Hola... vengo a disculparme por mi tardanza, mi GRAN tardanza. Merezco tomatazos, bolsas de papas y demás. No he estado muy bien ahora último, no me sentía capaz de escribir ni siquiera la primera frase de una historia. No estoy en mi mejor momento, la verdad, y no quería reflejar eso en los fics que tengo pendientes pro que, la verdad, ustedes no merecen cargar con mis problemas. Ahora que me encuentro un poco mejor, les hago la siguiente entrega de La Saga del Diccionario. A este punto ya deben odiarme por mis retrasos, lo entiendo, entiendo que dejen de leer mis historias, entiendo que ya no esté entre sus favoritos, lo comprendo y lo merezco por irresponsable. Pero espero que me entiendan. Bueno, sin más preámbulos y explicaciones, les presento Festival!


Disclaimer: Hetalia no me pertenece, es de nadie más y nadie menos que de Himaruya-sensei.

Pedido de: Naomi

Advertencias: Ninguna :)


Era un lugar mágico, espectacular, millones de personas iban a comprar sus entradas, todos emocionados por la llegada del circo Celta, era el festival de invierno. Uno de ellos era Alfred F. Jones, joven americano en tierras inglesas, quien había sido invitado por un compañero del instituto. Podía ver a todos alegres por la llegada del circo a su tierra natal, después de una larga gira por el mundo. El espectáculo sería el mejor de todos, como era costumbre de la prole que se acercaba a la ciudad. El tenía sus entradas, por nada del mundo se perdería de un espectáculo como ese, desde niño había amado los festivales como aquel.

El día llegó y la gente se reunió en las calles, él fue uno de los primeros en llegar, emocionado como un niño ante las luces de las calles de Londres. Entonces vio la prole. Era un circo como Dios mandaba, con sus carros jalados por fuertes caballos, jaulas con bestias y payasos por doquier, habían mujeres que podían doblar su cuerpo de maneras imposibles, otras que bailaban, mostrando, bueno, más piel de la necesaria. Habían hombres que corrían sobre los vagones, saltando y haciendo acrobacias en los aires con una destreza casi mortal. Entonces lo vio, era un chico de su edad, pero con porte soberbio y fuerte. Este hombre no se encontraba sobre el vagón, como todos los demás, o montando caballos al costado de la prole, estaba dentro de una jaula, con un par de leones, que a su lado parecían mansos gatitos de gran tamaño y fieros dientes y garras. El solo estaba sentado, con una taza de té en sus manos, rodeado de esas bestias que parecían hambrientas y sin embargo, no le tocaban ni un pelo.

Durante un segundo, aquel hombre dirigió su mirada al público que los rodeaba, y durante un segundo Alfred atrapó esa mirada. Esos ojos verdes, como esmeraldas, como bosques llenos de magia de antaño, lo trajeron de lo más profundo del olvido.

Todos siguieron a la prole, empujándolo y sacándolo de su ensueño. Rápidamente se unió al gran grupo de gente que le daba la bienvenida al circo Celta, a su tierra natal, el Reino Unido. Alfred procuró no alejarse mucho de la jaula de los leones, donde el joven de ojos verdes los domaba con gracia, agilidad y, para que negarlo, cariño, como si amara a esas criaturas, Alfred pensó que tal vez el las crió desde que eran pequeños cachorros y por eso no le hacían nada, como si fuera su madre. No pudo reprimir una sonrisa al darse cuenta de lo tierno que se oía eso.

Una vez instalada la prole en un largo campo rodeado por bosques, movidas las jaulas a sus lugares, preparado el escenario para el espectáculo, las luces del circo se prendiendo, creando un lugar místico dentro de la gran carpa del circo. Millones de voces comenzaron a entonar una canción en un idioma olvidad, extraño y antiguo como la nación donde se encontraban. Según escuchó por ahí, era celta, un idioma que solo los integrantes del circo sabían, que había sido olvidado, que había desaparecido de Gran Bretaña, y que sin embargo, ellos lo habían rescatado de su completo olvido. Era un canto místico, parecía llamar a alguien, parecía reunirlos y sin darse cuenta, todos tarareaban la canción, como si supieran la melodía, Alfred intentaba seguir el ritmo, pero entonces se dio cuenta que era la canción de esa tierra, podía tararear partes, tal vez porque una vez Estados Unidos fue una colonia inglesa y algo se les quedó de toda esa magia.

