquel gusano maloliente detrás del metal de la puerta. Podía saborearlo. Lo mataría, ¡a esa cucaracha la mataba!, nada más faltaba que el idiota le hiciera gritar por comida, cuando era su deber alimentarlo, mal quizá, pero alimentarlo.
Estaba expectante, con su Sharingan activado, mirando con fijación el lugar que dentro de algunos segundos sería llenado con el cuerpo del infeliz del Carcelero.
La puerta se abrió con extrema lentitud, y solo una pequeña parte, él a su vez se recargó en el rincón de aquel maldito lugar, esperando, como un león a su presa, mientras el cuerpo del maldito se asomaba por el resquicio de la puerta. Sin embargo, cuál fue su sorpresa al corroborar que aquella cosa que estaba abriéndose paso hacia su celda no era su carcelero, ni siquiera era un hombre, sino nada más y nada menos que un mocoso. Al parecer, luego de un análisis, el niñato entró un poco y quedó en contacto visual con él.
Sasuke lo pudo apreciar casi con detenimiento. Era algo bajito para un niño de su edad (no le calculaba más de 13, quizá y con mucho esfuerzo 14 años), tenía el pelo rubio y unos ojos azules grandes y resplandecientes, llenos de miedo y algo así como adrenalina. Su piel era tostada y en sus manos llevaba la llave de la puerta y un kunai. Se miraron durante segundos, quizá minutos pero el criminal ya había perdido el sentido del tiempo, solo se guiaba por la luz que un pequeño resquicio de la habitación le proporcionaba. Sin embargo, no le parecieron largos, sino, extremadamente cortos. Lo miraba con odio, escrutándolo de arriba abajo, viendo por cada orificio, por cada centímetro que se le ponía enfrente. Aquellos ojos azules estaban empapados en miedo y sorpresa, pero jamás se retiraron. Fue entonces que se decidió por terminar con aquel silencio que parecía volverlos locos a ambos.
—Tú no eres mi carcelero.
Sentenció con su voz ronca y enfadada, logrando que el niño abriera más los ojos, pero que no los apartara de los suyos o moviera un solo músculo.
—No, no lo soy.
Le respondió a su vez el rubial, que aspiraba gran cantidad de aire y luego la soltaba, en un claro signo para intentar calmarse. Estaba nervioso y eso solo ponía más eufórico al Uchiha.
El asesino quitó por fin sus ojos de los del chico, deseando gritarle mil y un cosas, pero pensó que si lo hacía lo más probable es que se quedara solo y sin comer. La soledad ya la había aguantado por mucho tiempo, era su fiel compañera, pero la comida era algo de lo que no podía prescindir.
—Niño—lo llamó con aquella rudeza característica de su voz, logrando que Naruto volviera a hacer contacto visual con el criminal y sus llamativos ojos rojos—, ¿traes mi comida?
El genin abrió los ojos extrañado y un tanto sorprendido. No pensaba que aquel hombre quisiera comida, ya que momentos atrás supuso que lo deseaba asesinar.
Sin embargo, siguió buscando con la mirada algún resquicio en la habitación. Si a aquel pobre hombre no le habían dado de comer aún, era por descuidados, razón por la cual siempre en una celda (y más de ese tipo) se guardaba una pequeña reserva que se daba al reo en situaciones como esa.
—¿Desde hace cuánto que no te dan de comer? —al Uchiha casi le pareció que el muchacho ya no presentaba ese miedo, ni siquiera lo notaba en sus ojos, que ahora chispeaban una pasión extraña, llena de ansiedad y emoción. Se quedó viendo a los ojos del rubio hasta que miró hacia el techo y comenzó a pensar en sus comidas.
—Más de una semana—regresó su vista a la del chico y este abrió los ojos sorprendido y luego frunció su cejo, como si estuviera enojado.
—¿No sabes dónde guardan aquí el compartimiento con las reservas?
—Supongo que es aquel bloc —apuntó con su cabeza una piedra de la pared—. Esta hueca, así que creo que lo más probable es que estén ahí.
Naruto asintió y con pasos apresurados intentó dirigirse al lugar. Al instante se petrificó y decidió caminar despacio y sin prisas, recordando entonces aquel bultito en su trasero. Llegó hasta el ladrillo y se guardo la llave de la celda en el bolsillo del pantalón, para después con el kunai lograr sacar el bloc mencionado. En efecto estaba hueco, y adentro se encontraba una pequeña reserva de comida que constaba en un lonche que parecía podrido y una manzana con hongos. Hizo un gesto de asco y sacó la charola de su escondite y la miró con recelo. Aquello era un asco, pero supuso que por ese momento era lo más que podía pedir aquel reo.
Caminó con cuidado hasta la reja, y luego buscó con la mirada el espacio en ésta para poder pasar la comida. En ciertas rejas había un pequeño cuadrado con barrotes que se encontraba sostenido por un soporte, para luego poder bajarlo y pasar por el espacio las bandejas de comida. Así lo hizo, y logró pasar al otro lado la bandeja. Miró hacía el joven y éste lo miraba con intensidad, aún desde el rincón de la celda. Fue hasta ese momento que Naruto realizó que el muchacho tenía cadenas enrollándole el cuerpo, amarrándolo con fuerza.
—No sé cómo quitarte las cadenas—informó el genin, que tragó un poco de saliva pastosa.
—Me lo imagine—respondió a su vez el criminal, aún recargado en la pared, mientras entrecerraba los ojos, como si estuviera resignado.
No era propio del rubio llegar a tenerle confianza a alguien, y mucho menos una persona encarcelada, pero le pareció tan triste que el hombre no pudiera comer que se decidió a hacerlo.
Intentó darse valor, ahora no porque fuera un demonio en busca de su alma, si no un asesino peligroso que pudiera matarlo. Se dijo que si estuviera en la situación del otro le gustaría que alguien se ofreciera a hacer lo que él estaba dispuesto. "Ayuda al prójimo" se cantó mentalmente, para animarse a hacerlo.
—Oye—habló con tono bajo y alto titubeante. Volvieron a tener contacto visual, pero ahora llegó a removerle hasta las entrañas—, no puedo quitarte las cadenas, pero… ehm… si no te molesta…
—¿Qué? —le espetó malhumorado el de cabello oscuro, con un leve toque de enojo en su tono.
Naruto frunció el entrecejo al escuchar la forma en que el otro le hablaba. ¡Y el que iba a hacerla de buen samaritano!, pero se repitió que a él le gustaría que alguien se ofreciera a hacerlo, que lo ayudaran…
—Pensaba ser una buena persona y darte de comer, pero no creo que quieras—le gruñó enfadado por igual, sintiendo aquellos ojos rojos y profundos como dos cuchillos sobre su pecho.
—¿Qué te hacía pensar que necesito de tu ayuda? —la preponderancia, la forma grotesca y grosera de decirlo y la mirada que emitía el reo provocaron en el rubio una ira que pocas veces sentía. El simplemente quiso ayudar a un imbécil muerto de hambre, pues bien, que se muriera de hambre.
—Que estés todo atado y no hayas comido en una semana—sus ojos azules miraban con enfado al otro, que tenía la cara de muy, pero muy poco amigos encima –si no es que la de antisocial- del rostro.
Naruto se movió del lugar y estaba dispuesto a irse, hasta que un pinchazo en su conciencia lo detuvo. Estaba a pocos centímetros de alcanzar la puerta hasta que algo hizo mella en su interior que lo obligó a quedarse. Quizá fuera su madre, diciéndole que siempre se debía de ayudar al más necesitado. Ése malagradecido encadenado era un maldito, pero también era un necesitado, sentía que no podía darse la vuelta e irse así sin más. No podía.
