Brisa de Junio…

Era medio día a las afueras de la mansión de Chicago, se encontraba rodeada de estatuas, jardines, fuentes y un hermoso paisaje, ahí, respirando la fresca brisa de Junio, una rubia de ojos verdes, fijando su vista en el horizonte, ahí en dónde los árboles se confundían y empezaba el bosque y por detrás, sabía que se encontraba el lago, seguramente revoloteando con pequeñas olitas en orilla. El viento soplaba suavemente, llevando consigo el hermoso aroma del jardín. El sol estaba casi en su máximo esplendor. Se veían las pequeñas mariposas revoloteando sobre las flores, las cortinas de las habitaciones principales de la mansión se movían ligeramente, al paso de la suave y refrescante brisa.

En la mansión se escuchaba a la Tía Elroy, con su séquito de sirvientes, de un lado para el otro. Estaban por recibir a gran cantidad de invitados esa misma noche. El más grande acontecimiento en el año, para las damas casaderas de Chicago. El multimillonario Sir William Albert Andrew, ese día anunciaría quién sería su esposa.

La mañana había transcurrido sin más novedades que el escuchar los silenciosos pasos de los sirvientes, para acomodar y limpiar la mansión. La Tía Elroy tenía tanta experiencia en esos compromisos sociales, que parecía que recitaba ordenes de memoria. Todas las personas que la ayudaban sabían qué hacer.

Candy había desayunado, sola, después de que al despertarse, se había dado cuenta de que Albert, más bien William, para que la tía no se enojara, no se encontraba. Había salido demasiado temprano ese día y se preguntaba si se habría dado a la fuga, dado que la presión que ejercía la Tía por anunciar su próximo matrimonio era mucha.

Después de desayunar, Candy había subido a su habitación. Un hermoso vestido, que combinaba perfectamente con los ojos de Albert, con bordados en cintas doradas muy delgadas que delineaban toda su figura a la perfección. La tía había mandado para Candy unos hermosos pendientes, con un collar que hacía juego perfectamente, en brocados de oro con zafiros. Había unos hermosos guantes azules largos, que cubrían sus brazos, mientras que una pequeña tiara con rosetas, adornaría su cabello. Parecía que todo estaba hecho para una princesa. Y sin embargo, sentía un gran vacío en el pecho.

Cuando Albert… William, se casara, ella tendría, que dejar la mansión de Chicago. ¿Qué mujer en su sano juicio permitiría que la pupila de su esposo, que ya no era una niña, viviera con ellos? Empezó a suspirar, aspirando la suave brisa de Junio. Recordaba cómo le había dicho a Albert, que ese día en especial, ella quería invitarlo a un día de campo, y que confiara en ella, porque la tía se había empeñado en que ella fuera una excelente cocinera.

La tía decía que cuando ella se casara, no quería saber que su esposo había muerto de inanición, que sería una vergüenza si ella no alimentaba bien a su conyugue. Suspiró de nuevo, resignada, había pasado toda la mañana cocinando y quería darle una hermosa sorpresa a Albert…!William!

Debía recordarlo para la noche, no debía decirle Albert, sino William, porque así lo conocían todos sus socios y las personas que trabajaban con él.

Candy se había puesto unos capri de color negro, ajustados a su figura, una pequeña camisa de algodón, con pequeños bordados en las mangas que eran cortas y se encontraban por debajo de sus hombros. Llevaba una cinta negra adornando y sosteniendo su cabello, con las puntas de las cintas volando hacia un lado volando ligeramente por la brisa. Sus zapatillas eran negras, tan delicadas como las de una princesa. Parecía una muñeca enmarcada en un hermoso cuadro, rodeada por los más lindos paisajes.

Esperaba que a Albert…!William!, no se le hubiera olvidado su pequeño acuerdo. Sabía que él era un hombre muy ocupado y aún así, siempre hacía hasta lo imposible para pasar tiempo con ella. Esperaba que no se tuviera que comer todo lo que llevaba en la canasta ella sola, o no le cerraría el vestido.

Si ésta era la última tarde que podría pasar con él, lo agradecería siempre. Lo extrañaba tanto, cada vez que él salía en un viaje de negocios, las horas se le hacían largas y pesadas. Contaba los minutos y días, para saber que su Albert….. en fin William, estaría de regreso. Él llenaba todo su corazón de felicidad, siempre estaban juntos y ahora…. Cuándo él se casara…. Ella se quedaría vacía, una vez más. No quería que eso pasara, pero entendía y por sobre todas las cosas, quería que Albert fuera feliz. Alguna vez él le había confesado que el tener una familia, lo haría muy feliz.

Se encontraba en el umbral de la mansión, esperando ver ese Rolls Royce, entrando por la puerta, con la esperanza que albergaba su corazón, festejar aunque fuera por última vez a su lado, el cumpleaños de Albert… La mañana se había convertido casi en la hora del almuerzo, era el día perfecto para un cumpleaños y sin embargo… su gran amigo….. su gran….. Suspiró de nuevo, no atravesaba por las puertas….