Comenzaron los actos, uno tras otro, no lo sacaban de su asombro, hasta que entró aquel joven, el domador de leones. Según el presentador, se llamaba Arthur Kirkland, descendiente directo del fundador del circo y por lo tanto, de raza celta. Comenzó su espectáculo, demostrando su dominio sobre las bestias, no solo leones, también tigres, caballos y panteras. Como si los moviera con un hechizo, con solo mirarlos a los ojos, estos parecían volverse pequeños y dóciles animales domésticos con el tamaño de una bestia.

Una vez el espectáculo hubo terminado, aparecieron muchos más, pero ninguno le pareció tan grandioso como el de Arthur, ni siquiera el de su hermano mayor, Scott (1), que hacía malabares con fuego de todos los colores, ni de la segunda en la línea, Liliam (2), que parecía hecha de goma, y mucho menos de los otros hermanos, los gemelos Ryan y Dylan (3), que hacían acrobacias en un par de ruedas llamadas "Wheel of Death". Arthur era el menor, y sin embargo, el más asombroso de todos.

Cuando todos los espectáculos acabaron y todo el público se fue, Alfred se quedó y fue a buscar al domador de bestias. Lo había visto salir por la puerta que daba al bosque, seguido por todos los animales que lo habían rodeado para el final de su acto. Se adentró en la espesura del bosque, inundado por la oscuridad de la noche. Escuchó gruñidos, aullidos de lobos enfurecidos, era un bosque encantado. Llegó a un claro, donde lo vio, a ese joven, sentado en el pasto, rodeado de bestias, se le habían unido lobos y ciervos que venían del propio bosque, animales tan pequeños como conejos se sentaban junto a animales tan peligrosos como panteras negras y no se hacían nada. Todos miraban la luna, sobre ellos, como llamados por ella y su magia. Alfred no sabía si acercarse o si quedarse ahí. Entonces escuchó un crujido tras suyo, giró el rostro, espantado, no le gustaban las cosas de terror, pero no se encontró con nada, cuando volvió a mirar, vio que el joven ya no estaba en el jardín y que todos los animales lo miraban, amenazadores, entonces sintió algo filoso contra su cuello.

- ¿Qué haces aquí, yankee? – gruñó el inglés, a juzgar por su acento.

- Y-yo, me perdí en el bosque, HAHAHAHA.- rió el americano, nervioso ante la daga que tocaba su piel blanca.

- ¿Crees que soy idiota? – preguntó Arthur, sin aflojar el agarre.

- ¡N-NO! ¡Claro que no! – respondió Alfred, entonces sintió que algo trepaba por su pierna.- pero que…

- No hagas nada raro.- le dijo el oji verde. El americano sintió a un pequeño animal que recorría parte de su pantalón y luego su polo y su casaca de aviador, entonces vio una ardilla salir por una de sus mangas. – Estás limpio.- dijo Arthur, soltándolo y dando unos saltos atrás para crear una gran distancia entre ambos, el de lado del claro y el americano hacía el interior del bosque.

- Claro que estoy limpio, ¿por qué cargaría un arma? – dudó Alfred, respirando tranquilo al no sentir el filo de la daga contra su traque.

- Uno nunca sabe con ustedes los acosadores.- le dijo Arthur, dándose la vuelta y caminando hacia el claro, con los hombros en alto, sin darle importancia al asunto.

- ¿Un acosador? Yo no soy ningún acosador.- dijo Alfred, herido, sacando un poco el labio inferior creando un puchero, mientras lo seguía.

- ¿Entonces qué haces aquí? – dudó el inglés, caminando entre los animales, quienes lo rodearon con cariño de inmediato.

- Quería ver como domaba a las bestias.- admitió Alfred.

- Ves, entonces no te habías perdido en el bosque, embustero.- le criticó Arthur, con una sonrisa soberbia en el rostro.

- Si tengo una daga contra mi cuello, ¿Cómo quieres que reaccione? – refutó el americano, sobándose la tráquea antes amenazada de ser perforada.