—Mierda—dijo enfadado, para luego voltearse y caminar hacía la reja. Tomó la bandeja que seguía sobre aquella extraña repisa y con un jutsu que uno de los vigilantes le había enseñado, bajó aquel cuadro hasta un poco arriba del suelo, para que pudiera sentarse y tener a la altura aquella repisa, simulando una mesa. Se sentó con cuidado –debido a aquellito atrasito- y comenzó a desenvolver el lonche de su empaque de plástico. La manzana la dio como un caso perdido y ni siquiera se fijó en ella. Luego de haber abierto la bolsa donde se encontraba el sándwich, colocó la charola en la repisa del cuadro de la reja del lado del reo y lo miró con profundidad.
—No te quedes ahí y acércate—le ordeno enfadado, viendo como el criminal ni se movía.
—Ya te dije que puedes largarte, baka—le dijo con indiferencia, sin siquiera ver la comida, aunque en realidad se estuviera muriendo de hambre.
—¡Tu… —se calmó y respiró profundo, apretando los puños y soltando el aire de sus pulmones—. Dobe, si no comes te vas a morir de hambre, y eso es peor que te corten la cabeza. Acércate.
Sasuke entrecerró los ojos, molesto. Aquel niñato lo había insultado.
—¿Quién mierda te crees para hablarme así, usuratonkachi? —le gruñó enfadado el asesino, que despegó su espalda de la pared, haciendo amago de avanzar.
—El que te va a dar de comer, teme—le contestó enojado el rubio, mirando con ira a su interlocutor.
Sasuke iba a responder pero el sonido de su estómago gruñendo por una mísera migaja lo delató y provocó su pérdida en aquella extraña batalla.
Con tranquilidad y algo de torpeza logro arrastrar su trasero lo suficientemente cerca de la reja. Miraba con algo de duda la comida, pero no deseaba ver al niño, porque sentía que la vergüenza podría más que su maldita hambre. Exhaló y cerró los ojos, para evocar el sentimiento de indiferencia y construir su máscara de hielo, para así no sentirse tan humillado consigo mismo.
Miró como las manos, pequeñas y de un tono canela muy débil, agarraban el sándwich y se lo acercaban a la boca. Miró con un poco de resentimiento la comida, aunque la verdad también la mirada era dirigida a la mano.
—¿Qué estás espera…
—Cállate— lo cortó el Uchiha, que de una mordida logró meterse la comida a la boca. Lo masticó con dureza (el lonche parecía una piedra) y trató de tragar con tranquilidad pero le resultó bastante difícil.
—¿Tan mal está?—le preguntó el rubio con un tono entre asombrado y risueño, que solo crispó el malhumor del asesino. Éste, a su vez, subió la mirada hacía aquel chamaco y clavo sus profundos ojos en los celestes del otro. Esa fue la primera vez que Sasuke intentó mirar con odio a Naruto y que no le funcionó.
El reo volvió a acercarse a la mano de Naruto, quién al notar que el otro deseaba más comida acercó el alimento a la boca de Sasuke. Mordió tres veces más, hasta que notó que ya había comido lo único "rescatable" del sándwich. Fue ahí que se alejó de la reja y miró la bandeja, cuando notó como la mano del muchacho dejaba el resto del lonche en el plato.
No se dirigieron más palabras hasta que Naruto se estuvo a punto de ir, cuando el rubio se despidió y salió de la habitación, volviendo a dejar en un silencio intranquilo al vil asesino.
Pasaron dos días para que Sasuke volviera a ver a Naruto, quién ya no temía del pasillo 500A ni de la celda 528.
Cuando se volvieron a ver Naruto llevaba en sus manos una bandeja con comida y agua, una sonrisa en la cara y a medio meter unas llaves en su pantalón. En esos momentos no había guardia que estuviera velando el encierro del Uchiha, por lo cual no fue difícil para el genin introducirse en la celda.
—Teme, te traigo comida decente—anunció a penas poner todo su cuerpo a la vista del asesino, quien entrecerró sus ojos con algo de suspicacia. Sin embargo no dijo nada y solo se acercó hacia la reja, esperando que, como la vez pasada, el niño bajara aquella repisa y le diera de comer (a razón de que no sabía cómo poder quitarle las cadenas).
Naruto apenas vio que el criminal se arrastraba hacia la reja dio una sonrisa enorme. Pensó en confesarle que sabía la forma de quitarle las cadenas para que pudiera comer por su propia mano, pero se dijo que si no había un guardia que estuviera vigilando no era una buena opción. Se calló aquello de las cadenas y se limitó a poner la charola del lado de Sasuke.
Sasuke, a su vez, admiró con vehemencia la comida que estaba enfrente de sus narices. Era arroz con algo parecido a un pequeño pedazo de carne asada y verduras junto con un vaso de agua. Volteó a ver a Naruto con asombro.
—No es para tanto, seguro que eso ni es carne—le dijo con una sonrisa, mientras tomaba los palillos y agarraba un poco de arroz. Sasuke seguía mirando al rubio, razón por la cual no supo que frente a su boca estaban los palillos con una pequeña porción de la sopa—. Abre la boca, que no te puedo meter la comida.
El criminal frunció su cejo pero hizo caso y separó sus labios para dejar paso a los palillos. Masticó y tragó para luego volver a abrir la boca. Después de cuatro porciones de arroz tomadas con los palillos Naruto cogió un pequeño pedazo de aquello que parecía carne y se lo dio. Aquella misteriosa comida paso tres segundos en la boca de Sasuke, luego fue escupida a un lado de la charola.
—¡Hey! —se quejó el rubio, que casi recibe la escupidera del Uchiha en la mano.
—¿Qué mierda es eso?—dijo el otro mientras escupía lo que todavía tenía en la boca.
—¡Algo parecido a la carne, ya te dije!
—¡Más parecido a mierda, será!
Naruto miró con extrañeza al hombre y decidió darle una pequeña probada a esa masa extraña que se suponía tenía un pésimo sabor. Más que otra cosa, pensaba que el Uchiha era un exagerado y no aguantaba nada –bueno, solo no comer durante toda una semana-, pero al masticar durante dos segundos aquel intento de alimento tuvo la misma –o peor, aún- reacción que Sasuke. Escupió todo en el piso, sin creer que tuviera tan mal sabor.
—¿Qué carajo es esto?— dijo mientras escrutaba con los ojos entrecerrados a la misteriosa "carne".
—Es lo mismo que te dije—Naruto subió su vista de la charola hacía los ojos de Sasuke y se quedó ahí. Ambos se miraron durante un buen rato, sin romper el contacto visual que tantas cosas raras les estaba haciendo pensar. Fue hasta que por un descuido del rubio, al dejar caer uno de los palillos en el plato, que se despertaron de aquel estado hipnótico.
—Tienes ojos profundos.
Lo primero que pensó Sasuke fue que aquel comentario era tan marica como un poni rosado gritando te amo mientras saltaba un arcoíris, pero al ver la cara del rubio, que estaba recogiendo la bandeja con una pequeña sonrisa en la cara y en los ojos un pequeño atisbo de alegría, lo desechó. Se dijo que un niño como él no era capaz de decir comentarios con ese sentido, quizá solo lo dijo porque era verdad, porque sus ojos eran profundos ya que escondían el secreto de una vida de crímenes, porque el fondo se había hecho cada vez más inalcanzable con cada vida tomada. Lo más probable es que fuera verdad eso de que sus mirada era profunda, razón por la cual no le tomó gran significancia a esa frase dicha por un adolescente que le daba de comer para hacer su buena acción del año.
Cuando el rubio estuvo a punto de salir del cuarto el criminal se agitó, y dijo algo que, aunque no sonaba tan marica como lo de los ojos profundos, le pareció una confesión de amor.
—Gracias.
Una palabra que denotaba la gratitud que sentía el de cabello oscuro fue lo único que salió de sus labios, y sin embargo se sentía como una quinceañera confesando su amor. Él jamás había dado las gracias a cualquiera, pero sintió que se lo debía, no solo por la comida (que en sí era una muy buena razón) si no por la molestia de haberle dado de comer en la boca.
Por su parte, Naruto giró con un brillo de sorpresa en sus ojos y la boca entreabierta, pero duro menos de dos segundos, para luego poner una sonrisa sincera en su rostro.
—No hay de que, teme—le dijo feliz, para luego salir por la puerta y sumir en un apacible silencio la habitación.
Pasó una semana en que Naruto visitaba a Sasuke para llevarle comida, que aunque no fuera la mejor –lo comprobaron luego del intento de carne, una pasta que parecía pegamento y un ojo de quién sabe qué en la ensalada- era lo suficiente para alimentar al pobre estómago del criminal.
Sin embargo, pasada exactamente esa semana, en una ocasión que Naruto llevaba la comida al Uchiha les tocó la mala suerte que el guardia que acostumbraba a darse una vuelta por la celda estuviera presente.
Tan solo oír la llave de la puerta de plomo quitarse y cómo ésta se iba abriendo, el guardia sacó un cuchillo y se puso en pose de defensa. Cuando se asomó la carilla feliz del Uzumaki el hombre dejó ver en su cara toda la sorpresa que conllevaba encontrarse al hijo de la mano derecha del Hokage –y probablemente el sucesor de éste- en la celda más mugrienta y alejada de todo, con el criminal más mortífero de toda la prisión.
Sasuke pensó que a él lo iban a matar –quizá de forma literal, o no- y al rubio a regañar ferozmente. No es como que el padre de Naruto lo dejara traerle la comida (estaba bien seguro que el tipo ni enterado estaba), sobre todo si se tomaba en cuenta que era el asesino más peligroso de la cárcel y digamos que su perfil no tenía ni una pizca de bueno.
Sin embargo, cuando el guardia bajo el cuchillo y frunció el ceño, Naruto solo se acercó tranquilo, con una pequeña sonrisa en la boca y con una seguridad plena en su mirada. Sasuke se dijo que estaba muerto, aquel huerco idiota parecía más entusiasmado que cualquier otra cosa.
—Buenas tardes—saludó el rubio con una inclinación, que fue correspondida por el guardia, quien no dejaba de ver con extrañeza al niño.
—¿Qué haces aquí? —¡la pregunta del millón!, ¿qué mierda estaba haciendo un niño de parvulario en la celda "maldita"?
—Vengo a darle de comer al prisionero—y aunque fuese la única y más certera verdad, al Uchiha no le pareció convincente. Ya estaba mandando todo al carajo, ni más comida, ni compañía que la verdad daño no le hacía, ya nada. Había sido una buena semana de almuerzo.
—¿Te han autorizado para eso? —Sasuke casi pudo escuchar cómo el niño tragaba duro y largo, y el cómo sus manos comenzaron a temblar. ¡Estaban jodidos!, bueno, el ya desde hace mucho tiempo, pero el pobre imbécil del rubio estaba re-jodido.
Empero, las siguientes tres palabras lo hicieron abrir tanto los ojos que comenzaron a dolerle.
—Sí lo estoy—y de uno de los bolsillos del pantalón el niño sacó un papelillo amarillento y arrugado, que extendió hacía el adulto. Éste último miró con recelo el objeto, pero finalmente lo asió con su dura y pesada mano, que arrebato de un tajo el papel.
Con destreza y brusquedad el guardia desdobló la hoja y comenzó a leer; después, sus ojos se posaron intensamente en el rostro del niño, que seguía de pie dando leves golpecitos con sus dedos a la charola de metal que traía en sus manos.
—¿Es auténtica? —el tono de voz que utilizó el hombre era de extrañeza y desconfianza, seguramente porque tenía en mente que la única probabilidad de que un mocoso como ése tuviera en sus manos un papel tan importante es porque éste objeto fuera una falsificación.
A su vez, Naruto abrió la boca un poco, dando a entender lo ofendido que se encontró por la pregunta del hombre. ¡Pero claro que era auténtica!, su mismo padre y el Hokage lo habían autorizado, y ese imbécil no le creía, ¿acaso el sello que iba al final del documento no era el del Hokage? ¿y el que estaba a un lado no era el de su propio papá?, ¡pero qué hombre más bestia!
—¡Claro que sí!, hasta la pregunta ofende…
—Solo que no me explico cómo a un mocoso de jardín de niños le dieron un documento tan importante, firmado por el mismísimo Hokage, ¿es extraño no crees? — ¿Firmado por quién? ¿Aquel remedo de imbécil rubio había conseguido la firma del Hokage?, ¡por todos los ancestros del clan Uchiha! Era obvio que el idiota de su carcelero sospechaba, ¡él mismo lo hacía!, ¿cómo chingados un niño que apenas se sabía limpiar la cola era capaz de conseguir una carta con la firma del gobernante?
—Soy Uzumaki Naruto. Doy de comer a la mayoría de las celdas de la cárcel, y tengo autorización para todas ellas—explicó con tono serio el chamaco, que ahora tenía fruncido el ceño—. También tengo autorización para dar de comer al prisionero Uchiha Sasuke, en la celda 528 del pasillo 500A. No es extraño que pueda traerle la comida si hago lo mismo con la mayoría de los reos de la prisión, ¿no crees?
Y así fue como Sasuke se enteró que ese extraño niño, que ahora sabía se llamaba Uzumaki Naruto, fuera el encargado de llevar comida decente a todas las celdas, incluida la suya. Entonces pensó que quizá el que hubiera venido toda la semana no era por su buena acción del año, sino porque simple y sencillamente le gustaba ayudar a los más malditos, aquellos con pena de muerte o una condena larguísima.
—¿Uzumaki Naruto?, así que tu eres el hijo de Minato. ¡Pero mira que cosas!, no te pareces tanto a él. Tu padre jamás ayudaría a estos malditos—dijo viendo con intensidad al Uchiha, que se encontraba recargado en la pared escrutando con detenimiento a Naruto.
¿El hijo de Minato Namikaze, el Rayo Amarillo de Konoha?, eso sí que no se lo podía creer. Aquel hombre había sido uno que ayudo a su captura, era considerado un genio de la aldea y uno de los mejores ninjas de todos los tiempos. ¿Cómo carajo iba a dejar que su hijo viniera a darle de comer a él?, no lo entendía. Además, la verdad que no mucho que se parecía el rubio a su padre, lo único visiblemente heredado fue el color de su cabello y ojos, pero nada más. Si bien, no tenía ni idea de quien fuera su madre, seguramente era mucho más parecido a ella que a Minato.
—Pues qué ironía, porque el mismo me ayudó a sacar éste permiso, y hasta lo firmó—dijo con enfado el niño, que señalaba con un cabeceo la hoja de papel que llevaba el carcelero en la mano. Éste miró con atención el objeto y luego de unos segundos, pareció haber notado el nombre de Minato y su firma.
El Uchiha seguía sin creérselo.
El guardia masculló algo extraño y le regresó la hoja de un manotazo, para luego ir hacía la puerta. Antes que nada Naruto viró en su dirección y le pidió que le quitara las cadenas a Sasuke, para que ése se pudiera alimentar.
—Lo lamento, pero no tengo autorización para eso—contestó enfadado el hombre.
—¿Cómo que no tienes autorización? Entonces ¿cómo comía antes?
—Bien lo has dicho, antes. Tú has dicho que le vas a dar de comer, ¿no? —y con esto salió de la habitación dando un portazo que retumbó en todo el lugar. ¡Ese malnacido…! Pero iba a ver, cuando él fuera Hokage, nada de eso iba a suceder.