- Podías ser honesto.- dijo Arthur, sentándose nuevamente en el pasto.

- ¿No me harán nada? – dudó Alfred, señalando con la cabeza a los animales.

- No mientras yo no les diga.- rió Arthur, con una sonrisa amenazadora.

- Ok.- murmuró Alfred, dudó un momento, antes de caminar entre los animales, que le dejaron un pequeño camino para que pase. Finalmente se sentó junto al inglés.

- Tenemos a un niño valiente.- rió Arthur.

- ¡Soy un hero, tengo que ser valiente! Además, no soy un niño.- refutó Alfred, haciendo un puchero nuevamente, dicha acción no ayudó mucho en su imagen, que digamos.

- Si, un hero.- repitió Arthur.

Así comenzaron a hablar y a conocerse, todas las noches se juntaban en el mismo lugar. En un inicio Arthur era muy receloso e inseguro, además de sarcástico y cruel, pero poco a poco se fue relajando y entrando en confianza, al igual que los animales con Alfred, ya no le gruñían ni lo miraban como un pedazo de carne que podían comer, actitud que se veía reflejada en su dueño, el americano ya no era una amenaza para él.

El tiempo pasó y se hicieron amigos, pasando al amor. Arthur se encontró entregándose a los brazos de Alfred, mientras este se encontró buscándolo como desesperado. Sin duda, era amor. Poco a poco fueron pasando… "bases", primero un toque de manos, luego un beso en la mejilla, luego en los labios, después en el cuello y por último, en lugares que… bueno, es su privacidad de pareja. Pero entonces llegó el momento inevitable, el circo partía de gira y Arthur con ellos.

Alfred, al enterarse de ellos dos meses antes de la partida, comenzó a entrenar sus músculos al máximo. Todo el día se lo pasaba en su casa, haciendo flexiones, abdominales, levantaba pesas, sacaba un cuerpo que cualquier hombre envidiaría. Entonces, una semana antes de su partida, sin que Arthur se entere, Alfred se presentó como nuevo miembro para el levantamiento de pesas. Trajeron al hombre que ya tenían y lo hicieron levantar el mismo peso para ver si podía igualarlo y quizás pasarlo. Alfred sudó frio cuando vio la cifra y sin embargo, no dudó en levantar el peso como si fuera el de una pluma, asombrados, los jueces, le trajeron aún más peso y el americano lo levantó con igual facilidad. De inmediato lo aceptaron.

La semana pasó y Arthur se veía desconsolado por la inminente separación. Destrozado, se subió a su vagón. Alfred no había ido a despedirlo y en su interior lo comprendía, sabía que el americano estaba triste y agradecía no ver su rostro demacrado, sabía que él se partiría en dos al verlo así. Sus bestias lo esperaban, la jaula estaba cubierta por una cortina, como debía ser por seguridad y por el evidente frio de la ciudad de Londres. Vio a sus leones en una esquina y fue a sentarse con ellos, decidido a usar su suave pelaje como cama y posada para sus lágrimas. Entonces escuchó una risita y miró bien entre los cuerpos de los leones, había un mechón color dorado, un mechón que infringía las leyes de la gravedad, un mechón que conocía bien. Esperanzado lo jaló y escuchó un gemido de protesta, hizo que las bestias se movieran y descubrió a Alfred, sonriéndole. Rápidamente lo abrazó.

- ¿Feliz de verme? – preguntó el americano.

- ¿Qué haces aquí, tonto yankee? – le respondió Arthur, sin separar su rostro del pecho del americano, el cual se encontraba sin polo, mostrando sus bien formados músculos.

- Bueno, digamos que me dejaron unirme al circo.- dijo Alfred, feliz.

- Idiot.- susurró Arthur, antes de besarlo.

Los leones fueron los únicos testigos del acto que se llevó a cabo ahí, terminaron algo traumado, los pobres animales.


1 /watch?v=C4RfDw3IGkM algo así hizo Scott :)

2 /watch?v=qEf5hqigNtA esto hizo Gales xD

3 /watch?v=Js2YFgfMza8 y esto hicieron los gemelos irlandeses! O.O