Naruto se volteó en dirección de Sasuke, mientras musitaba improperios por lo bajo, para luego acercarse a la celda y abrir, como de costumbre el pequeño cuadrito que se hallaba entre los barrotes.
Con paso decadente, el moreno se acercó para poder estar al alcance de la comida, tal parecía que lo de comer por sus propias manos era un sueño muy lejano.
—Perdón, pensé que te iban a quitar las esposas y eso—dijo el rubio mientras acercaba la charola y comenzaba a coger la comida con los palillos. El Uchiha no contestó, estaba absorto en mirar, algo curioso y extrañado, la cara de Naruto. Todavía no se podía creer lo de Minato.
—¿En verdad eres su hijo?
—¿Qué?
—Qué si en verdad eres el hijo de Minato.
El rubio miró con fijeza al reo y luego ladeo un poco la cabeza. Cabeceó asintiendo para luego volver su mirada al plato.
—Sí, él es mi papá.
Entonces, ¿por qué no llevaba su apellido?, Que mocoso tan extraño, siendo hijo de uno de los mejores ninjas del mundo shinobi y gastando su tiempo en él.
Vio enfrente de su boca los palillos con un trocillo de carne, y abrió sus labios, para poder permitir el paso de la comida. Masticó sin dejar de ver al niño, que mantenía sus ojos clavados en la comida.
Pasaron cerca de cinco minutos, donde ninguno habló, y la mirada de Sasuke seguía en el rubio y la de éste en la charola.
—¡Bueno, ya!—exclamó molestó el niño que hizo contacto visual con el asesino—. Deja de verme.
—¿Por qué?
—¡Porque es molesto, carajo!
Sasuke no respondió nada, simple y sencillamente se digno a seguir con la misma tarea: mirar intensamente a Naruto. Este, se desespero tanto que dejó lo palillos y se paró, dispuesto a marcharse, sin embargo su buen sentido común y la lástima que tenía por aquel pobre idiota fueron más grandes que su enfado, por lo cual solo se permitió estar cerca de la puerta, viendo con enojo a su interlocutor, pero sin atrever a irse.
—No entiendo cómo es que eres el hijo del Rayo Amarillo.
—Pues verás, una noche mi papá fue a hacer sus actos conyugales con mi mamá, y nueve meses después yo nací—le respondió molesto, con el ceño fruncido y la mirada algo más oscura.
—Te has de parecer mucho a tu mamá, porque solo sacaste el cabello y los ojos de tu padre.
Naruto giró el rostro disgustado. Ese tipo de conversación la tenía siempre, era algo bien casual en su vida, pero no por eso le dejaba de molestar. Que no se parecía a su papá, que Minato era uno de los mejores ninja, que sería el siguiente Hokage, que esto que lo otro, ¡lo llevaba la chingada!, estaba harto. Era cierto, se parecía bastante a su madre, en su rostro, su forma de ser, la forma de sus ojos, su sonrisa, en prácticamente todo, y lo único rescatable de su padre era el color de cabello y ojos, pero que lo supiera y estuviera consciente no hacía que cuando alguien más se lo decía fuera menos molesto.
No le gustaba que lo compararan con su padre, porque sentía que debía de cumplir con los estándares que la sociedad aplicaba sobre su ser, que debía de superar al Namikaze y ser un excelente ninja, un héroe, tal como su progenitor. Pero el no deseaba nada de eso.
Más bien, él tenía la visión de su madre. No se hizo ninja para cumplir con el camino que marcaba el ser hijo del –probablemente- siguiente Hokage. No, él lo hizo por el deseo de ayudar a su pueblo, a la gente, a todo ser que necesitara de ayuda. Nunca quiso fama, y si tiene en mente ser el Hokage algún día, no es más que por el hecho de cumplir más correctamente su deseo de ayudar a la sociedad. ¡Él nunca pensó en ser un ninja por su padre!, ¡jamás!, y siempre le venían con la misma mierda que debía de ser como Minato. Inclusive se lo decía un maldito y desdichado reo que ya tenía los días contados. Él no era su padre y jamás lo iba a ser, ¿era difícil entenderlo?
Y ahora estaba ahí, enfrente de un asesino que no hacía más que compararlo con su padre. Quizá fuera el hecho de que su progenitor había sido, en gran parte, el culpable de la captura del Uchiha, y pues quizá éste se esperaba que el hijo de su captor fuera más…Minato.
Golpeó con fuerza la pared más cercana, haciéndose sangrar los nudillos, pero poco le importó. Tenía unas ganas inmensas de dejar a su suerte al imbécil de Sasuke, pero algo en su interior no se lo dejaba, ¡ah sí! Su sentido de ayudar al más jodido. Bueno, siquiera eso lo reconfortaba un poco.
Exhaló e inhaló un par de veces, hasta que se sintió más calmado, y fue cuando volvió a hacer el contacto visual con el prisionero.
—Teme, no me gusta que me comparen con mi padre. No lo hagas—siempre había creído que si deseabas que algo sucediera debías de hacerlo. Le caían mal las personas que pensaban que todos los demás seres humanos de la tierra podían leer su pensamiento, como para saber la razón de su enojo/tristeza/alegría. Si quieres que los demás sepan, díselos tu mismo.
Sasuke miró con intensidad al mocoso para luego asentir con su cabeza. Él comprendía el que no le gustara que lo compararan, a él se lo vivían haciendo de niño, pero en vez de su padre era con su hermano. Su hermano…
Mejor concentrarse en la comida si no quería hacer una escenita.
El rubio volvió a su lugar y tomó los palillos que momentos antes había dejado sobre la charola. Con simpleza tomó otro trozo de carne y se lo ofreció a Sasuke, quien se lo metió a la boca gustoso –a su manera, ya que no demostraba mucho el sentimiento- y tragó.
—¿Le das de comer a toda la prisión? —hoy no sabía que le pasaba pero andaba muy hablador, tanto como para iniciar la conversación.
Al parecer no era el único que se sorprendió por haber incitado la plática, ya que el niño lo miro casi asustado.
—No, no a toda. Solo algunos pasillos, pero bueno, son varios.
—¿Qué pasillos?
Naruto lo miró desconfiado, y entrecerró sus ojos, enmarcando más su gesto de extrañeza.
—¿Por qué te interesa? —era lo mismo que Uchiha se preguntaba. Pero, su dote de hablador parecía no querer parar.
—No salgo de estas malditas cuatro paredes, solo te veo a ti y al imbécil que ahorita tuviste el placer de conocer, ¿no crees que me gustaría noticias de afuera?, ¡maldición!, que te estoy preguntando por la cárcel y no la aldea…
—Está bien, está bien, no te esponjes—sonrió mostrando sus dientes blancos y brillantes para luego mirar al techo y ponerse a pensar—. Antes tenía la convicción de darle de comer a todos los pasillos, pero algunos eventos desafortunados apagaron mi llama. Por ejemplo: el pasillo 400B es el de los "Kamikaze", los suicidas algo esquizofrénicos, a esos les doy de comer; el pasillo 600H es el de los "Locos" a todos los que están ahí les llevo comida, me agradan bastante, la verdad, son muy sociables y bueno, son los menos peligrosos.
—¿Los locos son los menos peligrosos?, ajá, a ver dime, según tu ¿Cuál es el peor pasillo? —preguntó con un leve tono de burla el mayor, pero al parecer a Naruto no le disgustó porque se volvió a mirar el techo para pensar.
—El 300A—respondió con seguridad el genin que sintió un leve escalofrío en su espalda.
—¿Qué ese no es el de las mujeres?
—Por eso mismo, es el más peligroso de todos—Sasuke levantó escéptico una ceja y luego sonrió—. ¡Te lo digo enserio teme!, ahí casi me matan.
—Que hayan sido capaces de matarte no quiere decir que son las más peligrosas.
—Han llevado a una prisionera de ahí cuatro veces a la silla, y sigue con vida.
—Bien, lo que digas, ¿a ese no le das de comer?
—Le daba, hasta que casi me matan; los otros más peligrosos son los del pasillo 700B, los menores de dieciséis.
—Dobe, tú pones que los más peligrosos son las mujeres y los niños.
—¡Casi me matan con un palillo!, ¡un palillo!, ellos están locos, desquiciados y son unos psicóticos. Tú no lo sabes porque, como dices, no sales de estas cuatro paredes, pero en verdad dan miedo.
—Eres un bebé dobe, no creo que alguno de ellos pueda hacer algo muy catastrófico.
—¡Cuatro veces a la silla eléctrica!, ¿eso no te dice nada? —el Uchiha se encogió de hombros, sin darle tanta importancia, a lo que Naruto lo miraba asombrado—. Eres un raro.
—Soy un solitario, raro no.
—Para mí que tú también estás algo chiflado—dijo con los ojos entrecerrados, mirando con atención al reo, quien no compuso ni la más mínima mueca de enojo, asombro o tristeza.
—¿Yo no te doy miedo? —Preguntó el Uchiha, acercándole lo más posible a la reja—. La verdad, es que aún con cadenas y todo, puedo matarte.
Naruto abrió un poco los ojos y miró de nuevo a los pozos oscuros y profundos que tenía el Uchiha por ojos. Eran algo intimidantes y te hacían entrar en un estado de desesperación muy extraño, pero por alguna extraña razón se le seguían haciendo tan atrayentes como la primera vez que los vio. A él le gustaban los ojos así, ojos que tienen su propia historia y que son capaces de hablar por sí solos; ojos como los de Sasuke, los de su papá, los del Hokage y su madre. Sin embargo, los que quizá fueran sus favoritos eran los del Uchiha y su madre, porque aunque no pareciese, escondían todo un mundo en su interior.
Seguramente Sasuke tenía una gran historia que llevaba cargando consigo: asesinatos múltiples, masacres inhumanas, sufrimiento, dolor, tristeza y amargura. Aunque no le gustaba admitirlo, las mejores leyendas de todos los tiempos siempre han sido las que más han sufrido, o es lo que él pensaba. Y lo más probable es que por eso estuviera un poco enfadado con la sociedad. Su padre podría ser una gran leyenda, de las mejores sin lugar a dudas, pero por alguna razón sentía que algo no estaba bien. Su madre, a su punto de vista, es de quién trata la historia, la buena. Ella había sufrido mucho de niña, siempre sintió ese dolor que podría jurar también estaba presente en los ojos de Sasuke; su madre nunca fue aceptada, hasta que un día llego su papá y la ayudo. Quedaron plenamente enamorados y se casaron lo tuvieron a él y casi fin. Todos conocían a su padre por ser uno de los mejores ninja, pero su madre, ¿por qué la recordaban?, por ser la portadora de Kyubi, el demonio que estuvo a punto de destruir la aldea.
El maldito día de su cumpleaños.
La verdad era que, cuando se lo preguntó a su padre, él no le quiso contar toda la historia. Cuando seas mayor, fue lo que le contestó y por eso tuvo que ir a los pies de su madre a pedirle de rodillas –y luego acostado en el piso- que le contara la verdad, el cómo había sucedido su nacimiento. Y su madre, siendo la increíble mujer que era, decidió que ya estaba lo suficientemente crecidito como para comprender la amargura que conllevaba para algunos recordar tales hechos.
Resultó que, Kushina siendo el recipiente, o guardián de Kyubi, se debilitó por el embarazo, no mucho pero si lo suficiente como para descontrolarse. Y por ello, justo cuando él estaba naciendo, su se debilitó tanto que los sellos que aprisionaban al demonio se rompieron y permitieron que la bestia saliera. La verdad, cariño, pensé que habías muerto le dijo la mujer cuando le contaba la historia. Se supone que al ser un recién nacido –ni cinco minutos de haber salido al mundo- y estar expuesto a ese tipo de chakra lo más normal era que hubiera fallecido. Pero por alguna causa del destino, logró vencer a la muerte, y siguió viviendo, aún cuando nació y al mismo tiempo el Kyubi fue accidentalmente liberado.
Su padre, que ahora debía de cargar con la responsabilidad de un hijo a las puertas de la muerte y un demonio de mierda que quería matar a toda persona viviente, se volvió casi loco, y Kushina, como siempre calmándolo, lo obligó a irse a hacer cargo de Kyubi. Para ese entonces muchas personas ya habían muerto, Naruto. Pero gracias al cielo tu no, le decía su mamá, mientras acariciaba su mejilla y le sonreía. Prácticamente su cumpleaños es época de recordar a todas las personas que murieron en el ataque, pero aún así, con su madre queriéndolo tanto y su padre como sólo él podía ser, se sentía bien.
Fue así como terminó sabiendo la verdad detrás de ese molesto sello que llevaba en su estómago. Kushina como seguía débil por el embarazo no era capaz de volver a almacenar por sí sola al Kyubi, y alguien –que su madre no quiso nombrar- se le ocurrió la idea de que quizá el chakra compartido entre madre e hijo podía resultar. Y como el bebe ya estaba a un paso de morir, no había mucho que perder. Entonces, Minato con sus increíbles poderes –bueno, más bien con las buenas instrucciones de su querida esposa, la experta en ese tipo de sellos- lograron dividir la existencia de Kyubi, y ponerla tanto en Kushina como en Naruto. Por lo tanto, la mujer ya no debía de cargar con el mismo peso de antes, y a Naruto no le tocó todo el chakra que de seguro no hubiera podido domar.
Para cuando su madre terminó de contarle semejante historia de su nacimiento –donde había tantas muertes que parecía una ilusión- el ya había comprendido todo. Desde las malas miradas, hasta esa sensación extraña que a veces sentía cuando entrenaba. Es Kyubi, solo se emociona cuando tú también lo haces. Solo cuando se comienza a hacer visible el chakra rojo es cuando debemos de preocuparnos le explicó su madre, porque al parecer a ella le sucedía por igual.
Y aún así, con el peso de un demonio en la espalda, el repudio de toda la aldea y tener que tomar la decisión de arriesgar a su hijo recién nacido a las garras de un terrible demonio, era Minato quien se llevaba la gloria. No era como si odiara a su papá (¡lo adoraba con tanto fervor como a su mami!) pero le parecía injusto por parte de la sociedad. Y a él lo dejaban bien jodido, como el mugroso que tuvo la culpa de todo.
Entonces regresó al presente, donde miraba a Sasuke. Sus ojos, tan intrigantes, y misteriosos. Queriendo saber su historia, como la suya cuando su madre la contó. Quería saberlo, quería conocer cada parte dolorosa que el Uchiha seguramente experimentó, porque solo así, quizá, lograría entenderlo. Pero entonces se preocupó. No siempre era bueno saber la verdad, porque en ocasiones es tan cruda y maldita que duele horrores. Sasuke era un criminal al cual temerle, era tan capaz de hacer todo como el Hokage. Tenía un pasado terrible –según los rumores que había escuchado-, y solo le quedaba un futuro asqueroso. Pero al verlo ahí, dejándose dar de comer, con el ceño fruncido y aparentemente molesto, a Naruto no pudo parecerle más humano. Casi podía decir que era verse reflejado en un espejo.
—Claro que no me das miedo, teme—sonrió—, te tengo respeto, y eso es diferente—comenzó a querer sonreír más pero se contuvo—. Antes me dabas miedo, pero ahora solo te veo como…una persona. Ni un Uchiha o un asesino, solo como…un desafortunado, y ya.
Sasuke abrió los ojos, sorprendido. A decir verdad, era la primera persona que le decía eso, y la primera que al parecer no mentía. ¿Cómo era posible que ese mocoso idiota no le tuviera miedo al asesino de pueblos, al terrible Sasuke Uchiha? Solo te veo como…una persona. Ni un Uchiha o un asesino, solo como… un desafortunado, y ya ¿Desafortunado? Eso podría describirlo muy bien, pero aún se quedaba corto. Tener mala suerte es algo, tener realmente mala suerte es otra cosa, pero haber vivido su vida, eso era de las ligas mayores.
No era temido solo por su bonito apellido, o sus ojos "mortales" ¡Claro que no!, había su razón de ser, y una muy buena por cierto. El era un bastardo asqueroso, un maldito que debía de arder en el infierno. ¡Por supuesto que había que temerle!, pero aún así, era extraño lo que el rubio le decía.
Muchas veces, en el pasado, el había creído tenerle respeto a su padre, una autoridad inflexible, luego pensó que era miedo, por lo que podía hacerle, y más adelante, cuando era un adolescente, encontró la verdad. No le temía, y no le respetaba, lo odiaba. Así de sencillo, odio. Y pensó que tal vez eso mismo le estaba sucediendo a Naruto con él, pero al verlo, con esa sonrisa tan blanca e infantil, con sus ojos brillantes y transparentes, supo que era diferente. Esa no era la mirada de alguien que odia. A diferencia de él, Uzumaki parecía lleno de vida, amor y pasión, no podría creerse ni en un millón de años que ese mocoso pudiera odiar a alguien, no si seguía por el mismo camino.
Él, en cambio, se había desviado desde hace mucho tiempo. Aprendió a odiar, a mirar con deseos insulsos, a envidiar, a matar. Su padre se gano su despreció y eso lo llevó a la muerte. No había nada, ni un pequeño atisbo en él que tuvieran los ojos de Naruto.
Entonces, solo por eso, le creyó cuando decía que le respetaba, y no le temía, ¿por qué otra razón le daría de comer? Nadie en su sano juicio lo haría, porque le temían. Pero ese capullo no estaba en su sano juicio (¡creía que los más peligrosos eran los niños y las mujeres!), y definitivamente no mentía. Pero aún así, había algo que no lo dejaba tranquilo. ¿No lo veía como un asesino?, ¡tenía montones de asesinatos en sus hombros! ¿cómo no lo podía ver de esa manera?, y aún así, ¿por qué entonces le tendría que ayudar a comer?, ¿por qué estaría encadenado en una mugrienta celda, donde solo esperaba pudrirse?
Se comenzó a reír, algo desquiciado, lo que provocó que el niño le mirara raro, no asustado, solo extrañado.
—¿Estás bien? —preguntó algo dudoso, mientras tomaba los palillos entre sus dedos.
Sasuke abrió los ojos y los clavó en los de Naruto. Eran tan diferentes, tan azules, claros…buenos.
Esos eran los ojos que alguna vez pensó que su madre tenía. Cuán equivocado estaba.
—¿No me ves como un asesino?, dobe, ¿sabes por qué soy acusado, siquiera? —la voz se le escapaba hacia la risa, como si fuera irónico. Naruto agarró un poco de arroz y lo acercó a la boca del criminal, que acepto sin miramientos la comida.
—Se un poco, pero no mucho. Sé que has asesinado personas, y que te consideran un demente…pero sólo en esos momentos que te pones a reír como loco parece ser verdad—tomó un pedazo de carne—. Puedo hablar contigo tranquilamente, por lo que no creo que seas un psicópata-depravado-sexual-zoofilico.
—¿Zoofilico?
—A decir verdad, hace mucho tiempo que no me sentía tan tranquilo. Y es extraño, porque lo normal sería que estuviera cagado de miedo con cada miradita que me hechas encima—rió—, pero no lo hago. Te veo y no miró a un asesino, ya te lo dije, solo un desafortunado.
—He asesinado a muchas personas.
—Si bueno, a veces la acción no es tan importante, sino la razón—el niño regresó su vista a la de Sasuke, cuando puso los palillos y el pedazo de carne frente a los labios del asesino. Este abrió la boca y comenzó a masticar, sin dejar de ver al genin—. Muchos ninjas matan por la Aldea. ¿Se les considera asesinos? No, la sociedad no los cree asesinos, como a ti. Sé que es diferente, pero una vida es una vida, sin importar qué. Y es idiota que lo diga, porque yo seré un ninja, y probablemente llegue a matar a mucha gente por el bien de la Aldea, pero no puedo creerme que tú, solo porque asesinaste con motivos diferentes, seas juzgado así, y los ninjas no.
—Ellos lo hacen para salvar a los indefensos—argumentó Sasuke.
—¿Y tú?
El asesino se quedó callado. No supo que contestar. Quizá el no tenía las mismas razones que un ninja, pero no era como si le encantara matar gente. El no era un loco psicópata, aunque eso hiciera creer. El también era humano, y sentía como ellos. No importaba que durante varios meses se volvió loco en aquella prisión y se creyera un dios súper poderoso, él seguía siendo humano y lo sabía. Lo sabía cada vez que recordaba su vida, sus razones y acciones.
Era extraño que la única persona que no lo juzgara fuera un niño, el mismo que es hijo del probablemente siguiente Hokage. Era algo muy irreal.
No se volvieron hablar, ni siquiera cuando Naruto se fue. No se despidió, pero ni eso distrajo al Uchiha.
Pasaron dos días más para que volvieran a dirigirse la palabra. No era como si hubiera sido incómodo, sino que aún –ambos- seguían meditando sobre lo que hablaron la otra vez. Sasuke martirizándose la cabeza porque ahora se sentía más humano, y Naruto por pensar tan diferente a como fue criado. ¡Cuántos problemas existenciales!, bueno, quizá no existenciales, pero algo había de eso… La cosa es, que la siguiente plática que tuvieron los dejó igual, o peor que antes. Porque al momento de hablar todo fue increíblemente incómodo. Incluso el no dirigirse la palabra parecía mejor opción.
—Esto apesta—dijo Naruto, cuando ya no podía manifestar su incomodidad de otra forma.
—Si—concordó el asesino, que se distraía mirando su plato, ahora vacío. Con cada día que pasaba la comida se hacía mejor, y eso era algo que aplaudir, metafóricamente, porque las cadenas no se lo permitían.
Naruto había decidido acomodar su horario para que Sasuke quedara como el último reo al que debía de entregar comida -y ayudar a comer-, y así poder pasar más tiempo con él. Se le hacía algo triste que el hombre solo conviviera con él (porque definitivamente no era convivencia lo que mantenía con el carcelero) y decidió que quizá podía quedarse unos cuantos minutos de más para platicar y alejarlo de la locura.
Ahora se arrepentía horriblemente.
Lo primero que se dijeron fue un Hola que pareció inofensivo, pero luego de alguna manera salió a la luz su padre, el pasado innombrable de Sasuke y la puta sociedad. ¿Qué carajos hacían todas esas cosas en la misma discusión? ¡Solo él y un asesino de clase S lo podían hacer!
—No sé cómo aligerar esto—dijo el rubio, rascándose la nuca con su vista clavada al piso. Parecía que el aire se podía cortar.
—¿Y por qué crees que es tu misión hacerlo? —le dijo Sasuke, que aún miraba el plato, bufando de cuando en cuando.
Las palabras del asesino hicieron que Uzumaki lo enfocara, y frunciera el cejo.
—Porqué sino sería muy incómodo estar aquí.
—¿Y quién dijo que alguien te quiere aquí?
—¡Tu mirada de perro abandonado me lo dijo!
—¡No tengo mirada de nada!
—¡De un malnacido!
—¿Si soy un malnacido por qué chingados estás aquí?
—¡Porque no te quiero dejar solo!
El tiempo pareció parar, y aquella frase se repitió mil veces en la cabeza de Uchiha. Lo que había en la habitación ya no era tensión, era algo más grande, más espantoso.
Naruto estaba rojo, pero no sabía si por el griterío o por la vergüenza. ¿En verdad había dicho algo tan…cursi?, es que esa era la única manera en que podía clasificarlo: cursi. Pareció algo que una novia le diría a su novio, algo muy de parejas.
No estaba bien.
Lo supo cuando la cara de Sasuke adquiría un tono algo espantado. Seguro que también creía eso de que era muy cursi, como una niña declarándosele al guapo del salón. ¡Pero qué mierda!, ¿por qué tuvo que abrir la boca? Ahora lo sabía, estaba sonrojado por la humillación que se hizo pasar al decir semejante mariconada. Podía quebrar un huevo en su cara y se cocinaría a la perfección.
Sasuke lo miraba atónito, parecía que miraba un puto extraterrestre. ¡Quería morir!, ¿por qué en ocasiones le salía un lado gay que se supone no tenía?, juntarse a ver las mismas novelas que su madre lo estaba alterando. Y ahora se daba cuenta, cuando había comenzado a hiperventilar.
No supo cómo o cuando pero ya estaba de pie a unos pasos de la puerta. Escuchaba su respiración agitada y sus latidos desbocados. No sabía que hizo, no sabía que iba a hacer. Debía de pensar rápido, no quería quedar como un idiota –aunque la verdad ya era un poco tarde para eso- y por eso…
—Adiós—y salió corriendo por la puerta. Ni siquiera recogió la bandeja.
Atravesó lo más rápido que pudo el pasillo, empujó la puerta y salió corriendo del lugar.
¿Qué mierda le pasaba?
—¿Estás bien cariño?
—Ajá.
—Pero si estás todo rojo y caliente.
Naruto se sonrojó más, a lo que su madre sonrió.
Había corrido como condenado perseguido por el diablo luego de salir de la prisión. No tenía ni la más remota idea de qué sucedía con él. ¿Ahora era una loca enamorada de Sasuke? ¡Claro que no! ¿Entonces por qué se le seguía haciendo tan gay lo que le dijo?
"Porque en verdad no lo quiero dejar solo" pensó, mientras agachaba la cabeza. Kushina se acercó a su rubio angelito y le besó la cabeza, para que éste volteara a verle.
Naruto al subir su mirada se topo con la amable sonrisa de su mamá, sus ojos sinceros y un cariño desmedido. La abrazó por inercia, y se dejó envolver en los brazos de su señora madre, aspirar el aroma de ella, y dejarse llevar por las emociones. No quería pensar, no quería sabe qué dijo y que no allá, en la celda. Se sentía sumamente idiota, avergonzado y humillado. No quería pensar en eso, y su madre lo estaba logrando. Todo iba bien, hasta que…
—Y todo esto… ¿es por una niña?
¿Qué había sucedido?
Intentó regresar sobre sus pasos –metafóricamente, claro- y visualizar en su mente la escena. Él le gritaba a Naruto, y Naruto a él. Discutían, estaban enfadados por nada y entonces esa frase. Silencio, incomodidad y tensión. Uzumaki sale corriendo luego de una despedida extraña y ni recoge la bandeja que ahora veía mientras analizaba.
De nuevo, ¿qué había pasado?
A su parecer, el rubio niño le había dicho la cosa más homosexual luego de lo de los ojos profundos. Pero…le agradaba que lo hubiera hecho.
No era algo usual que alguien dijera algo parecido a lo que el genin dijo –en su vida había sucedido, sin contar a su hermano, claro-, pero por un momento le parecía lo correcto. A decir verdad se sorprendió bastante por el comentario, y se asustó –aún no entendía la razón- y notó que Naruto se asustó aún más de haberlo dicho.
Porque no te quiero dejar solo
Lo podía escuchar, como si apenas Naruto lo estuviese gritando.
No era normal, no. Pero Naruto, a decir verdad, tampoco lo era.
Se encogió sobre sí mismo y comenzó a pensar. Quizá el niño lo dijo por la lástima que le tenía, por ser considerado o… no. Si hubiera sido lástima no hubiera salido corriendo como quinceañera avergonzada. Si hubiera sido por consideración no se hubiera asustado. No, era otra razón, una razón que no quería pensar, porque no concordaba. Y aún así…
—¡Uchiha! —gritó el carcelero mientras que con una macana golpeaba las rejas.
El nombrado lo miró sorprendido, extrañado y confuso. ¿Qué tan ensimismado estaba como para no percatarse del sonido -¡tremendo sonido!- que hacía la puerta al ser abierta? ¿o de los pasos del hombre? ¿o de su sola presencia? Eso estaba mal, estaba muy mal. Y todo por culpa de Naruto, el idiota más idiota que había conocido en su vida.
—¿Dónde está Uzumaki?
¡Sabrá la chingada!, ¡salió corriendo como virgen violada a punto de llorar!, ¿y todo por qué? Algo así como una declaración de amor. ¡No, carajo, no era amor!, eso es raro. No, algo un poco más sensato y profundo… una declaración de que al rubio le importaba Sasuke, tanto como para no querer dejarlo solo. Quizá, como para considerarlo su amigo…
—¡Responde! —gritó de malhumor el ninja, que volvió a golpear la reja con su macana, desesperado.
¿Lo consideraba su amigo?, ¿a él, un criminal rango S que llevaba en sus hombros la vida de cientos de personas?, ¿un malnacido?
—¡Uchiha!
Tal vez no lo consideraba su amigo, pero lo preocupaba lo suficiente como para no querer dejarlo en manos de su amiga la soledad. Y eso, para Sasuke, fue suficiente.
—Se tuvo que ir. Andaba apurado, y ni se llevó la bandeja.
—¿No sabes por qué?
—No creo que me lo fuera a decir, ¿o sí?
El carcelero gruñó algo, tomó la bandeja de la repisa y salió azotando la puerta –que aún sin azotar hacía un ruido increíble- para dejar en completo silencio al morocho.
Tal vez Naruto no lo consideraba su amigo, pero ahora sabía que le importaba como para no querer dejarlo en la oscuridad, solo y pudriéndose. Y él no iba a ser malagradecido, quizá no podía ofrecerle mucho en una amistad –que ni sabía si el rubio deseaba- pero podía encubrirlo, para que no tuviera problemas. Eso haría un amigo, y eso mismo hizo Sasuke por Naruto.
—¿Raro?
—Sí, raro.
Minato sonrió, queriendo reírse. Apenas había arribado a su hermoso hogar y su reinita le traía la noticia de que su nene estaba raro. Así, sin más, solo raro.
—No te burles Minato.
—Lo siento, lo siento—sonrió—. Pero, a ver mi amor, defíneme raro.
La pelirroja se llevó una mano a la barbilla y comenzó a sobar, en el amago de pensar. Su otro cielo rubio la miraba fascinado, porque le causaba gracia la exagerada reacción de su primor. ¿Qué no su hijo tenía trece años? Esa era una edad magnifica para ser raro, después de todo es la maldita pubertad, cambios hormonales, crecimiento del cuerpo, capacidad para reproducirse… ¿Qué había de extraño en que Naruto estuviera raro?
—Llegó rojo como un tomate…—tomó un mechón de su cabello—, no, no, rojo como mi cabello, y estaba muy agitado. Me miró tan asustado, como un ciervo cuando lo va a matar un cazador, se me fue encima y me abrazó, ¿tienes idea de cuando sucede algo así?, ¡nunca Minato, en serio! Y luego de que lo abrazó y tranquilizo le pregunto si todo eso se debía a una niña…
—¿Y?
—Se separó de mí, me vio como si tuviera tres cabezas, comenzó a gritar y se fue corriendo a su cuarto, bueno, en el camino chocó con una silla y cayó al piso (aunque no dejaba de gritar) y se encerró. Con llave.
—Entonces…
—¡No es normal! Por el amor de lo que quieras, Minato, eso no es normal.
El hombre comenzó a reír y se acercó a su esposa, que reacia a su toque se dejó llevar hasta los brazos de su fiel y amoroso compañero. Él la beso en la frente y luego en los labios, la apretó contra su cuerpo y comenzó a acariciar con sus manos las caderas de la mujer. Ella le miraba aún con el ceño fruncido, y lo único que pasaba por la mente del Rayo Amarillo era que Kushina lucía hermosa.
—Amor, no es anormal, al contrario, es en esta etapa que ese tipo de cosas suceden…
Ella bufó, aparentemente molesta, pero a Minato solo le pareció aún más divina su princesa.
—No, si es diferente. Una cosa es no querer hablar con nosotros y volverse retraído, pero otra muy diferente es gritar como víctima de una película de horror, encerrarte en tu cuarto y gritar a todo pulmón "¿Por qué, tortugas ninja, por qué?"
—¿Naruto ve las tortugas ninja?
—¡Minato! —Kushina golpeó su hombro, para que se tomara las cosas con seriedad. El punto no era si Naruto había alcanzado a ver la tercera temporada de las tortugas ninja, sino el qué le estaba sucediendo como para ponerse en ese estado—. Por favor, esto me preocupa.
—Es solo una etapa amor, te juro que no le pasa nada. ¿O acaso piensas que se mete alguna sustancia?
—¡Dios, no!
—Entonces no hay por qué hacer tanto alboroto. Hablaré con él, si eso te tranquiliza, pero te aseguro que no va a pasar nada.
La pelirroja lo miró y luego asintió, dejando salir un suspiro. Minato la besó y se separo de ella, sonriente. Se encaminó hacía el cuarto de su hijo, y antes de tocar la puerta regresó su mirar a Kushina, que tenía una mano sobre el pecho. Susurro un No te preocupes antes de tocar la puerta, para que le dejaran entrar.
La mujer, por su parte, estaba que se moría de la preocupación. No pensaba que su niño se metiera cosas químicas o algo por el estilo –ella lo había educado lo suficiente como para saber que podía confiar en él- pero esa actitud que había tenido los últimos días…la preocupaba. Un día aparecía triste y confuso, y luego al siguiente feliz y tranquilo, luego otra vez confuso y perdido y ahora gritándole a unas caricaturas la razón de su estado. ¿Qué no debía de preocuparse? ¡Chingados que sí! No dejaría que nada malo le pasara a su hijo. Estaba segura que era algo que vio en la prisión, es decir no estaba en contra de que fuera a ayudar a los bastardos que ahí estaban, pero… ¡esas eran las consecuencias, y a Minato le importaba un carajo! Lo amaba tanto, pero a veces era tan…Minato.
Debía de estar estúpidamente enamorada de él como para permitirle tantos deslices en cuanto a su hijo.
—¿Quién es?
—Soy yo, tu papá—anunció el hombre, que estaba recargado en la pared, esperando a que la puerta se abriera. Luego de unos segundos así sucedió, y tras la madera vio los ojos de su hijo, con un tinte extraño que no supo descifrar. Prefirió sonreírle a su hijo, para que este se tranquilizara.
—¿Pasa algo?—preguntó el muchacho, que abrió completamente la puerta y se quedó ahí, no sabiendo si la plática sería lo suficientemente grave como para dejar que su padre entrara a su habitación.
—Dímelo tú. Tienes a tu madre colgando de un hilo—comentó señalando con su pulgar hacia atrás, donde Kushina había comenzado a hacer la cena.
—No, nada.
Minato sonrió de lado y se acercó hasta acariciarle la cabeza a su niño. Con esa sola respuesta sabía que algo pasaba, porque conocía a su hijo. Éste, al sentir la caricia en sus cabellos se hizo a un lado, dejándole pasar. Después de todo la conversación sí se volvería grave.
El hombre entró a la habitación y se fue a sentar a la cama, mientras miraba el semblante de su rubio solecito. Era la viva imagen de su madre, pero con el color de su cabello y ojos, sin embargo todo lo demás gritaba un fuerte y estruendoso Kushina. Eran idénticos.
—¿Tengo que preguntar qué tan grave es?
—No, no es grave—contestó el niño, que seguía con su cabeza agachada y había comenzado a sobarse el brazo derecho, algo apenado.
—¿Entonces porqué llamaste a las tortugas ninja?, tú y yo sabemos que sólo eso ocurre cuando se trata de cosa seria—dijo Minato sonriendo, sacándole una risita a su hijo, que se decidió a voltear a ver a su papá. Le agradaba tener ese tipo de comunicación con su padre, porque todo lo hacía más llevadero, pero aún así…
—Estoy confuso, eso es todo—contesto el niño mientras tomaba asiento a un lado de su padre.
—Y no es por una niña—afirmó Minato.
—Desearía que fuera por una niña—se dejó caer en la cama el muchacho, con los brazos extendidos y la vista en su techo blanco.
—¿Un…niño?
—Diría que hombre.
Minato volteó a ver sorprendido a su hijo, que parecía ido. Naruto no había entendido la intención con la que su padre había hablado, sólo hasta que sintió la mirada del rubio entendió qué fue lo que el hombre pensaba.
—¡No papá!, es decir, no es algo amoroso, no es algo…gay—Minato entonces abrió más los ojos y Naruto lo calló de nuevo—. Tampoco pedofilia.
—¿Entonces?
—Solo que…ahora veo diferente las cosas, y eso me confunde—pensó en decirle todo eso sobre que los ninja eran asesinos por igual que los reos de la cárcel pero prefirió guardárselo. No deseaba entrar en esos temas con su padre, sería muy tedioso.
Minato se dejó caer a un lado de su hijo, con su mirada también en el techo. El sol comenzaba a esconderse tras el horizonte y la poca luz existente reflejaba un dorado hermoso, que terminaba brillando contra sus rubios cabellos.
—¿Tanto como para gritar como loco y llamar a las tortugas ninja?
—Sí, así de tanto.
—¿Hay algo en lo que te pueda ayudar, compañero?
Naruto se quedó pensando unos segundos, preguntándose si en verdad era tan grave como para necesitar la ayuda de su padre. Se cacheteó mentalmente. A decir verdad sí había hecho una escenita con eso del griterío continuo –porque siguió gritando aunque se dio en la madre cuando tropezó con la silla-, y solo preocupo a su mamá. El único problema que ahora cruzaba por su mente era el no quedar como una nenita enfrente de Sasuke. Pero en eso no le iba a pedir ayuda a su padre, ¡primero muerto!
—Es solo una etapa papá, no es nada grave.
Minato comenzó a reír ligeramente, haciendo vibrar la cama con cada pequeña carcajada. Naruto volteó a verlo extrañado, a lo que el hombre contestó:
—A tu mamá le va a encantar eso.
N/A: ¿Muy mal? ¿No tanto?, bueno, es la primera parte de esta historia. Creo que a lo máximo seran como tres capitulos (si, creo que igual de largos que éste). En fin, cualquier crítica, comentario, aplauso, grosería, insulto, duda, pregunta o lo que gusten sera bienvenido en un review (los cuales adoro, por cierto).
¡Muchas gracias por leer!:)
~Shameblack~